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es afuera

Jugando a la casita: cuando el adentro, es afuera

En el siguiente escrito voy a compartir algunas reflexiones nacidas del entrecruzamiento de dos dimensiones diferentes. Por una parte, la circunstancia de vivir la pandemia en la provincia de Santiago del Estero, configuró de un modo particular mi practica como profesional de la psicología, cuyo desarrollo se estructuró en dos momentos, el primero con atención online y en un segundo tiempo con atención clínica presencial a niños, niñas y sus familias. En esta dimensión laboral se entrecruzan y retroalimentan mis inquietudes y deseos como madre de niños, cuyas edades oscilan entre los 8 y 10 años, en quienes la rutina estuvo en gran parte ocupada por el juego de manera cotidiana durante éstos casi tres meses de confinamiento. Estos “mundos” presentados como dimensiones, están íntimamente comunicados y me constituyen, lo laboral y lo personal. La realidad en la que Santiago del Estero se encuentra es transitando la fase 5, lo que permitió un pasaje del “aislamiento social preventivo obligatorio” al “distanciamiento social obligatorio”; y “quedarse en casa” como acción de cuidado durante este tiempo requirió diferentes estrategias para hacerle frente sobre todo a los niños y niñas, puesto a que ante la ausencia de sus principales actividades como la escuela u otros espacios de socialización (la casa de amigos, la plaza, la canchita, el club, etc.) hay quienes apelaron al recurso lúdico con lo que disponían a su alcance. ¿Es posible pensar el juego como un acontecimiento? En este sentido, tiempo y espacio se relacionan. Se juega aquí y ahora, en determinadas condiciones en tanto se atiende al lugar, al momento y a la situación en la que el juego ocurre. Las condiciones y las circunstancias en las que el juego surge podría atender a dos variantes, por un lado a las características particulares de cada niño o niña y por el otro las condiciones de vida de cada familia. Es decir, el juego pareciera surgir en tanto se atienden a los recursos psíquicos por un lado, y a las condiciones ambientales por el otro. Durante este tiempo, es recurrente que niños y niñas elijan juegos que permitan “salir de casa” sin salir. Entre esos, jugar a “la casita” construida con sillas, mantas, cartones, palos, sabanas, etc. fue el juego que muchos niños y niñas eligieron para llevar adelante el acto de “salir” de casa, dar un paseo por el hogar y simular un viaje o el trayecto al trabajo, o a la escuela. Es entonces jugando como el niño además de expresar

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su deseo de ser grande, tal como refirió Freud en 1920, tramita angustias y ofrece a su psiquis otro desarrollo y fin para algunas situaciones. Podría decirse que hablar del “afuera” para algunos niños y niñas no está relacionado exclusivamente con el mundo exterior, sino con el juego “como si” saliéramos de casa. El único modo de salir, jugando. Solo que esto es un movimiento psíquico del que no todos los niños y niñas disponen, ya que se trata de poder simular, sustituir, lo que en psicología se conoce “juego como si”, o la capacidad con la que niños y niñas cuentan para “simbolizar”. En este sentido, existen niños y niñas con más dificultades para simbolizar, lo que

imposibilita dicho movimiento. ¿El juego de la casita es la resistencia a un virus que destruye? y no es poco construir en época de una pandemia que arrasó en el mundo e invadió de miedos e incertidumbres a chicos y grandes. ¿Es la casita un refugio? Si así fuera, ¿De qué se refugian los niños y niñas? ¿Sienten acaso más seguridad? ¿Permite la casita los movimientos de “entrada” y salida”? Son algunos de los cuestionamientos que se me ocurren. Crear la casita en ocasiones es también prever ciertos conflictos y sus posibles soluciones. El techo debiera estar sostenido, sillas, sillones o palos que respeten el deseo del pequeño constructor. En el mejor de los casos alguna luz

portátil y un adulto que ayude a darle continuidad a la estructura y acompañe en ocasiones la “capacidad de jugar” con la que el niño o niña cuenta, más que el juego en sí -ésta es una de las ideas que plantea Winnicott en su libro “Realidad y juego”-. Si se me permite, sugeriría que alguna vez se les permita a los niños comer ahí, y ¿porque no dormir? en la realidad que ellos mismos armaron tal vez como un modo de preservarse. Es factible que estas construcciones surjan si existen adultos que habiliten el juego, y no solo eso, que ciertos materiales como telas, hilos, cartones, etc. Estén al alcance y a disposición de los niños y niñas. Todo lo que motive e invite al niño a crear y creer en su juego. Esto se conoce como materiales inestructurados, ya que pueden adquirir la forma y la función que el niño o niña desee. Quizá, sea posible pensar a la casita como refugio simbólico. Del afuera, y en ciertos escenarios domésticos marcados por la hostilidad y la violencia, un

refugio del adentro también. La pandemia se vivió “casa x casa”, y podría decirse que hay familias cuyo equilibrio estaba sostenido por la no convivencia, y compartir 24x7 llevó a “partir el cristal por donde ya estaba delimitado”, como refiere Freud. No es casual observar de un tiempo a esta parte, cada vez más separaciones de padres cuya decisión se hizo efectiva durante la cuarentena. Sobre esto quisiera profundizar en otra ocasión. Desde la perspectiva del adulto, es posible pensar en la potencialidad creativa y la significatividad simbólica de este juego, ya que permite al niño elaborar, enlazar y dominar ciertas situaciones que se viven, por lo general, de forma pasiva. A partir del juego, estas situaciones pueden ser percibidas por el niño de modo activo, por lo que me pregunto, siguiendo a Freud: ¿Que ocurre cuando un niño o niña no juegan? Quisiera enunciar también que entre los juegos virtuales más elegidos por los niños y niñas durante la cuarentena, estuvieron los videojuegos multijugadores Roblox y Minnecraft. Estas plataformas hoy están generando un tipo de interacción entre los chicos que permiten, además de interactuar, crear sus propios mundos virtuales a donde pueden construir casas y equiparlas, asimismo crear sus personajes que pueden entrar y salir de las mismas, y pueden relacionarse en un escenario social virtual. A modo de conclusión, lo que a simple vista se presenta como “jugar a la casita”, bien mirado, involucra múltiples funciones y diferentes procesos del intelecto que incluyen a la capacidad creadora y creativa, habilidades motoras. En esta situación, los niños y niñas ponen a andar sus realidades y sus fantasías. Planifican, definen el que y el cómo y a partir de eso construyen. Atienden a disposiciones espaciales y corporales, consideran el peso, la fuerza y el tamaño. Esto posibilita anticipar y demanda de la capacidad con la que el niño cuenta por un lado, para la resolución de conflictos y por el otro para tolerar la frustración cuando las cosas no salen como desea. Sin ánimo de cerrar la lista, esta son solo algunas de las tantas aptitudes posibles que se desarrollan jugando a la casita.

Lic. Candela Chávez MP: 675 Psicología clínica Niñas, niños y adolescentes

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