Ă?caro Incombustible
Samuel González Díaz
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Icaro Incombustible Nº9 Todas las obras y opiniones pertenecen a sus autores. Portada · Paco Anguita Óscar Añil
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Agradecimientos a todos los lectores y colaboradores de la revista. icaroincombustible.com
Ícaro Incombustible
Al fin y al cabo, la vida humana es una búsqueda llena de colisiones y encuentros. Ninguno mayor que el del amor. Ícaro Incombustible. Por los sueños; sobre todo por los sueños rotos.
Raquel R.
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Era una ola. Sus dedos de espuma moldearon mi espíritu, suavemente, sumiéndolo en el sosiego del que ama y es amado. Era una ola. El rompiente de mi corazón quebró en fisura. Por la herida penetró en torrente, quemando el músculo y la sangre, las cicatrices del pasado; trazando un surco ardiente que creí eterno. Era una ola. Mi ola. Única en su instante. Eterna. El viento cambió y la alejó de mí. Ahora me rodea el desierto y el horizonte, burlón, ondula el deseo de un recuerdo. Melmoth
malditacostilla@gmail.com
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María Teresa Pulido de la O
Maite 4
Sobre una esquina. Sobre la huella de tu mano aún caliente, puse mi mano desnuda. Bebí con ansia el aire de invierno malhumorado, por si quedaba algún resquicio de tu aliento. Dolía el vacío de tu ausencia. De no ser parte de tu pensamiento. Dolía pensar que tu espera, estaba llena de otros ojos, de otros labios. Comenzó a llover levemente, con ese chirrimiri con el que puede llorar el alma sin aspavientos. Pensé ¡mejor dejarlo! Me puse el guante y cerré el puño para impedir que tu calor mío, sólo mío, se alejara de mí.
Junto al mar, en otoño, el ruido de las olas se asemeja a un reloj donde el tiempo se hace infinito y el ser se diluye en esa franja invisible del mundo. No lo comprendí entonces, espero me perdones, por eso te regalo este modesto y sencillo espíritu de amor y el intento tardío de corregirme a mí misma. En la infancia, tú lo sabes bien, la casa era demasiado grande, pero también tenía grandes amigos y la soledad era compartida. El guayabo, el naranjo, los jazmines, la gruta de los rosales y las hormigas; las hormigas, cuando las recuerdo me siento de nuevo viva porque mis ojos infantiles las seguían en fila y al contemplarlas, imprimían a mi cuerpo un ritmo lento en el que el caminar era sólo eso, caminar. Y el limonero Seco, ¿recuerdas?; me encantaba acariciarlo al saberlo despreciado. En la casa se decía que un día u otro debería ser cortado. ¿Cuántas veces me has llamado por mi nombre? Precioso nombre, decías, mientras mis manos jugueteaban con el agua de la alberca. Pero no, no te oí, y los sueños más dulces de la vida nunca tienen la gratuidad deseada. Nunca comprendiste por qué me gustaba tanto aquella pintura donde se veían rostros encarcelados.
Yo te decía que así viví los primeros años de la vida. Y te enfadabas, pero he prometido reconciliarme con ella antes de que te vayas. CALINA Aprendí a leer a los tres años, mi padre ya había muerto. Mi infancia transcurrió en un pueblo del sur acariciado por el Mediterráneo. El mar, el olor a caña de azúcar en Semana Santa, el patio, y tú, siempre tú. Quizás no me perdones el recuerdo de aquellos años solitarios, y no quieras admitir cómo me sentí porque tú estabas conmigo. Siempre, dices, afronta la muerte con madurez, y te contesto, admitida de una vez, tarde, pero admitida: mi mente vuelve a tener la brillantez de aquellos años en que a pesar de todo pude ser feliz. Ya sabes lo que pienso de la enseñanza. Aprender a pensar por uno mismo no es tarea fácil, ni siquiera desde la Universidad. Creo que es por eso que nos ha ido tan mal a los dos en ella. 5
Recuerdo con que pasión me recomendaste “Cien años de soledad”. Hace de eso bastantes años. Ya sabes, el internado, nuestras citas al principio eran sólo en verano, en vacaciones. La playa por la mañana, el paseo por la tarde; así nos hicimos adolescentes. Compartíamos música, libros y bebíamos hasta el amanecer. Una deuda que siempre has querido devolverme. Luego más tarde con mis silencios, quisiste que me fuera a la Alpujarra, sola, para que volviera llena de eso que tanto amabas. Me preguntaste cómo andaba de dinero; nunca me habías visto tan triste. Siempre competíamos, no era esa mi intención pero al final, si perdías, desaparecías por algunos meses. Sabías que estaría esperando; yo sabía estar sola. Sentía a menudo un placer dulce y sublime al escuchar a Mozart por la mañana, justo al salir de la ducha; o al comenzar a leer una novela al atardecer, o al relacionarme con la poesía un día lluvioso. Podían pasar días, meses, incluso años. Mi abuela, mujer amante del flamenco y los boleros, solía decirme desde pequeña que yo no era una persona corriente, que debía cambiar. Aquella mujer de mirada limpia y hermosa solía mirarme con recelo e incomprensión. Quizás si volviese a nacer, quizás si no hubiese nacido, quizás....... Cuando visito un lugar se suele quedar guardado en mi retina, el paisaje, los rostros; pero mi cuerpo se suele llenar de olores y sensaciones, y he de confesar que el paisaje y el olor del Mediterráneo me transporta y me convierte, y luego me hermana con el universo.
Mónica Pulido de la O
Monikapulido@hotmail.com
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El tiempo que paso sin verte, lo suelo usar para mi regeneración, para llenarme de nuevos pensamientos y sensaciones que contarte. A veces te sorprendo, otras te asustas, y otras te hiero. Lo sé y no quiero darte razones. Sueles perdonarme y me escribes, o me regalas un libro, o me invitas a cenar, sin nada que aclarar. Yo se lo dejo al tiempo y tú se lo dejas al olvido. Recuerdas cómo te mandaba postales y cartas, y trataba de describirte la nueva arquitectura descubierta ahora con los ojos más abiertos y cercanos, que aquellos mismos ojos que la habían descubierto entre papeles, humo, café y fotografías; en aquellas noches en que debíamos estudiar y nos dedicábamos a inventar aventuras en países no muy lejanos. Tenía 19 años cuando te presenté a Paul, un Galés muy inteligente y educado y a los pocos días desapareciste. Según creo te habías unido a un grupo de gente que se reunía para hablar de libros, de flamenco y de música en general. Era verano y solíamos coincidir en la playa por la mañana, pero tú no aparecías. Y te conozco tanto que sé, que cuando no quieres verme lo dejas claro, y yo no insisto.
Samuel González Díaz
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En el círculo de fuego bailan los que me negaron el nombre, en el rincón del exilio el tormento de quien ha dejado de ser. Pasaron los taxis, se cerraron cortinas, la casa del amigo quedó en otro plano del tiempo; mi sangre, mi paraguas y el libro del Pesa-Nervios olvidaron darse la vuelta. En la fatiga del preso guardo la llave para sellar el candado y quedar irremediablemente dentro. Mareva
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Enmimismado ayer caí. Labios unos sobre otros. Comprendan lo que significa no besar. Querer que comprenda que pido beso libre. Mi regalo le entrego, me entrego, le regalo mi libre beso. Pido que comprenda que querer besar no significa que lo comprendan otros. Sobre unos labios caí ayer, enmimismado. Iván Sergei Malevosky malevosky@gmail.com
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En el fondo sĂłlo hay humedad y piedras afiladas. Buceo para salir a flote, me encuentro con su cuerpo, su voz gastada. Me doy cuenta, lo que las sirenas cantan son llantos sin socorro. Me derrumbo y vuelvo, como las piedras de Babilonia o el sueĂąo de un cometa, a nadar cabeza abajo.
Abel GonzĂĄlez Luna
abel.g.luna@gmail.com
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EstĂŠban MenĂŠndez Salamanca estmends@gmail.com
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Cayó la noche sobre Granada y el frío hizo acto de presencia. Sentado frente al parque del Triunfo bajo el Hospital Real, notaba el frío en mi trasero, observando el danzar de la enorme bandera de España con el aire, sintiendo el frío también a través de mis ojos en esta visión. El recién estrenado bulevar que recorre la avenida de la Constitución, severamente transitado por gente que paseaba sin preocupación, inocentes almas sin curiosidad en sus ojos que, bien acostumbrados a verla o simplemente inherentes a su belleza, no levantaban la vista para admirar ni por un momento la panorámica que les rodeaba.
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Las siete de la tarde y era ya completamente de noche. Noviembre estaba terminando y la navidad pese a faltar aún más de un mes, había llegado a la ciudad de Granada, como al resto de ciudades del mundo. Miles de luces de múltiples colores decoraban la ciudad con sus reflejos; rojas, verdes, ámbar... letreros amarillos de hoteles, letras anaranjadas que indicaban la próxima llegada de los autobuses a la parada frente a mí. Un incesante ruido de tráfico, continuo, pesado, ráfagas de aire que expulsaban los autobuses urbanos bajo el Triunfo.
El circular número once, el número veintidós con destino al campus de la Cartuja, el nueve con final en el Cerrillo de Maracena, el tres con llegada a la estación de autobuses... todos entraban prácticamente simultáneos, frente a mí. El tránsito inundaba mis sentidos a excepción del tacto y el olfato, que a causa del frío estaban bastante debilitados; manos y pies entumecidos y nariz goteante...el invierno estaba cerca y los cambios de temperatura (que en Granada siempre han sido bastante exagerados) ahora eran más grandes que nunca; maldito cambio climático, pensaba mientras metía la mano en el bolsillo del pantalón buscando un pañuelo de papel sobre el que poder expulsar la torrencial cascada de mucosidad que se abría camino nariz abajo, serpenteando entre los pelos del bigote. Miraba indiscretamente a los pequeños grupos de gente que se turnaban con los coches por atravesar la avenida. Otras veces el número de peatones aumentaba y el tráfico se hacía quizás menos denso, todo era un alboroto incesante. Jóvenes en bicicleta me pasaban rozando las piernas, parejas de enamorados paseaban abrigados hasta las orejas, motoristas con cascos, coches de policía, ambulancias mudas y otras que gritaban con sus sirenas, taxis que pasaban tras de mí libres y con luces verdes, otros ocupados con luces naranjas o rojas...me preguntaba cómo funcionarían las tarifas que marcan las luces del taxi.
La amalgama de colores creaba una atmósfera discotequera con su continuo parpadeo. Las luces blancas de las farolas iluminaban la vía; bajo una de ellas y cerca mía, una pareja de extranjeros de avanzada edad y en lo que yo entendí como inglés, me preguntaron cómo llegar a la Alhambra. Cordialmente les escupí un par de frases en lo que yo pensaba que era un inglés fluido, pero rápidamente me desengañé por las caras atónitas descompuestas de la entrañable pareja; quizás mi inglés no es tan desenvuelto como yo pensaba, y los vi marcharse según la dirección que indicaba mi dedo índice. Todavía me indigno al recordar su mirada después de escuchar mis palabras en “inglés” y es que si vienen a Granada, no aprender el lenguaje autóctono, pero joder, podrían molestarse en aprender tres o cuatro frases en español. ¿Qué pasaría si fuera a algún país de habla inglesa y me dedicara a ir preguntando cosas en mi idioma? Los dos se fundieron con la multitud de gente y desaparecieron, yo tan solo me resigné y me seguía helando. 13
El frío seguía haciéndose más intenso a medida que avanzaba la tarde. Mis nalgas entumecidas, sentadas sobre la losa de piedra de uno de los parterres, no sentían nada... ¡mi culo estaba empezando a formar un solo ente con el banco! Me empecé a liar un cigarrillo en un desesperado intento de hacer entrar en calor a mis manos. Noté, mientras le daba un gran lengüetazo a la tira de goma del papel, cómo unos ojos cansados se clavaban en mí. A un metro escaso, una anciana de aspecto entrañable, ataviada con un chaquetón con el cuello lleno de pelos de no sé qué animal color canela, guantes a juego con bolso y zapatos y ni un milímetro de su piel al descubierto a excepción de los ojos, se me acercó y me tiró unas monedas a los pies. De nada sirvió que le dijera por activa y por pasiva que no estaba pidiendo limosna, que simplemente estaba descansando, contemplando lo que se me ofrecía alrededor. Su mirada atenta, amable y escudriñadora se volvió agria, ofensiva, insultante; no sé si le sentó mal el hecho de que me negara a aceptar su limosna, pero allí estaban las monedas y la viejecita bufó algo así como: “pues aféitate hijo, que pareces un mendigo y los parias perdieron.”
Lian Schüstav
realschustav.blogspot.com
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Por no entrar en una disputa con la anciana sobre la importancia de la buena presencia en la sociedad actual o la carencia de sentido que ésta pueda tener para mí, recogí una a una sus monedas mientras veía como a cada veinte céntimos levantados del frío suelo, una nueva arruga se intuía en su frente, más “patas de gallo” rasgaban la comisura de sus ojos mientras volvía a su cara esa mirada serena, halagadora, simpática y risueña, (no quisiera ser mal pensado, pero me dio la impresión que la mujer se estaba riendo de mí con total satisfacción por haberse salido con la suya). Falto de orgullo, con este frío seco “granaíno” calado hasta los huesos y con un euro con cincuenta céntimos que me había ganado por sentarme en un banco de piedra y darle pena a una vieja, decidí gastarlo todo en una cerveza bien fresquita del chino bajo mi casa. No sin esfuerzo me levanté del banco, estiré las piernas... se oyó un crujido que hizo retorcerse y dar otra vuelta sobre su mástil imperial a la enorme bandera. Me palpé las rodillas y todo estaba en su sitio, así que dirigí mis pasos hacia el cruce para peatones que había tras de mí...7....6....5....corrí para no pillar el cambio de verde a rojo en el semáforo ante la mirada indiferente de los conductores que aguardaban el cambio contrario....4...3… 2....1..... un pequeño salto y a salvo, justo cuando una moto pasaba rugiendo rozándome el talón del pie derecho.
Malzorgata
Rosolak_mrosolak.wordpress.com
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No era muy tarde ni muy temprano, un clima humedo y frio en la ciudad de Granada, y sin meditarlo demasiado decidí entrar. Mi ex novia y yo dimos un paseo por la zona electrónica, necesitaba descambiar una paleta gráfica con la que descaradamente me timaron. Yo, ávido de sangre, llevaba toda la noche afilándome los dientes y cabalgando la adrenalina. Cual fue mi sorpresa, cuando nos atendió un hombre de unos cincuenta años. El poco pelo que le quedaba estaba peinado con gomina, de un color grisáceo que recordaba al refluir de las cloacas. Sufría de una sobredosis de Brumel, y no parecía preocuparle que sus clientes también la sufriesen. Sus ojeras invadían sus marcados pómulos, y su mirada era vacía como la de un cadáver. Era demasiado mayor para tener un puesto tan bajo, así que intuitivamente pensamos que se trataba del encargado de aquella zona, pero no... En principio, mi reacción fue de sorpresa ante tal muestrario de tópicos aliñados en depresión, pero rápido recordé la sesión de odio que tragué la noche anterior, y decidí lanzarme.
Marcos Serrano Carrillo
www.lizardstudio.blogspot.com
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- Buenos días caballero, vengo antes de que me cumple la garantía para que me hagan el favor de descambiarme este cacharro. - no recuerdo muy bien la conversación, pero el caso es que respondió con un “-hablaré con el encargado”- que me heló la sangre. Mi ex novia y yo nos miramos sorprendidos cuando, con esa sonrisa de plástico parecía llamar a su inmediato superior con la mente, ya que no apartaba la vista del pasillo. Poco después nos atendió un muchacho de unos veintipocos, que hacía gala de una dentadura perfecta, unas cejas exquisitamente depiladas, y unas uñas que ponían en entredicho la manicura de cualquier pija de barrio. El servicio excelente, solucionaron mi problema sin demasiada lucha, y además me hizo decidir darle protagonismo a ese ser vacío que nos atendió envuelto en Brumel y muerte. Aveces resulta de un humor macabro, cómo nos empeñamos en disfrazarlo todo de Brumel, colores pastel, y sonrisas de PVC.
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El niño observó con cautela la taza del váter, sujetando entre sus manos una pequeña caja marrón. Entrelazados en los dedos, los tallos de cinco margaritas, que apretaba contra la base maleable del cartón. Abrió con cuidado la tapa.- Adiós Buba- dijo, observando el cadáver del hámster. Lo tiró al agua y se puso de puntillas para apretar el botón de la cisterna. Observó con gesto muy serio el giro del agua, echó las margaritas y miró al ratón dando vueltas en el fondo hasta acabar engullido por la tubería. Se quitó lágrimas y mocos transparentes con el reverso de la manga y cerró la tapa del váter. Le habría gustado poner unas letras en aquella tumba, pero su mamá se habría enfadado. Se marchó del cuarto de baño arrastrando los pies y con la caja en la mano. Aquel fue su primer entierro.
Sara G.L.
silent_dark_night@hotmail.com
Café del mar Sara saragraphika.com
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Debo reconocer que no me siento a gusto en la sociedad en la que vivo. La gente, con su actitud indolente, su falta de empatía, su falta de ganas y su “banalización” de los sentimientos hacen que me sienta, cuanto menos, una extraterrestre. No se valora al más leído, sino al que menos duerme por las noches buscándose a sí mismo entre litros de alcohol. El machismo y el sexismo vuelven (si es que alguna vez se fueron) entre los más jóvenes, haciendo que muchos educadores se pregunten qué están haciendo mal. La televisión instruye a incultos y premia a analfabetos, y parece que más allá del fútbol, no hay nada más interesante para una tarde de domingo. La sociedad se empobrece 20
y se envilece gracias a su propia ignorancia. Los jóvenes, que vemos cómo nuestro futuro está siendo pisoteado y calumniado por unos pocos todopoderosos, no hacemos nada por evitarlo o, al menos, por luchar, pelear, sacar las uñas y demostrar lo que valemos. No. Nos gusta más la droga televisiva, la fiesta, el desfase y el mirar para otro lado. Hace unos años, el joven que no asumía unos mínimos culturales, el joven que no se valía por sí mismo, que
no pensaba, cuestionaba y criticaba lo que le rodeaba, era marginado por el resto. Hoy pasa lo contrario. El joven que piensa, que lee y que dice lo que siente, el joven sensible dispuesto a pelear por lo que cree es el marginado. El amor se ha convertido en una caricatura de sí mismo. Mancillado y maltratado, se queda en un rincón, triste y solo, esperando que alguien lo recoja y le honre. Nadie cree en el amor. El amor no es mero placer, ni sexo, ni “aquítepilloaquítemato”. Amor es mirar a alguien a los ojos y saber que no hay nadie más con quién puedas compartir tu vida, porque esa persona que tienes ante ti es única. Amor es ser persona y demostrar a tus padres que te has realizado y que tienes un camino por seguir. Amor es tener fe en uno mismo y pelear por una buena vida. Pero eso hoy en día se ha olvidado. Ahora que nuestro mundo se tambalea, no nos hacemos oír. Pocos jóvenes salen a decir que no están de acuerdo, que no quieren perder su futuro. Pocos gritan a pleno pulmón a los “grandes”. Gritar no es violencia, no es agresividad, ni mala educación. Gritar es alzar la voz, levantar la vista y enfrentarse a los malos presagios. Pero parece que se nos han roto las cuerdas vocales.
los demás me metan en uno u otro cajón. Quiero vivir ajena al pan y circo que se nos ofrece para vivir con una felicidad engañosa. Quiero intentar cambiar el mundo. Si todos quisiéramos intentarlo, seríamos verdaderamente libres. Menos mal que, en medio de todo este caos, algunas personas me hacen conservar la fe y la esperanza. Todavía queda gente buena. Espero que el mundo no se la trague.
Pues a mí no. Yo no estoy de acuerdo con la mayoría de jóvenes de mi edad. Yo no quiero beber hasta perder el sentido, ni perder mi identidad para ser aceptada. Yo no quiero ser una inculta. Yo quiero pensar, leer, hacer que los míos se sientan orgullosos de mí por lo que verdaderamente soy. Quiero saber cada día más. Quiero vivir el resto de mi vida con la persona que me hace feliz y que a la vez es mi mejor amigo. Quiero pelear, gritarle a las injusticias, y nunca perder la voz. Quiero llorar cuando vea dolor, y quiero salir a la calle y decir lo que pienso sin que
M.
lioncourt87@gmail.com
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Lulú no volvió aquella noche a casa. Su hermana gemela, Lucía, la esperó despierta toda la noche, pero Lulú no volvió ese día en que celebraron sus quince primaveras. Al día siguiente, sus padres pusieron una denuncia en la policía. Para finales de semana organizaron patrullas para rastrear el bosque y el pantano. Lucía tuvo que escuchar, entre los televisivos mensajes que todos mandaban, las realidades de lo que todo el mundo allí pensaba. “Es una buena chica”, cuando en realidad musitaban: “Seguro que se ha tirado al fondo del pantano”. “Todos la queremos mucho”, cuando comentaban con las vecinas: “Vaya revuelo a cuenta de la loca ésta...”.
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“Ojalá vuelva pronto”, cuando entre dientes decían: “Tenían que haberla encerrado a tiempo... está claro que la buena es su hermana”. Y Lucía se mantuvo callada, callada y esperando. Sabía que Lulú estaba más cuerda de lo que todos, incluso sus padres, habían creído. Ella siempre había dicho que se quería marchar de aquel lugar y la esperanza de hacerlo no se había marchitado. Porque, como repetía constantemente, “la esperanza es lo último que se pierde”. Así que Lucía, lleno su corazón de esperanza, se aferró a la idea de que simplemente su hermana lo había conseguido: se había ido.
Pasaron los años y el caso quedó enterrado en algún archivo polvoriento. Lucía se miraba cada día en el espejo y, en su reflejo, veía la cara de su hermana, sonriéndola, sus ojos llenos de vivaz brillo. La vida siguió. Los pasillos del instituto dejaron de murmurar el nombre de Lulú, las caras dejaron de mirar a Lucía con pena.
Una mañana de agosto, Lucía empaquetaba sus trastos para llevarlos a la residencia de estudiantes, donde viviría mientras estudiaba en la universidad. Entonces, recordó de golpe el escondite secreto, que había quedado muerto en su memoria años atrás. Lulú y ella guardaban allí todo lo que no querían que sus padres encontraran. Metió la mano temblorosa y extrajo una carta. En la solapa, en letras grandes y trabajadas, estaba escrito su nombre. Se sentó en el suelo, entre las cajas, y lo abrió. Su corazón se encogió en el pecho. En medio de la tarjeta, la palabra “ESPERANZA” (así, en letras mayúsculas). Recordó el sempiterno lema de Lulú: “La esperanza es lo último que se pierde”. Lucía rompió a llorar, con la esperanza entre las manos. Giró la tarjeta y, entre lágrimas, leyó la carta que había escrito su hermana antes de desaparecer...
Sara G.L.
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Tally Carreau FASS MBAO
Muba
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Hacía un día maravilloso. A través de los cristales se hallaba todo un mundo por descubrir. Conforme el autobús avanzaba, fugaces imágenes pasaban ante sus ojos. Su mirada penetraba en un paisaje infinito, lleno de color. Una bandada de aves volaba al unísono, elevándose hasta el cielo. El balanceo de las alamedas parecía un baile que seguía el canto del río y el gorjeo de los pájaros. Observó el mecer de la hierba, iluminada vagamente por el Sol. La tarde se apagaba, y un horizonte de colores pasteles se despedía, dando sus últimas cálidas centellas a los almendros florecidos Una luz blanquecina lo inundaba todo. Fue entonces cuando sintió la libertad de los pájaros, el sosiego de las alamedas, la sabiduría del río,el mensaje de las aves, el susurro del viento. 26
Era un instante único. En ese momento percibió un fuerte movimiento. El conductor había dado un frenazo. Cuando se dio cuenta de dónde se encontraba un sentimiento la arrebató. Miró a su alrededor. Un chico de su misma edad se encontraba muy ocupado dándole a los botones del móvil. Un grupo de señoras observaban detallada y curiosamente a otra mujer con las ropas sucias y el pelo mugriento que acababa de entrar. Una joven de apenas 20 años estaba sacando de su bolso un espejo de mano y un pintalabios. Otro hombre de mirada vacía y expresión afligida se bajaba del autocar.
Salima Toré Gürsel ...
EunahHong
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Night
240 x 180 oil on canvas 2009
En aquel momento la nostalgia y la tristeza se adueñaron de ella, y sólo pudo consolarla la admiración de aquel paisaje, que parecía ser el único con vida. El amor la dominó. El amor hacia todo lo que se encontraba a su alrededor, y le dolió no poder compartir ese sentimiento con ninguno de los que se encontraban tan cerca de ella, y tan lejos.
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Seoul 180 x 240 oil on canvas 2009
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El otro hablaba de un caracol al que se le suponía una fiesta previa en el barro quién sabe si divertida o una batalla sangrienta. A mí me evocó el juego tonto, porque el caracol enlodado, dejando comentarios genéricos sobre el tiempo a un lado, se parecía al caracol en lo dado. El Gran Caracol. Y a la vez eminentes decían y todo me llevó a esto. El Gran Caracol. Y algunos querrán hablar del tiempo. El Gran Caracol primero fue imaginado. Tras esto, o lo escribieron o lo dibujaron, y ante la inertísima reacción de éste y las críticas de un público cada vez más calvo y más ansioso de comenzar una nueva era en la historia, los escritos fueros desahuciados de sus casas de mármol y los dibujos abandonaron por su propio pie de marco las diferentes salas de exposiciones y bares de la nueva bohemia. Tras esto, el Dador, bajo en defensas por una mala gripe, decidió crear el Gran Caracol con una nueva alquimia que había descubierto la noche anterior a las 0:02 viendo el televisor con su Gripax en la mano. Se puso manos a la obra y en un caldero del tamaño de setenta veces siete campos de fútbol comenzó a añadir, con una paciencia a envidiar, los ingredientes. Primero visitó los cafés más importantes del mundo. Taberna Motxel en 32
Barcelona. Le grand café en París, mon amour. Die Zauberflote Koffee en Munich. GalaxyBacks en Denver, y así por todo el mundo. Millones de cafeteros del mundo vieron desaparecer un lunes a las 13: 31 el café mientras lo removían con la cucharilla. A esto se le pudo haber llamado “rebelión mística del café en movimiento”, de haber pasado a la historia. Poseyendo millones de espirales, el Dador, que no es sino el mismo de siempre pero con otras caras, no podía conformarse. Así que secuestró a todos los caracoles del mundo y a una mujer que en realidad era una espiral. A éstos los manipuló, los violó, los amalgamó y finalmente los echó al caldero. Con ella se casó. De este matrimonio nació el Gran Caracol y aún quedan reservas de caracoles en salsa de café para los próximos cien millones de años. Iván Sergei Malevosky malevosky@gmail.com
e_dallowoy@hotmail.com
Elisa Aguilera Cervera ( Siguiente pag. )
Titanic 50 x 70 Técnica mixta
Malu Pulgarín
Recuérdame más tarde, cuando al regresar a casa la encuentres infinita y hueca; cuando al mirar las paredes no quede de mí más que el rastro de mi espectro. Recuérdame más tarde, cuando al llegar la madrugada el frío haya calado en tu piel; cuando tu mirada no encuentre mi mirada para sorprenderme. Recuérdame cuando busques el olor de mi cuerpo impregnado en tus sábanas; cuando tu lengua haya quedado seca y dormida. Recuérdame cuando recuerdes. Recuerda el pasado de los días, las horas muertas de atardecer incompletas, los viajes eternos a ninguna parte, las caricias fugitivas huyendo bajo la manta, las risas irónicas acalladas con un beso, los abrazos rotos que deambulaban pidiendo sustento... Recuérdame calada en tu piel. Y cuando por fin me recuerdes, cuando por fin me encuentres perdida en tu memoria.... ¡Recuerda todo lo que no fue!
maluartefractal.blogspot.com
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Empiezo a contar y suspiro entre tinieblas por permanecer. Elisa Aguilera Cervera
e_dallowoy@hotmail.com
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Elena Castellano
Empiezo a contar y me pierdo en mí.... y comienzo de nuevo, y los suspiros se escapan y se olvidan, los susurros se vuelven famélicos y mudos, las miradas arden en sus propias llamas, y las caricias... las caricias que acusadas y desterradas por traidoras divagan en la somnolencia hasta perder su tacto.
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He empezado a contar los suspiros que lanzamos perdidos en el olvido y que quedan atrapados en la espesura del viento. He empezado a contar los susurros que se dicen a nadie, voces desordenadas que abandonan los significados. He empezado a contar las miradas que encierran el deseo esquivo de la carne trémula, sexo y sentimiento, armadura y ceguera del desamor. He empezado a contar el rastro que las caricias dejan en la piel como tatuajes de ausencia anónima, como camuflaje del rostro ajeno.
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Desde muy joven sintió el irresistible deseo de volar. En las tardes de canícula, se quedaba horas absorta tras el cristal observando volar a las primeras golondrinas. Sus padres siempre pensaron que era una simple fantasía infantil; por eso, cuando decidió por fin echar a volar desde el balcón de su séptimo piso, creyeron que se había suicidado. H.B.Melgarejo
h_benatia@hotmail.com
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Raquel R.
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Ă?caro Incombustible
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