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Carmen Gloria López y la infinitud del desierto San Pedro de Atacama
Carmen Gloria López viajaba regularmente desde Santiago al norte grande, junto a su pareja, Mario Carvajal. Ambos artistas se habían formado en la Universidad de Chile y se sentían atraídos por el desierto como paisaje, a tal punto que en 2005 decidieron instalarse en San Pedro de Atacama. El cambio de vida –y de obra, para ella– fue radical. San Pedro de Atacama está ubicada a 315 kilómetros al este de Antofagasta y a 2 mil 400 metros sobre el nivel del mar. Corresponde a un territorio poblado ancestralmente por atacameños o cultura Likan-antai, recibiendo con los siglos influencias de Tiwanaku y del Imperio Inca. Entre el desierto,
el volcán Licancabur y sectores cercanos tan sobrecogedores como el Valle de la Luna o el Salar de Atacama, luce como un pueblo altiplánico, de calles estrechas y casas de fachada continua, donde la condición de atractivo turístico internacional se vive en cada aspecto, siendo evidente el proceso de gentrificación en todo el centro, poblado casi exclusivamente por restaurantes, tiendas de artesanía y agencias de turismo. La artista mantiene una de esas tiendas de productos artesanales y de diseño donde encontramos también algunas de sus cerámicas, esculturas en pequeño formato de formas abstractas, volcanes, cabezas o cuerpos, formas redondeadas y de texturas
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trabajadas o intervenidas con madera. Nos cuenta que con Mario planificaron su vida para hacer este cambio: “Veníamos siempre de vacaciones y nos encantaba. Sentimos conexión con el lugar, nos sentíamos cómodos. Tenías sol todo el año. Y esta cosa de tener un paisaje con dos líneas que es como tranquilizador finalmente. Sentir la infinitud del paisaje que prácticamente es el patio de tu casa. Donde estés vas a verlo. Las distancias se hacían más grandes. Esos espacios de libertad”. Muy lejos parece estar esa época en que se dedicaba a la fotografía en Santiago. Entre 1987 y 1991, se formó como fotógrafa en la Escuela de Bellas Artes. Por entonces, participó en algunas exposiciones,
pero muy pronto comenzó a trabajar por tiempo completo en el diario La Segunda. No obstante, agrega, integró un colectivo de fotografía mural con compañeras y compañeros de carrera que ni siquiera alcanzó a tener nombre, y que llevó el trabajo con fotoemulsiones a muros de la ciudad. Del grupo casi no quedó registro, pese al aporte único que realizó en la primera mitad de los 90, comenzando la transición democrática, instalando la fotografía y la técnica de laboratorio en el espacio público. Carmen Gloria logró estar en algunas intervenciones, pero el trabajo como foto reportera le hizo –en definitiva– ir postergando esa veta más artística y autoral que renació entre 2002 y 2005, cuando
entró a un taller de Cerámica Contemporánea con la profesora Paula Sánchez. Allí metió las manos al barro, dice, comenzó a asesorarse, a formarse en esta nueva disciplina, y entonces se dio cuenta que a eso quería dedicarse y que, para conseguirlo, debía cambiar de vida. De inmediato, en San Pedro de Atacama, fue el encuentro con una técnica de tradición precolombina, el negro pulido, que despertó en ambos artistas el interés por investigar y experimentar. Esta producción fue expuesta entre 2008 y 2014 en la sala del Museo Arqueológico R.P. Gustavo Le Paige (hoy instalado en el Instituto de Investigaciones Arqueológicas de la Universidad Católica del Norte, en espera de la construcción de un nuevo edificio) y en las salas que mantienen Fundación Minera Escondida y Balmaceda Arte Joven en San Pedro de Atacama y Antofagasta.
¿Cómo fue ese proceso de investigación con el negro pulido?
Esta técnica desarrollada por los Likan-antai con influencia Tiwanaku es tremendamente rica, las piezas se queman en un hoyo en la tierra con un guano que tiene que ser antiguo, o sea tiene que estar muy seco. Son unas especies de tortas de estiércol de por lo menos 8 ó 10 años, que cumplen una triple función en la cochura de las piezas: son horno, combustible y material reductor. Esto la hace tan particular y la diferencia del resto de la cerámica negra de otros lugares. Aprenderlo, era un proceso bastante largo. Implicaba, además, conocer un corral viejo, ubicar a los dueños que te quieran vender el guano. Después haces un hoyo, se hace fuego por muchas horas y finalmente las piezas pasan bajo tierra 15 días. Partimos yendo al museo a comparar nuestros resultados con las piezas arqueológicas. No existe ningún libro ni receta o fórmula que diga cómo tiene que hacerse. Nadie te enseñaría fácilmente. Era bastante imposible el traspaso.
¿Pero lograron información de cultores locales?
Fue complejo, además en esa época eran muy pocas las personas que se dedicaban al negro pulido.
¿Muy celosos?
Al principio fue frustrante, pero cuando investigué por varios años hasta llegar al resultado, logré entender. El aprendizaje consistía precisamente en adquirir ese conocimiento desde lo vivencial, tomar riesgos, intentar, equivocar, volver a empezar, como si fuese la primera vez. Y tuvimos la gran suerte que, en la primera quema, el resultado fue maravilloso. Eran cuatro piezas negras con nacarados grises, plateados, preciosos. Nos enamoramos de esta técnica tan antigua y la trasladamos al mundo actual para hacer nuestras propias imágenes que están obviamente influenciadas por este entorno.
Desde que te viniste el 2005, ¿cuáles han sido tus referentes? ¿el desarrollo de las imágenes?
El paisaje siempre ha sido elemento principal. Es muy fuerte acá, y he tratado de verlo de otra manera. He tratado de sacarme esta imagen del paisaje turístico, lo que es tremendamente difícil porque vives en un lugar muy bello. En la cerámica, está en ciertas formas, texturas y elementos que extraigo. Hago muchos árboles, árboles míos. Porque el árbol aquí tiene un papel fundamental. Cuando viajas por el desierto y ves uno, siempre piensas que es el último que ves. Esa idea del último árbol me sigue acompañando. Comenzamos también a mezclar esta cerámica con otras materialidades, como maderas autóctonas intervenidas con gráfica, pintura, dibujo. Ahora trabajo con técnicas más contemporáneas y elementos del imaginario antiguo, resignicándolos. Por ejemplo, con el concepto de vasija y cabeza, inspirada en las vasijas antropo
morfas, donde invierto esta relación de vasija contenedora en cuerpo contenedor. Desde aquí han aparecido reflexiones sobre la relación de la mujer con la naturaleza, con el territorio y su propio cuerpo, intentando hablar del feminismo desde la cerámica.
CATARSIS FOTOGRÁFICA
En la serie “Diálogos de ausencia”, Carmen Gloria hace una interpretación del paisaje nortino, del eterno paisaje del desierto en tensión con los vestigios humanos, urbanos o industriales. Este trabajo expuesto en 2017 en la Sala Fundación Minera Escondida y Balmaceda Arte Joven, de Antofagasta, nació de sus viajes a esa ciudad: “Tomando fotografías a través de un bus y después caminando por el desierto, empecé a encontrar objetos. Trabajo en diálogo con el paisaje en movimiento y con estos retratarlos en estudio y darles la dignidad de hallazgo arqueológico”, detalla. En “Afuerinas” retrata a mujeres que viven en San Pedro de Atacama pero que no son originarias del lugar, intentando reflejar esa fuerza interior que sintió ella misma en el proceso de adaptación a un territorio tan distinto. Con esta serie estuvo en 2015 en la Biblioteca Regional de Antofagasta. Y fue el trabajo con el que volvió a la fotografía. “Cuando dejé de trabajar en el diario, dejé tam
objetos encontrados pero llevados a mi taller para bién la fotografía. Unos 7 u 8 años. Yo colgué la foto. Me dije: no quiero tomar nunca más, estoy aburrida. Quiero hacer cerámica. Un día, estaba revisando mi curriculum y vi que después de la Licenciatura en Artes mención Fotografía, algo había expuesto (entre 1990 y 1997, estuvo en 5 muestras colectivas en espacios como el Instituto Chileno Norteamericano, la sala Juan Egenau de la Universidad de Chile y la sala Aníbal Pinto de Temuco).
O sea, ¿alcanzaste a trabajar en una fotografía más autoral?
Serie Diálogos de ausencia, Carmen Gloria López
Serie Afuerinas, Carmen Gloria López
Bastante al principio, como saliendo de la U. Después ya se me hizo imposible. Yo participé en un colectivo de fotografía muy importante que nadie conoce, no está registrado en ningún libro. No teníamos ni nombre. A principios de los 90, éramos un colectivo de fotografía de fotoemulsión mural. Todos alumnos de la Chile, fotógrafos experimentales, básicamente hacíamos fotografía mural en lugares exteriores. Pero era fotografía de verdad. No era impresión. Armábamos un cuarto oscuro en la calle, fotoemulsionábamos la superficie y poníamos una ampliadora. Hacíamos fotosensible el muro, como si fuera papel fotográfico.
¿Enrique Zamudio (docente y artista clave en la fotografía contemporánea chilena por sus experimentaciones con el paisaje natural o urbano, en grandes telas fotoemulsionadas) tenía alguna relación?
Fue mi profesor durante toda la carrera. Éramos todo un grupo y él era parte por supuesto. Además, Reinhard Schulz, que también ha trabajado mucho con fotoemulsión. Luis Fernando Acosta, Mario del Castillo. Verónica Soto de Valparaíso, una de las personas que más ha desarrollado el trabajo estenopeico en Chile. Claudia Arrizaga, que actualmente es coordinadora del Archivo Fotográfico de la Universidad de Concepción. Y varios más. Enrique Zamudio obviamente. Una clave ahí.
¿Qué imágenes trabajaban ustedes en los muros?
La primera fue un retrato de nosotros en la Escuela de Arte. Todo el mundo se fue una tarde y empezamos a trabajar en la noche y al otro día se encontraron con la fotografía de nosotros del tamaño natural, algo efímero, un trabajo súper bonito e importante en la época pues nunca se había hecho
antes. También fuimos a hacer un trabajo a la Esta- ción de Trenes de Copiapó. Fotoemulsionamos un vagón de tren con imágenes de la primera estación de Chile y lo inauguramos con una especie de show fotográfico donde invitamos a todos los vecinos. Tuvo un éxito impactante porque hicimos una fo- tografía en vivo con la gente que sirvió como mo- delo y revelamos ahí con rodillos. Se armó una es- pecie de histeria colectiva en torno a la fotografía. Todos veían cómo aparecían sus siluetas, y grita- ban ¡viva la fotografía! Era una catarsis fotográfica.
Ya no estaban la resistencia a la dictadura ni los temas políticos, sino lo colectivo, la calle y lo efí- mero con otro sentido...
Tenía que ver con la experimentación del mate- rial, un desafío técnico llevado al límite en una in- tervención escencialmente poética, y de situarla en el espacio público, lo que también es político. Entre el 90 y el 92, nos ubicamos en distintas par- tes de la ciudad, también en lugares emblemáticos, en los entornos de la Escuela de Arte, la Villa Frei, que eran de conflicto siempre. Y era muy loco, por- que era un muralismo en que si te pillaban no po- días salir arrancando porque tenías armado en la calle un cuarto oscuro; estaban los químicos, la ampliadora. Había que hacer una tremenda es- tructura para poder hacer esa fotografía. Igual ve- nia gente de otras disciplinas a ayudarnos porque se entusiasmaban. Éramos siempre unos 10 ó 15. Teníamos que hacerlo en una noche. Escoger un día sin luna para que no se velara la superficie fo- toemulsionada. Era todo un cuento y antes había que ir a preparar la pared, a pintarla.
Fotoemulsión de vagón, Estación de Trenes de Copiapó
100% TURÍSTICO
Carmen Gloria se reconoce multidisciplinaria: hace cerámica, fotografía, dibuja, pinta (aunque muy poco, advierte) y mantiene la tienda en el centro de la ciudad; ha sido jurado y evaluadora Fondart; hace clases de foto, de cerámica y es tallerista en Balmaceda Arte Joven de Antofagasta, a cargo además desde esa institución de montajes en la Sala de Arte de San Pedro de Atacama, abriéndose así al trabajo curatorial.
¿Qué tan difícil es ser artista visual aquí?
Estamos llenos de elementos que te ayudan a un imaginario. Las ideas, el trabajo, la reflexión, es sú per constante siempre. Pero vivir de eso es muy difícil. Estamos en un lugar 100% turístico, la gen te quiere imágenes literales. Somos muy pocas personas tratando de hacer algo en arte contempo ráneo y en los circuitos no calzamos. No tenemos lugares de exposición salvo la sala de la minera. Exponer fuera de la región siempre es muy caro, sobre todo cerámica, el traslado. Es difícil insertar se desde un lugar tan aislado. Entonces es súper complejo. En el fondo es por amor al arte, lo hago porque es la forma que elegí para estar en el mun do. Creo además que es necesario desarrollar pensamiento crítico y desde mi rincón lo tomo como una responsabilidad.
¿Hay escena artística?
En la región, tenemos una escena en crecimiento y profesionalizándose, lo que sin duda es un gran es fuerzo sobre todo para los artistas más jóvenes, ya que no contamos con escuelas de arte. En San Pe dro es más difícil aún. Desde aquí, no podría hablar de escena. En general, en estos lugares se tiende a folclorizar todo. Es lo que se espera, claro. Lo que hay es una escena artesanal muy potente, con exponentes de alto nivel. Y, desde otro tipo de con
Serie Afuerinas, Bernardita. Carmen Gloria López
tenidos, el último tiempo se han estado articulando colectivos de jóvenes trabajando desde conflictos cada vez más graves en la zona, como la falta de agua, el extractivismo, los problemas de género. Están organizando conversatorios, performances, muestras gráficas, todas iniciativas independientes y a partir de la necesidad de un empoderamiento ciudadano.
En tu trabajo, hay niveles de reflexión, investigación y experimentación que lo hace contemporáneos sin ser conceptual.
Yo transito por varias disciplinas y cada una la trabajo de manera distinta, abordando los temas que me interesan desde lugares diferentes. Lo que me importa es poder hablar visualmente de una contemporaneidad desde lo rural. Hacer arte no es privilegio de las grandes ciudades, donde todos parecen estar en una carrera loca por abultar sus currículos, cosa que me resulta un poco absurda. Desde este lugar periférico y entierrado, también miramos el mundo y sus complejidades.