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La dimension psicológica y afectiva de la pandemia

La dimensión psicológica y afectiva de la pandemia

Por Kenneth Junco, PhD Psicólogo-Psicoanalista Director de Salud Mental Med Centro, Inc.

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La pandemia ha sido algo que nos ha tocado a todos, pero no a todos nos ha tocado por igual. Sin dejar de ser un fenómeno global, sus modos de afectar han variado entre las personas, así como también han variado los modos en que cada cual ha respondido a este fenómeno capaz de generar mucho temor e incertidumbre entre la población. Para algunos, la pandemia se convierte en un asunto de vida o muerte. Para otros, es más bien un asunto de responsabilidad social (cívica, ciudadana), de tener o no un sentido de solidaridad para con los más vulnerables a su amenaza. Este fenómeno que, de un modo u otro, a todos nos ha tocado vivir, contiene varias dimensiones o facetas; siendo unas más evidentes que otras. Aquí nos concentraremos en la dimensión psicológica y afectiva de una serie de cambios que han venido a transformar los modos de vida a los que nos habíamos acostumbrado. Muchos han tenido que cambiar sus rutinas, el tiempo y los modos de quedarse en casa y de salir a la calle, así como de comunicarse y relacionarse con sus seres queridos. Desde los que han optado por dejar de visitar a sus familiares y amistades cercanas, hasta los que han decidido no recibir ninguna clase de visita. Los modos de hacer lazo social han sido severamente afectados. Han cambiado los modos de hacer familia, de socializar, de vincularse con otros. Y esto no ha sido sin consecuencias (algunas de las cuales han venido a constatarse en el espacio de la clínica). Un ejemplo de los cambios que ha traído consigo la pandemia ha venido a ser la manera de trabajar y de estudiar; siendo que para algunos ha venido a representar la pérdida o suspensión indenida de trabajo o estudio. Por sí solo, estos factores podrían convertirse en estresores capaces de generar una crisis existencial. No hay un tiempo predenido para poder adaptarse a estos cambios; como tampoco está garantizado el que todos puedan realizar dicho proceso de adaptación. También cambia la manera en que se aprende y se enseña: las escuelas, colegios, universidades e institutos dejaron de ser los espacios de estudio acostumbrados; lo cual ha llevado a que se abra paso a las alternativas virtuales provistas por las nuevas tecnologías. Con lo cual no solo se ha transformado el uso de los nuevos medios de comunicación e información (computadoras, tabletas, celulares, etc.), sino también el arreglo de los espacios del hogar (hay que crear un mini salón de clases) y las relaciones de convivencia. Más signicativo aún es el reordenamiento de los roles y funciones tradicionales. Como ejemplo, a la clínica acuden mujeres que se preguntan cómo podrán añadir el nuevo rol de maestras de sus hijos a la lista de roles ya existentes (madre, profesional, esposa, ama de casa, cuidadora de familiares, etc.) sin enloquecer en el intento. Es razonable cuestionarse si habrá cuerpo que pueda resistir estas tensiones y hasta cuándo. Más aún cuando ya ha habido quienes, ante la presión, han eliminado o perdido alguno de estos roles. En estos casos como en otros, impera la angustia producto del enfrentamiento con lo desconocido y la incertidumbre. Lo cual es vivido por muchos como un “dejar de tener los pies en terreno rme”, teniendo que aprender a vivir con una sensación de mantenerse “suspendidos”, y sin saber hasta cuándo. Otro cambio a resaltar es el modo en que muchos jóvenes experimentan el tiempo en sus vidas. Cuando lo común era encontrase con jóvenes que parecían vivir en un eterno presente aquí y ahora-, ahora nos topamos con que cada vez más jóvenes comienzan a preocuparse por sus futuros. Donde antes parecía ser que “tener un futuro” era algo que les estaba asegurado y que todavía no era tiempo para ocuparse de ello, ahora a muchos de ellos les angustia el no poder saber si habrá un futuro para ellos o en qué consistirá este. Y esta nueva preocupación por el futuro hace a su vez que cambie su percepción del presente. Por ejemplo, ¿en qué vale la pena invertir tiempo y esfuerzo? Al agrupar los diversos puntos antes mencionados, podríamos decir que cada cual vive su propia “pandemia”, su propio modo de padecerla y de responder a lo que le ha tocado vivir. Armarnos de recursos ante ello puede venir a marcar la diferencia. Y no hay mayor recurso que la creación y sostenimiento de vínculos que permitan sentirnos acompañados en tiempos difíciles. Estos vínculos pueden ser familiares, comunitarios, de amistades, de organizaciones o grupos de diversas denominaciones. Como también pueden ser vínculos con profesionales que provean un espacio terapéutico en el que cada cual pueda cuidar de sí mismo, trabajando con el modo en que ha sido afectado por la pandemia; lo que a su vez sería un modo indirecto de poder cuidar de sus seres queridos. En tiempos convulsos, reconocer nuestra condición humana (seres mortales capaces de afectar y ser afectados), y estar dispuestos a ocuparnos de ella, termina siendo un signo de fortaleza y de armación de la vida. Para más información, puede llamar al 787-843-9393 ext. 1068 o 1090.Tambiénpuedeescribirakenneth.junco@medcentro.org.

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