Revista Coroto 3

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(sumario Director Daniel Centeno Maldonado Subdirector Daniel Ríos Lopera Editores Diego J. Bustos Deaza/ Lourdes Cárdenas Diseño y concepto gráfico Miriam Luque Asesores editoriales José Garza/ Enrique Cortazar Asistente editorial Alejandra Silva Lomelí Beneficiaria del Programa de Becas para Estudios en el Extranjero, FONCACONACYT 2011

Consultor en poesía Agustín Abreu Cornelio Ilustrador S. Bimbo www.sbimbo.es Fotógrafas invitadas Eleonora Ghioldi / Raquel Sanz Colaboradora Daniela Camacho Comité de lectores Martín Letona, Marco Pena / David Lopera Osorio / Marcela Conambre / Ari Goldstein ISSN 2166-9368 501 E University Ave. El Paso, TX. 79902 USA

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Coroto es una revista literaria, asentada en El Paso, Texas, que tiene como finalidad promover las mejores firmas del panorama iberoamericano y las traducciones al castellano de autores de otras lenguas. Está hecha para los entusiastas de las letras en español dentro y fuera de los Estados Unidos. Es una publicación que aprovecha su carácter fronterizo como punto de partida de expansión literaria. Ninguno de los trabajos publicados podrán ser reproducidos total o parcialmente, ni registrados o transmitidos por un sistema de recuperación de información, ni en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia o cualquier otro, sin el previo permiso de su autor. Los temas, mensajes, ideas u otro que se expresen en los trabajos publicados constituyen los puntos de vista de sus autores. Coroto no se hace responsable por los mensajes vertidos, ni representan necesariamente las opiniones de la publicación. Coroto fue impresa gracias al apoyo de la Universidad Autónoma de Nuevo León. Para más detalles puede dirigirse a nuestra página web: www.revistacoroto.com o escribirnos a: redaccion@revistacoroto.com

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{editorial Alguien sostuvo que llegar al tercer número es uno de los retos más grandes para una revista como Coroto. Y no exageraba. Pero a pesar de todo el mar de leva, parece ser que la insensatez y la terquedad son los mejores carburantes de las empresas literarias. Después de todo: ¿Existe alguien más necio que un editor? El corte y costura de este número se vio truncado por la sorpresiva muerte de Carlos Fuentes. Por eso el especial concebido a última hora con el que abre este corotero. El autor mexicano fue de los primeros en apoyarnos sin reservas. Nos regaló un capítulo de su última novela aún inédita, Federico en su balcón, sin otra condición que su publicación en estas páginas. De allí que quisiéramos acompañarlo como se merece: con impresiones de Enrique Cortazar, Sergio Ramírez y el Pulitzer Paul Harding sobre su influencia, amistad y anécdotas de un nombre indispensable para entender la literatura latinoamericana de la segunda mitad del siglo XX. El resto de esta muestra corotera sigue siendo todo un lujo que, como siempre, nos cuesta creer que tengamos: Ernesto Cardenal, Lila Zemborain, Tomás González, Wilbert Torre, Gabi Martínez, Graciela Montaldo, Marco Antonio Campos y Leila Guerriero. Todos, hay que decirlo, bien custodiados por las ilustraciones del español S. Bimbo. Y para los que sean afectos de las páginas de un dossier, también hay firmas de peso para hablar de las raras querencias: Edmundo Paz Soldán, Luis Leante, José Díaz, Tim Keppel y Santiago Rocangliolo. Las fotografías no podían ser las de menos, cuando pertenecen a Raquel Sanz y Eleonora Ghioldi. Un tercer número y sus implicaciones. Si llegar a este punto era un reto, quizás lo era más hacerlo con semejantes firmas y tantos premios juntos. En definitiva: hemos matado nuestro primer tigre. Y ya no sentimos temor por los que vienen en camino.

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[contenido carlos fuentes in memoriam Novela Carlos Fuentes Federico en su balcón 8 Testimonio Enrique Cortazar Carlos Fuentes: anecdotario de una amistad en la frontera de cristal 13 Testimonio Sergio Ramírez palabras de un devoto 23 Testimonio Paul Harding Fuentes 25

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Poesía a puro verso Matías Ayala asunto de fechas Lila Zemborain poemas hí bri 2 Felipe Martínez Pinzón el palacio de justicia (1) Ernesto Cardenal reflexiones en el río Grijalva

30 31 112 114

Crónica la pura verdad Gabi Martínez sólo para gigantes Wilbert Torre la víctima número cero

34 126

corototeca ensayo Graciela Montaldo la culpa de escribir entrevista Adriana Romero Puche Leila Guerrero, mi método es la insistencia aforismo Marco Antonio Campos árboles

42 53 108

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DOSSIER raras querencias Cuento Luis Leante el pichabrava Edmundo Paz Soldán Billy Ruth Poesía José Díaz Cervera nocturno de la vía pública Cuento Santiago Roncagliolo sólo me dices que me quieres cuando estás borracho Tim Keppel pertenencias

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68 74 87 90 102

ficción el mentidero cuento Tomás González lluvia y azaleas

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reseñas Federico Pizano el oro y la oscuridad Illya Méndez K. lados b: narrativa de alto riesgo

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artistas invitados Dios les pague

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Árboles de CMYK 2 S. Bimbo

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Ă rboles de CMYK S. Bimbo

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carlos ]

[in memoriam 1928-2012

pĂĄgina 7 nĂşmero

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Federico en su balcón carlos fuentes*

8 in memoriam novela

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o conocí por casualidad. Era una noche más que caliente, pegajosa, enojosa, inquieta. Una de esas noches que no alivian el calor del día, sino que lo aumentan. Como si el día acumulase, horas tras hora, su propia temperatura sólo para soltarla, toda junta, al morir la tarde, entregársela, como una novia plomiza y mancillada, a la larga noche. Salí de mi cuarto sin ventilación, esperando que el balcón me acordase un mínimo de frescura. Nada. La noche externa era más oscura que la interna. A pesar de todo, me dije, estar al aire libre pasada la medianoche es, acaso psicológicamente, más amable

CARLOS FUENTES (1928-2012). Connotado intelectual y uno de los principales exponentes de la narrativa mexicana; su vasta obra incluye novela, cuento, teatro y ensayo. Le fueron concedidos numerosos premios y reconocimientos por universidades, instituciones culturales y gobiernos de distintos países; entre ellos destacan el Xavier Villaurrutia, el Rómulo Gallegos, el Nacional de Ciencias y Artes en Lingüística y Literatura, el Príncipe de Asturias, el Formentor y el Premio Cervantes. La tradición literaria latinoamericana se enriqueció con sus novelas Terra Nostra, La muerte de Artemio Cruz y La región más transparente, aunque la lista pudiera incluir una decena de títulos más. Federico en su balcón fue la última novela que tuvo tiempo de concluir, de la cual cedió un adelanto a Coroto con una confianza tan generosa como ciega. | número 3 [ficción]

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que encontrarse encerrado sobre una cama húmeda con el espectro de mi propio sudor, una almohada arrojada al piso, muebles de invierno, tapetes ralos, paredes cubiertas de un papel risible, pues mostraba escenas de Navidad y un Santaclós muerto de risa. No había baño. Una bacinica sonriente, un aguamanil con jarrón de agua –vacío–. Toallas viejas. Un jabón con grietas arrugado por los años. Y el balcón. Salí decidido a recibir un aire, si no fresco, al menos distinto del horno inmóvil de la recámara. Salí y me distraje. Y es que en el balcón de al lado, un hombre se apoyaba en el barandal y miraba intensamente a la gran avenida, despoblada a esta hora. Lo miré, con menos intensidad que su visión nocturna. No me devolvió la mirada. ¿Quién sabe? Unas espesas cejas caían sobres sus párpados. ¿Qué decía? Unos bigotes largos y tupidos ocultaban su boca. Sólo que entre ambos –cejas, bigote– aparecía una desnudez que al principio juzgué impúdica, como si el solo hecho de ser áreas limpias las hiciese tan desnudas como un par de nalgas al aire. Lo limpio de ese rostro cubierto de cejas y bigotes conducía a una idea perversa de lo lampiño como lo impuro, sólo por ser distinto de la norma, pues la abundancia de cejas y bigote parecían, en este hombre, ser la regla. Sólo que al verlo allí, en el balcón vecino, mirando a la noche con un vasto sentimiento de ausencia, sentí que mi primera impresión, como toda primera impresión, era falsa. Aún más: yo difamaba a este hombre; lo difamaba porque me atrevía a caracterizarlo sin conocerlo. Deducía de un par de signos externos lo que el hombre interno era. Mi vecino. ¿Cómo se llamaba? ¿Cuál era su ocupación? ¿Su estado civil? ¿Casado, soltero, viudo? ¿Tenía hijos? ¿Tenía amantes? ¿Qué lengua era la suya? ¿Qué había hecho para ser memorable? ¿O se resignaba, como la mayoría de todos, al olvido? ¿Se dejaba llevar por un cómodo anonimato de la cuna a la tum[ficción]

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ba, sin ninguna pretensión de durar o ser recordado? ¿O era este ser humano, mi vecino, portador de una vida secreta, valiosa por ser secreta, no manoseable por el mundo? ¿Una vida propia vestida de anonimato pero portadora, en su seno, de algo tan precioso, que mostrarlo lo disolvería?

Mis preguntas fueron sorprendidas por el amanecer. De la noche que evadí en mi recámara, salí a una aurora que duraba más en mi memoria que en mi imaginación.

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Pensaba en mi vecino. En realidad, pensaba en mí mismo. Si estas preguntas venían a mi ánimo, ¿se referían al pensativo y ausente vecino? ¿O eran las preguntas sobre mí mismo que me hacía a mí mismo? Y de ser así, ¿por qué ahora, sólo ahora, en la distante compañía del hombre próximo, me hacía preguntas sobre él que en verdad eran una manera de cuestionarme a mí mismo? Mis preguntas fueron sorprendidas por el amanecer. De la noche que evadí en mi recámara, salí a una aurora que duraba más en mi memoria que en mi imaginación. ¿Era más breve que mi recuerdo? ¿Era más duradera que mi imaginación? Hubiese querido comunicarle estas preguntas, que no tenían respuesta solitaria, a mi vecino. La luz se avecinaba. Precedía al día. No lo aseguraba. Tuve, por un instante, la sensación de vivir un amanecer interminable en el que ni la noche ni el día volvían a manifestarse. Sólo ocurría esta incierta hora, que yo sabía pasajera, convertida en eternidad. La jornada se avecinaba, renovada y ajena a nosotros. Vivos o muertos, estuviésemos o no aquí, despoblada la Tierra y suficiente a su retorno eterno. Nada en el mundo salvo el mundo mismo. Ignoro si la Tierra dejada a su propio circular pensaría en sí misma, sabría que era “Tierra”, entendería que era parte de un sistema planetario, y si el universo mismo dudaría entre ser infinito, idea inconcebible, sin principio ni fin. Otra realidad. La realidad. Que en este momento era yo con mi vecino el bigotón, mirando el amanecer.

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El eterno amanecer. La noción me llenó de pavor. Si el día no llegaba aunque la noche hubiese terminado, ¿en qué limbo de las horas quedaríamos suspensos para siempre? Quedaríamos. Mi vecino y yo. Quise adivinar su mirada, imprevisible debajo de las tupidas cejas. ¿Cerraba los ojos, dormitaba acaso, ajeno a mi presencia aguda aunque inquisitiva? O miraba, como yo, esta aurora lenta y despiadada. Sin piedad: ajena a nuestras vidas. Desinteresada en nuestra necesidad de contar con noche y día a fin de arreglar… ¿Qué cosa? ¿Necesitamos de verdad día y noche para despertar o asearnos, desayunar, salir al trabajo, frecuentar colegas y amigos, almorzar por segunda vez, leer, mirar al mundo, tener amores físicos, cenar, dormir? La vuelta impenitente –imperturbable– de nuestras vidas, dictada por un ciclo en todo ajeno a nuestros propósitos, en todo indiferentes a nuestras actividades (o falta de ellas). ¿Tendría, yo, el valor de despojarme de horarios, funciones, deseos y someterme a un amanecer sin fin que me liberase de cualquier ocupación? Quizás así sería el paraíso: una aurora interminable que nos eximiese de toda obligación. Aunque, mirando al hombre silencioso en el balcón de al lado, imaginé que así, también sería el infierno: un amanecer jamás concluido. Liberación. O esclavitud. Vivir para siempre en el amanecer del mundo. Cautiverio. O liberación. Ser un ave que sólo vive un día. O un

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¿Necesitamos de verdad día y noche para despertar o asearnos, desayunar, salir al trabajo, frecuentar colegas y amigos, almorzar por segunda vez, leer, mirar al mundo, tener amores físicos, cenar, dormir? águila eterna que vuela sin destino buscando lo que ya no existe: el día para volar, la noche para desaparecer. Ni siquiera un meteoro, a esta hora temprana, para hacernos creer que todo, muy pronto, se moverá… Él me miró desde su balcón. Medio metro entre el suyo y el mío. [ficción]

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Me miró como se puede mirar a un extraño. Descubriendo, de súbito, a un reconocido. Quiero decir que el hombre, mi vecino me miró primero como a un desconocido. Enseguida, descubrió una semejanza. Sus ojos me dijeron que si no me conocía, reconocía en mí una identidad olvidada. Yo hice un esfuerzo, no demasiado penoso.

Me miró como se puede mirar a un extraño. Descubriendo, de súbito, a un reconocido.

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¿Dónde había visto antes a este hombre? ¿Por qué me parecía tan familiar este desconocido? ¿Tan reconocible, por lo visto, como yo a él? ¿Ya leíste la prensa? –Me preguntó de repente–. No –le contesté, un poco sorprendido por el tuteo más que por la pregunta misma–. Aarón Azar –dijo entonces, como si recordase lo previsible–. ¿Qué…? –exclamé o pregunté, no sé…–. ¿Lo mataron? ¿Logró huir? ¿Está escondido? ¿Lo escondieron? –Las preguntas de mi vecino se disparaban como balas–. No sé… –Fue mi débil excusa–. Por lo menos, ¿sabes si Dios ha muerto? –Concluyó antes de retirarse del balcón–. ¿Qué sabes? Nada ¿Cómo te llamas? Federico. Federico Nietzsche.

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Carlos Fuentes: Anecdotario de una amistad en la frontera de cristal

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Enrique Cortazar *

Abiertas las puertas de la casa, descubrimos formas del amor que hermanan al hogar y al mundo. Estas formas se llaman amistad. Carlos Fuentes

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ue a través de un flamante teléfono de disco la primera vez que hice contacto con Carlos Fuentes, a finales de 1979. Debe haber sido al final del otoño, época en la que Fuentes regresaba a México después de impartir algún curso en la Escuela de Gobierno John F. Kennedy en Harvard, o en alguna otra prestigiosa universidad del Este norteamericano. Todo sucedió por una llamada telefónica que me atreví a hacer, y en la que tuve la audacia de invitarlo a que nos visitara en Ciudad Juárez. El primer gesto de su sencillez y generosidad fue haber contestado sin reservas, gesto que se confirmó al aceptar venir a esta ciudad fronteriza para dar una conferencia en el Aula Magna de la Universidad Autónoma de Chihuahua.

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ENRIQUE CORTAZAR estudió Leyes en su natal Chihuahua. Realizó la Maestría en Educación y Literatura en Harvard, y el Doctorado en Letras Hispanoamericanas y Españolas en Albuquerque. En 1998 recibió la distinción para creadores David Alfaro Siqueiros, y en 2008 fue nombrado creador emérito por el Instituto Chihuahuense de la Cultura. Ha publicado varios poemarios, algunos en ediciones bilingües, como Crepúsculo en las calles, Otras cosas y el otoño o Variaciones sobre una nostalgia. [no-ficción]

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Al arribar al hotel Conservo fotografías de aquella Palacio del Sol, en ocasión, cuando Fuentes –con su imsaco beige y camisa azul– reaChihuahua, hubo pecable lizó una lectura con un inigualable una ligera confusión: sentido vivo de la expresión oral, y suel recepcionista brayando, con precisos ademanes, painvirtió los cuartos sajes de La muerte de Artemio Cruz o previamente de La región más transparente. Pensáque aquel evento, dentro de un reservados. Yo ocupé bamos auditorio ocupado mucho más allá de el de Carlos Fuentes, y su capacidad, era como una fantasía él entró al mío. traída a la realidad. 14 in memoriam testimonio

A partir de ese primer encuentro se dio lo que sólo el milagro de la amistad puede lograr: su disposición permanente para acudir a las múltiples invitaciones que desde entonces le formulé, y a las cuales respondió con gran generosidad. Me propongo realizar, con el riesgo de las vivencias dispersas entre los años y con el doble riesgo que significa el uso de la primera persona que nos involucra y compromete, la descripción de algunos de los momentos más significativos de mi relación amistosa con Carlos Fuentes, que se tradujo en importantes eventos culturales. Viene a mi mente esa serie de experiencias, anécdotas, momentos todos en los que fue posible ir descubriendo al ser humano que vivía dentro de ese escritor de fama universal, cuya sola presencia concitaba admiración y reconocimiento. Presidentes, primeros ministros, altos dignatarios e intelectuales de todo el mundo lo recibían con beneplácito: Michelle Bachelet, Bill Clinton, Felipe González, el Rey Juan Carlos, Daniel Ortega, François Mitterrand o Cristina Fernández de Kirchner abrían sus puertas al hombre sabio, comprometido con las mejores causas, al consejero, al embajador sin nombramiento oficial, al amigo. En diciembre de 1987, mes en que cayó una nevada mucho más nutrida de lo usual en la frontera de Ciudad Juárez-El Paso, el

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compromiso era presentar una conferencia en dos partes, titulada Alfa y Omega de la Literatura Mexicana. La primera mitad iba a ser en Ciudad Juárez, dentro de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Autónoma de Chihuahua, y cubriría el tema de Bernal Díaz del Castillo. La segunda parte sería en la ciudad de Chihuahua, en el Paraninfo de la misma universidad, con el omega de nuestra literatura: Juan Rulfo. Al arribar al hotel Palacio del Sol, en Chihuahua, hubo una ligera confusión: el recepcionista invirtió los cuartos previamente reservados. Yo ocupé el de Carlos Fuentes, y él entró al mío. En la mañana, temprano, timbró el teléfono de mi habitación. Era Silvia Lemus, su esposa, con quien yo sólo había hablado una vez tiempo atrás. No entendió por qué contestaba en el cuarto designado a Fuentes, y sorprendida me pidió lo pusiera al teléfono. Le rogué esperara un par de minutos, mientras le avisaba a Carlos. Su respuesta fue: “No entiendo, pero está bien. Aquí espero”. Recuerdo haber corrido por el pasillo del hotel envuelto en una toalla. Toqué la puerta del cuarto de Fuentes, recibiendo por contestación un grito apenas audible desde el fondo de una regadera que creo decía, y que finalmente deduje, que él le devolvería la llamada un poco más tarde. Ella aceptó la respuesta con un tono dulce, pero algo molesto por la forma súbita con que me colgó. Más tarde, camino al elevador, Fuentes –asumiendo su personalidad de hombre común y corriente– me dijo con algo parecido a la resignación: “Enrique, finalmente todas las mujeres son iguales cuando las invaden las dudas”. No volvimos a tocar el tema. Desayunamos e iniciamos una intensa jornada de entrevistas, encuentros con autoridades de la universidad y del gobierno estatal. También tuvimos una comida en su honor, hasta que llegó la hora de la conferencia anunciada aquella noche fría de diciembre, en el Paraninfo de la universidad. Al finalizar el encuentro, que concluyó con una intensa serie de preguntas y comentarios formulados por la nutrida audiencia, [no-ficción]

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salimos a la noche, aún más fría, y para despistar a la avalancha de seguidores les dije que Fuentes sólo deseaba comer algún bocadillo ligero e irse al hotel. Para trasladarnos al sitio utilicé como recurso oportuno el ofrecimiento de mi hermana adoptiva, Petty Guerrero, amiga desde antes del pecado original y con quien cualquier tipo de complicidad era posible: “Quique, yo les doy aventón en mi carro al hotel”, dijo. El Volkswagen de Petty, estacionado a dos cuadras del paraninfo sobre la calle Aldama, tenía un pequeño defecto: la marcha no funcionaba. Así que nos pidió que le diéramos un “empujoncito”, y el flamante escarabajo “arrancaría de inmediato”. Empujamos Fuentes y yo a lo largo de una cuadra con toda nuestra juventud acumulada, y aquel vehículo tosía y tosía y no arrancaba; otra cuadra y lo mismo; y otra más y nada. Ya en la cuarta cuadra entramos a un territorio habitado por una pléyade de trabajadores del placer y el pecado, un enjambre de mariposas ataviadas con el ingenio de la transformación y el misterio: la zona travesti de Chihuahua, que a esas horas se poblaba con el colorido de mariposas monarca arribando a su santuario. Fue toda una experiencia empujar el Volkswagen de Petty ayudados por dos fortachones travestis entre chiflidos y aplausos. He de señalar que cada visita de Fuentes a esta región fronteriza causaba todo tipo de entusiasmos. Los espacios donde se presentaba fueron cada vez más grandes, y no obstante, insuficientes. En 1992, por ejemplo, el sitio elegido fue el tercer piso de la Presidencia Municipal, hasta donde llegaron más de 500 personas; en 1994 fue el Centro de Convenciones Cibeles, en donde reunió a más de 1000 personas durante la presentación de su novela El Naranjo, o los círculos del tiempo. Un año después, en el Centro Cultural Universitario expuso, ante más de 600 personas, una lectura adelantada de la Frontera de cristal, obra que se publicaría a finales del mismo año, y en la que estuvo muy relacionado con nuestra zona fronteriza.

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Fue toda una experiencia empujar el Volkswagen de Petty ayudados por dos fortachones travestis entre chiflidos y aplausos.

Con motivo del proceso de elaboración de La frontera de cristal, me llamó un par de veces para que le organizara diversas actividades y encuentros, cuyo objetivo era documentar su novela integrada por nueve cuentos, que hacen un todo en cuanto a su análisis del fenómeno fronterizo. Me tocaba reunirle grupos de líderes en diversos ámbitos de nuestro entorno, grupos que eran citados en la oficina de Carlos Salas Porras, un dinámico y atípico empresario con un inusual interés y pasión por la cultura. Asimismo me pidió visitar las entrañas de la maquila, y recuerdo su sorpresa por las condiciones de claridad, limpieza, seguridad y buen clima artificial, así como de los excelentes servicios de cafetería y transporte para los empleados. La situación, me comentó al salir de la planta, contradecía lo que él pensaba de este tipo de industrias. Esta visita lo llevó a modificar el cuento titulado Malitzin de las maquilas, que nos dedicó a Salas Porras, a Pedro Garay y a mí. También me tocó organizar el capítulo más placentero para nutrir parte de su Frontera de cristal: incursionar con libreta y lápiz por la vida nocturna de Ciudad Juárez. Visitamos alrededor de diez emblemáticos centros nocturnos en un par de días; desde el Excalibur por la curva de San Lorenzo, hasta el Malibú en el mismo sector, concluyendo con el Faustos, el Hawaian, el Curlies, el Day and Night, el Quijote, el Virginia’s, el Bajarí y el Kentucky Bar, todo un muestreo de lo más representativo de la magia nocturna de aquel entonces en Ciudad Juárez. Conservo, además del gratísimo recuerdo de esta jornada, un texto que Fuentes escribió, como una más de sus generosidades, con motivo de un festejo de “mis primeros 50 años”. Ese texto fue publicado por mi entrañable amigo y gran poeta Marco Antonio Campos, en el Cuaderno de Poesía de la UNAM, y del cual cito un fragmento: “Con él (Enrique) entro en

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una noche de parrandas, comunicación erótica, gordas de Botero. Con él regreso a una madrugada de barrios desolados, maquilas, amaneceres distintos...”. En esta ocasión, ya inmersos en las entretelas de nuestra cultura popular urbana y muy fronteriza, toqué en la casetera de mi Volkswagen una cinta de los Huracanes del Norte, quienes habían colocado en los primeros lugares del gusto fronterizo una ingeniosa pieza musical titulada El ranchero chido. Ésta, y otra del grupo Tierra Texana, titulada Las hijas de Don Simón, fueron adquiridas por Fuentes en el Mercado Juárez, hasta donde me pidió lo llevara con tal fin. Del mismo escrito de Fuentes sobre mis 50 años transcribo otro fragmento relacionado con lo anterior: “Con él (Enrique), llego a mediodías de mercados multitudinarios, voces inesperadas, lenguajes posibles, fronterizos, bordados de border, hermanados de brother. Con él, llego a las tardes de la literatura”. Días después de aquellas placenteras jornadas por Ciudad Juárez, Fuentes me llamó por teléfono. “Enrique –me dijo– te llamé para causarte envidia, pues estoy en un crucero en el Caribe, disfrutando de una vista y un clima maravillosos y con una bebida en la mano…” A lo que le respondí, que sí, que efectivamente me provocaba una efervescente envidia, al tiempo que él me decía que me llamaba para ver si podía ir yo a la Ciudad de México a finales del mes de enero, pues él y Silvia me ofrecían una cena en su casa “para agradecerme todo lo que yo había hecho por él en Ciudad Juárez”. Entre los invitados a esa cena figuraban amigos mutuos como Carlos Montemayor, José Luis y Bertha Cuevas, David Huerta, Carlos Monsiváis, Sealtiel Alatriste y José María Pérez Gay. Fuentes me pidió que me llevara a la “pandilla” de Juárez, así que nos

“Enrique –me dijo– te llamé para causarte envidia, pues estoy en un crucero en el Caribe, disfrutando de una vista y un clima maravillosos y con una bebida en la mano…” | número 3 [no-ficción]


presentamos en Apóstol Santiago N° 15, en San Jerónimo, casa de Carlos y Silvia. Como siempre, la caballerosidad de Fuentes aderezada con una elegancia discreta, y la anfitrionía de Silvia, plena de detalles y buen sabor, se confirmó justo al entrar al jardín a través de la rústica, pero muy bien pulida puerta de madera, donde nos recibieron nuestros dos anfitriones. El jardín luminoso, con mesas y sillas vestidas de blanco, candeleros plateados y dos meseros perfectamente ataviados, eran el marco preparado para aquella cena que guardo en lo profundo de mis recuerdos más gratos. Lamento no haber llevado una grabadora (aunque sí guardo fotografías de ese momento) para haber grabado lo que Fuentes expresó frente aquel grupo de amigos, exaltando los valores de sinceridad, bonhomía y transparencia de sus amigos norteños. En mayo de 2001, durante mi inicio como director del Instituto de México en San Antonio, Texas, le llamé a su casa en Londres para expresarle que quería marcar “línea y nivel” presentándolo como primera actividad de mi debut al frente de la prestigiosa institución, la cual había nacido como idea original de Jorge Castañeda, con influencia del propio Fuentes. Recuerdo que, abusando de su disponibilidad y de nuestra amistad, le consulté que si podría ir a San Antonio en las mismas condiciones de siempre: cuando había recursos le pagábamos, cuando no había, él de todas formas venía a nuestra frontera. Recuerdo que con un poco de risa me dijo: “Enrique, en Estados Unidos tengo un agente en Nueva York que es muy duro con los dineros, y no me lo puedo saltar, pero prometo que le voy a regatear, y te pido que tú hagas lo mismo”, proporcionándome, con tal fin, el nombre y las coordenadas de aquel temible intermediario. Después de un par de llamadas y la espera de algunos días, el acuerdo fue que de los treinta mil dólares que Fuentes cobraba en Estados Unidos, quedarían sus honorarios en quince mil dólares. Yo todavía pensé que sería una misión imposible conseguir aque[no-ficción]

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lla cantidad, situación que fue resuelta mágicamente cuando pronuncié su nombre ante el Rector de la Universidad de Texas en San Antonio, Dr. Ricardo Romo, quien con gran entusiasmo apoyó la consecución de los honorarios, pues resultó ser un ferviente admirador de la obra del escritor. La primera de tres presentaciones de Carlos en San Antonio, entre 2001 y 2006, rebasó de manera impresionante la expectativa en cuanto al público que esperábamos: más de dos mil personas ocuparon la gradería del Convention Center de la universidad. El tema: México y Estados Unidos compartiendo una frontera. Antes de esta primera presentación, el director del principal diario de San Antonio (San Antonio Express News), Bob Rivard, me pidió que le consiguiera una entrevista telefónica con Fuentes, la que Carlos aceptó sin titubeos. Este hecho crucial significó, como agradecimiento de Rivard, la difusión gratuita en el periódico de todas las actividades del Instituto durante los cinco años que estuve al frente de él. A principios del 2005, el presidente del Consejo de la Biblioteca Pública de San Antonio, Denise Martínez, me pidió que le consiguiera a Fuentes para hacerle un reconocimiento en una “cena gala”, cuya finalidad era recaudar fondos para iniciar un proyecto consistente en una área de literatura latinoamericana en la citada biblioteca. Le llamé a Carlos con esta misión, a lo que sin titubeos aceptó, más tratándose de un objetivo tan importante. La gala en honor de Fuentes se realizó el 21 de octubre del 2005 en el Centro de Convenciones Henry B. González, hasta donde llegamos en lancha, pues la puerta de acceso estaba cercana al río San Antonio. En el trayecto bebimos champaña y convivimos en una embarcación para 50 personas. Ya en la ceremonia, me tocó ofrecer el brindis en honor de nuestro homenajeado. La escritora Sandra Cisneros le entregó una placa, Vicky Carr leyó trozos de La región más transparente, Charles Kilpatrick –líder natural de San Antonio– hizo lo mismo con Gringo viejo, y Fuentes dio una charla espontánea durante una hora.

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Llamé, hablé con Carlos, le dije el nombre de la revista – Coroto–, y le expresé lo definitivo de su apoyo, basado en la importancia del esfuerzo de este proyecto joven e independiente.

La última vez que nos vimos fue en octubre de 2009: lo invité desde mi actual trinchera de promoción cultural en el Consulado General de México en El Paso, Texas. El encuentro inicialmente fue en Albuquerque, Nuevo México, donde, ante un auditorio repleto, organizamos la primera de dos conferencias. La segunda fue al día siguiente, después de trasladarnos por tierra de Albuquerque a El Paso. Se hizo en el Teatro Plaza, a donde asistieron más de 1000 personas. En los meses recientes hablé por teléfono con él en varias ocasiones. Las conversaciones eran breves y siempre con comentarios precisos y de gran lucidez sobre temas de actualidad. Paty Soria, su asistente de muchos años, me proporcionó el teléfono del hotel Vesubio, en el que Carlos se encontraba hospedado en alguna parte de Italia a finales del verano pasado, presentando su libro sobre escritores latinoamericanos. Contestó Silvia, y recuerdo que me dijo que Fuentes, como ella lo llamaba, ya estaba dormido, haciéndome consciente que había equivocado la diferencia de horario entre Italia y México, esto debido al entusiasmo y urgencia de hablar con él. Silvia me dijo que ella le diría algún mensaje. Yo le expliqué que estaba colaborando en un proyecto reciente con un grupo de jóvenes y talentosos estudiantes de letras aquí en la frontera, y que le pedía nos apoyara con alguna colaboración. Ella prometió que tendríamos unas páginas de Fuentes, y que le llamara al día siguiente. Llamé, hablé con Carlos, le dije el nombre de la revista –Coroto–, y le expresé lo definitivo de su apoyo, basado en la importancia del esfuerzo de este proyecto joven e independiente. A su regreso a México, y gracias a los oficios de logística voluntaria y generosa de Silvia, nos llegó el primer capítulo de su próxima

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21 Carlos Fuentes: anecdotario de una amistad en la frontera de cristal Enrique Cortazar

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novela, aún no publicada, titulada Federico en su balcón, capítulo que ahora reproducimos en este número de Coroto, con gran entusiasmo, beneplácito y tristeza por la circunstancia en que se da. La amistad con Fuentes, como toda verdadera amistad, confirmó los valores fundamentales de amor solidario que se originan en el seno familiar, como lo concibiera él mismo, y que al salir más allá de la casa y del barrio de infancia va tejiendo admiraciones, reuniendo nuevos afectos, dando por resultado esos parientes por elección que finalmente son los amigos, los verdaderos amigos, entre los que Carlos ocupa un lugar especial.

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palabras de un devoto Sergio Ramírez *

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arlos Fuentes deja con su muerte un vacío en mi vida, devoto suyo como fui desde mi lectura de Aura y el Cantar de ciegos, dos libros que abrieron en mí la perspectiva del escritor que yo quería llegar a ser en tiempos de adolescencia. Pero me conquistó también su visión ecuménica de la literatura, como un reflejo revuelto de la historia total de nuestra América, de la que, haciendo uso de la imaginación, el escritor no debía ser sino un cronista osado y aventurado, obligado a verlo todo y contarlo todo, desenterrándolo todo. La lección perpetua del pasado para aprender a mirar el futuro, sin dejarse desalentar por las constantes de-

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SERGIO RAMÍREZ (Masatepe, Nicaragua, 1942) Es parte de la generación de escritores latinoamericanos que surgió después del boom, y tras un largo exilio voluntario en Costa Rica y Alemania abandonó por un tiempo su carrera literaria para incorporarse a la Revolución Sandinista que derrocó a la dictadura del último Somoza. Reemprendió la escritura con la novela Castigo divino, que obtuvo el Premio Dashiell Hammet en España, y la siguiente, Un baile de máscaras, ganó el Premio Laure Bataillon a la mejor novela extranjera aparecida en Francia en 1998. Alfaguara ha publicado también sus Cuentos completos. Fue ganador del Premio Alfaguara de Novela con Margarita, está linda la mar. Su última novela se llama La fugitiva. [no-ficción]

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cepciones de los ideales rotos y de los sueños pervertidos. Su obra es una galería de espejos para mirar la historia y mirarse en la historia, desde La muerte de Artemio Cruz a Adán en Edén, la tragedia de nuestra América que siempre ha navegado en las aguas oscuras de la traición y el crimen. En este sentido, Fuentes enseñó siempre a lo largo de su vida de escritor una incontestable calidad ética teñida de rebeldía juvenil, nunca dispuesto a callarse. Su palabra como un ejercicio constante de la libertad. Siempre persiguiendo la excelencia de la escritura, su novedad, libro tras otro, hasta el mismo final.

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Fuentes Paul Harding *

Traducción: Sylvia Aguilar Zéleny**

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uedo rastrear el linaje completo de todas las lecturas que he hecho como adulto hasta Terra Nostra, la obra maestra de Carlos Fuentes. Y puedo recordar claramente el momento en que, a mitad del libro, lo puse sobre mi regazo, saqué uno de los cuarenta o cincuenta cigarrillos que acostumbraba fumar cada día, y dije en voz alta: ¡Quiero hacer ESTO con mi vida! Encontré el libro por accidente un día en una librería en Northampton, Massachussestts, en el verano de 1990. Mis lecturas de ficción no habían alcanzado el impulso que deseaba para

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PAUL HARDING (Massachusetts, EUA, 1967) Fue baterista del grupo Cold Water Flat. Estudió un MFA en Creación Literaria en la Universidad de Iowa y actualmente es profesor de la Universidad de Harvard. Hizo su debut en el panorama literario con la novela Tinkers (Vidas de hojalata) por la que le fue concedido el Premio Pulitzer de Ficción en 2010. Sylvia Aguilar Zéleny. (Sonora, México, 1973) Narradora y traductora. Autora de los libros de cuento Gente menuda y No son gente como uno, y de la novela Una no habla de esto. Actualmente realiza una maestría en Escritura Creativa en la Universidad de Texas en El Paso. [no-ficción]

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Tomé Terra Nostra del ellas. Deseaba apasionadamente que estante por la simple alcanzaran una masa crítica, que alel punto en que pudiera ver razón de que estaba canzaran un bosquejo, al menos, de lo que me buscando el libro más gustaría leer y releer el resto de mi grande que pudiera vida, iluminado enfrente de mí como encontrar. un sistema planetario. Había leído

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y atesorado muchos grandes libros como estudiante universitario, pero deseaba formar mi programa propio, autónomo, uno que se desenvolviera y proliferara a partir de libros descubiertos por mí mismo. Tomé Terra Nostra del estante por la simple razón de que estaba buscando el libro más grande que pudiera encontrar. Recuerdo haber pensado: “Quiero el mundo entero en una novela”. El libro era gigantesco. La edición decía en su contraportada que la historia se relacionaba nada menos que con la historia de España y Sudamérica, con los dioses indios y con la cristiandad, con el nacimiento, con la pasión y la muerte de las civilizaciones. Abrí la portada y vi la dramatis personae del principio. “Los Señores y La Corte y los Bastardos y Los Parisinos y Los Soñadores”, lo que parecía justo como el mundo entero. Empecé a leer el libro de pie en la librería y me sumergí en la tragedia épica, apocalíptica y cómica de Fuentes, en su inimaginable gran cosmología, con personajes corriendo a través del tiempo a medida que la Historia giraba en sus vastas elipses circulares, algunas veces casi chocando entre sí mismos en sus propias órbitas, a menudo encontrándose con personajes de otros libros (El Quijote de Cervantes, el Oliveira de Cortázar), tratando de cambiar la opinión que Felipe II tenía sobre el Nuevo Mundo, a medida que meditaba acerca de la construcción de su necrópolis, El Escorial. Estudié el libro como la Sagrada Escritura. Pegué un árbol genealógico de los Habsburgos españoles en la portada. Mantenía listas de vocabulario en los márgenes y en las páginas de los títulos

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(“ustorious”, “triclinium”). Leí y releí el epílogo de Milan Kundera, que comparaba el trabajo de Fuentes con el del novelista Alemán Hermann Broch. Leí a Kundera. Leí a Broch. Leí los otros libros de Fuentes, como La muerte de Artemio Cruz y Agua quemada. Leí su colección de ensayos, Myself with others, y a partir de ese libro leí a Márquez y Thomas Mann, y Gogol y la traducción de Tobias Smollet del Quijote y de Borges. Descubrí que no solamente Fuentes sino que también Márquez había usado el Oliveira de Cortázar, el argentino exiliado viviendo en París de Rayuela, para uno de sus libros. “Estas personas están todas trabajando en capítulos de la novela”, recuerdo haber pensado, “en la Gran Novela en la que todos los escritores, en todos lados, por siempre han estado trabajando, algunas veces en desacuerdo, pero siempre juntos”. Fue una revelación descubrir cuánto todos estos escritores del sur lejano admiraban –y en varios aspectos emulaban– a William Faulkner y a Virginia Wolf. Decidí ser parte de esa sociedad, esa orden de artistas trabajando juntos en esa inmensa, en esa historia humana, a través de todas las épocas y culturas. Me tomó varios años más intentar escribir historias, pero cuando lo hice, traté de emular a Fuentes. Mi prosa en inglés sonaba como si hubiera sido execrablemente traducida del español. La primera novela que intenté (y fallé) escribir era acerca de una niña de doce años que se disfraza de niño para poder trabajar en una mina de plata en el siglo xvi, en la Zacatecas colonial, en México. Iba a ser mi homenaje a Terra Nostra y a mi otra novela favorita: la que Fuentes me había presentado, La montaña mágica, de Thomas Mann. Ese proyecto colapsó sucintamente y por completo, pero la novela que sí logré publicar más de una década después, Vidas de hojalata, le debe tanto a La muerte de

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Me tomó varios años más intentar escribir historias, pero cuando lo hice, traté de emular a Fuentes.

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Artemio Cruz como a (más obviamente) Ralph Waldo Emerson y Herman Melville. De una u otra manera, puedo rastrear cada libro que he leído y cada oración que he tratado de escribir desde entonces hasta aquella asombrosa primera frase de Terra Nostra: “Increíble, el primer animal que soñó con otro animal”. Fuentes se erige en el centro de la gran explosión de la literatura en mi vida. Espero que su maravilloso modelo del tiempo, con sus periodos de órbita y retorno, pruebe ser cierto, y que tenga aún algún día la oportunidad de agradecerle personalmente por todo su magnífico arte.

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oesía [a puro verso]

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asunto de fechas Matías Ayala*

Para mí, el año ‘73 se encuentra escindido entre la historia y mi cédula de identidad, entre un martes once de septiembre y el diez de octubre, fecha de mi nacimiento. La llegada de la primavera nos separa. Imagino, a veces, árboles con hojas nuevas y flores en una ciudad detenida; veo camiones abriendo aún más los hoyos del cemento y ondas radiales con bandos y discursos últimos. Mi madre dice que pataleaba en su vientre con los balazos de los cowboys en el cine. Y así de ridícula fue mi aparición:

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dos kilos novecientos de color violeta (“inmadurez pulmonar” dijo el doctor) arrugado como un viejo/enano, sobreviviendo en la incubadora. Expuesto en una vitrina, a media luz, como un vestigio de la vanguardia, o esas [momias, que en el museo precolombino, con interés advierten los turistas.

MATÍAS AYALA (Santiago de Chile, 1973) Es doctor por la Universidad de Cornell y profesor e investigador en el Instituto de Estudios Humanísticos de la Universidad de Talca (Chile). Editó Una nota estridente (2005), de Enrique Lihn, y es autor del libro de ensayos Lugar incómodo. Poesía y sociedad en Parra, Lihn y Martínez (2010). Ha publicado los libros de poesía Escafandra (1998) y Año dos mil (2006). | número 3 [poesía]


poemas hí bri 2

Lila Zemborain*

American Hybrid 2 But we didn’t have to reinvent this either John Ashbery

Muérete ya dice la escultura Ábrete / Ciérrate Que los ojos sean sencillos Que la excusa no sea lo elocuente Que nada se entretenga en lo banal Lo imperioso es la abstracción precisa Adelantarse a los puntos y a los números Que lo biográfico se anule Que la expresión sintética de un orden estabilice el estertor Afuera nada más allá la noche El impulso a lo prohibido en la expansión de lo lineal

31 poemas hí bri 2 Lila Zemborain

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Lila Zemborain (Buenos Aires) Es Directora de la Maestría de Escritura Creativa en Español de New York University y de la serie de poesía KJCC (King Juan Carlos I Center). Ha publicado varios poemarios, de los cuales Malvas orquídeas del mar y Guardianes del secreto fueron traducidos al inglés; El rumor de los bordes se publicó en Sevilla en 2011. También ha colaborado con artistas como Marín Reyna, Heidi McFall y Alessandro Twombly. Recibió la beca John Simon Guggenhein (2007) y la beca de residencia en la Millay Colony (2010). [poesía]

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american hybrid 4 You can think of her form by thinking about water Mei-Mei Bersenbrugge

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Genotipo es la marca que alumbra tu debido cuerpo tu nota científica tu insensato saber que nada sirve que todo es de agua o water y fuentes elevado el tren del pensamiento que avanza y rima y se escapa y habla de lo neutro oscuro de lo blando duro de lo que se mide en rosa de lo que es tu boca.


rónica

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sólo para Gabi Martínez*

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Dicen que en la cordillera del Hindu Kush hay más de cuarenta picos por encima de los 6000 metros. Dicen que albergan lagos edénicos, glaciares, tesoros indescriptibles... pero que el mundo sólo recuerda al más alto, al campeón, el que mejor supera los 7000. El Tirich Mir. La altura le hizo merecedor de un nombre y, de esa forma, de un lugar en la memoria. Con las personas ocurre lo mismo. Hay gente formidable de la que por centímetros, por detalles, poco o nada sabremos. ¿Cómo se llama la gente de Pakistán? ¿Cómo los muertos? ¿Cómo los miembros de las ong’s que allí trabajan? ¿Sabe alguien quiénes son los kalash? Sin embargo, hoy los valles de Chitral guardan el

Gabi Martínez (Barcelona, 1971) Ha publicado las novelas Sudd y Ático, que fue seleccionada por Palgrave/Mc-Millan entre las cinco novelas más representativas de la vanguardia española de los últimos veinte años. También destacan sus libros de no-ficción Los mares de Wang, un viaje por la costa China, Diablo de Timanfaya y Una España inesperada, libro que le convirtió en referente del nuevo periodismo literario en español. Es co-guionista de Ordinary boys, docuficción sobre el barrio de Tetuán, del que salieron cinco terroristas del 11-M. | número 3 [crónica]


igantes eco de un nombre: Jordi Magraner. Su historia se ha alzado por encima de otras muchas también extraordinarias. Porque Jordi es el 7000. Poseedor de una aventura tan distinta y asombrosa que me impulsó a arriesgar la vida. Hasta escuchar la historia de el-hombre-que-fue-a-buscar-alyeti nunca había entendido qué arrastra a esa gente que dedica años a investigar las vidas de otros. Pero cuando me plantearon seguir la pista de Jordi y comencé a descubrir el mundo a su alrededor, me supe absorbido por la historia, de algún modo parte de ella. No tardé en instalarme una temporada en la banlieu donde el zoólogo pasó su infancia y juventud, y comprendí que, si nada lo impedía, iba a seguir su rastro hasta Pakistán. Jordi Magraner, de padres españoles, nació en Marruecos y creció en Fontbarlettes, un barrio marginal de la francesa Valence. Allí me recibieron su madre, Dolores, y su hermana, Esperanza, dispuestas a abrir las dos maletas de hierro donde guardaban documentos que resumían los quince años pasados por Jordi en las montañas. El salón lo presidía un discreto altar con una foto en-

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Hasta escuchar la marcada donde Jordi, tocado con un historia de el-hombre- pakhol, montaba un caballo blanco. eternidad te acoge y te guarda en que-fue-a-buscar “La su universo de PAZ”, rezaba un carteal-yeti nunca había lito adherido al marco, en recuerdo del entendido qué Magraner que fue asesinado en agosto arrastra a esa gente de 2002 en circunstancias aún no reque dedica años a sueltas. era –es– un barrio investigar las vidas de conFontbarlettes una numerosísima inmigración otros. musulmana. En las calles podían verse

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coches incendiados durante las revueltas callejeras contra el gobierno. Cuando un balón golpeó el ventanal del salón de los Magraner, Esperanza exclamó: –¡Morangos! –No –dijo su madre–. Estos vecinos son buena gente. Me saludan muy amables y me tratan muy bien. Una cosa es una cosa, y otra es otra. Entonces, las mujeres comenzaron a desgranar la vida del hombre que, como ellas mismas asumieron, trajo a la casa la idea de que otra vida era posible. El joven que demostró que siguiendo un ideal podías alcanzar las metas más impensadas. Que señaló la importancia de una fe, la que fuera, pero una fe. Jordi fue un hombre que creyó, y a pesar de que a partir de cierto instante su entorno se convirtió en infierno, nadie le arrebatará ya los años de inmensa libertad y sueños cumplidos que vivió en el Hindu Kush. Desde niño, se adentraba en la vecina cordillera del Vercors guiado por el instinto y la luz. Jamás se perdió. Los animales se le acercaban, le tocaban. ¿Por qué tengo este poder?, se preguntaba aquel chico que pronto se especializó en reptiles y anfibios, animales poco o mal investigados por el stablishment científico. Y observándolos fundó su propio sistema de valores, reivindicando la belleza y la valía de esos “animales secundarios” dotados para sobrevivir en los

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charcos o la maleza hostil. Y es que Jordi apostaba por la vida en su totalidad. Se hizo pagano. Su Dios sería el Sol. Se sentía fuerte, autónomo, joven. Capaz de gritar, de rugir a favor de un nuevo orden. Investigando, comprendió que la teoría de la evolución de Darwin no explicaba por qué el ser humano habla, ni el por qué de la conciencia. Sus teorías sobre la influencia del ensanchamiento craneofacial en la articulación de sonidos espolearon su interés por el muy inexplorado Hindu Kush. ¿No podía ser que en aquellos remotos barrancos resistiera el eslabón perdido del hombre? Allí, además, habitaba una antigua etnia pagana descendiente –decían– de los ejércitos de Alejandro Magno. Diseñó un plan de ruta, un cuestionario de 63 preguntas, y viajó al valle de Chitral en busca del yeti, en Pakistán llamado barmanu, que significa musculoso, gordo, robusto. Preguntó a pastores e individuos que aseguraban haber tenido encuentros con el barmanu. Y aunque al principio él mismo no acababa de confiar realmente en la posibilidad de yetis, las revelaciones hicieron mella. Comenzó a creer en serio. Realizó dos expediciones más a Pakistán, hasta instalarse en 1994 sin fecha de regreso a Francia. Así que ahí estaba Jordi: vestido de camuflaje, con gafas infrarrojas (porque el barmanu prefería salir de noche) y un rifle (cargado con dardos narcóticos), disfrutando de una naturaleza impresionante y viviendo como alguna vez soñó, aunque en Francia nadie hiciera mucho caso de los informes que periódicamente enviaba aquel “pequeño inmigrado”. Sin embargo, la televisión belga primero y los académicos ingleses después, le iban a prestar una inesperada atención. En el valle de Chitral, Jordi aprendió urdu, kalasha y khowar e hizo de un niño musulmán, Sahmsur, y un alaskan malamut,

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Y aunque al principio él mismo no acababa de confiar realmente en la posibilidad de yetis, las revelaciones hicieron mella. Comenzó a creer en serio.

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Fjord, sus afectos fundamentales. Fjord cargaba fardos de hasta veinte kilos por las laderas. Shamsur se convirtió en su discípulo, e imaginó que al enseñarle idiomas y modales refinados algún día reinaría sobre su pueblo, sacándole de la miseria. Pero a Shamsur no le gustaba estudiar. Él prefería tumbarse en la hierba, fumarse un buen porro. Aunque más adelante viajaran juntos a París, Shamsur no iba a cambiar su actitud. Problemas serios Los problemas económicos incordiaron constantemente a un Jordi que se vio obligado a aceptar el puesto de director de la Alliance Française en Peshawar. Esto ocurrió en 1995, el mismo año en que escribiría a su familia: “Hace unos meses que ha nacido una nueva fuerza afgana: los talibán”. Así, en cuestión de meses, el simpático explorador se transformó en algo menos amable a ojos de los habitantes de las montañas. Le acusaron de faltas muy graves, y para defenderse no escatimó peleas, a puñetazos también. Jordi marcó su territorio sembrando respeto, pero también temor y desconfianza. Mientras, la guerra que había estallado en Afganistán cerró todas las rutas que comunicaban el valle del Panjshir afgano con Peshawar, y miles de personas hambrientas quedaron sin posibilidad de ser abastecidas. Los jefes de las ong’s en Peshawar se empeñaron en abrir al menos una ruta, pero, ¿quién podía hacerlo? ¿Quién conocía lo bastante bien los pasos, las vaguadas, y sabría tratar con jefes tribales y talibanes? Todos pensaron en Jordi. Era un tío difícil, un duro de los de antes. Pero ayudar al Panjshir era la prioridad. En cuanto le plantearon la idea, Jordi reunió a un grupo de caravaneros de lapislázuli, organizó un convoy de cuarenta burros, y tras negociar entre otros con el León del Panjshir, el legendario líder antitalibán, abrió una ruta que más tarde también utilizaría Cruz Roja.

Esto ocurrió en 1995, el mismo año en que escribiría a su familia: “Hace unos meses que ha nacido una nueva fuerza afgana: los talibán”. | número 3 [crónica]


Las coacciones de los últimos meses y su empeño por defender el espacio que se había construido, el paraíso que se resistía a perder, eran impresionantes. Y así fue hasta el día que lo asesinaron.

De todos modos, las libertades se iban restringiendo en la zona. El gobierno afgano destruyó los budas gigantes de Bamiyán y esparció su ideario más allá de sus fronteras. Pakistán recibía miles de refugiados afganos entre los que se colaban talibanes que llegaban para difundir su credo. Qué fácil resultaba reclutar soldados para la causa radical: a menudo bastaba con darles de comer. La presión sobre Jordi aumentó. Pero aquellos desgraciados no iban a echarle tan fácil. Él ya se sentía de las montañas. Y aún más: las dificultades, los desprecios, el olvido al que se le condenaba en Europa le ayudaron a identificarse con el sentir de los kalash hasta el punto de hacerse uno de ellos. Y creó a los Narradores de la Tradición, un grupo de profesores kalash que explicaba a los niños la historia de su pueblo. Tras los atentados contra las Torres Gemelas, empeoró la tensión entre kalash y musulmanes. Un policía recomendó a Jordi que abandonara los valles. Mientras, coches nuevos con los cristales tintados recorrían las montañas. La CIA, los talibanes y los servicios secretos pakistaníes tomaban posiciones. Jordi ya no podría abstraerse de los ataques contra él. Las coacciones de los últimos meses y su empeño por defender el espacio que se había construido, el paraíso que se resistía a perder, eran impresionantes. Y así fue hasta el día que lo asesinaron. Yo aterricé en Chitral siete años más tarde. Me instalé en un pequeño hotel kalash y no tardé en interrogar a dos de los presuntos asesinos, uno de ellos Shamsur, el antiguo discípulo de Jordi. El otro sospechoso era su hermano Khalil. Ambos estaban en libertad. Los celos, el robo o la venganza eran posibles móviles del

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asesinato, y es que también existía una historia más o menos romántica que mis preguntas intentaron desentrañar. Demasiadas preguntas para el gusto del valle. Las miradas de soslayo, las nuevas informaciones recabadas, y sobre todo el inesperado testimonio de un vecino, me hicieron sentir en peligro. De todos modos, se suponía que para aquella gente yo no era más que un enviado de los Magraner, el recadero que debía cumplir el encargo de poner una lápida sobre la tumba de Jordi. Con ese gesto, la familia aceptaba por fin que el cuerpo fuera a descansar para siempre en la montaña. Se suponía que yo sólo debía hacer eso: poner la lápida y volver a Europa. Hoy comprendo lo difícil que resulta salir de allí.

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la culpa de escribir

Graciela Montaldo*

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ensayo

l cine nos ha acostumbrado a la serialización de imágenes vinculadas a la comunicación: las telefonistas alineadas frente a cientos de cables conectando las llamadas, la veloz impresión de varias tiradas de periódicos, el proceso que sufren cientos de miles de cartas dentro del edificio de correos antes de llegar a su destino. Desde fines del siglo XIX, la comunicación comienza a ser mediada por la técnica en el proceso de serialización, y en los casos del teléfono y las cartas, muchas de esas comunicaciones pueden ser íntimas, mensajes en muchos casos secretos, que confían a la tecnología algo que tiene un solo y preciso destinatario. Lo privado –aquello que solo se puede decir no estando presente– necesita pasar por o servirse de lo público para hacerse oír. O quizás lo

Graciela Montaldo Se especializa en cultura latinoamericana moderna. Es autora de, entre otros libros, Zonas Ciegas: populismos y experimentos culturales en Argentina (2010), A propriedade da Cultura (2004), Teoría crítica, Teoría cultural (2001), Ficciones culturales y fábulas de identidad en América Latina (1999). Coeditora de The Argentina Reader: History, Culture and Politics (2002), Esplendores y miserias del siglo XIX (1996) e Yrigoyen entre Borges y Arlt (1989, 2006). Trabaja actualmente en un proyecto sobre consumos culturales. | número 3 [corototeca]


privado, lo íntimo y lo secreto comienzan a existir cuando pueden expresarse a través de las mediaciones que tratan de ocultar precisamente la forma en que la intimidad solo es posible cuando la delimita la publicidad y el espectáculo. Por esta razón, frente a los intentos de darle forma a un conjunto de escrituras contemporáneas en la Argentina, conocidas como “las escrituras del yo”, quisiera centrarme no en las escrituras mismas, sino en algunas formas que hacen que lo privado emerja. En este sentido, hoy todos los protocolos de comunicación tienden a hacer cada vez más visible lo íntimo o lo secreto, tienden a sacarlo a la luz de manera reiterada. O mejor: todo lo que se cuenta parece más comunicable cuando se hace en términos de la primera persona. Incluso lo que se quiere decir de otro. Incluso aquello que no pertenece a nadie. Incluso aquello que se imagina. Por eso, podría decir que si hay algo nuevo en la producción 43 estética más reciente se trata de un pacto entre autores/lectores según el cual lo que se escribe o lee en primera persona –leído au- la culpa de escribir Graciela Montaldo tobiográficamente o no– recibe, bajo la forma de la primera persona, una atención especial. De algún modo se verosimiliza una situación, como si nuestro presente se hubiese instalado en la primera persona con cierta comodidad de enunciación y registrara en esa lengua ya bastante convencional de la intimidad o la confesionalidad una multiplicidad de formas de interpelación. Pero se trata de una convención: la lengua en que se comunica nuestra época. Si esto es así, conviene situar el pro- Lo privado –aquello blema entonces más allá de la literatu- que solo se puede ra y más allá de la Argentina, y pensar decir no estando las formas en que los relatos circulan. presente– necesita Desde esta perspectiva, quisiera explopasar por o servirse rar brevemente no los contenidos del yo ni la producción de intimidad, sino de lo público para los aspectos ligados a la institucionaliza- hacerse oír. »

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ción de la primera persona, las formas en que se vuelve el lugar –común– de una forma del decir contemporáneo. En un universo que es cada día más “cultural”, que cada día se articula más en términos de relatos y donde la “producción de opinión” se vuelve un imperativo fomentado por las nuevas tecnologías, los sujetos culturales han ganado en presiones para que se declaren el tópico de su propio discurso. Si varios críticos ven en esto un aspecto liberador de las presiones modernas por mantener un estatus autónomo, una visión del arte como instancia política y emancipadora, una crítica a lo que podríamos llamar lo “estéticamente correcto”,1 yo puntualizaría que las presiones y dispositivos para escribir en primera persona se han transformado, precisamente, en ese lugar de producción de la cultura al que ahora se le exige un yo que se haga cargo del discurso. Un ejemplo de esto es que en los años sesenta, el trabajo y las formas de vida alternativos se veían como una salida a la sujeción burguesa, una posibilidad de tener dominio sobre sí; esas mismas condiciones ahora se han convertido en las más útiles desde el punto de vista económico, pues favorecen la flexibilidad que exige el mercado de trabajo, y el sujeto ha caído presa de aquella libertad que creyó conseguir. Algunos creen que han elegido las nuevas condiciones de des-sujeción libremente, pero son ellas las que se han impuesto a los ciudadanos contemporáneos. La liberación del yo, ganada a las presiones del disciplinamiento moderno, podría recibir –por “efecto boomerang” – todo aquello que formaba parte de su emancipación bajo la forma de una condena: sobrellevar la obligación de ser siempre una primera persona emancipada. Por eso me detendré en un caso que revela algún punto de “resistencia” a esta tendencia, una práctica menos 1 Me refiero, respectivamente, a los libros de Josefina Ludmer (Aquí América Latina. Una especulación. Buenos Aires: Eterna Cadencia, 2010), Reinaldo Laddaga (Estética de la emergencia. Buenos Aires: Adriana Hidalgo, 2006) y Alberto Giordano (El giro autobiográfico de la literatura argentina actual. Buenos Aires: Mansalva, 2008).

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funcional al universo del yo. Por eso, voy La novela luminosa a despegarme bastante de planteamien- se escribió bajo los tos textuales o literarios para interrogar el “efectos” de la beca, afuera de la primera persona y su relación y se publicó en 2005, con la trama institucional en que se despliega. No pensaré la producción de la “li- un año después de su teratura del yo” como género o escritura muerte. específica, sino que trataré de ver, a partir de un ejemplo, algunos de los problemas a los que nos enfrenta escribir bajo la forma de la primera persona. Me centraré en el caso de La novela luminosa de Mario Levrero,2 el escritor uruguayo que en el año 2000 ganó una beca de la Fundación Guggenheim para escribir un texto literario. La novela luminosa se escribió bajo los “efectos” de la beca, y se publicó en 2005, un año después de su muerte. A pesar del uso de la palabra 45 “novela” en el título, más de cuatrocientas páginas del texto no son la “novela” (cien páginas casi al final del volumen), sino el “Diario la culpa de escribir de la Beca”, como prólogo y epílogo a la obra, en el cual el narra- Graciela Montaldo dor cuenta la historia de su relación con la propia escritura, con el dinero, el cuerpo y… con la Fundación Guggenheim. El “Diario” proporciona todo tipo de materiales, pero me interesa leerlo, ante todo, como una reflexión sobre la trama que se establece entre el arte, las instituciones culturales y la industria cultural. El texto es, en este sentido, una “confesión”, más que de las vicisitudes de una conciencia o los trabajos de una subjetividad, de las condiciones de trabajo de aquello que no es “verdaderamente un trabajo” o de cómo la literatura pasa a ser un “trabajo”. El yo de ese texto se vincula principalmente con su neurosis para dejar en claro cómo trabaja el escritor en las condiciones contemporáneas. Podemos leer el “Diario” entonces como el experimento de reflexionar sobre la nueva institucionalización internacional de » 2 Levrero, Mario. La novela luminosa. Uruguay: Alfaguara, 2005. [corototeca]

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¿cómo puede el arte la cultura y sus efectos en las obras literaser considerado un rias. La novela de Levrero es un raro objeto “trabajo” y hasta de vanguardia que muestra nuevos vínculos entre escritura, política, mercado y audónde puede un toridad. autor/a aprovecharse El “Diario” es el texto donde el narradel dinero en su dor describe los protocolos que siguió para creación? escribir su “gran obra” a lo largo de un

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año; leemos cómo haber ganado la beca Guggenheim –y estar gastando sus fondos– es más un problema que una solución para el artista pobre, que siempre tuvo trabajos poco “artísticos” (dirigir talleres literarios, editar revistas de crucigramas, vender libros usados). Pero ¿cómo puede el arte ser considerado un “trabajo” y hasta dónde puede un autor/a aprovecharse del dinero en su creación? Levrero explora el vínculo entre dinero y literatura, patrocinio y creatividad poniendo al “yo” como instrumento de pesquisa, sometiéndolo a declararse simultáneamente un sujeto confesional –escribirá un diario de su escritura– pero también culpable ante la ley porque arte y dinero, en su conciencia, son parte de universos antagónicos. Ese “yo” descubre en poco tiempo que no hay una línea recta entre literatura y dinero; por eso comienza el proceso de trazarla comprando un sofá para poder sentarse confortablemente y tener tiempo para leer novelas policiales. Luego compra estanterías que llenará con las recientes adquisiciones de novelas policiales usadas, y más adelante un aire acondicionado y un nuevo teclado para su computadora; es decir, compra la infraestructura para escribir. A medida que avanza en estas mejoras, siente que ha hecho malas inversiones, pues ha logrado mejorar su “vida” pero no su “literatura”, y su “novela” no avanza. Pero ¿qué sería invertir dinero en “literatura”? ¿Cómo darle satisfacción material a una práctica inmaterial? ¿Cómo transmutar el dinero en estética? Sabiendo que el dinero es tiempo, comien-

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za por organizar su día: horarios para dormir, para navegar en la web, para escribir, leer, comprar libros, comer, ver amigos y amigas, y tomar antidepresivos; para hacer esto, diseña un programa de computadora que lo ayude a cumplir el propósito de escritura. A pesar de que su lugar de trabajo –su casa– se vuelve progresivamente más confortable, el escritor es incapaz de escribir “literatura”, su novela. (En realidad –y para complicar las cosas– el escritor ha pedido la beca Guggenheim no para escribir, sino para “reescribir” un viejo manuscrito, la “novela luminosa”). No puede, y sin embargo escribe. Escribe muchas páginas del “Diario” donde deja constancia de su incapacidad de escribir. En su relato, escribir es enfrentarse a la ley. El escritor no puede olvidar que hay un contrato: la Fundación da dinero; el escritor devuelve una novela. La literatura es vista como un trabajo bajo el ojo panóptico de “Mr. Guggenheim” (el personaje que tiene, imaginariamente, control del manuscrito). Como un patrón, él cuida que el escritor escriba su novela, tal como prometió en el contrato, y que no gaste “su” (el de Mr. Guggenheim) dinero en cosas no-literarias, explorando de este modo los límites entre literatura y vida. En lugar de una práctica creativa, la literatura/el arte se vuelve una carga, una tarea que no se puede cumplir, y por ello aparece siempre el fantasma de estar ante un tribunal: el autor recibe fondos y es automáticamente culpable. El dinero es el vínculo de la culpa entre el Mecenas y el Autor, entre el sujeto y la literatura. El contrato con la Fundación Guggenheim no requiere que el autor termine una gran novela, obviamente; el señor Guggenheim no existe como un fiscal en la vida real. Sin embargo, representa el sistema de control donde la literatura y el arte se producen: la institución. El escritor no puede escribir su novela, y por eso pasa los días espiando la vida de unas palomas de un edificio vecino, navegando en páginas pornográficas, creando un programa elemental para controlar los horarios de su vida, perdiendo el tiempo al tratar de resolver problemas domésticos (el calor, la comida, el insomnio).

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El escritor se revela ante la institución como el más ordinario de los seres humanos, aunque ha ganado la beca por su “excepcionalidad” como artista; en la vida cotidiana, la mirada de la institución y su propia experiencia se contraponen, y la “profesión” se vuelve un lugar donde rendir cuentas. El escritor, en condiciones de trabajo neoliberales, se siente culpable por cobrar y “no hacer nada”, y acompaña la culpa con el sufrimiento de su propio cuerpo (dolor de estómago, insomnio, alta presión) y la gradual desintegración de su propia personalidad (es incapaz de andar por la ciudad, pierde el tiempo durante un año, pierde a la mujer que ama). El resultado es la parálisis dentro de una guerra latente del escritor con su mecenas. El imaginario Mr. Guggenheim acosa al escritor para controlarlo mejor, pero éste lo traiciona porque no escribe su novela sino que escribe “sobre nada”. El contrato se vuelve un fraude. El arte se vuelve un fraude porque entra en la máquina económica. Sin embargo, el resultado también será literatura. Y la novela “real” ya no puede despegarse del Diario de su producción, addenda recordatorio –como un documento legal, como un recibo de sueldo, como un contrato de trabajo– del intercambio de dinero que la precedió. En realidad, el resultado es un producto extraño, una obra en donde la escritura es parte de un proceso donde el acto de escribir se vuelve visible porque hubo dinero de por medio. La literatura, en este caso, no es la construcción ni la deconstrucción, sino la exhibición de todo aquello que no es literatura pero que la hace posible. El libro muestra cómo la literatura siempre está atrapada en la red institucional, aún cuando sea capaz de sobrevivir a las demandas institucionales. Este es el punto “luminoso” de la novela. No lo es la escritura, ni la tradición, ni la novedad, sino la certeza de que el “arte” o la “estética” no existen fuera de una relación tensa con las instituciones y las formas convencionales de circulación. Por esta razón toma la forma de un diario o una confesión (una escritura íntima), no porque el “yo” necesite ser redefinido, sino porque

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es la literatura escribiendo acerca de El escritor, en sí misma. El “yo” no es un sujeto bio- condiciones de trabajo gráfico, es un artista; la neurosis no es neoliberales, se siente un síntoma, sino una clase de relación culpable por cobrar institucional y de trabajo; la trama no es una historia personal, sino un pro- y "no hacer nada". ceso que revela un problema. Por estas razones, una novela propiamente autobiográfica no puede ser biográfica. Mario Levrero es un sujeto legal, el sujeto que firmó el contrato con Mr. Guggenheim. El escritor obedece; quiere cumplir el contrato, pero no puede. En este punto, crea algo nuevo: una narración que declara que no es posible permanecer obediente al mercado, las instituciones o el dinero, pero tampoco es posible ya situarse fuera de ellas. Quizás así se justifique la forma irónica de introducir todo el 49 relato. Luego del índice, una nota informa que: “Este libro fue escrito en su mayor parte gracias al generoso apoyo de la John Simon la culpa de escribir Guggenheim Foundation, a través de una beca otorgada en el año Graciela Montaldo 2000”. Y entre los agradecimientos figura John Simon Guggenheim Foundation y “…quienes me han estimulado para que me presentara a concursar por la beca Guggenheim”. Lo más definitivo quizás es otra nota que firma “M.L.”: “Las personas o instituciones que se sientan afectadas o lesionadas por opiniones expresadas en este libro, deberán comprender que esas opiniones no son otra cosa que desvaríos de una mente senil”. M.L. logra expresar así su posición imposible, su posición de artista: sumisión y dominio, uso de la Fundación como material literario pero también venganza personal a través de la locura y la vejez. Irónico, pero también repitiendo el gesto de toda la novela, M.L. no podrá, ni en los márgenes del texto, escapar de la institución, aunque al mismo tiempo se sobrepone a ella, afirmándose como autor. Y podemos recordar otro episodio que tiene a la Fundación » Guggenheim como protagonista. En 1968, el artista argentino Fe[corototeca]

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Peralta Ramos decidió derico Peralta Ramos ganó una beca utilizar casi todo el Guggenheim; por entonces, el arte dinero que le otorgó latinoamericano no tenía mucha visibilidad en el campo internacional, la beca en una cena aunque trataba de conseguirla a través para sus amigos. del patrocinio institucional. Peralta Ra-

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mos decidió utilizar casi todo el dinero que le otorgó la beca en una cena para sus amigos en uno de los restaurantes más caros de Buenos Aires. Con el dinero de la beca, además, se mandó hacer tres trajes a medida, pagó deudas de una exposición, compró cuadros a sus amigos y puso el resto del dinero en una financiera. En una carta –otra escritura personal dirigida al representante de la Fundación– escrita el 14 de junio de 1971, Peralta Ramos le describe pormenorizadamente el uso que le dio a los fondos de la beca. Cuando la Fundación Guggenheim recibe la carta, le pide que devuelva el dinero, pero Peralta Ramos responde negativamente. Entre ambos episodios median años que no sólo son muchos, sino decisivos de los cambios en las artes y la cultura y la relación con el dinero y el mercado. A esos cambios sobrevivieron el arte y las instituciones culturales, y también sobrevivió “el yo”, aunque radicalmente transformado. La primera persona que se dirige a la Fundación Guggenheim en la voz de Peralta Ramos habla desde la “superioridad del arte” y coloca a la institución en un lugar subordinado, que debe acatar sus “caprichos”; la novela de Levrero subordina la voz del artista al control de la institución, que impone sus reglas y el artista dispone sólo de pequeñas venganzas. En los dos casos, la “obra” resulta de la tensión entre el artista y la institución, una tensión en donde se juega el poder de cada uno y donde el poder toma la forma de una primera persona. Ese es, en parte, el “poder del arte”: crear lugares de enunciación cuya correspondencia con la realidad es menos relevante que su potencia de interpelación, aquellos lugares que rompen la continuidad de las series.

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lleno S. Bimbo

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Leila Guerriero*

mi método es la insistencia POR ADRIANA ROMERO PUCHE **

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Hay un número de palabras que se corresponden con la idea que representa una persona. Un número finito y subjetivo. Leila Guerriero es obsesiva, disciplinada y, sobre todo, una lectora rumiante. Durante tres meses trabajó en una crónica con la que ganaría, en 2010, el premio de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano en la categoría texto: 40 horas de grabación y 15 días de reclusión absoluta. Luego, para un prólogo prometido de tres páginas,

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LEILA GUERRIERO. (Buenos Aires, 1967) Comenzó su carrera periodística en la revista Página/30. Desde 1996 es redactora de la Revista del diario La Nación. Ha colaborado con diversos medios de Latinoamérica y España como Rolling Stone, , El País, El Universal, V de Vian, El Malpensante, La mujer de mi vida y Barrio Jalouin. Participó, junto a otras escritoras y periodistas, en el libro Mujeres argentinas. Los suicidas del fin del mundo y Frutos extraños son dos títulos que la catapultaron como una de las mejores cronistas y reporteras de la actualidad. ADRIANA ROMERO PUCHE. (Caracas, 1985) Es periodista, egresada de la Universidad Católica Andrés Bello, y estudiante perenne de Letras, de la Universidad Central de Venezuela. En su país trabajó durante dos años como Coordinadora de Comunicaciones de Alfaguara. Baila salsa con la misma rapidez que tiene cuando lee. Actualmente, vive en Bogotá con su gata y rodeada de libros. [corototeca]

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hizo 14 versiones con más de mil correcciones. “Mi método es la insistencia”, escribió una vez en un discurso. Trabaja sin música y en un rincón de la casa. Mientras entrevista, no escribe; graba todo. Y transcribe todo: risas, llantos, silencios. Dejando a un lado la fase de investigación, una faena de escritura le lleva de 20 días a un mes y medio, con jornadas de 12, 15 o 16 horas. Jamás se entrega en un solo texto. Como buena periodista, que vive de lo que escribe, suele dedicarse a más de uno a la vez. Viaja siempre con un libro, y cuando lo hace planifica una rutina particular: arma un mapa del lugar, busca el sitio donde comprará agua mineral, el diario de la región y su comida. No comparte la imagen pérfida de la escritura: el hombre que sufre, que escribe de noche sobre una pila de clavos. Tampoco se ruboriza al referirse sobre la literatura de forma franca y descarnada: “Cuando uno tiene 15 años puede leer Absalón, Absalón de Faulkner tres veces, pero no lo volverá a hacer en su vida. A esa edad, uno es capaz de leer cualquier tornillo oxidado. Ahora hace falta una paciencia y un deslumbramiento que yo, la verdad, no tengo. No leo Absalón, Absalón ni que me apunten con un revólver en la sien”. Trabaja en el día. Hace gimnasia, casi no fuma, toma poco café. Reconoce que el único camino para lograr un buen texto está marcado por dos señales: la fusión y el ritmo. Lo suyo es fundirse con el ejercicio de la escritura y escuchar la música que emite la historia. ✤ Llegó al periodismo por azar. Sin una pizca de pudor, dejó un cuento corto en la recepción del diario argentino Página/12. Cuatro días después su relato aparecía publicado pero en la contratapa del periódico junto a algunas firmas reconocidas: Juan Gelman, Rodrigo Fresán, Osvaldo Soriano. A los seis meses trabajaba como redactora en la revista Página/30, bajo la dirección de Martín Caparrós.

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A 20 años de todo esto, Leila suma a su currículum una vasta lista de tareas, trabajos y responsabilidades. Es profesora de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI). Publica para diversos medios, como El País, Vanity Fair, El Malpensante, SoHo, Orsai y Letras Libres. En 1998 participó en el volumen Mujeres argentinas. En 2005 lanzó al mercado su primer libro, Los suicidas del fin del mundo, una extensa crónica sobre una ola de suicidios que marcó la historia de un pueblo petrolero, en el sur de la Patagonia argentina. En 2009 la editorial Aguilar reunió bajo el título Frutos extraños una selección de sus mejores crónicas. Recientemente dirigió la edición de Los malditos, un conjunto de 17 perfiles de escritores latinoamericanos que por diversas circunstancias murieron de forma trágica. Defiende el periodismo. Se define como una “autodidacta absoluta” y reconoce que no tiene mayor conocimiento de semiótica de géneros o de estudios de audiencia. Defiende la crónica, en especial, de los detractores que aún creen que escribir historias con elementos de la ficción es un oficio menor de la literatura. No cree en la superstición de que para ejercer la profesión sea imprescindible un título universitario y sostiene que el cine es, quizás, el género que mejor enseña a escribir. Lee y lee siempre. En sus crónicas se atisba la influencia de César Vallejo, Tom Wolfe, Gay Talese, J.D. Salinger, Vladimir Nabokov, Homero y Cesare Pavese. No es ambiciosa. En reiteradas ocasiones ha dicho que prefiere tener una conversación de horas con el chino que atiende el supermercado de su barrio, que entrevistar durante 15 minutos a Francis Ford Coppola. “La gente perfectamente desconocida me resulta más fascinante que cualquier músico o político o actriz”.

La primera definición que yo haría de mi trabajo es que sólo escribo en distintos formatos de prosa.

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La historia de Los suicidas del fin del mundo no tiene rastros de compasión, pese a que el tema no es sencillo. Suele ser, incluso, un tabú para muchos medios de comunicación.

Tenés que evitar el golpe de efecto, el lugar común y el morbo.

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¿Cómo arrancó a escribirlo? ¿Cómo fue ese proceso?

No me enfrento a los temas en términos de qué tan fáciles o difíciles puedan ser. En principio, para mí cualquiera es complejo, porque me cuesta mucho escribir. Tampoco me dejo sugestionar por esas falsas marcas. Todos los temas son complejos, y me parece que creer que existen algunos más sencillos que otros es tener una idea reduccionista de la realidad. Para todo lo que escribís, tenés que tener delicadeza, elegancia. Tenés que evitar el golpe de efecto, el lugar común y el morbo. Evito, también, la parábola del héroe caído. El texto debe respirar por sí solo esa idea. Por eso en Los suicidas del fin del mundo creo que, muy conscientemente, dejé por fuera el abuso de ciertos términos: “sangre”, “suicidio”. Me gusta trabajar con ese fuera de campo. Sacar el horror fuera de la vida del lector y dejar que esa información, con ese clima, surja del texto mismo y no una palabra, como suele verse en algunos periódicos. Las Heras es un pueblo ubicado en la Patagonia argentina, en la provincia de Santa Cruz. Por más de 10 años estuvo bajo el poder de Néstor Kirchner y, durante el cierre del milenio, vivió una ola de suicidios. Jóvenes que no alcanzaban los 30 años, de familias modestas, decidieron colgarse en las calles o silenciarse en sus propios cuartos. ¿Podría referirnos su fase de investigación para conocer las vidas de los suicidas?

Fue un trabajo de suma delicadeza. No podés llegar a la casa de una familia a la que le pasó esto y prender el grabador y preguntar: “Bueno, cuénteme cómo se mató su hijo”. No podés conversar por una hora y marcharte. Es necesario poner en valor la historia del otro. Entender que estamos con otro. Sin embargo, no es un método de trabajo exclusivo de esta historia. Trato de ser así con todo el mun| número 3 [corototeca]


do, con todos mis entrevistados. Creo que es el mínimo respeto que les debemos, pues trabajamos con vida humanas. Quizás es el material más sensible que exista sobre la tierra. Apliqué, entonces, lo que hago siempre: escuchar mucho, hablar muy poco. No presionar a la gente. Respetar si hay alguien que no quiere hablar de determinado tema. Pensar que si no lo hablamos hoy, podemos conversarlo en otro momento. Poco a poco, la realidad se ofrece generosa. Poco a poco, vas llegando a la reconstrucción final de la historia. Y claro, ese no es tiempo muerto: forma parte de la historia que a vos te interesa contar. ¿Ha vuelto a Las Heras?

No, no. En general, casi nunca… Es lo mismo que hago con casi a todos los que entrevisto. En contadísimas ocasiones he vuelto a ver a la gente con la que me entrevisto.

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✤ Leila transita entre una negación, un “digamos” y un “no sé”. Es humilde, quizás pudorosa en el trato. Sabe muy bien que la escritura no sólo es un proceso complejo y dolorido. Y sin embargo, con dos lustros de carrera a cuestas, no se imagina viviendo en otro terreno distinto al periodismo narrativo. Trabaja en una especie de íntima obsesión. Nunca habla con nadie, ni siquiera con su marido, sobre el tema que está abordando. Escribe, entrega y no lee las notas cuando salen a luz pública. No promueve el periodismo como bandera política de los desfavorecidos. No juzga. Tampoco cree que exista trucos para evitar hacerlo. Con un entrevistado, insiste, nunca nada debe ser personal. Incluso, cuando existe algún tipo de empatía. “Al final, todos somos muchas cosas al tiempo”. Por eso, quizás, reconoce que no haya algo que la aburra más que Hunter S. Thompson.

Leila Guerriero "mi método es la insistencia" Adriana Romero Puche

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Es necesario poner en valor la historia del otro. » número

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Hay quienes se disfrazan para contar una historia o descubrir una verdad. ¿Qué opina sobre este tipo de periodismo?

Hay periodistas que hacen muy bien eso que conocemos como periodismo de impostación o periodismo gonzo y hay gente que no. Pero no es un camino que yo elija, por cierto. Tampoco me gusta decir qué es válido y qué no. Ni creo que tengamos el poder de pontificar y decir qué se puede hacer y qué no. Así como tampoco creo que exista una verdad por revelar. Los buenos periodistas se destacan, precisamente, porque pueden ofrecer una mirada distinta sobre algo que ya fue noticia. Sin embargo, tengo algo claro: yo no podría hacer periodismo gonzo. Y no podría hacerlo porque no creo que se haga periodismo para salvar el mundo, ni para revelar una verdad. Tampoco lo juzgo. Sin embargo, el periodismo gonzo pone en cuestionamiento

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el objetivo del oficio.

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No creo que se haga periodismo para salvar el mundo, ni para revelar una verdad.

Por supuesto, es más efectista. Es mucho más efectista decir me disfracé de salchichero o de turco ilegal para contar la historia de violaciones de derechos humanos, que decir pasé tres años buscando testimonios de turcos ilegales que trabajaran en fábricas en Alemania. No me parece que para descubrir algo que está mal debés hacer algo indebido, aunque esa persona esté, efectivamente, cometiendo un delito. Pero no creo que nadie piense que eso es el periodismo y no otra cosa. Es una rama más de la profesión. Es una forma, un método… Un método que no elijo, ni enseño, ni propicio, ni consumo… Pero tampoco voy al teatro y eso no significa que deba dejar de existir…

✤ Leila Guerriero maneja el lenguaje como quien suma, resta, multiplica y divide con un ábaco. Con las palabras precisas arma su propio rompecabezas: la del gigante basquetbolista que, como hé-

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roe griego, termina en desgracia; la de la joven que asesina a su bebé recién nacido. Reconstruye la pobreza de Zimbawe donde 20% de la población lleva en su sangre el VIH. Cuenta la vida de editores, críticos literarios y periodistas; de cantantes, transexuales, suicidas o asesinos. Ella no escribe ficción, aunque la realidad pareciera gritarle que todo eso que acontece parece inverosímil. Su pasión es la crónica, pese a lo que se dice de su persona: que sólo narra desgracias, que es rimbombante y que es un género menor de la literatura. ¿De los géneros periodísticos existe alguno que se le resista?

Yo lo único que sé hacer es esto que hago: el periodismo narrativo. Nunca hice otra cosa y no quiero hacer otra cosa. Como mucho, puedo escribir una columna de opinión. No sabría cómo hacer otra cosa. Todos los géneros que no son por los que me conocen se me resisten, porque nunca los he hecho. Nunca en mi vida he publicado una entrevista pregunta-respuesta, por ejemplo. Ni me interesa hacerlo. Las disfruto muchísimo como lectora, pero hasta allí. No me sentiría cómoda si me tocara escribir una. Y tampoco me sentiría escribiendo un trabajo duro de investigación. Sé cómo hacerlo pero no es lo que me interesa, ni lo que me mueva.

No creo que el interés por el periodismo narrativo se parezca al boom, ni de cerca.

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Con el desarrollo de la crónica hay quienes aseguran que, de existir un nuevo boom latinoamericano de narrativa, se estaría gestando en el campo de la no ficción. ¿Está de acuerdo con eso?

A mí me parece que no se puede ni comparar. Cuando uno habla del boom te remitís al grupo donde estaban Carlos Fuentes, Vargas Llosa, García Márquez. Todos esos hombres se cansaban de escribir y vender libros. Paralelamente, había una avidez de los lectores por la ficción. No creo que el interés por el periodismo narrativo se parezca a ese movimiento, ni de cerca… Por lo menos no desde lo que significó en cifras de ventas de ejemplares o en cantidad de lec[corototeca]

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tores. Sin embargo, sí creo que hay una generación de gente que, en este momento es una franja mucho más amplia, que está interesada en hacer periodismo narrativo. Y eso pasa, específicamente, en Latinoamérica. Me parece que allí sí hay un cambio pero que aún sigue siendo un fenómeno pequeño, de nicho, como para pocos lectores. Pero si vos te ponés a pensar, por ejemplo, en las revistas que nos publican, son más o menos las mismas de hace algunos años… Ahora, está Orsai, por ejemplo. En El Universal, de México, empezó a salir un suplemento que se llama Domingo. En La Tercera, de Chile, comenzó a circular otro titulado El Semanal. En Perú nació la Escuela Cometa. Pero existe una multiplicación exponencial de medios. Hacer periodismo narrativo sigue siendo, hoy día, para los cronistas lo que siempre fue: un oficio económicamente inestable.

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En febrero de 2012 Leila escribió un reportaje para El País, de España, en el que dejaba entrever la salud del género en América Latina. El esplendor del periodismo narrativo se debe a varias razones, decía allí. Años atrás, algunos periodistas tercos, se empecinaron en seguir los pasos de los primeros referentes latinoamericanos –Rodolfo Walsh, Gabriel García Márquez o Tomás Eloy Martínez— y lo hicieron escribiendo historias fácticas con elementos de ficción. “Creo que sí está pasando algo, aunque ese algo no puede compararse con el boom latinoamericano. Si vos mirás en perspectiva, hace 15 años no sucedía nada de esto. Ni las revistas, ni las editoriales están interesadas en publicar crónicas. Incluso, no se sabía de qué se hablaba, cuando se hablaba de periodismo narrativo. Sin embargo, creo que es importante rescatar, de este movimiento, una cosa: la idea de los referentes. La gente de mi generación fue la primera que comenzó a tener referentes latinoamericanos. Los | número 3 [corototeca]


chicos de ahora leen a Alberto Salcedo Ramos, y también a Juan Villoro o a Truman Capote. Los chicos de ahora pueden decir: ‘Si estos son mis referentes, entonces, yo también puedo llegar a ser uno’. Si toda esta movida, que algunos la asocian al boom, sucedió en 15 años, tiendo a pensar que en unos 10 pasarán cosas nuevas”. ¿Se puede aprender a ser cronista en un taller?

Recientemente, una alumna de mi taller de Buenos Aires, que no tiene carrera como periodista, publicó su primera crónica en la revista Viva, la publicación dominical del diario Clarín. Ella es economista pero asiste a mi curso desde hace tres años. Escribió un perfil sobre una cantante de tango. Su trabajo se defendió sólo. Por este y otros casos, quizás, puedo responderte. A pesar de mi constante escepticismo, los talleres de crónicas sí sirven. Sobre todo, cuando asistís a uno por un tiempo prolongado, como en el caso de esta alumna. En lapsos largos, insistes en enseñarlos a moldear el lenguaje. Los cursos cortos también tienen sus ventajas. En mi caso, lo mejor que puedo hacer es contarles cuál es mi método de trabajo. Al final, un taller termina funcionando en la redacción de un diario, en la práctica constante. Si vos tenés algo de talento, tarde o temprano, aprenderás a escribir. Leyendo mucho, aprendés. Con un editor que te lea con sinceridad, aprendés.

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¿Qué cree que debería buscar un periodista en un editor?

Creo que es una respuesta muy personal. Yo, por ejemplo, propongo una historia. Y si me la aceptan, me desaparezco hasta que la entrego. No le estoy contando a mi editor lo que hago. Al contrario, no cuento nada: entrego. Sin embargo, en mi experiencia como editora, he visto que existe una infinidad de posibilidades en esa dupla editor/periodista. Está el periodista que cuenta con pelos y señales todo, hasta el periodista dubitativo, que va con algo pero no sabe si es bueno. Me parece que un periodista termina buscando en un editor lo que no tiene dentro de sí. No es mi caso. Por eso no creo

A pesar de mi constante escepticismo, los talleres de crónicas sí sirven. »

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que exista una respuesta única a esta pregunta. Por ahí me parece que un periodista debería buscar a alguien que no le edite el texto pensando en términos de cómo lo hubiese escrito el editor. Hay que buscar a alguien que le meta mano a la historia, pero que no termine arreglándolo a su propia voz. Eso me parece fundamental.

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Para Leila no existe ninguna obsesión que supere el rigor de la no ficción cargada de palabras precisas: ninguna que sobre, ninguna que falte. Leila no es una lectora aficionada; es un lectora rumiante. En su trabajo se escucha el chirrido del cine, se perciben intervalos de los silencios propios de la poesía y se observa la sencillez de quien sabe que no existe mejor homenaje para el lenguaje que escribir con un sujeto, seguido de un verbo y un predicado. Pese a su cabal admiración por la ficción, reconoce que su terreno es el de la no ficción, aunque crea que un periodista, un cronista, puede brincar al campo de la narrativa, la poesía o el ensayo sin temor alguno. ¿Un buen periodista puede ser un buen novelista?

Eso no implica que escribir novelas o cuentos sea más fácil que escribir una entrevista, una crónica o un perfil

Sí, yo creo que sí. Manejando la herramienta del lenguaje, no veo por qué no podría serlo. Siempre y cuando el periodista tenga claro cuáles son los límites entre los géneros, me parece que no habría ningún problema. El periodismo, sabemos, no te permite hacer cosas que la ficción sí, como inventar personajes, acciones o escenarios. Claro, eso no implica que escribir novelas o cuentos sea más fácil que escribir una entrevista, una crónica o un perfil. Personalmente, creo que meterse en el campo de la ficción es una tarea compleja. Es un océano en el que vos tenés que poner los límites. En el periodismo, los límites son los hechos mismos; lo que sucedió, lo comprobable.

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¿Y sí es posible convertirse en escritor estudiando literatura o algún posgrado de escritura creativa?

No sé. No necesariamente un buen escritor puede transmitir bien lo que sabe. Pero, a lo mejor, sí sirve muchísimo. Te puedo hablar solamente de la experiencia en Argentina, de nada más. Allá la carrera de Letras no te prepara para ser un escritor; te prepara para ser un crítico literario. Sin embargo, existen grandes escritores que se formaron en esa profesión. Esta carrera, además, te organiza un corpus de lectura. Ahora, me parece que si tenés talento de escritor la carrera no te ayudará a desarrollarlo. Para ser escritor, insisto, no creo que sea necesario ser periodista, como tampoco sea necesario estudiar periodismo para dedicarse a eso. Si hay talento, no hay ningún estudio académico que lo aplaste. Saldrá en algún momento y por algún lado. Quizás por el más salvaje. Por otra parte, hay talentos que necesitan algo más que del instinto y de esa cosa autodidacta para poder encauzarse. Hay gente que las posibilidades del universo literario las atemoriza. Tal vez por eso necesitan guías. Y a veces los programas de escritura creativa sirven para eso. O simplemente para estar entre pares: gente con la que podés compartir gustos, lecturas. Y, de últimas, la carrera de Letras es la única que puede ponerte en contacto con el mundo literario.

No necesariamente un buen escritor puede transmitir bien lo que sabe.

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✤ Un buen trabajo, por largo o corto que sea, debe sostenerse solo. No hay periodista exigente que no pelee con la tijera virtual del teclado y que nunca se haya sentido amenazado por el estigma del oficio: la primera persona. Leila también siente odio cuando sabe que no ha logrado el tono, la estructura o el ritmo que le grita la historia. Y sabe muy bien que la mirada del periodista jamás debe sobrepasar lo que los hechos relaten por sí solos. » [corototeca]

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¿Cuándo escribir en primera persona y cuándo no?

Por eso, porque amaba viajar y escribir, estudió Licenciatura en Turismo. Siempre se imaginó como

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una mujer independiente, sin hijos y viajando. Trabajó seis meses como vendedora de paquetes turísticos, pero la obsesión por narrar la venció.

Homero Alsina Thevente, del diario El País Cultural de Montevideo, escribió un Manual para periodistas modestos que decía, entre otras cosas: “El dueño de la prosa es el lector y no el periodista. La primera persona se puede usar sólo para contar experiencias intransferibles”. Y yo sigo creyendo un poco eso. Uso la primera persona siempre que quiero contar algo que no puedo contar de otra manera porque estoy muy involucrada en ese asunto, como ver el estallido de una bomba en la esquina de tu casa. Sin embargo, aún cuando se use, la primera persona no tiene que tapar nunca la importancia de la historia. Como dice Martín Caparrós: “Una cosa es hablar en primera persona y otra cosa es hablar sobre la primera persona”. Los suicidas del fin del mundo está escrito en primera persona, de punta a punta. Incluso aparezco yo. ¿Cuál fue mi argumento? Necesitaba a alguien en ese pueblo que se extrañara ante el horror naturalizado que reinaba allí. Todo era normal. Me sentía amenazada por ese lugar. Necesitaba ese contraste; el contraste de lo que le pasa al extranjero. Un guiño al lector. Por eso el narrador es un personaje desamparado. Y yo me sentía así: completamente desamparada. Desde ese argumento tomé la decisión.

✤ Leila ha sabido reinventarse. De niña, nunca imaginó ser maestra, cantante o cocinera. Su pasión era un tanto anacrónica: quería ser cowboy. Y quería serlo por una sencilla razón: vivir desde un estilo de vida y no desde una profesión. Por eso, porque amaba viajar y escribir, estudió Licenciatura en Turismo. Siempre se imaginó como una mujer independiente, sin hijos y viajando. Trabajó seis meses como vendedora de paquetes turísticos, pero la obsesión por narrar la venció. En una oportunidad, para demostrarle a un editor que era capaz de escribir ficción, le entregó una novela que no estaba en sus pla-

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nes. “Era casi un desafío a mí misma: me preguntó si tenía algo escrito y le dije que sí, que tenía una novela. Fui a mi casa y la escribí. Por supuesto, era impugnable, pero se la llevé. Fue ese editor el que me contrató para trabajar en Página 12”, contó en una entrevista. Desde entonces, es consciente de ser capaz de demostrar que puede hacer casi cualquier cosa. Incluso, sobrevivir de la escritura. Sabe muy bien que vivir del periodismo no es una tarea fácil: trabajar durante tres o cuatro meses en un tema, mientras das clases, escribes columnas o perfiles cortos para algunos medios no es un oficio cómodo. Dos décadas después de aquel comienzo, no se imagina haciendo otra cosa. “Los caminos de la compensación son inextricables”, dice a modo de despedida.

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s.t. Raquel Sanz

s.t. Raquel Sanz


[dossier] RARAS QUERENCIAS ¿Uno escoge sus querencias o el otro, tan 67 distinto a uno, nos escoge? Es una pregunta retórica, sí, pero quizás la respuesta explique el porqué se forjan esos lazos involuntarios y a veces tercos que nos unen al otro, tan radicalmente opuesto a uno mismo. ¿Quién no se ha sentido esclavizado del recuerdo de una querencia así? En esta selección de textos, Coroto invita a los lectores a recorrer el mundo de los amores perdidos, de esos que se han ido o que nacieron de un momento de perdición, y que se obstinan en permanecer en esa sala de espera que es la memoria.

[dossier]

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LUIS LEANTE

Lo que más odiaba en el mundo Herminio El Pichabrava eran los túneles y los puticlub de carretera. En cuanto veía un letrero luminoso con nombre exótico, aceleraba para dejarlo atrás cuanto antes. Presumía de no haber pagado nunca por acostarse con una mujer. El Pichabrava se llamaba Herminio Lupiáñez, aunque casi nadie lo sabía. Durante siete años condujo un camión Mercedes 2040 AS entre Molina de Segura y Gijón. En la visera de la cabeza tractora había hecho grabar, con letras amarillas sobre fondo azul, “Mi Merceditas”. Merceditas en realidad no se llamaba Mercedes, sino Dolores La Mentos. Pero de eso se enteró El Pichabrava mucho después. Era menu-

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da, tetona y algo pajiza, como si hubiera padecido ictericia en la infancia y no se hubiese terminado de reponer. Tenía la dentadura mellada y los labios resquebrajados. A Dolores La Mentos, alias Merceditas la del Mambi, le gustaba el tabaco negro, la absenta y mojar las magdalenas en un buen tazón de leche con café. A Herminio le contó que trabajaba por horas en aquel club, sirviendo copas; pero bien sabía él desde el primer momento que su Merceditas era una puta. Bueno, o lo había sido. La rescató de las fauces de la prostitución –o eso pensaba– por casualidad. A El Pichabrava no le gustaban ni los puticlub ni los túneles. Por eso se tragaba seis veces por semana, veinticuatro veces al mes, el Puerto de los Leones, por no atravesar el túnel de Guadarrama. Y si se paró frente al Club Mambi fue porque tuvo que poner las cadenas al camión y aprovechó para llenar el termo de café en la gasolinera. Había pasado cientos de veces frente a aquel local, y lo único que sabía de él era que los lunes a primera hora estaba rodeado de Mercedes y BMWs de modélicos padres de familia que habían pasado el fin de semana junto a sus esposas y sus hijos. Los miércoles solía encontrar camionetas de reparto; y los jueves, camiones de gran tonelaje, maquinaria pesa-

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Aquella noche follaron en la cabina del camión como si hubiesen esperado aquel momento toda su vida. Desde entonces, La Mentos acompañó a Herminio en todos los viajes de Molina de Segura a Gijón, y vuelta otra vez a Murcia.

[dossier] el pichabrava LUIS LEANTE

da y algún Nissan de la Guardia Civil. Mientras montaba las cadenas, la vio acercarse aterida, aferrada a un cigarrillo y arrastrando una bolsa de viaje con la cremallera reventada. “¿Adónde vas, guapo?”, le dijo a Herminio. Y él la miró de arriba abajo y le respondió: “Depende”. Y en ese momento supo que ya no iba a querer separarse de aquella mujer que no era ni fea ni guapa, ni gorda ni delgada, ni alta ni baja, ni joven ni vieja.

“Pues entonces llevamos el mismo camino”, dijo La Mentos abriendo la cabina del camión y lanzando su bolsa al interior. Luego le contó

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que trabajaba sirviendo copas en El Mambi, que se llamaba Merceditas y que estaba hasta el moño de que los clientes la trataran como a una puta. Aquella noche follaron en la cabina del camión como si hubiesen esperado aquel momento toda su vida. Desde entonces, La Mentos acompañó a Herminio en todos los viajes de Molina de Segura a Gijón, y vuelta otra vez a Murcia. Los compañeros empezaron a burlarse de él a sus espaldas, y le pusieron El Pichabrava, más por cierta obligación en el gremio que por maldad. El sueño de Merceditas era salir en la televisión. Admiraba a los famosos que salían en la tele y tenían líos de braguetas y cobraban exclusivas y acudían a los programas y contaban sus intimidades y veraneaban en Mallorca y se hacían fotos con la gente que se lo pedía por la calle. “Pero hay que estar mu prepará p´aeso y haber vivío mucho”, le decía a El Pichabrava. Y Herminio la escuchaba sin prestarle mucha atención, concentrado en la carretera, en el velocímetro y en los radares camuflados. Durante más de seis meses, Herminio y La Mentos hicieron el trayecto de Molina de Segura a Gijón y vuelta como si fuera una larga luna

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de miel. El Pichabrava sabía que aquello no podía durar toda la vida, [dossier]

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[dossier] LUIS LEANTE el pichabrava

que antes o después se cansarían de vivir en una casa rodante, que

Finalmente, en uno de los viajes de regreso, La Mentos no estaba en el punto que habían acordado.

Merceditas querría vivir como la gente corriente. Pero no hizo nada por remediarlo. Le gustaba escuchar a Merceditas. Los viajes se le hacían amenos y cortos. Estaba deseando cargar para ponerse otra vez en ruta. Tanto echaba de menos la tele Merceditas, que terminó por comprar un pequeño aparato y lo instaló en la cabina del camión. Cada mes, El Pichabrava le hacía un regalo a La Mentos como si fuera su aniversario. “¿Qué quieres que te regale el próximo mes?”, le preguntó Herminio. “No quiero que me regales nada. Quiero que me lleves a la tele”. “¿A la tele?”. “Sí, a uno de esos programas de gente famosa”. El Pichabrava nunca se tomó en serio los sueños de su Merceditas. Sabía que si le presentaba a algún personaje famoso, La Mentos sería la mujer más feliz del mundo. Pero en su pro-

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fesión no resultaba fácil cruzarse con ninguno. En cierta ocasión se toparon con un torero y su cuadrilla en un bar de carretera, y Merceditas se quedó sin respiración por la sorpresa. Se pasó más de cinco días hablando de aquel tipejo que firmaba autógrafos mientras comía y miraba de reojo a su cuadrilla para que le apartaran a las admiradoras. A los seis meses de conocerse, La Mentos comenzó a quedarse en mitad de la ruta y se reencontraba con Herminio a la vuelta del trayecto. Unas veces aseguraba que en aquel pueblo vivía un hermano suyo, o una amiga de la infancia. Otras, pretextaba que debía visitar a su madre, anciana. Y Herminio fue dejándola ir poco a poco, sin remedio, y se resignó a sus ausencias. Finalmente, en uno de los viajes de regreso, La Mentos no estaba en el punto que habían acordado. La esperó durante un día, a pesar de que la carga que transportaba era perecedera. Siguió haciendo la misma ruta durante semanas sin tener noticias de Merceditas. Preguntó a todos los camioneros; se detuvo en todos los puticlub. Al cabo de un tiempo, denunció la desaparición de La Mentos en un cuartelillo de la Guardia Civil. Le dieron pocas esperanzas de encontrarla, y aquello lo sumió en una profunda melancolía.

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[dossier] el pichabrava LUIS LEANTE

Durante meses, Herminio El Pichabrava siguió haciendo la ruta de Murcia a Asturias. En ningún lugar encontró consuelo a su pérdida. Se aficionó a ver la tele y a aprender el nombre de los famosos que salían en los programas favoritos de Merceditas. Se tropezó con una cantante en un control de carretera y le pidió un autógrafo para regalárselo a Merceditas cuando la encontrara. Pero La Mentos no volvió a dar señales de vida. A comienzos de diciembre, todas las emisoras de radio avisaron del gran temporal de nieve que entraba por el noroeste. En Molina de Segura le dijeron que no habría carga hasta que no pasara el mal tiempo. Pero Herminio El Pichabrava estaba decidido a llevar a cabo su plan, y nada se lo podía impedir. Enganchó la cabeza a la cámara frigorífica, se aprovisionó de café caliente, galletas, yogur, agua y bacalao. Emprendió la misma ruta que había realizado en los últimos siete

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años. Cruzó Castilla La Mancha en diagonal, rodeó Madrid por la M 40 y, por primera vez en su vida, en vez de tomar la dirección del Puerto de los Leones, siguió hacia el túnel de Guadarrama. Le sudaban las manos, y el corazón se le aceleraba a cada segundo. Entró temblando en el túnel. Apenas se había cruzado con otros camiones en la carretera. La nieve hacía peligrosa la circulación. Cuando calculó que estaba en mitad del túnel, respiró hondo, trató de no perder el control, redujo la velocidad y puso las luces de emergencia. Detrás de él, una larga caravana de coches redujo la velocidad. Con una maniobra perfecta, atravesó el camión en los dos carriles y quitó la llave del contacto. Los coches que venían detrás acababan de caer en una gran trampa. Herminio El Pichabrava cerró las puertas por dentro, destrozó la llave del camión con unos alicates y se tumbó en el colchón de la cabina. El corazón se le desbocó. Cerró los ojos y trató de serenarse. Mentalmente calculó el tiempo que tendría que pasar hasta la llegada de la Guardia Civil, luego los bomberos, después los medios de comunicación y las cámaras de la tele. ¿Dos horas? ¿Tres? Estaba dispuesto a esperar toda la vida sin moverse de allí. Sabía que saldría en la televisión, [dossier]

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[dossier] LUIS LEANTE el pichabrava

que en los telediarios hablarían de él, que su foto estaría en muchos programas de los que le gustaban tanto a su Merceditas. Sabía que ella lo vería, que lo reconocería, que estaría orgullosa de lo que había hecho y que lo llamaría para pedirle perdón por haberlo abandonado en la carretera como a un perro. Cerró los ojos y siguió soñando despierto.

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Luis Leante (Caravaca de la Cruz, Murcia, 1963). Licenciado en Filología Clásica. Ha publicado los libros de relatos El último viaje de Efraín (1986) y El criador de canarios (1996), y las novelas Camino del jueves rojo (1983), Paisaje con río y Baracoa de fondo (1997), Al final del trayecto (1997), La Edad de Plata (1998), El canto del zaigú (2000), El vuelo de las termitas (2003), Academia Europa (2003) y La Luna Roja (Alfaguara, 2009). En el año 2007 fue galardonado con el Premio Alfaguara de Novela por la obra Mira si yo te querré. También es autor de literatura juvenil. Cárceles imaginarias (Alfaguara, 2012) es su última novela. | número 3 [dossier]


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Mariana y Cristian I Eleonora Ghioldi [dossier]

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[dossier] Billy Ruth Edmundo Paz Soldán

Conocí a Billy Ruth el último año de mi estadía en Huntsville. Era sábado; había ido a una fiesta del grupo de animadoras de la universidad. Había intentado toda la noche que una de las animadoras me hiciera caso, pero era en vano; ellas sólo tenían ojos para los del equipo de hockey. No me había fijado en Billy Ruth, pero coincidimos en una habitación al final de la noche: los dos buscábamos nuestras chamarras. La mía era de cuero negro, muy delgada, y vi que ella se la ponía. –Disculpa. Creo que esa es la mía. –Lo siento –se la sacó de inmediato–. Es mejor que la mía. ¿De

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qué sirve venir a las fiestas si uno se va con la misma ropa con la que

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ha llegado? No sonrió, así que no supe si hablaba en serio. Pude ver su rostro muy maquillado, sus grandes ojos azules, unas pestañas tan inmensas que imaginé postizas. Su belleza era natural y sobrevivía a todos los añadidos artificiales. –No encuentro la mía –dijo al rato–. Seguro alguien se la llevó. Me ganaron de mano. –Si quieres, llévate la mía. Y me la devuelves cualquier día de la próxima semana. – ¿En serio? ¡Qué caballero! Y con ese acento, no debes ser de aquí, ¿no? –Bolivia. – ¿Libia? Queda lejos de aquí. –Bolivia, en Sudamérica. – Da lo mismo. ¿Y dónde te la devuelvo? – Trabajo todas las tardes en la biblioteca. – Gracias. Billy Ruth, por si acaso.

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[dossier] billy ruth Edmundo Paz Soldán

– Y yo Diego. – Como el Zorro. ¡Increíble! Billy Ruth me esperaba a la salida de la biblioteca una semana después, cuando yo ya me había resignado a dar por perdida mi chamarra. –Por suerte apareció también la mía. Se la había llevado Artie. Es hecho al bromista, pero en realidad es un pesado. Es un canadiense que juega en el equipo de hockey. Salí con él un tiempo y no se resigna a que todo haya acabado. No lo culpo; yo tampoco podría vivir sin mí. ¡Es una broma! Cuidado pienses que soy una alzada. Bueno, lo soy, pero no es para tanto.

A cambio de todas mis preocupaciones, me invitaba a comer a su sorority. Alfa Sigma Omega, algo por el estilo. Acepté: siempre había querido conocer por dentro una de esas casonas en la que vivían alrededor de treinta mujeres jóvenes. Subí al auto de Billy Ruth, un Camaro

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azul oloroso a hamburguesa y lleno de ropas y libros de texto. Un sostén morado llamó mi atención antes de que ella lo notara y escondiera detrás de su mochila. La sorority era una típica mansión sureña, con un porche muy amplio con una mecedora, paredes altas de madera por donde trepaban una enredadera y muebles antiguos y pesados del tiempo de la Guerra Civil. El ambiente señorial contrastaba con las fotos de las estudiantes en las paredes, despreocupadas en shorts y sandalias. Billy Ruth me hizo pasar a un salón comedor. Me presentó a algunas de las chicas que iban y venían con platos y vasos de cerveza

A mí también me en la mano. Nos sentamos en una mesa junencantaría irme to a cuatro de ellas. Antes de comenzar la a vivir a California. cena, la presidenta de la sorority dio las graSería alucinante cias a Dios por los alimentos del día. Todos adoptamos una actitud recogida, la cabeza conocer la Mansión inclinada y las manos entrelazadas. Apenas de Playboy. ¿Tú crees terminó la oración, el ruido de las conversaque Hugh Hefner se ciones se instaló sin sosiego en el salón. fije en mí? [ ] dossier

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[dossier] Edmundo Paz Soldán billy ruth

Billy Ruth me preguntó cómo había llegado a Alabama, of all places. Le conté que me habían ofrecido una beca completa para jugar soccer por la universidad. –Imposible rechazarla –me llevé a la boca un pedazo de pan de maíz–. Una beca atlética es mejor que una académica. Me pagan casa y comida; me dan un cheque para comprar mis libros. Incluso me consiguieron un trabajo de medio tiempo en la biblioteca. –Lo que es yo, no me sacaría jamás ni una beca por mis notas, y mucho menos una por deportes. Puedo jugar al ping pong, y videojuegos en Atari, pero nada más. Me dijo que estudiaba sicología y se aburría mucho. “Es la carrera equivocada para mí. Pensé que me ayudaría a entender a la gente y no entiendo ni a mi perro. ¿Y tú?” Ciencias políticas, le respondí, aunque en Huntsville me sentía fuera de mi elemento. No soportaba la mirada

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provinciana de las relaciones internacionales, las ganas que tenían mis compañeros de mandar tropas a Francia y kick some butt cada vez que el gobierno francés mostraba su desacuerdo con la política exterior norteamericana. Quería continuar mis estudios en una universidad grande, quizás Berkeley o Columbia. –A mí también me encantaría irme a vivir a California. Sería alucinante conocer la Mansión de Playboy. ¿Tú crees que Hugh Hefner se fije en mí? –No le preguntes eso todavía –terció una de nuestras compañeras de mesa–. Te tiene que ver más de cerca. –Todo a su tiempo –dijo Billy Ruth, y todas explotaron de risa. Al salir de la sorority, paramos en un Seven Eleven y ella compró un six-pack de Budweiser y beef jerky, unas tiras de carne seca que yo había visto comer a camioneros. Me dije que sólo faltaba que comprara tabaco en polvo. Luego nos detuvimos en una licorería y compramos un par de botellas de vino tinto. Hacía el calor húmedo, pegajoso, de una noche de septiembre en Alabama; el otoño había llegado, pero el verano se resistía a irse.

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[dossier] billy ruth Edmundo Paz Soldán

Nos dirigimos a las residencias universitarias. Yo vivía con tres compañeros del equipo de fútbol y uno del equipo de hockey. Tom, el que jugaba hockey, compartía la habitación conmigo. No estaba esa noche; tenía toda la habitación para mí. Me hubiera gustado que estuviera, un poco para vengarme: más de una noche me habían despertado sus gemidos guturales junto a los de la mujer de turno que había conocido en la discoteca; le gustaban las gordas y las feas, si era posible ambas cosas al mismo tiempo. Billy Ruth terminó sus latas de cerveza y luego pasó al vino. Se servía una copa y se la terminaba de un golpe. Me decía que me apurara. Era imposible seguir su ritmo, pero hice lo que pude: no podía negarme a esa mirada azul, franca e ingenua. –Soy virgen, soy virgen –gritaba ella mientras la penetraba. Se reía de todo; creo que eso fue lo que me atrapó al principio. La contemplé

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un buen rato cuando dormía: la luz de la luna que ingresaba por la ventana abierta de la habitación iluminaba su piel lechosa, la dotaba de un aura fantasmal, hecho materia a la medida de mis sueños. Eso también me atrapó. Vencidos por el cansancio y el alcohol, nos dormimos en mi exigua cama. Estábamos desnudos, habíamos apilado nuestras ropas en el piso, entremezclado mis jeans con su falda rosada. A las dos de la mañana, Billy Ruth me despertó con un leve golpe en el hombro: –Creo que voy a vomitar –dijo, y luego una arcada la venció y mi cama recibió el impacto de su descontrol. El cobertor de tocuyo que

Soy virgen, soy virgen – gritaba ella mientras la penetraba. Se reía de todo; creo que eso fue lo que me atrapó al principio.

había traído desde Bolivia fue destrozado sin misericordia. La acompañé al baño; el ruido que hicimos despertó a Kimi, el finlandés que vivía en el apartamento y con el que alguna vez había peleado un puesto en el me-

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diocampo (una lesión inclinó las co[dossier]

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[dossier] Edmundo Paz Soldán billy ruth

sas a su favor). Tuve tiempo de cubrir a Billy Ruth con una toalla. Kimi me ayudó a limpiar el piso herido por las salpicaduras. Esa noche manejé su Camaro y la dejé en la puerta de su casa. Vivía cerca del arsenal Redstone. Mientras la veía entrar, me preguntaba qué había motivado al gobierno a elegir a Hunstville como una de

Vencidos por el cansancio y el alcohol, nos dormimos en mi exigua cama. Estábamos desnudos, habíamos apilado nuestras ropas en el piso, entremezclado mis jeans con su falda rosada

las sedes centrales de la NASA, un lugar para que von Braun y otros científicos nazis desarrollaran sus investigaciones. Huntsville era una ciudad llena de científicos de física de avanzada, lo cual me había sorprendido pues no iba con la imagen preconcebida que tenía del sur. Esos físicos apurados a la hora del almuerzo eran los que habían convertido a Huntsville en

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la cuarta ciudad de los Estados Unidos en materia de consumo de comida basura per cápita. Los McDonald’s, Taco Bells y Kentucky Fried Chickens del lugar no se daban abasto para atender a la demanda. Hubo un sonido como el de un mueble que se desplomaba al piso. Quizás había sido Billy Ruth. Hubiera querido entrar a ayudarla pero al instante se encendieron todas las luces, escuché gritos de cólera y decidí irme. Comenzaron mis viajes por la temporada de fútbol. Estábamos en la segunda división de la Conferencia del Sur. El año de mi llegada habíamos salido quintos gracias en parte a que al entrenador ruso le fascinaban los jugadores extranjeros y había conseguido becas para trece, entre ingleses, árabes y latinos. Al segundo año llegó un entrenador chileno con el proyecto de hacer un equipo exclusivamente norteamericano, y la calidad de nuestro fútbol decayó con las becas. Ese tercer y último año para mí, quedábamos sólo cuatro extranjeros. Yo no jugaba mucho desde que a fines del primer año me rompiera los ligamentos de la rodilla derecha; me recuperé, pero nunca volví a mi nivel anterior.

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[dossier] billy ruth Edmundo Paz Soldán

No me importaba: el fútbol me estaba costeando los estudios. Gracias a él me había independizado de mis papás en Bolivia. Una de las cosas que más me gustaba de mi experiencia sureña eran los viajes con el equipo durante la temporada de fútbol, que duraba todo el semestre de otoño. Viajábamos a cerca de diez ciudades diferentes durante la temporada. Apoyaba mi rostro en la ventana y veía pasar los pueblos y las ciudades similares entre sí, los kilómetros de carreteras siempre asfaltadas y bien señalizadas. A la entrada de cada ciudad parábamos en uno de esos restaurantes como Denny's, con un buffet con ensaladas y mucha pasta (nuestros entrenadores estaban obsesionados con el contenido energético del tallarín). Tomé tanta Coca-cola en esos viajes, que un día mi cuerpo la rechazó por completo; no fue para bien, pues comencé a tomar algo más dulce: Doctor Pepper. Era un gusto adquirido. Mi paladar iba adquiriendo muchos otros gustos en el sur: la delicia del gumbo

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de Luisiana o del catfish de Alabama, por ejemplo. Mi oído tenía más problemas que mi paladar: había aprendido expresiones como fixing to go o you all, pero todavía me costaba entender a algunos de mis compañeros.

El primer viaje fue a Memphis. Me hubiera gustado hacer como los turistas: conocer la mansión de Elvis Presley o ir a un bar a escuchar buena música soul. Llegamos directamente al estadio de la universidad, perdimos dos a cero (ellos tenían muchos jugadores escandinavos), y admiré una vez más la riqueza de un país capaz de ofrecer becas para practicar un deporte que se jugaba con las tribunas vacías. En Memphis extrañé a Billy Ruth y me preocupé. Jonathan, un ru-

En Memphis extrañé a Billy Ruth y me preocupé. Jonathan, un rubio que venía de Atlanta, se sentó conmigo en el viaje de regreso. Conocía a Billy Ruth.

bio que venía de Atlanta, se sentó conmigo en el viaje de regreso. Conocía a Billy Ruth. –Está loca. ¿Así que te gusta? Es linda, eso no lo vamos a discutir. Pero, si yo fuera tú, me cuidaría. –De todas las mujeres hay que cui-

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darse. [dossier]

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[dossier] Edmundo Paz Soldán billy ruth

–Más de Billy Ruth. Pregúntale a medio equipo de hockey. Mientras no la tomes en serio, todo estará bien.

Nos reencontramos un jueves a las seis de la tarde. Me había citado en la puerta de una iglesia baptista.

No me quiso decir más. Al rato me puse a leer un libro de Almond sobre teoría del conflicto, y con los auriculares de mi walkman (esos días había descubierto a R.E.M.) me olvidé de mis compañeros del bus, del partido perdido que había visto desde el banquillo, de la Memphis de Elvis Presley que había llegado a conocer tan poco. No conocía el sur de las tarjetas postales, tampoco el Sur profundo que había descubierto en Mientras agonizo y Luz de agosto. Me consolaba pensando que las experiencias de un individuo jamás se parecían a las que se proyectaban en la literatura o el cine. Yo tenía mi propio Sur; patético y todo, eso era lo que contaba. El segundo viaje fue a Chattanooga, Tennessee. Llegamos a cono-

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cer una fábrica de fuegos artificiales y la destilería Jack Daniels. En esa destilería, mientras caminaba entre las barricas que servían para fermentar el alcohol, volvió a mí, con fuerza, la imagen de Billy Ruth en una de sus tantas explosiones de risa, carcajadas tan imparables que se convertían en lágrimas y terminaban haciéndole correr su rímel. Nos reencontramos un jueves a las seis de la tarde. Me había citado en la puerta de una iglesia baptista. Reconozco que no me extrañó: había tantas iglesias en Alabama que las diferentes denominaciones debían competir para atraer a los feligreses. En el jardín bien cuidado a la entrada de la congregación se podía ver un vistoso letrero de neón anunciando, como si se tratara de una estrella de rock, que ese jueves a las seis predicaría el reverendo Johnson. Billy Ruth se apellidaba Johnson. Billy Ruth llevaba un vestido floreado y zapatos blancos con medias cortas con encajes. Parecía lista para enseñar la clase de Biblia del domingo. Me dio un efusivo beso en la mejilla. Me senté junto a ella en un banco de las primeras filas. Me presentó a su mamá, una señora de pelo blanco que me dio la mano con modales de etiqueta y me hizo

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s.t. Raquel Sanz

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s.t. Raquel Sanz


[dossier] Edmundo Paz Soldán billy ruth

sentir con su mirada que era, pues, lo que era: un extranjero. Luego me presentó a su papá, ya con la toga blanca con la que oficiaría el servicio. Era alto y pude reconocer a Billy Ruth en su cara triangular y sus dientes grandes y perfectos. Me saludó moviendo apenas la cabeza, como si me hiciera un favor; luego se dio la vuelta y se dirigió a saludar a otros miembros de la congregación. Yo nunca había sentido, hasta ese entonces, el inveterado racismo sureño. Yo no era negro, pero un latino de piel algo tostada tampoco se salvaba del todo de sospechas de poseer una cualidad racial venida a menos. Se me hizo la luz: yo era tan parte de la rebeldía de Billy Ruth como sus ganas de tomar hasta perder la conciencia, o, si había de creerle a Jonathan, su comercio desaforado con los jugadores del equipo de hockey. Ya había oscurecido al salir de la iglesia. Billy Ruth me acompañó al estacionamiento después de que me despidiera de sus papás.

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– ¿A qué hora vienes por mi casa? –le pregunté. –Hoy no podré pasar. Es cumpleaños de Artie. –Pensé que habían terminado mal. –Yo también, pero me invitó. Estarán mis amigas. Apoyado contra mi desportillado Hyundai rojo, Billy Ruth metió la mano entre mis pantalones e hizo que me viniera. Me dijo que la llamara y me dio la espalda. La vi alejarse mientras se limpiaba la mano con un Kleenex amarillo. Esos días, me costó levantarme a las seis de la mañana para ir a entrenar al estadio. Cuando salía, dejaba la puerta abierta. A mi regreso, solía encontrar a Billy Ruth en mi cama. Ella pasaba por mi apartamento antes de ir a sus clases; tomaba cereales en la cocina y luego se metía en mi cuarto. No le importaba que Tom estuviera durmiendo en la cama de al lado. Cuando iba al baño, a veces se ponía uno de mis shorts azules con el logo de los Chargers de la universidad; otras, estaba con un baby-doll color salmón, o

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Se me hizo la luz: yo era tan parte de la rebeldía de Billy Ruth como sus ganas de tomar hasta perder la conciencia.


[dossier] billy ruth Edmundo Paz Soldán

salía sin ropa con la mayor naturalidad. Mis compañeros se acostumbraron a su desinhibida aparición en los pasillos del apartamento. Fuimos a jugar a Oxford, Mississippi, y llegué a ver, desde la ventana del bus, la mansión donde vivía la familia que había servido de modelo a los Sutpen en algunas novelas de Faulkner, pero me quedé con las ganas de visitar la casa del escritor. En Oxford perdimos cuatro a uno, pero al menos jugué quince minutos.

En otra estaba desnuda, rodeada de dos chicos del equipo de hockey también desnudos. Supuse que uno de ellos era Artie.

Cuando volví a Huntsville me esperaba en el buzón un sobre papel manila. Lo abrí: cayeron sobre la mesa del escritorio varias fotos de Billy Ruth. En algunas estaba con su baby-doll color salmón, abrazada a dos animadoras con los ojos extraviados y una botella de vino

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en la mano. En una, tirada sobre la cama con el cuerpo retorcido en una pose que

habría copiado de alguna revista; se agarraba los senos con las manos y los ofrecía a la cama. En otra estaba desnuda, rodeada de dos chicos del equipo de hockey también desnudos. Supuse que uno de ellos era Artie.

Billy Ruth me llamó varias veces y yo no contesté el teléfono. Una de esas mañanas se apareció por mi apartamento y me preguntó si la estaba evadiendo. Le dije que no había nada de que hablar; había visto las fotos. –Ah, eso –dijo con displicencia–. Pensé que estabas molesto por algo serio. – ¡Es que es algo serio! –grité. –Era sólo un juego. –Todo es un juego para ti; todo es broma. Tardó en darse cuenta de lo herido que estaba. Me dijo que la llamara cuando se me pasara. Ese fin de semana fui a jugar a Athens, Georgia. Una noche salí con

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Jonathan a buscar alguno de los bares donde quizás, por un golpe de [dossier]

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[dossier] Edmundo Paz Soldán billy ruth

suerte, podríamos encontrarnos con un integrante de R.E.M. No hubo rastro de R.E.M., pero en un bar conocimos a dos chicas de Atlanta y nos quedamos. La mía se llamaba Tina; era pelirroja y tenía una voz dulce. La

Una noche salí con Jonathan a buscar alguno de los bares donde quizás, por un golpe de suerte, podríamos encontrarnos con un integrante de R.E.M.

de Jonathan se llamaba Julia, y era muy flaca y poco agraciada. Tomamos mucha cerveza y mientras bailábamos yo no podía dejar de pensar en Billy Ruth. La imaginaba en mi cama con el baby-doll salmón, riéndose con estruendo de alguna broma que ella misma había contado, y luego la veía con el baby-doll salmón en la fiesta del equipo de hockey, acariciando a Artie en la puerta del baño mientras sus amigas corrían por la sala regando de ponche a todos. A las tres de la mañana Tina y Julia nos llevaron a su apartamento.

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Estábamos por llegar cuando pedí que pararan el auto; me había indispuesto. Abría la puerta cuando una arcada me estremeció; tuve tiempo de usar mi sudadera para evitar que el vómito manchara los asientos del auto. Decidieron que lo mejor era dejarme en el hotel. Jonathan llegó a las seis de la mañana con los calcetines en la mano; me dijo que había terminado pasando la noche con Tina. Lo felicité. El domingo siguiente fui al cine con Billy Ruth a ver una película de Kevin Costner. No cruzamos palabra hasta que terminó la proyección. Yo mantuve las manos en los bolsillos; hubiera querido tocarla, pero mi orgullo era más fuerte. Ella vio toda la película comiendo beef jerky. Esa noche, en su Camaro en el estacionamiento de las residencias universitarias, Billy Ruth me dijo que había vuelto con Artie. –Me alegro por ti. –Las fotos… Artie me convenció que tenía el cuerpo suficiente para salir en Playboy. Había leído que la revista pagaba bien si había fotos que le interesaban. Estaba en el cumpleaños y mis amigas me animaron a hacerlo. Tomé para armarme de valor.

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[dossier] billy ruth Edmundo Paz Soldán

–Entonces era cierto eso de que querías conocer la mansión de Hugh Hefner. –Siempre hablo en serio. El problema es que nadie me toma en serio. Soy el payaso oficial de mis amigas, de todo el mundo. – ¿Qué más pasó en esa fiesta? – ¿Y a ti qué te importa? Me lo dijo con brusquedad. Insistí. – Qué. Más. Pasó. En. Esa. Fiesta. – Por favor, sácame de aquí. Llévame a California contigo. Se puso a llorar como si fuera una niña. Se echó en mi regazo y traté de calmarla. Luego nos besamos, efusivos. Se quedó a dormir conmigo. Esa noche le pedí a Don que me dejara la habitación. Quería hacer el amor con rabia porque sabía que sería la última vez; a modo de venganza, la vería tan sólo como un cuerpo, le pe-

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diría sacarle fotos para luego mostrárselas a mis compañeros de equipo. ¿A quién quería engañar? Esa noche hubo más amor que sexo. Luego, cuando se fue, me escondí, desasosegado, bajo las sábanas de mi cama, y me preparé para aquel momento, cercano e inevitable, en que me encontraría con ella en una fiesta, y la vería, a la distancia, de la mano de Artie o de algún otro jugador del equipo de hockey, abriendo la boca inmensa como sólo ella sabía hacerlo al reírse de uno de sus propios chistes, mientras yo cavilaba la forma de acercarme a ella para recuperarla, no sé, quizás llevándome su chamarra del cuarto donde se amontonaban nuestras pertenencias.

Edmundo Paz Soldán. Nació en Cochabamba, Bolivia, en 1967. Es novelista, ensayista, crítico y cuentista. Las máscaras de la nada, Amores imperfectos, Días de papel, Alrededor de la torre, La materia del deseo, El delirio de Turing, Alcides Arguedas y la narrativa de la nación enferma y Palacio quemado son algunos de los títulos que forman parte de su producción literaria. Algunas de sus obras han sido traducidas a numerosas lenguas y ha sido merecedor de importantes reconocimientos a nivel internacional, entre los que se pueden destacar la beca otorgada por la Fundación Guggenheim, el prestigioso Premio Juan Rulfo y el Premio Nacional de Novela en Bolivia. [dossier]

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86 pĂĄginas de espia Justo Navarro

Mariana y Cristian II Eleonora Ghioldi | nĂşmero 3


[dossier] nocturno de la vía pública José Díaz Cervera

Escribir sin contar es como vivir sin vida.

Juan Gelman

Toma mi lengua Llora hacia adentro Desagua en la fatalidad estas pocas palabras

toma el filo de mis sueños para que ya no quede nada

en mí Descansa Jueves 14 de octubre: “Alegres compadres fueron enviados a prisión tras protagonizar bochornoso espectáculo en la vía pública...

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Háblame porque oriné mi sed. Vendámosle al espejo el dulce pie de atleta que comimos en nuestra Primera Comunión. Siempre es un buen día para entrar con el riñón izquierdo en cualquier jugo. No podría encontrarte en las esquinas de la luz enferma Derrama una cerveza en las jaulas de mi piel. Una cerveza las jaurías. “... al estar besándose y acariciándose en forma obscena con los pantalones a las rodillas.

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[dossier]

josé díaz cervera nocturno de la vía pública

Arde la muerte en las esquinas donde me esperas… Quisiera despertar para seguirme desangrando donde me olvidas… Para seguirme desangrando “Los vecinos llamaron a la policía y las esposas y comadres que no alcanzaban a comprender lo que pasó denunciaron los hechos. donde me llagas…

88 poesía

Porque somos olvido, bajo nuestros cráneos se incendian las medusas. Debajo de los huesos se abre la prosa como un perro que florece. Un instante de amor germina en las arrugas de la tierra.

“En un momento dado las comadres iniciaron una discusión por el ahijado y porque según una de ellas el compadre le echaba los perros. Nos apestan los ojos Sólo nos apesta la oscuridad

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[dossier] nocturno de la vía pública josé díaz cervera

He masticado algunas nubes. El sol se ha lamentado en mi carne. Si lo deseo, pongo mi casa en un escroto o en la incertidumbre. “Los compadres salieron a las puertas del predio, donde se pusieron a orinar y en un momento dado comenzaron a besarse en la boca y en el cuello, y uno de ellos se puso detrás del otro...”*

La oscura transparencia de un relámpago de polvo. Mañana será sábado en las uñas; la llovizna se alejará solemnemente. Otro instante de sal

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crecerá entre la prosa de las grietas. Yo, el viejo Tiresias, estaré ahí para escuchar cómo cruje la arena en las fiebres de un espejo. ____________ *Se transcriben párrafos de una nota publicada en la sección de policía de un periódico. Se respeta la sintaxis del redactor.

José Díaz Cervera (Valladolid, México, 1958) Catedrático universitario especialista en la obra de Rubén Darío; poeta reposado en su creación y violento en su expresión; ensayista lúcido y periodista corrosivo y ameno. Ha publicado un libro de ensayos, Elocuencias del delirio, y cuatro de poesía, el último de los cuales, titulado La piel, obtuvo el Premio Nacional de poesía Efraín Huerta en el año 2008. [dossier]

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[dossier] sólo me dices que me quieres cuando estás borracho Santiago Roncagliolo

Anoche (hora peruana) volvió a llamar Flavio. Aquí eran las siete a.m. del domingo, pero no me molestó. Como siempre que llama, Flavio estaba borracho y pasado de cocaína. Tampoco eso me importó, porque lo echo de menos. A Flavio lo conocí en Madrid. En realidad, él me conoció en Madrid. Yo ya lo había visto en muchas de las innumerables telenovelas peruanas en que hacía de galán o de villano desalmado, con sus trajes bien planchados y su porte de machote. Alguna de esas telenovelas hasta la había escrito yo, pero nunca nos habíamos encontrado en las grabaciones. A su llegada a España, Flavio se puso en contacto conmigo. Ami-

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gos comunes le habían dado mi número. Me dijo por teléfono que quería preparar una carpeta de proyectos, venderle alguno a una productora y hacernos ricos. Eso significaba que yo debía escribir esos proyectos porque el guionista era yo. Él se limitaría a aparecer en ellos porque era el guapo. Nos citamos a tomar un café. No lo reconocí cuando llegué al café. Estaba más gordo que en las telenovelas y se había dejado barba y pelo largo. Cuando finalmente me di cuenta de que era él, tuvimos una conversación de cinco horas. Me dijo que estaba harto de ser galán, que quería ser productor. Que la televisión española era una porquería y que podíamos preparar un proyecto mejor que cualquiera de sus programas. No debíamos pensar sólo en ficción, sino en reality shows como el de Laura Bozzo, programas cómicos, incluso una serie de dibujos animados en clave de humor negro, más o menos como Los Simpsons, pero con inmigrantes. Estuve de acuerdo y empezamos a trabajar juntos. Trabajábamos en su casa. Flavio vivía en un estudio que antes había pertenecido a un pintor que acababa de morir. Dice Flavio que al llegar sintió el olor del cadáver, y hasta encontró en un cenicero una chi-

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[dossier] sólo me dices que me quieres cuando estás borracho Santiago Roncagliolo

charrita de marihuana que debía haber sido del muerto. Quizá por eso, el sitio era barato. O quizá era barato porque el edificio estaba lleno de inmigrantes. Algunos ecuatorianos y una chica colombiana reconocieron a Flavio y lo invitaron a fiestas llenas de sudamericanos que se esforzaban por decir “¿Qué pasa, tío?” y otras muestras de integración lingüística. A Flavio le parecían unos cholos de mierda, especialmente los que se esmeraban por distinguir la c y la s, sin acertar jamás. Durante tres meses, trabajamos juntos e ignoramos a sus vecinos mientras yo dilapidaba mis ahorros en Madrid. Pronto empezamos a sospechar que ninguna productora nos iba a comprar nada, ni siquiera nuestro programa escandaloso sobre parejas que se golpean ante las cámaras y familias que se desintegran frente a los ojos del

Cuando empezamos a cansarnos de fracasar, dedicamos nuestras jornadas de trabajo exclusivamente a beber y fumar porros en su destartalado estudio hasta la madrugada.

espectador. Yo me estaba quedan-

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do sin dinero, y empecé a trabajar cuidando a un anciano al que había que bañar y limpiar cuando se cagaba. Flavio tenía ahorros para mucho tiempo más, porque los galanes ganan muy bien. Cuando empezamos a cansarnos de fracasar, dedicamos nuestras jornadas de trabajo exclusivamente a beber y fumar porros en su destartalado estudio hasta la madrugada.

Una noche, una española de unos sesenta años salió del apartamento de al lado y se asomó a la única ventana de Flavio, que daba al patio central. Flavio y yo teníamos los ojos hinchados y la mesa llena de botellas. – Hola, vengo a deciros que formo parte de una asociación que ayuda a inmigrantes menesterosos. Si no tenéis dinero, la asociación

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os puede conseguir un sillón o una mesa, para amueblar vuestra casa. [dossier]

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Flavio y yo cruzamos miradas. Yo estaba sentado en el único sillón. Él estaba en el suelo. La mujer continuó: – Y por cierto, también colaboro con una asociación para la rehabilitación de toxicómanos. Porque eso que huele no es tabaco, ¿eh? Esa fue la primera humillación

Por entonces, una revista para inmigrantes nos propuso escribir los guiones de una historieta para su página final.

que Flavio tuvo que soportar. A mí no me pareció tan grave, porque estaba acostumbrado a bañar al anciano. Pero a él le dolió. Decidió mudarse. Pasó tres semanas buscando un apartamento nuevo en las revistas de segunda mano y los avisos clasificados. Cuando los propietarios le contestaban el teléfono y oían su acento peruano, le decían que ya estaba alquilado. Uno de ellos le pre-

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guntó si era negro. No es que importe, acotó. Finalmente, un propietario le permitió ver un estudio. Fuimos a verlo juntos. Es abuhardillado, dijo el propietario, muy mono. El lugar era más bien mico. No medía ni quince metros cuadrados y la inclinación del techo sólo permitía estar de pie en un punto, bajo la ventana, con la cabeza fuera del apartamento. Flavio dijo que era el lugar perfecto para fumar un cigarro en invierno. Lo tomó porque ya no soportaba más el acoso de la señora caritativa. Por entonces, una revista para inmigrantes nos propuso escribir los guiones de una historieta para su página final. Nos asignaron un dibujante y nos dieron total libertad creativa. Preparamos unas viñetas inspiradas en una noticia que venía en el periódico sobre Boris Becker. Una chica lo había denunciado por paternidad, pero él había negado que se hubiese acostado con ella. Recién cuando el ADN dio positivo, Becker tuvo que admitir que habían tenido una breve sesión de sexo oral al paso, pero ella luego había escupido el resultado en una probeta y se había hecho inseminar.

Nosotros cambiamos a Becker por el príncipe y a la chica por una sudamericana que quería papeles. Era la época en que el príncipe esta| número 3 [dossier]


[dossier] sólo me dices que me quieres cuando estás borracho Santiago Roncagliolo

ba enamorado de una modelo sueca y las señoras monárquicas de España estaban consternadas. Pensaban que, si Felipe se casaba con ella, no tardarían en aparecer los reportajes tipo: “Yo me acosté con la reina de España”, o “las fotos de la reina de España en top less”. A nosotros no nos gustaba la familia real, porque el rey había nacido en Roma y la reina en Grecia, pero a ellos nadie les pedía papeles ni los ponía a cuidar ancianos. La idea de la historieta nos pareció muy graciosa, pero nunca nos volvieron a llamar de la revista. Pasado un tiempo, la compramos y vimos que ya tenía una historieta, que nuestro dibujante firmaba con guiones de otro par de infelices como nosotros. De vez en cuando, Flavio y yo compartíamos una terrible nostalgia cocainómana. Nos trepábamos por las paredes y aspirábamos el yeso de los techos. Luego corríamos al Retiro a comprarles porros a los nigerianos, pero no era lo mismo que estar en casa. La cocaína costaba en

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Madrid veinte veces más que en Perú. Solíamos fantasear con conseguir a un amigo que se tragase un par de condones llenos de coca y los trajese a España. Ahí sí que nos habríamos hecho ricos. O por lo menos nos habríamos matado de un infarto. – ¿Qué es lo primero que vas a hacer cuando volvamos al Perú ricos y famosos? – Voy a hacer una raya con mi nombre del tamaño de una mesa de billar y voy a invitar a todos mis amigos a que se la jalen. Acabábamos nuestras borracheras con los dientes negros de vino y porros. Yo regresaba a mi casa haciendo eses por la calle. Flavio se

De vez en cuando, Flavio y yo compartíamos una terrible nostalgia cocainómana. Nos trepábamos por las paredes y aspirábamos el yeso de los techos.

quedaba a vomitar de rodillas en su baño. Las paredes de su nuevo edificio eran muy delgadas, y a menudo los vecinos golpeaban el muro para pedirle que dejase de hacer ruido. Entonces él les gritaba: – ¡Déjenme en paz, carajo, soy

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una estrella! [dossier]

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Lo era de verdad. Asistía a todos los castings de Madrid y sorprendía a todos los directores con su rapidez para memorizar los textos, su capacidad de improvisación y su presencia escénica. Pero no había papeles para gente con acento extranjero. O si los había, era para gente que se viese racialmente extranjera. Flavio era demasiado blanco para ser exótico y demasiado peruano para ser natural. A veces aparecían por Madrid otras estrellas. Ronnie San Martín vino una vez a la gala de los premios Goya, porque había aparecido en una película de Lombardi que estaba nominada a mejor película extranjera. Una noche fui a tomar una cerveza con Flavio y él. Yo pensaba que po-

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dríamos pensar en proyectos juntos y con Perú, coproducciones, telenovelas, quizá hasta series. Resultó que

A Flavio también le habían ofrecido actuar en esa telenovela, pero se había negado porque estaba viniendo a triunfar en España, así que ninguna de esas chicas se le acercó.

Ronnie era un perfecto imbécil descerebrado que se pasó la mitad de la noche contándonos a cuántas mujeres se había tirado desde que era una estrella. El resto del tiempo lo dedicó a hacerle ojitos a una gorda de la mesa de al lado. Cuando salimos del bar, varias chicas se nos acercaron para pedirle autógrafos a Ronnie. Los conocían por una telenovela peruana que estaban transmitiendo por las mañanas. A Flavio también le habían ofrecido actuar en esa telenovela, pero se había negado porque estaba viniendo a triunfar en España, así que ninguna de esas chicas se le acercó. Cuando las fans lo dejaron en paz, felicité a Ronnie por su éxito. Le pregunté qué planes inmediatos tenía. Él quería hacer contactos a ver si se quedaba a vivir en España. Le recordé que en el Perú su carrera era meteórica y ganaba mucho dinero. – Sí pues, pero ese país es una mierda –respondió. Dijo que el Perú mata las ilusiones. | número 3 [dossier]

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Mariana y Crisyian III Eleonora Ghioldi

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Luego añadió riendo que algún día los tres podríamos ser como Bryce, Ribeyro y Vargas Llosa, que vinieron y triunfaron en Europa y eran amigos. – Calla, pituco conchatumadre –quise responderle, pero me contuve. Ronnie se alojaba en un hotel de cinco estrellas en el centro. Flavio y yo regresamos a nuestras casas en metro. A la mitad del trayecto, y sin venir a cuento, recordamos los matrimonios baratos que se organizan en los McDonald’s y los Burger Kings. Decenas de personas con trajes baratos manchándose las camisas celestes con grasa de carne de rata. No pudimos contener la risa. Mientras nos carcajeábamos, una señora borracha se nos acercó y empezó a gritarnos que no debíamos burlarnos de los españoles, que veníamos a su país a comer porque nuestros países eran una basura,

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que si queríamos comer, ella nos podía tirar sus sobras. En el metro nadie dijo nada mientras ella nos gritaba. No sabíamos qué hacer. Ni siquiera nos dejó explicarle que nos estábamos riendo de los peruanos. Ella siguió gritándonos, sobre todo a Flavio. Le dijo que sólo podía vestirse porque su ropa se la regalaba Cáritas. Y Flavio llevaba una chaqueta de cuero con forro interior de gamuza, una bufanda de lana cardada y un pantalón fuxia que costaba más que mi sueldo de Lima. Eso fue lo que más le dolió, creo. Después de muchos gritos más, un turista argentino –porque siempre hay un argentino– se acercó y le dijo a la señora que en su país al menos había muy buenos psiquiatras. Pero nosotros no dijimos nada. Sólo cuando bajamos del metro, Flavio me dijo: – ¿Sabes cuál es el problema de este país? Que cuando una vieja viene a decirte estas cojudeces, no le puedes responder: “Calla, chola de mierda”. Al salir de la estación, nos quedamos un rato sentados en la escalera. No fuimos a un bar. Flavio dijo que quería volver a casa sin vomitar, por los vecinos, para no tener que recordarles que era una estrella. Dijo que odiaba a los españoles, sus gritos, sus impertinencias, lo tos-

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[dossier] sólo me dices que me quieres cuando estás borracho Santiago Roncagliolo

cos que eran. A mí, la verdad, los españoles me caen bien en general. Flavio continuó: – ¿Sabes cuánto ganaba yo en el Perú? 4,500 dólares al mes. 4,500. ¿Sabes cuánto gano acá? Nada, cero. Ni un centavo. – Ya. – Y tenía un departamento con ascensor en el estacionamiento. Había un ascensor para mi carro. También tenía carro. Y ventanas. Y coca. – Claro. – Deberíamos irnos allá, hacer una telenovela, forrarnos de plata. ¿Por qué te quieres quedar acá? – No sé. No me gusta Lima. ¿Y tú? – Yo no quiero.

Dijo que odiaba a los españoles, sus gritos, sus impertinencias, lo toscos que eran. A mí, la verdad, los españoles me caen bien en general

Dejamos pasar un rato en silen-

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cio hasta que cerraron la estación. La noche llena de nubes gordas y espesas parecía un cerebro negro. – Soy gay –dijo Flavio de repente. Luego cada uno se fue a su casa. Al día siguiente, mientras veíamos por televisión la premiación de los Goya, un periodista se acercó a

preguntarle a Ronnie San Martín si le gustaba España. Ronnie respondió sonriente que le encantaba y que estaba fascinado por la recepción que había tenido su último film. Film, dijo el huevón. – Calla, pituco conchatumadre –le respondió Flavio al televisor. Empezamos a pensar en regresar. Planeamos un programa de radio informativo y humorístico, una telenovela, una serie policial para ofrecer en Lima. Hasta le pusimos nombre a nuestra productora: “Co-

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codrilo producciones”. [dossier]

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Con el trabajo del anciano, llegué a ahorrar suficiente para viajar a Portugal. Flavio también quería hacer el viaje. Sería una despedida gloriosa de Europa. Iríamos en tren. Sesenta euros ida y vuelta sentados. Flavio dijo: – ¿Nos vamos a Portugal o nos compramos un gramo de rica coquita deliciosa? Decidimos comprar un gramo. Por esos días, llegó Marta, una amiga de Lima que estaba viviendo en París. Se había enamorado de un francés que la golpeaba pero sólo vivió con él hasta que expiró su visa. Ahora pasaba por Madrid de regreso a Lima. Se quedó a dormir conmigo unos días. Dormíamos juntos aunque no teníamos sexo, sólo queríamos dormir con alguien. Alguien conocido.

La noche del gramo, Marta también colaboró. Gramo y medio. Salimos por la noche. Conocí a un periodista gay y a un director de cine.

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Me encontré con amigos. Estaba feliz. En un momento de la noche fui al baño. En las escaleras vi a Marta besándose con Flavio. No quise interrumpirlos. Salí del bar y me perdí. Volví a encontrar a Marta a las cinco de la mañana en la calle. Subimos a un taxi y volvimos a la casa. Ella dijo: – ¿Por qué no vamos a la casa de Flavio? Le dije que yo no quería ir. – ¡Yo sí quiero! Le dije que Flavio vivía por el metro San Bernardo en una calle que se llamaba Colmenares u Olivares o algo así. Creo que en el 5. Creo que en el 3-B. Mientras ella seguía de largo, yo me fui a dormir. No recordaba nada de eso al día siguiente, a la una de la tarde, cuando desperté con ella a mi lado y la acompañé al aeropuerto. Al día siguiente, Flavio me hizo oír el contestador de su móvil. Tenía diecisiete mensajes de Marta desde las seis hasta las once de la mañana diciéndole que estaba en San Bernardo y preguntándole dónde carajo vivía.

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El productor quería que escribiese telenovelas. Creía que sólo las mujeres, los gays y los sudamericanos podíamos escribirlas bien.


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– Vámonos de este país –dijo Flavio. Ese día, escribí a mis amigos diciéndoles que pensaba volver. Pensé que se alegrarían. Sólo me enviaron de vuelta correos que decían: “¡Nooooo! ¿Estás loco? ¡No vuelvas nunca! Esto es una mierda…”. Me contaron todas las cosas horrorosas que pasaban en Lima. Básicamente, las mismas por las que me fui de Lima. Pero todos eran socios de estudios importantes, guionistas de transnacionales, gerentes de empresas, famosos, vivían en barrios caros. No sabía bien qué hacer. Inesperadamente, en esos días me llamaron de una productora donde había dejado mi currículum meses antes. El productor quería que escribiese telenovelas. Creía que sólo las mujeres, los gays y los sudamericanos podíamos escribirlas bien. Hice una prueba y les gustó. Estaba feliz cuando volví a ver a Flavio. Él, no tanto.

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– Ahora tú tendrás trabajo –dijo–. ¿Y yo qué voy a hacer? – Si entro yo, quizá pueda meterte a ti luego. Flavio encendió un cigarro. Las tuberías de su casa sonaron. Siempre sonaban. – Ya tengo treinta y cuatro años –dijo–. No puedo quedarme aquí para siempre, esperando. Cambiamos de tema, pero dos días después me anunció que se iba. Esa misma noche. Y cumplió. Trabajé para la productora dos meses, adaptando guiones mojigatos de Televisa. El productor quería que los personajes fumasen, dijesen groserías y tuviesen sexo, cosas que no hacían en los libretos originales de los años ochenta. Adapté –casi reescribí– tres proyectos y luego dejaron de llamarme. Para cobrar el trabajo, tuve que esperar un año hasta conseguir mis papeles. Durante ese tiempo, volví a cuidar ancianos, el ramo en que ya tenía experiencia. También paseé perros. Durante las noches que pasaba en vela con un viejo, vi por la te-

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levisión una serie española de dibujos animados como Los Simpson. Y [dossier]

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[dossier] Santiago Roncagliolo sólo me dices que me quieres cuando estás borracho

un reality show con el formato de Laura Bozzo, sólo que mal hecho: a los actores se les notaba que eran actores mientras se golpeaban frente a las cámaras. Incluso apareció una telenovela original española como la que Flavio y yo debíamos haber producido. Le escribí varios correos para contárselo, pero nunca contestó. Después de meses, volví a ver a mi amigo en una telenovela peruana que pasaban por las mañanas en Madrid. Tenía un papel secundario, pero lo hacía muy bien, como siempre. Otros amigos me fueron contando que Flavio participaba en un montaje de Hamlet, que iba a producir una telenovela y que tenía posibilidades de protagonizar una película. Volví a escribirle al saberlo, pero tampoco contestó. Un día de abril llamó por teléfono. En Madrid eran las seis de la mañana. Dijo: – ¿Cómo estás? ¿Cuándo vienes?

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– Estoy bien. Y tú estás ebrio y hasta las orejas de coca. Jálate una por mí. – ¿Cómo estás? ¿Cuándo vienes? Seguí contándole cosas, pero me di cuenta de que no estaba en estado de entender ni responder nada. Sólo podía repetir las dos preguntas hasta colgar el teléfono sin despedirse. En los últimos ocho meses ha llamado dos veces más –anoche fue la última– y no hemos avanzado mucho en la comunicación. Siempre cuelga sin decir adiós y sin contarme nada. De todos modos, me alegra que llame.

Santiago Roncagliolo (Lima, 1975) Ha vivido en México, Perú y España. Sus libros han vendido más de cien mil ejemplares y se traducen a más de diez idiomas. Su novela Abril Rojo (2006) lo convirtió en el ganador más joven del Premio Alfaguara de Novela. Pudor (2004) fue llevada al cine. Además ha escrito la novela El príncipe de los caimanes, el volumen de cuentos Crecer es un oficio triste, el reportaje La cuarta espada, guiones de cine y televisión, traducciones literarias y libros para niños. Colabora con la cadena de radio RNE, el diario El País y otros medios en América Latina y Europa. Su último libro fue Tan cerca de la vida (2010). En la actualidad, reside en Barcelona. | número 3 [dossier]


s.t. Raquel Sanz

Mariana y Cristian IV Eleonora Ghioldi

Mariana y Cristian V Eleonora Ghioldi nĂşmero

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[dossier] pertenencias

tim keppel

traducción por Sol Colmenares

Voy caminando por la calle Spring Garden y veo un viejo camión destartalado parqueado frente a un bar. En uno de los costados del camión pintadas en letras disparejas se leen las palabras TRASTEOS MIRANDA. Una alta pila de muebles está amarrada precariamente. Me detengo y entro. La última vez que vi a Willie Miranda fue hace dos años. Su brazo carnoso se asomaba por la ventanilla, mientras metía ese camión en reversa a nuestro antejardín. Joaquín, su flacuchento primo, gritaba instrucciones en español y movía los brazos como quien intenta hacer aterrizar un avión.

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—Los del trasteo están aquí —le dije a Susanne. No levantó la mirada. Estaba demasiado ocupada empacando todas mis pertenencias en cajas. Willie y Joaquín me cayeron bien de entrada. Intenté hablarles en mi pobre español y creo que les agradé. Pero no tenía mucho qué decir. Parecía que sabían como eran las cosas. Willie tenía una gran barriga y brazos gruesos como muslos. Joaquín era hiperactivo como un colibrí. No les tomó mucho tiempo sacar mi escritorio, mi silla y unas cuantas cajas. Luego entraron por el étagère. Aprendí la palabra “étagère” de Susanne. Es un mueble con estantes que cubre una pared por entero y sostiene tu televisor, tus fotos y tus recuerdos. Allí estaba por ejemplo el reloj de arena que le regalé para nuestro aniversario. —Un momentico —le dijo Susanne a Willie—. Eso se queda aquí. Willie me miró. Encontramos el étagère durante nuestro primer año junto a un lado del camino cerca de Best Products. Susanne preguntó si podíamos quedarnos con él y le dijeron claro, si puede moverlo. De alguna forma

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[dossier] pertenencias tim keppel

logramos llevarlo, arrastrarlo y empujarlo cinco cuadras. Susanne es delgada y delicada, pero mucho mas fuerte de lo que parece. Yo soy un poco más débil. Cada tanto nos caíamos, riéndonos, encima de las pilas de hojas de los arces de azúcar que se alineaban en la acera. Olían a almizcle. Era un bello día de otoño. Empujamos y tiramos del étagère durante lo que parecieron horas hasta que finalmente logramos atravesar el umbral de nuestra casa. Lo recostamos contra la pared como si fuera un trofeo y colapsamos en el piso, jadeando y cubiertos de hojas. “Te ves sexy cuando sudas”, me dijo Susanne. Fue nuestro primer mueble. —Ese no te lo llevas —me dijo Susanne. Willie y Joaquín nos miraban. —¿Por qué no? —pregunté. Me miró. Yo la mire a ella.

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Tenía esa cierta mirada en sus ojos. Esa mirada. —¿Nos disculpa? —le dijo Susanne a Willie—. Hay cerveza en la nevera y media pizza de anchoas. —Luego me condujo escaleras arriba. Sobre la mesa quedaban la caja vacía de pizza y la cerveza. Joaquín estaba dormido en la silla con la boca abierta. Willie estaba encorvado frente al televisor viendo lucha libre. —El cachivache se queda con ella— dije. Willie se encogió de hombros como para decir que tenía una opi-

Willie y Joaquín me cayeron bien de entrada. Intenté hablarles en mi pobre español y creo que les agradé. Pero no tenía mucho qué decir.

nión que no iba a darnos. Obviamente le pague a Willie por el tiempo que estuvimos arriba. Cincuenta palos la hora así que me costo setenta y cinco en total. Valió la pena cada centavo. Ahora veo a Willie alinear un

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tiro, su barriga derramándose sobre [dossier]

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la mesa de billar. Sus músculos se estremecen cuando le aplica tiza al taco y desliza unos cuantos movimientos previos a través de un dedo

Willie se enteró de que se fue con otro tipo. Quería matarla. En lugar de eso, fue a su apartamento y se lo desocupó.

enroscado. Luego ladea la cabeza y mira de una forma que parece amenazante pero en realidad es una suerte de compensación por su ojo de vidrio. Es algo que difícilmente se nota, su ojo malo. De hecho uno se queda medio convencido de que ha encontrado una manera de ver a través de él. Siento que alguien me codea y ahí esta Joaquín, haciendo destellar sus dientes. Empieza a parlotear en español agitadamente. Tengo que pedirle varias veces que repita lo que dice. Escucho la palabra cárcel. Finalmente entiendo el mensaje: Willie está bajo libertad condicional y será encerrado de nuevo si no regresa los muebles.

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—¿Los muebles que están en el camión? —pregunto—. Son robados? —Más o menos. —dice Joaquín. —¿De quién son? —pregunto. Joaquín explica. Pertenecen a una mujer de la que Willie está enamorado. La semana pasada viajó a Nueva York. Willie se enteró de que se fue con otro tipo. Quería matarla. En lugar de eso, fue a su apartamento y se lo desocupó. Toda la semana ha estado andando con sus cosas en el camión. La mujer regresa hoy. Joaquín ha intentado convencerlo de regresar los muebles antes de que ella llame a la policía. Pero Willie no quiere escuchar. Joaquín me pide que hable con él. Miro el camión afuera. Ha empezado a lloviznar. Willie clava la bola ocho, coge un billete de veinte de la mesa y vacía su cerveza. Luego me ve. Una sonrisa se abre en su rostro y me coge del cuello como si me fuera a ahorcar. —¡Amigo! —me dice. Su español me resulta aún más impenetrable que el de Joaquín. Lo que si logro entender es una referencia a anchoas y, a juzgar por como estira los brazos, a un mueble grande.

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[dossier] pertenencias tim keppel

Siento el codo de Joaquín en mis costillas pero no tengo corazón para hablar. Willie empieza una nueva partida y Joaquín y yo lo vemos vencer a un rival tras otro. Retrocede y hace chasquear la bolas brutalmente. Luego hace que la bola bese la banda y entre tan perezosa como el bostezo de un gato. Cada tanto Joaquín mira hacia la puerta y me lanza una mirada de preocupación. Pero no hay manera de parar a Willie ahora. Por el momento, la mesa es toda suya. Afuera su camión permanece parqueado en el borde de la acera, bajo la lluvia. El tocador esta empapado. El espejo se ha soltado y descuelga hacia un lado. Uno de los cajones está abierto y deja ver un vestido. Es un vestido de fiesta de color amarillo, mojado y arruinado. Sin embargo, no deja de tener un dejo de festividad. Es un tono de amarillo que me pone a pensar en las hojas de arce de azúcar en el otoño.

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Tim Keppel. Sus trabajos han aparecido en Glimmer Train, The Literary Review, Mid-American Review, Prism International, El Malpensante y otras revistas. Su novela, Cuestión de familia y su colección de cuentos Alerta de terremoto fueron publicados por Alfaguara. Keppel enseña literatura en la Universidad del Valle en Cali, Colombia. Sol Colmenares. (Ocaña, 1976) Profesora de la Universidad del Valle. Escritora, editora, traductora. Dirige actualmente el proyecto editorial Ficción en el marco del cual se han publicado dos revistas: Bahía Ficción y Juana Ficción. [dossier]

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106 pĂĄginas de espia Justo Navarro

Mariana y Cristian VI Eleonora Ghioldi | nĂşmero 3


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árboles

Marco Antonio Campos *

108 aforismos

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omos sombras de tiempo y al pensar en nosotros y los otros — ayer, hoy— somos sombras en movimiento. El pasado es un montón o amontonamiento de escasas imágenes, que interrogadas, apenas explican una vida. En la madurez caminamos sobre las sombras de nuestros propios sueños. El presente nos niega al disolverse.

Marco Antonio Campos. Es poeta, narrador, ensayista y traductor. Ha publicado los libros de poesía Muertos y disfraces, Una seña en la sepultura Monólogos, La ceniza en la frente, Los adioses del forastero y Viernes en Jerusalén. Ha obtenido los premios mexicanos Xavier Villaurrutia y Nezahualcóyotl, y en España el Premio Casa de América por su libro Viernes en Jerusalén. En 2004 se le distinguió con la Medalla Presidencial Centenario de Pablo Neruda otorgada por el gobierno de Chile. | número 3 [corototeca]


Nuestra caída no tiene fin, a veces es lenta, lentísima, y otras es una precipitación acelerada. No termina en la vida, acaso tampoco en la muerte. Las enfermedades son disfraces sibilinos de la muerte. Un hombre que ha conocido la felicidad en la tierra ¿de qué puede ser salvado? ¿o para qué se le salva? En las relaciones amorosas se busca al principio la reciprocidad y uno de los dos acaba siendo la víctima. Lo que suele ser frívolo en una mujer de mundo, es vulgar y aún escandaloso en una mujer de pueblo. Una muchacha hermosa entristece una casa pobre, porque no se corresponden una a otra. Los lenguajes de la amistad son mucho menos complejos y profundos que los del amor, pero más duraderos.

109 árboles Marco Antonio Campos

Un acto repugnante que nos avergüenza, cuando por debilidad o urbanidad elogiamos o adulamos a una persona despreciable. Un puerto sin barca relata los viajes imposibles. Cuando se van los pájaros las hojas de los árboles sólo hablan de ellos. Entre un pensamiento y otro sólo existe un largo corredor oscuro. » [corototeca]

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oesía [a puro verso]

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el palacio de justicia (1) Felipe Martínez Pinzón*

112 a puro verso

A Carlos Cortés Castillo (6 de noviembre de 1985)

Me cuenta mi padre que a las siete de la noche volvía del trabajo en un [Renault 4, con un amigo, bordeando la cordillera de [Los Andes. En la oscuridad oían por el radio, también [secuestrado, de la toma, los guerrilleros, los rehenes, [los tanques, en tanto el humo del Palacio subía hasta [empañarles los vidrios. Orillaron el carro atigrado por las llamas, [apagaron el radio, y al borde de la cordillera, en corbata, se bajaron. Tomándose la cabeza vieron (y el verbo se me [nubla), abajo, en la falda oscura de la montaña, el Palacio de Justicia en llamas, alumbrando [único,

Felipe Martínez Pinzón. (Bogotá, Colombia, 1980) Estudiante del doctorado en literatura latinoamericana en la Universidad de Nueva York. Sus poemas han aparecido en revistas como Noventaynueve, Revista de la Biblioteca de México, Imanhattan, entre otras, y en antologías de México, Uruguay y Colombia. Ha publicado dos libros de poemas: Sólo queda gritar (2006) y, en colaboración con la artista venezolana Claudia Blanco, La vida a quemarropa (2009). | número 3 [poesía]


como un pozo de lava, el resto de la ciudad [guardada, iluminada por los televisores, adentro de las [casas. Con el rostro de ignorancia prendido, adivinaron lo que el fuego ocultaba, las voces que adentro [gritaban o callaban, los cuerpos que corrían y se agachaban, los mil soldados tragando ceniza, [sus rifles temblando, empujados a las llamas para encontrar ahí el oscuro regalo de una muerte impúber; oyeron también las proclamas asfixiadas, [los insultos, los escupitajos sobre los cadáveres humeantes, la espesa saliva de la locura correr por los [teléfonos.

113 el palacio de justicia (1) Felipe Martínez Pinzón

Sin embargo, poco puede prepararnos el oído para el odio, el momento donde la memoria se [incendia y se hace estática, inaudible, como una fogata [detenida. Mi padre y su amigo se volvieron silenciosos al [carro. Arrancaron, sintiéndolo bajo sus pies hacerse [semilla que un río revuelca por la noche. Se llevaron para siempre el calor del incendio en [sus caras.

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reflexiones en el río Grijalva

Ernesto Cardenal*

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Inmenso inmenso creo que como el Cañón del Colorado pero entre dos selvas dos hondísimas o altísimas selvas abajo el río verde ser penteando como la ser piente de plumas de quetzal famoso cañón que al poeta Pellicer no le gustó No me gusta dijo ¿Pero cómo que no? Porque no está en Tabasco dijo y es que el río pasa por Tabasco su Tabasco después de Chiapas pero el cañón está en Chiapas y no en Tabasco casi perpendicular la selva a los dos lados del río miras en el mirador la lanchita como desde un avión y en la lancha entre las nubes el mirador Ernesto Cardenal (Granada, Nicaragua, 1925). Poeta, revolucionario y sacerdote católico. Fue secretario de cultura durante el primer gobierno Sandinista. Ganador del Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana de este año y del Premio Pablo Neruda en 2009. Participó en el derrocamiento del general Anastasio Somoza y fungió como secretario de cultura durante el primer gobierno Sandinista. Su obra poética está vinculada a la denuncia del sufrimiento y explotación de los pueblos pobres. Entre sus libros destacan Epigramas, Salmos, Oración por Marilyn Monroe, Telescopio en la noche oscura, Cántico cósmico y el más reciente: Este mundo y otros ensayos. Reflexiones en el río grijalva, el poema cedido gentilmente por el autor a nuestra revista, es inédito.

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como que se te viene encima la visión desde lo alto con tal vegetación tan diferente de la de abajo con igual vegetación aquí es donde una tribu entera a vista de los Conquistadores estupefactos es la leyenda se arrojó al abismo y ahora es mirador el mejor panorama del mundo dice la guía turística a la entrada del cañón hay restos de un centro ceremonial chiapaneco Aquí es el hábitat del quetzal y de los zapatistas del jaguar simbólico y la garza de cuello interrogante también del tucán el hocofaisán con cara de caricatura de ave pueden observarse ejemplares de monos y [caimanes el mono araña al que divierten los curiosos hábitos de la especie humana venados cola-blanca nerviosos se te acercan y otras especies neotropicales del parque ecoturístico con miradores y lugares de picnic souvenires y postales en el snack bar la formación geológica es de hace al menos 12 millones de años toca la roca tiene esos años y la textura dura y tierna de la Ceiba respiro el viento de los 4 puntos cardinales

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que convergen en este sitio miro los pelícanos como en maniobras de escuadrones militares y está el misterioso árbol de la lluvia que aunque no llueva moja si pasas por [debajo debajo de los abismales acantilados corren los rápidos y raudales adonde se arrojaron los indios de Chiapas

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Pues bien Fuimos por ese río recorrido turístico entre las dos selvas verticales de superabundante vegetación tropical selva baja caducifolia y selva perennifolia los estratos sedimentarios con cuevas y cascadas el cielo reflejado inmóvil en el agua fugaz que fluye hacia Tabasco y el Golfo de México vidrio líquido o plástico transparente pero salpica en los asientos de adelante cielo retratado y altas selvas verticales retratadas pero de pronto en un recodo del río un remanso de agua paralizada alfombra fétida


de detergentes coca-cola ketchup shampoos [kellog chile Tabasco frascos bolsas plásticas bolsas [bolsas pasta Colgate crema Gillette llantas envases [vacíos Agua de Colonia latas abiertas Listerine [caja de kleenex pedazo de zapato gato muerto [trapos kotex platos de cartón botes de pintura [juguetes florero roto… todo flotante en el suave vaivén del agua como un kilómetro de desechos el bote rápido bogando lento entre zopilotes hasta salir al fin de aquel averno de productos fétidos de toda clase de marcas el cadáver de un Súper aquí retienen la basura antes de la presa hidroeléctrica y otra vez el agua clara copiando cielo y selva hasta la gran planta hidroeléctrica que da luz a México y Centroamérica y fin de esta excursión

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Pero de regreso pienso ¿Es indiferente el universo

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a nuestra angustia ecológica tan sólo de unos pocos locos? ¿O en nosotros grita el universo? ¿Tiene acaso un sentido todo o es todo un mundo sin sentido? Si surgimos de la materia irracional como dicen los materialistas ateos y a la materia irracional volvemos hijos de una naturaleza irracional y su irracional selección natural ¿Importa lo que hacemos o no hacemos? compremos y compremos en los Súpers alma mía que mañana moriremos porque la pregunta de si hay un propósito o no en el universo aunque no sabemos que la hacemos afecta nuestra vida cotidiana el agua del Grijalva clara o sucia qué más da si mañana moriremos y si sólo el vacío nos espera al final del proceso hay pensadores que piensan que pensar en un propósito es arcaico y toda teleología cósmica una proyección psicológica en un universo sin sentido su evolución sin dirección ¡la evolución de un ojo sin saber qué va a ver! y que la mente es consciente sólo por [accidente

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Si el final de todo es la extinción total todo está de más si no hay Eternidad es pendejada aparentemente en un universo indiferente o en él tan sólo por accidente “el modelo científico del universo” es sin nosotros una concepción del cosmos sin humanos y un cosmos que no es nuestra casa porque si lo “real” fuera el de la física [clásica estamos exiliados en el cosmos la realidad reducida a materia sin vida de una física ya superada sin la innecesaria hipótesis de Dios con la convicción subcon ciente de que no somos cosmos e inconcientes de ser interdependientes que todo está interrelacionado con todo todos en un solo Todo es lo que nos hace indiferentes al medio ambiente las floras y faunas perdidas para siempre Pero no es así sino que como todo está relacionado con todo el destino humano no es diverso del de todo el universo todo ente es relación relación es la verdadera substancia del ser

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y aun la Trinidad es relación los átomos no son los mismos observados que no observados por ello no estamos de más en el cosmos ¿Mas importamos nosotros los observadores con su derroche en este pequeño rincón? ¿Lo que se eche al Grijalva a quién le vale? ¿O hay alguien más detrás del cosmos que llora más allá del espacio y antes del tiempo por lo que destruimos ahora? Lo que hacemos al mundo afecta a Dios Y el que ofende a otro ofende a Dios

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¿Vamos a morir? Y qué otros vendrán después nuestro relevo ¡qué alegre! y no vendrían sin la muerte la muchacha que hoy toma sus fotos no estaría sin los muertos no es cruel el universo ni hostil la naturaleza y sí es severa pero para que se evolucione del conflicto nace la evolución ni tampoco es absurda la realidad hay que ver en verdad la relación entre nuestra visión ecológica y nuestra cosmovisión ¿No dicen las religiones que no somos de la tierra

reflexiones en el río Grijalva Ernesto Cardenal

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o como exiliados o que hay que liberarse de la materia? Cierto la belleza es transitoria pero la resurrección no es sólo de almas solas inmortales sin materia y sin historia amamos el tiempo que madura los mangos y las muchachas mas no al que hace que todo pase –lo que tanto lloran los poetas– que todas las cosas pasen al pasado pero aunque pasen están guardadas en el pasado y de allí volverán otra vez con tal que haya resurrección porque si no como San Pablo dijo estamos jodidos Pero si el universo tuvo comienzo no es eterno y eso es muy bueno porque nacerá algo nuevo aunque esto nuevo es un misterio.

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espíritu S. Bimbo

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se単or mercado S. Bimbo


rónica

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la víctima número cero Wilbert Torre *

La de Arturo Alva podría ser una historia de misterio del tipo Sherlock Holmes. También un espejo de las contradicciones que rodean a la migración indocumentada. En 1997 comenzó a trabajar en un restaurante de las Torres Gemelas y desapareció el día que los rascacielos se derrumbaron. Su familia no volvió a verlo, pero las autoridades no encontraron residuos de su ADN en la Zona Cero. Alva fue descartado de la lista de víctimas. ¿Cómo puede un migrante enviar dólares a su país sin que los registros oficiales reporten su existencia?

a

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1. rturo Alva solía llamar desde Nueva York a su casa en la colonia Jardín Balbuena de la ciudad de México una vez a la semana, cuando regresaba de trabajar en uno de los dos edificios más altos de Manhattan, en la punta sur de la isla, una lengua de madera y concreto atravesada por decenas de muelles como si fuesen cuchillos. La segunda semana de agosto de 2001 comenzó a marcar el teléfono cada dos días, sin razón aparente. Deseaba conversar con su esposa, con una de sus hijas y con su nieta, a la que conocía sólo por la voz. En un principio nadie se atrevió a preguntarle a qué se debía ese cambio repentino en la frecuencia de sus llamadas. Hasta

Wilbert Torre (México, 1968) Es periodista y escritor. Es autor de los libros Obama Latino y Todo por una manzana. Corresponsal de la revista Etiqueta Negra en Nueva York y Washington D.C. Sus historias se han publicado en Letras Libres y Gatopardo. En 2011 ganó el Premio Internacional de Periodismo de la revista Proceso. Vive en Washington D.C. con su esposa y sus hijos japomexicano-gringos. @wilberttorre en Twitter | www.wilberttorre.wordpress.com | número 3 [crónica]


que un día de septiembre el timbre del teléfono despertó a Laura Ariadne. Faltaban cinco minutos para la media noche. – ¿Estás bien, papá? – Te quiero mucho, hija. Los quiero mucho a todos. ­– ¿Estás enfermo, papá? – No. Es sólo que los extraño. Los necesito. Quiero verlos. 2. Hacía cuatro años que Arturo Alva no veía a su familia. Había nacido en la década de los cincuenta en la capital del país, en el matrimonio formado por una michoacana y un chilango llamado Tomás Alva Edison. Desde joven tuvo dos aficiones: crear muebles en madera y cocinar. En México trabajó muchos años construyendo camas, mesas y roperos, y durante un tiempo se pagó unas clases de cocina. Siempre deseó tener su propio taller, pero el dinero nunca resultaba suficiente. Fue así como comenzó a gestar la idea de irse a los Estados Unidos. Allá encontrarás un buen trabajo, un mejor salario, le había dicho un amigo que había cruzado la frontera años atrás. La opción A era que se dedicara a hacer muebles; si no funcionaba, tendría una opción B: trabajar de cocinero en un restaurante. Contactó a un coyote, le pagó una pequeña fortuna, y antes de enfilarse al norte, su esposa y sus hijos le brindaron una cena de despedida. Eligió su plato favorito: enchiladas verdes. Cruzó la frontera en una camioneta, caminó varias horas por el desierto y finalmente llegó a Nueva York un día de agosto de 1997. Debía ganar lo justo para llevar una vida austera allá, y enviar dinero a su familia en México. Arturo, Laura Ariadne y Oswaldo comenzaban a trabajar, pero su esposa, Alicia y David, de 15 y 17 años, dependían de él. Al llegar a Nueva York no era nadie, y siendo nadie no podía obtener un empleo. ¿Cómo lograría ser alguien? Arturo Alva debió haber hecho lo que millones de inmigrantes sin documentos: pagar por una identidad y un número de segu[crónica]

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Una navidad, al año siguiente de su llegada a los Estados Unidos, se tomó una foto en el Rockefeller Center y la envió a su casa en México. Llevaba un gorro navideño, una bandera de Estados Unidos a la espalda, y sonreía con timidez.

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ridad social robados, y con los documentos en la mano conseguir un empleo. Después se asoció con un amigo para rentar un departamento en El Bronx o en Queens. Una noche, por el teléfono, le contó a su hija que había encontrado trabajo en un negocio. Talló una cama y otros muebles para una pareja de neoyorquinos adinerados. Pero en los siguientes meses el trabajo en la carpintería disminuyó y su amigo lo convenció de irse con él a trabajar en el restaurante Windows of the World, en el piso 105 de la torre uno del World Trade Center. Pensó en cocinar, y la idea le entusiasmó. “Le pagaban un poco más y nos contaba que ya faltaba casi nada para que le dieran la green card –recuerda Laura Ariadne–. Decía que nos llevaría a Nueva York para que viéramos a la gente, como hormiguitas, desde las ventanas del restaurante”. Arturo Alva tenía un empleo, dólares y hasta documentos para trabajar, pero no era nadie en la gran ciudad. Le entristecía pasar horas encerrado en su cuarto, de manera que desde el principio eligió trabajar turno doble. “Tengo unos buenos amigos mexicanos, pero me faltan ustedes”, decía a sus hijos, al teléfono. Nunca conversaba de su vida en Nueva York. Prefería que le platicaran de su nieta, Laisha Monserrat, hija de Laura Ariadne: reía con sus travesuras de niña de tres años. Una navidad, al año siguiente de su llegada a los Estados Unidos, se tomó una foto en el Rockefeller Center y la envió a su casa en México. Llevaba un gorro navideño, una bandera de Estados Unidos a la espalda, y sonreía con timidez. Es el único testimonio de su vida en Nueva York. La última vez que habló a su casa fue unos días antes de los atentados. Conversó con Laura Ariadne. Le dijo que se acercaban

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las fiestas navideñas y quería que lo visitaran. “Pronto pondrán el árbol de navidad y la pista de hielo del Rockefeller Center –le contó–. Y quiero llevar a mi nieta a una juguetería frente al Central Park, donde hay un oso gigante”. El carpintero aficionado a la cocina nunca se habituó a la vida solitaria y aislada del migrante. “Yo creo que presentía que se iba a morir, y por eso al final hablaba casi todos los días –me dijo Laura Ariadne por el teléfono desde su departamento en la Jardín Balbuena–. Llamaba para despedirse”. 3. La mañana del 11 de septiembre de 2001, Laura Ariadne acababa de salir del cuarto de baño y se había sentado en el filo de la cama a ver las noticias en el televisor. Cuando se enteró de que un avión se había estrellado en una de las Torres Gemelas, pensó en su papá. Un frío extraño le recorrió el cuerpo. La mente se le puso en blanco. Quería llorar y gritarle a su marido. No pudo. “Mi papá. La torre. Mi papá”, balbuceó con la mirada perdida en ninguna parte. Por la tarde recibió una llamada de Nueva York. Un hombre hablaba para decir que en las ruinas del World Trade Center había encontrado una cartera con el nombre de su papá. Ella se hizo cargo de dar la noticia a su mamá y sus hermanos. Después no supo

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Por la tarde recibió una llamada de Nueva York. Un hombre hablaba para decir que en las ruinas del World Trade Center había encontrado una cartera con el nombre de su papá. qué hacer. No tenía una dirección ni un número telefónico a dónde llamar para preguntar si su papá había aparecido, vivo o muerto. Arturo Alva no volvió a llamar a su casa, y desde ese día, el día de los atentados, comenzaría la increíble y laberíntica historia de sus pasos de migrante fantasma en los Estados Unidos. » [crónica]

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4. El personal del consulado de México en Nueva York tuvo conocimiento de la desaparición de Arturo Alva el 18 de septiembre de 2001. Laura Ariadne llamó para alertarlos. Días después, el despacho de Paul Schietroma, abogado consultor de la representación diplomática asignado al caso, notificó que el detective Thomas Raczinski, del Mayor Case Scuad (escuadrón de casos de gran relevancia) de la policía de Nueva York, había notificado la existencia de una cartera perteneciente al inmigrante mexicano, encontrada en la Zona Cero. Casi un mes después, el 16 de octubre, Laura Ariadne y su madre llegaban a Nueva York para asistir a una misa en memoria de las víctimas. Sus gastos habían sido pagados por la Presidencia de México y los funcionarios consulares aprovecharon la visita para llevarlas a que les fuesen practicadas las pruebas de ADN necesarias para la identificación de los restos de Arturo Alva. Una tarde, ambas llegaron hasta la Zona Cero. “El olor era horrendo y el humo nos picaba los ojos”, recuerda Laura Ariadne. Lo peor de todo era el acoso de los funcionarios de la Presidencia.

El personal del consulado de México en Nueva York tuvo conocimiento de la desaparición de Arturo Alva el 18 de septiembre de 2001. “Nos pedían que posáramos para las cámaras y que dijéramos en las entrevistas que el gobierno nos estaba ayudando”. Les dijo que a ella no le interesaba la publicidad. “Quiero tener su cuerpo y enterrarlo”, les hizo saber. Una de las personas que las acompañaban pidió a las familias de los dieciséis mexicanos desaparecidos firmar unos papeles en los que aceptaban haber recibido distintas sumas de dinero. Les decía que era necesario que lo hicieran para que pudieran entregarles donaciones de varias organizaciones. Laura Ariadne se negó y tradujo a otras familias de Puebla y Aguascalientes el con| número 3 [crónica]


tenido de los documentos. “Les dije que era una tomadura de pelo”, recuerda. Los funcionarios la acusaron de enredar las cosas. Una semana después regresaron a México, y tres meses más tarde un funcionario del consulado les informó que se había detectado una falla general en las pruebas de ADN practicadas a las familias de las supuestas víctimas. Volvieron a someterse a los exámenes y el 13 de septiembre de 2002 el consulado envió los resultados a la oficina del médico forense. Pasó más de un año, y el 3

En los meses posteriores a los atentados, el gobierno mexicano intentó reconstruir la vida de Arturo Alva en Nueva York. de septiembre de 2003 el gobierno de Nueva York informó que las muestras adicionales suministradas por la familia eran suficientes para una posible identificación, pero que hasta ese momento no habían encontrado residuos coincidentes de ADN. En diciembre de ese año, el departamento de protección del consulado pidió a Charles Hirsch, médico forense en jefe de Nueva York, un informe sobre el cotejo de ADN. Hirsch respondió que cualquier divulgación de información vinculada con el caso de Arturo Alva requería de una orden judicial. En los meses posteriores a los atentados, el gobierno mexicano intentó reconstruir la vida de Arturo Alva en Nueva York. Detectives del despacho del abogado Schietroma viajaron a la ciudad de México y se entrevistaron con su familia. La viuda y los hijos no pudieron aportar datos de su domicilio en la Gran Manzana, números telefónicos y nombres de amistades. Tampoco tenían recibos de pago del restaurante. Los investigadores regresaron a Nueva York y realizaron pesquisas en la Union Local 100, el sindicato que representaba a los trabajadores de Windows of the World. Los líderes dijeron que conocían de los reclamos de la familia, pero que en sus registros y en las listas de afiliación sindical no existía nadie bajo el nombre de Arturo Alva. Lo mismo sucedió cuando indagaron en el depar[crónica]

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tamento de recursos humanos de la empresa que administraba el restaurante y del despacho Cantor Fitzgerald, que utilizaba sus servicios culinarios. Kerry Sanoff, representante del New York City World Trade Center Unit, oficina del Departamento de Justicia encargada de recabar información sobre las víctimas de los atentados, informó a las autoridades mexicanas que mantendría el caso de Alva abierto, pese a que sólo estaba integrado por declaraciones de la familia. Kerry tuvo el cuidado de aclarar que la oficina a su cargo no discriminaría a los trabajadores indocumentados que utilizaban nombres y números de seguridad social apócrifos. Pero si Arturo Alva no era Arturo Alva en los registros sindicales, en las listas de la empresa y en los expedientes de seguridad social del gobierno, entonces ¿quién era? Pudo ser John Smith, Paul Marentes, Richard Sandoval. Cualquier nombre. El abogado Schietroma había decidido declarar el caso como inviable ante la falta de pruebas para demostrar la presencia de Arturo Alva en el World Trade Center. Pero antes debía agotar todos los recursos. El abogado pensó en la cartera de Alva: era el único elemento material que le permitiría insistir en la teoría de que había muerto en los atentados. Cuando Schietroma preguntó por la billetera, el detective Raczinski respondió que no aparecía por ninguna parte. La última posesión de Arturo Alva se había esfumado. Laura Ariadne, su hija, no estaba dispuesta a darse por vencida. Regresó a Nueva York en el segundo aniversario de los atentados empecinada en encontrar algún rastro de la vida de su padre.

Cuando Schietroma preguntó por la billetera, el detective Raczinski respondió que no aparecía por ninguna parte. Contrató a un nuevo abogado, Daniel Padilla Ramos, que en los siguientes meses tomaría decisiones que lo complicarían todo: ingresó una solicitud de compensación pasando por alto los requisitos establecidos por el gobierno de la ciudad; pactó una se| número 3 [crónica]


rie de reuniones ante el Fondo Federal de Compensación –a las que no asistió– y levantó una denuncia por la desaparición de Alva en lugar de continuar el proceso ligado a las investigaciones de los atentados. El 23 de diciembre de 2003, el cónsul Arturo Sarukhán dijo que Padilla parecía estar aprovechándose de la situación de la familia Alva para obtener dinero. El FBI dijo que el abogado actuaba con dolo, negligencia y mala fe.

Decidió dar por terminada la búsqueda de su padre un día que recibió una llamada de un funcionario de la Presidencia que le hizo saber que no recibiría más ayuda. Schietroma se rehusó a seguir llevando el caso, pero el gobierno mexicano no excluyó a la familia Alva del fondo de ayuda a las esposas e hijos de las víctimas. Hubo una razón esencial. El expediente incluía una declaración del 11 de septiembre 2002, avalada por el notario 202 del Distrito Federal: un hombre llamado Abel Pérez Alarcón decía que le constaba que Arturo Alva trabajaba en el restaurante Windows of the World, y que cada mes enviaba dinero a su esposa, Laura Carrillo Fiesco. En el mismo expediente, el gobierno mexicano reportaba haber entregado a la familia Alva 16 mil 364 dólares a manera de aportaciones de organizaciones no gubernamentales, y un donativo de 30 mil pesos de la Presidencia de México. Laura Ariadne Alva recuerda haber recibido del gobierno un cheque por 35 dólares y 2 mil dólares de la Asociación Tepeyac. “El gobierno nos dio cacahuates”, protestó otra tarde. Decidió dar por terminada la búsqueda de su padre un día que recibió una llamada de un funcionario de la Presidencia que le hizo saber que no recibiría más ayuda. “Me advirtió que no hiciera más escándalo y que dejara de acusar al gobierno de no hacer lo suficiente para ayudarnos a pro[crónica]

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bar que mi padre estaba en el World Trade Center”. Lloraba y el tono de su voz era de rabia. Esa noche recibió una llamada anónima. Era un hombre y la amenazó: le dijo que si seguía, no volvería a ver a su hija.

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5. A finales de 2003, Arturo Alva fue removido de la lista de víctimas de los atentados de Nueva York. El gobierno de los Estados Unidos determinó que no había muerto en el World Trade Center: no hubo un cuerpo, un nombre en una nómina, un recibo de pago, nada que permitiera demostrarlo. En los registros del gobierno americano, Alva jamás existió. Era la víctima número cero. No sería la única. De los dieciséis mexicanos reportados como desaparecidos, otros cuatro fueron desterrados de la lista de fatalidades del World Trade Center antes de que se cumpliera el tercer aniversario de los atentados. Dos años más tarde, cinco más fueron removidos por falta de evidencias. Seis compatriotas recibieron actas de defunción por la catástrofe de Nueva York. Sólo dos familias recibieron compensaciones del Fondo Federal. En febrero de 2004, Laura Ariadne Alva decidió romper la distancia respecto del caso de su padre: el último informe del Departamento de Policía de Nueva York daba cuenta de una maquinación fraudulenta detrás de la desaparición de Arturo Alva. Los detectives aseguraban que estaba vivo y que residía en California.

La familia Alva decidió no llevar las cenizas a una iglesia. Unos meses están con su mamá, después las recibe Laura Ariadne y luego otro de sus hermanos, hasta que todos las tienen un tiempo.

La hija del carpintero aficionado a la cocina llamó al consulado en Nueva York y obtuvo el número de teléfono del cuerpo de detectives que había elaborado el informe. Llamó y pidió hablar con el jefe.

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–Si mi padre está vivo, dígame la dirección para ir a buscarlo. El detective le dijo que la llamaría. “Seis años después sigo esperando esa llamada”, dijo Laura Ariadne una tarde de julio. Estaba en su departamento y su madre acababa de llamar a la puerta. Llevaba en las manos una cajita redonda. Es una urna con cenizas que les fueron entregadas en Nueva York, en el segundo aniversario de los atentados. Una representación simbólica de los restos de su padre. Cuando alguien muere de manera fatal, la familia atraviesa por un dolor insoportable. Pero cuando una persona desaparece, es una pesadilla. El desaparecido y la familia viven condenados a un limbo infinito. Cuando no hay un cuerpo o pedazos de él, es la nada, el vacío. El gobierno de Nueva York decidió entregar cenizas a quienes reportaron desaparecidos el día de los atentados, se hubiesen localizado o no residuos de su ADN, como una forma de saldar ese hoyo negro. Las cenizas de la zona cero fueron el túnel de escape de quienes jamás obtendrían un certificado de muerte. La familia Alva decidió no llevar las cenizas a una iglesia. Unos meses están con su mamá, después las recibe Laura Ariadne y luego otro de sus hermanos, hasta que todos las tienen un tiempo. Laisha Monserrat, la nieta que Arturo Alva no pudo conocer, suele acercarse a la urna y observarla con curiosidad. Su madre le ha dicho que en algún lugar de lo que fue el World Trade Center, de donde provienen esas cenizas, están los restos de su abuelo, que fue carpintero y cocinero en Nueva York.

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lluvia y azaleas Tomás González *

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el mentidero cuento

uego de la muerte de Iván, el apartamento permaneció cerrado casi dos meses. Ella sabía que en algún momento tendría que entrar y encontrar, intacto, el instante último de su vida en común, pero sólo hasta ahora había tenido la fuerza para hacerlo. —Vos no tenés que ir —le habían dicho sus hermanas—. ¿Para qué? Nosotras vamos y empacamos. Ella les respondió que ciertas cosas nadie las podía hacer por otros. Entró a la sala, que estaba oscura. Abrió las pesadas persianas de madera de la ventana que daba a la terraza. En la mesa de centro estaba el florero con las rosas ya marchitas, el cenicero con dos colillas muy cortas de Pielroja y una de las revistas culturales que a ella le gustaban y él había siempre detestado.

TomÁs GonzÁlez. (Medellín, 1950) Es filósofo, cuentista, novelista y poeta. Actualmente vive en Cachipay. Entre sus libros destacan La luz difícil, Abraham entre bandidos, Manglares (poemario), El rey del Honka-Monka, Los caballitos del diablo y La historia de Horacio. Su libro Para antes del olvido fue traducido al alemán con el titulo. Primero estaba el mar se estrenó en Francia en 2010. Ha publicado en México, Colombia y Estados Unidos. | número 3 [ficción]


Entró a la habitación. En la mesa de noche de él, Viaje sin mapas, señalado en la página ochenta y dos. En el agua de la jarra flotaba una película de polvo. También en la mesa de noche estaba el paquete de cigarrillos, y abajo, donde no se viera mucho, la eterna botella de aguardiente. Empezó a poner en cajas de cartón los libros de la biblioteca. De vez en cuando miraba alguno, leía un párrafo: “El Tao dio nacimiento a Uno. El Tao dio nacimiento a Dos. El Tao dio nacimiento a Tres. Y el Tres dio nacimiento a la miríada de asuntos”. Había conseguido cajas no demasiado grandes para los libros, de modo que no fuera difícil moverlas. Tomó otro al azar; leyó al azar: “Y tus sillas se quedaron vacías hasta que fuimos a enterrarla con aquellos hombres alquilados, sudando por un peso ajeno, extraños a cualquier pena. Cerraron la sepultura con arena mojada; bajaron el cajón despacio, con la paciencia de su oficio, bajo el aire que les refrescaba su esfuerzo”. No con los cremados, pensó. Nada despacio hay en eso, pensó, como arguyendo con rabia contra lo que había leído. No le pareció extraño que los enterradores hubieran bajado el cajón después de cerrar la sepultura. A los cremados los despedimos de un golpe, pensó, en cuerpo y alma, y no hay ni el consuelo de irlos descendiendo. Llamó por teléfono al hombre del camión y a la gente del depósito. Abrió un álbum y se entretuvo mirando las fotos. Iván, feliz, un poco borracho, el día que volvieron del hospital con la niña recién nacida. Ella y él sonriéndole al fotógrafo ambulante en 1975, en plena calle Junín. Ella y él en la motocicleta, que él vendería muy poco después, por miedo de matarse con tragos, qué ironía. Dobló las cobijas y las sábanas a medida que iba destendiéndolas. El olor de él se levantó de la ropa de cama, entre el polvo, como el olor de la tierra cuando caen los primeros goterones. Puso mantas, sábanas y almohadas en una caja de cartón que aún olía al Fab que había contenido. En una bolsa de basura puso los cepi[ficción]

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lo que no habían llos de dientes, los tubos de dentífrico, logrado ni las fotos; los peines y los cepillos de pelo. ni las tijeras con las Comenzó a llover y las gotas golfuerte contra el vidrio de la que él se recortaba pearon claraboya del baño. En alguna radio lela barba; ni los jana sonaba Amada amante. Ráfagas de cabellos gruesos, viento se llevaban la lluvia de la clararubios rojizos, todavía boya por instantes, se hacía el silencio en su cepillo; lo logró y el agua volvía a repicar como granizo. la cocina, guardó en cajas las ollas, el esplendor de En los platos y los pocos víveres que hala flores de azalea bían quedado en los estantes. Puso en mojadas de lluvia y una bolsa de basura el contenido de la llenas de luz, nevera. en la terraza. Volvió a la sala y miró por la venta-

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na. El sol había salido. Entonces, lo que no habían logrado ni las fotos; ni las tijeras con las que él se recortaba la barba; ni los cabellos gruesos, rubios rojizos, todavía en su cepillo; lo logró el esplendor de la flores de azalea mojadas de lluvia y llenas de luz, en la terraza. ¡Maldita sea! –dijo. Se secó rápido con el dorso de la mano las dos lágrimas, que dolieron como vidrio, y sin maldecir más, soltó con fuerza y de un solo golpe las pesadas persianas de madera, que cayeron como plomo y casi reventaron los cordajes.

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el oro y la oscuridad FEDERICO PIZANO*

Alberto Salcedo Ramos | Editorial Aguilar, 2012

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reseña

l Oro y la Oscuridad, La vida gloriosa y trágica de Kid Pambelé, es la crónica que Alberto Salcedo Ramos escribió sobre el boxeador colombiano Antonio Cervantes, fruto de un esfuerzo periodístico sin par en el que el autor se embarcó tras las huellas de su personaje. Es, también, la relación feliz de una derrota (la del periodista) y el retrato fiel de un país condenado a reflejarse en las historias de sus hijos. Lo primero que llama la atención del texto de Salcedo Ramos es el exhaustivo trabajo de campo que contiene: la crónica es el fruto de una paciente labor de búsqueda y desciframiento de las señales que deja una presa: el Kid Pambelé. Familiares, amigos, apoderados, el anónimo transeúnte y la prostituta son sólo algunos de los que sobresalen. A todos, incluyendo el mismo Pambelé, recurre el autor con tal de buscar respuestas.

FEDERICO PIZANO. Promotor cultural ecuatoriano y bateador emergente en los incendios coroteros. Ha escrito en diferentes blogs literarios de América Latina. Su línea de investigación es la reseña literaria de los últimos cien años. | número 3 [reseña]


Es precisamente el contraste entre ese esfuerzo y los flacos resultados en asir al sujeto lo que le otorga al escrito su principal atractivo. Por ser el recuento de una pesquisa truncada, El Oro y la Oscuridad deviene en una especie de crónica de largo aliento transmutada en novela negra, en donde todos confiesan haber visto alguna vez al fugitivo, pero sin darle nunca al investigador los suficientes elementos de juicio para aprehenderlo de cuerpo presente. ¿Por qué fracasa un hombre? ¿Por qué triunfa? ¿Cuál es la verdad tras Pambelé y su errático comportamiento? No es sólo la dicotomía entre éxito y fracaso que desprenden sus páginas, sino las certidumbres que logra transmitir, o las imágenes repetidas por la memoria de los testigos de primera mano, las que llegan a iluminar por momentos los contornos del perfilado. Y así Salcedo Ramos se deja nombrar por ese personaje icónico, ese arquetipo que para Colombia es el mejor boxeador wélter de todos los tiempos. El autor deja tejer su crónica de ausencia y derrota a partir de la figura omnipresente del negro escuálido; el hijo de Palenque que le enseñó a su país lo que era ganar; el chico que vendía pescado y cigarros y que saltó de la mediocridad de un cuadrilátero mercenario a los flashes rutilantes de la fama y el éxito; el que dilapidó su fortuna y cayó en la espiral de la locura y sus sustancias; el filósofo que dijo que era mejor ser rico que pobre. En fin: la tromba extraviada que pega y se emborracha soñando con ser, por siempre jamás, el rutilante campeón. Al cerrar El Oro y la Oscuridad tenemos la certeza de que Pambelé ya no pertenece a sí mismo. Hace parte de lo que los colombianos son: un signo de interrogación que permanece imperturbable mientras mira cómo todo el mundo trata de alcanzarlo. Al igual que sucede en el libro, el púgil en decadencia es el tipo que se la pasa escribiendo su nombre en un papel para después arrojarlo a la basura, con todo y la solución a su misterio. El libro de Salcedo Ramos es un corajudo y bello intento por tratar de descifrar ese gesto. [reseña]

143 el oro y la oscuridad Federico Pizano

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lados b: narrativa de alto riesgo Illya Méndez K. *

VV.AA | Nitro | Press, 2011

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as antologías en México viven un periodo de auge en todos los géneros literarios. Entre ellas, la presentada por la editorial Nitro/ Press, en 2011, desde el nombre evidencia una directriz opuesta a la de los intereses del mercado y de las editoriales gubernamentales. Lados B: Narrativa de alto riesgo incluye cuentos de autores opacados ante el “éxito” de los lados A que tienen espacio en las más prestigiosas editoriales, revistas y suplementos culturales. Esta antología se postula como el proyecto que da identidad a la editorial, no sólo porque es una manera de catapultar a sus autores, sino porque indica la orientación estética. Distribuida en dos tomos y en una caja elaborada con discos de acetato, con un diseño exterior muy atractivo –que penosamente no se corresponde con el interior digno de libro de texto gratuito–, Lados B incluye a veintiún narradores. Son autores de lado B por ser jóvenes y estar en proceso de formación o simplemente

Illya Méndez K. (San Benito, Guatemala) Estudió Ciencias de la Comunicación en la Universidad Benito Juárez de Oaxaca. Actualmente vive en San Diego donde colabora con grupos de apoyo al migrante centroamericano. | número 3 [reseña]


por defender una estética de “alto riesgo”, una que se aparta de la norma o se atreve a abordar temas tabú. En el tomo dedicado a las narradoras, más de la mitad son “jóvenes”, sin detrimento de la calidad. Isabel Hion (1988), por ejemplo, demuestra sus altas miras en el cuento El enfriamiento, donde las voces de tres personajes grotescos constituyen un coro desafinado, cuya tensión se resuelve –se rompe– en favor del más frágil de ellos. Gabriela Torres Olivares (1982) presenta textos que difuminan los límites del género cuentístico, principalmente con la llamada no-ficción. Maceta de carne es fragmentario y entrelaza el relato con párrafos de tono enciclopédico, generando un contrapunto discursivo de alto lirismo. También vale la pena quemar las naves por Iris García Cuevas y Fernanda Melchor. La primera, en los cuentos Destino trágico y La gran sacerdotisa, realiza una incursión en mundos masculinos, mezclando el futbol, el striptease y la muerte. Fernanda Melchor, en Ella siempre sabe cuándo lloverá, relata el tránsito de una niña hacia la adolescencia en un ambiente violencia y perversión. Las mencionadas son acompañadas por Mariel Iribe Zenil, Tania Plata, Elma Correa, la cronista Sylvia Arvizu, entre otras. El tomo dedicado a los escritores presenta una variedad generacional más amplia, pues el mayor de los autores nació en 1956 y el menor en 1979, y también una calidad literaria más fluctuante. Muy bueno es el cuento de Imanol Caneyada El enano que se parecía a Supermán, donde con humor ácido representa el sórdido mundo de quienes trabajan entreteniendo borrachos, mundo en el que es asesinado un enano, estrella de un show de cabaret. Rafa Saavedra es autor de uno de los mejores cuentos, Las cosas que hemos perdido: un extranjero vive atrapado en la descomposición social de las ciudades fronterizas. La tensión entre los anhelos del personaje y su contexto, así como con los mínimos y efímeros placeres, da cuerpo al relato. También destaca la narrativa negra de Hilaro Peña (1979). [reseña]

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(artistas invitados Raquel Sanz Barba (La Granja de San Ildefonso, Segovia, España, 1987). Estudió en 2006 Magisterio de Educación Musical en la Escuela Universitaria Nuestra Señora de la Fuencisla de Segovia. En 2009 se traslada a Londres, donde reside actualmente, y continúa su formación como docente cursando varios módulos CLTA (Certificate in Language Teaching to Adults). Escritora y fotógrafa por afición, ha realizado y colaborado en varios trabajos y proyectos con ilustradores como Paula Bonet. Eleonora Ghioldi Nació en Buenos Aires en 1972. Desde temprana edad decidió estudiar el arte de la fotografía, no sólo a través de la observación sino también imprimiento los trabajos de fotógrafos reconocidos internacionalmente como Helmut Newton, Donata Wenders, Graciela Iturbide, Lauren Greenfield por nombrar algunos. Algunos de sus clientes incluyen DreamWorks Records, Blue Note Records, Adams Media, EON Editions, Sunday London Times Magazine, Les Inrockuptibles. Su arte ha sido exhibido en Estados Unidos y Argen-

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tina y una muestra de su trabajo puede ser visto en Andrew Ward Gallery. Actualmente vive en Los Ángeles con su esposo y sus cuatro hijos. s.Bimbo Muralista, artista urbano e ilustrador. Nació en Sevilla en 1976. Comenzó pintando grafitis en 1990, esta actividad le llevó a cursar arte, diseño gráfico, fotografía artística, comisariado de obra y, finalmente en 2007, se formó como Ilustrador. Ha publicado en diferentes editoriales infantiles españolas, y ha colaborado con marcas internacionales de la industria textil. Su trayectoria como artista urbano le ha hecho mostrar su trabajo en España, Inglaterra, Francia, Alemania, Italia, Islandia y Chile. Su página web es www.sbimbo.es

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codicia S. Bimbo

nĂşmero

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vacío S. Bimbo

148 páginas de espia Justo Navarro

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Dios les pague

Los editores, tan raros como querendones, de esta nueva entrega quieren agradecer a todas las personas que hicieron posible este corotero: el comité de lectores, Carlos Fuentes, Myriam Moscona, Daniela Camacho, la Editorial Anagrama en el hacer de Paula Canal, Lila Zemborain, Juan Álvarez, Margarito Cuéllar, Marco Antonio Campos, Ernesto Cardenal, Matías Ayala, Tomás González, Luis Leante, Santiago Roncagliolo, Edmundo Paz Soldán, Luis Álvarez, Tim Keppel, Sylvia Aguilar Zéleny, S. Bimbo, Eleonora Ghioldi, Silvia Lemus, Iván Niño, Ulises Milla, Héctor Torres, Dulce María Ramos, Oscar Medina, Yamandú Botella, las chicas de Qué Leer, Casa Xavier Villaurrutia, Raquel Sanz, Wilbert Torre, Diego Fonseca, Sergio Ramírez, Paul Harding, José Díaz Cervera, Rodnei Casares, Gabi Martínez, Adriana Romero Puche, Leila Guerriero, Federico Martínez Pinzón, Graciela Montaldo, Celso José Garza, Nerea Dolara Hernández, Ricardo Blazquez y a la gente del Corporate Engagement Project en UTEP, Juan Casamayor y su Editorial Páginas de Espuma, Adriana Rodríguez de Alfaguara, Javier Molea de McNally Jackson Books, Beatriz Inglessis, Bárbara Mingo Costales, Dirección de Publicaciones de la Universidad Autónoma de Nuevo León, Enrique Cortazar desde el Consulado de México en El Paso y a todas la personas que nos confiaron sus trabajos para ser publicados.

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C贸nsul General Jacob Prado C贸nsul Adscrito: Guillermo Ordorica

Agregado Cultural Enrique Cortazar




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