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Ancud, entre la resistencia y la tradición Chiloé
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Por Diego Gálvez Reyes Artista visual
Al suroeste del continen- te sudamericano y baña- das por el océano Pacífi- co, se desprenden las numerosas islas de los archipiélagos austra- les. Entre la cordillera de los An- des y el mar abierto, los canales atávicos han sido navegados por pueblos remotos como el chono o williche, interrumpidos por las invasiones europeas que se dejaron caer en toda Abya Yala. La isla grande de Chiloé o futa wapi chilwe, es el primer gran desprendimiento insular por el lado norte de la Patagonia chile- na, seguido hacia el sur por las islas Guaitecas y, más al sur, por los archipiélagos y campos de hielo que se proyectan hacia el fin del mundo. Chiloé, puerta de la Patagonia insular, ha aco- gido una rica vida endémica y nativa, testigo de asentamien- tos, invasiones, resistencias, ge- nerando un nuevo sincretismo cultural que permanece. Desde la cosmovisión originaria hasta las leyendas mestizas, la memo- ria, los conocimientos, tradicio- nes, se enfrentan al poder y fra- gilidad de una naturaleza imponente y contenedora. Pai- sajes de eternos montes, bosques verdes, playas, botes, campos, entre tejidos y curantos, el agua y sol suelen encontrarse en el ar- coiris. Las culturas de las islas habitadas, que son muchas, en- frentan el problema de su pre- servación en armonía. El extrac- tivismo industrial genera contaminación a causa de las salmoneras irresponsables, su- mado a la creciente deforesta- ción, y al complejo tratamiento de residuos que genera gran im- pacto en la comunidad, con consecuencias ecosistémicas. En medio de todo, como entes comunicadores de su territorio, generaciones de artistas plas- man siempre la energía insular.
Casa tomada
A inicios del 2020, Ancud nos recibe luego de cruzar el canal y pueblo de Chacao. Nuestra pri- mera estación es la plaza públi- ca, frente a la cual se emplaza la Casa de la Cultura, recinto to- mado por artistas locales a pro- pósito del estallido social inicia- do en octubre de 2019. Nos encontramos con la cordialidad, la palabra que recibe y guía res- pecto a la casa y sus actividades, exposiciones, talleres, ensayos, tocatas, asambleas ciudadanas, hasta que llegamos a ese cálido rincón que es el taller de serigra- fía. Allí hablamos con Christo- fer León, escritor y serigrafista, quien nos ayuda a seguir la hue- lla gráfica territorial, y de paso nos habla de su propia ruta grá- fica. Entre bastidores, cordeles, estampas y consignas, nos co- menta, “llegué a las artes visua- les mediante la poesía, el oficio
lo aprendí como autodidacta hace como diez años, pero no lo desarrollé hasta que instalamos un taller de serigrafía en la Casa de Artes y Oficios de Ancud. Ese fue un proyecto que amigos y colaboradores levantamos desde la autogestión, en una casa abandonada junto a la cual se ubicaba un hogar de niños, con un prestador de servicios del Sename que se convirtió en un colaborador, y me integré al equipo de trabajo. Teníamos una biblioteca comunitaria, una huerta, hasta taller de bicicletas. El taller de serigrafía estaba en ese contexto, de ofrecer un espacio de trabajo para los niños del hogar. Se hizo urgente profesionalizarlo, así que fue virtuoso encontrarse con artistas generosos que con su arte se dedican profesionalmente a la serigrafía, como Paloma Barra o Andrés de la Cuadra, que me reenseñaron. Luego, en octubre de 2017 la casa se quemó, y después el servicio colaborador no quiso seguir con lo comunitario, así que rescatamos lo que pudimos y el taller
sobrevivió, por suerte no le alcanzó por completo el fuego.” Christofer repasa una época de luz colaborativa y autogestiva no menor, de levantar y mantener espacios gratuitos y comunitarios. La memoria se activa y mientras tanto, la toma, la amenaza del desalojo, mezclada con una visión crítica sobre la administración municipal de este espacio, genera una sensación contradictoria entre habitantes y actores culturales. Desalojo que se haría efectivo meses después, facilitado por la pandemia. “Estuvimos instalados el primer semestre de 2019 en las mingas culturales con este proyecto acá mismo, pero nos fuimos cuando nos obligaban a seguir si pagábamos por hacer el taller, aunque para el público era gratuito. Entonces volvimos ahora que los muchachos se tomaron el espacio, y retomamos el taller y las clases, porque llegaron muchos más participantes que antes. En un momento incluso se transformó en un espacio de brigada de arte calleje
ro.” Así, confirmando sus convicciones, agrega: “la toma de un espacio cultural obliga a poner reset, a replantearse muchas cosas de cómo nos relacionamos en todo sentido. Se ha activado el trueque, la cooperatividad, la donación, la autogestión, al ser muchas las organizaciones sociales que en este espacio dialogan, acuerdan. Y de a poco se va mejorando el espacio, las redes se enriquecen”. Respecto a la gráfica aplicada, el dearrollo de un imaginario visual literal, visceral, colectivo, como forma de comunicación sociabilizante, han levantado un lenguaje propio y significativo. “Sobre la gráfica, sin buscarlo ha decantado en lo que tiene que ver con significar la protesta. Estamos imprimiendo al negro matapacos, el símbolo de los perritos abandonados, que nos convertimos nosotros mismos como ciudadanos de este país que está en crisis. El 70 por ciento de los trabajos acá son de Paloma Barra, quien ha inspirado este taller. Sus trabajos, es cosa de verlos,
hay fauna chilota, trabajos de orientación feminista, o ese que dice “más minga menos salmón”, trabajos que perfectamente están orientados al brigadismo.” A su vez, las estampas realizadas inundan el taller y llaman la atención por su carácter funcional. “La verdad es que estos pañuelitos matapacos, por ejemplo, fueron una idea para generar aporte voluntario, y para la gente conocer la serigrafía, entonces los primeros días de la toma nos pusimos en la plaza pública a imprimir, a recibir aportes, y así funcionó. Así también llegaron alumnos nue
vos. Me gustaba invitar a la gente a estampar serigrafía porque es bonito, tratar de encontrar su propia forma de abordarlo. Acá hay diseños de alumnos, por ejemplo, de un artesano que incorporó la serigrafía a su trabajo, o de ilustradoras como Javiera Cartes, que llegó con su hija a aprender serigrafía para experimentar nuevos soportes. Hizo una estampa autoplegable sobre ecología, lo imprime una vez y lo dobla hasta que queda hecho un librito que enseña a hacer ecoladrillos. Así hay aportes varios. También hay ilustración de Alison Saravia, ilustradora, radicada acá en Ancud hace un par de años. Así este espacio se va nutriendo, o bien de lo itinerante, o bien de personas que están alrededor de oficios que pueden complementar con la serigrafía.” El intercambio insular se expande y activa naturalmente, haciendo circular las historias antes no contadas. “Los talleres que tienen esta orientación se van nutriendo entre si, acá hay muchas estampas que llegan desde el taller Serigrafía Instantánea, desde Santiago, u otros talleres. Nosotros, a su vez, enviamos nuestros trabajos a otros lugares donde hay resistencia callejera, los trabajos vuelan de aquí pa´allá.” Momento en que comienza a sonar una guitarra. El arte perfuma el lugar, también la incertidumbre y la calma.
Varsovia sin fronteras
Radicada desde hace cuatro décadas en Ancud, Varsovia Viveros posee la experiencia de una artista multifacética. La literatura la acompaña desde siempre, la música ha sido una fuente para la creación y docencia, mientras su expresión plástica florece en el trabajo con las arpilleras, que borda desde su conexión con el imaginario chilote. Su historia, iniciada en la capital, donde además estudió Pedagogía en Música, tiene variados matices. “Mi vinculación con el arte y en especial con la literatura, ha sido desde los primeros años, aunque solo en los años setenta, estando en Santiago en los talleres de la Vicaría de la Solidaridad, me atreví a mostrar algo de lo que había escrito. Les gustó y pasé a integrar la Unión de Escritores Jóvenes bajo el alero de la SECH. Después me vine a Chiloé y me entregué a la crianza de mis hijos, a mi labor como profesora.” Haciendo memoria, confiesa que la música generó un puente sensible entre ella y el pueblo chilote. “Sucedió que a la llegada a Chiloé, impactada por el paisaje, la gente y sus costumbres, empecé a hacer canciones de raíz folklórica chilota. Cantando en Peñas y beneficios durante los años de la dictadura, pude de a poco ir cambiando las canciones de Violeta, Silvio y del folklore,
por mis primeras canciones. Gustaron mucho entre la gente del territorio y de a poco comencé a integrar la poesía en las presentaciones donde era invitada.” De esta forma Varsovia sembró su vida en el sur, llena de poesía, creación y color, pues comenzaría a explorar la creación visual. “Durante todos estos años, iba realizando bordados en arpilleras, sin ninguna pretensión y como terapia para escapar de las tribulaciones y engaños de la vida moderna. Sin embargo, se fueron acumulando, y sin darme cuenta tenía suficientes para hacer una exposición. Y así fue que en septiembre de 2019 se presentó mi primera exposición “Refugios del alma”, gracias a la invitación de la Galería Arte Ludo de Ancud.” Expresarse respecto al mundo social, la naturaleza, y la angustia del ser humano, tras recibir a sus veinte años el impacto del golpe militar en Chile, la conecta hoy a los movimientos culturales y sociales contemporáneos. Por ello, Varsovia es arte y parte del debate. “La toma de la casa de la Cultura en Ancud, representa un símbolo, a nivel nacional, de los jóvenes que quieren cambiar las injusticias y la discriminación clasista, que por años ha tenido al pueblo de Chile en un sistema neoliberal que no ha hecho más que acentuar el malestar social de un país que parecía “pujante y desarrollado”, pero que esconde bajo su fachada “democrática” los resabios de la dictadura militar.” Puntualiza que, “en una ciudad pequeña como Ancud, esta toma pacífica ha sido el detonante de una serie de actividades que en forma natural se venían gestando entre los cultores y artistas de la comuna, más de 80 talleres, reuniones de 10 organizaciones participantes, más de 50 eventos autogestionados, exposiciones, lanzamientos de discos, conversatorios, ciclos de cine etc., en donde han asistido en forma rotativa cerca de 500 personas mensuales. Resulta inédita la multiplicidad y cantidad de saberes y encuentros que han tomado lugar en este espacio en este último tiempo en Ancud. El acceso que la comunidad ha tenido a conocimientos de toda índole, sobre medioambiente, política, salud, feminismo, educación cívica, talleres para niños, y todas las artes en general, ha sido sin duda un aporte cultural para esta comuna que forma parte del archipiélago de Chiloé.” Respecto a su futuro en el arte, “lo veo en los libros que quiero publicar, las canciones que quiero dar a conocer y en la entrega que puedo hacer a las nuevas generaciones. Pero mi proyección no la tengo clara, pues para ser consecuente, espero que cambie nuestra sociedad y se restablezcan muchos derechos en nuestro país y en esa marejada, no sé qué me espera.
Carreño, isla gráfica
“Me gusta el trabajo en blanco y negro, soy productor gráfico, hago un diseño y lo puedo tatuar, serigrafiar, pintar, digitalizar, son varias aristas.” En un par de frases, Cristian Carreño vuelca toda su capacidad, y sin duda es un actor principal del pujante arte ancuditano. “Soy de Ancud, nací en Pupelde, al borde de la ciudad, entras por el puente Pudeto a mano izquierda, está al lado del humedal. Después emigré a Osorno, estuve como diez años allá y volví en mi pre adolescencia, hasta que salí del liceo. Luego estuve viviendo en Santiago, quería entrar a la U. de Chile y no me dio el puntaje, busqué nuevos horizontes y emigré hacia Argentina. Estudié Artes en la Universidad Nacional de Córdoba, desde el año 2015.” Así se empieza a develar una historia que encarna realidades tan evidentes como poco difundidas. “Hace tiempo que lo tenia pensado, no había posibilidades de estudiar acá, mucho menos en la isla. Uno siempre tiene que emigrar si quiere seguir estudios superiores, más en el área artística, no hay nada acá, es así de corta, tienes que irte a Puerto Montt u Osorno. La casa de la cultura ofrece talleres, pero faltan espacios donde poder desarrollarse profesionalmente, pasar de la afición a la profesión, por eso emigran muchos talentos de acá de la zona.” Pero inclusive en la lejanía, en medio de su búsqueda incansable, los códigos culturales de su lugar de origen siguieron resonando, pues nos cuenta que “toda mi obra allá en Córdoba circundaba en torno a patrimonio material e inmaterial arquitectónico de Chiloé. Y desde allá postulé al primer concurso nacional de pintura Chiloé en el Arte de Castro, obteniendo el tercer lugar”. Así, fenómenos cruzados alteraron su estadía trasandina, la crisis económica y la inestabilidad lo obligan en cierto modo a regresar, atraído además por el potente imán de la cultura insular. “Llegué en junio 2019 de vuelta a Ancud, a sobrevivir más que nada, hay poco
trabajo en invierno, no hay muchas salidas laborales, en el fondo, la motivación era llegar a sobrevivir. Trabajé en un restaurante, encontré trabajo en un estudio de tatuaje, y de ahí a empezar a hacer redes, porque después de cinco o seis años estando afuera, tienes que volver a mover la maquinita.” Así fue que se conectó con el grupo de artistas que abordaba, ahora, la contingencia chilena, siendo parte de las intervenciones y acciones artísticas en este nuevo escenario, destacando el mural realizado en la Casa de la Cultura de Ancud, retrato de su abue
la tejiendo la bandera negra con la estrella. Hoy, vive del tatuaje casi exclusivamente, en paralelo también realiza pintura mural, de caballete y diversas técnicas, principalmente acrílico y óleo, dibujo con posproducción digi- tal y grabado. “Mezclar lo nuevo y lo viejo, muy chilote, con lo que tengas, con lo que se pueda, siempre hay una forma de hacer algo, si no puedo hacer grabado porque no tengo un tórculo acá y no quisiera hacerlo con cucha- ra, puedo hacer la edición en photoshop y hacer que tenga cierto acabado y hacer distintos originales, distintos colores. Hay siempre alguna forma, y hasta ahora lo que me está gus- tando es el trabajo análogo y la pos producción digital”. Enton- ces surge la pregunta sobre los soportes utilizados, que podrían tener diversos fines, dado el po- tencial técnico y simbólico de su trabajo. “No hay un fin único, la obra puede ser impresa o digital, no tengo obra que termine, que tenga un fin único, más delante puedo necesitarla y le doy una vuelta de tuerca, cuando son obras grandes por ejemplo, pue- des sacar una obra más peque- ña, hacer zoom, y esa es una re- lación totalmente distinta, descontextualizada. Trabajando con el público, puedo imprimir la obra y hacer que la editen, ha- cer como un cadáver exquisito, se puede trabajar.” Respecto a proyecciones, “seguir trabajan-
do con Chiloé, porque es un te- rritorio que está cambiando, me estoy relacionando con hartas personas que han y están influ- yendo en mi proceso creativo, nos vamos conociendo, se van creando nuevos proyectos. Con unos amigos, por ejemplo, que- remos hacer un tórculo chilote, pura madera, salió en una con- versación de la nada, nos dieron los planos de los originales, pero no queremos hacerlo con fierro, queremos hacerlo con madera, se puede hacer. La pareja de mi abuela, por ejemplo, él es car- pintero de ribera, y también hace chicha de manzana, y se crea sus herramientas para ha- cer la chicha, todo con madera, y se pueden adaptar a la mecáni- ca del grabado. El tema de la fauna igual me deja mucho, pero eso ya lo meto más en el tema del tatuaje. El rescate de la antropología arquitectónica, hasta el momento, estoy con eso.”
Geno, imagen del sur
“Puedo afirmar que he vivido siempre en Chiloé. Pero nací en Coyhaique y luego mis padres se radicaron en Ancud. Mi padre nació en la Villa de Chacao y él siempre quiso regresar a su isla.” Rodrigo Muñoz es un referente artístico ancuditano, y es habitual encontrarlo en el espacio público junto a sus libros de fotografía inspirada en el sur de Chile. “Tuve la suerte de quedarme en Chiloé haciendo fotografías, muy tempranamente me interesó el entorno natural, luego su arquitectura y decanté finalmente hacia todo lo atávico y bucólico de esta extraordinaria cultura, mi destino era inevitablemente esta geografía y siento un profundo interés y respeto por este territorio.” Profundamente observador, reflexivo y consciente de su territorio, nos da la posibilidad de ahondar en sus ideas. “Mi trabajo fotográfico documental explora la cotidianidad de quienes viven en el archipiélago, se concentra en cosas comunes, en su belleza y significado. Esta mirada se ha extendido también hacia la Patagonia occidental chilena, en donde desarrollé un proyecto hace algunos años, puntualmente en las riberas del lago General Carrera, en donde la influencia chilota a través de la migración fue muy importante y dejó una impronta cultural gravitante, que se manifiesta claramente hasta el día de hoy.” Su trayectoria es larga y su vocación, absoluta. “Cuando terminé mi educación secundaria ingresé a la Universidad Técnica del Estado, en ese momento conocí a un fotógrafo y comencé a interesarme por este oficio, aprendí con él las nociones básicas y luego del Golpe Militar de 1973 regresé a Ancud. En mi ciudad me hice amigo del reportero gráfico del Diario La Cruz del Sur y comencé mi aprendizaje autodidacta más intenso. Luego vinieron periodos de aprendizaje más académico sobre fotografía, cursos cortos e intensos, Dirección de Fotografía con Héctor Ríos, y especialmente en la Dirección de Bibliotecas Archivos y Museos de Chile, en donde participé en varios talleres y seminarios sobre Conservación de Colecciones Fotográficas Patrimoniales.” ¿Referentes? “Mi referente primero fue Waldo Oyarzún, gran fotógrafo a quién tuve el gusto de conocer; él era chilote pero vivía y trabajaba en Santiago, venía cada cierto tiempo a fotografiar Chiloé, fotografía documental, yo tuve con él conversaciones muy interesante que me orientaron y definieron de alguna manera mis prioridades fotográficas.” Con memoria y presente, proyecta su visión sobre este momento. “Hoy día, como es natural, existen nuevas genera
ciones de artistas y creadores en Chiloé. Lo que resulta muy interesante es que muchos de ellos trabajan desde las tradiciones atávicas y bucólicas, vernáculas, conceptualizando, rescatando y fortaleciendo lo que nos ha caracterizado como cultura insular, reflexionando también sobre la modernidad que no siempre respeta la diversidad cultural, en una sociedad cuya propuesta política y económica trata por todo los medios de globalizar las formas de vida, de homogenizar las culturas. Pienso que esta es una resistencia muy importante y se manifiesta especialmente en la literatura que
se escribe hoy día desde Chiloé, más que en otras manifestacio- nes artísticas que en este senti- do se han quedado un poco atrás, sin mencionar ninguna en especial. Quizá la potencia del movimiento social que experi- mentamos hoy día en todo el país y la grave crisis medio am- biental que vivimos en el archi- piélago, la que se manifiesta en el colapso de nuestros recursos naturales en especial los mari- nos, disminuidos drásticamente por la sobre explotación y por el tremendo impacto negativo de la salmonicultura, la crisis hí- drica, el colapso de los vertede- ros de basura domiciliaria, etc., sean motivos prioritarios de re- flexión para los creadores de nuestro archipiélago.” Hombre tranquilo, Geno comprende que las cosas no se fuerzan, que los ritmos han cambiado, que su fo- tografía es un legado. “Hoy día siento que todo cambia muy rá- pidamente en Chiloé; ya no ten- go esa velocidad de respuesta que tenía antes, me he ido que- dando atrás y con ello mi foto- grafía documental como testi- monio social. El paisaje insular me resulta de alguna manera “desconocido”. Siento que mi trabajo documental ha termina- do, es también una suerte de li- beración de esa responsabilidad autoimpuesta. Ahora he comen- zado a hacer otras fotografías, me divierto igual y más, desde el territorio chilote siempre.”
Moncho Pérez, el escultor
“Me conozco como Moncho Pérez, nada más. Soy chilote, y trabajo la piedra cancagua. En eso me expreso, con eso me gano la vida.” Y no hay visitante, ni turista, ni nadie que se escape de su obra, si pasa por Ancud, en muchos lugares se puede encontrar, además de verle trabajando en los espacios públicos, que es su apuesta. “Afuera me acostumbré a trabajar con público, conversando y trabajando, porque así uno abarca dos cosas altiro, conoce a la gente, vende su producto, y no me gusta estar encerrado en un lugar haciendo una escultura. En mi taller por ejemplo, estoy solo, igual he trabajado solo, pero es más entretenido afuera. A la vez también uno aprovecha de pedir opiniones, depende de la persona. mira, qué te parece, encuentras algún detalle, y va mejorando, y como soy autodidacta, diez años en esto, tengo que pedir opiniones, para ir mejorando, para ir progresando, esa es la idea.” En cuanto al impacto de su producción, tanto para el público como para si mismo, Moncho ha sacado algunos cálculos, “mis esculturas están aquí en Ancud, en la plaza, en la costanera, en muchas casas, y bueno, en Chile, el extranjero, hartos lugares. En diez años trabajando, he calculado a grosso modo, que tengo más menos unas 9.000 figuras hechas, contando las piezas chicas, no sólo figuras grandes, pero entre todo y calculando, hago unas 4 ó 5 de estas piezas al día.” Respecto a la piedra cancagua, nos explica que “hay más artesanos de piedra cancagua, existen, pero en construir otra especie de figuras, como artesanos de calefacción, braseros. La palabra cancagua viene de ahí, no es que la piedra se llame cancagua, es una ceniza volcánica, con sílice, cuarzo, feldespato, calcita. El español cuando llegó acá, cortó el ladrillo para construir sus fortalezas con la piedra cancagua, por el artefacto. Y también está la propiedad de la piedra, que al calentarla, la tomas y aplicas donde hay dolores musculares, porque esto es ceniza volcánica, ayuda muchísimo. Es el aporte de una turista santiaguina, para eso sirve.” Vemos una variedad de figuras y nos comparte algunos conceptos: “Son muchos personajes mitológicos, no todos los he hecho, lo que tengo ahora es el pincoy, estoy haciendo un trauco, y figuras chicas, el lobo chilote, el dedo del invunche, mitología. Hay que tener de todos los tamaños, no todos tienen para llevar una figura grande, por eso hay que tener una variedad.” El dedo del invunche es un total misterio para quien se encuentra con esta historia. “Es el dedo del invunche, personaje mitológico que cuando muere, se reparten su cuerpo los brujos, porque esa carne cura todas las enfermedades, todos los males, entonces yo hago un dedo, y sirve para calentarlo para los dolores de huesos. Entonces no es solo un dedo, sino que entrega una historia, de la mitología y de la piedra. Yo recalco siempre que soy chilote, no soy chileno, soy chilote. Es que desciendo, tatarabuelos, de los primeros españoles ladrones que llegaron acá con la espada y la cruz, así llegaron los antepasados, y hoy trato de enmendar las cagadas que se mandaron, haciendo esto con la piedra cancagua, expresando nuestra mitología, que no es española, es huilliche. De alguna manera, hacer algo distinto con nuestra piedra cancagua.” La cultura chilota, es en sí una mezcla cultural, en donde las raíces locales y extranjeras conviven y permanecen, en la innegable energía insular originaria. “Si, el chilote es el que nació en la isla, o el que quedó aquí porque la isla lo atrajo, ese es un chilote, es distinto, porque tu cruzas el Canal de Chacao, entrando o saliendo de la isla, y vas a sentir una sensación distinta, a eso yo le llamo el “portal de Chacao”. Sobre la posibilidad de viajar por el mundo para mostrar su trabajo, nos responde que “soy muy nuevo en esto, diez años no más, voy a Castro al encuentro de escultores, y el año pasado también asistí. Pero
ir más lejos se me hace pesado, porque me gusta la tranquilidad, y no busco esa fama de desesperado, me basta con que me sienta bien yo y mi gente.” Imposible no conultar por la contingencia cultural de Ancud. “Yo trabajaba hace poco en la Casa de la Cultura de Ancud, se la tomaron, otros artistas, y según ellos estaba mal lo que esta
ba pasando, me retiré porque tengo que comer, yo vivo de esto, entonces tengo que entregar mi trabajo al público, y era difícil que entrara todo el público allá en su momento, así que me vine aquí, al mercado, y me quedo acá, para seguir haciendo lo que me gusta.” Agrega que, “estamos separados, acá se entregan recursos que a mi modo
de ver no tienen significación, se pagan millones porque vino a cantar un grupo del norte, ni siquiera de folclor, y acá habiendo buenos artistas locales, que esa plata mejor se invierta acá, en esa gente, para incentivarlos. No se hace, y eso no está bien, tenemos que potenciar lo nuestro primero, lo que se desarolla acá todo el año.