NĂşmero 33 | Diciembre de 2012
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DIRECTORIO Marco Tulio Castro Director marco@diez4.com Luisa Orduño Jefa de diseño luisa@diez4.com
ARQUITECTURA
Carlos Aguilar Webmarketing carlos@diez4.com Sergio Nolasco Editor redaccion@diez4.com Dalia Chávez Editor de foto dalia@diez4.com Luis Mario Sarmiento Ilustrador sarmiento@diez4.com Planeación y negocios bisnes@diez4.com Lina Contreras Jefa de ventas lina@diez4.com VENTAS Lina Contreras lina@diez4.com Abril Valdez abril@diez4.com PORTADA José Rodolfo Loaiza Título: The End. Técnica: ilustración digital. COLABORADORES Cesar Perez, Eduardo Rivera Scott, Ernesto Aroche Juan Pablo Proal, Roberto Macías, Zamara González.
Si todo humano tiene rostro, toda ciudad también: en esta edición dedicada a la arquitectura y a sus creadores, pensamos en el desarrollo urbano y en la arquitectura en boga: la de autor y la sustentable. De norte a sur, México es un espacio en permanente exploración de diseño. Ni los arquitectos del sur saben qué sucede en el norte, ni viceversa. Mientras que Tijuana se desparrama a pasos agigantados, el Distrito Federal crece hacia arriba y hacia abajo. En la Ciudad de México florece la arquitectura de autor, esa donde el diseñador desarrolla su creatividad y se le permite construirla, y en Tijuana sigue reinando la anarquía urbana: un municipio que habitó laderas y cañones. ¿Si tuviéramos que vernos como mexicanos a través de la arquitectura qué nos definiría? Tal vez la construcción de lo imposible: en el norte y en el sur habitamos lugares insospechables. Y a la vez la arquitectura contemporánea de México es tan distinta. Michel Rojkind, pasó de ser baterista de la reconocida banda Aleks Sintek y la gente normal a convencerse que era un arquitecto creativo y sorprendente. Y lo logró. Y Tijuana crece a ritmo de la llanta usada: una arquitectura vernácula de segunda mano. Esta edición es ideal para tratar de definir un país donde la necesidades cotidianas de millones de personas comienzan en casa. No se escapa, desde luego, el Instituto de vivienda: el Infonavit que ofrece viviendas de cuarenta metros cuadrados casi proporcionales a los años que se cargarán las deudas.
CONSEJO EDITORIAL Juan Pablo Proal Quitzé Fernández Carlos Rosquillas César González Gama Wilberth Chong
Diez4 se incubó en: Diez4, año 1, número 34, Diciembre de 2012. Revista mensual editada y publicada por Editorial Diez4. Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier sistema o método del contenido, incluyendo cualquier medio electrónico o magnético sin previa autorización por escrito del director. Derechos de autor reservados en forma y concepto. El contenido de las imágenes, la publicidad y los artículos incluidos en Diez4 reflejan solamente la opinión de sus autores o anunciantes y no representan el punto de vista de Editorial Diez4. Esta publicación se encuentra protegida y registrada ante el Instituto Nacional del Derecho de Autor, Secretaría de Educación Pública, según consta en la Reserva de Derechos No. 04-2011-090909291600-102. Esta revista es producida gracias al programa «Edmundo Valadés», de apoyo a la edición de revistas independientes, 2011, del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. Diez4 se imprime en Cias. Periodísticas del Sol del Pacífico S.A. de C.V. Dirección: Rufino Tamayo #4 Zona Urbana Río Tijuana.
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Realidades y casualidades de la urbe. www.diez4.com. buzon@diez4.com. Sirak Baloyán #1917, interior 210. Zona Centro, Tijuana, Baja California, México. Código postal 22000. Tel: (664) 378-2524
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TIJUANA TIENE VOCACIÓN DE LLANTERA
UN NEGOCIO REDONDO Por: Marco Tulio Castro Con información de Roberto Macías
Tijuana es una ciudad que avanza sobre llantas usadas: tiene una llantera en cada esquina. La vocación vulcanizadora de la frontera más transitada del mundo, existe por la cantidad de vehículos y por su topografía: es una ciudad de anarquía urbana con barrios en cañones y colinas y laderas y lomas y barrancas y cerros,
que mantiene a los llanteros con la barriga llena y el corazón contento. En un territorio que apenas ronda los 880 kilómetros cuadrados, Tijuana reúne colonias ubicadas a nivel de mar, igual que la turística Cancún, y fraccionamientos con la misma altura de metrópolis como Monterrey, con 552 metros. En la desaforada pelea por ocupar espacios se siembran viviendas sobre arroyos apenas perceptibles en verano y
4 catastróficos en invierno. No es pretensión que la colonia donde se concentran los corporativos más grandes de la ciudad se llame Zona Río. Homenaje a la hidrografía: ahí atravesaba el caudal más ancho y poderoso de Tijuana, hoy convertido en canalización estéril, hogar, también de indigentes y deportados de Estados Unidos. ¿Qué esperar de una ciudad sembrada en relieves abruptos? En época de lluvias, es mejor no salir de casa, si su casa no está sobre algún cauce, o en una ladera o alguna barranca o en algún cañón. Y después, cuando cualquier tormenta ha cesado, los derrumbes de tierra han sido limpiados, los cadáveres encontrados, los árboles levantados y los escombros recogidos, instrumentos de mil batallas, las llantas reposan intactas en cualquier lugar: redonda soberbia ante el caos. La difícil entrada a los barrios y la fácil compra de carros chatarra provenientes de Estados Unidos causan que en una ciudad de 1.5 millones de habitantes se importen más de 700 mil neumáticos cada año. Fue aquí, en el epicentro del deslave, capital del neumático, donde se inventó la técnica para edificar muros de contención con llanta desechada: un ingeniero civil convirtió el neumático en material de construcción, aunque en sus planes no está ser un héroe ecológico, sino un exitoso hombre de negocios al que le gusta reciclar materiales. David Mascareño llama a su sistema de ingeniería civil, yantek. Ante la convención de murallas de concreto y varilla, él pensó en hule y grapas y buscó contener lo que la naturaleza y la invasión promueven. Con 105 mil llantas usadas, por ejemplo, Mascareño y su equipo detuvieron el deslizamiento de tierra que amenazaban a treinta casas en Lomas Conjunto
Residencial, un barrio popular de Tijuana cuyo nombre nos recuerda la topografía de la ciudad y cobró 5.4 millones de pesos, según datos del Sistema Integral de Inversión Pública del gobierno del estado. El ingeniero le encontró lo cuadrado a lo redondo en 1999, cuando construía la cancha deportiva de la preparatoria Iberoamericana ubicada en una loma donde los habitantes sembraron neumáticos en lugar de árboles. La idea le reptó a la cabeza cuando vio una malecha escalera de neumáticos. Mientras los improvisados arquitectos de barrio usaban ruedas completas, Mascareño cortó las caras de las llantas, las grapó en forma de ocho, luego les echó tierra. Las ordenó. Compactó. Niveló. Y resultó. Se dio el lujo de crear; su primer cálculo, su primer experimento, funcionó. Su ingenio abonó a la cultura tijuanense por la llanta usada. Dicen que en Tijuana es más fácil conseguir un llantero por la madrugada, que compañía después de una fiesta. El escritor Hilario Peña inicia su novela, Mala suerte en Tijuana, con una escena que ayuda a ver esta realidad: «Vivía en la vulcanizadora El Loco Peraza. Tenía mi cama hecha de llantas viejas». Basta caminar por la ciudad para toparse con llanteras abiertas las 24 horas. ¿Qué motiva a que las vulcanizadoras de Tijuana abran a toda hora como igual que los prostíbulos? La bonanza de llanteros existe porque la ciudad crece tres hectáreas al día, según datos del gobierno estatal. «La clave para una llantera exitosa está en instalarse en colonias nuevas porque creces con ellas», dice Berenice Cuenca. Con 39 años en el negocio de las ruedas, la señora es la matrona del rodado en la frontera y es además la lídereza de la Unión de
propietarios de recubridores y expendios de llantas y similares de Tijuana, un cargo honorario entregado por los llanteros afiliados a la Cámara Nacional del Comercio. Berenice como las todoterreno, ha sabido abrir camino en un negocio que parece capaz de sobrevivir cualquier desastre económico. Uno, por ejemplo, como el que vive hoy Estados Unidos, proveedor número uno de llantas en el norte de México. Ahora que la agencia calificadora Standard & Poor’s advierte que hasta los estados con finanzas bien manejadas no soportarán otra recesión en 2013, Berenice dice que de su negocio, llantera El Texano, «unos 15 empleados» han renunciado para instalar sus llanteras a la primera oportunidad. Sus exempleados tienen hoy más de una vulcanizadora en colonias que en algún momento fueron de reciente creación. Esa escuela de llanteros en que se convirtió El Texano hoy tiene a seis alumnos a los que «podemos decir, se les paga por aprender». Pero no todo gira bien para el negocio de las vulcanizadoras. La ilegalidad de comercios y el contrabando de neumáticos sin regulación hacen que al final, el negocio avance por terrenos agrestes. Para la lidereza de la llanta, el mayor problema es que ni el gobierno sabe cuántas vulcanizadoras hay y menos cuántas ruedas circulan por la ciudad. Al otro lado del teléfono, mientras se escucha el compresor de aire de fondo y algunos martillazos, dice que ellos, los llanteros, estiman mil 500 negocios tan irregulares como las calles de Tijuana. —¿Y qué les preocupa? —Com-pe-ten-cia-des-le-al, hijo. Además, las llantas que ellos desechan terminan en la calle porque nadie los regula y el muerto lo terminamos cargamos nosotros.
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Por eso aquí las llantas usadas se reutilizan como huella y peralte de escaleras, asientos para columpios cutre, macetas improvisadas, cercos decorativos, barricadas de retenes militares, amortiguadores de sube y bajas, combustible para fogatas, obstáculos en campos de entrenamiento... ¿Quién produce tanta rueda? En 2008, las importación de neumáticos vía Estados Unidos generó 13 millones de dólares en ganancias para los comercios mexicanos de llantas usadas. La investigación hecha por el Instituto de Estudios Regionales de las Californias de la Universidad Estatal de San Diego dice que el comercio de neumáticos usados sostiene aproximadamente a 24 mil residentes de Baja California y una parte cercana de Sonora. Una lluvia de recados y preguntas técnicas avisan la llegada del ingeniero Mascareño a la pequeña oficina ubicada también en una loma —ésta con exclusiva vista a campo de golf—. Es un hombre alto y canoso que, a espalda de media docena de empleados, abre la conversación con una pose:
—Los periodistas no son más importantes que uno. Es que al ingeniero siempre lo han buscado los periodistas y no precisamente para el yantek, objeto de esta entrevista. Experto en analizar y resolver deslaves, los reporteros tocan a su puerta para preguntarle si los constructores, el ayuntamiento o los habitantes son culpables de los catastróficos movimientos de tierra. Y Mascareño siempre contesta: «mi trabajo es vender información. No estoy obligado a darles esos datos». Porque esos análisis, en efecto, Mascareño los vende a gobiernos, a fraccionadores, a constructores e inmobiliarias que quieren edificar en lugares inimaginables. Y aunque hoy no atiende la entrevista a regañadientes, ha decidido comenzar la reunión con esta especie de advertencia: «Una vez estuve a punto de romperle la madre a un pinche columnista delante de sus hijos por difamarme». El llamado a la sensatez periodística en la anécdota de Mascareño no resultaría importante de contar, sino fuera porque abona al tema de la entrevista: de acuerdo a su versión, un periodista lo
acusó de robarse el dinero del peritaje que realizaba sobre un deslizamiento de tierra en Laderas de Monterrey, un barrio tan fino como éste de vista al campo de golf. Once casas quedaron destruidas y ocho más inhabitables. ¿Falla geológica, de los habitantes, del constructor? Saber cuesta y lo que Mascareño hizo, fue vender esa información, «así que el que quiera saber vaya y pregúntele al alcalde». Si todo mercantilismo tiene su frontera, en Mascareño el límite es redondo. Basado en la construcción vernácula y en el geoweb (el geoweb es una malla de plástico que se usa para construir muros de contención) el ingeniero decidió que la bonanza de llantas también podría ser de provecho para su bolsillo, así que pensó y diseñó y ejecutó muros con yantek. Hasta hoy, 600 mil llantas cuyo destino final sería impreciso, sirven para evitar deslaves. En el frenesí del consumo norteamericano, el ingenio de Mascareño es un desafío. Ha sido contratado por el gobierno municipal de Tijuana, por el de Baja California y por empresas particulares, aunque en 2008 fue contratado en Puerto Vallarta, Jalisco, para
6 proteger con 12 mil llantas una zona contra la erosión de un río. El sistema sustentable ganó en 1999 el premio estatal de ecología de Baja California pero el premio que más le gustaría al ingeniero sería alguno como un exitoso hombre de negocios; a pesar de reducir 50 por ciento los costos de obra, hasta hoy el sistema yantek no es rentable. «En trece años no han habido suficientes proyectos en proporción al tiempo. Sale un proyecto por año». Michelin miró la cultura por la llanta usada de Tijuana. Antes que cualquier gigante, la productora transnacional
de neumáticos encontró que la vocación vulcanizadora de esta frontera sería un negocio redondo. La única planta de renovado de llantas de Michelin en México está en Tijuana. Es un centro de operaciones al que se le invirtieron dos millones de dólares, que le da tratamiento quirúrgico a las ruedas y que emplea a menos de 30 trabajadores. Con un tráfico de camiones exportadores sin descanso, el municipio más alejado del centro del país y el más cercano a California, Estados Unidos, tener una franquicia para rehabilitar neumáticos de vehículos de carga con
tecnología y maquinaria de Michelin en Tijuana es sinónimo de prosperidad. Lo que se hace en la planta es rehabilitar neumáticos viejos con rodado nuevo para bajar costos 30 por ciento y aumentar en 70 por ciento la duración de la rueda. «La planta es como una maquila con procesos bien definidos e instalaciones impecables. Los empleados siempre parecen estar limpios y siempre están uniformados», dice la periodista Sandra Cervantes que tuvo acceso al centro de operaciones. ¿Por qué semejante higiene para tratar neumáticos usados? La respuesta puede estar en el corporativo que adquirió la
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8 franquicia de Michelin hace seis años: Grupo Tersa. El empresario Rodrigo Valle Hernández, está construyendo su emporio con llantas en Tijuana desde 1982. Tres de sus cinco negocios son vendedores de ruedas. El otro es una agencia de autos y uno más, dedicado a la producción de abulón en granja. Y los negocios con neumáticos siempre lo han tratado bien. Su corporativo ganó en 2011, el Premio para la Calidad y la Competitividad que entrega el gobierno bajacaliforniano. Menos de un año después, el grupo de empresas tijuanenses fue reconocido en el certamen que entregan el Tec de Monterrey, Banamex y Deloitte como parte de su lista de «Mejores empresas mexicanas». Tal vez esa mística de negocios que parecen perfectos también la plasma en el centro de renovación de llantas: cada neumático es revisado a conciencia con rayos láser, con pruebas de luz, de aire, luego se raspa electrónicamente y se le inyecta hule digitalmente sin que los trabajadores se ensucien el overol. ¿Buen negocio? La planta renuevan unas 2 mil llantas cada mes con precios que van 7 mil a 8 mil pesos por pieza. No es para asombrarse: uno de los empresarios más reconocidos de Baja California decidió que su negocio fueran las llantas. ¿Qué tendrá la rueda que despierta la creatividad y promueve el comercio? Elemento básico de la civilización, la rueda tiene unos 10 mil años girando entre nosotros; no hay a quien atribuirle su invento, aunque se cree que nació en la Mesopotamia, antigua región de Asia. La llanta propició la extensión del comercio de metales y maderas por toda la región. Como hoy, hace 10 mil años, gracias a la rueda se
distribuían granos y materiales naturales. El artista Marcel Duchamp es recordado por Rueda de bicicleta, la obra que dio pie al arte ready-made en 1913: es el aro de una bicicleta montada sobre un banquillo que parece un monociclo invertido e inútil. El arte como la construcción en el norte de México: con cualquier objeto. La razón por la que el autor de Mala suerte en Tijuana decidió que el protagonista de su novela trabajara en una vulcanizadora y descansara sobre neumáticos es porque en algún momento conoció a alguien en Tijuana que así vivió y en sus novelas la búsqueda consiste en que el lector se identifique con lo que sucede en la calle. «Todos en Tijuana han comprado llantas usadas y por eso siempre he querido usar un diálogo como éste: —En la llantera me venden el juego por 2 mil pesos. —¿Y tienen callo? Porque eso se pregunta cuando compran llantas de segunda mano», dice Peña. Pero la cultura de Tijuana por la llanta usada no es del todo agradable para el escritor. Hilario sobrevivió a un accidente de auto por comprar neumáticos usados en una vulcanizadora. Aquél juego de llantas que parecía tener «callo», o buen rodado, resultó ser materia prima para un derrape espectacular y después una batalla médica por la recuperación del escritor que, dice, hoy compra «siempre llantas nuevas». —Te lo voy a explicar —dice el ingeniero Mascareño— con las llantas de un carrito de mi hijo. —De algún lugar cercano a su computadora saca un par de llantas miniatura y las pone sobre una hoja blanca reutilizada—. El sistema sirve sobretodo para aquellas empresas que no quieren invertir mucho en su
estacionamiento porque piensan edificar a corto plazo. Explica que la cara del neumático se quita para que la tierra se pueda compactar, a diferencia de quienes usan la llanta completa. ¿Por qué alguien que no se preocupe por el medio ambiente desearía tener en su negocio o casa un muro de llantas? Si bien el yantek es un triunfo sobre el deslave, con el paso del tiempo es una derrota visual: las ruedas incrustadas en la tierra se vuelven grisáceas, ásperas y salitrosas. Una textura de basura sembrada. «Jardines verticales. Siempre recomendamos a nuestros clientes que conviertan sus muros en áreas verdes», dice Mascareño. Basta echar algunas semillas para que los muros de llanta se vuelvan espacios naturales. Aunque todavía las constructoras desprecian el yantek, trabajar con llantas tiene otros beneficios: por cada neumático que el ingeniero Mascareño recibe, el llantero debe pagarle un peso y treinta y cinco centavos. En Baja California, es ley que los llanteros deban pagar a quien se hace cargo de los neumáticos, considerados desecho por la ley estatal de protección al medio ambiente. Así como los hospitales pagan a empresas por el manejo de residuos peligrosos, los llanteros pagan por deshacerse de los neumáticos. Pero en la injusta dimensión de la frontera, en Estados Unidos Mascareño podría recibir un dólar por pieza recogida. Así es que por momentos, el amor por la patria se le olvida al ingeniero. También el amor por el medio ambiente: —Yo tengo mucho interés por traer llanta de Estados Unidos porque con eso lo bajacaliforniano se te quita. Te pongo un ejemplo: para
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un proyecto que hicimos para el gobierno del estado donde utilizamos 100 mil llantas —se refiere al proyecto de Lomas Conjunto Residencial, donde ganó 5.4 millones de pesos—, me hubiera ganado 100 mil dólares por traerlas de Estados Unidos y por conservar el orgullo local no gané nada: qué son 100 mil pesos contra 100 mil dólares. Dicen que la fe mueve montañas, pero no evita deslizamientos. Además del yantek, Mascareño ha creado una mezcla para
rellenar muros de manera ecológica: —Hemos hecho muros con relleno fluido que es del mismo suelo. Lo reutilizamos, lo metemos en la revolvedora con mortero, que es una mezcla de cal y cemento, hacemos un caldo y lo colamos cada 60 centímetros. Entonces lo que se coló ayer, para mañana va estar casi duro y quedará una pastilla muy firme porque al suelo se le metió una vitamina que le da cohesión. Ahora que David Mascareño —
sentado en la mesa de trabajo donde suena y suena su más moderno iPhone— menciona con profunda tristeza los 100 mil dólares que no ganó, enseña una lección: como hombre de cálculos, el reto no es lograr que un sistema sustentable cumpla su función igual o mejor que uno tradicional, sino que éste se vuelva rentable. El yantek compite contra empresas que venden acero y concreto. Tal vez por eso decidió asociarse con un hombre de negocios. Tal vez por eso, cuando se le pregunta
sobre el uso del yantek en el país, no piensa en la cantidad de llantas que podría reutilizar, ni responde sobre beneficios de impacto ecológico. Con entusiasmo envidiable convierte las tragedias y en posibilidades: —Vamos a despegar, porque hay problemáticas muy importantes en Oaxaca, Guerrero, Puebla, Chiapas... Este sistema permite crear rutas de acceso a poblados que quedan incomunicados por desastres naturales.
en administración integral del ambiente, Gabriela Muñoz. Pero tiene sentimientos encontrados: a la coordinadora de la maestría de ciencias ambientales de El Colegio de la Frontera Norte, pensar en el yantek le causa una sensación similar a «barrer arriba del tapete y dejar la basura abajo», aunque lo avala porque desplaza el uso de materiales vírgenes como la arena y evita la compra de cemento y acero. ¿Qué postura tomar ante el mar de llantas que ha inundado la frontera? Para un medioambientalista absoluto la solución no está en reutilizar materiales, sino en dejar de
producirlos. —Digamos, ¿ser radicales? —La verdad, sí. Y planear el desarrollo urbano. Ante lo que la doctora se refiere como «crecimiento anárquico de la ciudad», los nuevos habitantes de la frontera que nunca se detiene ven espacios habitables a bajo costo. Ante el caos por asentamientos irregulares, el ingeniero Mascareño ve oportunidad de negocio, ante el aumento de habitantes y autos, los empresarios ven crecimiento de sus ingresos y ante la cantidad de llanteras los escritores construyen personajes y escenas, todos bajo el mismo principio: la rueda.
«Lo que el ingeniero hace sin duda es útil y creativo. Y deberíamos ser más creativos en cuanto a la reutilización de materiales», dice la doctora
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LA OBRA DE MICHAEL ROJKIND SE BASA EN INTERROGATORIOS
EL ROCKSTAR QUE SE VOLVIÓ ARQUITECTO
Por: Diana Amador
Michel Rojkind no tiene tiempo para feriados. Es una tarde de septiembre en la ciudad de México y el arquitecto ha convocado a un equipo de quince personas para trabajar. Veinticinco millones de defeños se han tomado el día libre y las calles de esta ciudad, acostumbrada al estruendo, lucen desiertas. El edificio de la calle Tamaulipas, al sur del DF, es una nave vacía excepto en el piso doce, donde el arquitecto Rojkind comanda un murmullo de concentración. Antes, cuando era el baterista de una banda de rock pop, reunía a miles de seguidores para bailar. Hoy es el director de un ensamble de diseñadores y arquitectos que miran en silencio las pantallas de sus computadoras. Los muros y las mesas son blancos y simples, como para no distraerlos. Sólo se escucha la voz intensa de Rojkind: que el proyecto debe entregarse esa semana. Que él debe supervisarlo esa misma noche. Que no hay tiempo. Durante un año entero Rojkind Arquitectos no tuvo ni un cliente. Hoy tienen trece y el gobierno les ha encargado remodelar la Cineteca Nacional, un aburrido edificio gris construido en los años setenta, al que tiene que convertir en una estructura vanguardista con salas para proyectar el cine más novedoso y el archivo fílmico del país. Michel Rojkind no es un capataz disfrazado de arquitecto sino un rockstar que ha convertido a la ciudad de México en su escenario. La revista Architectural Record en 2005 dijo que el despacho que encabeza es uno de los 10 más vanguardistas en el mundo, cinco años después Los Angeles Times lo ubicó en su lista de «Faces to watch» de ese año, mientras que la revista
especializada en arquitectura y diseño, Wallpaper, en 2011 lo consideró uno de los 150 creativos que han influenciado al mundo en los últimos 15 años. Cuando me saluda advierto que es demasiado buen mozo para ser tan cortés y parece demasiado cortés para ser un jefe. Pero ahora lo es. Sigue vistiéndose como cuando era el baterista de Aleks Syntek y la gente normal, un trío de moda de los años noventa: pulseras de cuentas negras, jeans deslavados y perforaciones en la ceja. Pero el atuendo de Rojkind no es el disfraz de un nostálgico cuarentón, sino el reflejo de una personalidad inconforme. Hace veinte años dividía su tiempo entre el restirador y los escenarios de toda Latinoamérica. Dibujaba planos de día y de noche se soltaba la melena para cantarle a «niñas bonitas, lindas criaturitas». Hasta que dejó los tambores. Recuerda que tuvo desacuerdos con Aleks Syntek porque quería intervenir en la mercadotecnia, los videos musicales y publicidad de la banda. «Llegó un punto en que me dijo ‘Basta. Concéntrate en la música, es todo lo que tienes que hacer’». Pero se dice incapaz de trabajar cuando le dicen qué hacer. Así que se marchó. Terry Chimes, baterista original de The Clash dejó el punk para convertirse en quiropráctico. Álex James, el bajista de la banda de brit pop Blur fue colaborador de política y economía en de The Independent y The Observer. Bill Berry, baterista de R.E.M abandonó la música para cosechar calabazas en su granja. Rojkind sigue demostrando que puede tener los reflectores en más de un escenario. Los edificios de Rojkind son shows de colores intensos, esculturas de ángulos zigzagueantes o construcciones de curvas apacibles con espacios interiores inundados de luz
natural. Cuando Nestlé le pidió que diseñara un puente para los visitantes a su fábrica, el arquitecto desobediente determinó que la vieja planta «arruinaría» el puente que él quería construir. Su puente. Así terminó convirtiendo aquel proyecto en todo un museo del chocolate. La estructura parece una figura de origami a medio armar de un rojo resplandeciente cuyo interior es una serie de giros y vueltas que desembocan en la antigua fábrica. La idea y la construcción le tomaron dos meses y medio. No todos han sido partidarios de su trabajo. Ricardo Legorreta, el arquitecto más reconocido en México en las últimas cuatro décadas y el único mexicano que ha recibido el Premio Imperial que otorga el gobierno japonés, dijo alguna vez que «los arquitectos estrella consideran que todo lo que representa al pasado no tiene valor y, por tanto, tiene que ser destruido». Nunca pronunció el nombre de Rojkind, pero así lo llamaba la prensa cuando lo único que se sabía de él era su pasado de rockstar. [II] Aunque Michel Rojkind fue a más conciertos que a clases durante su carrera universitaria, sus profesores aún lo recuerdan. José María Nava Townsend, profesor de la Universidad Iberoamericana, se llevó una de las «mejores sorpresas» de su carrera pedagógica a mediados de los años noventa. El arquitecto de voz suave, paciencia oriental y ascendencia británica, dice que aquel día el baterista llegó a clase con una grabadora que parecía guardar una orquesta completa dentro de sus bocinas. La asignatura era mostrar la relación entre la arquitectura y la música. El resto de sus compañeros
11 había presentado fotografías de edificios cuyas formas tenían repeticiones, ritmo, cadencia. Tareas que Nava Townsend había visto una y otra vez. Cuando fue el turno del estudiante músico, el antiguo mentor vio su potencial, supo que haría cosas distintas. Rojkind pulsó play y el aula se llenó de Pink Floyd y Led Zeppelin mientras proyectaba imágenes abstractas de líneas y figuras que imitaban el ritmo de la música. El bateristaarquitecto recuerda ese mismo día por distintos motivos. Otro profesor se había negado a recibirle una tarea tardía. Un rockstar no merecía titularse. «Estaba muy serio diciéndome que no le quitara más el tiempo, que lo dejara trabajar con los
12 que sí tenían oportunidad de graduarse». Así que el joven de melena rubia se lo tomó como un desafío personal. «La sociedad dicta que no puedes hacer dos cosas al mismo tiempo y que si las haces alguna te va a salir mal. Yo demostré que estaban equivocados», me dice convencido cuando explica los saltos en su carrera. Rojkind se graduó a los 25 años. Hoy el arquitecto de peinado esculpido lo cuenta en su oficina donde cientos de libros se acoplan en los rincones como si nadie los tocara nunca. Michel Rojkind tiene por escritorio una mesa tapizada de planos, fotografías y papeles, donde trabaja cuando encuentra el espacio necesario. En frente, un muro repleto de imágenes de las entrañas de la Cineteca lo vigilan. A veces se detiene frente a ellas y las observa con la curiosidad que tal vez heredó de su padre, el médico Marcos Rojkind Matluk, Premio Nacional de Ciencias y Artes en 1985, y experto en el estudio
de la cirrosis. De él dice que no aprendió la disciplina científica, pero sí la tosudez y convicción de comprobar que está en lo correcto. Explica que trabaja tranquilo en medio del caos, sin miedo a los errores y dispuesto a sorprenderse. Aunque siempre encuentra algo: una pista para su siguiente proyecto, otra que le resuelva uno que tenía abandonado o el simple placer del intento. Rojkind ha hecho de la arquitectura un ejercicio del interrogatorio. Lo llama Diseño Diagnóstico Adaptativo, un juego de iniciales con las del Déficit de Atención. Antes que preguntar de cuántos metros cuadrados dispone un terreno, el arquitecto quiere saber otros detalles de sus clientes: que si los niños son caprichosos, que cómo se conocieron, que si en las peleas es él quien se va de casa, que si organizan grandes fiestas, que si les gusta bailar, que si piensan tener más hijos. «Es porque los clientes creen que quieren algo, pero en verdad quieren otra cosa». Los muros para él
son accesorios en la creación de sensaciones íntimas. Michel Rojkind terminó la universidad porque le dijeron que un músico no podría hacerlo. Dejó la música cuando le pidieron que se concentrara sólo en tocar los tambores. Se separó del despacho Adriá+Broid+Rojkind Arquitectos, porque no le gusta que le digan qué hacer o que limiten su espíritu creativo a sólo diseñar. Y cuando puso su propia firma estuvo sin trabajar un año, viviendo de sus ahorros de la música, porque todos los clientes que lo buscaron querían obligarlo a construir una idea predeterminada. «Nosotros nunca hacemos lo que nos dicen», dice con la misma sonrisa que consigue que la secretaria le traiga un café un día en que todos los locales en dos kilómetros a la redonda están cerrados. Dejó de rechazar clientes cuando llegó un miembro de la comunidad judía a pedirle que remodelara su casa para que su hija, una
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joven bailarina, tuviera un departamento independiente dentro de ella. Lo dejó hacer y Rojkind aceptó el primer proyecto que lo catapultó. Las revistas especializadas voltearon a ver ese par de rectángulos rojos que parecen entrelazarse como dos figuras danzando. La arquitectura de autor ha tomado por asalto la ciudad de México. En unos cuantos años, edificios antiguos en las colonias más viejas se han transformado para convertirse en los lugares más populares entre la clase media alta. Los arquitectos Ori y Dani Izbitzki convirtieron una casona antigua en un moderno restaurante de comida japonesa con colección privada de bonsáis. El despacho DCPP transformó un gran predio con una casa considerada patrimonio arquitectónico de la ciudad, en Teotihuacán 4, un antro de tres pisos con un jardín central abierto al público. Productora DF transformó una barranca en tres lujosos condominios insertados entre la vegetación y con varios jardines interiores. Como si la naturaleza fuera a ser la única habitante. A Rojkind no lo limita el cielo abierto, ni el material utilizado, ni el entorno ni el objetivo final de sus diseños. «Yo no soy constructor de habitaciones, ni de oficinas, ni de hoteles». Es un artista que aparece en la publicidad de Johnie Walker diciendo, con la mirada al cielo, que lo más difícil de su carrera fue convencerse a sí mismo de que el músico también podía ser un gran arquitecto. También ha hecho un anuncio para HP, hablando de la importancia de seguir con tus sueños aunque el mundo diga que no puedes hacerlo. Pero cuando una popular revista del corazón lo invitó a participar en la lista de «Los 12 hombres más sexys de 2012», él no aceptó. «No soy mi cara», dice, «no soy mi abdomen. Ya no soy una estrella de rock». Le gusta repetir que cuando diseña su ego desaparece.
Treinta y siete arquitectos concursaron para diseñar un monumento que conmemoraría el aniversario de la independencia de México. Había un presupuesto millonario para «Los arcos del Bicentenario» y la posibilidad de pasar a la historia arquitectónica del país. Era una suerte de concurso de popularidad para diseñadores: unos propusieron un aro gigante que cruzara alguno de los grandes monumentos sobre la avenida Reforma, otros que emulaban los Arcos del Triunfo parisinos, pero finalmente ganó una gran torre de luz que parece más una galleta que un arco. A Rojkind le pareció que la suma de dinero era ridícula y presentó una propuesta perdedora: propuso unos arcos formados por cinco mil casas de interés social. Quería decir que el festejo no valía ese gasto ni el esfuerzo. «¿Festejamos los baches de las calles o que podemos perder dos horas al día en el tráfico?», dijo enfurecido en una entrevista posterior al anuncio del veredicto. Pero Rojkind no es un desobediente caprichoso. Cuando la presidenta de Consejo Nacional para la Cultura y las Artes lo llamó para pedirle que renovara la Cineteca con un presupuesto de casi cuarenta millones de dólares, aceptó. Convirtió el viejo edifico en una colmena gigante que guarda la luz del sol en cada rincón. El arquitecto prefiere las formas orgánicas. «Cuando se te acaben las ideas», dice, «tienes que voltear a ver la naturaleza». Esas reglas sí las obedece. [III] A mediados de los sesenta un monstruo comenzó a crecer en las orillas de la ciudad de México. Se trataba de Satélite, que entonces eran los suburbios donde las familias de clase alta encontraban un refugio ante el caos de la ciudad. Ahí, entre condominios y edificios que apenas se levantaban, nació el hombre que quiere cambiar la
14 forma de construir. «Veinticuatro horas al día, todos los días y hasta en mis sueños. Nunca dejo de construir, diseñar, crear y planear. El tiempo no me dura», dice el menor de cuatro hermanos que desde pequeño se acostumbró a no dormir más de cuatro horas por el temor de que la vida siguiera sin él. Dormir es distraerse del mundo, escribió Jorge Luis Borges, o es una pérdida de tiempo, como creía Leonardo da Vinci. Para Rojkind dormir es un millón de oportunidades perdidas. «No puedo con la ansiedad de saber que mientras yo duermo, el mundo ya está cambiando», dice quien despierta a las cinco de la mañana para ir al gimnasio a correr entre 10 y 12 kilómetros y duerme después de medianoche mientras escucha los relatos cotidianos de su novia. Rojkind dice que nunca soñó con ser estrella de rock o arquitecto. Asegura que lo único que siempre ha querido es ser un «alma libre». Pero en el despacho de este romántico arquitecto no hay tanta libertad. Nadie puede llegar después de las nueve
ni salir antes de las ocho. El tiempo se acaba. Aquí el calendario está dos meses adelantado y saturado en cada cuadro con promesas y proyectos. «El problema es seguirle el paso a Michael. Cuando tú estás festejando porque al fin terminamos un proyecto, él ya está planeando veinte más», dice con sonrisa fatigada su socio Gerardo Salinas. Él tiene también esos ojos y esos músculos, pero no la soltura y el encanto de Rojkind. Él es el rostro más sobrio y formal de este despacho, el que puede concentrarse en un sólo proyecto hasta terminarlo. En los despachos donde Salinas trabajaba antes, en Estados Unidos, era conocido por romper las reglas y llevar tequila a su oficina, pero aquí tiene la misión de ponerle un alto a su socio. «Nadie puede ponerle un alto a Michel. Pero yo trato de darle una estructura a ese torbellino», dice con la calma de quien se ha resignado. Rojkind acepta con picardía que es un jefe difícil, que no cualquiera le aguanta el ritmo. Pero a Cynthia Cárdenas, la
encargada de su agenda, no le causa tanta hilaridad tener que vivir dos meses adelante para prever lo que el arquitecto pueda necesitar y así sortear los malos días. «Lo mejor de esta tormenta, es poder verla desde dentro», dice. Esta tormenta ambulante encuentra la poesía en el caos de esta ciudad, en las banquetas dañadas, en la calles cerradas, en la informalidad. «Todo el DF es un gran lienzo», dice, y es que si es este rebelde tiene una causa, es la de enriquecer los espacios público, como lo hace con la Cineteca rescatando sus jardines y reduciendo el espacio para los autos en una ciudad donde encontrar estacionamiento siempre es un problema. No lo hizo porque sea fanático del transporte público, sino porque descubrió que sólo 30 por ciento de los cinéfilos llega en auto. Rojkind va contra la corriente, cuando sabe que su dirección es la correcta. Igual que hace diez años, es él quien lleva el ritmo. No con una baqueta, sino con las sentencias que guían el trabajo de su despacho.
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CRÉDITO A PERPETUIDAD PARA VIVIR EN 40 METROS CUADRADOS
UNA VIDITA EN CASA INFONAVIT
Por: Sofía Ángeles Fotografías: Dalia Chávez
Darío es un joven como los otros. Salió de la preparatoria hace un semestre y hoy estudia la universidad. Tiene dos hermanos menores, un perro, una bicicleta oxidada, una extraordinaria suerte, un sentido del humor incomprendido y considera que sus papás le joden la existencia como cualquier otro que anda en los 20 años. Es introvertido, metódico, silencioso y quiere ser arquitecto. Vive en la zona este de Tijuana, el lugar donde a sus progenitores les alcanzó con su crédito Infonavit, para endeudarse un poquito menos que a perpetuidad.
16 El este, hoy una de las áreas con más crecimiento en Tijuana, es un extenso territorio que con el paso de los años ha sido receptáculo de comentarios no siempre positivos. Se ha dicho que es la zona más contaminada, que aún es de mayoría rural, y que no tiene suficientes espacios de actividad cultural. Lo que sí tiene la zona este, es una incidencia delictiva mayor, y dado que ahí reside más de la tercera parte de la población (unos 500 mil habitantes), se han creado mega conjuntos o desarrollos de vivienda económica, lo que se traduce en casas con espacios apenas habitables.
Al no contar con un restirador para realizar sus primeros proyectos, Darío tiene que hacerlos en la mesa donde su mamá prepara parte de la comida, pues en la cocina es prácticamente imposible. No puede dirigirse a su cuarto pues sus pequeños hermanos con quienes lo comparte han convertido su habitación en un salón de juegos inaguantable. Concentrarse resulta complicado y asfixiante en una casa con dos recámaras y cinco integrantes (seis, cuando llega de visita la abuela) con distintas actividades y humores. En cuestión de parámetros de espacios y calidad de vida en el hogar, México falla. Las medidas establecidas de viviendas en el país están 43 por ciento por debajo de la normatividad
internacional, de acuerdo a un estudio de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Lemas para cambiarte la vida y hacer de tu casa, una realidad, las desarrolladoras inmobiliarias vendieron al papá de Darío la casa donde no caben ni sus sueños. La sorpresa devastadora de la familia entró cuando entraron a la casa, pero sus expectativas no se cupieron. Vaya, no cumplieron ni sus necesidades. Es una casa de 35 o 40 metros cuadrados para cinco personas, a la que están irremisiblemente destinados debido a los tres salarios mínimos que perciben como más del 50 por ciento de los mexicanos. La cuestión es que la repetición masiva de vivienda en espacios
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reducidos y en medianas extensiones de terreno, resulta un negocio bastante redituable para las constructoras de todo el país. Y la zona este de la ciudad (el único espacio hacia donde crece Tijuana) es el terreno fértil para los constructores. Con reglamentos de construcción laxos, permisos de uso de suelo a modo, una migración constante y una deportación de connacionales en aumento, Tijuana crece en promedio, 2.5 hectárea al día. Aunque el problema no se limita a la región este de la ciudad, sí es uno de los costados donde las consecuencias son mayores. Pensemos entonces que la situación de Darío y cientos de miles de jóvenes más, no se limita a sus casas: se amplía, más bien, al barrio mismo en cuestión. Y Darío se siente distinto. En una colonia donde se vive siempre al límite, tanta calma en Darío, resulta ajena. Dice que no se droga como el último amigo que tuvo en el barrio; no ha formado parte de pandillas; le gustan más los videojuegos; las enciclopedias y los planos. Los vecinos lo han tachado más de una vez de retraído, miedoso, aburrido o simplón, pues cada vez que puede, se niega a salir a dar la vuelta. Lo que Darío no dice, es que no disfruta de su ambiente. La inmobiliaria no les cumplió la promesa de una
casa más cómoda. El parque se quedó a medio construir y ese vecino de las canciones que vuelven la faena del narcotráfico en una actividad épica y que organiza arrancones en plena madrugada, no deja pasar a nadie sin querer llamar la atención. Ahora el febril pasatiempo de Darío consiste en hacer minuciosos retratos a lápiz de su compañera de clase, que nunca le va a entregar, por miedoso, pero también porque la última vez que encontró un pretexto creíble para acompañarla a casa después de clases, se vio en la dificultad de recorrer media ciudad para regresar por la noche a su barrio, porque el camión, como siempre, va lentísimo y pletórico. Porque si se trabaja o estudia en el corazón de la ciudad, lo más probable es que al pasajero se le augure un aletargado viaje de al menos una hora que concluye en fastidio. Eso sin tomar en consideración el gasto y las rutas a tomar para llegar al destino, razones suficientes para que muchos de los habitantes de la zona este no realicen actividades fuera de las obligatorias, aunque por ello no puedan conocer más que la región que habitan. No es, desde luego, un asunto sencillo, pero en el marco de El Plan Nacional de Vivienda 2007-2012 que apenas concluyó,
se prometía que durante el sexenio del presidente Calderón se entregarían seis millones de financiamientos y crédito para la adquisición de vivienda. Los números dulcifican la realidad y la pintan color de rosa, como casas de muñecas, pero cuando se observa que las construcciones hechas por los inmobiliarios no rebasan los 40 metros cuadrados, la situación cambia. Para Víctor Ruiz Gessenius, el delegado de Infonavit en Baja California, las minicasas no existen. Dice: «No financiamos ninguna vivienda que tenga menos de 32 metros cuadrados», y por eso exigen que las dimensiones sean de cuando menos 38 metros. A nivel local, preocupa el efecto en el aumento de estas casitas de muñecas sin magia ni color y que lejos de hablar de un crecimiento de ciudad, los habitantes exigen a gritos una mejora sostenible. Como Darío, que termina su día de actividades y regresa a casa envuelto en cansancio y con ganas de cambiar una que otra cosa que no le parece de su entorno. Piensa que estudia arquitectura no como un chiste de mal gusto dedicado a su nada confortable condición de vivienda, sino como una meta significativa de superación a nivel personal y comunitaria.
18 EN LA CIUDAD DE LAS FILAS, EL DEPARTAMENTO COMO ESCAPE
SUFRIR EL DISTRITO FEDERAL
«La ciudad de México, donde los hombres reposan escuchando sus gemidos mutuos» —David Haro.
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Por Juan Pablo Proal Fotografías: Alejandro Saldívar
De chico siempre pensé que Nieves y Pablo, dos viejecillos amigos de mis padres, eran muy pobres. Vivían en un departamento en la colonia San José Insurgentes en la Delegación Benito Juárez. La construcción apenas tenía espacio para un comedor de cuatro personas, una pequeña sala de televisión, cocina, dos recámaras chicas y un espacio para automóvil. Hoy sé que no eran pobres: un departamento con esas características y en esa zona no costaría menos de 2.5 millones de pesos. Nací en la ciudad de Puebla, es decir, desde un punto de vista centralista, soy un provinciano. Asumí como propia esa idealización de la ciudad
capital, del Distrito Federal como el paraíso de los museos, los conciertos, la vida nocturna, donde sí pasaba algo y la oferta cultural era algo más que un trovador regurgitando a Delgadillo en un café. Me pongo de referencia porque cada vez conozco más y más contemporáneos que huyeron de sus ciudades, muchos sí, por la inseguridad, pero otros tantos más para vivir algo más que la somnolienta rutina pueblerina. El monstruoso tráfico es el primer impedimento, el gran miedo que a muchos les paraliza y los detiene en su intento de mudarse al Distrito Federal, pero ya estando aquí uno se percata que no es el obstáculo mayor para asentarse, para reiniciar. Esta es de las pocas ciudades donde el dinero rinde
mejor que el tiempo. Para pagar un café en el Oxxo hay que hacer fila, para entrar al Metro hay que esperar, para subirte al Metrobús también, para ir al baño, para pagar la luz, para cobrar, para pagar… En tu tranquila ciudad provinciana puedes desayunar con alguien, ir a trabajar, escaparte para echar una cerveza a media mañana, comer en tu casa, ir al gimnasio, después al cine, trabajar un rato más y dormir temprano. Aquí no puedes hacer ni una cuarta parte. O vas al súper o pagas el teléfono. De modo tal que tu hogar se convierte en guarida del tráfico. Si quieres ver a un amigo entre semana tu negociación será algo similar a pactar el presupuesto de egresos en la
20 Cámara de Diputados con todas las fracciones políticas. Tal vez tu amigo sale a las ocho y tú a las seis, él está en Coyoacán y tú en Xochimilco. Algo así como descubrir América y regresar antes de las nueve. Lógicamente, no verás a tu cuate. Puedes decir, ¿qué hago de las seis en adelante? Piensas en ir a esa exposición que viste en la televisión, pero es hasta el Centro y cierra a las siete, descartas la opción. Quieres adelantar alguno de tus quehaceres, por ejemplo, esa urgente visita que necesitas hacer al súper, pero sabrás que estarás de regreso a las nueve y desistes una vez más. Te resguardas en casa de la espera, de la brumosa y eterna espera. Y bien, salvo que seas millonario, tu departamento será la caja de resonancia de decenas de familias aglomeradas en un pasillo. Escucharás la pelea de esa pareja que se odia amablemente, o los chillones coros del adolescente roquero de una banda mediocre o el olor cenizo de tu vecina pacheca. No hay más: vivir en un departamento es ser la memoria inmediata de tu prójimo. Un departamento promedio en una zona medianamente céntrica ronda los siete mil pesos mensuales. Hay que añadirle gastos extra: gas, súper, luz, cable, Internet. En consecuencia, un asalariado promedio está obligado a compartir, con un compañero de cuarto, una amante, un free o estar de arrimado con algún familiar lejano. La única privacidad posible es atarte un par de audífonos antes de dormir. Los bemoles de vivir en la megaciudad. Comúnmente definida como un área metropolitana con más de 10 millones de habitantes, El Distrito Federal es la tercer megaciudad más grande del mundo, después de Tokio y Seúl.
¿Qué implica vivir en un espacio con estas características? Para la psicóloga social de la UNAM, Emilia Torres, los fenómenos de urbanización impactan las conductas y salud emocional: depresión, ansiedad, aislamiento y otros trastornos psicológicos, son directamente proporcionales al nivel de urbanización en una ciudad. Hay estudios que prueban niveles de más satisfactorios de salud emocional en pequeñas poblaciones o ciudades, aclarando que siempre y cuando éstas últimas no presenten condiciones extraordinarias como es el caso de la violencia por parte del crimen organizado como sucede en el norte del país. ¿Recuerdan las promociones de autos sardina de Six Flags? Todos los que quepan en el coche entran a la promoción del pase mágico. Esa imagen del amontonamiento ilustra la forma de vida del DF. Todo está encimado, tu alacena, tu clóset, el estacionamiento, tu vida entera. No hay tiempo, menos espacio. No cabe un alma pero el éxodo sigue. En la esquina derrumban una casona que en pocos meses verá crecer en su superficie un inmenso edificio de diez pisos con cuatro departamentos por nivel. Cien nuevos vecinos se sumarán a la calle. Casi
nadie se conoce. Es un triunfo saludar a alguien con las cejas. Cada quien vive su soledad compartida, pero sí llegas a tener una aproximación del otro, por sus olores, sus sonidos y sus pláticas por el celular. Muchos no toleran el amontonamiento como forma de vida. Urgidos de privacidad, los defeños huyen a Puebla, Querétaro, Guadalajara, ciudades donde puedan hacer dos o más cosas por la tarde sin tener que hacer fila. Muchos provincianos, añorantes del contacto humano, también emprenden la retirada, pero otros tantos forjan su estancia y se adhieren a ella con el pegamento de la metrópoli hechizante. Ya eres chilango, la ciudad no tiene tiempo ni espacio para que la conozcas, pero te reservó un cuartito en uno de sus rascacielos. De ahora en adelante la espera acompañará tu vida. Recorrerás diez kilómetros en tres horas, mientras manifestantes y dobles filas se detienen frente a ti. Esperarás para comer unos tacos al pastor y para usar un teléfono público, por el amor de tu vida y el asenso en la oficina. Y sí, en esta cuidad pasan cosas, pero sólo las verás frente a la televisión, desde tu guarida compartida, tu obligado anonimato, tu acompañada soledad.
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UNA HISTORIA DETRÁS DE LA IX BIENAL DE ARQUITECTURA EN PUEBLA
TE EXTRAÑO EDIFICIO VACAS
22 Por: Ernesto Aroche Aguilar Fotografías: cortesía
Cruzas el vestíbulo. El edificio sombrío y los pasillos grises. Entras al elevador. Adentro una pareja espera para subir contigo. Alguien pulsa el botón de la terraza y los minutos que dura el viaje hacia arriba, la pareja discute. Tú, junto con cinco pasajeros más, eres mudo testigo. Al final la puerta se abre. Sales a la terraza de un inmueble art decó inaugurado en 1952 y disfrutas una vista 360 grados fenomenal de la ciudad. La pareja que discutía en el elevador se une a un hombre acodado en el mirador de la terraza. La discusión sigue, y minutos más tarde caes en cuenta que están representando una adaptación bastante libre de MacBeth y que el diálogo en el elevador era parte de la obra. Es 1990 y en unos cuantos años más —cinco para ser exacto, el edificio—, el más alto de la centro histórico de Puebla, quedará completamente abandonado. Mientras eso sucede, Marko Castillo y un grupo de actores aprovecha la terraza del inmueble para un experimento teatral que inicia en la calle y seguirá en otros espacios tomados por asalto. *** Emilio Ramón Vacas, nacido en España en 1889, comerciante de profesión y con un rumor a cuestas sobre contrabando de alcohol en tiempos de la prohibición estadunidense, encargó al ingeniero Mariano Martín Pastor la construcción de un edificio de departamentos en la capital de Puebla. Y no encargó uno cualquiera. Pidió uno que incluyera los adelantos tecnológicos de la época: un cubo de incineración para evitar
la concentración de residuos, estacionamiento subterráneo, un elevador y nueve pisos para erigirse como el primer rascacielos de la capital poblana a finales de los años 40. Por aquella época, la tendencia era demoler viejos edificios para levantar en su lugar otros cuya composición y altura rompió con la continuidad de los parámetros y los perfiles de la calle que se tenían hasta entonces; así el ingeniero Mariano recibió del empresario un terreno de 883 metros cuadrados, limpio como un lienzo en blanco. Mariano Martín Pastor venía de trabajar en el entubamiento del río de San Francisco, un río que cruza la ciudad de Puebla,
innovando en la creación de una cimbra móvil para el colado de concreto de la bóveda del río. Al recibir el encargo del edificio, Martín Pastor proyectó un inmueble art decó, a pesar de que el estilo funcionalista en la arquitectura ya comenzaba su auge a principios de los años 50. Al final, presentó un proyecto de siete pisos habitables con seis departamentos en cada uno: 42 departamentos con cuarto de servicio, entrada independiente y baño. Y en el remate del edificio, a 42 metros del nivel del suelo, un mirador, donde 50 años después, algunos actores interpretarán obras libres de MacBeth.
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Por eso, cuando en 1952 el edificio se inauguró, resultó una delicia que pronto habitaron artistas, académicos y bohemios reacios a seguir la tendencia de abandonar el Centro Histórico en pos de las nuevas colonias de moda asentadas lejos del corazón de la ciudad. *** Es 2005, el arquitecto Sergio Gallardo comenzó a desmontar el armario del departamento 702 —el más grande de todo el edificio— y al quitar las puertas, se encontró frente a una inscripción que destila nostalgia: «te extraño edificio Vacas». El texto escrito con gis sobre una pared interna tenía una fecha: 25 de mayo de 1991. Gallardo llegó al edificio Vacas al ser contratado para remodelar el inmueble que pasó diez años abandonado, entre 1995 y 2005, convertido en rehén de un pleito
judicial y familiar por la herencia del inmigrante español. Al finalizar el conflicto, Pedro Ocejo Moreno, un empresario restaurantero interesado en la recuperación de inmuebles viejos y funcionario municipal, negoció la compra el inmueble con la idea de revivir un edificio emblemático del Centro Histórico poblano asentado en una zona que, al igual que el Vacas, vino a menos y terminó convertida un área conflictiva y populosa por la cantidad de rutas de transporte urbano que por ahí circulan. Ocejo Moreno había creado junto con algunos amigos de la infancia la inmobiliaria Puebla 1955 para rescatar el edificio como un apuesta por revivir el Centro Histórico como zona habitacional, y a pesar de lo arriesgado del negocio, resultó: los departamentos se vendieron rápido y hoy, podemos
decir, está habitado casi en su totalidad. La recuperación del inmueble le valió al arquitecto Gallardo, en 2008, el primer lugar en la novena bienal de arquitectura poblana, que lo puso en la palestra de arquitectos reconocidos a nivel nacional. Pero volvamos a 2005, al armario sin puertas del departamento 702. Sergio Gallardo sigue parado mirando el mensaje que alguien dejó ahí en los últimos años de vida de la primera etapa. Unos meses después, durante la remodelación y recuperación del Vacas, una mujer llegará al lobby y preguntará por el trabajo que se está haciendo. La mujer dirá que fue inquilina del lugar y subirá junto con Gallardo justamente al 702 y llorará al mirar la inscripción de despedida que dejó pintada en el armario de un edificio, ciertamente, inolvidable.