Ícaro Incombustible nº1

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Ícaro Incombustible Nº1 Todos las obras y opiniones son de sus autores.

Illustración de portada: Crow Matthew Diseño de portada: Crow Matthew Diseño del logotipo: Vero y Añil Maquetación: 0.libros http://icaria.es.gd


Editorial: Pasado, presente, futuro... Ícaro Incombustible camina intemporal. Su materia y su espíritu son moldeables, libres. Su temática la decides tú. Ícaro Incombustible trata de ser un punto de encuentro entre artistas de diferentes disciplinas, desde el poema al artículo de opinión pasando por el graffiti, la fotografía, la arquitectura, el diseño gráfico... con el ideal del arte por el arte A todos los que con su ilusión y esfuerzo han hecho posible que Ícaro Incombustible esté por fin entre tus manos, gracias y enhorabuena.

Miércoles, 28 de noviembre de 2007

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- Laura Luna Sánchez -

Héroe vs Villano -Pienso dominar el mundo, ser el amo y señor del universo y destruir la Tierra. -Pues me parece estupendo. -… ¿Cómo? -Que adelante, que hagas lo que te dé la gana. Yo no te voy a quitar la ilusión. Si total, todos tenéis esa extraña manía de querer conquistar el planeta y destruirlo… -¡P-p-pero tú eres el bueno! -Ya. ¿Y? -¡Joder! ¡Que para algo estás aquí! ¡Para luchar contra mí e impedírmelo! -¿Y por qué debo hacerlo? -¡Porque la cosa va así! Yo soy el malo. Yo vengo con mis siniestros planes de destruir el planeta, entonces apareces tú, luchamos con nuestros superpoderes, me matas y devuelves la paz a la Tierra. ¡Siempre ha funcionado así! -Ya decía yo que tenía cierto déjà vu… -¿¿No vas a pelear?? -No. -¡Joder, que los terrícolas confían en ti y en tu fuerza! -Normal. Están acostumbrados a que les saque las castañas del fuego. Pero hoy paso.

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-¿Así que no vas a impedirme que me cargue el mundo? -Ánimo. Éstos ya te han allanado el camino. -¡¿Qué! -¿Estás ciego o qué? ¿Quieres que te lleve a dar una vuelta por aquí? ¿Te enseño todas las guerras estúpidas que hay desatadas, cómo se van derritiendo los polos, los efectos del cambio climático, la extinción de algunas especies, la contaminación…? -Qué dices… -Y espérate que te presente a los humanos. Entonces me entenderás. -¡Pero si la Tierra es hermosísima! -Uy, hace ya mucho tiempo de eso, ahora ya… -… Era una planeta muy bonito, lleno de lugares preciosos, en el que vivían criaturas fabulosas… Era un planeta tan bello, tan paradisíaco… Por eso lo quería para mí… -Pues, sinceramente, no te estás perdiendo nada. -... -... -¿Nos vamos a tomar unas cañas? -Vale. Yo invito.


Sin título IV 2007

- Rafael Ruíz -


- Golfo -

SOMEDAY SOMEWHERE LATE NIGHT Si se despierta y me ve así flotando boca abajo, igual se asusta. Solo oigo el zumbido grave de la cascada, y de minúsculas piedras al chocar. El sonido del mundo amortiguado por todas partes, perdiéndose en el camino hasta quedarse en este ruido grave y constante. Esto debe ser muy parecido a lo que siente un feto en la placenta de su madre. En este momento, me doy cuenta de que esta sensación es única, que pertenece a este lugar al margen del tiempo… porque siempre que he hundido la cabeza en el agua, la he sentido igualmente. Solo era yo el que cambiaba. Me pregunto si esta sensación no es un nexo, un punto común entre todos los momentos de mi vida que he estado aquí con la cabeza hundida en el agua y los ojos cerrados. Me gusta meter la cabeza y dejarme llevar por este aislamiento. Tal vez, incluso si sacara la cabeza, podría encontrarme al azar en cualquiera de estas noches que he venido desde que descubrí este lugar y decidí hacerlo mío. Con lo que todo lo que yo creyera que ha ocurrido desde el

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momento en que saque la cabeza hasta hoy, no sería más que un sueño momentáneo de dos años como mucho mecido por el placer, el clima de raíces y de barro en la penumbra. Quizá vea a P, alucinando con una escultura de barro con la que nos topamos de bruces cuando amainó el vapor, y yo me puse a gritar con él del susto y de la alegría, de aquella felicidad de aquella noche que por casualidad empezamos y por casualidad terminamos tirados en el barro boca arriba como dos muñecos de papel, hablando de las estrellas que desaparecían una a una y de esas cosas de

El tiempo que visto así podría no ser más que la distancia entre felicidades.

las que se habla cuando la ciudad queda tan lejos; o a T… mirándome, esperando que la tome o la redima o qué se yo, sin saber que no lo haré


porque puedo ser mil veces más cruel… o porque lo se, porque en el sueño no lo hice, porque lo he aprendido así, y aunque fuese mi imaginación, de algún modo despierto ahora más curtido, menos inocente, quizá algo más malo, más miserable tal vez pero más libre también, irremisiblemente libre para romper espirales de fresca perversión, que si bien se ofrecieron con cierto encanto, me están haciendo daño. Quizá bailemos a rastras otra vez mirándonos muy cerca sin tocarnos como bailan los leones antes de atacar o de abandonar para siempre. Aunque quizá no haya aprendido nada y aunque toda esta vida que he imaginado me haya enseñado tanto, puede que en pocos segundos no sea muy distinta de los sueños que por las mañanas se me escurren entre los dedos como un puñado de arena. Quizá vuelva a dudar… Estos dos no son el primer ni el último momento… pero son los que me vienen a la mente porque probablemente podrían representar el tiempo completo. El tiempo que visto así podría no ser más que la distancia entre felicidades. Por eso nuestra percepción varía tanto aunque los relojes sigan marcando su pequeño e imponente tic tac.

vivo a la vez dentro de una caja, en este momento, yo, flotando boca abajo en las mismas aguas, no este viviendo en ninguno de esos días en concreto sino en todos a la vez, en un estado de semiatemporalidad, cuyo equilibrio rompería al sacar la cabeza del agua y obligar al sistema a decidirse por una de las noches en que hundí mi cara y mis oídos de este modo. Quizá bajo el agua está la máquina del tiempo, quizá incluso salga y no reconozca nada porque esté en el futuro y lo que pase será que todo se me ha olvidado. Hace una semana que vi El maquinista... y yo también empiezo a parecerme a un personaje de Dostoievskii. Me pregunto de verdad quién habrá ahí fuera. Me decido. Saco la cabeza deprisa, como si me la sacara una mano invisible. …a veces soy así de teatrero… Ruido blanco de cascada que ahora me llega a través del aire frío, penumbra lunar y vapor, principios de febrero del dos mil cinco. -¿pero qué coño haces?Conseguí explicar todo esto en pocas frases, pero ya no las recuerdo.

Se me acaba el aire. Si todo fuese así, como el gato de Schröedinger que estaba muerto y

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Azar sobre fondo blanco 2006

- 0nironauta -


- La Oruga -

Un cuento de conejos Suele buscar mi mano entre las sábanas y, al no encontrarla, niño se despierta y llora, amargamente, como si hubiese perdido a su mamá. Pablo quería un cuento de conejos, como todos los niños. Quería dormirse cada noche imaginando cómo el hociquito arrugado del "lapin" olisquea la almohada, sintiéndolo estrujarse contra sus mejillas regordetas. Quería el calor suave del conejo para olvidarse de que su mamá no venía ya a acariciarle el cabello, ni a besarle la frente como solía hacer hacía ya mucho tiempo. Pablo tenía cinco años y, como todos los niños, le tenía un miedo terrible a la oscuridad, aunque nunca quisiera confesármelo. Empecé a escribir el cuento con mi caligrafía torpe y desordenada, de letra gorda y abultada que casi ocupa medio renglón. Empecé a escribirlo porque ya no sabía cómo convencerlo para que se durmiera. Me costó mucho encontrar un nombre apropiado para el conejo, tanto, que decidí preguntarle a Pablo como quería que

se llamase su conejo, ese sobre el que yo estaba escribiendo, y cuando él contestó simplemente: "Conejo", me di cuenta de que "Conejo" no podría haberse llamado de ninguna otra manera, porque no hay mejor nombre para un conejo que el suyo propio.

Las personas mayores siempre están empeñadas en no llamar a las cosas por su nombre. A veces, Pablo tiene cosas muy adultas, tanto, que no se le ocurrirían a ninguna persona mayor. Las personas mayores siempre están empeñadas en no llamar a las cosas por su nombre. Yo, por ejemplo, nunca hubiese llamado Pablo a Pablo, le hubiese llamado, simplemente: niño. Seguro que él opina como yo, niño es un nombre mucho más apropiado para alguien como Pablo.

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Se miraba las pequeñas manitas como ausente, tratando de averiguar porqué estaban tan vacías siempre... con extrañeza, como si recordase otras manos más grandes... "Conejo" no es un conejo como los demás, es un gran conejo azul y morado, con la sonrisa picarona de Pablo. Hemos decidido que tenga dos pequeñas manos (que casi no se ven) escondidas bajo las patas delanteras porque si no, no hubiese podido tomarse la sopa con la cucharilla que niño le dejó prestada.

Se queda dormido siempre entre la tercera o cuarta carcajada. Las travesuras de "Conejo" parecen divertirlo de veras. Estoy segura de que todas las noches sueña con "Conejo" porque sonríe con las mejillas mientras yo le arropo con cuidado para que no se despierte y descubra, de pronto, que su mamá sigue sin venir a acariciarle el cabello, ni a besarle la frente, ni a contarle historias de conejos como solía hacer antes, hace ya mucho tiempo. Pablo, yo lo sabía, lloraba a escondidas, entre el almohadón y las sábanas, y se miraba las pequeñas manitas como ausente, tratando de averiguar por qué estaban tan vacías siempre... con extrañeza, como si recordase otras manos más grandes donde ahora sólo están las suyas. No es ningún niño travieso, es sólo que a veces no encuentra a

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"Conejo" por ninguna parte. Yo no me reí, claro, cuando se empeñó en buscarlo debajo de las alfombras asegurando que se habían construido una madriguera ahí abajo, con los hilos sueltos de lana, pero le miré con tristeza cuando se volvió a mí con sus ojazos suplicantes, enrojecidos por el llanto y el polvo, preguntándome dónde estaba su conejo gigante y si no habría venido su mamá a llevárselo con ella y, si se lo había llevado, por qué no se le había llevado a él también... Creo que se ha dado cuenta de que "Conejo", como su mamá, no existe. Creo que no se escribir historias de conejos. …

Hemos estado buscando madrigueras de conejos por todo el parque, pero no hemos encontrado ninguna. Papá nos vio tan azorados que preguntó si habíamos perdido algo. Cuando se lo expliqué, se rió en silencio y me confesó secretamente que los conejos... ¡no viven en las ciudades!


-¿Ah, no? -respondí perpleja. Debí parecerle una lagartijilla sorprendida por que me besó divertido la punta de la nariz. Yo, naturalmente, no le he contado a niño lo de los conejos, se hubiese puesto muy triste. En nuestro jardín, he cavado un pequeño agujero por si Pablo quiere imaginar que puede encontrar a "Conejo" dentro. Papá vino ayer a darme las buenas noches y encontró el cuento de "Conejo". Estoy segura de que le gustó mucho porque sonrió con la boca muy abierta, como con una carcajada muda. Me contó una historia, una historia de un niño pequeño que se llamaba como él y también tenía un conejo -como niño-, pero un conejo de verdad, no de cuento. Después me acarició la mejilla y me habló de mamá mucho tiempo... pero debía estar preocupado por el desorden de la habitación porque no me miraba a mí, sino que paseaba los ojos tristes por la habitación: de la mesa a la silla, de la silla a la ventana, de la ventana a la alfombra, de la alfombra a la mesa... y vuelta a empezar. Mañana lo ordenaré todo para que papá no se ponga tan triste cuando venga a darme las buenas

noches. No debería ser tan desordenada. Pensaba que no sabría escribir historias de conejos, pero sí sé. Anoche, cuando terminé de leer y "Conejo" se convirtió por fin en un cuento, niño palmoteó entusiasmado, como saciado y ansioso a la vez. Me miró mucho tiempo de aquella forma suya: los ojos abiertos, asombrados, y una mueca como de niño tonto deformándole la carita, y supe que había acertado -con la historia, claro-. Me senté a su lado, en la cama, y le acaricié el cabello, luego, me incliné y le besé la frentecilla. Sonrió. Mamá no lo hubiese hecho mejor.

Creo que se ha dado cuenta de que "Conejo", como su mamá, no existe. 11


JUEGOS DE ESPEJO Con restos de sangre reseca en la nariz, saltando los charcos, bordeando el peligro y pensando en ti ... Así llego a casa, bien entrada la mañana del domingo tras librarme del pesado de turno. Entonces, sin oponer resistencia, como si de un ritual se tratara, voy liberándome del disfraz de mujer fatal. Primero los ojos: la sombra, el rimmel, luego el rojo de labios. Después caen las botas, ya empiezo a sentirme vulnerable, Le siguen la falda, el liguero, las medias, las bragas... Desnuda frente al espejo ya no queda nada de esa mujer fatal de la que todos creen enamorarse. Y ya en la cama, dudo entre llorar o masturbarme, aunque si he de ser sincera, no veo mucha diferencia.

- Grace 12


2007

- Lara Mazagatos -


2007 - Lara Mazagatos -


2007 - Lara Mazagatos -


- Pedro Escudero -

NO MÁS DESEOS MERCENARIOS LA HABITACIÓN DEL DESEO. Aquel letrero pintado con letras rojas y doradas en un enorme cartelón sobre la puerta batiente de doble hoja, que invitaba a los variopintos clientes del único prostíbulo de la comarca a visitarlo a cualquier hora del día o la noche, marcaba todos los recuerdos de su más temprana infancia tanto como los columpios del patio trasero, que el negro caloro (Calorina la mulata de madrugada) fabricó con unos neumáticos viejos, o las peleas entre los hijos de puta y los demás chavales del pueblo. Ahora pendía descolorido, como aquellos dos balan-

madre, que había fallecido de una mala gripe, no le faltó afecto, ni una caricia, ni unos oídos comprensivos que escucharan sus problemas infantiles; y es que en cierto modo todas, incluso las más hoscas, velaron por él. Recordaba con cariño a Carmencita, que cada mañana horneaba galletas y bollitos de leche para el desayuno de los muchachos; a la gruñona Lola, que les enseñaba a hacer trampas con los naipes; a María, la rubita con cara de ángel, que les contaba cuentos de hadas; y a la siempre altiva madame que los enseñó a bailar al ritmo de la pianola porque; y a

cines forrados de fieltro escarlata del porche, que el tiempo había deslucido a un pálido color rosa. Allí vivió junto con los demás hijos de las chicas y pese a que no llegó a conocer a su

Bibí, Marga, Gema, Sole... Con doce años le internaron en un colegio de la capital. -“Es con un dinero que tu madre nos dejó para que estudiaras”Y allí permaneció, haciendo piña con

Ahora pendía descolorido, como aquellos dos balancines forrados de fieltro escarlata del porche, que el tiempo había deslucido a un pálido color rosa.

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los demás hijos mayores, hasta que con dieciocho años fue llamado al servicio militar. Después vinieron los años en los que con tesón, esfuerzo, la ayuda de sus hermanos putativos y, para qué negarlo, argucias y sobornos, amasó una considerable fortuna. “Nadie se hace rico siendo honrado.” Ese era su lema. Por fin, incluso el burdel era suyo.

-No, nadie se ha hecho rico siendo honrado, pero hoy no hay hombre más honrado que yo. -dijo dándole a los escombros un puntapié cargado de rabia.

El impacto de la bola de demolición al derrumbar una de las paredes de ladrillo le arrancó de sus pensamientos. El estruendo y una ligera nube de polvo todo lo envolvieron. Pero no era suficiente para sofocar los recuerdos: Los gritos de Lola cada vez que un cliente que pensaba que no tenía porqué aguantar tanta soberbia de una simple puta la propi-

“Nadie se hace rico siendo honrado.” Ese era su lema.

naba una paliza; los sollozos de Carmencita y su extraña forma de cojear después de que la visitara el intendente Santiago, que el no llegó a comprender hasta años más tarde; la rabia y la impotencia el día que un borracho desfiguró la angelical cara de María con una botella rota chillando “¡Después de follar conmigo sólo valdrás para chupar pollas!”; y a Vicky, que amaneció una mañana sumergida en la bañera con las venas cortadas. A su hijo también le contaron que murió de una mala gripe.

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- Victor García González -

ENFERMO -Tengo dos noticias, y las dos son malas. ¿Cuál prefiere oír primero? dijo el médico sin levantar la vista de los documentos que hojeaba entre sus manos. No le gustaban las revisiones anuales. De hecho no le gustaban los médicos en general, ya que siempre le encontraban alguna enfermedad o dolencia nueva. De las pocas veces que había ido en su vida, le habían diagnosticado dos tumores, un cáncer y varias afecciones crónicas en los pulmones y en la piel. Solía decir que prefería morirse de algo desconocido antes que saber qué lo estaba matando. A veces incluso bromeaba argumentando que él iba sano y los médicos eran los que le provocaban esas enfermedades. -Dígame primero la menos mala. -Bien, no se va a morir pronto dijo seriamente. -¿Y eso es malo? -preguntó ligeramente sorprendido.

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-Sí, porque la otra noticia es que tiene la enfermedad de Huffman, señor Huffman. -¡Anda! Una enfermedad que se llama igual que yo. Ya es casualidad dijo con cierto tono jocoso. -Se equivoca. La enfermedad es nueva y la hemos puesto su nombre. Usted es el primer afectado que conocemos -explicó con una seriedad tajante.

Solía decir que prefería morirse de algo desconocido antes que saber qué lo estaba matando.

-¿Y qué síntomas tiene? Porque yo me encuentro bien y ya me ha dicho que no me voy a morir de esto. -Aún no conocemos sus síntomas, ni si es contagiosa o hereditaria.


-Pero si no saben qué síntomas tiene, ¿cómo pueden estar seguros de que estoy enfermo? -preguntó extrañado. No era especialmente inteligente, pero ahí había algo que no le cuadraba. -Existe una enfermedad con su nombre, así que a la fuerza tiene que estar infectado por ella. -¡Pero si se la acaba de inventar! -gritó con incredulidad -No pienso perder más el tiempo en esto. Me voy -terminó levantándose de la silla.

involuntaria, en uno de sus vanos intentos, propinó una patada en el estómago al que le estaba tapando la boca. Como un acto reflejo, el soldado sacó su pistola reglamentaria y disparó cuatro veces sobre su espontáneo agresor. Los otros dos soltaron el cuerpo que cayó como plomo sobre el suelo de la consulta. -Bien, ahora ya sabemos que la enfermedad de Huffman es mortal. Avisad al equipo de epidemias para que venga a desinfectar y limpiar todo esto.

-Me temo que no puedo permitírselo, señor Huffman. Por lo que sabemos podría provocar una pandemia a nivel mundial -dijo mientras hacía una señal con la mano a una persona al otro lado de la puerta. Se presentaron tres militares uniformados con traje de camuflaje verde, casco y sin un atisbo de huma-

Existe una enfermedad con su nombre, así que a la fuerza tiene que estar infectado por ella.

nidad en sus rostros. Dos de ellos le agarraron por ambos brazos y el tercero le colocó una mordaza. Intentó resistirse agitándose violentamente, pero los soldados eran extremadamente fuertes. De forma

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Kung Fu Cat 2007

- La Oruga -


- Tormenta -

FIN DEL MUNDO La habitación del deseo era el título del libro que leía la muchacha. Él apartó la mirada; tras el ventanal corrían los campos sembrados, el sol de mediodía doraba el mundo, tanto esplendor no parecía tener piedad con sus retinas y entornaba los ojos para poder apreciar el brillante cielo, cegado por las nubes que dejaba atrás a medida que el tren avanzaba sin que le diera tiempo a imaginar una forma certera para ellas. Intentó concentrarse en su libro, abrumado ante tanta luz, ante toda la creación que desfilaba ante él sin detenerse. Recorrió algunas líneas más, se fundieron al paso de sus ojos: una letra seguida de otra, un sinsentido de color gris, palabras carentes de significado que alguien creyó que podrían decirnos algo. Cuánto vacío… ¿A dónde irás? -escuchó de pronto en su mente- ¿de qué huyes? Aquella voz que lo había sido todo para él aún aparecía de vez en cuando en sus pensamientos. Siguiendo una intuición interior había tomado la determinación de no detenerla, de

dejarla fluir cuando fuera preciso. Tal vez -se decía- está intentando decirme algo, algo que yo sólo no soy capaz de comprender. La muchacha tosió de repente y durante esos segundos en los que apartó el libro de su rostro pudo por fin observarla mejor. Su palidez era enfermiza. Tenía los labios ligeramente rosados, y sus oscuros ojos de pestañas infinitas estaban enmarcados por violáceos surcos. El fino cabello negro y lacio le llegaba hasta la cintura envolviéndola dulcemente. Sus ropas oscuras acentuaban su lividez, sus manos delicadas parecían tremendamente suaves. Se imaginó acariciándolas y un cálido estremecimiento le recorrió desde la espina dorsal. Ella, ignorante, continuaba respirando con dificultad. Él se levantó para abrir un poco la ventanilla. -¿Mejor así? -le preguntó. Ella le miró y asintió agradecida. Se acomodó mejor en su asiento apo-

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yando ligeramente la cabeza en el cristal. El aire del vagón comenzó a renovarse y la tos fue remitiendo poco a poco. Sus miradas se cruzaron y permanecieron así durante unos instantes.

la. Ella, lejos de sentirse incómoda, continuó hablando. -Quiero llegar al mar. A ese lugar que llaman “el fin del mundo”.

-¿Hasta donde vas? -preguntó ella de pronto. Su voz suave y baja era difícil de apreciar por encima del murmullo del tren.

-Llevas poco equipaje para ir al fin del mundo… -comentó él haciendo un gesto en dirección a la pequeña mochila que yacía en el asiento a su lado.

Él tardó en contestar algo más de lo normal, fijo en sus ojos.

-No necesito más para hacer lo que voy a hacer.

Aquella voz que lo había sido todo para él aún aparecía de vez en cuando en sus pensamientos.

-Hasta el final supongo -dijo no demasiado convencido de su respuesta; pues en realidad cuando llegara al fin de aquel trayecto cogería cualquier otro tren que le llevara aún más lejos, y tal vez una vez allí, tomaría el siguiente tren que le siguiera alejando aún más. -¿Y tú? -preguntó a su vez. Ella mostró una débil sonrisa -Hasta donde llegue… -dijo enigmática. Pestañeaba a un ritmo anormalmente lento. Había tanto sosiego en su rostro que no podía dejar de mirar-

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La tos regresó con mayor violencia. Con los ojos cerrados, la cabeza apoyada en el cristal y las manos cerrando su boca, la joven parecía sufrir. Mientras la observaba algo consternado no pudo evitar preguntarse qué haría cuando llegara al mar.

Llevas poco equipaje para ir al fin del mundo… -¿Te encuentras mal? ¿Puedo hacer algo por ti? -preguntó acercándose un poco. -No tranquilo, no puedes ayudarme -dijo con dificultad. Continuó tosiendo durante largo rato, con tanto ímpetu que temió en varías ocasiones que fuera a desmayarse. Se sintió estúpido, allí frente a ella, sin poder hacer nada; pensó una


y otra vez en buscar ayuda, pero sabía, o mejor dicho intuía, que lo único que la muchacha deseaba en aquel momento era que la dejasen en paz. A medida que pasaba el tiempo la tos era cada vez más débil pero ella parecía extenuada. Sin poder soportarlo ni un instante más, se levantó, puso la mochila en el suelo y se sentó junto a ella. -Deberías dormir un rato -le dijo en un susurro para no sobresaltarla y creo que mi hombro es más cómodo que ese cristal. Temió haberla asustado con su proposición, en cambio ella le miró de reojo sonriendo. -¿Me despertarás cuando lleguemos al mar? -Por supuesto, no te preocupes. Se acercó lánguidamente a su hombro, posó su cabeza y cerró los ojos. Durmió durante varias horas cambiando de posición en ocasiones. Cuando el mar apareció tras las ventanillas estaba anocheciendo y ella descansaba hecha un ovillo en los asientos con la cabeza sobre sus rodillas. Antes de que éste pudiera decirle nada, abrió los ojos. -¿Ya hemos llegado? -preguntó. Él asintió; se forzó a sonreír a pesar de que la idea de alejarse de ella no le agradaba.

Durante esas horas se había sentido más cerca de aquella desconocida que de toda la gente con la que se había cruzado en los últimos meses; la había observado respirar intranquila en su regazo mientras dormía, y tras aquel agotamiento que reflejaba su rostro, él había encontrado una belleza, una luz que no sabía describir, pero que lo había prendado. Comprendió, a medida que avanzaban hacía el mar, que su deseo de alejarse de todo se iba diluyendo como la luz del día, y ese lejano destino que todavía no había decidido se le antojaba algo absurdo tras aquella intimidad que ambos habían compartido.

Durante esas horas se había sentido más cerca de aquella desconocida que de toda la gente con la que se había cruzado en los últimos meses.

La muchacha se puso de pie con cierta dificultad y comenzó a recoger sus cosas despacio. Metió el libro en la mochila y se puso la chaqueta; por último, le miró en silencio. -Gracias -dijo por fin -Gracias por esto.

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Él no pudo decir nada, sonrió con la esperanza de que aquello pudiera expresar lo que no era capaz de decir con palabras. La muchacha se ajustó la mochila dispuesta a salir del vagón y aquel movimiento brusco le provocó un nuevo ataque de tos. Se apoyó en la puerta, de espaldas a él, mientras el tren iba frenando poco a poco. Aunque la tos cesó pronto, pudo notar como respiraba trabajosamente. -Y dime -se atrevió a decirle ¿Qué harás cuando llegues al fin del mundo? Ella se dio la vuelta, retirando las manos de su rostro. Un hilillo de sangre le corría por la comisura de los labios. -No lo sé –dijo -tal vez vaya hasta el mar, y me quede allí, contemplan-

En aquel instante comprendió que ya no precisaba coger más trenes para continuar huyendo. do el fin del mundo hasta que llegue mi propio fin. Y con una tristeza infinita le sonrió por última vez y se fue. ¿A dónde irás? ¿De qué huyes?Aquellas palabras resonaron de nuevo

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en su mente mientras observaba el espacio de vacío que había dejado el cuerpo de la muchacha al marcharse. En aquel instante comprendió que ya no precisaba coger más trenes para continuar huyendo, pues tal vez el final de ese algo que andaba buscando no lo encontraría yendo aún más lejos, sino en el lugar donde pudiera darle fin a su absurda huída. Y quizás no hubiera mejor sitio para hacerlo que el fin del mundo.


Democracia 2007

- El Liebre -


- 0nironauta -

TRÍO

Así, a priori, era difícil imaginárselo: un trío de zapatos. Rojos, de tacón alto y punta fina. Muy femeninos, si hubiesen sido un par. Pero tres era una imagen grotesca. Tu cerebro trataba de eliminar el de en medio, como en esas imágenes tan divertidas que juegan con el efecto óptico. Además, ¿Qué sentido tenía? ¿Por qué el zapato de en medio, que insistía en ser real, no se definía claramente entre el derecho y el izquierdo? Tenía esa forma tan insultante de no parecer de un pie ni del otro... sino un poco de ambos. Así que allí estaban, solos sobre un parqué marrón, en una habitación de hostal donde no había nadie más.

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¿Qué clase de criatura vestiría un trío de zapatitos rojos de tacón? ¿Una venus alienígena? ¿Una universitaria mutante? ¿Serían quizás parte del delirio de un cineasta? ¿O de un fetichista? ¿Serían una rara pieza de coleccionismo, o el calzado fálico de alguna extraña tribu africana donde los hombres, con sus largas poyas y travestidos de mujer europea, los endosarían en sus rituales de apareamiento? ¿O sería un sueño? Claro, un sueño: la imaginación desbordada. Un absurdo con una retorcida lógica intrínseca... Significaría seguramente que hay una postura intermedia entre la derecha y la izquierda, o denotaría un


No hay nada peor que encontrarse un trío de zapatos rojos y que, al intentar despertar, no puedas.

deseo sexual grupal, o quizás recordarían un encuentro con una mujer imponente. ¿Qué clase de persona soñaría con un trío de zapatos, rojos, de tacón? ¿Un hombre preocupado por un regalo de cumpleaños? ¿Una mujer insatisfecha con el status quo? Puede que alguien a quien le gustase resolver misterios y leyese a Chandler.

No hay nada peor que encontrarse un trío de zapatos rojos y que, al intentar despertar, no puedas. Nada más terrible que encontrarse con esa realidad ineludible y absurda, como salir de casa y justo al cerrar la puerta darse cuenta de haberse dejado las llaves dentro. Así que, a veces, sobre todo cuando delante de ti hay tres zapatos de tacón huérfanos de pies, es mejor no intentar despertar, por si acaso.

Lo mejor, desde luego, sería despertarse inmediatamente y contárselo a alguien. ¡Eso contando con que fuese un sueño, claro!

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- Verónica G. Lagos -

EL CABALLERO DESCONOCIDO En los alrededores del pueblo no hay nada. A cien kilómetros de distancia, nada. Sólo cemento. Sus habitantes no conocen las tecnologías ni la electricidad y sus ojos son ancianos. Hasta los recién nacidos parecen saber lo que les queda por conocer y cierran los ojos para mirar hacia dentro, porque afuera no hay nada que mirar. Las gentes no hablan entre sí, porque temen que lo primero que se les venga a los labios sea juzgado como deseo de abandono y ansia exploradora. Nadie puede abandonar, pues no hay nada más que el pueblo y su gente delimita el mundo abarcable por sus habitantes y su conocimiento. Es domingo y, sobre un pequeño escenario improvisado en los escalones de la plaza, un caballero desconocido de unos sesenta años y pelo totalmente blanco, ataviado con chaqueta anticuada y espeso bigote ceniciento, ha depositado un gran pañuelo blanco atado por sus picos sobre un banco. Después, en lugar de sentarse a su lado, como quien hace tiempo para tomar su merienda, se ha quedado de pie tras el respaldo, elevado

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sobre uno de los escalones, con la mirada reconcentrada hacia abajo, mano en barbilla, observando sus posesiones, como a la espera de un suceso inminente y muy importante. No es de extrañar que unos cuantos chicos hayan dejado de jugar para acercarse a ver qué ocurría. Poco a poco, una señora mayor y su marido, una niña y su madre, una pareja de jóvenes, incluso una panda de cuarentones aburridos, han ido formando un corro en torno al banco y al caballero. Silencio y espera. Silencio y miradas. Silencio y sonrisas. Silencio y encogimiento de hombros. Silencio. Unos abuelos se han sentado en sillas de madera en primera fila, para no cansar las piernas. La mujer del panadero ha comenzado a preparar bocatas para todos, pero el caballero ni se ha inmutado cuando le han ofrecido a él. Su mirada es tan intensa, casi no pestañea. Mucha gente le mira a él, otros miran al pañuelo. Por lo general, en una situación así todo se resume a eso, el caballero y el


pañuelo. Pero la niña mira vencida a su madre, para qué seguir esperando, si el pañuelo seguirá tal cual hasta que el caballero se decida a abrirlo. La madre, en cambio, está convencida de que, si no abre el pañuelo, indudablemente es por alguna razón obvia y no se puede hacer otra cosa que esperar. Todos esperan con él. Apenas imperceptiblemente se ha hecho de noche, todo está oscuro, pero el pañuelo es blanco y es lo único que se distingue claramente. El nudo sigue tan apretado como cuando fue colocado allí. En la oscuridad, el banco se ha vuelto invisible y el pañuelo parece flotar inmóvil, de no ser por la leve brisa que mueve sus puntas de vez en cuando. Algunos

-¿Dónde es fuera, mamá?

han ido apresuradamente a sus casas a por algo de abrigo, no sin antes pedir a su vecino de asiento que le guarde el sitio y mande a avisarle de algún modo si por fin sucede algo. Los más pequeños están dormidos en el regazo de algún mayor. Unos chicos han decidido romper el silencio y contar historias de miedo a la luz de una vela que no deja de apagarse con el viento. Risas. Finalmente han desistido al ver que los demás le chistaban a callarse. De nuevo, silencio. En silencio, sale el sol, como cada amanecer. Los párpados de los

pequeños se abren y algunos lloran, los adultos despiertan del sopor en el que estaban sumidos, sus pupilas quemadas de tanto mirar al mismo punto fijo, ya prácticamente no veían nada y ahora comienzan a moverlas de un lado a otro. Recuerdan dónde están y, luego, recuerdan por qué. El pañuelo sigue intacto sobre la tabla del banco, el caballero ya no está. Todos se miran sorprendidos, recién amanecidos, adormilados, con ojeras, extrañados. La madre está despierta, su hija duerme en el asfalto. Impaciente, se levanta del suelo. Dolorida, se cuela entre el barullo. Llega a la primera fila de sillas y viejos, los sobrepasa y se acerca al banco. Se agacha y observa el pañuelo. Lo huele. No huele a comida, no huele a nada. Palpa su tela, recia y blanca, como de lienzo. Entonces, lo agarra por el nudo y todos se ponen en pie. Deshace el nudo, desdobla la tela y, en su fondo, nada. El sabor amargo de una emoción contenida resbala por las gargantas en ayunas. Conmoción general, un escalofrío recorre las espaldas. Una espera inútil, un timador, ¡que les devuelvan el dinero! Pero nadie les convocó, nadie les pidió que esperaran. El caballero desconocido no era uno de ellos, evidentemente había tenido que venir de fuera. Y se había marchado sin dar explicación. Cien kilómetros a la redonda no había nada más que cemento y nadie podía afirmar lo contrario. -¿Dónde es fuera, mamá? -Chsst, calla. Fuera no existe.

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2007 - Aracne -


- Icaro -

IMPULSO Lobo corre veloz entre la espesura. La noche acoge su aliento agitado, babas entre afilados colmillos. Corre, ninguna presa a la que acechar, no hay heridas que lamer. Pelaje de plata, ojos de hielo. Una cicatriz recorre su velludo cuerpo desde el nacimiento del corazón hasta el mismo lomo. -Sois un hombre aburrido, maese Edmund. Solo gustáis hablar de filosofía. -En verdad soy una bestia salvaje, mi querida Daphne, mientras vos sois solo un personaje. Un salón de estilo victoriano. Un hombre examinando su copa vacía. Lámparas cargadas de velas alumbran la escena. Edmund se asoma al exterior desde la ventana más cercana. Alza la vista hacia la fascinante y profunda oscuridad, atusando su barba blanca. Lechuza recorre las copas de los árboles, navega en el mar del bosque y del viento, dibuja formas infinitas; solía seguir rastros pero ahora es libre. Ya no hay crías que alimentar, ni susurros que interpretar. Explora la noche y el vacío,

feliz en esa sensación. Flota ingrávida, ajena al peso de la vida. Viajera en pos del horizonte, orgullosa, también recibe sin embargo el influjo. Súbito algo se agita, llamada muda del instinto. Desciende y sigue el rastro del lobo, algunas plumas se pierden y salpican como nieve el lienzo negro. -¿Os encontráis bien, maese Edmund? Tumulto, más allá de las rejas de la mansión, ha visto el argénteo pelaje correr, fugaz guiño del lobo y sonrisa de mutuo asentimiento. La innombrable aguarda, invoca más allá del raciocinio. Reina aplastante, destroza el iris del bípedo avejentado, que ahora emprende la carrera desnudo. Ni siquiera los árboles notan el paso de los tres seres, cuya costumbre es mirar siempre hacia arriba, recreados en la eterna expansión. Ramas que-

Ya no hay crías que alimentar, ni susurros que interpretar.

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bradas en la carrera, la lechuza guía como puede, en éxtasis. Patas, alas y pies ascienden la colina. Trío de aullidos, comensales de la cena de los sentidos, cataratas de agua fresca surgen entre las rocas a presión como chorros de ballena, purificadoras. Allí, la ebúrnea manda que lo que esté arriba, ahora esté abajo; que lo que sea blanco, ahora sea negro; que lo que exista deje de hacerlo y lo que no, cobre esencia y que la inversa sea la viceversa, y viceversa. -¿Os encontráis bien, maese Edmund?

Patas, alas y pies ascienden la colina. Trío de aullidos, comensales de la cena de los sentidos.

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Bolonia 2007

- Diley -


Geografic 42 2006

- La Oruga -


Sumario: Laura Luna Sánchez, Golfo, La Oruga, Grace, Pedro Escudero, Victor G. González, Tormenta, 0nironauta, Verónica G. Lagos, Icaro,

Rafael Ruíz, Lara Mazagatos, El Liebre, Aracne, Diley


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