Ícaro_Incombustible_nº2

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Mochuelo Jose Eduardo Mateos pispitacoqui@hotmail.com Estas fotos se realizan mediante la técnica de “digiscoping” que consiste en aplicar a una cámara digital un telescopio terrestre. Con ello se consigue una cantidad de aumentos imposible de efectuar con las máquinas y teleobjetivos convencionales. Por otra parte, al fotógrafo le permite guardar muchísima más distancia con el ave o mamífero que quieres fotografiar con lo que se reducen enormemente las molestias que puedas ocasionar a los mismos. En contra se necesitan buenas condiciones de luminosidad para que la foto sea medianamente aprovechable. Un saludo

Icaro Incombustible No. 2 Todas las obras y opiniones pertenecen a sus autores. Portada Muba www.mubaa.blogspot.com Diseño y maquetación Muba Logotipo Vero y Añil Agradecimientos a todos los lectores y colaboradores de la revista y del foro.

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EDITORIAL Con la experiencia que nos otorgan unas alas ya incombustibles, os ofrecemos esta tercera apuesta por el Arte. La idea de la revista: los propios colaboradores eligen lo que se publica en cada número. El método: cualquier autor puede enviar una obra a revistaindependiente@gmail. com con el asunto [COLABORACIÓN] y así pasar a formar parte del proceso de publicación como “colaborador” . Para cada número, nuestra editorial se encarga de remitir a los colaboradores el material recibido. Por su parte, los colaboradores se comprometen a recibir las colaboraciones de los demás y emitir un voto, lo que garantiza que la publicación será sometida a una elección común. Los mejor valorados aparecerán en el siguiente número de la revista, y así cíclicamente mientras queráis formar parte de este juego. El objetivo: lograr que tanto la Idea como la propia revista se hagan vuestras. Como protagonistas de este proyecto, Icaro Incombustible os ofrece también un ciberespacio donde daros a conocer: http://icaria.es.gd/ En la web de Icaria, cada autor puede acompañar su obra de un pequeño currículum y forma de contacto para crear entre todos un lugar de encuentro entre diferentes artistas. ¿ Te apremia ?


Afilalรกpiz, clip y gato conversando con la luna Alfredo Pirucha www.pirucha.net


Ana Maria Herrera www.lacalledelviento.blogspot.com

La chica de la maleta roja Ella sabe mirar al cielo y saber que mañana habrá tormenta. Sabe también que lo mejor en esos casos es salir corriendo. Hoy antes de amanecer lo ha hecho y su taconeo vivaz era ya el sonido de las vías del tren. Y su corazón rojo, como su maleta, marcaba el compás binario de la locomotora. Miraba la ventanilla y su reflejo se fundía con el paisaje, no llegando a discernir si esas dos lucecitas eran sus ojos o dos farolas a lo lejos. Sus recuerdos también aparecen en escena, formando una extraña trinidad: la misma cosa en tres estados distintos. Huye de ella misma, siendo consciente de cuando llegue allí y se siente en el palco de estrellas y la brisa del mar le llene los pulmones, mirará hacia su casa que no es más que una filita de luces a lo lejos. Y suspirará, como aquel rey. Y entenderá entonces el coraje de este hombre,¡qué valentía! Huir no es lo más fácil. Pero ella no sólo huye sino que va al encuentro de la mitad de su corazón rojo, como su maleta, que una vez enterró en una playa del Norte del Sur. Yo admiro a esta mujer, que sabe mirar al cielo con ojos sibilinos, que corre con el compás de un tren, que sabe sonreír como nadie aunque no le guste, aunque su corazón rojo esté en cuidados intensivos. Me encanta escucharla decir “buenos días”. Y es que a ella no le gusta ser un eslabón más de la desidia, de esa cadena de mal humor, respuestas secas y ceños fruncidos. Me encanta verla fumar. Parece que ese humo de confusión para ella es una bocanada de aire fresco que le llena la cabeza de ideas, de recuerdos, que va soltando a lo largo de su discurso. Me encanta verla correr... Ahora me mira, desde lo lejos, en su palco de estrellas. Me regala una de sus sonrisas y me guiña un ojo. Es feliz, vuelve a serlo al otro lado. El humo de su cigarrillo me ha dicho que va a volver. Con la maleta roja, como su corazón, llena de felicidad. Para sonreírse a sí misma como se merece. Suelto la pluma antes de que descubra que la fotografío con mis palabras. Antes de que descubra que corro detrás de sus zapatos rojos, como su maleta, como su corazón. Esto tiene que parecer casualidad porque para cuando ella se dé cuenta ya habré conseguido parecerme a ella tanto que le sorprenda... Tanto que la merezca. No es sano, lo dice mi psiquiatra, pero es que ¡me gusta tanto...!


STALINGRADO LA ULTIMA NOCHE DE ASEDIO Nada había de parecer nuevo, pero inquietantemente lo es, bajo este turbador cielo nocturno iluminado por auroras de fuego como el de Stalingrado la última noche de asedio nunca antes habíamos vivido una época de exceso con la que no se atrevieron ni a soñar nuestros mayores y en la que hasta los cerdos comen jamón extinguidos los lunes, la noche ha de redoblar sus esfuerzos para continuar siendo la protagonista del pecado; si en cielo flotan grises cien lunas mañana abrasaran cien soles la carne se pudre en los frigoríficos mientras, los huéspedes del deseo matan el tiempo en lupanares de neón expectantes ante lo que se les ofrece, abierta la subasta cierran acuerdos económicos que satisfagan a ambas partes, manejan nerviosos la tarjeta de crédito esparciendo la caspa del diablo en los lavabos y es que la virtud puede llegar a ser un defecto hoy, que él que no peca no mama.

Oscar Alberdi info@alberdibolaviga.com


las fieras escapadas del zoologico deambulan libres por las calles cruzándolas sin mirar, pasando entre los coches ajenas a las sombras en que se deshacen sus movimientos producto de las luces de los focos que las deslumbran; entran en los locales como si acudieran a una cita, como si buscaran una presa de su misma especie; si Dios dejara de ser sólo un actor con el guión de otro, si bailara, habría posibilidad de que alguien lo adorara te veo y finjo no reconocerte, intento inútilmente evitar que te acerques a sablearme, ya nunca serás la que una vez quise pedirte que fueras; me ofreces a cambio solo de mi sincera mirada lo que un día solo me pude contentar con desear me atrevo a responderte que no - hoy, cuando nadie sabe decir notu moneda se ha devaluado o me he vuelto escrupuloso a la hora de traicionar mis recuerdos siempre he sido un excéntrico, bien lo sabes, pero me amarro a contracorriente, soy sólo feliz meando contra el viento y es que nada debía parecer nuevo, pero inquietantemente lo es, bajo este estéril cielo nocturno iluminado como el de Bagdad la última noche en que volaron mágicas las alfombras


テ[ame Alfredo Pirucha www.pirucha.net


Tormenta 2 www.stormlands.blogspot.com

Spell Te conozco demasiado bien, aunque si fuera tu deseo, sabrías lo que siento ahora, incluso lo que pienso. Y lo más curioso, tal vez lo mejor, es que ni siquiera precisas verme para poder hacerlo. Por eso cierro los ojos y me sumerjo en los recuerdos. Puedo nadar entre ellos a placer, y si lo deseo, traerte hasta mi cama y enredarte en mi cuerpo. (Sabes que puedo) No está en mi naturaleza hacer gala de ese pequeño poder, aunque soy consciente de él del mismo modo en que los ríos lo son de la fuerza de su corriente. Pero es como si esta noche, aquí en el lecho, todas esas energías gritaran tu nombre en el silencio, para hacerte venir. La cuestión es si deseas hacerlo. (Y yo creo que sí) El cuarto se llena de una espesa niebla a medida que te acercas, abro los ojos y siento mi mente como un caleidoscopio. Tu imagen, grabada a fuego mil veces en mi alma, va hiriendo la carne que se abre de placer. Deja que tome tu mano y te guíe hasta mí. Me adentraré dulcemente, lo prometo. Y ahora cierra los tuyos. Puedes verme sin hacer uso de la imaginación y tocarme sin utilizar las manos, puedes besar mis labios, sentir mi aliento, puedes tocar mi cuerpo: el espacio y el tiempo han roto para nosotros sus decretos, no los despreciemos. (Y haz lo que siempre haces) Tumbado frente a mí, guía tu dedo lentamente desde mi hombro a la cadera, y deslízate hasta mi ombligo. Hazme reír con violencia, consigue que arquee mi espalda y detén mis espasmos con tu peso, enciérrame entre tus brazos y confúndete en mi boca hasta que pierda el aliento (Hipnotízame, deseo salir de mí: no quiero más pensamientos)



Deja que tus besos vayan cayendo a través de mi cuerpo, mientras mis dedos se enmarañan delicadamente en tu cabello. Y sujétame con fuerza las manos por si acaso me arrepiento. Bien sabes lo que me cuesta ceder al deseo: lucho, me resisto, grito y tengo miedo, sobre todo de mi misma y de que no des tregua a este empeño. Pero no titubees; usa ese instante de duda e irrumpe en mí, rinde mi voluntad sin privilegios: no deseo clemencia. Y derrámate, que cada poro de mi piel te acaricie desde dentro. Busca esa llama que arde en las entrañas hasta consumirla: conviérteme en cenizas, en vapor, en viento. (Fluye conmigo) Hazlo en silencio; cierra mi boca sin contemplaciones para sitiar el placer que siento. Lléname de agua, de aire, de tierra, pero vacíame del fuego. Avanza a través de mis sentidos y sálvame de ellos. Llena con tu aliento ese vasto desierto que es mi corazón solitario, que tus suspiros se conviertan en mi oxígeno, que entre tus manos y mi piel no exista ningún trayecto. Deseo que me alejes de este lugar y que me lleves muy lejos. (¿Lo escuchas? Fuera está lloviendo) Justo ahora, en este momento fundido en mi, mírate en mis ojos y dime qué ves en ellos. Pero no debes asustarte si lo que encuentras es inmenso, pues es mi alma, mi centro, mi espíritu; es como soy por dentro.

Untitled Mano Lunar Azul anita.dan@hotmail.com


ODISEA –¿Por qué el mar es azul? –preguntó Nausícaa mientras sus ojos se sumergían en las olas. Si existiera alguna persona con voz de sirena, ésta sería Nausícaa. Ulises utilizaba La Odisea de Homero para esquivar la hipnótica mirada turquesa de la muchacha. Pero ante la voz de ella, no se pudo resistir a responder. –N-no sé… –balbució– Creo que es porque refleja el cielo… o algo así. –Eso es una leyenda urbana. El mar en sí es azul. Ulises procuraba mantener la vista en las líneas del libro, que se tambaleaban junto al traqueteo del tren. Odiaba estar en aquellos asientos que no sólo te obligaban a ir de espaldas, sino a estar sentado cara a cara con un desconocido. Y es que no había algo más incómodo que buscar un lugar donde posar los ojos que no fuera la persona de delante. Mucha gente se toma las miradas como un desafío, otras como una invasión y otras como un indicio de acoso. Y en esta ocasión, el invadido/desafiado/acosado era él. Hacía más de una hora que se habían subido en el tren, tras dos tediosas horas de autocar desde la estación de Sants. No lo quería admitir por temor a resultar un engreído para sí mismo, pero había jurado ver a esa chica apartar a la gente para asegurarse un asiento a su lado. Y cuando se subieron en el tren, la casualidad quiso que ella compartiera el asiento opuesto al de él. Aunque tenía dudas sobre si era el que le correspondía. –Entonces, ¿por qué el mar es azul? Esta vez, Nausícaa le había golpeado la rodilla, exigiendo una nueva respuesta. Y él tuvo que mirarla de nuevo. Aquel luminoso rostro aniñado y aquella bonita silueta habrían bastado para que cualquier hombre dejara la lectura de lado y se perdiera en su escote. Sin embargo, a Ulises le había llamado la atención lo bien que le sentaba aquella boina en su ondulada melena azabache, y el aspecto de marinera que le daba ese jersey a rayas rojas y blancas. –¿No me vas a responder? Ulises no estaba para impartir clases de ciencia. Ni siquiera para cortejar a una linda jovencita. Sólo quería llegar a casa. –Mira, no estoy para eso. Estoy hecho polvo porque llevo tres horas de viaje, y las que nos quedan. Encima estoy cabreado porque me he enterado de que no nos devuelven el billete. Y tengo hambre y sueño. Y sólo quiero llegar a casa para cenar e irme a la cama pronto. –Pero si hablamos, el viaje se hará más ameno, ¿no crees? –Bueno, pero yo ya estoy con mi libro. Hay más pasajeros en el tren, si quieres.


Pero el resto de viajeros dormía. Y Nausícaa se había fijado en Ulises. Cualquiera de sus amigas le preguntaría qué había visto en un cuarentón soso y fofo, que ni tan sólo tenía la elegancia suficiente para llevar aquel traje. Y ella respondería que era el único que se dignó a ayudarla a subir una maleta que pesaba más que ella. Y que le atraía su mirada tímida e inocente, en desacorde con el resto de su aspecto. Entonces la chica sacó un cuaderno de su bolso y un lápiz. Y con los ojos sumergidos en el mar que pasaba ante ellos en rápidas diapositivas, se puso a dibujar. Su lápiz hacía de él una fotografía perfecta, y Ulises no podía concentrar de nuevo su mirada en la lectura. Se encontraba hipnotizado por la danza del carbón sobre el papel, en el que trazaba unas olas perfectas que parecían moverse con vida propia. Sólo reaccionó cuando Nausícaa guardó el lápiz y sacó un crayón lila. –Pero si el mar es azul… –Bueno, no me has dado ningún motivo para ello. Y me gustaría ver un mar lila. Antes de proseguir con la coloración de su obra, la muchacha escrutó a Ulises de nuevo con una sonrisa entre dulce y enigmática. Y de nuevo, aquellos ojos turquesa que le anulaban toda capacidad de pensamiento y habla. Y de nuevo, Ulises calló. Ahora era el crayón el que bailaba una pieza de luces y sombras sobre el mar dibujado. Y él intentaba comprender qué quería comunicar la muchacha mediante ese paisaje inventado. Pero, ¿cómo iba a hacerlo, si ni él mismo sabía por qué el mar era azul? Como si leyera sus pensamientos, Nausícaa le respondía: –En el mundo ya tenemos muchas normas que aceptar. El mar es azul y la hierba es verde. Y por mucho que nos empeñemos, no podemos cambiarlo. Sin embargo, en el arte somos dueños de nuestras normas y de los mundos que creamos. Y si yo creara un planeta, haría un mar violeta, porque es mi color favorito. El lila es el color de la magia, y un elemento tan lleno de misticismo como el mar, no puede tener otro color. Al menos, para mí. Ulises la continuó contemplando mientras pintaba. Cuando acabó, Nausícaa le entregó la lámina. –¿Para mí? –Claro.


–¿Pero por qué? –No sé. Me apetecía hacerte un regalo. Me has caído muy bien. Ulises la cogió y la miró. A pesar de los colores, era un dibujo casi tan preciso como una fotografía. Lo dobló en dos y lo guardó en su maletín, junto con las actas de la reunión que había tenido ese fin de semana. –Si te retratara a ti, te pintaría de marrón. –¿Marrón por qué? –se sorprendió Ulises. –Porque estás diluido en la tierra. Eres una abeja más del enjambre… No te lo tomes a mal, no te quiero ofender… Me refiero a que tienes una vida basada en tu empleo, y con una familia a la que dedicas el resto del tiempo. Lo sé por el traje que llevas y el anillo. No vienes de un viaje de placer, sino de negocios. Y si fuera de placer, habrías escogido otro medio sabiendo el follón que había en RENFE. El hombre la miró embobado. ¿Qué edad tendría? ¿Diecinueve? ¿Veinte? –¿Sabes qué? Voy a dibujarte a ti. Acto seguido, Nausícaa le señaló el maletín al hombre y éste entendió lo que quería. Le devolvió el dibujo del mar, sobre el cual la muchacha inició una nueva danza con el lápiz. Estaba fotografiando con sus dedos a un Ulises distinto. No era un Ulises en traje sentado en el tren, sino un Ulises con la parte inferior en forma de pez, sentado a la orilla del mar. Cuando terminó el dibujo, se lo entregó de nuevo al hombre. –¿No vas a pintarme de marrón? Nausícaa negó con la cabeza, sin dejar de sonreír. –El color depende de ti. Nada más pronunciar aquella sentencia, una voz enlatada anunció por megafonía la siguiente parada. Ulises se apresuró en guardar La Odisea en el maletín y levantarse. Una hora de retraso que apenas había notado. –¿Te vas? –Claro, vuelvo a casa. Y tú también, ¿no? Mientras negaba con la cabeza, le otorgó de nuevo aquella sonrisa tan peculiar. –¿Entonces a dónde vas? –Me quedo en el tren y visitaré más sitios. Quiero pintar mi vida de muchos colores. –Ajá… –respondió Ulises desconcertado–– Ya nos veremos, supongo. Se dio la vuelta, forzándose a no girarse para verla una vez más. Y se sobrecogió cuando notó la delicada mano de Nausícaa aferrarse a su chaqueta. –¿Por qué no te quedas? –T-tengo una familia que me espera… Mi vida… Mi trabajo…


–Pero yo podría pintarte de más colores que el marrón, si vienes a bucear conmigo… Esta vez, Nausícaa no sonreía. Su preciosa mirada turquesa comenzaba a transformarse en agua y su sonrisa de sirena, en una mueca suplicante. Ulises le acarició la mejilla. Nácar. –Lo siento, muchacha… Eres una chica muy interesante. Dibujas genial. Y se te ve muy inteligente. Y eres muy guapa. De verdad, eres preciosa. De las chicas más guapas que haya visto nunca. Pero me esperan en mi casa. Con esfuerzo, Ulises abandonó el tren y tomó el autobús. Los atascos no consiguieron impacientarle, pues él continuaba en su pugna por no recordar a Nausícaa. Ni su voz de sirena, ni su dulce sonrisa enigmática. Ni el baile de sus lápices y crayones. Ni su reluciente melena azabache bajo la boina. Ni su mirada de mar. Si aquella chica tuviera algún color, sería el azul. Tras casi cinco horas de viaje, llegó a casa. En el salón le esperaba Penélope, sentada en el sillón mientras practicaba punto de cruz. El cabello enredado en rulos que intentaban convertir lo liso en tirabuzón. La bata de guata azul desteñido. Aquellos ojos de color plomo que no sabían hablar. Y aquel abrazo mecánico, resultado de todas las esperas a las que estaba acostumbrada. Mientras la estrechaba contra sí mismo, Ulises comprendió que el gris de Penélope era el color que mejor le favorecía a su marrón.

Laura Luna Sánchez 3 www.lossecretosdelarosa.blogspot.com


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-Eh! - la vo z dist en su orsio c nada antes erebro t por s a n dol us se razon de saber o r o ntido s a q a ment u s le h te vu r, pero h e había e izo re acía pasad como u elve torce na mu un o sordo rse, e s. Tra enfermo cho tiem estaba le bala- es ntran tú en la p v t , do calle ó de deci pero hac o que ya antado e pidos y n r . n e la ca o lle, t Trató de que solo que los adie le e volandas nkisd an do s . p s lorid edir perd e encont e tu alred cuchaba. Trató de o com raba L e ón, t Tosió a dro dor s m ra o si a u caba tó... tra al y no qu e vuelvan ga hace n par de t ran d rl v e dar ó y acabó ería vom manc o solo, pe eces, per it le un o nad hada ro ya a pal en el sue ar Cami ie le de ól n o l i i o z m a. n a e de Pero ó hacia e o sonreía portaba, yudó a le lla pe vanta ella c n a lo ya no rd on su rs impo l rtaba iéndose ejos. cabe e, tubo q e l u , lo riz n s puisq tre olo im ado y e ue la porta la gente la ca ba su q amou t ra voz.. ue evitab r t’e erre est . a has rond n fai ta m e, m s pas irarle on am .

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Malas Hierbas. Rafael Altozano. Raltozano@hotmail.com


La máscara “Me repito que no hay otra opción. Horas esperando. Mi culo clavado al asiento del coche. Demasiadas horas y un paquete de jodidos cigarrillos. El salpicadero está lleno de bolsas de patatas arrugadas. Me crujen los músculos del cuello. Centenares, millares, de personas desfilan ante mí. Todo es fácil de olvidar. Miro en la guantera, quizá se esconda por ahí el último pito. Mierda. No hay nada. Miro alrededor, como si no lo hubiera visto nunca. No hay un puto estanco cuando lo necesitas. Llueve. Odio la lluvia. Odio la ciudad. Es demasiado tarde y pienso que quizá sea mejor estirar un poco las piernas y ver que se cuece en el garito al otro lado de la calle. Joder, este trabajo es una mierda. Una puta llamada, es lo único que espero, una puta llamada y estaré sobando en casa soñando con nenas denudas y un daikiri. Minutos que parecen horas. Minutos que son el jodido infierno desfilando ante mis ojos como estúpidas majorettes. Odio esta mierda de trabajo. Me pregunto cuando aparecerá. Me vuelvo a repetir que no hay otra opción. Quiero olvidar de una vez. Quiero sentir el clic de la cámara vibrando en la oscuridad. Humo y alquitrán. Una puta llamada, es todo lo que espero. Acabar de una jodida vez. Abro la puerta del coche. Un pie en la carretera. Yonquis de poca monta se pasan farlopa delante de mis putas narices. Si fuera policía estarían jodidos. Si lo fuera lo estarían. Sonrío como un gilipollas. El estruendo de la ciudad mata el sueño: coches a toda pastilla, frenazos, marcas de neumáticos, botellas arrojadas por las ventanillas como colillas, condones usados junto a la acera donde mean los borrachos parte del alcohol que han engullido, y esa jodida música saliendo de dios sabe donde. Amantes robados se meten la lengua hasta la tráquea. Dios que asco. Vomitaría sobre esta ciudad. Una imagen cruza mi garganta. No quiero pensarlo. Esta noche no quiero pensar nada. Quizá necesite algo de alcohol. Quizá necesite comprar un poco de mierda en vez de fumar pitillos.


Odio este puto trabajo. Odio esta jodida ciudad. Las facturas se amontonan en mi despacho. Me han cortado la jodida luz. Tengo que hacer esto, me repito como un maníaco obsesivo: tengo que hacer esto, tengo que hacer esto, tengo que hacer esto. Meto la mano en el bolsillo. Camino. Escucho un grito huido de una ventana. Sonrío como un capullo, pienso que quizá debería dejarles mi tarjeta, por si alguien quiere usar mis servicios para joder al prójimo. No, no tengo que pensar así. Es un trabajo. Sólo un trabajo, como el de un hijo puta abogado, el mismo que le recomendó a mi cliente que fingiera. Dios, estoy asqueado. Suena el teléfono. Es la hora, se me remueven las entrañas. Estoy asqueado. Me doy la vuelta y me dirijo de nuevo hacia el coche para recoger lo que necesito. Humo de las alcantarillas. Olor a rata muerta. Lluvia. Mi pelo huele a mar podrido. Mis zapatos están calados y mi abrigo está pidiendo a gritos un sitio para poder ocultarse de tanta lluvia. Es la hora. Abro la puerta del coche. Todo lo que necesito está en una mochila pequeña, y no asesinará, pero será más mortal que las balas. No lo pienses. Piensa en los abogados. ¿Qué fue lo que te dijo que le habían recomendado? Sí, sí, recuerdo: “Provócale, dile todas las cosas que se pasen por la cabeza, pero ten cuidado de que no haya testigos de tus provocaciones, haz que salte, oblígale a que se le vaya la mano y todo será tuyo; ya será fácil porque ¿cuánto tiempo lleva aguantando lo que le dices?”. Ella responde: “Tres años”. El abogado sonríe: “¿Tres años? Impresionante, ya queda poco. Se estará volviendo loco, tú sigue provocándole sin testigos, tarde o temprano tendrá un mal día, todo el mundo tiene un mal día”. Y ese mal día se le enviará directamente al puto infierno. Subo las escaleras. Hijos de puta. Un peldaño detrás de otro. Hijos de puta. Dejo un reguero de agua tras de mí. Hijos de puta. Casi oigo sus gritos, su voz fingida, su pelo alborotado, como si la pensión que le pasa desde hace tres años no existiera. Tres años sin hacer nada, chupando su sangre. De tus venas me pagan, amigo. Y no tienes ni puta idea de lo que hacen con tu pasta. Tu condena la pagas tú. Asciendo, como un ángel del infierno, y sin hacer preguntas yo te condeno.

Untitled Lara Mazagatos Pascual 2 www.flickr.com/photos/laramazacats



Giro el pomo de la puerta que cede a mi paso, tal y como ella me dijo. Veo su sonrisa. Esta noche es tuyo, sabes que esta noche no quedará nada de él. Tres años soportando vejaciones, insultos. La ley no está de su parte. Todo en contra, amigo, eres un hombre y los hombres no tienen nada que hacer cuando una mujer despechada miente. A veces me pregunto qué hiciste para que te odiara tanto, quizá sólo ser un buen tipo que hizo la elección equivocada. A veces la envidia es insana, a veces las personas son malas, y nada te protege de su maldad. Atravieso un pasillo angosto, oscuro. Ni siquiera enciendo las luces, sé hacia donde tengo que ir. Esta mierda de casa parece gobernada por cucarachas. Creo haber pisado dos docenas. Me da igual. No lo pienso. Miro el reloj. Tienes que estar a punto de llegar amigo. Dejo la mochila en el suelo. Cruje la cremallera. Saco el trípode, la cámara. No necesito más que enfocar y apretar un millón de veces el mismo botón. Me siento en el suelo, el ventanal es enorme, la vista es perfecta. Ella lo pensó todo bien. No te quedará nada, ni siquiera las entrañas. A lo lejos veo como ella gira la cabeza hacia mí. Sé que no puede verme porque la oscuridad me arropa, pero me hace sentir desnudo, como si de veras me mirara. De improviso gira su cuello hacia la puerta. Mi cuerpo se tensa. Me pongo de pie. Ella camina hacia la puerta, despeinándose, desabrochándose la bata. La puerta se abre. Pobre imbécil. Lárgate de ahí. Clic. Vete ahora que tienes tiempo. Casi te oigo pedirle que por favor le des a la niña. Esta noche no te la va a dar. Le aconsejaron que gritara socorro. Los vecinos oirían una mujer gritando. Lo han escuchado otras veces, ¿por qué esta noche iba a ser distinto? Esta noche te iba a decir muchas cosas, amigo, cosas que nadie creería que te diría nadie jamás. Te dice en voz baja que te folles a tu hermana; grita socorro, grita que no levantes la mano. Clic. Clic. Un sonido sordo en mi cámara; clic, clic. Te dice que eres un mierda, que no vales para nada, que tu madre es una puta y que eres su bastardo; grita socorro de nuevo, grita que le dará ahora a la niña pero que dejes de amenazarla. Das un paso atrás, miras a ambos lados, tiemblas. Aprietas las manos. De tus brazos cuelgan dos puños. No lo hagas. Clic. Clic. No lo hagas. Voy a cobrar lo mismo si no lo haces. Tengo que hacer mi trabajo. No lo hagas. El mundo es una mierda. ¿Has tenido un mal día? La noche nos escupe a la cara, amigo, no le devuelvas el escupitajo, no merece la pena. No lo hagas. Tus dientes se aprietan. Ella te susurra obscenidades, te dice cosas como que no es tu hija, que sólo quiere envenenarte, que su padre es tu padre; grita de nuevo que no la amenaces. De tu boca no ha salido nada. Tus dientes van a estallar, entonces te das la vuelta. Sí, gírate, vete, esta noche date por vencido, ven con alguien, un testigo. Entonces ella se acerca a ti. Tras tu espalda, toca tu hombro. Clic. Clic. Te giras. Y choca su frente contra la tuya.


Fotografío lo que no existe. Grita como una desesperada: “¡No me pegues cabrón!”. Lo grita cien, doscientas veces. Todas las que sean necesarias. Ella se golpea contra la puerta: primer moratón. Das un paso hacia delante. Clic. Clic. Ella se abraza a ti, con la boca desencajada, cayendo, cayendo. Clic. Clic. Clic. La toma es perfecta. Levantas la mano como preguntando si estás bien, pero en esta fotografía tus dientes apretados van a delatar otra cosa. Estás hundido, amigo, estás jodido. El mundo se va a hundir a tus pies, ella grita como una condenada a muerte. Estás muerto. En silencio guardo todo en la mochila. Me alejo sin mirar atrás. Pienso que mañana cobraré. Pienso que mañana tendré luz. Los abogados dejarán de echarse sobre mi espalda. Oigo el crujido de la cremallera cerrarse. Mis zapatos no están aún secos. La lluvia cae escaleras abajo. Abro la puerta del portal. La noche me abofetea. Quiero beber hasta morir.”

Untitled. Lara Mazagatos Pascual. 2 www.flickr.com/photos/laramazacats


Lección

Caminando por la inmensidad de un desierto, se encontró a una piedra sentada. Si, a él la idea de una piedra sentada también le había parecido estúpida al principio, pero ahí estaba el pedrusco y no cabía duda de que estaba sentado... - Ermmm... Disculpa... ¿hola? La piedra levantó la vista, era una piedra con recursos desde luego, y miró extrañada al sudoroso hombre. - ¿¿¿QUE QUIERRRERRR??? La voz de la piedra era un sonido potente e inquietante, por lo que tardó un poco en reaccionar. - ... eh, yo... estoy buscando la iluminación... La piedra, con una expresión inmutable miró al hombre y después directamente al sol sin decir una sola palabra. El hombre miró por un momento hacia arriba y después negó con la cabeza. - No, no, esa iluminación no, busco la iluminación espiritual, un estado de comprensión y sabiduría. - ¿¿¿Y PORRR QUÉ ME MOLESTARRR??? - Por eres lo primero que me encuentro después de llevar varios días vagando por el desierto, está claro que tú tienes algo que enseñarme. El hombre se dio cuenta de que el estado de confusión de la piedra era total, pero su encuentro tenía que significar algo, ya no le quedaban provisiones y había soportado demasiado en aquel infierno para rendirse ante una piedra testaruda - ¡¡Se que tienes algo que enseñarme!! ¡¡Y no me moveré de aquí hasta que lo hagas!! - Firmeza, paciencia, determinación, todas ellas eran virtudes que una piedra apreciaría. Varias horas después el hombre yacía muerto abrasado por el calor del desierto, la piedra meditaba sobre la actitud de aquel extraño ser y poco a poco comprendió la vacuidad de una existencia inamovible. Pensando sobre lo que había aprendido, la piedra se levantó y comenzó a andar.


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Javier González javigh@gmail.com


La pelirroja es un ángel enganchado al THC

Yo miraba oculto tras la larga cortina de flores, intentando no delatarme al pisar los cristales del suelo, intentando seguir oculto y poder observar desde mi anonimato, a mi musa y su soberbia. Ella, la de la larga melena rojiza, yacía perezosa sobre el viejo sofá que en un lejano pasado debió de ser rojo, tan rojo como su pelo. Se desperezó felina y alargó el brazo para coger aquel pedazo marrón que nunca le faltaba. A su lado, sobre la sucia mesa de cristal, se encontraban también, sus inseparables secuaces, una bolsita de tabaco suave y un librillo de papelillos que envolverían con delicadeza la sustancia que la ayudaba no a seguir tranquila, sino a sobrevivir. Cogió el mechero mientras se echaba un mechón de fuego por detrás de la oreja. Yo seguía oculto, nada más quería contemplarla en su entorno natural, dejarla ser como es, espiarla en su hábitat, aquella casa abandonada y ocupada hacía tanto tiempo por los náufragos de la vida, aquellas personas a las que el sistema había dado la espalda. Ella prefería pensar que había sido ella misma quien les había dado la espalda, ella quien había renegado, ella la que no quería. Fuera como fuera mi reina quemaba la piedra de la que salía su propio olor, un olor a incienso que se podía notar en su pelo, si tenías la suerte de estar lo suficientemente cerca. Con su gracia, ese aire cansado, majestuoso que la definía, mezcló las finas hebras de tabaco mientras tarareaba algo. Me encantaba verla así, bajo ninguna presión, dejándola liberar todo su encanto, dejándola conversar con las voces de su cabeza, oyéndola cantar las canciones que vivían bajo su pelo rojo. Cogió un papelillo y le dió la vuelta mientras buscaba la zona brillante de la pega, en un gesto tan suyo que si ahora la recuerdo es ésta imagen la que me viene a la mente, ésto y su pelo rojo.


La mala Marla luegoestamos@hotmail.com

La musa cambió de postura, estiró las piernas mientras liaba entre sus dedos con cariño, y yo me imaginaba como lo haría conmigo mientras me acurrucase entre sus brazos. Por fín sacó la lengua, aquel músculo rojo y brillante, aquella humedad en la que yo quería perderme, para pegar el porro, para acabar por fin su obra. Prensó y lo encendió soplando con cuidado las cenizas del papel sobrante, como quien pide un deseo. La primera calada le hizo cerrar los ojos, el humo blanquecino y espeso le trepaba por la cara, él tambien quería llegar a su pelo y besarla lentamente. Yo la miraba extasiado, imprudente, casi olvidaba mi condición de espía y de repente ella se levantó y comenzó a bailar. Tranquilamente, sin dejar de fumar, levantaba los brazos y los movía con delicadeza, como una zíngara, reía, cantaba, hablaba sola y fumaba. Mi diosa era feliz, absolutamente ella. Irrepetible. Volvió a sentarse, a mi me dolía ya la espalda de la postura encorbada en que estaba, pero no podía separarme de aquella ventana por la que se veía el paraiso. Sus labios rozaban y se apretaban para aspirar el humo de la vida y tras unos instantes volvían a abrirse para dejarlo escapar. Ahora tarareaba una musiquilla melancólica, se cubrió la cara con las manos sin soltar el porro. Comenzó a llorar suavemente, como cuando la lluvia se convierte en sirimiri y casi no la notamos. La pelirroja no es una chica normal, ni siquiera es una mujer diferente, mi pelirroja es un ser único forjado de soledades, lágrimas, orgullo. Mi pelirroja nunca podría amarme, porque no es humana. La pelirroja es un ángel enganchado al THC.


El malabarista y el sol Esta es la historia de un juglar que sólo contaba una historia... Estaba yo en la pequeña isla de las moscas cuando me lo encontré y me la contó. Había ido yo caminando por aquel paraíso desértico hasta una basta torre, construida cuatrocientos años antes para defender la isla de los piratas, cuando apareció el juglar haciendo malabares con unas pelotas de colores. Yo, sentado al pie de la torre, me disponía a escribir un cuento cuando él surgió de la nada y me maravilló con sus juegos de manos. Lanzaba dos, tres, y hasta cuatro bolas al aire, moviendo las manos con tal destreza, que en algunos momentos no llegaba a verlas. Las pelotas eran de diferentes colores: amarillo, verde, naranja, negro, rosa, azul... Su juego era impresionante, pero lo mejor llegó cuando yo le ofrecí una moneda por el espectáculo, la cual él rechazó. A cambio de la moneda, me dijo, me contaría su historia, su única historia, pero los malabares me los ofrecía gratis. Me alertó que la historia podría parecer inverosímil, y me dijo que yo podía creerla o no, que eso ya no era cosa suya. Yo acepté sonriendo, con curiosidad, admito, y él comenzó su historia. Resulta que largo tiempo atrás, él había estado trabajando en una compañía de malabaristas ambulantes, donde aprendió esos juegos de manos tan espectaculares. Al parecer, había ido y venido con la compañía de malabaristas a muchos lugares diferentes, había recorrido todo este mundo y otros desconocidos para mí. No sólo me habló de ellos y de sus maravillas, sino que me contó que había viajado hasta el mismísimo sol, y que allí, en su superficie incandescente había hecho malabares y aprendido trucos impensables. Yo quedé anonadado, claro, dudando y hasta se lo cuestioné... ¿Cómo iba a ser posible que fuera hasta el sol a hacer malabares con el calor que debía hacer ahí? Pero él, muy sonriente y hasta convincente, me contestó que las veces que había ido hasta el sol a hacer malabares, había sido siempre de noche. Al ver mi cara dubitativa, el juglar rió a carcajada limpia, una risa profunda y sana, sin dejar de jugar con las pelotas de colores, y añadió lo ya dicho antes, que yo podía creerlo o no, que eso ya no era cosa suya. Entonces, tras hacer una hermosa reverencia, se marchó por donde había venido. Malta, Octubre 2007

Darka Treake www.modt.blogspot.com (Leyenda de GolÖel)


Tormenta 2 www.stormlands.blogspot.com

Here, in my room. Acababa de salir de la ducha, se secaba el pelo con una toalla frente a la ventana. La tarde era del color de la ceniza, las nubes se empeñaban en guardar su tesoro como si no desearan rozar las calles ni a la gente que transitaba por ellas. El tiempo fluía con una cadencia silenciosa. Los sonidos ahogados por el doble acristalamiento contribuían a crear una apariencia mustia y descolorida del mundo y de sus habitantes. Cerró la persiana de un golpe. Hastiada. La casa seguía desordenada fruto de una noche de insomnio y lecturas poco acertadas. Se encendió un cigarro, inhaló profundamente, deseando que el humo nublara la desazón que empezaba a abrumarla. Mientras recorría sus entrañas, el vacío de las mismas se hizo casi palpable, increpándola desde dentro. Al expulsarlo la habitación se llenó de una tenue niebla que envolvió su cuerpo como un sudario haciendo juego con el color de su piel en la penumbra. Se acercó despacio al aparato de música, y antes de programarlo para escuchar la misma canción una y otra vez, giro la rueda del volumen al máximo. Cogió el cenicero y se tumbó en el sofá apoyando los pies sobre el respaldo. Cerró los ojos e intentó limitarse a escuchar. Lejos de perderse en la melodía, que dio comienzo liberando paulatinamente un piano, una guitarra y una batería, cada unas de las notas ahondaron a través de los poros de su piel taladrando su corazón e hincándose en su carne como en tantas otras ocasiones. El despiadado y pausado ritmo la incitó a tararear una letra que conocía a la perfección. Al principio en un susurro quedo que tan solo ella podía escuchar; pero el resucitar de los violines hizo que alzara la voz hasta que su pecho y su estómago vibraron de forma tan violenta que casi dolía.


Era presa dentro de un laberinto de imágenes y sensaciones pasadas y la vez ficticias, y no había escapatoria, porque cada una de ellas la arrastraba hasta la siguiente y la siguiente hasta la siguiente, y así, de modo que los recuerdos, las emociones y la música se fusionaban en una espiral vertiginosa de la que no deseaba ni era capaz de huir. Sin poder moverse o dejar de cantar, el único contacto con la realidad fueron las dos lágrimas que se derramaban atravesando sus mejillas, tan frías que no parecían haber salido de su cuerpo. Creyó que no sobreviviría a tanta belleza, a tanto dolor, a tantos recuerdos y tanta ausencia. Imaginó que quedaría atrapada en esa canción eternamente. Pensó que perdería la poca cordura que aún conservaba si continuaba sumergiéndose. Y supo que todo aquello le daba igual. Horas después estaba inconsciente. Su cuerpo descansaba semidesnudo en el suelo, sobre la alfombra. La música seguía apoderándose de la casa. En su estado no pudo escuchar el ruido de las llaves en la puerta, ni los pasos por el pasillo. No pudo ver el miedo en el rostro de la persona que la encontró. Pero si pudo percibir el súbito silencio, las cálidas manos bajo la nuca, su nombre en los labios de alguien que conocía muy bien pero que no podía estar allí. Alargó los brazos y rodeó un cuerpo, se incorporó en busca de unos labios en la oscuridad, que finalmente besó con tanta avidez y humedad, que temió perder el aliento y la consciencia de nuevo. Lloró. Habría podido jurar que todos los laberintos, las espirales, el dolor, los recuerdos y la ausencia se habían desvanecido para siempre al escuchar sus palabras: - “¿Me has echado de menos?”


Tokio. Rafael Ruiz. 2 www.rafaelruizruiz.com


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