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Viaje al interior
from Dossier 20
conferencia
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Gerardo Chávez
[ the inward path ]
palabras clave: Gerardo Chávez, Roberto Matta, Museo de Arte Moderno de Trujillo keywords: Gerardo Chávez, Roberto Matta, Trujillo Modern Art Museum
Voy a contar cómo el sueño, cómo la realidad, cómo el viaje al interior hacen salir de mí las formas híbridas que aparecen constantemente en mi obra. Parecen repe tirse pero están ahí, son contemporáneas pero curiosamente siempre con una mirada a lo primitivo. Hay ahí un origen que estoy tratando de adivinar, y a eso me voy a referir ahora. Gra cias por esta invitación que me está permitiendo compartir con ustedes el sentimiento de una per sona que «crea», entre comillas porque soy escéptico de esa palabra. Pero estamos ahí, tratamos de hacer y entregar cosas.
Me he encontrado con un título de una obra mía de hace muchos años: «Él cierra los ojos, él ve». Hacía mucho tiempo que yo quería descifrar «Él cierra los ojos, él ve», y me encontré con que era un viaje al interior, o sea introspectivo. Y era un viaje que yo tenía que hacer con todo aquello de que me había alimentado, ya fuera la pobreza y el dolor como las alegrías. En fin, todo aquello que el hombre es dueño de ver. En estos casos fue permaneciendo en mí una riqueza extraordinaria que, cuando yo cerraba los ojos, podía descubrir e imaginar. Imaginaba una serie de personajes que venían de un problema tal vez sufrido. Con mu cho amor había que seleccionarlos, hacerlos bailar, y así se convertían en monstruos deliciosos, todo ese mundo del interior.
Yo era muy observador, comenzando por los enanos hasta el maltrecho; en todos estos per sonajes trataba de encontrar una cierta poesía. También me parece importante fijar la atención de la naturaleza; la mirada no simple sino el ver: es tan importante fijar y encontrar algo en cada hombre que camina, en cada árbol que se deshoja o que está verdaderamente de una manera fabu losa expuesto a la naturaleza, en los animales y también en los seres dolidos.
Viendo y observando el mundo constato que en mi obra aparecen híbridos entre cosas –sillas, mesas–, árboles, animales, seres humanos, y creo que las fijaciones en estas imágenes son las que hacen de mi pintura un mundo. Un mundo que es fascinante, un mundo que es inconcluso y que es enorme, un mundo que he entregado como un sueño. Cuando necesito encontrar formas más allá, no hago sino cerrar los ojos e imaginar, sen tir verdaderamente, y plasmo lo que sale en forma alegórica, tierna tal vez, para que pueda producir una comunicación más tensa y también alegre. Porque la tensión del dolor y la alegría nos hace una vivencia permanente y rica, porque la crea ción nace del dolor, lo digo por los dolores que sufren las mujeres en el parto. Uno quiere tener esos dolores para poder de nuevo dar a luz y se guir creciendo por la vida.
Mi pintura se aferra más a la imagen que al color porque creo que cada imagen nace con su color correspondiente, así como dicen que cada niño nace con su pan. A veces aparece con el ambiente, con el tiempo, con la necesidad de ese momento, y va enriqueciéndose a medida que se establece una comunicación con el espectador.
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Yo era muy observador, comenzando por los enanos hasta el maltrecho; en todos estos personajes trataba de encontrar una cierta poesía. También me parece importante fijar la atención de la naturaleza; la mirada no simple sino el ver: es tan importante fijar y encontrar algo en cada hombre que camina, en cada árbol que se deshoja o que está verdaderamente de una manera fabulosa expuesto a la naturaleza, en los animales y también en los seres dolidos.
Todo esto que constituye mi obra está llevado como si fuera una danza. Y bailar es hermoso porque ocupa todo un espacio con movimiento. Mi pintura quiso ser siempre, por estática que sea, una obra con algún movimiento, hasta con patines. Es ahí donde la sensación contemporá nea se manifiesta: con ruedas, con una serie de elementos que crean visualmente un movimiento. A mí me inquieta y me encanta ver mis obras repartidas en el espacio como si todo el mundo estuviera danzando al ritmo del mundo, del sol, de la luna, de todos esos astros que nos sugieren un mundo mucho más rico.
Yo registro sistemáticamente todo lo que veo. Es para mí importantísimo aprender a ver, no so lamente a mirar. Detenerse en los movimientos, en los gestos de la gente y, como decía, en la be lleza de los árboles, de las flores, de los jardines y de las mujeres. Las mujeres tienen una anatomía totalmente maravillosa. Son parte de esa Venus que enriquece nuestro jardín creador, y nosotros utilizamos su belleza para sublimar los desencan tos, porque nos lleva automáticamente a una sensación de vida y de Eros que yo en mi pintura no estoy lejos de trabajarla porque me encanta.
Pienso que en el desarrollo de mis personajes existe también la inquietud de ensayar técnicas diferentes para descubrir ese mundo mágico que me espera. Sin esa magia nuestros cuadros, nues tra obra, no obtendrían esa comunicación que esperamos tanto. Y también –y esa es la parte maravillosa del trabajo de los artistas– aunque comunica sigue estando inconclusa. No nos in quietemos por terminar bien una obra porque sería el caos, sí hay que inquietarse por resolverla lo mejor posible para uno mismo.
En el transcurso de la vida del artista también es importante cuando uno viaja al exterior, ve y conoce a una serie de gente, de personajes. Yo tuve la suerte de por ejemplo conocer a un artista chileno maravilloso, extraordinario, que hizo de papá conmigo. Maestro y gran amigo, genero so, su obra lo dice todo, habla por sí sola, y creo que aun no se le ha dado el lugar que se merece. Chile está recién comenzando a reconocer la uni versalidad de Roberto Matta. Lo sentimos así en Europa y en Perú: un artista universal. Yo me he sentido influenciado por él –y por qué no, uno tiene sus padres adoptivos–, por su pintura, sus imágenes, el mundo que tenía Matta que es tan rico. Una especie de malabarista en el espacio o un fuego de artificio, algo así de fascinante. Y su generosidad era fabulosa; no solamente compar tía con Gerardo Chávez sino con muchos artistas jóvenes en quienes él creía y a quienes apoyaba. Ese Matta que ha salido de este pueblo chileno es maravilloso y nos llena, nos enorgullece a todos los latinoamericanos.
Ahora bien, yo sufría mucho su influencia. Tuve un sueño con el maestro que seguramente obedecía a quererme liberar de eso. Encontraba el taller de Matta y lo veía pintar en una espe cie de piscina transparente por ambos costados, un acuario enorme donde Matta tenía su taller. Para entrar a verlo había que entrar en esa pis cina, zambullirse, pero tenía adentro una capa de excremento y eso es lo que yo rechazaba en el sueño. Efectivamente hice todo el gesto de en trar en esa agua y llegué a ver al maestro, llegué a saludarlo. Pero lo interesante de esta historia es que a partir de ese sueño, por allá por los años setenta, comencé a cambiar en mi pintura. Otros
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íconos se presentaron, otras ideas empezaron a surgir. La liberación se estaba dando.
El personaje de Matta tenía también mucho humor. Recuerdo que una hermosa señora me pedía que los presentara y él nunca tenía tiem po, era un hombre muy ocupado. Le dije a Matta «esta mujer quiere verte, quiere ver tus cuadros, además es muy linda, es una ex miss venezolana». Se quedó como pensando y dijo «ven con ella». Llegué yo con esta amiga, que era un monumen to de señora, y Matta se quedó asombrado de su belleza; la miraba de pies a cabeza, solo le faltó registrarla. Entonces me dijo: «No sabía que tú tenías el mismo gusto que yo». Fue el cumplido más hermoso e inteligente que ella había recibido.
Esto ocurría en Europa, a la que yo veía como un enlace para aprender cosas. Sentía que el Perú me limitaba y que si me quedaba tal vez iba a terminar como un simple pintor indigenista. No veía más allá. Era muy joven, tenía veintidós o veintitrés años, y me inventé un rencor hacia mi país para poder salir de él. Era la única manera de irme: pelear, divorciarme de mi país. Y a pesar de que me costó me fui para siempre, con solamente el pasaje de ida y cincuenta dólares en el bolsillo. De modo que fue una suerte la de encontrarme con el personaje Matta en Roma. Fue muy ca sual: tenía yo una obra expuesta en una galería y él la vio. Preguntó de quién era y supuestamente le dijeron «es de un pintor peruano que promete», en fin, ese tipo de cosas. Y él pidió que le consi guieran mi dirección porque quería verme. Matta sentía una especie de pasión por la gente joven, lo que para mí equivalía a ganarme un número de lotería. Me avisaron y fui a verlo a su hotel, un gran hotel en Roma. ¿Y cómo adivinar cuál era Matta? Me dijeron que era un personaje que an daba muy bien vestido, elegante, y así era: con un gabán, con sombrero, muy inglés. Le tenía mucho cariño al Perú y conservaba muchos amigos allí. Se contentó de verme y desde entonces me co menzó a ayudar. Yo hacía mucho que no veía cien dólares y fue un regalo que él me hizo; por eso he dicho cincuenta mil veces que esa fue mi lotería.
Volviendo al viaje al interior, hay que decir que el artista viaja con mucha nobleza al reen cuentro de esos dolores que quiere sublimar y
Mi pintura se aferra más a la imagen que al color porque creo que cada imagen nace con su color correspondiente, así como dicen que cada niño nace con su pan. A veces aparece con el ambiente, con el tiempo, con la necesidad de ese momento, y va enriqueciéndose a medida que se establece una comunicación con el espectador. Todo esto que constituye mi obra está llevado como si fuera una danza. Y bailar es hermoso porque ocupa todo un espacio con movimiento.
que terminan por hacernos crecer como hombres transparentes. En eso está y en eso radica el que rer hacer cosas para entregarlas. Con entrega me refiero a lo que he hecho en mi país. Cuando lo visitaba encontraba que le faltaba todo en cues tión de arte, por eso me dio por crear una primera bienal de arte y también un museo. Lo vine re solviendo poco a poco gracias a una historia que tiene que ver con un carrusel.
Lo descubrí paseando con mi hijo, que era muy pequeño, en un lugar del Perú que se llama Cho sica; era un carrusel muy antiguo, y al verlo me vino automáticamente a la memoria el carrusel que yo jamás pude abordar porque no tenía los recursos, el famoso caballo blanco que todos los niños queríamos. Y me dije «este es el carrusel que necesito trabajar porque es antiguo, de ma dera, repintado y repintado». Entonces era ya una escultura y una cosa interesantísima el carrusel, y me pasé diez años haciendo carruseles porque me producía alegría, los hacía con mucho placer, y además me reportaban mucho dinero. Y gra cias a ese dinero pude construir el Museo de Arte Moderno de Trujillo; una hazaña maravillosa. Y cuando terminé el museo quise viajar a celebrar un aniversario, y en San Francisco me encontré
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un carrusel muy antiguo y bello. Como nadie me veía, me subí casi a escondidas y me sentí dueño de mi caballo. Como sesenta años habían pasado desde mi niñez hasta ese momento. Y luego, cu riosamente, cuando quise hacer otro cuadro lúdico, jugando con la niñez, otro carrusel, ya no salió. Ya no pude. El tema se había agotado.
Dejé entonces los carruseles que tanto me die ron –de vez en cuando hago uno, para recordarme que sabía hacer eso– y escogí pintar sobre tela de yute con barro, con arcilla y colores primarios que encontraba en las ferreterías. Pasé a un comple to rechazo de la técnica europea, sofisticada, que nos llevaba a pensar que uno efectivamente tenía la influencia de la pintura flamenca, pasando por El jardín de las delicias. En la Escuela de Bellas Artes nos hacían parecernos a los europeos y decían que uno era un buen pintor o dibujante cuando captaba ese tipo de parecido. Es así que recurro a las artes primitivas como nuevo sopor te, por querer ver un poco más allá del lenguaje de estas piezas, que no eran obras de arte sino de comunicación. Trataban de describir cuántos venados había, por ejemplo, todo este mundo que nos han tratado de traducir los primitivos en su arte y nosotros a través del tiempo hemos venido apreciando cada vez más. Esto me sirve de inspi ración para lo que estoy trabajando ahora.
Los costales de papas recosidos me han servido de soporte y con ellos se han hecho unos man tos enormes, para que la textura misma de la tela sea parte de la obra. Así logré una satisfacción por ejemplo con La procesión de la papa, un cua dro emblemático porque la papa es un tubérculo maravilloso que yo veía como una escultura. Me encontré una papa en el mercado y la tuve en mi bolsillo, por decir, casi cinco años. La había man dado a hacer en bronce, a la espera de hacer algo, no una simple naturaleza muerta, ni de cocinarla. Estaba consciente de que la papa era un motivo lindo, que había procurado alimentar al mundo en épocas difíciles y que actualmente se produ ce en los Andes peruanos y nos enorgullece. No sabiendo qué hacer con esta forma, con este tu bérculo tan bello, por ahí se me ocurrió ver una procesión anual muy concurrida, la del Señor de los Milagros en Lima. Entonces se me ocurrió, ¿por qué no la procesión de la papa? Hice un rito y comencé a trabajar la idea, y ahora La procesión de la papa es un cuadro emblemático, aunque fui el último enterado porque lo hice para mí. Todo el mundo ha comenzado a amar la papa, aunque no es un cuadro seductor en sus colores, es mo nocromo, hecho con tierra de color y con lo que estaba en mi entorno.
Todo esto para decirles que la obra mía viene trabajando no solamente el fenómeno de un mo tivo, como la papa, el carrusel, los híbridos que descubro de adentro hacia fuera, sino que tam bién al propio Gerardo Chávez, para convertirlo en una especie de personaje transparente. Es duro afinar los defectos personales –ser celoso, envi dioso, rabioso, en fin–, pero se pueden ir puliendo a medida que uno trabaja noblemente en el arte o en algo que uno ama.
Gerardo Chávez es el artista plástico más importante del Perú por estos días. Fue el impulsor del Museo del Juguete y del Museo de Arte Moderno del Perú, ambos situados en Trujillo, su ciudad natal.