Literatura para llevar
Foto de portada Mike Mitchell
(sumario Director Daniel Centeno Maldonado Subdirector Daniel Ríos Lopera Editora Alejandra Silva Lomelí, Beneficiaria del Programa de Becas para Estudios en el Extranjero, FONCA-CONACYT 2011
Asesores editoriales José Garza/ Enrique Cortazar Consultor en poesía Agustín Abreu Cornelio Diseño y concepto gráfico Miriam Luque Artista invitado José Luis Cuevas (museojoseluiscuevas.com.mx) Fotógrafo invitado Mike Mitchell (mikemitchell.us) Colaboradoras Daniela Camacho / Adriana Romero Puche/ Lourdes Cárdenas Comité de lectores José Maldonado /Marco Pena / David Rodríguez / Marcela Conambre / Ari Goldstein/ David Lopera
Coroto es una revista literaria, asentada en El Paso, Texas, que tiene como finalidad promover las mejores firmas del panorama iberoamericano y las traducciones al castellano de autores de otras lenguas. Está hecha para los entusiastas de las letras en español dentro y fuera de los Estados Unidos. Es una publicación que aprovecha su carácter fronterizo como punto de partida de expansión literaria. Ninguno de los trabajos publicados podrán ser reproducidos total o parcialmente, ni registrados o transmitidos por un sistema de recuperación de información, ni en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia o cualquier otro, sin el previo permiso de su autor. Los temas, mensajes, ideas u otro que se expresen en los trabajos publicados constituyen los puntos de vista de sus autores. Coroto no se hace responsable por los mensajes vertidos, ni representan necesariamente las opiniones de la publicación. Coroto fue impresa gracias al apoyo de la Universidad Autónoma de Nuevo León. Para más detalles puede dirigirse a nuestra página web: www. revistacoroto.com o escribirnos a: redaccion@revistacoroto.com
ISSN 2166-9368 1221 Prospect Street. El Paso, TX. 79902 USA
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{editorial Esto no es un disco, tampoco un casete, menos aún un CD. Pero se parece peligrosamente a todos. Aquí hay letras y música, letras sobre música, y músicas atrapadas entre letras. Este Coroto es todo un concierto. De los de primera fila, con alta fidelidad, juegos de luces y un cartel de lujo digno de festivales. ¿Qué no? Revise el catálogo con calma otra vez: Antonio Ungar, Élmer Mendoza, Elisa Lerner, Hugo Mujica, Jorge Herralde, Margo Glantz, Diego Enrique Osorno, Silvia Alcalá, Carlos Fonseca Suárez, Luis García Montero y Evelio Rosero. Imagíneselos a todos en un disco con carátula y otras artes del maestro José Luis Cuevas. Nada de esto es mentira. Abra este cancionero y vaya al dossier. Todas las claves están allí. Se hallan diseminadas desde las fotos que un jovencísimo Mike Mitchell les tomó a los Beatles en su primera visita a Estados Unidos, pasando por las palabras siempre devotas de su amigo David Smith-Soto; hasta el remolino de una ristra de nombres en plan Fania All Star: Federico Vegas, Juan Carlos Ramírez-Pimienta, Darío Jaramillo Agudelo, Wendy Guerra, José Osvaldo Dalonso, Manuel Iris, Floriano Martins, Hernán Lara Zavala, Leopoldo Tablante, Jaime Almeida, Rodrigo Blanco Calderón, Carlos Gardel, Alfredo Le Pera, Rafael Escalona, Los Amigos Invisibles y en el paredón de la entrevista: Paul Harding. Sepa por qué el narcocorrido nació en El Paso; acompañe a Freddie Mercury en una noche de copas por Caracas; recítele a Chavela Vargas con un caballito de tequila en la mano; comprenda por qué El día que me quieras es un tango que nos hace sentir como campeones… En fin, silbe, tararee, cante, y algo muy importante: no se le olvide que tiene en sus manos un corotico que echa música.
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FICCIÓN el mentidero Novela Antonio Ungar blanco: fragmento de una novela Novela Evelio Rosero la carroza de Bolívar
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COROTOTECA Testimonio Élmer Mendoza espejo roto Testimonio Elisa Lerner conversación casual con Leonardo Ruiz Pineda Testimonio Jorge Herralde Pitol, andaluz Ensayo Margo Glantz las autobiografías de George Perec
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POESÍA a puro verso Hugo Mujica aliento/hace apenas días Luis García Montero la poesía sólo existe como una forma de orgullo/ la tolerancia no sirve para comprender el beso del extranjero
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DOSSIER letra & música Sobre el fotógrafo David Smith-Soto las fotos de los Beatles de Mike Mitchell: 50 años de una amistad 42 Cuento Federico Vegas Mercurio 46 Ensayo Juan Carlos Ramírez-Pimienta Ciudad Juárez y El Paso en la arqueología del narcocorrido 58 Poesía Darío Jaramillo Agudelo Chavela Vargas 68 Poesía Wendy Guerra orquesta pobre 71 Ensayo José Osvaldo Dalonso el día que me quieras 72 Canción Carlos Gardel/Alfredo Le Pera el día que me quieras 77 Entrevista Coroto Paul Harding: oro en la hojalata 80 Poesía Manuel Iris angel eyes 94 Poesía Floriano Martins hermeto pascoal 96 Cuento Hernán Lara-Zavala música para dos hermanos 98 Ensayo Leopoldo Tablante ambiciones e instintos del mambo 104 Ensayo Jaime Almeida Moncayo, un siglo de orgullo 108 Canción Los Amigos Invisibles playa azul 112 Canción Rafael Escalona la custodia de Badillo 113 Cuento Rodrigo Blanco Calderón flamingo 116 CRÓNICA la pura verdad Diego Enrique Osorno Melchor en Chiapas
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RESEÑAS Silvia Alcalá el cuerpo en que nací Carlos Fonseca Suárez yo siempre regreso a los pezones y al punto 7 del Tractatus
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ARTISTAS INVITADOS DIOS LES PAGUE
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Autorretrato en la calle con el amor Beatriz del Carmen. JosĂŠ Luis Cuevas.
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Mi amada Beatriz del Carmen JosĂŠ Luis Cuevas
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[el mentidero]
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blanco: fragmento de una novela Antonio Ungar *
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Domingo
novela
Existen, en la bahía de los cerdos. Son más de veinte. El viejo tenía razón: siete familias. Duermen desnudos, a plena luz del día, alrededor de una hoguera que han hecho con las puertas y los muebles y las alfombras del hotel. Desde aquí parecen fáciles. Deben creerse los últimos; son europeos. Hay varios niños tostados por el sol. Están sucios y cortados. Pero no son los últimos. Nosotros también existimos (nosotros sabemos para qué existimos) y mañana, antes de que salga el sol, habremos bajado hasta su fogata para darles caza.
ANTONIO UNGAR (Bogotá, Colombia,1974). Ha vivido en México, Inglaterra, España y Palestina-Israel. Ha escrito los libros de cuentos Trece circos comunes y De ciertos animales, y las novelas Zanahorias voladoras y Las orejas del lobo, finalista al mejor libro extranjero publicado en Francia en 2008. Su más reciente novela, Tres ataúdes blancos, recibió en 2011 el Premio Herralde de Novela. La presente obra inédita, la cual aún no tiene título, la cedió a Coroto sin ningún tipo de reparo. [ficción]
No pisaremos el barro seco cuando el sol se esconda. Sabremos esperar. La palabra vendrá después. Vibrando en lo más oscuro. Iluminando nuestra carne, despertándonos. Sobre el rugido intermitente del mar levantaremos las cabezas. De nosotros uno solo gritará. No habrá viento. Si no responden (y no responderán), si no entienden (y no entenderán), si para cuando esperemos no se han levantado todos esos hombres blancos –si no caminan con nosotros hacia el norte, en silencio, vivos– llegado el amanecer les habremos dado caza.
El viejo se me acerca con sus olores. Mira su vara. Dice, ladeando la cabeza, que los que duermen, los expuestos, son turistas e hijos de turistas. Parpadea, mirando su vara. Quedaron atrapados en las laderas con la primera inundación. No tuvieron que enfrentarse a las erupciones de las cordilleras ni a las lluvias de ceniza ni a los incendios ni a los ejércitos de enloquecidos ni a los mochacabezas ni a las enfermedades nuevas ni a las primeras plagas. Piscinas inflables. Culebras, al principio, tal vez.
9 blanco: fragmento de una novela Antonio Ungar
El mar solamente llegó, los encerró contra las rocas de las pendientes y ahí se quedaron, aislados, vagando entre hoteles y casas abandonadas, ignorantes, sobreviviendo nada más. Sonrientes turistas blancos que ya no se ríen. Ahí están sus hijos. El viejo los señala con el índice, El viejo escupe. El viejo estirando un brazo, tendido en su piehuele mal. Gordos dra, concentrado ahora en las uñas neturistas. Y sus hijos. gras de sus pies. El viejo escupe. El viejo huele mal. Gordos turistas. Y sus hijos. Y los hijos de esos hijos, » Y los hijos de esos hijos, a veces. a veces. [ficción]
También es jueves Hay dos campamentos en la distancia, en la llanura, al otro lado de los troncos carbonizados y la avalancha seca. La acción será breve. Nadie los puede contar porque nadie los ve, pero sí los ha visto, nítidos, el que escucha la palabra: los hemos visto todos. La acción será breve. Nos servirán sus brazos fuertes y sus largas piernas en movimiento. Para seguir vivos, para caminar hasta el final, que es uno solo, detrás del que escucha la palabra y todo lo ve. El ruido de sus pasos, las plantas de sus pies quebrando costras de ceniza seca, el retumbar de su peso, su respiración con las nuestras, todo su silencio.
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O no querrán oír. Y entonces no servirán. La acción será breve, igual. Cuando acabe podremos sentarnos en las rocas y agachar las cabezas y ver las gotas de sudor cayendo en la ceniza, haciendo pequeñas bolitas. Podremos respirar. Salaremos su carne y la de sus mujeres, la de sus hijos. Pesará sobre el lomo de las bestias. Apenas la probaremos. Veremos solamente la luz. La luz. No podremos dejar de verla. La luz secará nuestras lágrimas y el viento arrastrará la sal que quede de nuestras lágrimas, pero no habrá nada de eso. Espera nada más, un grito solitario. Nuestros cuerpos lanzados rompiendo el silencio. Y la carne necesaria, camino al norte, al final.
Es viernes Gritaban como si nunca hubieran peleado. Corrían entre las ruinas de los galpones. Chillaban, se caían solos. A los últimos los alcanzamos en una de las terrazas, entre metales oxidados. Bajando por la escalera yo fui el primero en oírla. Era un maullido continuo, agudo, como el de los gatos de los acantilados. Detrás de una puerta metálica, junto a una caneca vacía y roja, estaba la [ficción]
niña: acurrucada, desnuda, con la ca- Detrás de una puerta beza entre las piernas. Me disponía a metálica, junto a liberarla cuando el bizco me puso una una caneca vacía y de sus manazas en el pecho, atravesó roja, estaba la niña: su cara entre nosotros y la alzó. Lo miré. Él me miró de vuelta con acurrucada, desnuda, su único ojo amarillo, de arriba abajo. con la cabeza entre Sonrió antes de alejarse escaleras aba- las piernas. jo. Después acabamos con los otros gritos. Gritos de turistas blancos, de perdidos turistas blancos. Hicimos silencio en el bosque de las estacas incendiadas, ahora es de noche y la niña duerme. Se ven todas las estrellas; nuestro fuego crepita como alentado por la palabra. He perdonado al bizco, lo he entregado a la palabra. Me ha dicho que lo hiciera el que guía, el que puede escuchar, en mi cabe11 za, sin decírmelo. El ojo amarillo del bizco riéndose de mí, de mis ropas, doliendo en los huesos, ha desaparecido, se ha fundido en blanco: fragmento de una novela la luz que nos espera. Ahora puedo dormir. Sentado al otro lado Antonio Ungar de la hoguera, con la niña durmiendo a sus pies, él está cansado, sucio, untado de barro y sangre. De vez en cuando aguza el oído, como si otro hombre blanco pudiera salir gritando de las ruinas, del más allá.
Y es martes Es el ruido del mar, enfurecido, meciéndose al ritmo de la palabra, recordándonos quiénes somos y por qué estamos aquí todavía. La niña me mira con sus ojos de gato de los acantilados, como si yo hubiera matado a su padre. No sé qué hace ella aquí, viva, entre nosotros, como un pequeño gato a punto de atacar. Ya me lo dirá la palabra: por qué la niña-gato y por qué el bizco metiéndose entre mí y su cuerpo, y por qué yo preguntándome por qué. Debemos llevar con nosotros una niña. Una niña como esa, gata de huesos y uñas; debemos hacerla nuestra y llevarla hasta el [ficción]
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refugio de los meandros y hasta las llanuras ardientes y hasta el último callejón, al final. Es la palabra y ya ha sucedido: así será. Veo el lomo sucio del bizco, los músculos de su espalda. Imagino la niña acurrucada entre sus brazos y agradezco la sagrada palabra por darme un compañero así para los últimos días.
Jueves Días iguales, un sol que no nos deja ver el camino y el camino serpenteando entre los acantilados en donde vivieron las cabras y las grullas antes de ser comidas por la niña y por su familia. Abajo existe el mar. Negro, vibrante, haciéndonos creer que ya no crecerá más, que dejará de subir, que no vendrán los días en que se trague otra vez bosques y montañas y cuerpos. Acampamos en las piedras más amplias. Los niños husmean a la recién llegada, la adornan con flores de ceniza. Las mujeres mayores quisieran pei12 nar sus cabellos quemados. novela El bizco sigue sin hablar; solamente mira las estrellas, mira el mar negro, escribe con una piedrita quemada en esas hojas que se guarda en el pantalón. No me pongo delante de su ojo amarillo. Puede mirarme, haciendo arder los rasguños, riéndose en su único ojo amarillo. No me pongo delante. La palabra me ha liberado y así seguiré: dejándome, desAbajo existe el mar. apareciendo, no siendo más que nada, por la manada hasta el últiNegro, vibrante, arrastrado mo refugio y más allá. haciéndonos creer que Vamos al norte, pero es como si ya no crecerá más, no fuéramos a ningún lado. Los riscos que dejará de subir, que sobre los que se derrama el bosque, no vendrán los días en los riscos verticales a punto de hunen el mar para ser tragados, son que se trague otra vez dirse siempre iguales. Iguales como cuanbosques y montañas y do había pesadillas: miles de pasos y cuerpos. un día tras otro, aunque ya debería[ficción]
mos haber salido de aquí, aunque ya empiece a sentirse el frío y nuestras cabezas quieran pensar. Lo ha prometido la palabra, deberíamos haber entrado hace tiempo en las tierras bajas. La palabra conoce nuestras dudas y nos ve sufrir y nos ve sudar. No hay más que callarse. La carne puede durar todavía dos semanas o más. Ayer dos viejas decidieron untarla de hierbas y cocinarla despacio entre las cenizas del fuego, cubierta de raíces. No entiendo. El que guía se ha sentado, muy lejos, solo, de espaldas a todos, con las piernas cruzadas en el suelo, del otro lado de las nubes de polvo y ceniza que arrastra el viento. El que guía puede oírlo todo. Los demás callamos. Hasta los niños miran el mar o se miran los pies o no miran nada mientras esperan a que su cuerpo descanse. El bizco tiene a la niña metida en un saco; la abraza, sobre el saco, tendido en el barro duro, mirando las huellas pero con otra mirada, distinta a la nuestra: como si no pudiera oír la palabra. Como si fueran los otros tiempos y la revelación nunca hubiera llegado: como si sus padres y sus hijos estuvieran vivos, como si fuéramos hombres todavía y solamente eso. Por la noche, una de las viejas se acerca a mi piedra. Ya pasó el tiempo de lamerla y ser lamido, el tiempo de los espíritus de gatos monteses metiéndose en nuestros cuerpos para lavarnos y abrirnos. Somos sólo palabra. La vieja pone un trozo de carne a mis pies y se larga. Intento recordarla pero no puedo. La luz está tomándoselo todo. El último campamento y el anterior se acercan. La luz, total, blanca, hace que ahora todos desaparezcan. También el bizco, también la niña.
13 blanco: fragmento de una novela Antonio Ungar
Viernes El viejo maloliente murió en los primeros ascensos. Ya es luz también, blanca y total. Sé que la penetré despacio, a esa vieja que me ha dejado la carne. Sé que la penetré como si alguien nos mirara, y apenas lo sé, la luz se la lleva y desaparecemos los dos también. [ficción]
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Lo dice la palabra: nos esperan los días peores, un solo día largo cuyo fin no podremos ver. Desaparecerán casi todos, se fundirán en la palabra.
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El que guía me cierra los ojos, sin decirlo, desde su nube de polvo. Lo que veo, detrás de los ojos cerrados, es gris, casi blanco, la luz llenando también eso, y solamente puedo oír la palabra, traída por el que guía, entre sus manos, antes de desaparecer. Blanco. Solamente hay la palabra esa noche y al día siguiente y al siguiente y después no puedo saber cuándo es un día y cuándo otro porque todo se convierte en luz blanca, en nubes de polvo, en el ritmo de nuestros talones sobre la tierra, en la respiración de mi cuerpo. La palabra, nada más. Cortamos camino por las llanuras devastadas, buscando el penúltimo campamento más allá de los farallones al norte, después de la última bahía, mecidos en el ritmo de nuestros talones sobre la tierra. Tendremos que salir de los riscos. Lo dice la palabra: nos esperan los días peores, un solo día largo cuyo fin no podremos ver. Desaparecerán casi todos, se fundirán en la palabra. Dejaremos sus cuerpos a la vera del camino. Antes de que dejen de vernos ya habrán desaparecido, fundidos en la luz. Lo dice la palabra, en la boca cerrada del que la escucha y nos guía. Así lo dice la palabra y así es. Ya sucedió antes; sólo esperamos a que llegue.
Viernes Perdido en la niebla blanca, con los dedos de las dos manos apretando el lazo, siguiendo la fila india por el sendero que sólo el que guía ve (que sólo el que guía imagina), puedo de repente pensar. Tiemblo de miedo. En la oscuridad la niña gata nos mira, eso pienso. Ella y otros gatos más que han sobrevivido a las inundaciones. El bizco está vivo y no escucha la palabra; todos reclaman nuestra sangre. El que camina delante de mí se detiene porque también se ha detenido el de más adelante y el de después y así todos hasta el pri[ficción]
mero, el que guía, que está quieto y bloquea el camino. Sé que viene hacia mí un instante antes de olerlo, de sentir su mano sobre mi cabeza. No puedo más que arrodillarme, bajar la cara, sentir cómo mi cuerpo no responde cuando esa luz en su mano me somete. Desaparece mi cabeza en la niebla. Desaparezco entero: el que puede oír me levanta, sin tocarme, y con sus dos manos reales toma mi cara y la lleva hacia la suya para besarme en la frente que ya no está.
15 blanco: fragmento de una novela Antonio Ungar
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espejo roto Élmer Mendoza *
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testimonio
orges dijo que un libro no se termina: se abandona. Pero él no escribía novelas. Resulta imposible abandonar una novela; la relación con una historia imaginada es una atadura total: nudo marinero. La única manera de salir de ella es terminándola, si no, es un lastre y se trae en la memoria como le ocurre a ese personaje de Fred Vargas que le trozaron un brazo de un disparo cuando sentía comezón y jamás se le quitó la comezón. Un escritor que publica una novela sin terminarla vivirá enfermo el resto de su vida, porque escribir una novela es traerla en el pensamiento y en el cuerpo; es recuerdo y anticipación; es sensación, percepción, decisión y un misterio tan profundo como el bosón de Higgs. Quizá más, porque al parecer, a éste ya le encontraron solución, y las
ÉLMER MENDOZA (Culiacán, México, 1949). Es miembro de El Colegio de Sinaloa, correspondiente de la Academia Mexicana de la Lengua y del Sistema Nacional de Creadores. El amante de Janis Joplin mereció el Premio Nacional de Literatura José Fuentes Mares en 2002, y Balas de plata el tercer Premio Tusquets de novela en 2007. Parte de su obra ha sido traducida al ruso, alemán, francés, italiano, portugués, griego, inglés y belga, y está en librerías. Además de su quehacer académico, le apasiona dar cursos de escritura de novela y promocionar la lectura. [corototeca]
novelas, desde Homero, siguen provocando idéntica paranoia si no se publican completas. Cuando has enviado un original a tu editora y dos semanas después ella te llama para iniciar el proceso de corrección, es como mirarse en un espejo roto. Un espejo que se acaba de romper. Tenías desarrollado un cuerpo narrativo; pensabas que era perfecto e imprescindible. Fue lo que enviaste, y ahora resulta que tiene inquietantes puntos oscuros, graves defectos que incluso pueden ser pústulas. Una novela es un mecanismo perfecto, y a ésta la encuentran descuadrada, con pérdidas de ritmo de lugares insospechados y personajes incompletos; además, la propuesta narrativa no funciona. Es cuando llegan las horas que faltan. Cuando comprendes la soledad en las cartas de Joyce a Nora y el alcoholismo de Rulfo, de Bryce Echenique o de Hammett, las adicciones de Burroughs, la malditez de Lord Byron y Rimbaud. También entiendes que si quieres tener un castillo como Walter Scott o Patricia Highsmith, o casas en dos o tres países como Fuentes o Vargas Llosa, tienes que reconocer tu debilidad y escuchar el llamado de esa voz tremendamente crítica de tu lectora más pura y comprometida, es decir: la editora.
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Resulta imposible abandonar una novela; la relación con una historia imaginada es una atadura total: nudo marinero. Claro, la idea de desarrollar una estética representativa de tu tiempo requiere reflexiones y prácticas todos los días: llueva, truene o relampaguee. Tener una lectora que no miente y sin intenciones extraliterarias es una fortuna; yo, además, tengo a Leonor, mi esposa, que jamás me da tregua y que no pocas veces quisiera llevarla a visitar a sus padres y dejarla allí. Durante veintiún días estuve escuchando, explicando, discutiendo, imponiendo, admitiendo, aprendiendo con Verónica Flores, mi editora en Tusquets México. Le he pedido que sea implacable, que me ayude a escribir obras maestras, y se lo ha to[corototeca]
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mado en serio. Gulp. No me va mejor cuando se incorpora Juan Cerezo, el editor de Barcelona que trabaja como si se jugara la vida en cada libro que publica. A veces los consejos de ambos los asumo como auténticas penitencias, pero con los meses puedo sentir que en realidad son mecanismos con los que me acerco a mis sueños de narrador. Desde luego que soy ingenuo y pretencioso. Si no lo fuera, no podría pensar en grande, sobre todo porque soy de un país donde la mayoría se empeña en pensar las grandes cosas en pequeño y en sentirse derrotados antes de competir. Soy un profesional no por lo que gano, sino por la perfección con que intento escribir mis libros, mis cuentos y artículos.
Ser novelista es apostar al trabajo prolongado; es flotar en la incertidumbre sin hacer el menor ruido para no despertarla; es ubicar el centro de la nada.
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¿Qué literatura quiero hacer? Una literatura que muestre ocultando, que toque el sentido crítico del lector y lo haga percibirse único porque tiene la certeza de estar participando en una experiencia significativa y única. Pretendo que su emoción la experimente a partir del lenguaje, del tema y del estilo con que consigo atraparlo. Todo eso me ayuda a definir mi editora, que según es su obligación; sin embargo, se requiere algo más que experiencia profesional para ayudarme a lograr lo que quiero. Se requiere comprender mi pasión por el hallazgo narrativo y desde luego, compartirla. Una novela es un ser vivo que consume de todo. Cuando corregimos en 1998 y 1999 mi primera novela, Un asesino solitario, quedé sorprendido por la cantidad de puntos en que tuve que trabajar para arreglarla. Tenía tantos defectos, que no dejo de experimentar cierto terror con sólo pensar en que se hubiera publicado con ellos. Ahora, con ésta que les cuento, la tercera de la saga del Zurdo Mendieta, lo asumo con profesionalismo, con la certeza de que nada ocurre por milagro y de que las casua-
lidades son mínimas y no siempre se notan. Ser novelista es apostar al trabajo prolongado; es flotar en la incertidumbre sin hacer el menor ruido para no despertarla; es ubicar el centro de la nada. En fin, ser novelista es como elegir la única sandía del universo sabiendo que todo lo que sabes puede fallar. Si tomas el toro por los cuernos, como aconseja mi maestro Fernando del Paso, podrás sobreponerte durante los años en que las jornadas de trabajo son cotidianas. Las primeras correcciones las hice en Culiacán, en casa; esas en que la solución es eliminar un capítulo, rehacer catorce párrafos, o reescribir la página 86. Luego envié nombres y números telefónicos de hoteles a los que me llamaban, porque nos fuimos de vacaciones. Respondí de Phoenix, Newport, Los Ángeles, Hermosillo, Álamos y un par de veces de nuestra camioneta. Comer, beber, caminar, comprar libros y ropa fueron aderezados con las intensas sesiones de trabajo en las que además pude ver la portada y los textos que la acompañarán. Todas las tardes celebrábamos con vino de California del que hay más de tres mil marcas. Todas las mañanas, en el restaurante del hotel, intentábamos definir mis señas de identidad, mientras en la mesa de al lado Russell Brand desayunaba una ensalada de frutas dulces, y Joe Perry bebía una cerveza con escarcha. El novelista es el único creador que domestica a sus fantasmas, a sus demonios y las musas se matan por hacer su cama. Por eso, en cada nueva obra los releva. Más que quince minutos de fama, le interesan quince minutos de locura en que conversa con los muertos y con los no nacidos. El novelista es el monstruo de la historia, el infeliz que ve la olla en el extremo del arcoíris o la bailarina que llegó del espacio. Es un creador capaz de atestiguar contra sí mismo. Esto que parece tan poético, cuesta un huevo. Si no lo creen, pregunten a la primera persona que sea novelista que encuentren, y me la saludan. Adiós. [corototeca]
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conversación casual con Leonardo Ruiz Pineda Elisa Lerner *
Para Héctor Rodríguez Bauza por su pedido para que recogiera esta historia
22 testimonio
udo ocurrir en el último trimestre de 1950 o en alguno de los primeros meses de 1951. Una tarde noche a la que fue ilusionada adolescente, la recuerdo en el apartamento de mi hermana Ruth. No atino a saber cómo estaba allí a esas horas, en visita solitaria, sin la compañía de mi madre, de mi padre o de ambos. ¿Llegué allí por mi cuenta? ¿De qué manera fui devuelta a mi casa? Ya no lo sabré. La memoria no guarda todos los botones de su delicado traje. Mi hermana, apenas con dos años de casada, meses antes había dejado una acogedora quintita de la Avenida del Pinar de El Paraíso flanqueada en la esquina por un cine para, inopinadamente, mudarse a Las Mercedes. Esta nueva urbanización,
ELISA LERNER (Valencia, Venezuela). Es una de las voces más importantes de la literatura de su país, principalmente por su teatro, entre cuyas obras mayores se encuentran En el vasto silencio de Manhattan y Vida con mamá. Sus ensayos, cargados de ironía, inteligencia y una precisión difícil de imitar, están recogidos en Una sonrisa detrás de la metáfora, Yo amo a Columbo, En el entretanto y Crónicas ginecológicas. Su única novela hasta la fecha, De muerte lenta, ha sido celebrada por la crítica, al igual que su volumen de cuentos Homenaje a la estrella. Recibió el Premio Nacional de Literatura de su país en el año 2000. [corototeca]
casi toda poblada de pequeños edificios de pocos pisos, y donde el césped era una sonrisa verde iluminada por los días. El ingreso a cada apartamento contaba con la privacidad de una puerta individual. Una vez dentro, atravesábamos una escalera con pasamano de madera blanca; al final de la misma se tenía acceso a una segunda puerta de entrada. La definitiva. Muy linda la flamante residencia. Pero mucho más chica que la otra en El Pinar, a la que era difícil decirle adiós. La música discreta de sus árboles, de El Paraíso propiamente, había sido paisaje para vueltas habituales durante la infancia y la adolescencia. En el recibo, no muy grande, del nuevo apartamento, me encontré con alguien de visita. Quizá llegó después o estaba antes. Pese a las dimensiones limitadas de la salita, el nuevo visitante siempre permanece en el recuerdo, sentado frente a mí, como ante una cámara inmutable. Siempre en prudente lejanía, sin moverse ni un ápice del asiento, centrado como en una gimnasia de ensimismamiento físico. Mi hermana debió hacer las presentaciones del caso en desmañada o presurosa cortesía. Los muy jóvenes siempre hemos mantenido la queja de que hay que esperar demasiado para ser introducidos en el mundo. Logré escuchar: “Alfredo Natera”, un nombre que no me dijo nada. Mi hermana, raro en ella, iba y venía aparentemente sin destino.
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Pese a las dimensiones limitadas de la salita, el nuevo visitante siempre permanece en el recuerdo, sentado frente a mí, como ante una cámara inmutable. Daría comienzo a un amago de conversación. Ante mi natural curiosidad, Alfredo Natera dijo que era vendedor de carros. “¿Vendedor de carros?” dije a mi vez con decepción y petulancia juveniles. Al unísono de una conversación que se me antojaba lenta por parte del hasta entonces ignorado amigo de mi hermana, en capítulo paralelo, por la escalera del nítido pasamano de madera blanca, muy rápidos bajaban y subían unos hombres fornidos. [corototeca]
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No recuerdo cuántos. No reparé mucho en ellos, ni me pregunté qué hacían esos extraños sujetos en semejante trajín. Yo estaba centrada en mostrar mi rabia, sapiencia y sarcasmo ante la ingente pérdida de tiempo que significaba mantener un diálogo con un vendedor de carros. Ni más ni menos, representante despreciable de “La ciudad del lucro”, título de un cuento muy sarcástico que escribiría un par de años después y daría a conocer a Ramón Velázquez durante uno de los raros intervalos de libertad de que gozó en esa época, y a mi profesor de Procesal Civil, Humberto Cuenca, ducho en temas de crítica literaria. A este último, pensando tontamente que era forma de atenuar, quién sabe, flaquezas de estudiante. Lo escrito en “La ciudad del lucro”, a mi juicio,
El señor Alfredo Natera permaneció inalterable y sereno, cobijado sin chistar a la fidelidad de su asiento.
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representaba el pragmatismo sin alma del pérezjimenismo. Sus cuartillas, al paso del tiempo, se me irían de las manos como esos amoríos o preferencias de juventud intensas pero breves. El señor Alfredo Natera permaneció inalterable y sereno, cobijado sin chistar a la fidelidad de su asiento. Aparentemente toda su atención la tenía volcada en la ansiosa adolescente con no confesadas ambiciones de escritora que tenía frente a sí. Semejaba no hacer caso del trasiego de los hombres en la escalera, ni ellos de él. En mis deseos por apabullar al vendedor de carros con mi brillantez y mis lecturas del momento, no me apercibí que mi hermana había desaparecido por un término –acaso demasiado largo– de escena, y que mi cuñado por ningún momento había asomado la nariz. ¿Cuánto tiempo había pasado o se me ocurrió pudo transcurrir? Al mismo tiempo, algo comenzó a apabullarme internamente. No lo di a conocer; no me di por aludida respecto a la paciencia muy grande que se desprendía del otro visitante. De seguro, algo que tiene que ver con la callada cordialidad de los afectos, la perseverancia y la fe en el destino de los seres, la dádiva de
una atención profunda hacia los que aún estábamos en edad trémula de pronta juventud. Y en este hombre –más tarde lo supe–, que se debía a la modestia sangrante de una lucha sin cuartel, sorprendí incluso un discretísimo sentido del humor hacia la que le pareció, inútilmente, pretenciosa. Ay, muy a su pesar, flor aún de invernadero familiar que sólo quería gastar lo que creía su probable ingenio con intelectuales famosísimos como Arthur Miller. No con un alguien sin imaginación, que así habrían de ser la mayoría de los vendedores de carros. Durante este diálogo dictado por un horóscopo travieso, es posible, hubiera hecho mención de La náusea de Sartre o de El lobo estepario. No tardé en caer en cuenta que Alfredo Natera, como suele decirse, era un hombre leído y escribido. “¡Qué cosa tan verdaderamente extraña que un vendedor de carros sea de tan buenas lecturas!” debo haber dicho con un tonillo de sarcasmo para no darme por vencida. Mas en lo íntimo de mí misma gratamente sorprendida. Una era fervorosa lectora de El nacional de Miguel Otero Silva. Pero, en mi lista de novelas, creo que no había mencionado ningún libro venezolano. Alfredo Natera dejó caer en suave convencimiento la belleza de Cumboto, de Ramón Díaz Sánchez. Pocos días después llegó mi hermana a nuestra casa en los altos San Bernardino (en los años siguientes frecuentada por enemigos a muerte de la dictadura y en la mira constante de la Seguridad Nacional) hecha una furia: “Alfredo Natera dice que debes cambiar. Pésima combinación los muchos libros y la pizca de humanidad; nos ha hecho pasar una vergüenza enorme; nos has llenado de pena. Voy a hablar seriamente con nuestros padres. Se ha errado con tu educación. Eso hay que enmendarlo”. “¿Quién es Alfredo Natera para opinar sobre mí y mi educación? ¡Qué locura! ¿Van a poner mi destino, mi formación en manos de un vendedor de carros?”. Tan acérrima discusión se desarrolló durante un par de meses. Hubo casi una reunión de familia. A los dieciocho fue de una amarga primavera para mí. El resto [corototeca]
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de la vida estaba decidida a aborrecer del comerciante metido a educador. Pero un día a media mañana, Ruth se presentó con un libro para mí. Se trataba de Cumboto, de Ramón Díaz Sánchez. En el desorden más hermoso o menos hermoso de la vida, se me han extraviado no sólo libros, casi bibliotecas. Ha sido casi como perder hijos. Para desconcierto de mí misma, no he perdido esta edición de Cumboto, cuento de siete leguas (Editorial Nova, Colección Espejo del Mundo). Sigue a mi lado en la pequeña habitación donde suelo escribir. Es un milagro, con su portada verde aceituna y naranja subido; como una mujer que ha descuidado sus arrugas, no el fulgor de su espejo íntimo. La novela de Díaz Sánchez venía con una afable dedicatoria y letra no menos afable: “Para Elisa Lerner, con mis votos por su ventura espiritual, afectuosamente: Alfredo Natera. Caracas: 9 de junio de 1951”. En la dedicatoria tiene la gentileza singular de destacar con letras algo mayores la escritura de mi nombre. La entrega del libro pareció traer alguna tregua entre las dos hermanas. La casualidad, mensajera de equívocos, hizo que tiempo después tropezara en un pasillo de la antigua Universidad Central donde a la sazón cursaba el primer Derecho con el poeta Miguel García Mackle, gran caballero, y así de sopetón me dice entre conmovido y esperanzado: “Ruiz Pineda te manda saludos”. Quedé atónita. No sé si estuve humilde y arrogante o las dos cosas a la vez al preguntar, casi susurrar: “¿Estás seguro, Miguel? ¿Ruiz Pineda, con saludos para mí?” De seguro, se trataba de un error. De todos modos, me embargó una oleada de felicidad inmensa. La libertad tan añorada, la que habíamos perdido con la caída de Gallegos, me había rozado muy de cerca, se daba a conocer en un momento glorioso de mi juventud. En esos durísimos comienzos de finales de los años cincuenta (asesinado ya Delgado Chalbaud, acaso una falsa ilusión a la que atarse) y de comienzos de 1951, Leonardo Ruiz Pineda era la libertad o la esperanza de libertad. Recordé otra vez su paciencia que era sangre fría para permanecer como en un [corototeca]
Miguel García Mackle, gran caballero, y así de sopetón me dice entre conmovido y esperanzado: “Ruiz Pineda te manda saludos”. invisible círculo cerrado, secreto siempre en la misma posición. Cálculo circunspecto, geometría distanciadora, firmeza de manera que en un ámbito pequeño como el saloncito de mi hermana, para seguridad de todos, aún en medio de su trato amigable, sereno, sólo pudiera retener en el futuro alguna mancha un poco borrosa, un señor trajeado de forma impecable, acaso una cabeza de pelo negro y denso. Si llegaba a levantarse, si movía los brazos, si se aproximaba un poco a su joven contertulia o a los hombres demasiados grandes, poleas incansables en la pequeña escalera, podría ser como perder piezas de un juego peligroso. Ahora, con luz de tiempo, recuerdo sus grandes ojos escrutadores donde los más arrojados sueños de resistencia civil tuvieron justa cabida. Corrí donde Ruth y le reclamé que me hubiera dejado en ridículo al engañarnos con esa historia del vendedor de carros. ¿Pero, la resistencia clandestina podía funcionar sin sus necesarios secretos? Desde entonces mi gran ilusión fue volver a ver a Ruiz Pineda, agradecerle personalmente el regalo de la novela Cumboto, y convencerle que la sencillez del mundo también se albergaba en mí. No fue posible. Sólo le volví a ver a finales del año siguiente en la primera página de El Nacional herido de muerte, asesinado por la dictadura, el cuerpo envuelto como en una sábana caótica. Era la de su propia sangre, con los zapatos puestos, preparados para una caminata incansable. Me eché a llorar. Ese llanto persiste en mí.
[corototeca]
27 conversación casual con Leonardo Ruiz Pineda Elisa Lerner
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oesĂa [a puro verso]
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aliento
Hugo Mujica*
Viento y las nubes se deshacen; brisa y blancas se transfiguran. Hay ecos que no son de las palabras, son del aliento, no nos repiten nos convocan a escuchar lo que para nacerse nos llama.
30 a puro verso
HUGO MUJICA (Buenos Aires, Argentina, 1942). Inició su labor literaria en un monasterio de la orden trapense, mientras cumplía un voto de silencio que mantuvo a lo largo de siete años. Ha publicado varios libros de ensayos sobre creación y lenguaje como Poéticas del vacío y Flecha en la niebla. Pero es la poesía el género con el que ha alcanzado mayor reconocimiento. En 2011 se editó su más reciente poemario, Y siempre después el viento, y en 2005 la Editorial Seix Barral publicó su Poesía completa. 1983-2004. [poesía]
hace apenas días
Hace apenas días murió mi padre, hace apenas tanto. Cayó sin peso, como los párpados al llegar la noche o una hoja cuando el viento no arranca, acuna. Hoy no es como otras lluvias hoy llueve por vez primera sobre el mármol de su tumba.
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Bajo cada lluvia podría ser yo quien yace, ahora lo sé, ahora que he muerto en otro.
hace apenas días Hugo Mujica
[poesía]
orototeca pĂĄgina 33 nĂşmero
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Pitol, andaluz Jorge Herralde *
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n noviembre de 2001 coincidimos, por segunda vez, con Sergio en Andalucía. La anterior fue hace unos quince años, unas navidades. Primero en Sevilla, Lali, Sergio y yo, y en este tramo del viaje nos acompañó Beatriz de Moura. Librerías, museos, paseos, muchos paseos: en uno de ellos alquilamos un coche de caballos y Pitol quedó prendado de la forma de hablar del viejo cochero, un sabio sentencioso que esculpía las palabras, hablaba primorosamente “editado”. El primer día de la estancia sevillana nos encontramos con el escritor Alberto González Troyano, que había residido muchos años en Barcelona, y que posee una agenda imbatible de lugares, librerías, restaurantes, bares, vinos y tapas de toda Andalucía.
JORGE HERRALDE GRAU (Barcelona, España, 1936). Es escritor y editor, conocido sobre todo por su labor al frente del prestigioso sello Anagrama, del que es también fundador. Gracias a su labor han podido leerse en Hispanoamérica a autores como Martin Amis, Bret Easton Ellis o Patricia Highsmith; sin embargo, también es autor de varios libros relacionados con el mundo editorial. Da nombre al importante Premio Herralde que entrega Anagrama de manera anual, ha recibido numerosos premios y es oficial honorífico de la Excelentísima Orden del Imperio Británico y Comandante de la Orden de las Artes y las Letras Francesas. [corototeca]
Así pues, debidamente pertrechados, los tres alquilamos un coche rumbo a Cádiz. Sergio había pasado varios años en Moscú y otros en Praga y albergaba la idea de, clausurada esta etapa, vivir entre México y Andalucía, concretamente en la zona gaditana. Estuvimos unos días por el Puerto de Santa María, Jerez y sobre todo Cádiz, comprobando, entre otras cosas, la pertinencia de la agenda, mientras Sergio se iba entusiasmando más y más con su idea de encontrar una casa, aunque finalmente regresó a México. Pero ahora nos encontramos en el Puerto de Santa María, en un simposio organizado por la Fundación de nuestro amigo Luis Goytisolo, con el tema de los diarios de escritores como forma literaria. Un encuentro en el que además de los anfitriones, Luis y Elvia Huelbes, también participan varios amigos como Enrique Vila-Matas, Ignacio Echeverría y Juan Villoro, los tres, por cierto, con intervenciones brillantísimas. 35 La más esperada, quizá, era la de Sergio, el último día, en la Pitol, andaluz que nos habló de sus propios diarios, que lleva desde hace muchíJorge Herralde simos años, y que utiliza como cantera, como borrador, como el primer draft de futuras obras. Y, leyendo fragmentos de los diarios de su admirado Thomas Mann, nos impele a leerlos cuanto antes. En aquel primer viaje andaluz, Pitol era aún poco conocido en España; creo que le habían publicado sólo dos títulos: Vals de Mefisto y El desfile del amor. Pero su prestigio ha ido creciendo imparablemente, en especial después de El arte de la fuga y del Premio Juan Rulfo, el máximo galardón de América Latina a la obra de una vida. Podría decirse que Sergio vive una formidable segunda juventud. Viaja sin parar, lo invitan de un lado a otro, alemán » lo condecoran, le dan becas y más pre-
Podría decirse que Sergio vive una formidable segunda juventud. Viaja sin parar, lo invitan de un lado a otro, lo condecoran, le dan becas y más premios, lo empiezan a traducir al [corototeca]
“Descubrí mi experiencia más importante; el sentido de mi vida dependía de un momento terrible de mi niñez”.
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mios, lo empiezan a traducir al alemán; hace poco ha estado en Buenos Aires, donde ha sido recibido como una superestrella; ahora mismo acaba de llegar de Roma, donde ha sido jurado de un premio internacional. Ah, y ha ampliado su casa y se ha instalado una sala de cine. Sergio lee un fragmento de su último libro, El viaje, que presentaremos enseguida en Barcelona. Un libro en esta nueva y magistral manera que inauguró con El arte de la fuga, en forma de libro-tapiz en el que se entrelazan autobiografía, ensayos, lecturas, reflexiones, perfiles, recuerdos. Un viaje desde Praga a la Rusia de finales del llamado comunismo real, un libro que es, entre otras cosas, un homenaje a la literatura rusa que tanto ha disfrutado este eslavista de corazón, cuya abuela, con la que vivió muchos años, leía y releía Ana Karenina y le pasó a los doce años Guerra y Paz. Un eslavista con dos ángeles tutelares, Chéjov (“el autor que más me interesa”) y Gógol, y que tuvo la fortuna de conocer al ya muy anciano Víctor Shklovsky, el formalista ruso y biógrafo de Tolstoi, Eisenstein y Maiakovski, el autor de Viaje sentimental. Y habla también de sus desorbitados amigos rusos y defiende (y no sólo para ellos, la extiende también a nosotros) “una leve demencia contra la brutalidad del mundo”. En el coloquio, en las charlas, en los libros, surgen dos grandes momentos literarios en la vida de Pitol. Uno, el descubrimiento del crítico literario Mijaíl Bajtin, teorizador del Carnaval, que le resultó tan fundamental –nos cuenta Sergio– para quitarse la coraza, escribir de cintura para abajo, desatascarse. Su prosa hasta Bajtin, aunque con ramalazos de humor salvaje, le parecía demasiado culta y elegante; ahora se puede escribir a calzón quitado y hablar con su voz más personal: de ahí sale El desfile del amor, Domar a la divina garza y La vida conyugal, que conforman el Tríptico de Carnaval.
El otro accidente motor fue un hipnotista, un psicólogo cuñado de Juan Villoro, al que Sergio acudió para que le ayudase a dejar el tabaco. Dice Pitol: “Descubrí mi experiencia más importante; el sentido de mi vida dependía de un momento terrible de mi niñez”. Ya en la primera sesión, de dos horas, con la guardia baja, surgió el episodio sepultado de su infancia, cuando tenía cuatro o cinco años: la muerte de su madre en circunstancias trágicas. “El doctor”, dice Sergio, “se espantó muchísimo por la intensidad de mi reacción”. Y aunque sigue fumando como si nada, la terapia tiene otros efectos; contribuye decisivamente a una escritura aún mucho más suelta: de ahí El arte de la fuga, Pasión por la trama y El viaje (pero “ahora cierro el ciclo, no quiero repetirme”). Dos desatascadores, pues: Bajtin y el hipnotista, para decirlo al modo de un título de su amado Thomas Mann, Mario y el mago. Pitol es cada vez más admirado por diversas generaciones 37 mexicanas, desde la suya hasta los del Crack, pasando por la de Pitol, andaluz Juan Villoro; generaciones muy distantes y distintas e incluso hosJorge Herralde tiles, que sólo tienen un denominador común: todos veneran a Sergio Pitol, toda una vida guiada por la literatura, pero no por la carrera literaria. Y, siempre que hablo con él, transmite una contagiosa feli- ...generaciones muy cidad, en esta segunda juventud suya distantes y distintas tan envidiable. Una felicidad que se e incluso hostiles, acrecienta en Cádiz, que también visi- que sólo tienen un tamos en este segundo viaje: le encandenominador común: ta cómo habla la gente, a la que para en la calle muy ceremonioso para pedir todos veneran a una información considerablemente Sergio Pitol... superflua: “Oiga, joven, ¿podría decirme por dónde se va a qué sé yo, la plaza del Ayuntamiento, la Catedral, el mar?” Y escucha, arrobado, la letra y la música. Nota bene: cuando le tomamos un poco el pelo respecto a su » arrobo con la lengua de los andaluces, Sergio se pone serio: “Al [corototeca]
oírla me expliqué el porqué la poesía española se transformó y potenció aquí, en esta matriz verbal popular y refinada. No sólo por el número de poetas y su calidad, sino que el fenómeno poético más radicalmente otro [y eso lo ha dicho con voz de cursiva], la poesía de Góngora, no la podría uno imaginar en otra región de España”. Y remata, muy al pitólico modo: “A ver si creéis que soy como una turista académica norteamericana que se solaza haciendo hablar a los pobres andaluces como loros”.
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“mi adorada” Beatriz del Carmen José Luis Cuevas
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Para Beatriz del Carmen, este juego mientras conversamos. JosĂŠ Luis Cuevas
Una vez un autor reconoció que envidiaba a los músicos, que sería bueno que esos cuentos que tanto cuesta escribir pudieran finalizar como muchas canciones: con un volumen que baja poco a poco hasta disolverse para dar por terminada la pieza. ¿Será verdad que éste y otros ejemplos ilustran esa mala máxima?: la de que un escritor es (también) un músico frustrado. Los presentes surcos de este dossier con alma de long play quizás sirvan para dilucidar la interrogante. Y si no es así: qué importa cuando todo lo de adentro suena tan bien.
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[dossier] Cuando cayó el martillo, la foto a contraluz que Mike Mitchell le tomó a los Beatles en su primer concierto en Estados Unidos se vendió por 68.500 dólares. El conjunto de 46 fotografías que había hecho en 1964, cuando tenía 18 años de edad, se vendió por $362.000, en la casa de subastas Christie´s de la ciudad de Nueva York. Fue un momento muy emotivo para mí y mi familia. Mike ha sido mi amigo
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cercano desde que llegué a los Estados Unidos en 1958 y nuestra amistad, de alguna manera, ha girado en torno a la fotografía desde hace más de cincuenta años. Cuando llegué en medio del invierno desde la tropical Costa Rica a la secundaria John Hansen en Washington D.C., en el suburbio de Oxon Hill, Maryland, pasé totalmente inadvertido. Aunque todo el mundo se rió de mí cuando usé en plena clase un grueso chaquetón de J.C. Penney. En otra ocasión, cuando el profesor Phillips anunció que una “fiesta sin zapatos” estaba programada para un viernes, la clase explotó en risas después de que yo preguntara en mi perfecto inglés de texto: ¿Qué es una sock-hop? No me asombra que Mike no me hablara hasta el último día de clases, cuando algunos de nosotros llevamos cámaras fotográficas al salón. Lo que llamó su atención fueron las cámaras Leica y Rolleiflex de mi padre. Él me había enseñado cómo usarlas cuando tenía diez años. Mike estaba usando una Kodak Hawkeye Brownie de plástico. Ese verano le presté una de las cámaras de mi padre y deambulamos por Washington D.C., fotografiándolo todo, desarrollando e imprimiendo las fotos en mi sótano. Mike pronto me superó con una Minolta de
[dossier] lente único réflex y, por Dios, ¡un lente de 200 milímetros! Durante la secundaria los dos tomamos fotografías para el periódico estudiantil y el anuario, pero la diversión estaba en las calles. Caminamos millas a través de montañas de nieve con los pies congelados para fotografiar el desfile inaugural de JFK. Mis negativos re-
Estuvimos presentes cuando Martin Luther King le dijo a los Estados Unidos que tenía un sueño.
sultaron todos subexpuestos, y terminaron en la basura. ¿Quién podría saber que en el futuro la tecnología digital permitiría sacar imágenes de negativos y transparencias aparentemente inservibles? Estuvimos presentes cuando Martin Luther King le dijo a los Estados Unidos que tenía un sueño, y un año más tarde, cuando los Beatles visitaron la ciudad.
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Para entonces, Mike ya había hecho prácticas en el Washington Star y trabajaba como profesional para algunas revistas locales, en camino hacia el Rochester Institute of Technology y hacia una exitosa carrera en la fotografía comercial y artística. No es ninguna sorpresa que las fotos que tomó del primer concierto de los Beatles en Estados Unidos sean maravillosas. A los dieciocho, él ya tenía cuatro años de experiencia. El martes 11 de febrero de 1964 fue un típico día laboral para mí, rompiendo cajas en el cuarto de basura de Discount Records and Books, cerca de Dupont Circle. Tenía el turno de la noche y esperé a Mike después de cerrar tarde, de tal manera que pudiéramos tomarnos una cerveza en el Old Stein, que estaba cruzando directamente la Avenida Connecticut. En la ventana frontal del local, uno de los empleados había puesto un enorme libro de arte con una portada a todo color de un escarabajo. Debajo del título Beettles, un cartel escrito a mano con marcador negro decía: BIENVENIDOS. Mike llegó por fin, y después de que terminamos nuestra primera jarra de Lowenbrau, dijo: “No vas a creer esto”, y sacó una baqueta de
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[dossier] Las fotos de los Beatles de Mike Mitchell: 50 años de una amistad David Smith-Soto
su abrigo. “La baqueta de Ringo Starr”, dijo. Después de la segunda cerveza nos fuimos, y en el espíritu de la noche tomé la jarra. Aún la conservo, aunque la baqueta de Ringo desapareció años atrás cuando Mike la usó para impresionar a una dama. Las imágenes permanecieron en sobres encerados, la mayoría sin imprimir, hasta una noche en que Mike estaba
“No vas a creer esto”, y sacó una baqueta de su abrigo. “La baqueta de Ringo Starr”
viendo una transmisión de un viejo video del concierto y se vio a sí mismo caminando a través del escenario. El resto de la historia está en Internet, más de un millón de referencias la última vez que verifiqué. Desde nuestras cacerías fotográficas de juventud en D.C., Mike ha estado más obsesionado con la luz que con la imagen. A través de los años, este interés ha sido una cualidad obvia de su excelente traba-
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jo comercial. Incluso, ha destilado su arte en cuentas de cristal sobre lienzos, atrapando la luz en completo espectro sin cámara. Su último trabajo fotográfico es tan dinámico como la velocidad de la luz en sí misma. Los orígenes de su filosofía de la luz pueden ser reconocidos en las fotos de los Beatles, un trabajo que trasciende la fotografía documental y la excelencia en su elaboración. Un evento histórico de la cultura popular fue capturado por un artista visionario, razón por la cual su trabajo fue vendido por cientos de miles de dólares. Aun así, vale mucho más. Bien hecho, viejo amigo.
©Mike Mitchell, 2010. El trabajo de Mike Mitchell se puede ver en: www.mikemitchell.us
DAVID SMITH-SOTO (Costa Rica, 1943). Escritor, editor y fotógrafo, además de ejercer el periodismo por más de treinta años, actualmente enseña fotografía digital y escritura bilingüe en la Universidad de Texas en El Paso. Fue jefe de redacción de The Winchester Evening Star, editor de El Nuevo Día, de San Juan, Puerto Rico, escritor encargado de Latinoamérica en The Miami Herald, y jefe de redacción del mismo periódico. En 1985 se unió al equipo de trabajo del Banco Interamericano de Desarrollo en Washington, D.C., oficiando como jefe de publicaciones y encargado adjunto de relaciones públicas. Se retiró en 2000.
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[dossier] Esto me lo contó Luis Gerónimo y yo le creo. La primera parte me la contó hace unos diez años. Hace poco lo llamé para que me contara el final de su historia: Fue justo después del primer concierto del grupo Queen en el Poliedro. Iban a ser tres conciertos, pero al día siguiente se murió Rómulo Betancourt y declararon luto nacional. En ese entonces yo andaba con el grupo de kárate del Tuerto Arcaya, y Jesús de Los Reyes nos había contratado de guardaespaldas. Para eso jamás he servido, pero como hablo inglés y le caí bien a Freddie Mercury, después del concier-
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to me dijeron que fuera a darle una vuelta por la ciudad. Me acompañó un Disip parecido a Pedro Marcano, el boxeador cumanés que se hizo el muerto en una esquina y así engañó a un campeón japonés y lo noqueó en el último round. Lo tenían para cuidar personalidades porque era un tipo sumamente jodido y hablaba lo indispensable. Tenía los brazos siempre separados, las manos cerradas, orejas paradas y ojos chiquitos. Usaba zapatos de goma blancos, pantalones brincapozos y una chaqueta McGregor que olía a mentol chino y a ropa mal secada. Me pareció una mezcla de gavilán, ladilla y garrapata. Se sentó atrás y nos fuimos del Poliedro en mi carro. Después de cantar, Mercury se estuvo bañando hora y media, pero seguía sudando por los bigotes. Mientras se secaba con un pañuelo que parecía una servilleta me dijo que quería comerse unas “arrepas”. Lo llevamos a la arepera que está al lado de lo que es hoy Ciudad Banesco. No se bajó del carro y el Disip le trajo una arepa con queso de trenza. Mercury preguntó que si era “corn”, por qué no era “yellow”; entonces le trajimos una cachapa con guayanés. Le gustó bastante y además se tomó tres jugos de guanábana. Nos contó que ya no se metía drogas, que ahora era naturista.
[dossier] Pensé que después habría que dejarlo en su hotel, pero Mercury se arrebató con el balde de guanábana y pidió que lo lleváramos a un bar gay. El único que yo conocía era el Annex, por Sabana Grande, y allá nos fuimos. Apenas entramos, todos se alborotaron y agarraron unas poses giratorias y compulsivas de “aquí no importa quién es Mercury”. Estiraban el cuello como unas cigüeñas y se subían y bajaban el cierre de las chaquetas de cuero como si fueran braguetas. Mercury dijo que ese lugar de mirones era un “fake”, que él quería “the real shit”. Le dije que yo no sabía de más sitios y entonces sacó de su koala un libro grueso, la World Gay Enciclopedia, y ahí mismo me mostró una dirección: “Venezuela, Caracas, Night-Life, Boulevard Catia, two blocks from plaza Sucre, calle El Cristo, “A fondo”. Where a wounded deer leaps highest, and a cheek is always redder. Go on your own risk, and have so-
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mething to brag about for ever”. El Disip intervino y me reclamó que esa zona estaba fuera de protocolo. Yo le dije: —¡Discreción, comisario! ¡Nunca diga a un británico que aquí somos caguetas!
Pensé que después habría gamos al sitio a la una y media. Quedaba al lado que dejarlo en su de una licorería donde estaban unos viejos y hotel, pero Mercury tres tipos uniformados de peloteros. se arrebató con el balde de —Muy tarde para tanto bate y cachucha guanábana y pidió —dijo el Disip y se bajó con la mano metida en que lo lleváramos la chaqueta. a un bar gay. Agarré la autopista, la Bolívar y la Sucre, y lle-
No le gustaba el área y estornudaba a cada
rato, como si le diera alergia el peligro. Tocamos una puerta metálica que tenía unas ranas moradas pintadas en unos rombos verdes. Le dimos hasta que abrieron una ventanita con los bordes oxidados. Al primer ojo que se asomó le pregunté: —Buenas noches, señor, si es tan amable, ¿aquí quedará A fondo?
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[dossier] Cerraron de golpe y casi me arrancan la nariz. Mercury me apartó, apoyó las dos manos en la puerta y comenzó a tamborilear con los diez dedos, arañándola y sobándola a la vez. No paró el repique hasta que abrieron otra vez la ventanita, entonces metió por el hueco una lengua más larga que la de Mick Jagger y la sacudió como una mapanare. Nos abrió un argentino gordito que olía a algodón de azúcar. Estaba embutido en una braga de tirolés con tela de carpa militar. Sin decir una palabra nos llevó por un pasillo decorado con fotos de películas de guerra. En un afiche aparecía Steve McQueen en la moto de El gran escape. Le habían abierto unos huecos en los ojos y en la boca con un bolígrafo. Llegamos a un galpón con los hierros del techo pintados de un dorado que brillaba en la oscuridad. Salía una música de muchas radios
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pequeñas que colgaban de las vigas con alambre a diferentes alturas, y en todas sonaba la misma emisora. Me gustó el efecto de ciudad, de desorden, de peo galáctico. Nos fuimos los tres a la barra que estaba forrada en papel de aluminio. Me di cuenta que el lugar durante el día era una ferretería, porque más allá de las botellas había alicates, tenazas y martillos. El Disip se apoyó de espalda y no hacía sino vigilar usando
El Disip y yo pedimos cerveza. Mercury preguntó si había más guanábana. Sí tenían, pero en guarapita.
ambos codos para empinarse. Esta vez nadie nos miraba. El Disip y yo pedimos cerveza. Mercury preguntó si había más guanábana. Sí tenían, pero en guarapita. Me acostumbré a la oscuridad y pude ver a más de cincuenta tipos que bailaban haciendo la curva de un largo tren. Todos arrastraban los pies a la vez. En el piso de cemento echaron arroz o una arena que con las pisadas sonaba a charrasca. Había un ritmo de lija y jamoneo que nunca terminaba. La música era un bolero que repetía: “Cocodrilo verde que en tu palmar se pierde”, y el tren tenía su bamboleo de caimán. Había uno que brincaba aparte, de su cuenta; un gigante sin camisa
[dossier] Mercurio Federico Vegas
que le daba golpes al suelo con unas patadas lentas, como matando bachacos con rabia, mientras se frotaba los brillantes músculos de los brazos. Creo que hacía de locomotora descarrilada, pues de repente uno que otro se soltaba del trencito y le bailaba alrededor con esos pasos de vuelo en picada a lo Yolanda Moreno. El comisario me secreteó: —En esta vaina nos van a meter droga. A un pana del cuerpo le metieron yohimbina con afrodina y se En eso lo clavaron entre tres. Esta cerveza la destapo Mercury pegó un brincó, lo yo… aquí traigo una navaja suiza. mordió por la oreja En eso Mercury me pidió que fuera a llay le aplastó la mar a un flaquito que debe haber sido bailarín cabeza contra la de verdad porque daba vueltas y vueltas sin mabarra arrugando rearse. Busqué al flaquito y lo jalé a la barra. Bajo el papel de la luz lo vi amarillo y con demasiada pestaña. aluminio.
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—Esta noche vas a conocer a un famoso can-
tante internacional —le dije en secreto. El flaquito bebió de la guarapita de Mercury y dijo desafiante: —Yo también canto. Luego se puso a chupar la guinda, mientras Mercury no hacía sino olerlo. El flaquito se arrimó adonde yo estaba y reclamó con una jactancia de bailarín de flamenco: —¡Ese señor sí mira! —y luego añadió para darse importancia—: ¡Yo soy una ranita! En eso Mercury pegó un brinco, lo mordió por la oreja y le aplastó la cabeza contra la barra arrugando el papel de aluminio. Cuando lo tenía inmóvil empezó a dar bufidos, soltando aire por la nariz y saliva por la boca. —¡Ay! ¡Me quieren comer!— gritaba el flaquito mientras le temblaban las rodillas. Antes de soltarlo, Mercury hizo unos ronroneos. Entonces, modulando y torciendo mucho la boca, le ofreció:
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[dossier] Mercurio Federico Vegas
—I am going to suck you dry. Y me hizo señas para que tradujera. Le expliqué al flaquito, que todavía se secaba la baba de la oreja con la franela: —Dice aquí el señor Mercury que te lo va chupar hasta dejártelo seco. Y se fueron a bailar más allá del tren y la locomotora. Brincaron un rato y luego se perdieron por los fondos de aquellos revolcaderos.
Lo seguí y pasamos por encima de unos sacos de cal y unas cabillas, y pude ver al bicho en pelotas amarrado con un mecate por las muñecas.
Me quedé con el Disip en la barra. Cerveza y más cerveza. Al rato me confesó: —No me gusta la vibra. —Tranquilo, todo está bajo control, comisario —le contesté.
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—Claro que está bajo control… no se imagina lo que cargo aquí. Esta noche podría volar todo Catia y Gato Negro. Después de la quinta cerveza, el Disip me pidió que lo acompañara a mear. —En esto hay que estar unidos —insistió. Le dije que se fuera solo mientras yo vigilaba la pista. Apenas empiné la botella ya el hombre estaba de regreso. Me contó que en el camino había un ahorcado. —Estos carajos lo que están es locos. Lo seguí y pasamos por encima de unos sacos de cal y unas cabillas, y pude ver al bicho en pelotas amarrado con un mecate por las muñecas y meneándose contra la pared. Entonces vimos uno que venía del baño. Al llegar frente al colgado, tomó un fuete de jockey que guindaba de un clavo, le dio por las costillas, volvió a poner el látigo en su sitio y siguió tan tranquilo. El colgante se quedó cantando: —¡Ay qué rico es el aire que da mi abanico! Cuando le pasamos por el lado me le quedé viendo. Era fibroso, muy peludo, y cerraba los ojos como si le diera pena que lo viéramos desnudo. Seguimos para el baño sin hacer nada y el flagelado nos preguntó:
[dossier] Titulo AUTOR
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[dossier] —¿Y ustedes qué son? ¿Perros o ranas? Terminó entorchado y mirando el cielorraso a lo San Cristóbal. Justo cuando entrábamos al baño nos gritó: —¡Quien no da es porque no tiene! Entonces el comisario se devolvió y comenzó a darle en serio por las costillas y el colgante se puso a gritar: —¡Jorge! ¡Help! Seguro que Jorge era el gigante de las patadas, así que agarré al Disip y le dije: —Comisario, ¡aquí vinimos fue a mear! El Disip me siguió con sus estornudos hasta unos urinarios con mitades de limones y metras de colores en el sumidero, lo que me hizo pensar: “Metras para apuntar y limones para la hediondez. Aquí hay
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una gerencia integral”. Empecé a reírme solo y cuando vine a darme cuenta me estaba riendo a carcajadas, así que me envié un llamado de alerta: “estás pasado de tragos, ¡a parar el trote!”. En eso me llegó la voz de mi compañero de meada: —¿Y ahora cuál es la risa? ¡Mire que esto va en serio! Sonaba como un asmático y apoyaba la frente en la pared para relajar las piernas, mientras iba mascullando: —Los voy a escoñetar a todos… Seguro que me metieron algo en la cerveza… me está costando… mire, mire… ¡pura gotica! Y empezó a silbar y arrullárselo con una canción de cuna. Yo no tenía más preocupación que la curda. Me sentía metido en algo que daba lo mismo soñarlo que vivirlo. Lo peor que podía pasar era que no pasara nada; que, como en los sueños, me despertara antes del final. Pensando en estas cosas le pregunté al comisario: —¿A usted nunca le da culillo? —Culillo es cuando se te pone el culo chiquitico. A mí lo que me dan son tremendas arrecheras. En la frente tenía un rosetón como una hostia por la presión contra las cerámicas mientras pujaba. Salimos y pasamos frente al colgan-
[dossier] Mercurio Federico Vegas
te que seguía feliz en sus cabuyeras. Cuando íbamos por el final del pasillo el bicho gritó: —¡Adiós, Furia! —y relinchó. El comisario iba a repetir los fuetazos, pero le dije: —Ése se gangrena solo. Volvimos a la barra y en eso apareció Mercury sudando con su flaquito, que canturreaba meloso: —Tú si vas lejos, mercuriocromo de mi costrica. Bebieron más guarapita y siguieron bailando. El Disip me contó que se iba a pasar a Extranjería a manejar pasaportes, “ahí es donde están los reales”. Unas
Entonces veces hablaba del futuro y otras del pasado, Mercurio dijo que quería ver una desenrollando su vida hacia atrás y hacia adelante. buena vista de la Como a las cuatro y media de la mañana ciudad y lo paseamos por la Cota Mil de nos largamos. Dejamos al flaquito cerca de su la Baralt hasta casa por Los Magallanes. Por el camino canEl Marqués. tó unos polos margariteños y luego no se quería
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bajar del carro porque le había prometido a Mercurio unas empanadas de cazón que preparaba su mamá, pero el Disip lo sacó de un empujón. Parado en la acera el bailarín se puso a rogar: —¡Ya va, ya va! ¡La última ultimita! —y empezó a bailar jalándose él mismo por el copete. Sabía su oficio y parecía flotar en el aire sostenido por unas cuerdas. Se estuvo dando jalones hasta que nos fuimos. Lo dejamos berreando: —¡Ahora es cuando hay! Entonces Mercurio dijo que quería ver una buena vista de la ciudad y lo paseamos por la Cota Mil de la Baralt hasta El Marqués. Íbamos los tres en silencio. Yo sé dejar a la gente tranquila cuando quiere pensar en sus vainas. La única angustia era que me diera sueño y clavarme contra un poste. Me imaginaba la foto en el periódico del cantante lleno de
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[dossier] sangre y astillas de vidrio. Como buen comisario, el cumanés tenía una hierba magnífica que sí entraba en la dieta ve-
Empezaba a amanecer y, de pronto, el hombre arrancó a cantar.
getariana de Mercurio. Luego dijo que quería más cachapas y más jugo de guanábana. Ya era un adicto. Lo llevamos a otra arepera que está por la Francisco Solano. Se metió su par de jugos y se fue caminando sin preguntarnos nada; bajó media cuadra y le cayó al bulevar de Sabana Grande por el Radio City. Empezaba a amanecer y, de pronto, el hombre arrancó a cantar. Con la primera luz de la mañana los postes seguían encen-
didos y uno no sabía si era de noche o de día. Todo empezó suave, como la tonada de un pastor que apacigua a sus carneros. Cuando el sol brilló en las ventanas más altas, la voz agarró potencia y se fue rebotando por
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las fachadas de los edificios hacia los callejones al norte y al sur. Entonces Mercurio avanzó mirando el cielo con pasos más impetuosos y, a la vez, más lentos, como en la marcha de un himno sagrado. Y se pusieron a escucharlo unos tipos del aseo urbano que dejaron de rodar unos pipotes; y un flaco de caqui que bajaba fajos de periódicos de una camioneta se llevó las manos a la cintura, como subiéndose el pantalón; y una mujer que dormía abrazada a una mesa del Gran Café levantó la cabeza; y uno que venía caminando se agachó a amarrarse los zapatos y se quedó en cuclillas. La calle empezaba a angostarse y se unieron a la audiencia unos niños que salían abrazando sus bultos, y conserjes en batas con encajes, y una pareja de ancianos diminutos se agarraron de las manos. El Disip y yo nos fuimos quedando rezagados y creíamos estar viendo una foto de cinerama en la que sólo Mercurio se movía con elegantes zancadas de tenor hacia los bordes lejanos de una elipsis, donde había cada vez más gente que llamaba a los suyos para avisarles: “por allá como que está pasando algo que nunca ha pasado y nunca más va a pasar”. Y llegó el pleno comienzo del día y se colmó el aire de destellos, y las rejas de los comercios subían con chillidos que eran gemidos de gato frente a aquella voz triunfante que hacía a la ciudad entera más bella,
[dossier] Mercurio Federico Vegas
más efusiva y universal. Y también más frágil, porque los espectadores seguían indecisos y perplejos mientras la voz se abría paso por entre las nuevas manadas que llegaban a aquel musical inmenso sobre una Caracas que despierta un jueves cualquiera. Y cuando ya la calle olía a empanadas, café, pavimento caliente y sudor, las filas por fin empezaron a organizarse y a mecerse en un coro respetuoso. Y así la música y los cuerpos se convirtieron en una sola marea atraída por aquel Dios mensajero, desmedido, atlético. Y cuando parecía imposible que Mercurio sedujera por un minuto más a aquel enjambre mañanero, alcanzó las notas de un halcón peregrino llamando a su hembra. Al principio fueron trinos que escalaban cada vez notas más altas, hasta hacer insoportable sus incitaciones; luego descendieron en picada como arcángeles que planean justo cuando están a punto de estrellarse, y se asentaron en una melodía afable antes de volver a despegar. Había algo de men-
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saje dulce y terrible, de totalidad convertida en un corrientazo que partía del nacimiento de todos los pelos hacia lo más profundo. Pero era tal el dominio de Mercurio sobre nuestras almas que no producía alarma ni temor, sino un cálido respeto fraternal de niños que van al mismo colegio. En los cantos finales volvió a la tonada y al arrullo, y todos agradecimos con sutiles cabeceos el último remanso de aquel ensueño antes de volver a nuestras vidas desperdigadas. Nadie abrió su boca cuando nuestro Mercurio ter-
Nadie abrió su boca co y nos felicitamos unos a otros con la mirada o cuando nuestro inclinando levemente los torsos; y las gentes del Mercurio terminó bulevar continuaron sus faenas de todos los días de cantar. Todos nos con la cadencia y la agilidad que logran los bailajurábamos parte del elenco y nos rines después de ensayar mil veces. felicitamos unos Encandilado por la luz del este franco y estrea otros. mecido por la monumental coreografía, dejé de ver minó de cantar. Todos nos jurábamos parte del elen-
a Mercurio y le avisé al Disip, quien parecía esperar mis palabras desde hacía rato:
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[dossier] Mercurio Federico Vegas
—¡Atención, comisario! ¡Se nos aleja la Personalidad! —Déjelo ser… quien así canta ni se jode ni se pierde. Entonces me agarró duro por el hombro y me dijo en secreto: —¡Qué belleza! Esto es lo que me gusta de este trabajo —y se remangó una manga de la chaqueta McGregor para enseñarme cómo se le habían erizado los pelitos del antebrazo. Tenía encima el olor de aquella noche impenitente y el fogueo de su oficio sanguinario. Apenas sentí en sus ojos la sonrisa de maldad y dulzura, me empezó a dar el culillo que no había sentido en toda la aventura. Ese espasmo que en verdad nos deja sin coartadas y nos quita las ganas de llegar hasta el final. Más todavía cuando me preguntó: —¿Y tú que sientes ahora, mi panita?
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FEDERICO VEGAS (Caracas, Venezuela, 1950). Se graduó de arquitecto en la Universidad Central de Venezuela y ha publicado libros sobre arquitectura y ciudad: El continente de papel, Pueblos, La Vega, Una casa colonial y La ciudad y el deseo. Demostró su maestría como narrador con los libros de cuentos El borrador, Amores y castigos, La carpa y Los peores de la clase. También es autor de las novelas Prima lejana, Falke y Sumario. Tener el presente cuento en este dossier es un privilegio.
[dossier] Mercurio FEDERICO Titulo AUTOR VEGA
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[dossier] El 8 de septiembre de 1931, un equipo móvil de la compañía discográfica Vocalion, subsidiaria de la Warner Bros. dedicada a la grabación de los denominados race records o discos raciales, se desvió de su principal misión que era grabar a artistas afroamericanos para hacer lo propio con intérpretes de música en español en Texas. Ese martes grabó en El Paso a un dueto compuesto por Norverto (con v)
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González y José Rosales. En la sesión de ese día se grabaron en total diez temas, incluyendo dos bastante extensos que debieron grabarse en ambos lados del disco. Los temas se titulaban La Chula, Jazmines blancos, Dos corazones, Vuelvo de nuevo, Los convictos de Las Cruces, El Pablote, Pajarito amarillito y Moya, Pérez y Coloca. Aproximadamente la mitad de los cortes eran canciones de amor, mientras que el resto eran corridos. Todas las grabaciones quedaron registradas como composiciones originales de los intérpretes. De la sesión resaltan los temas catalogados con las claves EP 8048 y EP 8049 que corresponden a las dos partes del corrido El Pablote, de la autoría de José Rosales. Este corrido reviste particular importancia porque bien pudiera ser el primer ejemplo de un corrido dedicado a un traficante de drogas: la primera grabación de un narcocorrido, o al menos de un antecedente de este polémico género. Para cuando se grabó su corrido, ya Pablo González tenía casi un año de haber muerto. Como dice su canción, El Pablote González fue un temido personaje afincado en Ciudad Juárez, a quien incluso se le llegó a conocer como el rey de la morfina. El corrido narra al detalle cómo fue ultimado a manos de un policía “especial”, que de nin-
[dossier] gún modo se refiere a un miembro de las fuerzas de élite o especiales, como pudiera pensarse hoy en día, sino a un guardia comercial en una famosa cantina. En aquellos años, todavía muchos corridos ocupaban los dos lados del disco al grabarse. Ese fue el caso de El Pablote, que al contar con una extensión de dieciocho cuartetas, nos brinda una clara versión de la muerte de Pablo González con muchos detalles incluidos. La presión de la industria radial pronto haría que las grabaciones se acoplaran a una extensión de alrededor de tres minutos, a despecho de que muchas historias antiguas quedaran truncas y a forzar la brevedad en los nuevos corridos que se iban componiendo. Otra cosa que hace diferente a El Pablote de muchos de los corridos dedicadas a traficantes de la actualidad, es que este tema no hace apología de la figura del protagonista, sino que, por el contrario, lo muestra como un
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individuo abusivo, faceto y prepotente.
Si bien no era el único traficante de la región, sí gozaba de una posición privilegiada lograda a base de astucia y crueldad.
Y es que al iniciar la década de los años treinta del siglo pasado, Pablo González tenía razones para sentirse poderoso. Él, junto con su esposa Ignacia Jasso, La Nacha, controlaba buena parte de la venta de narcóticos en Ciudad Juárez. Si bien no era el único traficante de la región, sí gozaba de una posición privilegiada lograda a base de astucia y crueldad. El tiempo probaría que en realidad era su esposa Ignacia quien tenía el
verdadero talento y la paciencia para el negocio, pues a la muerte de Pablo, su cártel prosperó al punto que “La Nacha” mantuvo gran influencia en el tráfico juarense hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XX. Lo anterior lo logró a pesar de haber tenido enemigos tan poderosos como el mismo presidente Manuel Ávila Camacho o Harry Aslinger, el primer zar antidrogas estadounidense. Se sabe muy poco de la vida de Ignacia y de Pablo. La Historia con mayúscula ha quedado a deber en el caso de esta importante pareja.
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[dossier] La crónica corridística ayuda a llenar un vacío historiográfico vital para México en tiempos donde el fenómeno del narco se ha vuelto quizá el más importante en la agenda nacional. Con lo anterior no quiero asegurar que la crónica corridística sea infalible, o incluso completamente verdadera. A despecho de lo que usualmente se piensa, los corridos no dicen la pura verdad. Como productos de individuos, hay tanto verdad como mentira en ellos. El corrido de El Pablote, que reproduzco en su totalidad, narra la muerte de Pablo González dejando en claro que ésta fue causada por su prepotencia: El Pablote parte I Norverto González y José Rosales
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El sábado once de octubre en el salón Popular. Ayy quién lo había de decir que al Pablote han de matar. El Pablote era temido en todita la frontera. Y quién lo había de decir que de ese modo muriera. A las tres de la mañana en el cabaret entraron. El Veracruz y El Pablote a un policía maltrataron. “¡Qué horrible estás, tecolote!”, dijo El Pablote por cierto. Si así vivo estás tan feo más feo te verás muerto.
[dossier] Ciudad Juárez y El Paso en la arqueología del narcocorrido
Juan Carlos Ramírez-Pimienta
Robles que era el policía que ahí fue comisionado, no contestó a los insultos por temor a ser golpeado. Pero El Pablote de nuevo insultos le dirigió, y diciéndole ahí te va dos balazos le aventó.
El Pablote era temido en todita la frontera. Y quién lo había de decir que de ese modo muriera.
Robles viendo este peligro en la barra se escondió, pero El Pablote de nuevo
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más balazos le tiró. Ya viendo Robles aquello, ya viéndola de perdida, saca la cuarenta y cinco en defensa de su vida. Sacan todas las pistolas y se oyen nuevos disparos. Los dos balazos de Robles en un pilar retacharon. El Pablote parte II Vuelven a echarse balazos pues se me hace (…) Agarrándose la cara El Pablote cae herido.
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[dossier] La bala cuarenta y cinco el pecho le atravesó. Y casi instantáneamente pues en el suelo cayó. Hace diez meses exactos Pablo a Álvarez mató. Y quién lo había de decir, que con la misma pagó. Llegaron los policías cuando todo había pasado. Y entre un charco de sangre
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estaba Pablo tirado. Y Robles (…) un héroe se entregó a la policía: Si la vida le arranqué fue por defender la mía. Martín y los cantineros dijeron lo que pasó. Pablote quería matarlo y por eso disparó. El domingo por la tarde lo llevaron a enterrar, y la Nacha ante el cadáver cómo lo había de dejar.
La bala cuarenta y cinco el pecho le atravesó. Y casi instantáneamente pues en el suelo cayó.
[dossier] Ciudad Juárez y El Paso en la arqueología del narcocorrido
Juan Carlos Ramírez-Pimienta
El Pablote era temido pero su día le llegó. Carnitas(…) y Policarpio que Dosamantes mató. Y aquí termina el corrido de González El Pablote. que murió en El Popular a manos de un tecolote. El corrido parece haber sido escrito poco después de ocurridos los hechos, quizás, inmediatamente cuando los detalles estaban aún muy frescos, como por ejemplo dónde rebotaron dos de las balas disparadas. El corrido inicia dando día, fecha y lugar de la muerte del Pablote
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(cuarteta) y luego establece la reputación del personaje, un sujeto “Temido en todita la frontera”. A continuación, pasa a detallar cómo sucedieron los acontecimientos. Si bien el corrido no lo señala como participante en el tiroteo, sí incluye a El Vera-
El corrido parece haber lez, en el maltrato del policía. Para inicios de los sido escrito poco años treinta, la mención de este personaje tenía después de ocurridos los hechos, quizás una muy fuerte resonancia entre la audiencia, inmediatamente, pues El Veracruz al parecer cumplía la labor de cuando los detalles pistolero principal del grupo de González; era estaban aún lo que hoy llamaríamos su jefe de sicarios. En los muy frescos. cruz, uno de los lugartenientes de Pablo Gonzá-
diarios de la época aparecía catalogado como per-
sonaje del hampa, como un “police character”, un personaje conocido por la policía. La inclusión de El Veracruz en el maltrato del agente Robles (cuarteta) es significativa desde la perspectiva del corrido tradicional y sus valores, porque el héroe del corrido es quien frecuentemente se enfrenta a un enemigo más numeroso, que con frecuencia además lo
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[dossier] ataca a traición. El desigual enfrentamiento pone al agente Robles en calidad de víctima y de héroe potencial corridístico. “El Pablote” documenta al detalle las ofensas y amenazas que recibió Robles, a quien llaman Tecolote por el color café de su uniforme (cuarteta cuatro). Asimismo, el corrido también narra que el oficial decidió ignorar a Pablo y no contestó sus insultos. González continuó increpándolo y luego sacó su pistola y le disparó dos veces, aunque sin lograr hacer blanco. El oficial procedió a esconderse, mas no se defendió todavía (cuarteta siete). Finalmente, forzado por las circunstancias, al ver que Pablo no dejaba de dispararle, el agente Robles se vio obligado a repeler la agresión en defensa de su vida (cuarteta ocho). El corridista detalla incluso que los primeros dos disparos de Robles fallaron yéndose a estrellar a
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un pilar (cuarteta nueve), pero que luego ya logró hacer blanco hiriendo mortalmente a Pablo González (cuarteta diez y once). Resulta interesante que el corrido no muestra pesar alguno por la muerte de El Pablote. De hecho, comenta que diez meses antes éste había matado a un individuo de apellido Álvarez, y ahora el destino le cobraba con la misma moneda. Implícitamente, el autor del corrido da a entender que Pablo recibió su merecido. Esta impresión debió haber sido compartida por los testigos, porque al parecer no hubo represalia inmediata en contra del agente. De acuerdo al corrido, ni El Veracruz ni otros posibles acompañantes de Pablo intervinieron, muy probablemente
Resulta interesante que el corrido no muestra pesar alguno por la muerte de El Pablote.
sorprendidos por el inesperado giro que tomaron los acontecimientos. Pronto llegó la policía, y el agente Robles se entregó diciendo que había actuado en defensa propia (cuarteta catorce). El personal del bar El Popular apoyó la versión del policía, aun a costa de una posible venganza de la banda de El Pablote. Se menciona a alguien de nombre Martín, quien junto con los cantineros del lugar declararon que Gonzá-
[dossier] Ciudad Juárez y El Paso en la arqueología del narcocorrido
Juan Carlos Ramírez-Pimienta
lez quiso matar a Robles y éste se vio obligado a defenderse disparando (cuarteta quince). El corridista, de manera descriptiva, reprueba la conducta de El Pablote y aprueba la del agente Robles. Es verdad que no hace una crítica directa a la conducta de Pablo y se limita a narrar los hechos, pero esto era más que suficiente para el oído entrenado del público acostumbrado a escuchar corridos. El corrido continúa narrando que al siguiente día enterraron a Pablo González, haciendo una breve mención del dolor de la viuda Ignacia Jasso La Nacha ante el cadáver (cuarteta dieciséis). La transcripción que he hecho del corrido seguramente no está exenta de errores. Decenas de veces he escuchado la vieja grabación tratando de descifrarla a cabalidad pero, como se ha visto, en ocasiones no he podido hacerlo y lo he indicado con puntos suspensivos. La penúltima cuarteta, por ejemplo, menciona a un individuo que pare-
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ce denominar con el apodo de Carnitas (al menos algo muy cercano a eso se escucha en la grabación); también menciona a un tal Policarpio y a una persona de apellido Dosamantes. Desconozco quién puede ser Carnitas, pero es probable que Policarpio sea Policarpio Rodríguez, conocido hampón en el Juárez de esos tiempos. En anteriores comentarios de este corrido, di por sentado que la canción indica que Policarpio mató a Dosamantes, pero ahora considero que fue lo contrario. La penúltima cuarteta, en su último verso, puede decir dos cosas opuestas en relación a Policarpio: “Que Dosamantes mató” o “Que a Dosamantes mató”. Dos notas periodísticas de diarios de El Paso, Texas, mencionan a Policarpio Rodríguez en 1928. En la primera, fechada el 26 de agosto de 1928, se dice que éste estaba desaparecido. Aclara además que su familia levantó el reporte. La segunda nota salió poco más de un mes después, el dos de octubre de 1928, y narra que su cadáver fue encontrado y posteriormente identificado por su esposa, pero también se señala que de acuerdo a ésta, Policarpio llevaba perdido ocho días.Es decir, que a fines de agosto desapareció pero en algún momento regresó a casa con su familia
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[dossier] Ciudad Juárez y El Paso en la arqueología del narcocorrido
Juan Carlos Ramírez-Pimienta
para volver a desaparecer alrededor del 25 de septiem-
La bre, esta vez con trágicas consecuencias. La nota tertranscripción mina diciendo que dos agentes federales fueron que he hecho arrestados en conexión con el descubrimiento del del corrido cadáver. seguramente La conexión con el mayor Ignacio Dosamanno está exenta de errores. tes es que éste fue enviado por Plutarco Elías Calles en junio de 1928 a la región de Juárez y El Paso precisamente para combatir el crimen organizado. Dosamantes era agente especial de la Procuraduría de la República, y como tal muy probablemente el jefe de los agentes federales arrestados. Bob Smith, habitante de El Paso y entusiasta biógrafo de Ignacia Jasso, me proporcionó las dos notas periodísticas. Él se inclina a pensar que la muerte
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de Policarpio fue una ejecución extrajudicial, pues esa era una costumbre de la época. Es muy posible que tenga razón, pues no fue esa la única ocasión en que Dosamantes fue acusado de asesinato. Años antes de su arribo a la frontera se había visto obligado a huir de su natal Veracruz al ser acusado del homicidio de una prostituta. Su eventual reincorporación al ejército (y exculpación judicial) se daría años después gracias al poder de Plutarco Elías Calles quien, como dije antes, lo envió a luchar contra la mafia que luego, al finalizar el siglo XX, se llegaría a conocer como el cártel de Juárez.
UAN CARLOS RAMÍREZ-PIMIENTA (Tijuana, México, 1966). Es profesor investigador en San Diego State University-Imperial Valley. Ha publicado una veintena de artículos sobre literatura y cultura latinoamericana en medios especializados, es co-antologador del libro El Norte y su frontera en la narrativa policiaca mexicana, y autor de De El Periquillo al pericazo: Ensayos sobre literatura y cultura mexicana. Su título más reciente es El narcocorrido: Orígenes y desarrollo del canto a los traficantes, tema en el que se desenvuelve con total maestría.
[dossier] Titulo AUTOR
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Sobre su pecho un óvalo de plata que arroja destellos en el punto donde yo levito. La chamana nota que estoy encandilado pero en ese instante no lo creo:
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imposible que la gran bruja se fije en mi quietud entre tanta gente que vino para oír su canto. Somos varios miles los devotos. Solamente lo sé al final, cuando todos la ovacionamos: en el mismo instante en que yo le mando un beso un nuevo destello de plata rebota en mis ojos fijos en ella. Ella lo ve –o siente mi beso–, me acaricia con la mirada y me devuelve mi beso.
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Enseguida la imito en ese gesto suyo de abrazar abrazándose y la vieja reina de la luz de lo oscuro me retorna desde lejos el abrazo con un calor de cuerpo que [contagia mi cuerpo. Me quedo lelo,
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el tiempo detenido en el plenilunio de unos abismos que otros [vivieron por mí, ángeles extraños, ángeles buenos que conocen el infierno como la casa del hermano, ángeles buenos que vienen a salvarme con su canto.
DARÍO JARAMILLO AGUDELO (Santa Rosa de Osos, Colombia, 1947). Poeta y narrador, ha publicado los libros de poesía Historias, Tratado de retórica, Poemas de amor, Del ojo a la lengua, Cantar por cantar, Gatos y Cuadernos de música. Entre su obra narrativa se cuentan La muerte de Alec, Guía para viajeros, Cartas cruzadas, Novela con fantasma, Memorias de un hombre feliz, El juego del alfiler, Historia de una pasión y La voz interior. Recibió el Premio Nacional de Poesía en 1978 y fue candidato al Rómulo Gallegos en dos ocasiones. Publicamos este poema como un “hasta luego” para Chavela
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Instrumentos que rozan el pasado acarician y cantan la pérdida Guaguancó de lino y almidón orgullo de la árida provincia Cuerdas que saltan con rubor El negro se abriga improvisa una tonada sufren los tambores los pianos se recrean Clave a tiempo perfecta trino desesperado Un lutier borracho llora sobre la barra Guaguancó pañuelo rojo guayabera sopor y madrugada sabor a tamarindo vino seco humo de tabaco El maestro ronero estrena su danzón Pueblo alejado sin retorno Orquesta pobre se alquila para fines de semana baile breve que el cuerpo recita de memoria.
WENDY GUERRA (La Habana, Cuba, 1970). Ha recibido numerosos premios por su obra poética, mientras que su novela Todos se van obtuvo el Premio Bruguera y fue incluida entre las mejores de 2006 por El País. Es autora de los poemarios Platea oscura, Cabeza rapada y Ropa interior, y de la novela Nunca fui primera dama. En 2010 fue nombrada Chevalier de l’Ordre des Arts et des Lettres de la República francesa.
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[dossier] “Me enamoré de vos la noche que me pasaste el brazo por el hombro y en el balcón me cantaste El día que me quieras”. Luego de recordar la frase de aquella mujer, El Viejo hundió el cigarrillo en un vaso con restos de cerveza y dijo: “Me sentí Gardel”. La expresión suele usarla un argentino con la autoestima en alza. Más allá de esto, algo ha de tener de bello y poderoso la canción para que siga abriendo corazones femeninos y pocos puedan vencer la tentación de hacerle la segunda al
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Zorzal Criollo cuando la canta. Algo la hace perdurar y resistir los embates de sus más de cien versiones, sin contar la de mi madre mientras lavaba los platos luego del almuerzo. Para declarar su amor, un joven le canta a una mujer qué es lo que sucederá el día que ella lo quiera. No promete prosperidad ni fidelidad, sino que anticipa la transformación del universo que habitan: “Estrellas celosas” los mirarán pasar, y “un rayo misterioso” hará nido en su pelo. Le habla de extrañas conductas en el reino animal –una “luciérnaga curiosa”, por caso–, y hasta le asegura que los objetos cobrarán vida: “Locas fontanas” parlotearán sobre ese encuentro. “Florecerá la vida, no existirá el dolor”, ilusiona Gardel en El día que me quieras (EDQMQ), una de las canciones más trascendentes de la sociedad creativa que conformó con el poeta Alfredo Le Pera, su autor más prolífico y guionista de sus filmes entre 1932 y 1935. Compartieron hasta el lugar y la hora de la muerte: Medellín, 24 de junio de 1935. EDQMQ es también un producto del mundo globalizado de los treinta –grandes olas migratorias, prolongados viajes en barcos siempre presentes en el universo gardeliano–, que halla a Gardel en una fase superior de su carrera, algo que hubiera sido difícil de sostener sin
[dossier] una pluma exquisita y versátil, como para preservar
Más allá de esto, algo mo que imponía la industria. ha de tener de En EDQMQ se reconocen movimientos bello y poderoso interesantes. Ante todo, es una honesta parála canción para frasis del poema de Amado Nervo al que Le que siga abriendo corazones Pera dota de un lenguaje pulcro y liberado de femeninos. localismos, apto para el mundo hispanoparlante; la singularidad del Troesma y sintonizar con el rit-
lo que no es obstáculo para que ingrese al contexto del tango argentino, sólo que lo hace sin el recurso de términos lunfardos, tan propios del género.
El poeta Nacido en San Pablo en 1900 y radicado de pibe en Buenos Aires, Le
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Pera se une artísticamente a Gardel en París en 1932. Es el momento justo. La Paramount necesitaba un buen escritor para los guiones de las películas y las canciones que el Mudo interpretará en ellas. “Cuando no estás, muere mi esperanza; si tú te vas, se va mi ilusión. Oye mi lamento, que confío al viento, todo es dolor cuando tú no estás”, le hace cantar el poeta en Cuando tú no estás (1933), tal vez un antecedente de EDQMQ. Le Pera, un admirador de los modernistas, pone a Gardel en la piel del hombre abandonado: “En la doliente sombra de mi cuarto, al esperar sus pasos que quizás no volverán, a veces me parece que ellos detienen su andar, sin atreverse luego a entrar. Pero no hay nadie y ella no viene, es un fantasma que crea mi ilusión” (Soledad, 1934). Y también de quien se decepciona por un amor que retorna: “…Es sólo un fantasma del viejo pasado que ya no se puede resucitar” (Volvió una noche). O hace que el viajero prometa: “Mi Buenos Aires querido, cuando yo te vuelva a ver, no habrá más pena ni olvido”. Son canciones eternas, pobladas de expresiones que renovarán sus sentidos a través de distintos juegos del lenguaje. Por citar un par
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[dossier] de casos, No habrá más pena ni olvido da título a una novela de Osvaldo Soriano, y es metáfora de la Argentina de los setenta; Mi Buenos Aires querido es el título de un poema donde el gran Gelman habla de la misma época dura: “Hay que aprender a resistir, ni a irse ni a quedarse, a resistir, aunque es seguro que habrá más penas y olvido”. Eso es Gardel y Le Pera, una obra que ellos, otros intérpretes, la radio y los discos propagaron hasta –en muchos casos– hacernos creer sus dueños y sentirnos Gardel, por un momento.
El día que me quieras, sustento de un filme La canción fue el soporte de la película homónima que en enero de 1935 ya se filmaba en Estados Unidos. Conmueven Julio Argüelles (Gardel) y Margarita (Rosita Moreno) en el banco de una plaza. Él le
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confiesa que nunca tuvo afecto –la muerte temprana de su madre, el desamor del padre millonario–
La película se estrenó el 16 de julio de 1935 en una Buenos Aires consternada por el reciente fallecimiento de Gardel.
y le dice que todo cambió desde que ella está en su vida. La mujer le habla de los mundos diferentes de los cuales proceden, pero él toma su mano, le canta EDQMQ, y ella se suma al final. La mujer que cita El Viejo, ¿se habrá sentido Margarita cuando éste arrancó con “Acaricia mi ensueño el suave murmullo...”? Con el casamiento de Julio y Margarita, llega la
adversidad: el empobrecimiento de la pareja que ya tiene una hija, la indiferencia del padre –por no cumplirse el mandato de una alianza matrimonial de clase– y la enfermedad que apaga la vida de la amada. Sus ojos se cerraron, otro de los seis temas que Le Pera compone para la película, anticipa las muestras de condolencia: “Yo sé que ahora vendrán caras extrañas con su limosna de alivio a mi tormento”. El tiempo reivindica a Argüelles: triunfa como cantor, y la hija – que desconoce sus orígenes– se enamora de un millonario, cuyo pa-
[dossier] El día que me quieras José Osvaldo Dalonso
dre está ligado comercialmente al padre de Argüelles. Todo ello ocurre en un barco que navega rumbo a Nada la Argentina. Se aclaran las cosas, y habrá boda. iguala a la versión que Gardel Sobre la borda, Gardel imagina el puerto de estrenó el 19 de Buenos Aires: “Yo adivino el parpadeo de las marzo de 1935. Desde luces que a lo lejos van marcando mi retorese día, EDQMQ ha no” (Volver). tomado los distintos Un detalle curioso del filme es que apamatices del tango rece un jovencito vendedor de diarios, quien y del bolero.
será una figura fundamental de la renovación
del tango: el bandoneonista argentino Astor Piazzolla (1921-1992). La película se estrenó el 16 de julio de 1935 en una Buenos Aires consternada por el reciente fallecimiento de Gardel, de sus músicos
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y de Le Pera.
Versiones y distorsiones Nada iguala a la versión que Gardel estrenó el 19 de marzo de 1935. Desde ese día, EDQMQ ha tomado los distintos matices del tango y del bolero; fue apropiada por artistas de lo que en la Argentina denominamos rock nacional, y también por tenores como Plácido Domingo o José Carreras. Resistió hasta donde pudo a Julio Iglesias, Dyango y Roberto Carlos, el pionero del Facebook con eso de “Yo quiero tener un millón de amigos”. Más allá de la polémica por la pertenencia al género, decenas de cultores del tango la sumaron a su repertorio, desde grandes orquestas hasta una larga lista de cantores, entre los que sobresalen Hugo del Carril, Roberto Goyeneche y Edmundo Rivero, y las cancionistas Nelly Omar y Libertad Lamarque (1908-2002), quien lo grabó a los 89 años. Y en su andar por Latinoamérica se hizo bolero con el Buena Vista Social Club o Antonio Prieto, para que miles de parejas movieran leve-
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[dossier] El día que me quieras José Osvaldo Dalonso
mente sus pies, bajo el cemento gastado de los clubes o la tierra fresca de patios adornados con flores de papel.
Más allá de la polémica por la pertenencia al género, decenas de cultores del tango la sumaron a su repertorio.
EDQMQ alcanzó a otras generaciones con Celeste Carballo –a principios de los noventa, con arreglos de Charlie García–, Juan Carlos Baglietto, Lito Nebbia y Andrés Calamaro. Se trata de gente que, en su mayoría, ha producido –a su manera– uno o más discos con canciones del mundo del tango, aunque el último de los nombrados, en dúo con Montse Cortés, le dio a ED-
QMQ una impronta flamenca. ¿Resignificación? ¿Homenaje? ¿Interés comercial? O tan sólo esto de que todos tenemos algo de Gardel –en el corazón, en la sonrisa, en
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la gola–, que nos lleva a apurar El día que me quieras, más aún cuando una dama deja en reposo la copa, y apoya los codos en el balcón, a la espera de que la canción llegue a sus oídos. Como un susurro.
JOSÉ OSVALDO DALONSO (Rosario, Argentina). Es licenciado en Comunicación Social y en la actualidad realiza su doctorado. Es periodista, docente e investigador en la Universidad Nacional de Rosario. Ha publicado y compilado libros de investigaciones y ensayos en ciencias sociales. Es un respetable asador, canta tangos en la ducha, y hasta no hace mucho desparramaba delanteros en campos de fútbol. Ama al Club Atlético Newell’s Old Boys, al que sigue por todas las canchas de la Argentina.
[dossier] Acaricia mi ensueño el suave murmullo de tu suspirar, ¡como ríe la vida si tus ojos negros me quieren mirar! Y si es mío el amparo de tu risa leve que es como un cantar, ella aquieta mi herida, ¡todo, todo se olvida..! El día que me quieras la rosa que engalana se vestirá de fiesta con su mejor color.
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Al viento las campanas dirán que ya eres mía y locas las fontanas me contarán tu amor. La noche que me quieras desde el azul del cielo, las estrellas celosas nos mirarán pasar y un rayo misterioso hará nido en tu pelo, luciérnaga curiosa que verá...¡que eres mi consuelo! El día que me quieras no habrá más que armonías, será clara la aurora y alegre el manantial. Traerá quieta la brisa
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[dossier] El día que me quieras José Osvaldo Dalonso
rumor de melodías y nos darán las fuentes su canto de cristal. El día que me quieras endulzará sus cuerdas el pájaro cantor, florecerá la vida, no existirá el dolor... La noche que me quieras desde el azul del cielo, las estrellas celosas nos mirarán pasar
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y un rayo misterioso hará nido en tu pelo, luciérnaga curiosa que verá... ¡que eres mi consuelo!
CARLOS GARDEL (Francia, 1890). Cantante, compositor y actor argentino de origen francés, nacido en fecha incierta. A finales de la década de 1920, la identificación de Gardel con el tango era ya un fenómeno de ámbito universal. Desde entonces, nunca ha dejado de reconocerse su papel esencial en el desarrollo y difusión del tango y su condición de mejor intérprete de la historia del género. ALFREDO LE PERA (San Pablo, Brasil, 1900). Es considerado uno de los más excelsos compositores de tangos de todos los tiempos. Además de escribir una gran cantidad de canciones, que interpretó Carlos Gardel, escribió guiones para cine y teatro, y trabajó como periodista. Murió con su mejor intérprete, en el mismo accidente de avión, en Medellín, Colombia, el 24 de junio de 1935.
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[dossier] El ambiente no escatima en estruendo y alboroto. Está atestado de organizadores, escritores, docentes, editores, pupilos y agentes literarios. Caminan en tropel, con programas de la AWP (Association of Writers & Writing Programs) y agendas con las conferencias subrayadas. Él los ve, sereno, desde el banco de un piano de cola que han dejado libre en el inmenso lobby del hotel, y dice:
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“De alguna manera, soy afortunado, porque no soy famoso; mi libro lo es. Cuando gané el premio, nadie me conocía. Todo el mundo se preguntó: ¿Paul qué?’” A su lado pasan dos profesores de Escritura Creativa de la Universidad de Texas, ambos especialistas en literatura estadounidense contemporánea. Ninguno sabe quién es Paul Harding. Ni se percatan de su presencia. Lo ignoran, olímpicamente, mientras están tras los pasos de algún escritor conocido. “Me siento como el representante de este tipo de historia”, prosigue. “Nada gira alrededor de mí. En cambio, he llegado a representar a la gente que trabaja duro, a las imprentas y librerías independientes. Eso sí ha sido grandioso. La peor reacción que puedes tener al ganar el premio Pulitzer es pensar que lo mereces. Más bien, es una oportunidad extraordinaria de ejercitar tu humildad”. Y Harding parece ser de este tipo de gente. En la conferencia anual de la AWP, realizada en Chicago, no puso mayores impedimentos e intermediarios para contactarlo. Su firma de libros tampoco fue multitudinaria. Pese a haber conseguido un galardón de tanta importancia, el Pulitzer de ficción en 2010 con su prime-
[dossier] ra y hasta ahora única novela: Tinkers (Vidas de hojalata), su temple es de hombre tranquilo, del buen vecino que presta sus herramientas. Quien piense que también calza con la figura del profesor tolerante, quizás está en lo correcto, porque lo es en la vida real. Por lo menos en la Universidad de Iowa, en donde se graduó y ahora imparte clases en el taller de escritores.
Vidas de hojalata está llena de saltos temporales. Su protagonista, el relojero George Washington Crosby, muere en una cama ubicada en el salón de su casa. Y allí, mientras espera el momento, sufre de alucinaciones que va armando una memoria sentenciada. Su infancia, la relación con su padre hojalatero, los ataques de epilepsia de este último y la
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correspondencia de los personajes con la naturaleza de un ambiente rural, que abarca desde finales del siglo XIX y a mediados del XX, forman un todo en un libro no exento de juegos de voces. Todas ellas, hay que decirlo, son capaces de otorgarle un tono entre fantasmal y poético a ese caos controlado por las horas que le quedan de vida al protagonista. Desde su primer párrafo se establecen todas las reglas del juego: George Washington Crosby comenzó a pade-
“La peor reacción que puedes tener al de la cama de alquiler del hospital, instalada ganar el premio en mitad del salón de su casa, veía insectos entrar y salir de las grietas imaginarias en el Pulitzer es pensar que lo mereces. Más bien, enlucido del techo. Los batientes acristalados es una oportunidad de las ventanas, que antes encajaban perfecextraordinaria tamente en sus respectivos marcos, ahora esde ejercitar tu taban flojos. Con la siguiente ráfaga de viento se humildad”. cer alucinaciones ocho días antes de morir. Des-
desprenderían y caerían sobre las cabezas de sus familiares, que estaban sentados en el sofá, el confidente y
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[dossier] las sillas que su mujer había traído de la cocina para que todos tuvieran asiento. El torrente de batientes echaría del salón a todo el mundo, a sus nietos de Kansas, de Atlanta y de Seattle, a su hermana de Florida, y su cama quedaría aislada en un foso de cristales rotos. El polen y los gorriones, la lluvia y las intrépidas ardillas que llevaba media vida ahuyentando de los comederos para los pájaros, le allanarían la casa. “Cuando mi abuelo materno murió, tuvimos un servicio familiar”, recuerda Harding. “Lo trajimos a casa, lo pusimos en una cama en la sala, y una tarde alucinó y vio grietas y cucarachas en el techo. Así que años después escribí aquello. La primera oración no era: ‘Comenzó a padecer alucinaciones ocho días antes de morir’. En el cuento era algo así como: ‘Vio grietas en el techo’. De tal manera que era totalmente
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empírico, claro y simple en la oración. Lo que hice después fue tomar la metáfora y extenderla. Creo que la siguiente hablaba de que las grietas se ensanchaban y alargaban, luego el piso se abría y el personaje terminaba en el sótano. Después de que hice toda la casa yacer sobre él, me pregunté: ‘¿Qué sigue?’ El azul del cielo, las estrellas, la oscuridad. Lo llevé al alfa y omega y, entonces, paré. - ¿Cómo decidió utilizar las diferentes personas en la novela? - La novela está escrita en primera persona, tercera persona, pasado y futuro. Para mí la obra de arte dicta lo que requiere, y no puedo preocuparme menos por las reglas. En el taller de escritura la gente me decía: ‘Salta del presente al futu-
“Para mí ro. No funciona’. Yo pensaba: ‘No me importa’. la obra de arte El peligro de seguir estas normas es terminar dicta lo escribiendo de manera amaestrada, domesticaque requiere, da y plana en oposición a como deberías hacery no puedo preocuparme lo: buscando romper las convenciones. Si lees menos por las a Faulkner, a Fuentes, El otoño del patriarca de reglas”. García Márquez, te das cuenta de que ellos empujaron las fronteras del lenguaje. El truco es sólo tratar
[dossier] Paul Harding : Oro en la hojalata
de mantener la atención de los lectores en cosas realmente sustanciales, bellas y verdaderas, de tal manera que nunca noten que le están rompiendo las reglas. Entre otras cosas porque a ellos no les interesa. Su lectura es sustancialmente más gratificante que estar poniéndole atención a la gramática o a lo que sea. Tienes que estar consciente de que hay diferentes maneras de mode-
“Si lees lar tu novela. a Faulkner, a - Acaba de nombrar a Carlos Fuentes y a Fuentes, El otoño Gabriel García Márquez. ¿Es cierto que fuedel patriarca de ron decisivos en su formación como escritor? García Márquez, te das cuenta de que - Ellos fueron absolutamente formativos, ellos empujaron normativos. Terra Nostra fue el título del que las fronteras del recuerdo haber leído de corrido unas trescientas lenguaje”. páginas, y al mismo tiempo estar pensando: ‘Él,
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Fuentes, tiene el mundo entero en un libro, y ésa es la clase de libro que quiero leer, es la clase de libro que quiero escribir’. Después fue cuando descubrí a Cortázar, a Gabriel García Márquez, a Donoso. Lo que me encantó particularmente de Fuentes, García Márquez y Cortázar es que ellos reutilizaron sus personajes, como es el caso de Oliveira de Rayuela: éste de alguna forma aparece en Cien años de soledad y en Terra Nostra. Entonces me enamoré de la idea de estos tipos, que casi escribían en turnos pequeños trozos de la misma novela pero con variaciones. Me encantó saber que todos estos autores que había admirado, tenían unas sensibilidades que fueron filtradas a través de su gran amor por William Faulkner y Virginia Woolf. Es decir, yo podía adquirir a Faulkner y Woolf a través de todos estos señores de México y Argentina. Por eso siento que mis escritos tempranos sonaban como si hubieran sido traducidos pobremente del español. Aunque, de alguna manera, encontré mi camino. - ¿Entonces podría decir que Vidas de hojalata tiene ecos de estos escritores? Hay quienes relacionan el remolino inicial con el del final de Cien años de soledad.
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[dossier] - Es también La muerte de Artemio Cruz, que a su vez es Fuentes encauzando Mientras agonizo, de Faulkner. Así que me encanta la idea de las reverberaciones y variaciones de un tema. No experimento la influencia de Carlos Fuentes en mi escritura con ninguna ansiedad. Estoy encantado de ser parte de esa tradición, en la medida en que no esté solamente imitándolo o siendo
“No derivativo. A menudo la gente ve Mientras agoexperimento nizo en mi libro porque el título suena mucho la influencia a las circunstancias literales de Vidas de hojade Carlos Fuentes lata. Pero es La muerte de Artemio Cruz, poren mi escritura que esta novela es sobre el tipo en una cama con ninguna con su vida desfilando frente a sus ojos. ansiedad”. - ¿Y qué sabe de los escritores latinoameri-
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canos de la actualidad? - Muy poco. Solía trabajar en librerías. Así que siempre estaba leyendo libros, y ahora tengo menos tiempo para conocer escritores contemporáneos. No podrían creer las cosas que no he leído. Me topé hace un par de años con Juan Rulfo, lo recuerdo, Pedro Páramo. Alguien me acaba de dar 2666 de Bolaño. Pero, ¿sabe?, tampoco he leído a muchos autores estadounidenses, porque he estado ocupado. Devoré mucha ficción del siglo XIX y el temprano siglo XX. Leí un montón de Thomas Mann. Siempre estoy tratando de volver a Proust, a Tolstoi, las grandes y monumentales novelas. Pienso que es importante estar consumiendo muy buenas cosas. Siento que, a través de años de enseñanza y lecturas, tu escritura puede ser tan buena como el mejor material que lees. También quiero decir que esa clase de rutina te aleja del placer de conocer todo el material nuevo que sale. Así que mis lecturas necesitan estar un poco más dirigidas. Como consecuencia de llegar a ser buen amigo de Marilynne Robinson, investigo mucho sobre teología, cosmología. Es todo narrativa; es el universo.
[dossier] Paul Harding : Oro en la hojalata
Antes de seguir con la entrevista, es bueno aludir al cuento mil veces relatado del Harding escritor. Y también hacerle sitio en esta historia a la de su novela. Pese a lo repetitivo, es necesario para quienes no la conozcan: Harding sonríe, ajeno a todo lo que vendrá a continuación. Tiene el pelo entrecano a los lados. Su corte es bastante conservador. También su ropa. Viste con modestia, sin excentricidad ni estereotipos. Parece cualquier hombre tranquilo de mediana edad y estatura. Nada en él da un leve indicio de su pasado. De ese en donde todo era sobresalto, baquetas, tambores y giras. Porque eso era Paul Harding hace un par de décadas: el baterista de un trío de la época grunge: Cold Water Flat. Sacaron dos discos, en donde no compuso ni una sola letra, y la separación vino a mediados de los noventa por las usuales diferencias creativas. Atrás quedaron las expectativas, las influencias,
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los sweaters, la delgadez y ese pelo con abundante pollina. “No extraño a las groupies”, dice con gracia antes de proseguir: “Estaba casado. La gente habla del sexo, drogas y rock and roll como algo típico de este ambiente. Hice el rock y las drogas, pero les aseguro que me salté el sexo”. Para entonces distaba mucho de ser el prospecto de un Pulitzer. No fue buen estudiante en la Universidad de Massachusetts, por lo que tardó seis años en sacar el título en Inglés. La revelación, en cambio, se la dio su trabajo como depen-
“La gente diente de una librería y su posterior inscripción habla del sexo, en un curso de verano de dos semanas en el drogas y rock and roll como algo típico Skidmore College. Con lo primero se llenó de lecturas. Lo segundo da para unas líneas de este ambiente. más: Marilynne Robinson (otra Pulitzer y Hice el rock y las drogas, pero les santa protectora de Harding) fue su primera aseguro que maestra en ese taller de escritura. La influenme salté el cia que ejerció en él fue colosal. Embelesado sexo”. por la sofisticación intelectual de su instructora,
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[dossier] Paul envió su aplicación para entrar al máster que ella dirigía para entonces: el de Escritura Creativa de la Universidad de Iowa, quizás el de más historia y tradición en su país. Metió dos cuentos en el sobre –uno era el embrión de Vidas de hojalata–, los mandó por correo, y se fue a su casa a cruzar los dedos.
“Una de las cosas liberadoras acerca de ser rechazado de esa manera, es que nunca tienes segundos pensamientos”.
Cualquier lector sagaz sabrá que el hombre fue aceptado al programa, quizás por la calidad de ese relato de 18 páginas, pero no que Harding desestimó el valor del cuento. “Cuando ingresé al taller lo dejé a un lado, y trabajé en otra novela por tres años”, confiesa. “Pero ésta se me derrumbó. Nunca pude lograr que funcionara. Iba a ser una mezcla entre mis dos libros favo-
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ritos de ese momento: La montaña mágica de Thomas Mann y Terra Nostra de Carlos Fuentes. Estuve tratando de juntarlos, y postulé un México colonial en el siglo XVI. Era sobre una niña de 12 años que se disfrazaba de chico para trabajar en las minas de plata en Zacatecas. No podía escribir una sola línea sin hacer un montón de investigación. Simplemente no tenía las habilidades como escritor para crear algo mejor que un drama de disfraces. Cuando ese libro colapsó, me di cuenta de que nunca lo podría hacer, y entonces regresé al cuento de Vidas de hojalata”. La gente ya le había advertido el carácter elíptico del relato. Solían aconsejarle que lo alargara, que daba para una novela. Para Harding esto era buen signo, porque significaba que deseaban leer más de ese experimento. Además, y para mayor alivio, todo sucedía en lugares que conocía a la perfección. A manera de síntesis: no tenía que gastar tiempo investigando atmósferas ni culturas ni parajes. Después de terminarla, se sintió cómodo… y también vino el rechazo. El manuscrito pasó casi cinco años en un cajón, pero no con la finalidad de dejarlo respirar. La medida fue contraria a su voluntad: nadie quería publicarlo. “Todo esto lo manejé filosóficamente”, conce-
[dossier] Paul Harding : Oro en la hojalata
de. “Hubo editores que me enviaron cartas groseras. En el momento lo tomé mal, porque uno escribe con el corazón para recibir un: ‘No, gracias’. Sabía que, para bien o para mal, el libro no lo podía cambiar. No podía poner persecuciones de carros y sexo y peleas a tiros. Quiero decir: era lo que era, pero a nadie le gustaba. Escribir la novela es una justificación; publicar es algo diferente. Gasté todos esos cinco años decidiendo que iba a crear arte por el arte, porque podía convertirme en un autor que nunca sería publicado. Así que creo que eso me ayudó. Una de las cosas liberadoras acerca de ser rechazado de esa manera, es que nunca tienes segundos pensamientos. Solamente escribes lo que quieres”. Lo que sucedió después, él mismo lo considera un feliz accidente: en una reunión informal conoció a un editor independiente, que a su vez le mandó la novela a una colega del ramo. Resultó ser Erika Gold-
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man, de Bellevue Press, un pequeño sello sin ánimo de lucro perteneciente a la escuela de medicina de la Universidad de Nueva York. Ella quedó enamorada del manuscrito; juró no alterarlo, firmó al autor por apenas 1000 dólares, y hasta llegó a vender 7000 ejemplares antes del gran suceso: el Premio Pulitzer. El cuento de hadas estaba hecho, y también la beca Guggenheim y el contrato con Random House a una hora de hacerse pública la decisión. “Es bueno saber que, a pesar de lo que se dice todos los días acerca de la muerte de las pequeñas edito-
“Es bueno saber que, a realmente esperanzador”. pesar de lo que se dice todos los días acerca de la muerte de las pequeñas editoriales, hay Harding se sorprende cuando se le advierte solectores allí bre la traducción al español de su título. Arruga la afuera”. riales, hay lectores allí afuera”, remata el autor. “Es
cara al enterarse de que Hojalateros terminó rebauti-
zado como Vidas de hojalata. Pero tampoco hace mayor
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[dossier] drama. Tiene buen humor y, en algún momento, hace la mímica de tocar el piano de cola que le sirve de mesa improvisada. La coincidencia de ver al otrora músico delante de un instrumento, obliga a hacer las relaciones de siempre. - ¿Es la industria editorial más dura que la musical? - No sé. Las dos son manejadas por gente que es apasionada por el arte y que desean llevarlo al mundo, pero también hay un fondo comercial. En mi experiencia, la industria musical es un poco más salvaje. Es curioso. En el tiempo que estuve en la banda, gastamos los últimos nueve meses con cierta notoriedad internacional, con todo lo que eso significa. Cuando Vidas de hojalata se publicó y ganó el Pulitzer, reaparecieron las entrevistas y las giras.
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“en esa época de baterista no llevaba libros ni leía en mis giras”.
El haber tenido esta experiencia como músico me ayudó un montón, porque sabía cómo dar entrevistas, sabía cómo era estar en la carretera. Me volví un poco más profesional en eso. - Pero eran giras diferentes. - Sí, en esa época de baterista no llevaba libros ni leía en mis giras. Uno terminaba tan hecho polvo que a duras penas podía leer un periódico, porque la banda en la que yo estaba era la clase de grupo con una música muy intensa. Cuando vas de gira por los Estados Unidos, gastas 16 horas al día manejando, comes cosas terribles, no haces ningún dinero, te quedas en cuartos de hoteles asquerosos, armas el espectáculo, tocas por 45 minutos, y manejas de nuevo al siguiente lugar. Esa clase de rutina no ayuda a tener una vida interior. No hay tiempo para ti. Lo que aún me gusta es llegar a una ciudad y conocer a la gente, conocer sus cotidianidades. - ¿Y cómo escribió ese segundo libro que le encargaron estando de gira promocional? - Si puedo, escribo temprano en la mañana. Mi cerebro está fresco a esa hora. Pero es cierto que el proceso de redacción del segundo libro lo tuve que acometer mientras estaba de gira con Vidas de hojala-
[dossier] Paul Harding : Oro en la hojalata
ta. Así que existen las condiciones ideales y las condiciones reales. No quería que fuera horrible o medio hecho. Tuve que aprender a disciplinarme para encontrar un espacio en los aviones, en los cuartos de hotel; es decir, aprender cómo concentrarme en lugares sin importar las circunstancias exteriores. Acabo de entregar el original, que repite con algunos personajes de Vidas de hojalata, y el agente me dio su aprobación. Ahora mismo la novela la tiene el editor. Debe estar leyéndola en este momento… La manera en que estaba tratando de escribir la llamo interrogativa. Eso significa que no tengo nunca idea de lo que voy a teclear. Probablemente poseo una vaga noción acerca de ello. Siento que si ya sabes lo que vas a escribir antes de que empieces, probablemente ni siquiera valdrá la pena mecanografiarlo. El punto central es alcanzar la revelación, esa clase de cosas. - ¿Habla de una improvisación como la del jazz?
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- Sí. Improvisación, descubrimiento. Eso también ayuda a una mejor expresión con el lector, por-
“La manera en que estaba tratando ra es tu descubrimiento en la composición de escribir la llamo de algo que es bello y que no esperabas. interrogativa. Esa clase de manera de escribir es más Eso significa que exploratoria e interrogativa. Pienso que la no tengo nunca prosa en el libro es básicamente poesía líidea de lo que voy rica, poesía con grandes saltos entre líneas; a teclear”. que lo que se deja en las páginas de tu escritu-
y eso es lo que estaba tratando de hacer. Cada
vez que empezaba a trabajar en alguna escena o pasaje dado, comenzaba a preguntarme acerca del personaje, lo que significa, lo que es oscuro o misterioso. Trataba de interrogar las cosas y dejar al sujeto revelarse a sí mismo, elaborarse a sí mismo, y entonces sentía que estaba tomando el dictado, como la improvisación cuando toco batería o lo que sea. Al escribir de esa manera, también te sorprendes a ti mismo. Descubres cosas. Ese es mi trabajo: escuchar, observar, y siempre asegurarme de no empujar al sujeto para transfor-
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[dossier] marlo en lo que tú piensas. Hay que prestar atención a lo que hace, dejarlo elaborarlo, dejarlo articularse a sí mismo. - ¿Escribe poesía? - Lo hago, pero nunca sé dónde hacer la división de los versos. ¡Nunca sé dónde diablos va! Por eso la llamo prosa extraña. - ¿Componer una canción es parecido a escribir un poema? - No lo sé. No puedo componer letras de canciones. Creo que el proceso de escribir una novela, y de ponerla junta, es algo así como los arreglos de una orquesta o una sonata. Estás pensando en contrapartes y en la armonía, incluso de la manera más mundana: si me paralizo en la redacción, y estoy escribiendo sobre alguien que está triste, en la siguiente escena esa persona estará feliz. No es así de crudo, pero es la idea del contrapunto, de modelar cualquier cosa. Tienes que con-
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traponer ritmos uno sobre otro, armonizarlos en diferentes maneras: el principio del contraste. Esto funciona no solamente en música, sino también en pintura: la luz parece más brillante en comparación con la oscuridad. Si he estado despachando muchas escenas de noche, que contienen esa clase de gusto funerario, suelo decidir: ‘Tengo que escribir algo con un poco de luz’. Es un principio intuitivo. Sólo tengo que cambiar la textura, tengo que cambiar la firma del tiempo, tengo que cambiar el tono, y moverme, porque eso es lo que significa ser humano. - ¿Aceptaría volver a tocar en una banda, aunque sea de escritores como la de Stephen King?
Hay otros - Esa es una banda muy elitista. Hay otros autores que autores que son músicos, y a veces me proson músicos, y a voca formar un grupo con ellos para realiveces me provoca formar un grupo con zar presentaciones de caridad o algo así. Es interesante porque cuando era músico, ellos para realizar la mitad de mis colegas querían ser escripresentaciones tores. Ahora me convertí en uno de ellos, y de caridad o algo así. la mitad de los que conozco quieren ser estrellas de rock. Muchos músicos escribían en aquel
[dossier] Paul Harding : Oro en la hojalata
tiempo en el que estábamos de gira. Algunos se convirtieron en autores con vínculos en el mundo editorial. La persona que dirige el festival de libros de Brooklyn era el bajista de una banda llamada Girls Against Boys. El baterista de Lemonheads creo que también está involucrado en las letras.
Todo lenguaje es básicamente música, es básicamente una canción.
- ¿Mantiene el contacto con sus antiguos compañeros de Cold Water Flat? - Mantengo contacto con el bajista, mas no con el cantante. Siempre salimos. Nos sentamos y escuchamos sin cesar álbumes de jazz y de los Rolling Stones. - Cierta vez, un autor dijo que todos los escritores son realmente músicos frustrados. ¿Qué piensa al respecto? - Estoy de acuerdo. Todo lenguaje es básicamente música, es básicamente una canción.
PAUL HARDING (Massachusetts, Estados Unidos, 1967). Fue baterista del grupo Cold Water Flat. Estudió el MFA en Creación Literaria en la Universidad de Iowa, y actualmente es profesor de esta universidad y de Harvard. Hizo su debut en el panorama literario con la novela Tinkers (Vidas de hojalata), por la que le fue concedido el Premio Pulitzer de Ficción en 2010.
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Yo, Ella Jane Fitzgerald niña que un día se escapó de casa y regresó y estuvo agradecida cuando le pegó su madre
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quiero reclamar mi voz la que escapó de nuevo para habitar las calles fue arrestada y acabó oscura y luminosa en aquel reformatorio a las orillas del Hudson en que los guardias como el odio que sentía por mi cuerpo maltrataban a las niñas rutinariamente y escapó otra vez y comenzó a cantar y entonces la escucharon y la hicieron Ella y cantó más y tuvo éxito y el éxito llegó a su corazón y casi muere a corazón abierto
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aún a pesar de su elegancia antigua pero escapó para meterse en la ceguera su voluntad de atarse a una continua fuga: continuar cantando la que perdió las piernas y burló, también este silencio que se atora en las palabras con que escapó al destino: excuse me while I disappear.
MANUEL IRIS (México, 1983). Licenciado en Literatura Latinoamericana por la Universidad Autónoma de Yucatán y Master of Arts in Spanish por la New Mexico State University. Obtuvo el Premio Nacional de Poesía Mérida (2009). Autor de Versos robados y otros juegos y Cuaderno de los sueños. Actualmente estudia el doctorado en Lenguas Romances en la Universidad de Cincinnati.
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el músico quiere beber un té de vísceras las entrañas del mito pajarito flotando nubes frunciendo la cabeza del azar yo juro que vi lo que nadie podía
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[el universo soplado al revés la tarde cocida en la boca del sapo silueta del sonido que solo podemos hacer juntos yo me quedo así solo de ver el cielo deshojado por dentro el trébol de cuatro quimeras que iba a ser y no fue escondió el pasto [dentro del bolso donde yo te fui a buscar la sorpresa había encantado otro nombre un tufo de luz cavilando en la oscuridad la fiesta cribando ritmos por todo el caserío yo crié mis niños para que el viaje devore su propia cola la flauta que soplé en el corazón yéndose de Cannoball Adderley fue [para decirle que se sintiese libre de irse o quedarse y dicen que dios es intocable quien quiera una capilla plantada en el varal que venga a beber el sol en [la palma de mi mano
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yo toqué la tuba dentro de la escaleta la tetera imitando un quiosco [místico cigarras solfeando el milagro de la existencia yo fui pegando los pedazos del mundo que nadie supo mascar deletreando el pabilo de los desencuentros oyendo la sinfonía que [alguien dejara de escribir nunca supe amar la vida de otra manera ella siempre [diciéndome toque un poquito más yo fui su bebé en todo irreducible sed no sé parar de nacer.
FLORIANO MARTINS (Fortaleza, Brasil, 1957). Es poeta, editor, ensayista, promotor, periodista y traductor. Se ha dedicado al estudio de la literatura hispanoamericana. Antes de dirigir las publicaciones Agulha y TriploV, hizo lo mismo con el diario Resto do Mundo y la revista Xilo. En 2001 creó el proyecto Banda Hispânica, banco de datos permanente sobre poesía en español, integrado al sitio virtual Jornal de Poesía. Es autor, entre otros, de los siguientes libros: Cinzas do sol, Tumultúmulos, Alma em chamas, Extravio de noites, El amor por las palabras y Estudos de Pele.
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[dossier] Se bajaron del camión en el Zócalo y caminaron por la calle de Brasil rumbo a la Secretaría de Educación Pública. Una fina llovizna caía sobre la ciudad a esa hora de la mañana, lo que les hacía avanzar con paso acelerado, las manos en los bolsillos, el cuello del saco azul marino levantado. Ramón, el más grande, tenía doce años; era robusto, de cabello y ojos negros, con una hendidura en la barbilla. Caminaba en silencio, ensimismado, como si lo embargara una gran preocupación. Miguel Ángel, el menor, rubio, de ojos azules y muy delgado, iba habla y
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habla a pesar de la poca atención que su hermano le prestaba. – ¿Cuánto crees que nos den? – Quién sabe. – ¿Nos alcanzará para un tocadiscos? – Lo que sea es bueno. Pero no te hagas ilusiones. – Quién quita y hasta nos compramos unos discos. – Lo dudo. – Pero si nos alcanza, ¿nos compramos un tocadiscos? – Sí, pero primero vamos a ver cuánto nos dan. – Claro que tendría que ser pequeño, de esos baratones. – Para al fin tener música en casa, pero mejor ni nos hagamos ilusiones. – Soñar no cuesta nada, ¿no crees? Ramón no contestó. Siguió andando sin volverse a mirar a su hermano. Llegaron hasta la calle de Argentina y dieron vuelta a la izquierda. La lluvia arreció. Se pegaron a la pared y aceleraron el paso. Tan pronto llegaron al edificio, donde nunca en su vida habían estado, preguntaron por el auditorio, al que se dirigieron de inmediato. Una se-
[dossier] ñorita en la entrada les indicó dónde sentarse. Cada quien ocupó su lugar; Miguel Ángel con los estudiantes distinguidos de cuarto, Ramón con los de sexto.
Cuando llegaron a casa, su madre los aguardaba. – ¿Cómo les fue? – Muy bien –contestó Miguel Ángel–. Además del diploma, nos dieron trescientos pesos a cada quien. – Oye ¡qué fabuloso! ¿Y los saludó el Presidente? – ¡Claro! Él nos entregó personalmente los diplomas. – A ver, déjenmelos ver. Ambos tendieron sus pergaminos.
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– No saben qué orgullosa me siento. Ya verán qué alegría le va a dar a su papá cuando llegue. Por cierto, ¿qué piensan hacer con el dinero? – Vamos a comprar un pequeño tocadiscos para la casa –contestó Miguel Ángel– ¿o no, Ramón? – Si nos alcanza. – Creo que ya es hora de que tengamos un tocadiscos, ¿no? A Ramón para su música clásica, y a mí para poner unos discos
Creo que ya es hora de que tengamos un tocadiscos, ¿no? A Ramón para su música clásica, y a mí para poner unos discos de rock.
de rock. – ¿Un tocadiscos?… Bueno, yo no lo había pensado… pero claro… ustedes ya están en edad de escuchar música… – Y si nos alcanza, capaz de que me compro hasta un disco de los Beatles. – Está muy bien lo del tocadiscos, pero ¿ya pensaron que estamos en plena época de lluvias y que papá no tiene ni siquiera una gabardina? ¿Se han fijado cómo llega del trabajo?
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[dossier] – Cuando llega –contestó Ramón.
Si hemos vivido sin música hasta ahora, no veo por qué no podemos esperar un poquito más.
– No seas irrespetuoso, hijo –contestó la madre– ustedes no tienen derecho a juzgar a su padre. Pero, ¿a poco no es cierto que en esta época llega todas las noches hecho una sopa? – Porque en lugar de venirse a la casa, se va con sus amigos – volvió a decir Ramón. – Bueno, así es el trabajo de los periodistas,
qué le vamos a hacer... – Pues ya podría ser un poco más responsable. Si no con nosotros, cuando menos contigo. ¿Te acuerdas del día que lo tuvimos que salir a buscar toda la noche de cantina en cantina?...
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– Ya, ya, no exageres –intervino Miguel Ángel–. Eso pasó sólo una vez... – De las que tú te acuerdas... – Bueno, su padre es un poco bohemio, pero no es de eso de lo que estamos hablando –intervino la madre–. Lo que quería proponerles es que aprovechemos el dinero que les dieron por su aplicación para que le compremos una gabardina. ¿Cómo la ven? – ¿Y el tocadiscos? –protestó Miguel Ángel. – Si hemos vivido sin música hasta ahora, no veo por qué no podemos esperar un poquito más. Seguro que el año que viene vuelven a ser los mejores, y entonces podrán comprarse hasta uno mejor. ¿Tú que dices Ramón? – Como quieras… – Oye, pero si ya habíamos decidido –intervino Miguel Ángel. – Cállate –dijo Ramón secamente–. Haremos lo que mamá diga. – Papá es muy bueno. Tiene sus defectos, como todos. A él le gusta reunirse con sus amigos y tomarse sus copetines. De vez en cuando se le pasan las cucharadas, pero a ustedes los adora y está muy orgulloso de que sean tan buenos estudiantes. De ti Ramón, porque salis-
[dossier] Música para dos hermanos Hernán Lara Zavala
te tan bueno para las matemáticas, y tú Miguel Ángel, por tu memoria de elefante. Y recuerden: eso se lo heredan a él. A mí sus amigos me comentan todo el tiempo que con esa inteligencia, si tan sólo hubiera sido un poco más ordenado... No creo que sea mucho pedirles que hagan un esfuerzo y le compremos esa gabardina. La necesita... – De acuerdo –dijo Miguel Ángel de mala gana–. Pero conste que el año que entra compramos el tocadiscos pase lo que pase. – Seguro que van a volver a ganar –dijo la madre. – ¿Qué les parece si aprovechamos y vamos a comprarla de una vez? – Ahí está mi dinero –dijo Ramón– pero yo no voy. Tengo qué hacer.
– No te preocupes; vamos Miguel Ángel y yo, ¿verdad Miqui? – ¿A dónde? – Conozco una tienda en San Juan de Letrán que vende unas gabardinas muy bonitas –comentó la madre.
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Eran apenas las siete de la noche cuando escucharon el sonido de la cerradura de la puerta de entrada, y
Eran apenas las prano. siete de la noche – ¡Hola, hola! ¿Cómo están? cuando escucharon – Mira – dijo la madre tendiéndole los el sonido de la cerradura de la diplomas. puerta de entrada, – Muy bien, muy bien –contestó el pay vieron aparecer dre mirando los diplomas a vuelo de pájaro. a su padre. Los depositó sobre la mesa del comedor, y se vieron aparecer a su padre. Había llegado tem-
sentó. – ¿Ya cenamos? – Pero velos –intervino la madre– se los entregó personalmente el Presidente... – ¿Había muchos niños? –preguntó él mientras se ponía las gafas para observar los diplomas.
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[dossier] Era una gabardina Ramón– como quinientos. clásica, estilo – Ahorita sirvo la cena –dijo la madre–. trinchera, de color Pero antes, te tenemos otra sorpresa. beige. A pesar – Qué. de su gordura, – Dénsela muchachos –los conminó la el padre se veía madre tendiéndoles la caja. elegante, Los hermanos tomaron la caja, uno por distinguido. – Estudiantes de toda la República –contestó
cada extremo, y se la dieron a su padre. – ¡Vaya, vaya! ¡Una gabardina! –Dijo cuando abrió la caja–. Siempre había tenido ganas de una. – ¿No se los dije? –comentó la madre mirándolos–. Te la regalan tus hijos. Con el dinero que les dieron por el desempeño en sus estudios.
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– Gracias –dijo el padre palmeándolos en la espalda–. Me la voy a probar a ver cómo me queda. Era una gabardina clásica, estilo trinchera, de color beige. A pesar de su gordura, el padre se veía elegante, distinguido. Se fue hacia la recámara para mirarse en el espejo grande que estaba tras de la puerta del baño. – Fabulosa –dijo cuando regresó con ella puesta– muchas gracias. La voy a estrenar hoy mismo. – ¿Pero no íbamos a cenar? –preguntó la madre. –Íbamos –dijo el padre– pero ya que me regalaron esta gabardina, no puedo dejar de presumírsela a mis amigos. Se van a morir de envidia. – No vayas a llegar tarde. – No te preocupes. – Despídanse de su papá, muchachos. – Buenas noches –dijeron los dos al unísono, mientras oían que se cerraba la puerta.
[dossier] Música para dos hermanos Hernán Lara Zavala
Serían las siete de la mañana cuando Ramón despertó. Se volvió hacia Miguel Ángel y vio que todavía estaba profundamente dormido. Ramón se levantó descalzo y se acercó sigilosamente a la recámara de sus padres. Pegó el oído y luego, con mucho cuidado, giró la perilla de la puerta. Por la hendidura vio que su madre dormía aún. Sola. Su padre no había llegado en toda la noche. Regresó a su recámara y se acostó. Permaneció un buen rato con la nuca apoyada sobre sus manos entrelazadas, mirando hacia el techo. Inten-
Pegó el tó volverse a dormir, pero ya no pudo. Así que decioído y luego, dió levantarse y meterse a bañar. con mucho Se vistió, se arregló, y fue a la cocina a prepacuidado, giró la perilla de la puerta. rarse el desayuno. Sacó un par de huevos, un jitomate, una cebolla, chile y un bote de leche del Por la hendidura vio que su madre refrigerador; encendió la estufa y puso la sartén dormía aún. al fuego; picaba un poco de jitomate, cebolla y chile cuando escuchó que se abría la puerta del departamento. Atento, apagó la estufa y, sin salir de la cocina, se asomó por la ventanilla. Su padre entró con un portazo, dando tumbos, rumbo a su recámara, sin la gabardina.
HERNÁN LARA ZAVALA (Ciudad de México, 1946). Es narrador y ensayista. Ha obtenido el Premio Latinoamericano de Narrativa Colima, el Premio Nacional de Literatura José Fuentes Mares, el Premio Orden por la Cultura Nacional, otorgado por el Ministerio de Cultura de la República de Cuba, entre otros. Es autor de varios libros, entre los que destacan Después del amor y otros cuentos, Viaje al corazón de la península y El mismo cielo.
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[dossier] En 1963, Tito Rodríguez y su Orquesta visitaron Venezuela para participar en los carnavales de Caracas. Ese mismo viaje les permitió presentarse en un recién inaugurado club de playa, Puerto Azul, ubicado en Naiguatá, un pueblo costero del estado Vargas. Allí animaron un vermouth bailable y el escenario –con pretensiones de modernidad turística de formato «continental», como el de las grandes cadenas hoteleras– impresionó tanto al músico que, de regreso a Nueva York, se animó a gra-
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bar un disco, para la división de música latina del sello, titulado Tito Rodríguez and his Orchestra in Puerto Azul, Venezuela. En la carátula, Tito Rodríguez aparece acompañado de sus músicos sobre el borde de la piscina principal del club. La piscina, con forma de voluta, recuerda la acera de adoquines de la playa de Ipanema, en Río de Janeiro, o los volúmenes del abstraccionismo geométrico en boga entre los años treinta y cincuenta. Todos los músicos visten traje esmoquin de pantalón negro y chaqueta aguamarina; la única mujer de la tropa lleva un jumper fucsia con estampados negros. Tito Rodríguez resalta su rol de autoridad con una chaqueta ligeramente más clara que las de sus colegas de farra. La imagen ya comienza a resultar nostálgica: el sentido de coherencia y elegancia de la gran orquesta no estaba precisamente a tono con una era influida por las motivaciones políticas del movimiento por los derechos civiles en Estados Unidos ni con las tensiones de la Guerra Fría. Además, aquella formalidad contrariaba la desfachatez característica de la contracultura que el rock y el pop anglosajones comenzaban a fomentar. No por casualidad, el músico se recicló poco después en un repertorio de boleros, un cambio conservador
[dossier] Ambiciones e instintos del mambo Leopoldo Tablante
pero razonable para flotar en una era en que las modas y la conciencia sociocultural de su audiencia tradicional se enfrentaban a grandes cuestionamientos transmitidos por la oferta de la industria fonográfica multinacional. Tito Rodríguez –como su acérrimo enemigo, Tito Puente, y como Frank «Machito» Grillo– fue cabeza rectora de la tendencia del mambo, que cubrió la escena musical latina de Nueva York desde 1949 hasta la victoria de la Revolución Cubana, en 1959. El mambo y más tarde el cha-cha-chá conquistaron su popularidad embutidos en una paradoja: la de ser expresión musical y estética de la tradición y sensibilidad musical afrocubanas al tiempo que se acogían al horizonte de expectativas del público blanco angloamericano. El mambo había surgido en Cuba en el contexto segregacionista de los clubes sociales. Allí, la élite blanca criolla bailaba danzones, ritmo impulsado por la métri-
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ca afro de la habanera y que difuminaba la contundencia reiterativa de la percusión en un formato de orquesta de cámara: flauta tercerola, cuerdas y timbales de orquesta sinfónica para atenuar la insistente raspadura del güiro y de otros instrumentos de percusión «menor». El contoneo de los cuerpos, reprimido en un espejismo de elegancia a la europea, habría sido liberado en 1939 por Orestes López, bajista, pianista y flautista, miembro de la agrupación Arcaño y sus Maravillas, por medio del desarrollo de una sección imprevista de un danzón
El mambo había surgido en Cuba en el contexto segregacionista de los clubes sociales.
a la que se llamó «mambo», voz polisémica de la lengua bantú que puede significar «acontecimiento», «incidente» o «acción». En los más elegantes salones de baile de La Habana, el mambo de Orestes reconcilió el entusiasmo polirrítmico de los estilos afrocubanos con la transpiración de quienes se atrevían a seguirle la pista. Fue en Nueva York, sin embargo, que el mambo encontró su marco, su brillo de viento metal influido por el fraseo del son montuno y por
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[dossier] el jazz de las big bands y su parafernalia cosmopolita: traje esmoquin, pajarilla o, cuando menos, traje de seda como los que podían utilizar Marcello Mastroianni o Rock Hudson en sus fotos de alfombra roja; vestidos largos, de seda, satén y encaje, con zapatos altos de raso, para las mujeres, a lo Doris Day o Grace Kelly en sus escenas de gala; y grandes salones de fantasía, cincelados por el efectismo escénico de Hollywood, en los que el folklorismo pintoresco del rumbero latino de sonrisa tenaz y mangas de guarachera era sólo un aplique de vodevil. El mambo se presentaba como la expresión de una modernidad urbana con acento afro-latino cuya popularidad, entre los no latinos, residía en su facultad para evocar una animalidad pre-civilizatoria. Las estrellas del mambo y del cha-cha-chá se disfrazaron de ejecutivos publicitarios, de capitanes de empresa o de crooners italo-americanos (a
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lo Frank Sinatra o Tony Bennett) para cumplir con el puritanismo ambiente y el reaccionarismo anticomunista del maccarthysmo. Su atractivo, más que la excentricidad, era su
apoyados destreza interpretativa y técnica para «poner en la mística del a gozar». Y en vista de que los principales mambo, los músicos Reyes del Mambo eran músicos profesiolatinos pudieron nales (los dos Titos, Puente y Rodríguez invadir y poseer estudiaron en la escuela Julliard de Nueva por casi una década York; el arreglista de Machito y sus Afroesos espacios que la cubans, Mario Bauzá, había sido un niño audiencia blanca reivindicaba como prodigio con formación clásica antes de rapropios. dicarse en Estados Unidos), cumplieron el cometido de cincelar protocolos orquestales para infiltrar la presunta lascivia afrocubana en una audiencia no latina que se debatía entre sus instintos y sus compromisos sociales, étnicos, políticos y religiosos. A mediados de los años cincuenta, el mambo era el marco musical y espectacular de una sexualidad multirracial y vestida de punta en blanco que sublimaba todo lo que podía a través de bailes ejecutados
[dossier] Ambiciones e instintos del mambo Leopoldo Tablante
ya fuera con prestancia, ya fuera con un riguroso sentido acrobático y geométrico, a la americana. Desde comienzo de los años cincuenta, el talento afro-latino contaba con una agencia de contrataciones y giras llamada Mambo USA, dirigida por el director del reputado sello discográfico Tico, George Goldner; las agrupaciones latinas se daban el lujo de cobrar tarifas veinticinco por ciento superiores a las de las grandes orquestas americanas de jazz; tenían como escenario el club Palladium, administrado por Maxwell Hyman y parada obligatoria para clientes como Marlon Brando, Sammy Davis Jr., Henry Fonda, Lena Horne, Kim Novak o Shelley Winters; y en La Habana había justificado la construcción de la sala Arcos de Cristal del cabaret Tropicana, calculada por el ingeniero Félix Candela y diseñada por el arquitecto Max Borges, una de las obras de referencia del modernismo arquitectónico latinoamericano. Mambo, la moda con la que los latinos se asimilaron al sentido estético de las audiencias angloamericanas y que les permitió concebir una versión preliminar de su propia modernidad, fue una especie de licencia de las audiencias más tradicionales para representar sus bajos instintos. Aquel estereotipo fue estrecho pero también fue útil, incluso políticamente: apoyados en la mística del mambo, los músicos latinos pudieron invadir y poseer por casi una década esos espacios que la audiencia blanca reivindicaba como propios y que, después de todo, quedaban en el lugar común de la naturaleza humana.
LEOPOLDO TABLANTE (Caracas, 1970) Periodista, escritor y profesor universitario. Ha publicado el ensayo Los sabores de la salsa, el libro de relatos Mujeres de armas temer y las novelas Groovy e Hijos de su casa. Es un narrador visceral que parece influido por la música popular, lo mismo que por la literatura francesa y norteamericana, sin desdeñar autores como Cesare Pavese y Thomas Mann. En la actualidad es profesor del Departamento de Lenguas y Culturas de la Loyola University de Nueva Orleans.
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[dossier] Entre los aniversarios importantes que se han conmemorado este año en México, se destaca el centenario del nacimiento del compositor jalisciense José Pablo Moncayo, creador del sensacional Huapango, la pieza que es –hoy por hoy– la obra de música sinfónica mexicana más popular, más interpretada y más notoria entre todas las que tenemos en nuestro vasto catálogo nacional. Esta es una obra que no tiene pierde: suena a música popular, posee una gran riqueza rítmica, y hace
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surgir en la mente un caudal de imágenes que nos remiten al paisaje, a la tradición y a lo mejor de nuestra tierra. Pero debo decirle que, en realidad, el Huapango de Moncayo no es un huapango, ni la obra está basada en el precioso ritmo del huapango. La composición está creada con base en sones veracruzanos tradicionales, mismos que José Pablo Moncayo pepenó y vistió de lujo para producir una obra de impactante trascendencia. Déjeme contarle algo de esta historia, porque se me hace que le va a parecer interesante. José Pablo Moncayo García nació en Guadalajara, Jalisco, el 29 de junio de 1912. Por eso, desde hace unos meses se le ha estado recordando con insistencia. En su familia había ciertos antecedentes musicales: un tío suyo se dedicó profesionalmente a este arte, y sus padres Francisco Moncayo Casillas y Juana García López eran amantes fervientes de la buena música. Desde pequeño, José Pablo mostró facilidad para tocar el piano y para componer. En 1929, su familia se trasladó a vivir a la Ciudad de México y él entró al Conservatorio Nacional de Música. Ahí tuvo como maestros de composición a dos personajes que ejercerían gran influencia sobre su obra: Carlos Chávez y Candelario Huí-
[dossier] Moncayo, un siglo de orgullo Jaime Almeida
zar. En 1931, Chávez impartió la cátedra de Creación Musical, y en ella tuvo por alumnos a Moncayo y a otros muchachos que luego llegarían a ser notables, entre ellos: Blas Galindo, Daniel Ayala y Salvador Contreras, quienes junto con no deja José Pablo se unieron para formar el Grupo de los de ser curioso Cuatro, con objeto de dar a conocer sus creacioque el huapango no sea un nes musicales. huapango, sino un Como parte del curso, Chávez pidió a Moncapopurrí de sones yo y a Blas Galindo que escribieran algunas obras jarochos. para los conciertos que organizaba bajo el concepto de “Música Tradicional Mexicana”. Los dos artistas decidieron irse a recoger temas folklóricos para luego hacerles arreglos más elaborados que podrían ser interpretados por orquesta. Se fueron a la región del Puerto de Alvarado, en el estado de
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Veracruz, zona en la que aún se conservaba la música tradicional en su más pura manifestación. Durante varios días anduvieron escuchando y transcribiendo melodías, hasta considerar tener suficiente material para sentarse a crear. En su proyecto, Moncayo incluyó tres sones veracruzanos muy tradicionales: El Siqui-Sirí, El Gavilancito y El Balajú. Con ellos haría una sola composición, con arreglos muy bien pensados, pero respetando el espíritu original de cada pieza. En la parte central dejaría El Gavilancito, que es el son más suave y cadencioso, haciendo contraste con la primera y la última secciones. Por esta razón, el Huapango no tiene un tema central; es más bien un popurrí. José Pablo sabía que los tres temas en los que se estaba basando eran sones, pero decidió ponerle el nombre de Huapango por el lugar donde recogió el material, una zona que se caracteriza por ser muy rica en huapangos. Sin embargo, no deja de ser curioso que el Huapango no sea un huapango, sino un popurrí de sones jarochos. El 15 de agosto de 1941, en el Palacio de Bellas Artes de la capital mexicana, se estrenó el Huapango, la obra que a partir de entonces
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[dossier] daría honor y grandeza a México. El maestro Carlos Chávez estuvo al frente de la Orquesta Sinfónica de México la noche del estreno. Al escuchar los tres sones veracruzanos originales, uno puede darse cuenta de que Moncayo hizo mucho más que transcribir textualmente los temas. Su trabajo de elaboración es muy rico y variado. Sin embargo, su apego a la forma original del son jarocho puede notarse en la parte final de la obra, cuando el trombón y la trompeta dialogan, retadoramente, como si fueran dos avezados copleros alvaradeños, con la diferencia de que la trompeta y el trombón, en vez de intercambiar albures, mentadas y otras cuestiones de doble sentido, intercambian vibrantes frases musicales. José Pablo Moncayo está considerado dentro de
Al escuchar los tres sones Nacionalismo. A finales del siglo XIX habían apaveracruzanos recido en Europa los “nacionalismos musicales”, originales, uno puede que incorporaban a la música de concierto las darse cuenta de que melodías, ritmos y armonías propias de sus pue- Moncayo hizo mucho más que transcribir blos con el fin de dar a sus producciones musicatextualmente los les un diferenciado tinte étnico. temas. Aparte del Huapango, el catálogo de Moncayo tiene muchas obras de valor excepcional. Entre ellas está Amatzinac, que es la pieza que define mejor su estética: es impresionista por sus lánguidas frases, sus prolongadas arquitecturas acordales y la delicada mezcla de texturas tímbricas; pero también es nacionalista por los intervalos que usa para construir sus melodías y por la diatonía de sus escalas llenas de color mexicano. Otra obra de Moncayo que vale la pena conocer es la titulada Tres piezas para piano, en la que se percibe un ambiente poético que recuerda en cierta forma a Chopin. José Pablo era un magnífico pianista. Incluso, en 1949, obtuvo el “Premio Chopin” por la sinfonía Tierra de temporal, obra de un marcado arraigo a la naturaleza. Pero en su catálogo –básicamente instrumental– también encontramos tres obras para la corriente musical clasificada bajo el nombre de
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[dossier] Moncayo, un siglo de orgullo Jaime Almeida
voces: Canción del mar, Tenebari y la notable ópera La mulata de Córdoba. Ésta reunió todos los elementos que llevaron a Moncayo al triunfo definitivo. El libreto fue realizado por Xavier Villaurrutia y Agustín Lazo, basándose en una leyenda del México colonial. La trama es de lo más interesante, y con ella hasta podría producirse una exitosa telenovela. También vale la pena conocer piezas como La potranca, que formó parte de la película Raíces, que fue premiada en el Festival de Cannes; Homenaje a Cervantes; Fantasía intocable y Romanza de las flores de calabaza. Son muchas las obras interesantes de Moncayo, pero yo creo que, sobre todo lo que escribió el talentoso compositor, el Huapango es la obra que apunta en dirección a la eternidad. En ella logró, con particular elegancia y efectividad, transportar a la orquesta algunos de los sonidos del conjunto instrumental típico del huapango que a la usanza veracruzana suele tener requinto, arpa, guitarra de golpe y, en ocasiones, violín y jarana. Moncayo murió el 16 de junio de 1958. Sus restos reposan en el Panteón Español de la ciudad de México. En verdad da lástima ver el estado en el que se encuentra la última morada del creador de la obra que muchos han dado en llamar “El otro himno nacional”. Yo creo que, con motivo del centenario de su nacimiento, los responsables del sector cultural del gobierno se verían bien rescatando al compositor del olvido en que se encuentra llevándolo a ocupar un sitio de honor en la “Rotonda de las personas ilustres”. Pues dígame, si Moncayo no es candidato para ese honor, entonces ¿quién merece estar ahí?
JAIME ALMEIDA Periodista, productor y director radiofónico, manifestó desde niño su gusto por la música. Fue baterista del grupo de rock Los Galaxies y después tomó el puesto de bajista en uno de los conjuntos más exitosos de Chihuahua: Las Lagartijas Pintas, con los que participó hasta 1967, cuando se trasladó a la Ciudad de México para estudiar la Licenciatura en Comunicación.
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Quiero estar contigo en una playa azul oyendo un bossanova y tú dejándote besar. Hoy soñé que te acostabas junto a mí, sonriendo me oías decir no quiero despertar
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Pásame un Ron Ponle limón Voy a hablar con un ángel para ver si en su ala te podría traer y nunca regresar. Porque quiero estar contigo en una playa azul quitándote el bikini y yo dejándome besar.
LOS AMIGOS INVISIBLES. Es una agrupación venezolana de proyección internacional y pura gozadera. Su música es una mezcla de muchos géneros, entre los que destacan funk, disco, dance, acid jazz y los ritmos latinos. En 1995 hicieron su debut con el disco A Typical and Autoctonal Venezuelan Dance Band. Tiempo después firmaron con el sello Luaka Bop, del artista David Byrne, y publicaron los álbumes The New Sound of the Venezuelan Gozadera, Arepa 3000: A Venezuelan Journey Into Space, The Venezuelan Zinga Son, Vol. 1 y Superpop Venezuela. Con un Grammy latino y los discos Comercial y Not So Comercial el grupo estuvo preparado para su primer documental: La casa del ritmo. La letra de esta canción fue cedida por el propio cantante Julio Briceño (quien la compuso con el guitarrista José Luis Pardo), después de convencer al resto de sus compañeros de banda de las maravillas del presente Coroto.
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Parece que el pueblo e´ Badillo se ha puesto de malas de malas porque su reliquia la quieren cambiar. Primero fue un San Antonio, lo hizo Enrique Maya pero lo de ahora es distinto les voy a explicar. En la casa de Gregorio muy segura estaba, una reliquia de pueblo tipo colonial, era una custodia linda muy grande y pesada, y ahora por una liviana la quieren cambiar. Se la llevaron, se la llevaron, se la llevaron, ya se perdió. Lo que pasa es que la tiene un ratero honrado lo que ocurre es que un honrado se la robó. Aunque digan que es calumnia del pueblo e´Badillo ellos con mucha razón presentaron sus pruebas, no tiene el mismo tamaño, ni pesa lo mismo no tienen el mismo color, entonces no es ella. Parece que el inspector como que tuvo miedo, mucho miedo en este caso para proceder, porque todavía no han dicho quién es el ratero aunque todo mundo sabe quiénes pueden ser.
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[dossier] La custodia de Badillo Rafael Escalona
Seguramente que no fui yo, ni Alfonso López, ni Pedro Castro. Ahora no fue Enrique Maya quien se la robó y ahora no podrán decir que fue un vallenato al pobre de Enrique Maya lo metieron preso sólo porque al San Antonio lo tomó prestao. Y al que se ha robado el caliz, nadita le han hecho este robo de locura se quedó enterrao. Ahora sí estoy convencido que esto de la fama no deja de ser un problema, para quien la tiene quiso caer el cielo encima cuando Enrique Maya pero lo de ahora más grave ninguno lo mueve.
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Se la llevaron, se la llevaron, se la llevaron, ya se perdió. Lo que pasa es que la tiene un ratero honrado lo que ocurre es que un honrado se la robó. ¡Ay! compadre cola Jerre, cuando tengas fiesta hombe que abra bien los ojos para vigilar con una 45 en la puerta e´ la Iglesia todo al que tenga sotana no lo deje entrar. Y al terminar la misa que se pongan del cura pa´abajo a requisar.
RAFAEL ESCALONA (Patillal, Colombia, 1927 - Bogotá, 2009). Fue uno de los cantautores más importantes e influyentes de la música vallenata. Quienes han estudiado su vida y obra aseguran que fue un “versificador preciso y compositor sorprendente”, y “en sus mejores cantos aparecen dosis magistralmente medidas de humor y poesía”. Su nombre fue incluido entre los personajes del Macondo de Cien años de soledad.
[dossier]
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[dossier] Entre las tres y las cuatro de la madrugada, a juzgar por el color del cielo, David detiene el carro en un margen de la autopista. A lo lejos se perfila la entrada que conduce hacia El Rosal y Chacaíto. David baja del carro y desanda el camino hasta donde se encuentran las garzas y los flamencos. Los observa entre los matorrales que crecen a un costado del asfalto. Siempre estáticos, al menos desde la perspectiva fugaz de su carro cada vez que pasa por la autopista, ahora parecen producir un
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aleteo entre las sombras. Quizás es el recuerdo de las garzas en las riberas del Guaire, posándose o elevándose sobre el cauce podrido, lo que le hace presentir la resurrección de la madera. O puede que también sean las muchas cervezas tomadas durante el concierto. Fue un error haber ido al concierto. Prodigarse una herida con tanta premeditación. Pero precisamente de eso se trataba, aunque sabía que era imposible: alcanzar a Flavia en el dolor. Se habían conocido hacía un par de semanas en uno de los toques de La Vida Bohème. Bastó que sus miradas coincidieran en el acorde exacto para que todo lo demás fluyera: el acercamiento, la conversación, el roce. A veces sucede así. Sólo es necesario estar en el momento preciso con el alma abierta en la dirección precisa. Es un fogonazo de armonía que la vida sabe captar para luego transformarlo en ritmo. Después no hubo citas, ni llamadas, ni correos
Se habían conocido hacía un par de semanas en uno de los toques de La Vida Bohème.
electrónicos. Sólo alcanzó a ver de lejos su casa, cuando la llevó de vuelta el día de la playa. Fue la sucesión de presentaciones lo que les facilitó las ocasiones de encuentro.
[dossier] –Tienes que entender a Flavia. Ella lee demasiada literatura, ve demasiada televisión, escu-
David trató cha demasiada música. Es romántica –dijo de imaginarse Verónica. a sí mismo, viejo, La primera noche que pasaron juntos, de treinta años, la misma que se conocieron, Flavia le brinllegando a la casa, cansado después dó un adelanto mixto de su personalidad. de un largo día Estaban echados en la cama, en ropa intede trabajo. rior, barajando interpretaciones sobre la letra. Para Flavia se trataba de una canción de amor. Si te tumba el mar abierto y el odio te ciega/ yo estaré ahí con balsas y un millón de velas/ porque cargas un morral de miedo y la montaña no sosiega/ y aunque a veces te moleste, yo aún te haré la cena/ otra vez.
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Flavia tenía el Ipod entre sus senos, y su voz se perdía en la oscuridad fosforescente de la habitación. Tenía un audífono en su oreja izquierda y el otro estaba en la oreja derecha de David. –Es una canción de amor –dijo Flavia –Un poco machista si la canta una mujer, ¿no?, pero igual es bonita. David trató de imaginarse a sí mismo, viejo, de treinta años, llegando a la casa, cansado después de un largo día de trabajo. Flavia lo estaría esperando con la mesa puesta. Trató de imaginar la escena, pero no pudo. –¿Y el título? –preguntó David. Eran sus primeras palabras desde que llegaron a la habitación. Tal vez desde que habían salido del local, pues David no hablaba mucho. Fue ella quien le dijo algo en primer lugar, un comentario indefenso en medio del ruido. Él se había limitado a asentir, a pronunciar uno que otro monosílabo y a seguirla en lo que ella propusiera y dispusiera. A la salida del toque, fueron a Misia Jacinta. Pidieron arepas y más cervezas. Flavia no paró de hablar en el tiempo que estuvieron ahí, y David no paró de escuchar. Y ese escuchar sostenido lo percibió Fla-
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[dossier] via en medio de su parloteo; sintió la leve hojarasca que sus palabras provocaban en la mente y en el pecho de David. Y así supo que David era bueno. Y se lo dijo. – Eres bueno –le dijo. David se sonrojó, trató de reír. – ¿Cómo sabes? –Porque lo sé. No te dé pena. Ser bueno es sexy, sobre todo en Caracas. Flavia pidió la cuenta. Vio alejarse al mesonero, y observó su reloj. – Van a ser la cuatro –dijo Flavia –¿Qué hacemos? – ¿Quieres ir a otro lugar? Greenwich debe estar abierto. – No. Estoy cansada. – ¿Te llevo a tu casa?
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– Tampoco. Le dije a mi mamá que me quedaba donde Verónica, ¿sabes?, la gordita que estaba conmigo. David no supo cómo interpretar aquello. – ¿Dónde vives? –dijo Flavia. – En San Román. Pero no te puedo llevar. Mi mamá se pondría histérica. Una vez la novia de mi hermano pasó la noche en la casa y fue un escándalo. Ahora cada vez que salgo, mi mamá me recuerda que la casa no es un motel. – Entiendo. Vamos al Riazor, entonces. – ¿Qué es eso? – Un motel. El Riazor queda en El Rosal, en la calle aledaña a la auto-
Te pista, al norte de la frontera de las garzas y los flamencos. adelanto – Te adelanto que no vamos a hacer nada –dijo que no vamos a hacer nada –dijo Flavia, cuando David estacionó el carro. Flavia, cuando “No pasará nada que tú no quieras que pase”. David estacionó David había escuchado esta frase, en ocasiones pareel carro. cidas, a personajes del cine y la televisión. Siempre le había parecido ridícula, pues el hombre nunca tiene el con-
[dossier] Flamingo Rodrigo Blanco Calderón
trol de lo que pueda pasar con una mujer. A menos que sea un patán, o un violador o un asesino. Por eso no la dijo. – Tengo la regla –explicó Flavia. – Ok –dijo David. – ¿El título? Que se llame Flamingo es la confirmación de que es una canción de amor. ¿No
¿El título? Que se llame Flamingo es la confirmación de que es una canción de amor.
has visto nunca dos flamencos besándose? Sus cuellos, sus cabezas y sus picos forman un corazón. Es impresionante –dijo Flavia. – ¿Cómo sabes que están besándose? – El otro día pasaron un programa sobre los flamencos en Animal Planet. En el programa dijeron que cuando un flamenco se empata con
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otro, o una flamenca se junta con un flamenco, es para siempre. Igual sucede con los loros. – ¿Dijeron eso sobre los loros? – No, pero fíjate que vuelan en pareja. En la UCV siempre vuelan así. – Las de la UCV son guacamayas. – Y loros. – Pero yo he visto, siempre en parejas, guacamayas. – Porque son fieles, como los loros. Y como los flamencos. En algún punto de la conversación, se quedaron dormidos. David tanteó la reja que protegía el terreno. La luz de un poste le permitió descifrar una hendidura entre un tubo doblado y la escaramuza de la reja, seguramente descoyuntados por el impacto de un carro ebrio. Una mitad del tubo colgaba como un brazo fracturado. Apenas una hilacha de metal lo mantenía unido. David lo flexionó para arriba y para abajo un buen rato, hasta que el metal se desprendió de la reja. Empuñando su improvisada lanza, entró.
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[dossier] Una vez adentro, se quedó hipnotizado por la imagen. Las garzas y los flamencos, impávidos, observándolo y como a punto de alzar vuelo. Con esa fijeza y a la vez esa premura que la noche le imprime a todo lo que se le resiste. Finalmente, se acercó. Contuvo el aliento, y posó una mano sobre la cabeza de una de las aves. El frío de la madera le acarició la punta de los dedos. Con más confianza, como si ya no temiera un picotazo, apretó con fuerza el cuello y lo tironeó. El animal apenas se movió. David bajó hasta las patas, dos pedazos de cabilla clavados en la tierra. Hizo en esas extremidades el mismo movimiento con idéntico resultado. Una sombra baja, acompañada de un chillido, se sacudió entre los matorrales.
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“Ratas” pensó, volviendo a tomar el tubo que había recostado en una de sus piernas. Y de sólo imaginar sus asquerosas fugas de pólvora, comenzó a sudar. “El carro”, pensó.
Con más Dio unos pasos hasta alcanzar la reja, se asomó confianza, por la hendidura, y se aseguró de que todo escomo si ya no temiera un picotazo, tuviera en orden. Una nueva sacudida chillona de las hojas apretó con fuerza hizo que se concentrara. Volvió a entrar, alzó el cuello y lo el tubo y lo clavó en la tierra, varias veces, alretironeó. El animal apenas dedor de las patas de metal. Una línea de sanse movió. gre le calentó el brazo. En uno de los enviones se había cortado con el duro filo del pico. En menos de una hora, Flavia estaría bajando hacia el aeropuerto. Si quería dejarle la sorpresa, tenía que apurarse. David se secó la sangre con la franela, juntando en una misma mancha su sangre y los restos de tempera, y continuó cavando. Se volvieron a encontrar dos días después. Era viernes; aún faltaba para que La Bohème se montara y ya el local estaba abarrotado. En
[dossier] Flamingo Rodrigo Blanco Calderón
el trajín de la barra vio a Verónica. Ella lo saludó como si fuera un amigo de toda la vida. Hablaron, se rieron, y David invitó la primera ronda de cervezas. – ¿Y Flavia? –preguntó David, por fin. – Debe estar por llegar. – ¿Por qué pones esa cara? – Por nada. – ¿Qué te dijo Flavia? – Que eras un perverso. – ¿Qué? – Te pusiste todo rojo. Flavia tiene razón. Eres un pan de dios. Aquello le molestó. Temió que, como siempre, la maldita ternura que inspiraba en las mujeres terminara por arruinarlo todo. Si quería acostarse con Flavia, si quería por fin acostarse con alguna mujer, tenía
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que empezar a curtirse, ser menos atento, más tosco. Aceptar que el amor, o simplemente el sexo, requiere por lo menos de una mínima disposición para herir.
El amor, o simplemente a las cinco de la mañana. David, Miki, Veróniel sexo, requiere ca y Flavia. Fue ella, Flavia, la que propuso bapor lo menos de una mínima jar a La Guaira. disposición Manejar en ese estado es un peligro morpara HERIR. tal. Un pestañeo y estás muerto. La contraparte es El toque terminó tarde y salieron del local
que, si no te matas, también en un pestañeo estás en tu destino. Así, empujados por los baches del sueño, vieron el último acto del amanecer y la afirmación definida de los colores de la mañana. Se escuchaba el sonido de las turbinas de los aviones, acabando de despegar del aeropuerto, al otro lado de la costa. Aún reflexionaba David sobre distancias y pestañeos, sobre sonidos y ausencias, en plena orilla del mar, cuando Miki prendió un porro. El tabaco pasó de mano en mano mientras las olas, a ritmo de capoeira, se seguían plegando y desplegando.
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[dossier] Las personas to. Tenía el porro entre sus dedos y lo observaba deberían nacer con detenimiento mientras hablaba. Parecía que y pasar los estuviese leyendo el futuro. primeros años – ¿Qué cosa? –preguntó Miki. de su vida – Esto. Poder fumar tranquilos. En Ámsterfrente dam te sirven marihuana hasta con el café. No esal mar. – Así deberían ser las cosas –dijo Flavia, de pron-
toy exagerando.
– Supéralo –dijo Verónica. – Idiota –dijo Flavia. – Dudo mucho que en Ámsterdam tengan estas playas y que el ron sea tan barato –continuó Verónica, empuñando la botella que Miki había sacado de la nada, cuando ya estaban en el carro saliendo de Ca-
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racas– ¿Tú qué dices, David? ¿Tengo o no tengo razón? David no contestó. Tenía una expresión risueña, desgajada. Se dejó caer en la arena. Pero en el fondo, o al menos en parte, estaba de acuerdo con Flavia. Y también con Verónica. Así deberían ser las cosas. Pero no con respecto a la marihuana o el ron, o no sólo con eso, sino con el mar. Las personas deberían nacer y pasar los primeros años de su vida frente al mar. Luego, con el tiempo, podrían hartarse y marcharse si quisieran a la ciudad, con sus amaneceres y atardeceres súbitos de bombillo encendido o apagado y sus pájaros de madera. O a lo alto de una montaña. Pero sólo después de haber tenido la fortuna de nacer frente al mar. Si te tumba el mar abierto. Si la montaña no sosiega. ¿Entonces qué?
David recaló en la duda y sintió que el líquido oceánico de la mañana se había roto. Contempló a Flavia y a los demás como desde una isla. – Dame tu teléfono –le dijo. Flavia sonrió, le acarició la mejilla, se puso de pie y se encaminó hacia el carro. Fue entonces cuando Verónica le dijo que tenía que entender a Flavia. Literatura, cine, música, demasiado romántica. En la noche de ese día hicieron el amor. La Vida volvió a presentarse. Esa vez no esperaron a que tocaran Nicaragua y se fueron al Riazor.
[dossier] Flamingo Rodrigo Blanco Calderón
En la habitación, sus cuerpos recuperaron la inercia del primer encuentro: besos, prendas derretidas, presiones concretas, miradas sin tapujos en los recovecos del otro se sucedieron. Desde hacía varios minutos, David repasaba mentalmente los movimientos tantas veces practicados en el baño de su casa: romper el envoltorio con los dientes por un costado, sacar el preservativo presionando la punta para expulsar el aire y embutirse el pene lo más rápidamente posible, evitando así una inconsistencia que lo dejara en ridículo. Sin embargo, Flavia no le dio tiempo para maniobrar. Estaba chupándolo y cuando lo vio dispuesto, sin mediar palabra, se sentó en su centro. Un minuto después, Flavia le decía que no se preocupara. – No te preocupes. Con el tiempo resistirás más. – No es eso lo que me preocupa –dijo David.
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– ¿El condón, dices? No creo que hubieras llegado a ponértelo. – ¿Cómo sabes? – Porque lo sé. – O sea que, además, debo agradecerte. – Más o menos, sí. Flavia sonreía. Después se acostó en su pecho y le acarició el cuerpo. David se distrajo con las caricias. En el fondo, sabía que Flavia tenía razón. – En Holanda es así. Hay un burdel en Ámsterdam
Hay un burdel en Ámsterdam exclusivo para hombres minusválidos o deformes.
exclusivo para hombres minusválidos o deformes. Lo que no van a encontrar en ninguna otra parte, lo encuentran ahí. Ese burdel es tan importante como un hospicio para los pobres. – Si yo soy un deforme, tú eres una puta. – Ya no. – ¿Desde cuándo? – Ahora yo soy una santa y tú eres un mendigo. Flavia jugaba con él a su antojo, como un gato con su presa, indiferente y un poco cruel. Como un gato.
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[dossier] – ¿Cuál es tu asunto con Holanda? –le preguntó David. – Es el mejor país del mundo. Quiero vivir allá. – ¿Para poder fumar? – También. Cuando vayas al Museo Van Gogh, cuando visites la casa de Ana Frank, cuando recorras esos campos llenos de tulipanes, me entenderás. Y entenderás también que este país es una mierda. David permanecía callado. – ¿No te parece que este país es una mierda? – Una mierda, lo que se dice una mierda, no. – Se ve que no has viajado. – Sí he viajado. – ¿A dónde? – A Miami.
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– Viajar a Miami es todo lo contrario de viajar. Ir a Miami es regresar al corazón de Venezuela. Todo es culpa del maldito petróleo. Pero cuando viva en Ámsterdam, nada de esto me va a importar. David comenzó a reírse. – ¿De qué te ríes? – Es irónico. – ¿Qué es irónico? – Que te vas a Holanda para escapar de la
Viajar a Miami es todo lo contrario de viajar. Ir a Miami es regresar al corazón de Venezuela.
enfermedad holandesa. – No entiendo. – Es un concepto que nos enseñaron el semestre pasado. La enfermedad holandesa es el daño que produce a un país la entrada repentina y grandísima de dinero. Como cuando se descubren yacimientos de gas o petróleo. La nueva riqueza dispara la inflación, devalúa la moneda, estimula la dependencia. Todo crece hasta volverse mierda. Es como si el cerebro de la gente engordara y se llenara de grasa. – ¿Por qué holandesa?
[dossier] Flamingo Rodrigo Blanco Calderón
– Porque sucedió en Holanda, hacia el Mar del Norte. Pegadito de Francia y de Flandes. – De ahí son los flamencos. – Flamencos hay en todas partes, Flavia. – No me refiero a las aves, sino a que la gente que nace en Flandes se les llama flamencos. – ¿Como las aves? – Sí y como el baile también. Flavia se levantó de la cama y fue hasta el baño. David también se levantó y se acercó a la ventana. Corrió una punta de la cortina y se quedó mirando hacia fuera. – ¿Y tú no piensas en irte? –Flavia había regresado del baño y ahora le hablaba acostada en la cama.
– En Costa Rica no hay militares. – Pero hay venezolanos. Y cada vez más.
– A finales de año para encontrarnos con mi
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papá. – ¿A Miami? – Ajá. O a Costa Rica. – Conociendo a los venezolanos, entiendo Miami. Pero, ¿Costa Rica? No comprendo por qué ahora todos se quieren ir para allá. – En Costa Rica no hay militares. – Pero hay venezolanos. Y cada vez más.
David observaba los carros que pasaban por el tramo de la autopista que se percibía desde la ventana. Entonces vio, como un cardumen de signos de interrogación, los cuellos de las garzas y los flamencos. – ¿Por qué se van? – Mi papá tenía negocios con el gobierno. No sé cuál fue el problema, pero ahora el gobierno le dio la espalda a mi viejo. Y él tuvo miedo de que lo metieran preso. – ¿Te sientes mal? – No.
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[dossier] – ¿Qué tienes entonces? David regresó a la cama. – Nada. Es sólo que me parece extraño que tres cosas distintas lleven un mismo nombre. Al decir esto, lo recorrió un escalofrío. Trató de precisar el origen del temor, pero no pudo. Y sintió aquella incertidumbre dislocarse dentro de su pecho, el desgarro de las preguntas no respondidas, el cuello roto de los flamencos. Esa semana, La Vida Bohème sólo se presentaba el miércoles y el jueves. Las dos veces en el mismo bar. El fin de semana estarían de gira por algunas ciudades del interior del país. La ansiedad por verla se mezclaba con la seguridad de que otra vez se encontrarían, una combinación de duda y confianza que le electrificaba los nervios.
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El local se fue llenando a medida que se acercaba la hora del toque. Hasta el momento, Flavia no había aparecido. Tampoco Verónica. Comenzó a preocuparse cuando escuchó los primeros acordes de Radio Capital. Observó el concierto desde una esquina, sin brincar, dejando que los efluvios coloridos de la tempera que lanzaban desde la tarima lo salpicaran. Siempre atento a la aparición de Flavia, imaginándose la extraña aventura que le contaría para explicar su tardanza. Flavia no se presentó. Verónica tampoco. A la salida, sentado en un muro de concreto, estaba Miki. David se alegró de encontrarlo, aunque sólo lo conociera de aquella madrugada que bajaron a la playa. – ¿Dónde andabas? –le dijo David como saludo. Miki se sobresaltó y tardó unos segun-
Comenzó a preocuparse cuando escuchó los primeros acordes de Radio Capital.
dos en reconocerlo. – Llegué tarde y no pude entrar. Miki tenía un moretón en uno de sus pómulos y un brazo enyesado. David estuvo a punto de
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preguntarle qué le había pasado, pero prefirió no tocar el tema. “Las palabras sobre el dolor también son dolorosas”, pensaba David. Por eso le gustaba tanto la canción. “Y el ¿qué pasa? te molesta y te tumba el pecho como una avalancha/y aunque a veces te molestes, nunca te abandonaré/otra vez”. Le gustaba porque le hablaba de sí mismo y no de otra persona, como creía Flavia, tan romántica. – ¿Qué pasó con las muchachas? ¿Por qué no vinieron? Miki se le quedó mirando un buen rato. – ¿Qué? –preguntó David. – ¿No sabes lo que pasó?
“Las palabras sobre el dolor también son dolorosas”, pensaba David. Por eso le gustaba tanto la canción.
– No. Entonces Miki le contó lo sucedido:
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Los giros que habían dado la noche del domingo; la alcabala que los detuvo con unos policías que después no parecían policías y que al final sí resultaron ser policías; la droga que les encontraron; el momento turbio en que lo separaron a él de Verónica y de Flavia; sus protestas y los golpes que recibió y que le hicieron perder la conciencia; el amanecer atolondrado y el vano intento de que Flavia y Verónica pusieran la denuncia; las amenazas telefónicas al día siguiente por parte de los policías recordándoles que eran policías; la decisión de los padres de Flavia de sacarla del país. Después de escucharlo, David sólo atinó a pensar algo absurdo: ¿por qué me cuenta todo esto? Miki pareció leerle el pensamiento, pues agregó: – Te cuento esto porque sé que eres un caballero y no vas a decírselo a nadie. Y porque sé que tuviste algo con Flavia. “Tuviste”, pensó David. – ¿Y qué haces aquí? – No sé. No podía dormir. Me cayeron a coñazos afuera y ahora resulta que tengo miedo de estar en casa. –dijo Miki.
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[dossier] “Como un sparring”, pensó David. La ciudad era el sparring y el cuadrilátero y el público y el contrincante. Y uno siempre era uno mismo. – ¿Cuándo se va Flavia? – Pasado mañana. A la noche siguiente volvió al bar. Sabía que no iba a encontrar a Flavia, ni a Verónica, ni siquiera a Miki. Sabía que el remolino que cargaba en el pecho desde que escuchó lo que había pasado iba a encabritarse cuando pusiera un pie en el local. Había salido a encontrarse no con Flavia, sino con la sombra de su dolor. Fueron demasiadas cervezas en una sola noche. Esa vez se situó en el medio de la olla y no paró de brincar y cantar cada una de las canciones. Su franela blanca logró recoger una buena cantidad de la tem-
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pera con que la banda acostumbra bautizar a sus fieles. Para colmo, para hundir el puñal hasta la empuñadura, el grupo decidió cerrar el recital con Flamingo. Recordó los flamencos y las garzas que siempre veía en la autopista camino a la Universidad, y todo cobró un sentido. Abandonó el bar cuando aún no había terminado la canción. Esperó a que el empleado del estacionamiento le entregara su carro, y luego enfiló hacia la autopista. La herida era breve pero no paraba de brotar. A cada momento David debía interrumpir la labor para restañarla con su franela. La sangre, a esa hora de la madrugada, era indiscernible de los arrebatos de la tempera.
para Finalmente, desarraigó al animal. Las cabillas de hundir el las patas descansaban sobre una base de metal. En puñal hasta la base y en las patas recaía el peso tolerable de la empuñadura, la figura. La tomó por debajo y por el cuello, porel grupo decidió tándola como una bandera o como una lanza. Flacerrar el via sabría que había sido él y entendería muy bien recital con el significado de encontrar en el jardín de su casa, la Flamingo. misma mañana de su partida, un flamenco como aquel.
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Puso el flamenco con cuidado en el hombrillo y después atravesó la telaraña oxidada de la reja. Volvió a tomar al flamenco por la base y por el cuello y se dispuso a regresar. Entonces vio una sombra que hurgaba en su carro. Apretó con todas sus fuerzas al flamenco. Temblaba por el frío y por el miedo. La sombra había logrado zafar la cerradura y ahora maniobraba en los bajos del asiento del piloto. David volvió a apretar al flamenco hasta quebrarle el cuello. En sus manos sintió el dolor que a través del animal se infligía a sí mismo. Vio al flamenco de manera distinta, como un tótem que había transformado su miedo en un objeto venerable. Una vez al volante, David aceleró. En el asiento trasero, detrás del asiento del copiloto, descansaban la cabeza y el cuerpo del flamenco.
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Tenía el pico manchado de sangre. Tenía el rostro de una prostituta borroneada por el amanecer. La idea le dio gracia. Una flamenca prostituta, una flamenca santa, una flamenca asesina. Luego volvió a ver la imagen del hombre temblando, la oscura fuente que manaba de su cabeza untando el asfalto. Pronto recogerían el cadáver y la sangre se secaría, como también se había secado su propia sangre y la tempera en su franela.
En el asiento trasero, detrás del asiento del copiloto, descansaban la cabeza y el cuerpo del flamenco.
Por Bello Monte, antes de tomar el puente sobre el río Guaire que conduce hacia Plaza Venezuela, se detuvo. Faltaban pocos minutos para las cinco de la mañana. Se bajó del carro sin prisa, abrió una de las puertas traseras y sacó al flamenco. Subió la pequeña cuesta de la barranca del río y arrojó los restos del ave al cauce podrido. De regreso en el carro, giró hacia Plaza Venezuela. Después tomó la autopista en dirección oeste. Cuando cruzó el primero de los túneles que van hacia el aeropuerto, que descienden en picada ardorosa y
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húmeda hacia las playas de La Guaira, puso el disco. Buscó la canción número cuatro y la cantó con todas las fuerzas de sus pulmones, reventando las vocales de sus cuerdas, sintiendo en las lágrimas que le bajaban por el rostro la promesa del mar. Cantó la canción como nunca antes la había cantado. Por primera vez, sin dudas ni remordimientos, la cantó para sí mismo.
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RODRIGO BLANCO CALDERÓN (Caracas, Venezuela, 1981). Es licenciado en Letras por la Universidad Central de Venezuela y profesor en esa escuela. Ganó el Concurso de autores inéditos de la editorial Monte Ávila con Una larga fila de hombres. Fue uno de los dos venezolanos del grupo de escritores Bogotá39. Los invencibles salió por el sello Mondadori en 2007 y cosechó buenas críticas. Las rayas, su más reciente libro, obtuvo el segundo lugar del Concurso Internacional Letras Bicentenario Sor Juana Inés de la Cruz, en México.
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las autobiografías de George Perec
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Margo glantz *
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La autobiografía, dice Jean Starobinski, no es ciertamente un género predeterminado. Supone, sin embargo, ciertas condiciones ideológicas (o culturales): la importancia de la experiencia personal y la oportunidad de ofrecer a los demás una relación. Esta presuposición establece la legitimidad del yo y autoriza al sujeto del discurso a tomar como tema su existencia pasada. Además, el yo está confirmado en su función de sujeto permanente por la presencia de su correlato, el tú, que le confiere al discurso su motivación. Y este fragmento de un ensayo dedicado a “El estilo de la autobiografía” me viene como anillo al dedo para esbozar algunos párrafos sobre la obra de un escritor francés, muerto hace ya algunos
MARGO GLANTZ (Ciudad de México, México, 1930). Es miembro de la Academia Mexicana de la Lengua, profesora emérita de la UNAM, columnista del periódico mexicano La Jornada y novelista. Ha recibido el Premio Sor Juana Inés de la Cruz por su novela El rastro, el Premio Xavier Villaurrutia por Síndrome de naufragios, el Premio Nacional de Ciencias y Artes en el área de Lingüística y Literatura y el Premio de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. Recibió las becas Guggenheim y Rockefeller y fue profesora visitante en universidades como Harvard, Berlín, Berkeley, Princeton y Yale, entre otras. [corototeca]
años –para ser precisos, en 1982–, y cuya importancia y significado crecen con el tiempo. Estoy hablando de Georges Perec, y me interesa justamente por su manera inhabitual de enfrentar la escritura, y en este caso la escritura autobiográfica. A la vez distante y entrañable, Perec visita su infancia en varios de sus libros, sobre todo en uno aparecido en 1970, intitulado W, recuerdos de infancia. Fue un escritor nacido en 1936, hijo de judíos polacos emigrados a Francia y muertos durante la Segunda Guerra. El padre, Icek Judko Perec, fue soldado del ejército francés y murió en 1940 a consecuencia de una herida en el vientre cuando combatía a los alemanes; la madre, Cyrla Perec, desapareció en 1942, y murió probablemente en Auschwitz. Tres de sus abuelos desaparecieron también, quizá allí mismo. Durante la guerra, el niño fue rescatado por la Cruz Roja y enviado a un internado de un pueblo pequeño. En 1945 fue adoptado por una hermana de su padre, y educado en París. Perec se precia de no haber repetido nunca el mismo tipo de escritura –cosa cierta, en efecto–. Su escritura es muchas veces el intento imposible de definir lo que es y lo que ha sido, guiado siempre por una idea fija, aparentemente soslayada: tratar de responder a una interrogante imposible de responder, las razones de una desaparición. Intentará entender con el lenguaje, o más bien, experimentando con sus signos. Un libro del que desaparece la
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Perec se precia de no haber repetido nunca el mismo tipo de escritura. letra e por completo, es uno de esos intentos, llamado justamente La desaparición, publicado en Anagrama con el curioso título de Secuestro. Libro al que sucede otro, Los fantasmas (Les revenentes), en donde todas las palabras se escriben con la vocal e, la letra que en francés designa la terminación femenina de las palabras. También Perec, atemorizado ante la Historia –así, con H mayúscula–, intenta trazar la suya con h minúscula, cosa que en in[corototeca]
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No tener una sola historia autobiográfica obliga al escritor a inventar a lo largo de la vida varias historias.
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glés es fácil, pues existe la distinción entre History y story, pero no en francés ni en español; por ello dice: No tengo recuerdos de infancia. Hice esa afirmación con seguridad, casi como una especie de desafío. No tenía que interrogarme sobre esa cuestión. No estaba inscrita en mi programa. Se me daba permiso de evadirla. Otra historia, la Grande, la Historia con su gran hache, ya había respondido en mi lugar: la guerra, los campos. Sin embargo, a los 13 años inventé, conté y dibujé una historia. Más tarde la olvidé, y hace siete años, una noche en Venecia, me acordé de que esa historia se llamaba “W”, y que en cierta forma era, si no la historia de mi infancia, una de las historias de mi infancia. No tener una sola historia autobiográfica obliga al escritor a inventar a lo largo de la vida varias historias; mejor aún: a inventar varias formas de contar las historias posibles de la infancia. Una de ellas es esta: una fabulación utópica que revele al mismo tiempo una mente adolescente, nutrida de aventuras folletinescas, y al mismo tiempo la construcción del horror: la del universo concentracionario donde “la ley es implacable, pero a la vez imprevisible”.
2. Georges Perec debió haberse apellidado Peretz como su antecesor, el otro gran escritor que se expresaba en yidish, o como su propio padre, judío polaco. Aunque Perec sea sobre todo un escritor francés, su nombre conservó la impronta ortográfica eslava. Tomo su obra a manera de parábola, o quizá hasta de metáfora. Desde 1955, Perec escoge deliberadamente la profesión de escritor; es decir, la escritura como posibilidad de sobrevivencia. Su escritura tendrá que reflexionar de una manera u otra sobre ese horror, el de la deportación y la desaparición, de las que Auschwitz sería el paradigma:
No sé si tengo algo qué decir; sé que no digo nada –balbucea de nuevo en W, recuerdos de infancia (esa novela de aventuras que sigue a la vez el modelo de Raymond Roussel y el de Julio Verne: alegoría también de los campos de exterminio) –: No sé si lo que tuviera que decir no se dice porque es indecible (lo indecible no está agazapado debajo de la escritura; es lo que la ha hecho estallar); sé que lo que digo es vacío, neutro, signo de una aniquilación total. Es eso lo que digo, es eso lo que escribo, y es eso y solamente eso lo que se encuentra en las palabras que trazo y en las líneas que esas palabras designan y en los blancos que deja aparecer el intervalo entre las líneas; aunque pudiera detectar mis lapsus... sólo encontraré el último reflejo de una palabra ausente a la escritura, el escándalo de su silencio y de mi silencio. No escribo para decir que no diré nada. Escribo: escribo porque vivimos juntos, porque fui uno entre ellos, sombra entre sus sombras, cuerpo cerca de sus cuerpos; escribo porque ellos dejaron en mí su marca indeleble y su huella es la escritura; su recuerdo está muerto allá, pero la escritura es el recuerdo de su muerte y la afirmación de mi vida. Y Primo Levi, por su parte, decía: “Lo decible es preferible a lo indecible, la palabra humana al gruñido animal”.
141 las autobiografías de George Perec Margo Glantz
3. En julio de 1984 se organizó un coloquio en Cerisy en honor al gran escritor y publicado en 1985 con el título de Cahiers Georges Perec. Contiene, entre otros, un texto de Marcel Bénabou donde habla sobre la judeidad del homenajeado. Como preámbulo se refiere a un texto importante de Perec: la historia del lipograma. Comienza Bénabou evocando los libros sagrados de los hebreos, el Zohar, para seguir con la Cábala y sus tres principales direcciones de exégesis. Perec comentaba al respecto: “Un eco muy debilitado de estas preocupaciones vertiginosas me parece que resuena aún en relación con el lipograma”, comentario al que se agrega el de un exégeta antiguo de la Cábala: [corototeca]
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Las Escrituras Santas se asemejan a una gran mansión con muchas habitaciones; delante de cada una hay una llave, pero no sirve. Las llaves se han intercambiado. Para abrirlas, hay que buscar la que le corresponde a cada una de las puertas... Pero, me detengo. ¿Qué es un lipograma? La palabra viene del griego y quiere decir “abandonar una letra”; es decir, un ejercicio textual donde se omite sistemáticamente alguna o varias letras del
Las Escrituras Santas se asemejan a una gran mansión con muchas habitaciones; delante de cada una hay una llave, pero no sirve. Las llaves se han intercambiado.
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alfabeto, empresa a la que se dedicó Perec de manera sistemática, como ya lo dije. Perec se adhirió al taller literario Oulipo (Ouvroir de littérature potentiele) (Ulipo: lipograma), asociación de la que se era miembro aunque, a sus autores les sobreviniera la muerte. Este taller se creó justo después de que en 1960, en un coloquio realizado también en el castillo de Cerisy-la-Salle, se planteara la necesidad de promover “Una nueva defensa e ilustración de la lengua francesa”, en una sesión consagrada a los escritos de Raymond Queneau (1903-1976): “Llamamos literatura potencial a la búsqueda de formas y de estructuras nuevas que podrán ser utilizadas por los escritores como mejor les parezca”. Un manifiesto o anti-manifiesto contra las ideas del Surrealismo en donde el azar es un elemento esencial. Los miembros del Oulipo practicaban un arte combinatoria –en realidad muy antigua: anagramas, palindromas, bustrofedone, etcétera– que implica una búsqueda encarnizada y llena de humor para lograr enriquecer las formas de expresión, y a la vez –pienso– la posibilidad de que esa búsqueda se asociara también al azar, un azar que puede producirse gracias a un trabajo intenso del que se ha descartado la improvisación, a pesar de que los miembros de este grupo –que no movimiento– usaban como lema “no al azar”. Michel Leiris, asociado alguna vez con los surrealistas, decía respecto a Roussel –un preulipó avant la lettre– que
su escritura ayudaba a suprimir la censura de manera más efectiva que la escritura automática de los surrealistas. Asimismo, implica la posibilidad de trabajar con aquello que en apariencia es banal, superfluo, demasiado cotidiano como para tomarlo en cuenta seriamente. Un ejemplo sería Espèces d’espaces, donde Perec describe los objetos de su habitación, empezando por los más cercanos, y termina extendiéndose a toda la ciudad: pasión por la ciudad. O un libro curioso –en realidad, más que curioso: extraordinario, como todos los suyos–: Je me souviens: Me acuerdo (ahora se colecciona el más ínfimo escrito proveniente de Perec, como si fuera un tesoro. Lo es), donde se inscriben numerosas frases breves del autor que comienzan con el título del libro: “Me acuerdo de un aperitivo que se llamaba Bonal… Me acuerdo de que Krutchev golpeó con un zapato la tribuna de la ONU... Me acuerdo de Javier Cugat...”.
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[la pura verdad]
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Melchor en Chiapas
Diego Enrique Osorno*
146 la pura verdad
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n Vaquero Galáctico cubre a Melchor de la tupida lluvia de septiembre que se deja caer por las calles de San Cristóbal de las Casas. Melchor marcha al frente con la pisada dura, el moreno cuerpo macizo mojado y el bigote espeso perlando agua. Mientras camina, relata la historia que lo movió de su casa en el centro del país hasta acá, al sur de México. Cuando el aguacero amaina, endereza la pancarta que lo protege y muestra la imagen del Vaquero Galáctico, el hijo que le desapareció “la guerra”, allá en el norte. Una mañana, antes de salir a vender artículos para el hogar, Melchor vio en el televisor a un poeta con el payaso Brozo. El poeta le comentaba al payaso sobre una caminata que haría de Cuernavaca a la ciudad de México contra “la guerra”. Melchor no sabía
DIEGO ENRIQUE OSORNO (Monterrey, México, 1980). Ha sido testigo a ras de tierra de los recientes conflictos en México, y ha tenido experiencias en Líbano, Siria, Bolivia, Venezuela, Colombia, Haití, Honduras, entre otros países. Foma parte del staff de reporteros de la revista Gatopardo y ha publicado en incontables periódicos y revistas. El Alcalde es el primer documental en el que participa como codirector. Entre sus libros de crónicas se cuentan La guerra de los Zetas. Viaje por la frontera de la necropolítica, Oaxaca sitiada, El Cártel de Sinaloa, Nosotros somos los culpables y Un vaquero cruza la frontera en silencio. [crónica]
dónde estaba su hijo, pero sí sabía Una mañana, antes de que “la guerra” no sólo se había cosalir a vender artículos mido al Vaquero Galáctico, sino también el esfuerzo que él, durante casi para el hogar, Melchor dos años, había hecho para encontrar- vio en el televisor a un lo, visitando oficinas y cuarteles en los poeta con el payaso que el desdén estaba sentado del otro Brozo. El poeta le lado de los escritorios. Por “la guerra” comentaba al payaso el Vaquero Galáctico había desaparecido, y “la guerra” era también el pre- sobre una caminata... texto que le daban a Melchor para no buscar a su hijo: una burocracia armada desataba la vorágine, y otra burocracia encorbatada la encubría. “La guerra” se convirtió en el enemigo de Melchor. Cuando vio que un poeta estaba enfrentándola, él también se animó a hacerlo. 147 Melchor se perdió un rato antes de llegar a la Paloma en la que Melchor el poeta había citado. Jamás había estado en Cuernavaca. Enconen Chiapas tró la estatua en una glorieta colmada de gente. Entre el tumulto Diego Enrique Osorno vio un tumulto más pequeño, en el que había un hombre acorralado por periodistas. Después de abrirse paso entre el gentío, Melchor descubrió que era el poeta que buscaba. Cuando le quitaron los micrófonos y las grabadoras de la cara, se paró enfrente y se presentó. Dijo solamente que estaba ahí para sumarse a la caminata. No habló del Vaquero Galático ni de “la guerra” ni de nada más. El poeta le respondió con voz seca que estaba bien, y que en quince minutos empezaría la caminata. La lluvia arrecia de nuevo antes de que la marcha agarre para el centro de San Cristóbal de las Casas y se salga de la avenida que más adelante se transforma en una carretera que curvea y sube hasta Ocosingo. El Vaquero Galáctico vuelve a tapar a Melchor, quien ahora, para seguir relatando la historia que lo movió hasta aquí, tiene que levantar el volumen de la voz empapada por el soni» do del agua cayendo. Nunca había pisado Chiapas. Aunque desde [crónica]
que está en el Movimiento prácticamente se convirtió en un trotapueblos de México, siente raro andar por las mismas calles por las que marcharon el 1 de enero de 1994 miles de indígenas armados. El EZLN era un suceso arrumbado en sus recuerdos, pero desde que llegó aquel día a la Paloma de Cuernavaca, el EZLN – como más cosas que en su imaginación siemEntonces Melchor le pre fueron remotas– se volvieron cercanas. habló del Vaquero Hasta cierto punto. A la mañana siguiente, cuando la marcha Galáctico. Le dijo que su hijo era un ya había dejado atrás Cuernavaca, hubo un momento en que el poeta se acercó a Melchor veinteañero muy y le preguntó qué lo había llevado hasta ahí. deportista que vivía Entonces Melchor le habló del Vaquero Galácde hacer estatuismo tico. Le dijo que su hijo era un veinteañero callejero. muy deportista que vivía de hacer estatuismo 148 callejero –o sea, personificaba en plazas y parla pura ques a un atlético personaje de las caricaturas de los noventa, Los verdad Halcones Galácticos–. Que se había ido a Monterrey a trabajar en eso, en donde le estaba yendo muy bien porque se había vuelto bastante popular con la gente que paseaba por el centro, y debido a eso hasta le habían hecho reportajes en la televisión local. Que de repente un día dejó de tener noticias de él, y alguien le dijo que lo habían secuestrado. Que hizo las catorce horas de viaje en camión de Toluca a Monterrey para averiguar qué pasaba. Que según sus propias investigaciones, el Vaquero Galáctico había sido detenido al salir de su casa por la policía, pero en las oficinas del gobierno le decían que no había reportes de nada. Que tenía los números de las patrullas (538, 534 y 540) en las que iban los policías regios que se lo habían llevado. Que su hijo era gente buena. Que en Monterrey había conocido a otras personas buscando a familiares que también habían sido detenidos un día por autoridades, y después no habían vuelto a saber nada de ellos. Que cuando fue al norte, vio mucho dolor. Que también era mucha la impunidad. Que [crónica]
ya había buscado a bastantes funcionarios y que no lo atendían, o cuando lo recibían le decían que se resignara porque eran tiempos de guerra. Que ya había ido también con los senadores, la CNDH y TV Azteca y lo mismo: nada. Que todo estaba muy sucio en el gobierno. Que como no se resignaba, se había venido a la marcha. Que por eso estaba ahí: porque quería encontrar a su hijo. Melchor y el poeta hablaron esto caminando abrazados durante dos kilómetros. A veces el poeta le daba besos a Melchor. Melchor nunca había estado tan cerca de un poeta. Pensó esa vez que los poetas podían ser como padres que consolaban el dolor de quienes como él, un día violentamente dejaban de saber de sus hijos. Ese día pararon en un pueblito donde los recibieron con una ceremonia especial. A Melchor lo llamaron para recibir una ofrenda. Era la primera vez que estaba en un templete. Una estudiante de secundaria, a nombre del pueblo, le dio una rosa azul. Melchor 149 guardó la rosa azul para el Vaquero Galáctico. Melchor Melchor sigue sin tener a su hijo, pero desde que llegó a la Paen Chiapas loma de Cuernavaca tiene hermanos, un movimiento. Así lo dice Diego Enrique Osorno mientras recorre calles principales de San Cristóbal de las Casas, resbaladizas por tanta agua, y adornadas con cordones rojos, verdes y blancos, porque hoy es 15 de septiembre: doscientos un año después de su Independencia, Melchor y el ese país que todavía se llama México vive una poeta hablaron democracia sucia que necesita una máquina de esto caminando muerte para funcionar. Es un artefacto gigan- abrazados durante tesco pero difícil de ver, porque lo cubren tonedos kilómetros. ladas de papelería con diversos sellos oficiales, y una burocracia procura –con una maldad de A veces el poeta corte impersonal– que los papeles institucio- le daba besos nales se sigan acumulando para que no se vea a Melchor. la máquina que está debajo. Pero hay tiempos como este en que la máquina se asoma. Melchor está en Chiapas » porque la vio. A esa máquina de la muerte le dice “la guerra”. [crónica]
La marcha llega a la plaza principal de San Cristóbal de las Casas. Arremete la lluvia, crecen los gritos de protesta y sube el volumen de la música de una banda sinaloense, contratada por el ayuntamiento para tocar esta noche. A unos metros de un Oxxo y de una tienda de artículos de montaña, se improvisa un pequeño templete en el que el poeta dará un mensaje alternativo. Enfrente el gobierno chiapaneco tiene su escenario, que parece más el de un programa de MTV que el de la celebración de un país liberado. Melchor se arrima al pequeño templete con el Vaquero Galáctico encima de su cabeza. Aparece el poeta. No se trata de un mensaje divino, pero cuando el poeta empieza a hablar, por fin para la lluvia. El poeta se refiere con respeto y admiración a la insurrección zapatista, antes de hablar del dolor nacional. En algunos momentos, su voz se entremezcla con la del animador del festejo gubernamental, quien anuncia que esta noche tocará Exterminador.
150 la pura verdad
“Lo que me gustó de Ahmed es que era un chico muy seguro de sí mismo, pese a que no tenía nada. Tú sabes que por ser palestino no tienes nada: ni derechos ni nada, pero a pesar de eso, Ahmed siempre estaba sonriendo y siempre estaba muy seguro de sí mismo”, me dijo Marcela, una hermosa mexicana a la que conocí en 2008 en un campo de refugiados palestinos del sur de Líbano. El hombre del que hablaba, Ahmed, era su esposo. Ahmed era traductor y trataba de vivir de No se trata de un eso en el campo de refugiados. Cuando lo comensaje divino, nocí, no hacía aspavientos, como muchos pero cuando otros palestinos. Una tarde antes, el presidente de Estados Unidos, George W. Bush, iniciaba el poeta empieza un recorrido por Medio Oriente amenazando a hablar, por fin con ampliar la invasión de Irak a Siria e Irán, para la lluvia. si se seguían portando mal. Le pregunté a Ah[crónica]
med su opinión, y me dijo: “Los pájaros, unos segundos antes de morir, dan los aletazos más fuertes”. En 2011 recordaba mucho a Ahmed mientras me enteraba de la Primavera Árabe que recorrió Túnez y Egipto, y también cuando viajé a Chiapas a conocer a Melchor. En especial recuerdo una historia que me contó cuando le pregunté lo que pensaba sobre la guerra, así, a secas, esa palabra que volvió a ser común en México y que también lleva cincuenta años siendo habitual –de manera más dramática que en ningún otro sitio del mundo– en Palestina. Ahmed acomodó su cuerpo como si me fuera a relatar una larga e intrincada historia. Empezó diciendo que los musulmanes acostumbran, cuando un familiar muere, velar su cuerpo durante tres días seguidos sin parar. Tres días en los que se bebe y bebe café para mantenerse despiertos, como indica la tradición. No cualquier café logra eso. En los velorios musulmanes se bebe un café especial que ayuda mucho a mantener la vigilia. Antes, este café era preparado exclusivamente por alguien de la familia, así lo indicaba la tradición. Sin embargo, ahora hay musulmanes con dinero que contratan a personas para que se encarguen de dar este servicio en los funerales de sus muertos. A cambio de 200 dólares, nunca falta café para cumplir el rito. “No es difícil imaginar –me dijo Ahmed– que quizá algunas noches, estas personas que se dedican a servir café en los funerales, cuando rezan, le pidan a Alá que tengan más trabajo. O sea, que haya más muertes. Así como pasa con esas personas, pasa con los líderes políticos palestinos y los líderes de otras partes del mundo: de forma inconsciente o consciente necesitan de muertos para seguir manteniendo sus trabajos. Por eso las luchas aquí y en muchos otros lados son a final de cuenta, luchas contra la muerte”.
[crónica]
151 Melchor en Chiapas Diego Enrique Osorno
152 xxxxxxx xxxxxxx
[XXXXXXXXX]
oesĂa [a puro verso]
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La poesía sólo existe como una forma de orgullo Luis García Montero*
Eran días de lluvia en un invierno propio. Ni siquiera las fiestas, ni las tardes de sol sobre las calles llegaban a esconder la débil soledad de los saludos sin corazón, la nieve de los pasos perdidos. Despeinado, deshecho, la ropa vieja y sucia, la mano con el vino tembloroso, la camisa por fuera del pantalón caído como un adolescente de suburbio, la sombra descosida en sus talones y los zapatos rotos.
154 a puro verso
Parecía un mendigo entre la gente.
LUIS GARCÍA MONTERO (Granada, España, 1958). Es poeta y catedrático en la Universidad de Granada. Es autor de once poemarios y varios libros de ensayo. Recibió el Premio Adonáis por El jardín extranjero, el Premio Loewe y el Premio Nacional de Literatura por Habitaciones separadas. En 2003, con La intimidad de la serpiente, fue merecedor del Premio Nacional de la Crítica. [poesía]
Luego llegaba a casa, se duchaba, abría los armarios, con cuidado elegía una camisa nueva, un pantalón planchado y unos ojos más suyos con los que sostener por un minuto la verdad del espejo receloso. Cuando ya estaba limpio, se sentaba a escribir. Dichoso tú, dichoso tú, amigo mío, que conservas razones para cuidar tu piel en los días de lluvia y en los inviernos propios.
155 La poesía sólo existe como una forma de orgullo Luis García Montero
[poesía]
La tolerancia no sirve para comprender el beso del extranjero
Yo, bebedor de whisky, en tu beso conozco la ginebra.
Tan distinta la piel, el país de tu beso, un idioma con sílabas de lentitud y noche, un mundo de costumbres muy ajenas Luis García que marca en sus relojes compartidos Montero la diferencia horaria de nuestra intimidad. El sol va por delante en la piel de tu beso. Cuando yo abro los ojos, tú los cierras. No sé si he sido el extranjero allí, en la región de tu lluvia pendiente de mis labios. No sé si fuiste la extranjera aquí, en la ciudad de mi boca perdida por tu boca.
156 a puro verso
[poesía]
Pero cruzo este mar si mi destino negro es el blanco imprevisto de tu amor, y si tu soledad, como un perro de raza, se viene con mi luna callejera. Es una patria inútil la que cierra los labios y las puertas a los recién llegados. Sórdida gente triste, gente esquiva que nunca ha salido de sí. No recorren el mundo, no se pierden, no han sentido en su piel la luz de una frontera que nos salva del dulce cuchillo de lo nuestro, no conocen los labios de otro idioma, no aman las ciudades,
157 La tolerancia no sirve para comprender el beso del extranjero Luis García Montero
no aprenden a besar.
[poesía]
159
mi amada Beatriz del Carmen JosĂŠ Luis Cuevas
160 a puro verso
José Luis Cuevas y Beatriz Cuevas Jose Luis Cuevas [poesía]
[el mentidero]
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la carroza de Bolívar
162 novela
(fragmento)
Evelio Rosero *
– Y la viuda Hilaria y su Fátima, después de la navidad negra? – Fátima se encontraba en mitad del puente sobre el río Chapalito cuando volvió Bolívar a Pasto, la mañana del 2 de enero. Desde ese puente, acodada sobre la baranda, rodeada de frío, vio cruzar a Bolívar el otro puente: el puente sobre el río Pasto, lejos, aunque visible: acaso lo vio sin verlo, pero ¿cómo no distinguirlo en su caballo blanco, encabezando una columna inacabable de hombres despiadados? – Bolívar no necesitaba verla para encontrarla: al libertador le llevaban las piezas de caza, y elegía. – Tenía su “encargado” para estos menesteres. Se trataba de un subalterno discreto, con nombre y apellidos, pero tan obvio que
EVELIO ROSERO (Bogotá, Colombia, 1958) En 2006 obtuvo en su país de origen el Premio Nacional de Literatura y un año más tarde, con su novela Los ejércitos, ganó el II Premio Tusquets Editores de Novela. Parte de su obra se ha traducido a doce idiomas y se ha alzado con el prestigioso Independent Foreign Fiction Prize, en Reino Unido, y el ALOA Prize, en Dinamarca. El fragmento aquí publicado pertenece a La carroza de Bolívar, su novela más arriesgada hasta la fecha en cuanto al tratamiento sin concesiones que le otorga al adorado personaje histórico. [ficción]
ningún historiador se mostró una vez Tres días después de la interesado en mencionarlo. Algunos llegada del libertador solamente admitieron su quehacer, y a Pasto, el encargado le dieron su beneplácito, celebrándoy sus hombres lo: “Y entonces logró que aquel jefe magnífico, invencible, otro Alejandro, “descubrieron” se desentendiera por un minuto de su a Fátima Hurtado. oficio de héroe, y le buscó y le señaló la venadilla. Fue así como saltó otra canita al aire del libertador”, o “Lo condujo a la primera cita de la noche, lo animó, libertador, le dijo, la mujer se hizo para el reposo del guerrero”, aunque en el caso de Bolívar no se debería decir mujer, sino criatura, cría, núbil, retoño, párvula, bisoña, infantilla, carne pura. – Muy pura su apreciación, muy puro su listado –dijo Prima163 vera al catedrático, y éste la ignoró a propósito. Lo complacía en el la carroza alma el interés de Primavera. de Bolívar – El encargado era incluso hombre religioso y taciturno, jusEvelio Rosero tamente como los que solían emplearse en vestir y desvestir a un general de esos tiempos, peinarlo y afeitarlo, dormirlo y despertarlo; un hombre que por eso inspiraba cierto malicioso respeto en la soldadesca. Era astuto como discreto. Sabía decir las cosas al libertador, sin decírselas. Todo lo disponía él, desde la hora de la cita hasta el tendido de la cama. Prefería hacerse cargo personalmente, pues conocía muy bien los gustos y regustos de Su Excelencia. – Tres días después de la llegada del libertador a Pasto, el encargado y sus hombres “descubrieron” a Fátima Hurtado. La descubrieron en un recodo sombrío del Chapalito y, cuando la contemplaron contemplándose ella misma en las aguas, al modo de la fábula de boca en boca, supieron de inmediato que era otra “gallina del libertador” como decían, como envidiaban a escondidas. – No era infrecuente que los mismos soldados presentaran es» tas ofrendas a Bolívar, o lo hacían por intermedio de los oficiales. [ficción]
Maravillados de Todos, como el encargado, sabían de la aparición, y la más urgente necesidad y predilecguardando la cautela ción de Su Excelencia. Hurtado era como la Virque se exigía en estos gen –de“Fátima Fátima”, dicen que dijo Fabricio lances bajo pena de Urdaneta, nacido en Riohacha, soldamuerte, los soldados do-peluquero a órdenes del encargado, y el encargado la uno de los que descubrieron a Fátima persiguieron por las según la fábula de boca en boca. – Maravillados de la aparición, y afueras de Pasto, sin guardando la cautela que se exigía en que la aparición se estos lances bajo pena de muerte, los percatara. soldados y el encargado la persiguie164 novela
ron por las afueras de Pasto, sin que la aparición se percatara. Parecían desquiciados los soldados de tanta belleza reunida en una sola muchacha: el encargado sorprendió sus maquinaciones ocultas, mientras la seguían, pero una sola reconvención suya, nombrando a Bolívar, bastó para desanimarlos. Y la vieron encerrarse en el silencio rural de una casa ruinosa, con un caminito de piedra cuidadosamente barrido ante la puerta, la casa donde Fátima vivía con su abuela, únicas sobrevivientes, pues nada sabían de los suyos. – Allí tocaron los soldados a la puerta, con el encargado en medio: aguardaba circunspecto, respetuoso de las conveniencias, y sin embargo, autoritario: era el desasosiego afilado que lo sobrecogía siempre que remataba una misión de esa especie; él mismo volvió a llamar a la puerta, y abrió la viuda Hilaria Ocampo, la inmensa. – Entonces sucedería la historia inexplicable, la fábula de boca en boca. Doña Polina la contaba muy bien, con sus dimes y diretes, sus carajazos, ¿cierto, Justo Pastor? Yo también se la oí. Ahora tendré que contarla yo. – Si usted quiere. [ficción]
– Prefiero oír a Polina Agrado –dijo Primavera. El catedrático no se dio por aludido: – Al encargado lo perturbó la corpulencia de la vieja que acudió a abrir. Pero se repuso y le explicó, con la prudencia que lo caracterizaba en casos semejantes, que tendría que llevarse a su hija con el libertador Simón Bolívar. Que esas eran sus órdenes. “No es mi hija, es mi nieta” aclaró la viuda.
Mi antepasada Hilaria Ocampo ya sabía de qué se trataba –contó Polina Agrado–: tarde o temprano la hora tenía que llegar. Tarde o temprano iban a descubrirla, no a ella, sino a su nieta, Fátima, su Fátima. Había esquivado el cerco de la muerte en la navidad negra, la acechanza del monstruo, su zarpazo, y esta vez lo veía ineludible, a la 165 puerta, implacable, en busca de su Fátima, y ya no era el joven asesino la carroza que las asedió en la iglesia y que ella ajustició como Dios manda, sino de Bolívar Bolívar, por Dios, era el Zambo quien la requería. Evelio Rosero Y se dolía de pensar que esa misma mañana había dispuesto esconder a Fátima por los lados de la Laguna, lejos de Pasto, pero dejó pasar el Y se dolía de pensar presentimiento y lo recordó muy tarde, que esa misma cuando golpearon a la puerta; era eso mañana había lo que más la afligía, olvidar esconder dispuesto esconder a a su nieta cuando ya tantas miradas se cernían; no esconderla a tiempo, ¿por- Fátima por los lados qué no lo hice?, se lamentaría, ¿por qué de la Laguna, lejos de no la até a mi cintura?, ¿a qué horas se Pasto, pero dejó pasar me escapó de la mirada? Pero la conel presentimiento y lo fundía sobre todo que su nieta no termirecordó muy tarde, nara reclamada por cualquier asesino al azar, que ella muy bien podría en- cuando golpearon » frentar y derrotar, sino por un encarga- a la puerta... [ficción]
do casi amable, vestido de paño, y unos soldados boquiabiertos, cuatro en total, contó, preparándose, gente de parte de Bolívar, Dios, se afligió, y lo comprendió al fin, era Bolívar: detrás de toda esa desgracia estaba el Zambo Bolívar. Hoy supongo que mi antepasada no sabía al fin si eso, justamente, que se tratara de Bolívar y no de otro común al azar, era mejor o peor para ellas, “Peor”, debió gritarse, “es peor”. ¿O las ayudaría?, pensaría aún, a despecho de ella misma, y se odiaría por pensarlo, “Peor, peor – debió repetirse–, todo es peor con este horrible Zambo hijueputa”. “Dígale, por Dios, dígale que venga él mismo por ella”, dijo Hilaria Ocampo al encargado, con un asombro feliz. ¿Se arrodillaría?, hablaba como si se encontrara en una iglesia, pensó el encargado, y con razón: cualquiera diría que Hilaria Ocampo había aguardado esa propuesta toda su vida para tener que responder “dígale que venga él mismo por ella”. 166 “No puede ser”, dijo el encargado. novela Lo desconcertaba ese obstáculo peculiar, esa solicitud que tampoco era un obstáculo: hasta podría interpretarse como una súplica sincera, una invitación, ¿qué hacer? Sonrió por primera vez en años. Le pedían un favor elegante, al fin. No oro. No cargos. No pasaportes. No recomendaciones. Esta mujer sólo demandaba la felicidad de la presencia del liberSu estatura, su tador, ¿era eso verdad?, debía ir con cuidado. Era cierto que tenía frente a convencimiento, la él una vieja de voz dulce, pero oscura, fortaleza de sus ojos lo pensó. Su estatura, su convencimientrastornaba, y no sólo to, la fortaleza de sus ojos lo trastora él, también a sus naba, y no sólo a él, también a sus soldados que todavía soldados que todavía –se abochornó– la apuntaban al pecho con sus –se abochornó– la fusiles. Imbéciles, se contrarió, pero apuntaban al pecho enseguida los compadeció: se hallacon sus fusiles. ban aturdidos como él, y ninguno [ficción]
sabía por qué. ¿El olor?, era algo de esa “Tendré que bañarla vieja gigante, los ojos que penetraban, la y vestirla” dijo la viuda, boca apretada, las dos manos enormes “tendré que arreglarla abiertas como si de un momento a otro como tiene que ser. se dispusiera a matar y morir. Con un gesto hizo que apartaran los Vayan y vuelvan con fusiles. él, por Dios, y mientras “¿Usted sabe lo que me pide?” pre- tanto, yo la preparo”. guntó. “Que venga por ella el libertador”. “Eso es imposible”. “Tendré que bañarla y vestirla” dijo la viuda, “tendré que arreglarla como tiene que ser. Vayan y vuelvan con él, por Dios, y mientras tanto, yo la preparo”. Nadie respondió. 167 Ella manoteó en el aire: la carroza “Se trata de Su Excelencia el libertador, ¿no? Merece todo el de Bolívar respeto”. Evelio Rosero Los cuatro soldados intercambiaron una mirada alarmada. El encargado retrocedió, casi vencido. “Dígale, por Dios, dígale que venga. Para esta mujer humilde será un honor recibirlo y entregarle personalmente a la única de sus nietas; es una gracia que me hace. Yo sé que Su Excelencia cuidará de ella, la ayudará”. Por supuesto que no vendría con Su Excelencia, pensó el encargado. Pero aceptó. Ya sabía qué pretendía la vieja. Lo había descubierto al fin entre sus palabras cuidar y ayudar. Volvería sólo con la ofrenda, el pago; era eso únicamente lo que demandaba la vieja: su buen sentido común. Se había equivocado con ella. “Sí”, le dijo, “vendrá el libertador, ¿por qué no?” Y dejó apostados en la puerta a dos centinelas. » [ficción]
– Lo cierto, en definitiva, era que la noticia de Fátima había volado también a oídos del libertador. – Eso no se comprobó nunca. – Se comprobó. –No se comprobó que Bolívar se Habían visto a la vieja hubiese enterado por otras personas desnudar a la niña, distintas al encargado. jabonarla, estregarla y – Se enteró, y mucho antes de que se lo revelara el encargado. Supo lavarla una y otra vez enfrente de ellos, como de la extraordinaria belleza de Fáticuando desmontaba en mitad de si ellos no existieran, ma la plaza Mayor, y de inmediato volsin que jamás eso les vió a montar. “¿En dónde está?”, diimportara, ni a la vieja cen que dijo. – Se burla usted. ni a la niña. 168 – No. novela – Se discute sobre si se enteró o no el libertador, desde antes, del “bocatto di cardinale” que vivía en Pasto, “bocatto” que ya disponía su diligente encargado, ¿cómo comprobar cualquiera de las posibilidades? Puede ser que el libertador no supiera, o puede que sí, y que más tarde, muy complacido al informarse del extraordinario ruego de la viuda, acudiera con el encargado. – Según doña Polina, el libertador llegó minutos después del encargado. Primero llegó el encargado, con un cofrecito de oro, ropa blanca y comida. Después Bolívar. Nadie sabe si se pusieron de acuerdo. – Cuando volvió el encargado a casa de Hilaria Ocampo, las noticias que dieron los centinelas fueron casi normales: habían visto a la vieja salir con la niña de la casa, y las siguieron. Las dos fueron al lavadero, en la parte de atrás de la casa, y las siguieron. Habían visto a la vieja desnudar a la niña, jabonarla, estregarla y lavarla una y otra vez enfrente de ellos, como si ellos no existieran, sin que jamás eso les importara, ni a la vieja ni a la niña. El encar[ficción]
gado no salía de su asombro: ¿vieron desnuda a la niña? La vieron, señor: como para Su Excelencia. Y las vieron entrar a la casa y cerrar con tranca la puerta, allí se encontraban, señor, adentro: no era posible que huyeran. Aguardaron otro minuto en el silencio terrible, porque de pronto nadie se atrevía a llamar a la puerta. Pero se acabó el tiempo, para ellas, y golpearon. La puerta no se abría. Los ojos sufrían pendientes de la puerta; la puerta no se abría. Lo temible era que sentían venirse contra ellos los ojos de la vieja desde lo más profundo de las paredes de la casa, atisbándolos. Entonces se oyó el galope de caballos que llegaban. El libertador desmontó. – No se sabe exactamente si Bolívar desmontó. Dicen que esperó en su caballo, y que allí ocurrió lo que ocurrió, con el libertador montado en su caballo blanco. – Desmontó. 169 “Que la traigan” dijo el libertador. la carroza – Esa voz como de pájaro sólo podía ser de Bolívar. de Bolívar Allí estaba el libertador, en mitad del camino de piedra que Evelio Rosero llevaba a la puerta: los brazos en jarra, la quijada en alto, los ojos “de águila”, como describen. El encargado se apartó, discreto pero cauteloso. La voz de Bolívar fue suficiente; no resultó necesario tocar otra vez a la puerta. En un insLa sostenía en uno tante la puerta se abrió. Y apareció la corpulenta viuda Hilaria Ocampo solo de sus brazos, ante Bolívar, la misma mujer que el vestida de blanco, domingo de Bomboná había cruzado el largo pelo negro bajo fuego enemigo la quebrada de escurriendo agua Cariaco y había subido al cerro, desobre los hombros. rrotándolo, la misma mujer. Sólo que ahora no cargaba otra arma que una niña. La sostenía en uno solo de sus brazos, vestida de blanco, el largo pelo negro escurriendo agua sobre los hombros. » “Aquí tiene, libertador” dijo Hilaria Ocampo, y se la ofreció. [ficción]
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Eso no lo cuento yo, Polina Agrado. Lo cuenta el soldado Fabricio Urdaneta, soldado-peluquero allí presente, nacido en Riohacha y criado en Ocaña: se quedaría a vivir en Pasto, con los años; en Pasto tendría hijos; en Pasto moriría, de viejo; yo misma se lo escuché contar, de niña. Cuenta él, como registro primero de la fábula de boca en boca, y usted, doctor, me dirá si es cierto o no es cierto, cuenta que el libertador se acercó a recibir a Fátima “sin dudas mayores”, y que estiró cada brazo “sin un titubeo”, la fue a recibir “hasta con impaciencia”, y lo vieron asomarse y dar un salto atrás y regresar en dirección a su caballo con el rostro demudado, a zancadas, “Reputa”, alcanzaron a oír su voz, “está bien muerta”. Y que las había emprendido contra un árbol, a patadas, y que luego se arrodilló detrás del mismo árbol y empezó a vomitar. Cuenta Fabricio Urdaneta, soldado-peluquero, que no sabe cómo fue que no los mandó a fusilar, a todos.
novela
[ficción]
Autorretrato Jose Luis Cuevas
171 titulo Autor
禄 [ficci贸n]
172 mi amada Beatriz del Carmen (tres autorretratos) JosĂŠ Luis Cuevas
pรกgina 173
ƒ
el cuerpo
174 reseña
e
en
l nombre de Guadalupe Nettel aparece cada vez con mayor frecuencia en las librerías, en las revistas literarias y hasta en las redes sociales. Es reconocida como una de las revelaciones literarias más exitosas de su generación. No lo dicen sólo sus colegas y los críticos, sino los lectores en general, que han encontrado en su narrativa un perturbador reflejo de la condición humana, con sus limitaciones y contradicciones. Su más reciente trabajo se titula El cuerpo en que nací, una autobiografía que fue esperada con mucha expectación. La historia es construida desde el consultorio de la terapeuta que trata a Guadalupe. Un monólogo que se extiende por casi 200 páginas nos devela los íntimos secretos de la protagonista, desde su nacimiento con un lunar sobre la córnea de uno de sus ojos y la obsesión de su madre por corregir esta condición, hasta el momento en que, después de haber aceptado el cuerpo en que nació, reflexiona sobre el constante e inevitable proceso de cambio que éste sufre.
Silvia Alcalá (Viña del Mar, Chile en 1968) Estudió teatro en su ciudad natal, y en su adolescencia se mudó a la ciudad de Santiago para profesionalizarse en el arte escénico. La lectura y la escritura siempre la han acompañado. Actualmente dirige una compañía de teatro independiente, además de escribir narrativa y reseñas literarias. [reseña]
que nacíƒ Nettel, Guadalupe | Anagrama, 2011
Silvia Alcalá *
Ejercicio catártico, afirmación de su identidad, remembranzas de todo tipo, el descubrimiento de su cuerpo, el descubrimiento del cuerpo de los otros, y la experiencia literaria de la narradorapersonaje-autora es lo que encontraremos en este libro, que logra mantener el interés del lector por la buena construcción de la historia y la sencillez de su lenguaje. Es casi inevitable hacer una comparación con su obra precedente, que sedujo porque presenta personajes poco comunes con vidas marginales. Esta autora mexicana exhibe psicologías y conflictos que permanecen en la mente del lector después de terminada la lectura. Su último libro es más sobrio en este sentido. Aunque su personaje sufre discriminación y lucha por hacerse un lugar en el mundo, no desasosiega como Ana, la protagonista de El huésped, y los argumentos incluidos en Pétalos y otras historias incómodas –conmovedores y desconcertantes– siguen estando por encima de lo planteado en esta autobiografía. Quien no haya leído a Nettel, está invitado a hacerlo empezando por El cuerpo en que nací. Cuando el lector se enfrente a sus otros relatos, sabrá el porqué de este párrafo.
[reseña]
175 el cuerpo en que nací Silvia Alcalá
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yo siempre regreso a los pezones y al punto 7 del Tractatus | AGUSTÍN FERNÁNDEZ-MALLO | ALFAGUARA, 2012
Carlos Fonseca Suárez *
176 RESEÑA
R
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icardo Piglia alguna vez esbozó una alocada propuesta: el argentino sugería que se debían publicar todos los primeros libros, todos los libros nóveles, pues era allí, entre los precipitados y ansiosos fracasos, donde se hallan las huellas más claras de esos indecisos proyectos que luego se tornaban poética. Es así que hemos de leer Yo siempre regreso a los pezones y al punto 7 del Tractatus, primer libro de Fernández Mallo que acaba de ser reeditado por Alfaguara. Pequeña novela compuesta por fragmentos poéticos, ilustrada por los fascinantes y juguetones doodles de Pere Joan, la alucinada prosa de Yo siempre regreso... propone un universo poético que juega constantemente con los límites del sentimentalismo cursi sin caer en sus patetismos. Un hombre ha
CARLOS FONSECA SUÁREZ (San José, Costa Rica, 1987) Es candidato doctoral en el Departamento de Español y Portugués de la Universidad de Princeton. Obtuvo su bachillerato en Literatura Comparada de la Universidad de Stanford, en donde se dedicó a escribir sobre poéticas de movimiento, ritmo y gracia. Actualmente cursa su segundo año en el programa y se dedica mayormente a definir sus intereses tanto académicos como literarios con miras a localizar su futuro tema de disertación. [reseña]
autorretrato de niĂąo con tĂteres, Jose Luis Cuevas
Los siameses, Yo y Tú Jose Luis Cuevas
[reseña]
Pequeña novela compuesta por fragmentos poéticos, ilustrada por los fascinantes y juguetones doodles de Pere Joan.
sido abandonado por una mujer. Desde el bar de un hotel en una isla mediterránea esboza un nostálgico monólogo sobre el cual se traza el enigmático perfil de su amada, las imprecisas memorias de un pasado perdido entre martinis y canciones de Jacques Brel. La poética mínima de Yo siempre regreso... recuerda a las atmósferas desoladas de Marguerite Duras y a los enigmas de Robbe-Grillet. Su apuesta, sin embargo, va más allá. Se trata a fin de cuentas, tal y como el propio título indica, de una meditación sobre el punto 7 del Tractatus Logico-Philosophicus de Wittgenstein, aquel ultimo punto que marca la frontera entre la lógica y la mística: “De lo que no se puede hablar, hay que callar.” Y es que Agustín Fernández Mallo sabe muy bien que es tal vez sobre esta distinción entre lo decible y lo mostrable, entre el dato y la experiencia, que se abre la narrativa del porvenir: la novela del porvenir es tal vez aquella que sea capaz de atravesar el abismo irónico que separa a la información de la experiencia, al macrocosmos del microcosmos, a la ciencia de la poesía. Fernández Mallo se inserta así en una gran tradición de mediación vanguardista que trabaja lo que podríamos llamar la dialéctica mística. Se trata, como sugiere el narrador de siempre regreso..., de leer a Wittgenstein como si se leyese a San Juan de la Cruz. David Foster Wallace concluía uno de sus más brillantes ensayos esbozando, bajo la forma de un desafío, el proyecto de los novelistas del porvenir: desafiar la ironía derrotista con la invención de nuevas formas del humanismo. Yo siempre regreso a los pezones y al punto 7 del Tractatus es precisamente esto: una apuesta a un humanismo al que nada más se llega atravesando el camino minado de la ironía.
[reseña]
179 yo siempre regreso a los pezones y al punto 7 del Tractatus Carlos Fonseca Suárez
(artistas invitados JOSÉ LUIS CUEVAS. Nació en Ciudad de México en 1934. Es pintor, dibujante, escritor, grabador, escultor e ilustrador. Es uno de los artistas más significativos de la Generación de la Ruptura, la cual se caracterizó por su oposición al realismo social que dominaba el arte mexicano. Ha tenido múltiples exposiciones individuales en todo el mundo, y ha obtenido varios premios y galardones como el Primer Premio Internacional de Dibujo en la V Bienal de Sao Paulo, el Primer Premio Internacional de Grabado en la I Trienal de Nueva Delhi, el Premio Nacional de Ciencias y Artes de México y recibió la Orden de Caballero de las Artes y de las
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Letras de la República francesa. Las ilustraciones aquí publicadas hacen parte de su libro Cartas amorosas a Beatriz Carmen, las cuales fueron gentilmente cedidas por este consagrado artista.
MIKE MITCHELL. Fotógrafo nacido en Washington en 1945. Comenzó su carrera en revistas en Washington D.C. y eventualmente empezó a trabajar para publicaciones nacionales e internacionales. Su trabajo corporativo y de publicidad incluye reportes anuales, folletos y campañas para clientes de diversos sectores que van desde la tecnología de la información hasta la Iglesia Católica. En 1969 comenzó a hacer fotografía artística. Tuvo un exposición en la Corcoran Gallery of Art en 1977. El año pasado se hizo mundialmente famoso cuando su serie de 46 instantáneas del primer concierto de los Beatles en Estados Unidos (tomadas cuando tenía 18 años) se vendió por US$360.000 en la casa de subastas Christie´s. Hasta ahora se nos hace casi irreal tenerlas en nuestras páginas coroteras.
Dios les pague
Los editores de esta edición melómana, rítmica y bailable quieren agradecer a todas las personas que hicieron posible este corotero: el comité de lectores, José Luis Cuevas, la Editorial Anagrama en el hacer de Paula Canal, Antonio Ungar, Élmer Mendoza, Elisa Lerner, Hugo Mujica, Jorge Herralde, Margo Glantz, Diego Enrique Osorno, Carlos Fonseca Suárez, Luis García Montero, Evelio José Rosero, Celso José Garza, Myriam Moscona, Juan Casamayor y su Editorial Páginas de Espuma, Federico Vegas, Juan Carlos Ramírez-Pimienta, Darío Jaramillo Agudelo, Ernesto Pérez Zúñiga, Mike Mitchell, David Smith-Soto, Zita Arocha, Gerardo Villadelángel Viñas, Wendy Guerra, José Osvaldo Dalonso, Manuel Iris, Floriano Martins, Hernán Lara Zavala, Leopoldo Tablante, Jaime Almeida, Rodrigo Blanco Calderón, el pana Julio Briceño de Los Amigos Invisibles, Paul Harding, Adriana Rodríguez de Alfaguara, Javier Molea de McNally Jackson Books, Iván Niño, Héctor Torres, Yamandú Botella, Las chicas de Qué Leer, Casa Xavier Villaurrutia, Leila Guerriero, Nahum Montt, Diego Fonseca, Tato "Corototraficante" Vélez, Diego Burciaga, Luis Martínez, Kerry Doyle, Rodnei Casares de las librerías Alejandría, Aileen El-Kadi, David Roa de La Madriguera del Conejo, Damián Terrasa, Dirección de Publicaciones de la Universidad Autónoma de Nuevo León, Enrique Cortazar desde el Consulado de México en El Paso, Diego Bustos y a todas la personas que enviaron sus trabajos para ser publicados.
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C贸nsul General Jacob Prado C贸nsul Adscrito: Guillermo Ordorica
Agregado Cultural Enrique Cortazar