NĂşmero 35 | Febrero de 2013
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DIRECTORIO Marco Tulio Castro Director marco@diez4.com Luisa Orduño Jefa de diseño luisa@diez4.com
ANIMALES
Carlos Aguilar Webmarketing carlos@diez4.com Sergio Nolasco Editor redaccion@diez4.com Dalia Chávez Editor de foto dalia@diez4.com Luis Mario Sarmiento Ilustrador sarmiento@diez4.com Planeación y negocios bisnes@diez4.com Lina Contreras Jefa de ventas lina@diez4.com VENTAS Lina Contreras lina@diez4.com Abril Valdez abril@diez4.com PORTADA
Alejandro Saldívar COLABORADORES Juan Pablo Proal, Alejandro Saldívar, Julio César Pérez Cruz, Daniel Malpica, Eduardo Rivera Scott, Daniel Salinas Basave, Nano Malhora.
Es sabido que los animales y los humanos han convivido por cientos de miles de años sobre la tierra. Aunque la ciencia dice que el único detalle que distingue a los humanos de las bestias es la razón, hay ocasiones donde los animales no sólo coexisten con la humanidad, sino que rigen el comportamiento de grupos o individuos. Esta vez, las crónicas y obras que presentamos provienen del acercamiento con personajes que ven en los animales un motivo para vivir. Desde un acaudalado empresario y exalcalde de Tijuana, famoso en el país por sus excentricidades y su equipo de futbol de primera división que prefiere para su cena un caldo de antílope a un típico caldo de res. O quizá con la historia de un hombre que encuentra la felicidad recogiendo a diario alrededor de 40 kilogramos de excremento canino de las 110 mascotas que ha adoptado de la calle dejando todo por ellos. Hasta la vida de un perro que accidente queda zambo y al final de su vida se encuentra entre la obscuridad y las espinas de un rosal. La mascota que se convierte en inspiración para la obra de un escritor mexicano. Por eso, esta edición la dedicamos a esa relación intrínseca entre animales y la cotidianidad de las personas.
CONSEJO EDITORIAL Juan Pablo Proal Quitzé Fernández Carlos Rosquillas César González Gama Wilberth Chong
Diez4 se incubó en: Diez4, año 1, número 35, Febrero de 2013. Revista mensual editada y publicada por Editorial Diez4. Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier sistema o método del contenido, incluyendo cualquier medio electrónico o magnético sin previa autorización por escrito del director. Derechos de autor reservados en forma y concepto. El contenido de las imágenes, la publicidad y los artículos incluidos en Diez4 reflejan solamente la opinión de sus autores o anunciantes y no representan el punto de vista de Editorial Diez4. Esta publicación se encuentra protegida y registrada ante el Instituto Nacional del Derecho de Autor, Secretaría de Educación Pública, según consta en la Reserva de Derechos No. 04-2011-090909291600-102. Esta revista es producida gracias al programa «Edmundo Valadés», de apoyo a la edición de revistas independientes, 2011, del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. Diez4 se imprime en Cias. Periodísticas del Sol del Pacífico S.A. de C.V. Dirección: Rufino Tamayo #4 Zona Urbana Río Tijuana.
Diez4
Realidades y casualidades de la urbe. www.diez4.com. buzon@diez4.com. Plaza Boulevard #9750 Interior 13, Colonia Revolución, Tijuana, Baja California, México. Teléfono de la redacción: (664) 378-2524.
EL HOMBRE QUE DEJÓ TODO POR VIVIR CON 110 PERROS
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RAFAEL CARRILLO ES FELIZ RECOGIENDO 40 KILOS DE EXCREMENTO AL DÍA
4 Por Juan Pablo Proal Fotografías: Alejandro Saldívar
Rafael salía de su casa, como cada mañana, para correr alrededor del Parque Hundido. Al salir del departamento donde vivía, en la colonia del Valle, se encontró con dos perros callejeros. Uno se le acercó y él lo acarició, el otro fue más tímido, pero de igual forma ambos lo siguieron. Lo acompañaron a dar vueltas trotando y después se regresaron con él. A partir de ese momento, no se le despegaron. Hablamos de 1988. En ese entonces aún había muchísimos perros callejeros en la colonia del Valle, Ciudad de México; ahora es raro encontrarse con alguno. Un perro llamó a otro y de repente afuera del departamento de Rafael había ocho canes. Como es de esperarse, los dueños de los restaurantes aledaños
y los vecinos comenzaron a quejarse, reclamaban que la imagen daba «mal aspecto». La madre de Rafael Carrillo tampoco soportó la escena. Rafael tenía 29 años. Trabajaba como agente de relaciones públicas de restaurantes. En la colonia lo ubicaban como «un galán» y él mismo reconoce que en esa época salía con muchas mujeres. Tenía dinero y salud, pero no se sentía satisfecho con su vida. Había estudiado periodismo y teatro, pero no se dedicó mucho a estas disciplinas. No se llevaba muy bien con sus hermanos. En cambio, era un fiel lector de Carlos Castaneda, practicaba yoga, meditación y sentía un impulso por dedicarse al mundo espiritual. La presión de su madre y los vecinos aceleró su decisión. En 1989 se fue a vivir en medio del bosque. Compró un terreno en el Desierto de Los Leones de dos
mil metros cuadrados. Se llevó con él a los ocho perros como acompañantes. Poco a poco fue cercando la zona y adecuándola. Colocó cemento en un lado, un pequeño cuarto para él y, al mismo tiempo, comenzó a recoger a los perros que veía desvalidos o hambrientos en la zona conurbada del Distrito Federal. Pronto tendría diez perros, luego treinta, cincuenta, setenta. Hoy tiene 110 a su cargo. Rafael vive al día. No tiene Internet ni computadora, tampoco televisión o radio. No lee noticias. Ni siquiera tiene luz. Su refrigerador no sirve. No tiene comedor ni cama. En su espacio sólo hay un sillón, un violín, una armónica, dos instrumentos de viento autóctonos, unas cuantas revistas viejas y pocos libros. «Yo le apuesto a la satisfacción y creo que a través del misticismo, de la austeridad, de estar en el bosque con estos sonidos originales que conspiran, como
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llegas a tu centro, al silencio mental», explica. Usa tenis viejos, con la suela abierta. Son los que utiliza para correr. Aún conserva la disciplina de levantarse temprano para ejercitarse. Después, gran parte del día se le va en atender a los cuadrúpedos. Debe recoger todos los días unos 40 kilogramos de desechos. Alguno necesita baño, otro vacunas, alguno más una curación. También lava las áreas, trapea y barre. Les da de comer un día sí y otro no, pues no tiene dinero. Una pareja de amigos de su época de la juventud le paga los bultos de croquetas. En cada ocasión reparte 50 kilogramos que distribuye en el piso. Una amiga le ayuda con poco dinero, que es el que utiliza para él. Sólo come sándwiches y algo de fruta y verdura. En el poco tiempo que le queda lee un poco, toca sus instrumentos y medita: «He visto mi avance, he frenado mi diálogo
interno, los animales viven en el aquí y en el ahora, no viven pensando en el mañana ni en el ayer, ni critican ni califican, ellos son un ejemplo para mí, son mis maestros». Lo más asombroso de Rafael es el control que mantiene sobre su jauría. Mientras platicamos un perro intenta montar a una hembra en celo. Él con un simple ademán hace que el can desista. Los cuadrúpedos no se pelean ni son muy escandalosos. Se vive un ambiente de paz y armonía, como si fueran una extensión de las meditaciones de Rafael. El lugar parece inmenso. Está dividido en varios niveles repletos de maleza y placas de cemento. Los separan cercas. Mantiene aparte a un perro dominante y en otra área a canes viejos o desvalidos. Pueden pasar semanas sin que Rafael tenga contacto con humanos. Su único enlace con el mundo son un teléfono fijo y uno móvil.
Habrá quien objete que Rafael es un «acumulador», es decir, de esas personas que no paran en su obsesión de adquirir mascotas. Sin embargo, a diferencia de ellos, Rafael no está abandonado ni se desentiende de sus animales. Mantiene el espacio limpio y él mismo se ejercita física y mentalmente, en su afán de encontrar el silencio mental permanente. «Siempre quise tener un maestro, saber de qué se trataba la vida». —No faltará quien piense que estás equivocado… —La gente que me conoció me dijo que eché a perder mi vida, pero yo vivía en la elite, entre comodidades, mujeres, no era satisfactorio, yo le apuesto a la satisfacción, al misticismo, a la austeridad, estar en el bosque con estos sonidos originales, la única manera de llegar a mi centro, al silencio mental. La convivencia con los animales domésticos en el
6 Distrito Federal está plagada de historias contrapuestas. Por un lado, sobre todo en las colonias de clase media y alta, muchos dueños son devotos de sus mascotas. Incluso en la Roma hay un restaurante para mascotas. En los parques abundan entrenadores, canes con ropa de diseñador y razas finísimas. En cambio, en la periferia y las zonas más marginadas es común que la gente se deshaga de los mamíferos y los arroje a la calle. Cada año en el Distrito Federal son abandonados 18 mil perros, que terminan su vida en la calle o en los antirrábicos, donde nueve de cada diez son sacrificados. La Secretaría de Salud local estima que 120 mil viven en la calle. Para Rafael este comportamiento habla del egoísmo y la inconsciencia de los hombres respecto a su prójimo: «Nadie quiere dar, todo es para mí, primero yo y al último yo, y es al revés, en la medida que das, recibes. La gente se ocupa de lo que se le antoja y de lo que quiere, pero no de su crecimiento personal. Se les va la vida en adquirir cosas, en sexo, no quieren responsabilidades». Rafael no tiene planes de cambiar su estilo de vida. No se siente arrepentido, por el contrario, cada vez se sabe más seguro de haber tomado la decisión correcta. En el mundo de afuera, reflexiona, los hombres están inmersos en crisis, problemas y egoísmos: «Prefiero estar con mis perros que pasar horas frente a la televisión».
LITERATURA CON ÁNIMOS DE MORDER
Por: Julio César Pérez Cruz Ilustración: Luisa Orduño Fotografía: Dalia Chávez
—Un animal con el hocico abierto —me dijo Saúl Twiss, un tipo parecido a ¿Roberto Palazuelos?, sólo que bastante más oscuro, menos carismático y sin plata, cuando le pregunté qué le había parecido el personaje de un cuento que hice sobre un gordo, tuerto y prieto que peleaba perros—, un culero, miserable por los dos lados. Nunca supe a qué se refería con eso de los dos lados de ser miserable, tampoco le pregunté. Igual, no es que le pusiera mucha atención a lo que hablaba, bastante tenía con oírlo darme las instrucciones de cómo bailar música norteña que, dicho sea de paso, con eso remataba todas sus conversaciones. —Algo así —le dije—, cruel. —Un culero, parece animal. Y
ya deja de hablar de eso —dijo y dio una media vuelta simulando bailar, con estilo, eso sí—. Mira, las canciones de banda nomás son dos pasos a la derecha, dos a la izquierda y vuelta. —Algo. ¿Y el personaje del cuento? —Ese parece perro, igual que todos los monos que haces. Algo tenía de razón Saúl (aunque ¿no lo pensé en ese momento?), todos los personajes que he escrito tienen algo de animal. Y no es sólo que se muevan por instinto, aunque si hay algo de lo que el autor no puede librarse es precisamente de eso: el instinto. La literatura, el acto de escribir, está cargada de éste. Ernesto Sabato, en Abaddón el exterminador, dice sobre el escriba y el proceso de crear: «en cuanto se descuida [el autor] (y siempre se descuida) aquel hombrecito [el personaje] empieza a sentir y pensar como delegado de alguna parte oscura y desgarrada del creador […]. Surgen desde el fondo del ser, son hipóstasis que a la vez representan al creador y lo traicionan, porque pueden superarlo en bondad y en quietud en generosidad y avaricia». Esta parte oscura y desgarrada de la que habla Sabato es el instinto. Igual: «toda actividad creadora es siempre resultado del instinto —dice Paul Tabori—, por mucho que nos esforcemos por infundirle carácter consciente». El caso es que la mayoría de mis escritos tienen algo que ver con un animal en específico: Pinto, un perro zambo y güevudo (zambo por güevudo y güevudo por zambo) que tuve cuando niño. Como todos los perros que he
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¿Cómo influyó un perro en la obra de Julio César Pérez Cruz?
tenido al Pinto me lo robé. Si Julio Cortázar recogió un gato de la calle: Teodor W. Adorno, le puso; uno, que es más pobre y menos payaso, por qué no habría de robarse un perro. Aparte, animal que consigo animal que cuido; no es que lo haga, que los robe, para comerlo como lo hacen algunos chinos; a lo mucho le corto las orejas, la cola y, ¿si acaso?, lo pongo a pelear. Nada de cuidado. En todo caso, apunta el personaje del cuento que escribí y leyó Saúl Twiss: «hay más peleas a causa de un hueso con tuétano lleno de hormigas, o un pañal embarrado de mierda tirado en la calle, que por unos dólares apostados en las clandestinas. Si uno sale a la calle de seguro mira a un perro callejero husmeando en la basura, si uno espera un rato ese mismo animal morirá o matará por una mordida, recibida o dada, de otro perro que llegará a quitarle las sobras de comida que ha conseguido. Así de cabrón, así de fácil... Los perros nacieron para morder, si no, Dios les hubiera dado manos y los hubiera dejado caminar parados». *** Ese perro, ¿cuál?, el Pinto, ¡ah!, lo robé en Yucuribampo, un pueblo cerca de Ciudad Obregón, en Sonora. Aún mamaba de una perra con las tetas caídas, por parir cuatro veces al año. No hay culpa: en los pueblos animales y mujeres no tienen otra cosa qué hacer que fornicar y su consecuencia: parir; por algo dice Ezio Flavio Bazzo que «a las mujeres, el mundo sólo les permitió la vagina, y ellas esclavizaron el
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mundo a través de la vagina». La idea de que la mujer sólo ha sido dotada con la vagina es, a todas luces, debatible, lo que no podemos debatir es que la vagina controla al hombre. El caso: había unas seis crías mamando. Una más estaba a medio salir, quizá la perra no tuvo tiempo de pujar lo suficiente para arrojarlo o quizá el crío quiso seguir adentro de su madre, a veces pasa. Me decidí por el tercero de izquierda a derecha. Aunque todavía no despegaba los párpados se le notaba lo cabrón. Era negro con dos manchas blancas en el hombro (si es que los perros tienen hombros) que formaban un ocho. Años después (inconsciente, supongo, porque no lo pensé así) ese sería el físico de uno de los personajes de mi novela Dany Tanimura: Eight ball, un tipo negro con un lunar en forma de ocho en el hombro. Lo arranqué de la perra, ¿a quién?, al perro; ni se movió cuando las demás crías pegaron el chillido, la que sí lanzó un grito fue la dueña: —Ora ratero, suelta mi animal, cabrón —gritó la anciana—, son pa’ que maten a los gatos de los plantíos. Dijo algo más pero no lo recuerdo, ni falta que hace, con lo flojas que son las mujeres ahí de seguro bajó el volumen para no gastar la garganta. Apenas me subí al carro mi padre pisó el acelerador. —¿Lo agarraste? —dijo, mientras el cachorro se prendía de mi pulgar y trataba de abrir los ojos—. Hubieras agarrado un chato, pa’ pelearlo. —¿Y si lo matan apá? —No pasa nada, Chanate —así me decía, así me dice—, a ellos les gusta pelear. Los perros se mueren todos los días por peleas de comida. Aparte
trajiste uno que no es chato, no creo que te salga bravo, con que ladre y cuide la casa ya vamos de gane. —Era el mejorcito. —Haiga sido como haiga sido —dijo el viejo—. Ni modo de regresarnos por otro. Al llegar a casa, mi padre le puso nombre: Pinto. No tuvo que utilizar mucho su imaginación. —Tiene manchas, se llama Pinto —dijo. —¿Y Káiser? —Dónde le ves lo Káiser, este tiene cara de Pinto. Así era él, al perro anterior (muerto de asfixia gracias a un hueso de pollo mal masticado) le había puesto Amarillo porque, precisamente, estaba amarrillo. Lo alimenté con Nutrileche y donas Bimbo molidas, por eso creció cabrón; por eso y porque era su naturaleza, de pueblo. Antes del año ya dominaba el barrio, por lo menos la calle porque de la esquina no pasaba, no era pendejo. Era güevudo el perro, literal. Aunque no eran testículos normales, sino fabricados. Se le agrandaron por quitarse la comezón, le dio comezón por las garrapatas y tenía garrapatas por coger. Aparte de bravo era prolífico. Agarraba parejo. Perros, perras y hasta caballos, por lo menos sus patas. De tirarse la pata de un caballo le vino lo de las garrapatas. Cerca de la casa había un almacén donde un drogadicto tenía un caballo. En Obregón, con el calor, los animales son proclives a criar parásitos, el caballo no era la excepción. Como el Pinto se montaba al caballo cada que podía no tardó en llenarse de un montón de garrapatas que le chupaban la sangre. Tenía hasta en los testículos. Todas las noches se abría de patas, medio zambo, se recostaba
boca arriba y se rascaba los tanates en la llanta del carro de mi padre. En una de esas se quedó dormido. Por la mañana mi padre salió a trabajar, pisó el embrague y le aplastó las bolas. Tardó un mes, ¿o más?, en curarse. El problema (ni tanto) fue que después de la aplastada quedó medio zambo y con unos güevotes del tamaño de una naranja. El Pinto también se hizo más bravo a raíz de eso. Ese sí fue un problema, le ladraba a la gente y no sólo a los perros. Si alguien pasaba en bicicleta le mordía las llantas y uno que otro tobillo. Por eso, aparte del Santoclós (con el ojo morado y sangre en la boca) que tenía colgado mi hermano, Bicho, en una varilla del techo tuvo que poner un cartel en el jardín de enfrente: «Cuidado con el animal porque lo muerde a usted a su papá a sus hijos a su mamá a su abuelita y si su abuelita está muerta, la revive y la vuelve a morder. Aguas con el perro, es cabrón». —¿Y eso? —le dije cuando vi el letrero. —Es de algo que dijo uno que se llama Pablo Escobar, lo miré en la tele, es de Colombia, europeo, dicen que mató a su jefe pa’ quedarse con todo el negocio. —¿Qué negocio? —No sé. Se me hace que con la Ley, porque dijeron que tenía comprada a toda la ley de su país, se la quitó al Chino Ley, era su papá. Años después supe que Escobar no mató a su padre para quedarse con ningún negocio ni era el dueño de la Ley, ni europeo, pero igual eso sirvió de base para hacer Prosa lavada, mi segunda novela. Me desdigo: no fue sólo eso sino toda la violencia que ocurría en las calles, bajo la punta de nuestras narices. No por nada
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dice Erick Kahler que «entre el observador y lo observado existe una íntima interacción: el uno afecta y modifica al otro». Es tan intrínseca la relación que «el escritor discursivo escribe por un acto de voluntad consiente y esa voluntad consiente — creámosle a Todorov—, junto con el sistema simbólico que emplea a su servicio, se levanta frente al cuerpo de cosas que está describiendo». Consiente o no, no lo sé; lo que sí sé es que, en aquella ocasión el cartel sirvió de algo, la gente caminaba por la otra acera. El Pinto se empezó a calmar. Por lo menos un rato. Bicho lo llegó a pelear varias veces. Nunca lo vi hacerlo pero supongo que siempre ganaba porque de repente apareció un Nintendo y una BMX en casa. Aunque yo nunca lo pelee sí gané dinero con él. Cada cierto tiempo mi primo Ticho y yo se lo vendíamos a una anciana mariguana, la Chora, que vivía en la casa de la esquina y se dedicaba a pedir limosna. La mujer, un tanto loca (siempre andaba desnuda de la cintura para arriba), estaba obsesionada con encontrar un gato negro que había perdido quién sabe cuándo. Cada cierto tiempo ponía unas hojas en los postes de luz que decía, «Señor o señora regréseme a mi gato y le doy dinero, es un gato negro, muy bonito y grandote», debajo de eso venía un croquis indescifrable. Aparte de mi primo y yo, nadie reclamaba la recompensa. Llegábamos con el Pinto y la hoja de la recompensa a la casa de la mariguana, le
decíamos que el perro era gato, ella lo creía (o quería creer), nos pagaba, le dejábamos al animal y por la noche el Pinto se regresaba a la casa. Al siguiente día a la Chora se le olvidaba el cuento y ahí andaba pegando hojas. —Mire nomás madrecita santa, aquí le traigo a su bebito — le decía mi primo cuando llevábamos el perro. —Ay, mi niño, mira nada más que bolita de pelos tan hermosa. —¿Y el dinero pa’ cuándo?, si me lo da en billete mejor, ya ve que luego en el deposito no aceptan monedas. —Se parece —decía ella—, pero si se dan cuenta, mijos, éste tiene dos manchitas blancas y el mío era negro parejito, de un solo color. Aparte este parece perro, hasta ladra. —A lo mejor tiene manchas porque le cayó cloro, ya ve que luego se despintan —le decía mi primo—. Y no ladra, es que anda malito y está ronco, lo encontramos cerca de un charco a lo mejor se resfrió. —Puede que, pero fíjense bien, mijos, los gatos son más chiquitos. Ahí es cuando Ticho le enseñaba la hoja y le recalcaba: —Aquí usted puso que su gato era grandote y muy bonito; este es grande y chulo de bonito, ¿a poco no? Después de eso nos daba el dinero, sin reclamar. El problema fue la última vez que lo vendimos, la Chora le puso un collar y lo amarró a la pata de una mesa para que no se le volviera a perder. No se qué pasaría por la noche
pero cuando el Pinto regresó a casa estaba medio ciego (la Chora andaba toda mordida de la espalda). Tiraba mordidas a lo pendejo. Lo tuvimos que subir al techo de la casa porque, aparte de mí, ya había mordido a un niño, en la nalga. En parte el chamaco tuvo la culpa: le pegaba en la nariz con un periódico y luego le ponía el culo para que lo oliera o lo lamiera. Era medio joto. El caso es que después de pagar las curaciones mi madre ya no quiso ver suelto al perro. Daba lástima. Cuando me veía llegar de la secundaria empezaba a ladrar. Del hocico le salía vaho, por el calor. Las bolas se le empezaron a poner como higos secos, supongo que se le evaporaron. Cuando le subía la comida levantaba la pata para que le viera las ampollas y me apiadara. No era mi decisión bajarlo de ahí. El techo, en primavera era un comal caliente. Como no había nada con lo que pudiera cubrirse el perro decidió saltar a la calle. El problema fue que como estaba medio ciego cayó ensartado en un rosal. Eso fue un viernes en la noche, eso dijeron los vecinos; nosotros lo encontramos el domingo, en la tarde. Por casi dos días el Pinto se quedó entre las espinas del rosal con la mirada al suelo, como los cerdos (eso dijo mi padre y la frase me quedó tan grabada que dieciséis años después la utilicé como inicio de novela), que nunca le han visto el rostro a Dios.
MARCELO BALZARETTI CAUSÓ LA INVASIÓN OVNIS CON ARTE Y LITERATURA.
Por: Sergio Nolasco Fotografías: Daniel Malpica
El día que la ciudad de México fue invadida por OVNIS muchos habitantes sorprendidos fueron testigos de lo que sobrevolaba por algunas calles de la capital. Ese día quedó registrado por un artista que planeó todo y después realizó una serie de libros al que llamóCaja Negra en el que recopiló muchas imágenes de ovnis. El artista es Marcelo Balzaretti.
No se trató de un engaño. Fue una instalación en la que el artista, oriundo de la ciudad capitalina modificó la realidad para provocar sorpresa entre los transeúntes. ¿Cómo en el cielo de la ciudad del smog sobrevolaban esculturas entre los edificios? La instalación, puesta a mediados de 2008 y que duró algunos meses, conformaba
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FOTOGRAFÍAS DE EXTRATERRESTRES EN MÉXICO
12 esculturas hechas de fibra de vidrio y resina de poliester de aproximadamente seis o siete kilogramos y un diámetro de 1.20 metros con 80 centímetros de altura suspendidos entre algunos edificios. Usando a los ovnis por su gran presencia en el imaginario colectivo, la idea causó la sorpresa que se esperaba al inyectar a los habitantes en una realidad paralela. Balzaretti se adentró a la gráfica en esta instalación en la que la fotografía tenía gran importancia.
Balzaretti, egresado de la Escuela Nacional de Artes Plásticas de de la UNAM estudió y ensayó con la información visual y literaria sobre Objetos Voladores No Identificados y lo que se encontró fueron vacíos que apenas buscaban llenar personajes como Jaime Maussan. Pero en el arte, el artista encontró nada. ¿Cómo un fenómeno que cautiva a todo el mundo desde hace siglos no tiene representación en el arte actual? «...Dado que la vastedad de mi objeto de estudio superaba la posibilidad de abordarlo en una sola pieza, intuí que podría
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dar inicio al desarrollo de una serie que se titularía Estudios Ufológicos» dice Balzaretti. Luego vino su Caja Negra. Caja Negra es una serie de libros de autor con figuras de colección sobre el fenómeno OVNI. Nació por la necesidad de ordenar el cúmulo de información que había adquirido al respecto, la mayor parte del material con el que inició su trabajo provenía de sitios de Ufología en Internet y, como habrá de esperarse, encontró cerca de medio millar de imágenes que le sirvieron para formarse una idea de cómo era representado el fenómeno OVNI en la historia reciente. El proyecto es la primer pieza desarrollada bajo el conepto de Estudios Ufológicos que se realizó a partir de imágenes del dominio público. Por lo anterior, Caja Negra se inscribe en la vertiente de obras producidas con archivos fotográficos. «Estuve haciendo un acopio de imágenes de cómo se han representado los ovnis en el siglo pasado y en el actual», dice Balzaretti sobre Caja Negra. Caja Negra contiene los libros Sightings, Evidence y Testimonies, encuadernados en pasta dura forrada de tela negra e impresos en negro brillante sobre papel negro mate, cinco cartas de navegación con las mismas
características de impresión que los libros y cuatro esculturas modeladas en plastilina epóxica, también de color negro. El primer libro incluye imágenes panorámicas de ovnis; el segundo, sitios donde se supone que han aterrizado los objetos voladores y en el tercero podrán leerse los testimonios de las personas que han tenido algún acercamiento con el fenómeno. Contiene también cuatro esculturas modeladas sin bocetos previos pero a partir del concepto colectivo de la forma de los OVNI encontrados en las fotografías. El artista, quien combina nociones sobre física, psicología y arte, balanceó el peso de las esculturas de manera que permanezcan en movimiento por inercia tras el impulso de un giro inicial. Las cartas de navegación, realizadas con la misma técnica de impresión que los libros y plegadas en forma de mapa, son imágenes satelitales del río Mayn en Rusia, el desierto de Coahuila, los montes Atlas en África, el desierto de Kevir en Irán y el lago Carnegie en Australia, que asemejan las imágenes psicodélicas de los años sesenta y setenta. El recurso gráfico del negro sobre negro tiene el poder de mantener el interés del espectador alternando entre lo que se ve y lo que se adivina, una posición dialógica que muestra y oculta, que constituye el interés central de la pieza. Marcelo Balzaretti ha sido premiado en múltiples ocasiones y sus trabajos han recorrido ciudades y estados del mundo como Vermont, Glasgow y Montreal así como la República Mexicana. Entre sus intereses además de la escultura incluyen la imagen en movimiento, la fotografía, dibujo, gráfica e instalación.
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¿DE QUÉ ANIMALES DEBEMOS PREOCUPARNOS EN EL FUTURO?
LAS CALAMIDADES QUE VIENEN
16 Por: Eduardo Rivera Scott Ilustaciones: Luisa Orduño
Miles de arañas se concentran en San Antonio de Plantina, Brasil para realizar un espectáculo que pocas veces se ha visto: han abandonado sus guaridas para formar una enorme telaraña entre los postes de energía en pleno centro de la ciudad. La impresionante telaraña recorre metros y metros por el cielo de la ciudad. Dicen los biólogos que no es nada fuera del otro mundo: este tipo de arañas suelen trabajar en equipo para capturar más alimento, más insectos. Eso las ha hecho salir de los árboles, tejer megatelarañas entre las casas. Que lo que preocupa a los expertos es la sobrepoblación de la araña conocida como tejedora oscura, porque en Brasil tienen cada vez más, dicen, alimento y cada vez menos, explican, depredadores. Cada año, en Jatinga, India, miles de aves se lanzan en picada hasta estrellarse en suelo durante. Sucede cada invierno. La ciencia atribuye los hechos a las tormentas de monzón que ocurren durante la temporada, pues obstruyen el sentido de orientación de las aves. En Buenos Aires, Argentina convive todos los días con ratas, palomas y murciélagos. La sobrepoblación de estas especies expone a los ciudadanos a enfermedades como la rabia, salmonelosis, toxoplasmosis y difteria. Las ratas son una plaga histórica, a las palomas no se les considera tal cosa y por el contrario, los murciélagos ayudan a combatir calamidades. Los científicos atribuyen esta sobrepoblación de palomas, ratas y murcielagos a la inexistencia de depredadores: el hombre, con el manejo de los residuos y desechos contribuye a la reproducción de las tres especies.
Una plaga, aquí y en China, es la aparición masiva y repentina de especies que causan graves daños a humanos, animales o vegetales. ¿De qué animales debemos preocuparnos en un futuro no muy lejano? En todas las costas del mundo, miles de peces, calamares y ballenas aparecen muertos de la noche a la mañana. No hay una explicación definitiva: ¿Cambios en la temperatura?, ¿intoxicación?, ¿variaciones de oxígeno en el agua?, ¿movimientos sísmicos? Los científicos dicen muchas cosas y los conspiromaniacos más. Estos últimos, por cierto, manejan en su baraja de hipótesis bizarras, experimentos tipo HAARP y Blue Beam, armas capaces de alterar el clima y ocasionar desastres naturales. ¿Será que del único animal que tenemos que cuidarnos, es de nosotros mismos, si es que nosotros mismos existiremos lo suficiente para preocuparnos de nosotros mismos? La plaga es la calamidad que siempre ha acompañado al hombre. Para unos es la garantía de un dios que castiga, la mitología de la condena. Para otros, el sello del progreso si podemos determinar como progreso el avance de la civilización y la comodidad a corto plazo. Vayamos atrás. A la antigua Grecia. Más allá de la calamidad, las plagas eran un símbolo de cambio y de la voluntad del hombre por prevalecer ante la adversidad. El rey Fineo había aprendido el don de la predicción divina, otorgado a los dioses. Cuando Zeus se enteró, lo castigó: ceguera y mierda de arpías en su comida. Cuando una por fin probó comida limpia, Fineo murió y reencarnó en un topo. Los roedores, principalmente los topos, eran considerados animales
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18 relacionados con Apolo. Y Apolo era un dios bárbaro: uno que podía traer la enfermedad y la muerte a través de plagas. Pero también podía curarlas. Así el rey Fineo toma la forma de un animal considerado sagrado como recompensa a su endurecimiento. El topo nariz de estrella --o por su nombre científico, condylura cristata--, comparte algunas características con esta historia: posee la extraordinaria destreza de eliminar plagas de insectos y gusanos, tragándolos en 120 milisegundos. Esta potente aspiradora mide apenas 20 centímetros y habita en el norte de América. Tiene veintidós tentáculos al final del hocico, (será una representación de la corona solar del dios), que le sirven mejor que cualquier par de ojos, pues contienen alrededor de 30 mil papilas sensibles inervadas por casi 100 mil axones, con las que reconoce espacio y le permiten oler bajo el agua. A diferencia de otros topos, el nariz de estrella
prefiere las tierras húmedas y los pantanos, donde cava túneles a través de los cuales viaja para sumergirse en aguas más profundas; sus habilidades como excavador son posibles gracias a que su cerebro se organiza de tal forma que casi el 50 por ciento está dedicado a procesar la información proveniente de su nariz. Si bien Apolo trae y retira la plaga, los roedores imitan su comportamiento: los topos eliminan plagas de insectos y sus primas, las ratas, transmiten enfermedades. Para el biólogo Luis Alberto Montes, «Todas las plagas siguen condiciones naturales, sin embargo la ampliación de la frontera agrícola, la implementación de monocultivos y el uso excesivo de agroquímicos, ha deteriorado el medio ambiente y el suelo». Montes dice que esto, producto del hombre, desequilibra el ecosistema y reduce la población de controladores biológicos y biorreguladores. Dice que con esto se incrementa la población
de plagas. «Una plaga siempre es una población dependiente de otra», dice Montes. «Una plaga se crea cuando la tasa de nacimientos es superior a la de muertes». Cuando se ha sacado de su sitio a una especie. Al otro lado del continente, en las tierras bajas y húmedas del Caribe sudamericano, un murciélago se niega a ser visto como una criatura horripilante y se viste de algodón: de día se refugia en una enorme hoja de las plantas platanilla y bijagua, y en las noches sale en busca de higos y otras frutas. Se le conoce en el mundo científico por Ectophylla Alba, un murciélago blanco de cuatro centímetros que llega a pesar hasta siete gramos. Los murciélagos son como ratas voladoras. Y parecidos a los topos, pues también son virtualmente ciegos. Comparten la rabia en su mordida y también traen y retiran la plaga. En abril del 2012, se dice que Monsanto eliminó más de 7 millones de murciélagos en Estados Unidos, pues sus plaguicidas
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pueden ser responsables de un virus que afecta a los murciélagos. Estos animales, por cierto, regulan la natalidad de insectos, e insectos como los mosquitos son responsables de la propagación del dengue y la malaria. Cada vez que el hombre acaba con murciélagos en algún ecosistema, crecen las poblaciones de insectos que propagan enfermedades y la rueda de la calamidad gira. En África se ha atribuido a los murciélagos la transmisión del virus del ébola a través de las frutas que mastican en los árboles y que caen al suelo, donde gorilas y otros animales se infectan y lo llevan hasta los humanos. En su forma más letal, el virus del ébola puede matar a nueve de cada diez personas infectadas. La forma de habitar y explotar el mundo está cambiando; las plagas no. Hoy seguimos lidiando con mosquitos, con langostas, con moscas, con ratas, con todo tipo de pestes. Aunque el biólogo Luis Alberto Montes cree que
las plagas que padecemos hoy, son superiores a las plagas de Egipto: «Se cree que las de Egipto fueron catastróficas sólo por ser una comunidad dependiente casi estrictamente de esos cultivos para alimentar a la población. Pero con el aumento de los monocultivos, el mal uso de los químicos y el deterioro de los ecosistemas, no dudo que en cualquier momento las especies tomen cierta resistencia y sobrepasen nuestras medidas de seguridad».
Si la predicción del biólogo es cierta, las casas serán inseguras. Y los centros de trabajo y el agua potable y el mar y el campo y... Tal vez todas las acciones del hombre se presentan con el nombre de calentamiento global. Las vacas se suicidan en los Alpes Suizos. Miles de peces aparecen muertos en las costas de Okinawa y Carolina del Sur. En la India cientos de aves se lanzan en picada al suelo para morir cada año y las abejas mueren alrededor del mundo sin más explicación.
20 DE PASEO POR EL MENÚ EXÓTICO DE JORGE HANK RHON
SOPA DE TIGRE PARA DESAYUNAR
Por: Daniel Salinas Basave Ilustración: Nano Malhora El doctor Campos emite su diagnóstico: el tigre de Bengala que acaba de revisar padece raquitismo. Los espasmos musculares prolongados que lo doblan de dolor en su jaula, son consecuencia de ese padecimiento óseo generado por la descalcificación. Existe un raquitismo hereditario y otro generado por una baja sensible en el fósforo sérico. En cualquier caso, las probabilidades de que el tigre se recupere favorablemente son casi nulas. Algo sabe de tigres el doctor campos. Su parche en el ojo es la mejor prueba. Un día, mientras inyectaba a un tigre enfermo, el animal le dio un sarpazo, que le desgarró parte de la cara y le arrancó el ojo. La noticia en el fondo no es tan mala para Jorge Hank. El raquitismo de su tigre justifica el sacrificio y desde hace unas cuantas semanas Hank viene meditando la idea de matar a uno de sus felinos para entregarle el cuerpo a su amigo el cocinero chino Fito Yee, que le ha prometido hacer magia con su carne. Los tigres son los animales más preciados de su zoológico pero Hank no se toca el corazón para sacrificar a alguno si hay una celebración especial que lo amerite. En China el tigre es el símbolo del poder y la fuerza. Según la astrología china, el primer tigre del mundo se origina de la metamorfosis del astro Alfa, constelación de la Osa Mayor. Fue en julio, mes en que se forjaba la esencia del Yang. Por esta razón, al tigre se le atribuye la máxima cualidad de las energías positivas (el Yang): el
entusiasmo, el valor, la virilidad, la firmeza, el calor y el fuego. Según las creencias populares, el tigre puede vivir mil años. Al cabo de los quinientos, se vuelve blanco y deja de devorar a los seres vivientes. El tigre blanco es más temible porque está dotado de poderes sobrenaturales. Devorar al tigre o tratar de concentrar el espíritu y el poder del felino en un producto, es una de las más añejas obsesiones de la alquimia china. Actualmente el gobierno chino prohíbe la comercialización de productos derivados de tigre en las farmacias, pues el mayor de los gatos está en severa amenaza de extinción. Aun así, el mercado negro es grande. Jorge Hank no debe enviar emisarios a oscuros y gansteriles barrios para obtener la fuente de su poder. Tiene demasiados tigres a su disposición para sacrificar a placer y un mago de la cocina que puede prepararlos en formas cuan más extravagantes. El restaurantero chino Fito Yee es el consejero gourmet estrella en el nutrido equipo de chefs de Jorge Hank, un consejero atrevido que experimenta con ancestrales recetas de la nobleza mandarín. Si los príncipes de la antigüedad devoraban a los tigres ¿Por qué no habría de hacerlo Jorge Hank Rhon? Fito Yee le ha hablado maravillas de la carne del gran felino. Es blanda, sabrosa y contagia una energía sin igual. «Me dijo Fito en una de las comidas: ‘oye, de lo mejor que hay para comer es el tigre’, entonces le digo: ‘mira qué bien’. Tengo un tigre que tiene raquitismo y ya está mal, se me hace que lo voy a sacrificar y nos lo comemos». El doctor Campos recibe la orden: es preciso sacrificar al tigre y dejar que
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22 Fito se haga cargo del cadáver cuando aun esté caliente. Cada parte del felino será aprovechada. Una bala en la cabeza acaba con la vida del tigre de Bengala y de inmediato Fito Yee inicia su obra de arte. «Y nos comimos el tigre y la verdad es que la sopa de tigre sabe muy buena, es carne blandita, depende mucho del cocimiento, de cómo la preparas y la verdad con la comida china ni sabes lo que estás comiendo, le ponen tanta cosa, tanta hierba, pero el tigre sabe muy bueno». El tigre de bengala no sería la única especie que debería subir al altar de sacrificio para satisfacer la curiosidad gourmet del dueño del zoológico. La tarde en que están devorando al tigre, Fito le recomienda una nueva receta a su amigo que le asegura es aún más deliciosa: el oso. «Luego cuando nos comimos el tigre me dijo Fito: ‘oye, pero lo mejor, lo mejor de todo es el oso’ y le digo ‘ya ni la amuelas,
me vas a hacer que mate un oso’. Le dije: ‘bueno, cuando uno esté viejito nos lo comemos’. Curiosamente por aquellos días hice un intercambio con el zoológico de Mexicali. Les mandé unos dromedarios y ellos me dieron unos osos, pero ya estaban muy viejos esos osos». Alejandro Campos deberá fungir nuevamente el papel de verdugo, pero la ejecución de los osos vendrá precedida de un proceso de engorda extrema en jaulas chicas. No se trata solamente de devorar los osos, sino de aprovechar algo aun más preciado, un poderoso afrodisíaco que a los emperadores chinos volvía locos: la hiel. «Entonces le dije a Alex Campos, el veterinario: ‘pon a los osos en jaula chica, aliméntalos muy bien, báñalos para que la piel se ponga exquisita y me avisas cuando lo vayamos a sacrificar’. Y ya que los sacrificamos me dijo Fito: ‘guárdate la hiel’ ‘¿y eso cómo se guarda?’, le pregunto. Me dijo,
‘pues guárdala en una bolsita, eso en China es apreciadísimo, es carísimo por el vigor que da’. Entonces guardé la hiel y también se la empecé a poner al tequila». El tigre y el oso no son los únicos animales del zoológico que devora Jorge Hank. En realidad buena parte de su zoológico ha desfilado ya por su mantel. «He comido tigre, oso, león, caballo, gatos, perros, víboras, burros, búfalos, cebras, antílopes, cocodrilos, zorrillos, tlacuaches y ya no me acuerdo cuales más. Muchos peces, serpientes de agua. He perdido la cuenta». Aunque no la incluye en el recuento, es sabido que Jorge Hank también devoró una de sus jirafas. Una ocasión, tras unas torrenciales lluvias, se inundó un foso donde había jirafas. Una de ellas queda atrapada en el lodo y los empleados batallan horrores para poder sacarla. Hank ordena matar a la jirafa para después prepararla en la receta que Fito Yee le recomiende.
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Una de las cosas que verdaderamente fascina a Hank es el poder afrodisíaco que, asegura, le proporcionan algunas de sus recetas. La obsesión por los genitales felinos lo ha llevado a sacrificar a más de un tigre para poder quedarse con su pene y colocarlo dentro de su célebre tequila que bebe todos los días antes de comer. Esta es una de las leyendas más repetidas por la prensa nacional y extranjera. Cualquiera que haya compartido una comida con Jorge Hank habrá visto que antes de empezar con el plato fuerte bebe varios vasos de su tequila, también preparado por Fito Yee en el que flotan penes de tigre, de león marino, serpientes y últimamente escorpiones. Además Fito Yee se encarga de agregar dosis de herbolaria china. «No son testículos, son penes»,
dice Hank. «El tequila absorbe el poder de estos animales. Fito me hace el favor todavía hasta la fecha de hacerme una comida en mi cumpleaños —y digo cuando menos porque a veces me hace comidas con cualquier pretexto— y en esas comidas me hacía el favor de llevarme un licor chino y me decía: ‘este licor es buenísimo, tiene tres penes’. Así se hace este tequila, con tres penes. Era pene de león marino, era pene de ciervo y el otro pene no recuerdo la verdad de qué animal era. Me dijo Fito: ‘es buenísimo, pruébalo, es bueno para circulación’, y entonces empezamos a perfeccionarlo. A mi tequila le empecé a poner penes de león, de tigre y también le empecé a poner alacranes. Eso se usa mucho en Sinaloa, lo de ponerle alacranes al tequila y yo lo empecé a tomar así. Tampoco son pedazos de víbora como han dicho por ahí. Son
serpientes enteras, serpientes de cascabel. El primer tequila que me regaló Fito tenía ocho víboras de cascabel. Tenía muchas raíces y muchas semillas diferentes y alguna planta que se da en China, no sé decir cómo se llama». Lo cierto es que ni siquiera su investidura como presidente municipal lleva a Hank Rhon a limitarse en sus placeres o reservaros al ámbito privado. Aun en comidas oficiales en la que es invitado como jefe de la ciudad, Hank aparece llevando su botella de tequila mágico. Los comensales suelen mirar con curiosidad y asombro. Jorge Hank no es egoísta y no duda en compartir su pócima si alguien se lo pide. Si la ingesta del licor viene precedida de un brindis de codos cruzados, el invitado puede considerarlo un signo especial de distinción.