El Bosque Nro. 4

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Edición No. 4 Agosto 2014

el B S Q E Revista DE creacion y arte ´ , critica ´


Editorial Publicidad 1 En sus manos, tiene una vez más, como cada dos meses, el esfuerzo de un grupo de jóvenes artistas, que provenientes de distintas casas de estudio, han hecho posible esta cuarta entrega. En esta edición contamos con la colaboración de talentos que sobresalen en narrativa, poesía, ilustración y fotografía; que indudablemente dejarán una huella en cada uno de ustedes, que estamos seguros, no será fácil de borrar. También es propicio mencionar y resaltar la calidad de las colaboraciones enviadas y no recogidas en esta edición, que evidentemente son señales de una fertilidad creativa que alentamos a que se siga cultivando. Le agradeceremos hacernos llegar sus críticas y sugerencias, las cuales, cuando son sinceras, siempre nos ayudarán a mejorar.

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«El Bosque» Revista de creación, crítica y arte Nro. 4 – AGOSTO, 2014 Portada Dirección Edición Corrección de estilo Diseño y diagramación Ilustraciones Coordinación y apoyo logístico

Joan Bryam – “Existo” Abraham Carbajal Gonzales Liliana Caysahuana Campos Jairo Palacios / Eiffel Ramírez / Sofía López. Ángela M. Quintana B.- infinitacreacion@dgraficos.com Lissenia Luz Claudia Córdova / Alexander López / Cristian Antialon Julio Díaz /Jessy Calle / Carla Amaro / Bryan Villacrez

Correspondencias

rcelbosque@gmail.com

Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú Nro. 2014–03889


Narrativa El amor de Edipo / Julio Díaz 3 Carta del Ave Negra / Raksha Gris 5 Una vez más / Alexander López 7 Crónica de un encuentro fugaz / Otto Jules 9 Diario de Lucía / Érase una vez así 12 El cuerpo de la bestia / César Santivañez 14 La visión desde la montaña / Eiffel Ramírez 18

Imágenes Dibujos sobre culturas precolombinas / André Coronado 13 Metamorfosis inversa / Úrsula Alvarado 11 Foto / Sofía López 17 Existo / Joan Bryam Carátula

Microrelato

Contenido

La princesa / Cristhian Zamudio 20 Mi último julio / Indyra Oropeza 21

Poesía Soledad / Melissa Álvarez 23 Infinito / Jessica Pinares 23 Asclepios / Fernando Huaroto 24 Centelleante / Frank Valentino 25 Epístola a la diosa / María G. Torres 25 Colección de poemas / Rosakebia L. Estela Mendoza 27 Paraíso / Andrea Tello 28 Las voces muertas / Úrsula Alvarado 29 Olivos Moon / Martha Robles 31 Ven / Víctor Castillo 32 Parias / Liliana Montoya 32 Puerta cerrada / Anthony Orellano 33 Un burro / Anthony Orellana 34

Colaboradores 35

Narrativa El amor de Edipo Julio Díaz

Quisiera que te parezcas a ella Pero serias perfecta. Quisiera que te parezcas a ella, Pero sería enfermizo verte desnuda. Quisiera que te parezcas a ella. Pero no sería correcto. Quisiera que te parezcas a ella, Pero a ella no te parecerás nunca. Retrato de mi vida – José Manuel García

Mi nombre es José Manuel García y nací en Montevideo en el año de 1936, provengo de una familia pobre de clase trabajadora que, luchaba día a día por llevar un pan a la mesa. Puedo recordar mi vida desde 1942. Mi primer recuerdo no es el de los más agradables; andábamos mamá y yo por alguna calle de nuestra capital, y vimos a papá, el Sr. Enrique Manuel García, que era golpeado por algunos maleantes en una esquina que no recuerdo su nombre; mamá se metió en el altercado, primero gritó, luego decidió meterse a la boca del lobo, recibiendo un certero golpe en la cara, dejándola sentada en el suelo. Sentí miedo y rabia, mis piernas temblaron, me quedé cobardemente parado mirando mientras todo sucedía, nunca me lo perdoné.

A la edad de 14 años en 1950, me empezaron a interesar algunos poemas de Pablo Neruda, aquellos poemas de este chileno me ayudaron para conquistar el amor de algunas chiquillas del barrio. En 1956, a la edad de 20 años, me di cuenta de que algo malo estaba pasando, llevaba una relación estable con Ángela Flores, mi amor de adolescente era sincero y quería pasar el resto de mi vida con ella, pero había un problema, Ángela no se parecía a ella, Ángela era muy diferente: era de cabellos negros, de ojos marrones claros y piernas largas; en cambio, la otra era de cabello castaño, de ojos azules y piernas bastante cortas. Entré en un dilema con muy poco sentido: me sentí confundido; decidí alejarme de Ángela por un tiempo, después de ello no la volví a ver. La misma situación ocurrió en 1958 con María Alcázar que era una hermosa mujer que provenía de una familia de empresarios textiles; ese mismo año empecé a estudiar en la universidad educación secundaria, especializándome en el tema de filosofía y literatura, soñé una y mil veces con ser rector de alguna universidad, lamentablemente nunca lo logré. 3


La relación con María Alcázar duró hasta finales de 1962, terminó por las mismas razones, María tampoco se parecía a ella. ¿Qué buscaba yo? No creo que exista mujer perfecta como ella, pero en mi interior había todavía una luz de esperanza que parecía brotar con cada nueva mujer que conocía. En febrero de 1963 papá murió de un golpe en la cabeza que ocurrió mientras bajaba las escaleras, mamá lloró desconsoladamente, cosa que me hizo ponerme duro por dentro, si ella se desmoronaba, yo tenía que mantenerme en pie. Para 1966 yo era profesor de literatura en una escuela nacional de Montevideo; en mi paso por esta escuela me llamó la atención una profesora llamada Sofía Páez que, efectivamente, tenía los cabellos castaños, ojos azules y piernas cortas, sabía que esta era mi única oportunidad, que quizá el destino me tenía planeado algo, por eso vine a enseñar en esta escuela pública. Sofía Páez, hermosa argentina que no había llegado hace más de 6 meses a Montevideo. Con tan solo 24 años manejaba un léxico increíble, había ido a una gran universidad en Buenos Aires. Había ido a Lima, Caracas, Bogotá y a La Paz para enseñar en escuelas públicas y privadas. Conocía más del mundo que yo, quizá eso me conquistó de ella, era la definición perfecta de lo que buscaba, por fin había encontrado mi razón. En 1967 Sofía y yo éramos pareja, nuestro amor se desencadenaba afuera de las paredes de la escuela pública. Los primeros dos años fueron cargados de pura pasión casi descontrolada, que tenía que ser controlada en la institución. Para 1969 Sofía y yo pensábamos ya en una familia, lo planeamos una y mil veces, compramos ropa de bebé, lo intentamos, pero no resultó como queríamos, al parecer, uno de los dos era estéril, nunca quise saber si era ella o si era yo el que padecía este mal. En 1970 el estrés que cargó en mí, no saber quién de los dos era estéril, me llevó a golpear un par de veces a Sofía. Una mañana de octubre de ese mismo año, Sofía había dejado una carta en la mesa de noche de nuestro 4

cuarto, que decía que regresaría a Buenos Aires, que lo siente, que quizá esto hubiera resultado mejor. En 1971 regresé a casa con mi mamá, por fin a la edad de 35 años logré entender por qué nunca resultaban mis amoríos con ninguna mujer. Entendí entonces que yo realmente había estado enamorado siempre de mi madre, efectivamente ella tenía los cabellos castaños, ojos azules y piernas muy cortas; cada mujer que vi y con la que compartí parte de mi vida, la idealizaba como mi madre. Este problema me llevó a quedarme soltero hasta el día de mi muerte, vi morir a mi madre en 1987 a causa del cáncer al estómago, fue el dolor más fuerte que jamás experimenté. Nadie se podía parecer a ella, yo lo sabía muy bien; después de la muerte, la melancolía hizo su trabajo sucio, llevándome al abandono en 1990, y por fin mi deceso se realizó en marzo de 1996, en una calle de Montevideo llena de basura, tirado como cualquier cosa, morí como un vagabundo, pero nunca fui un rey...

Carta del Ave Negra Raksha Gris …hace mucho tiempo ya que duermo bajo el árbol. Sus hojas han reverdecido ahora último y el aroma de su tallo inunda toda la inmensidad. Cuando es de noche me siento a ver las estrellas... la luna me sonríe siempre. Las tintineantes gotas de lluvia rozan mis plumas negras como el ébano... ¡pero soy feliz! ¡Soy muy feliz aquí! Yo sé que mi pelaje ha dejado de ser rojo sangre y que ya nos trasmutó como antes, pero ando a la expectativa de poder volar... y ya falta poco para eso. Zuc–Zuc... me dice siempre el árbol... él fue quien me despertó de mi largo letargo... el viento que en algún momento estuvo muerto ahora ha revivido y danza... danza todo el tiempo. Te manda saludos, te lo transcribiré aquí... para que así puedas leerlo por ti mismo...

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Una vez más

Alexander López Salcedo

Tinkel Taquel... Tinkel Taquel Yo que ando ligero he revivido del olvido del hombre... y vengo a cantarte esta canción: Tú que eres de las estrellas más brillantes, el de la inmortalidad traída del fruto mental de tus designios, el de piel oscura por las elucubraciones de tu alma, el que arde a fuego vivo... De tu largo cabello tostado por el paso de los siglos, se desprenden las chispas iridiscentes de tu naturaleza. Tú que rozas el suelo dando fruto con tu calor a las semillas. ¡Oh, Hermano plasmático de la materia! nunca dejes de abrazar al sol con tus rayos... Tinkel Taquel... Tinkel Taquel ¡Mi danza empieza así! Ya, ese era el viento. Ahora él anda feliz porque lleva las semillas, esconde bajo el polvo lo que una vez fue y solo muestra lo bello. Está muy tranquilo porque el murmullo de la humanidad ya se ha callado. …me gusta correr cuando mis patas de energía se llenan, mi olfato se ha desarrollado bastante ¡ahhhh! ¡y he recuperado la vista! espero no perderla de nuevo cuando vuela al tercer tiempo. Este primer tiempo ha sido bastante provechoso, he aprendido muchas cosas del árbol. Ya sé donde debo plantar su semilla con mi sangre, pero aún falta para eso, aún llevo vida de planta aquí en sus raíces, pero ya volaré... ya verás. ¡Ah! Yo sé que querrás saber cómo anda el clima. Y me alegra decirte que la nieve perpetua se ha ido, ¡ahora andamos de primavera! Algunas aves trinan en los amaneceres inacabables, las flores recitan poemas, y el viento, siempre el viento, ¡ay! ¡Ya se puso a bailar de nuevo! Lo acompañaré esta vez. Adiós, espero te vaya bien en tu viaje, que yo Raksha te esperaré bajo el árbol... que está ansioso por contarnos cuentos.

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Me había jurado que sería el último cigarrillo del día, que la espera había terminado y que subiría al próximo autobús que llegara. No mentía. Una y otra vez el arreglo pactado sonaba en mi mente, como si mi vida misma dependiera de la ejecución eficaz del plan. ¿Qué me detenía, entonces? ¿Era su recuerdo? ¿Su presencia? ¿Su ausencia? Era acaso la certera conciencia de saber que en algún lugar del mundo ella caminaba a la cita, la incertidumbre quizá de que algún problema se había cruzado en el último instante, cuando estaba a punto de salir, cuando colgaba sobre su hombro aquella cartera lila. ¿Lo era? O era solo el temor de abandonar mis sueños de amor adolescente antes que empezaran. ¿Llegaría? ¿Me abandonaría? ¿Me amaría al fin esta noche? ¿Me amaría por el resto de la semana, del mes, del año, de la vida? Cómo saberlo, cómo conjurar tanto con tan poco conocimiento, cómo no quedarme otro momento si la incertidumbre me golpeaba con fiereza, cómo si ya había pasado tanto para aquel momento, cómo. Había estado tantas veces en ese paradero, que ya conocía de memoria cada vendedor de golosinas, cada claxon, cada autobús, cada persona que se acercaba a esperar. Había pasado tanto tiempo, de todas las veces que estuve ahí, que todo me resultaba familiar. Ahora, sin embargo, ajeno al mundo exterior, las caras familiares me golpeaban con su desdeñosa indiferencia. Sus pasos calmados y su rutina de vida me pesaban en los hombros como el albañil que, luego de una larga jornada, le resulta ajena toda su obra, y en su mente la idea de una buena comida, un largo descanso, una mejor vida, retumba con afán. Ellos, ignorando el dolor que me aplicaban, iban y venían, una, dos, tres, cuatros veces sin detenerse, sin desviar la mirada un solo segundo hacia mí, sin una palabra de aliento, sin un gesto de simpatía o piedad.

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Crónica de un encuentro fugaz Otto Jules

Prendí un nuevo cigarrillo, miré el reloj. ¿En qué momento se había hecho demasiado tarde? ¿En qué momento la vida había cambiado tanto? ¿En qué instante de masoquismo me había dado el valor para acercarme hasta aquella chica a pedirle un día en su vida? ¿En qué momento aquel «sí» me hizo olvidar la prudente vida de un solitario empedernido? Era un castigo que no podía soportar, era el miedo imparable de una vida llevada a su máxima expresión producto de un amor casual, de una aventura de invierno, de una cama fría de hotel, de sábanas de seda y cigarrillos ardiendo en labios sedientos de amor, de saliva, de vida, de muerte, de fatiga. Era el castigo de un Dios severo, de otro celoso, de miles de ojos puestos en nosotros, en nuestros encuentros fugaces en camas que terminaban calientes, desordenadas, ardiendo en placer y alegría, en amor y odio, en vida y muerte. Era eso, o era que enloquecía por su ausencia, por sus besos, por sus largos cabellos negros cayendo cual cascadas sobre sus hombros morenos, sobre sus pechos inmensos, sobre su cuerpo deseoso de paz, de sonrisas, de gritos desesperados y canciones eternas. Era eso o no era nada. Tal vez nunca había sido nada. Tal vez en el sueño de un soñador, de un escritor ocasional, una vida ajena a la suya se proyectaba. Entonces nunca me había pertenecido, no era yo dueño de ella ni ella dueña de mí. Entonces, solo entonces, la vida volvía a tener sentido. Entonces, solo entonces, maldita sea, las camas de los hoteles no volverían a gozar con nosotros los resplandores incansables de amor liberal, de un amor a ciegas, de un amor de verdad. Apagué el cigarrillo, volví a jurar que sería el último, caminé hasta el próximo autobús que se detenía frente a mí, sabiendo quizá mi desdicha o mi decisión, y, antes de volver una vez más la cabeza para ver si llegaba después de todo, antes inclusive de subir el primer escalón, juré nunca olvidarla, nunca dejar de lado nuestros encuentros fugaces porque todo lo bueno de este mundo se había detenido en el instante en que ella fue mía y yo fui suyo. 8

Pietro vuelve triste, ¿o se va? Su mirar se pierde entre las blusas y faldas grises de algún colegio nacional, cerca del Cercado de Lima. Entre el gentío parvulesco cree reconocer a Amarilis: loca, huraña al viento paulatino. “Su imagen quedó en relieve contra el pavimento, –si tan solo hubiese sido yo, nadie hubiese escrito nada–. Ella quedó intacta y hubo un aleteo de aves negras y minúsculas que acompañaron su última mirada que se desviaba entre el basural, amor de mis amores”. La lluvia le cae y empapa. Trilce, sucio, abandonado, registra a las muchachas que ya brotan sus cuerpecitos de mujercitas limeñas, pulcrísimas. Se echa a correr y el gentío se abruma. Ya cuesta abajo, ve el mar limeño: alcatraces tontos, flacos y beatos pasean como personajes de alguna fábula nacional. Cómo abro la página y me carcome la idea de pensar que en esos instantes te dibujé. Mujer noche; de día, pueril. Mujer que es mujer con sabor a sal y limón: que abre heridas. Pietro ya no es sino una vaga promesa que fue rota y despreciada hoy muy temprano, cuando llegó de Yungay. Amarilis, ni nadie se despidió de él, salvo algunos becerros. Triste, azul, fusilado por la madrugada dejó a Amarilis en su epitafio. Ella, calmada y en zozobra le hizo respirar ese fatuo olor de la llamarada oculta en sus ojos ya cerrados. ¿Quería o quiere aún ser un marino? Navegar entre los trasatlánticos europeos. No, él quiere ser un marino de aquellos, como el viejo Centinela, así le decían; su nombre nadie lo sabe y es que dicen por ahí, que fue por una damisela que no lo volvió a nombrar y aquel forastero no quiso saber más nada de sus siete tardes de sol pasadas. Ser un marino de guerra. Tenía todo: cuerpo atlético, mirada ponzoñosa, de esas que se clavan y hieren los recuerdos, aunque, su sombra se transfigura a un sórdido silencio. Papá le dijo que no, como lo hizo, alguna vez, Amarilis, salvo que ella fue más recatada y, aquel, sucio, pérfido a su promesa cuando abusó de su madrecita, no. “Pietrito, no. Te dije que no vengas, no entiendo cómo has llegado, aun así, te daré unos baros para que puedas volver, esto no es para ti, no tengo dinero, 9


debiste haber examinado la idea antes de venir y toparte con todo esto”. ¿Pero qué era “todo esto”? Sino una casa con sirvienta y una alcoba donde se podía fumar mientras se divisaba el paisaje gris de Lima. Pero Pietro entendió en un santiamén el rechazo, que al igual que Amarilis, su padre le mostraba. Ahora que queda sino la noche, las putas morenas y el cigarro inca que poco a poco le consume y quiebra. En el bar, en unos de esos que hay por el centro, se muestra distante, pilado a los recuerdos de algo que nunca será.

De la que me he enamorado”. Pietro culminó su ensayo de noticia a mano, dejando atrás una breve nota. Amarilis tenía los ojos diminutos y en las pupilas, un color gris opaco. Creo que ella conoció antes Lima y ella en su primera mirada a esa inmensa ciudad de Los Reyes, la registró en su iris y la guardó para mí; así, cuando la conozca, pueda yo tener conciencia a donde iré después de este claustro, al que me han aprisionado, según ellos, por estar majara.

¿Qué hay en la aurora, en la danza de las acacias, de las hierbas luisas, en el naufragio? Pero él sabe que Amarilis nunca existió, fue también una añoranza vaga, fue una colegiala de la que se enamoró. He aquí el artículo que le encontré cuando se dispuso a salir del bar, luego de pedir un huayno, el cual no fue concedido. “Amarilis: loca, huraña al viento paulatino. Su imagen quedó en relieve contra el pavimento. Quedó intacta y hay un aleteo de aves negras y minúsculas que acompañan su última mirada que se desvía entre el basural. Amarilis, nació el día que la vi morir, recién allí, muchos supieron de su existencia, como yo. ¿Qué he de hacer con una vida pueril a la que le arrancaron el próximo suspiro? ¿Qué ha de ser para mí? Yo culminaré en los próximos calendarios una vida de colegial, con el destino de mañana muy directo: a la gran escuela de Mariscal. Pero, ¿y ella? Ella se va a quedar entre tablas frías y sin pulir, muy cortas para ella, y más aún muy cortas para su inmenso corazón de poetisa desgarrada que no llegó a ser.

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Úrsula Alvarado

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Diario de Lucía Érase una vez así

El valiente hombre que un día me terminó sin explicación alguna, justificó su acción con un “tuve un mal día amor no lo volveré a hacer”. Mi mano derecha se lanzó contra su mejilla con espinillas de adolescente y reventó justo ahí, en su rostro. Atacando a la vez con mis palabras finales para rematar el encuentro dije: “¿Luego de que me ignoraste estos días vienes como si nada?” Valiente –No amor, es que me sacaste de quicio, solo quería darme un tiempo–. Mi ex novio, el muy valiente, me dejó un día, así de fácil, como quien cría a un perro en una hermosa casa por varios años y luego lo abandona. Literalmente así me sentí, como una mascota de dos años y medio dejada a la deriva en la carretera que va hacía al sur. Cargada de odio y el amor que aún sentía, decía en silencio –¿Por qué no me dejó en verano?– Sí, es que en verano todo se me hace más fácil. Es como si fuera más práctico buscar abrigo. Si sientes frío te pones bajo el sol y listo. Pero cuando es invierno, necesitas abrigo, estar bajo todas las frazadas posibles, en cama y con unos chocolates encima. De solo escribirlo se me pone la piel de gallina. Sin embargo, justo pasó esto en esta estación tan gris.

No insistí en pedir una explicación más, pues la decisión ya la tenía y el premio también –de mí nadie de burla– me repetí para dejarlo ir. Brevemente le dije que su mal día le hizo tomar la decisión correcta: “terminar nuestra relación”. Entonces caminé arreglándome el cabello alborotado y ajustando fuertemente los puños para tomar valor en cada paso que daba hacia adelante, mientras él se quedaba atrás.

Estaba fatal y el hueco en el estómago lo sentía cada vez más fuerte al mirar nuestro álbum de fotos. Decía en mi mente –si me vuelve a buscar ese canalla no le volveré a hablar–. Pero tuvieron que pasar exactamente quince días para que regrese tan fiel. Algo así de exacto como la menstruación de una mujer regular: puntual. Como si estuviera todo planeado, él ya estaba allí parado frente a la puerta de mi tedioso trabajo, descuidado y con los ojos cansados, –ahora el perro parece él– me burlé sin abrir la boca. Pasé por cinco segundos de amnesia sentimental y me dejé guiar por sus brazos extendidos hacía mi cuerpo, me lancé como una niña saliendo del nido a los brazos de su padre, algo así de romántico fue el encuentro. De pronto algo sollozó en mi conciencia, eran los recuerdos de esos duros quince días que pasé en su ausencia. Entonces le recriminé con furia, con irá; aun sabiendo que hablar airadamente está mal, seguí con mi vómito verbal.

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André Coronado 13


El cuerpo de la bestia César Santiváñez

Juguemos, niñas. Juguemos, frenéticas. Corramos, con arena entre los dedos y los pulmones llenos de mar. Volemos con piececitos huesudos sobre la espuma de la orilla, mientras allá en casa se cuece un estofado que tan bien nos sentará cuando hayamos terminado de jugar a esto que se llama infancia, y que despide un aroma a sudor limpio mezclado con cabellitos marrones y gritos ensalivados. Huyamos, riendo, de todo lo que aún no existe para nosotras, de aquello llamado hastío, por ejemplo. Ocupémonos de nada, perdámosle el miedo al valor de las cosas. Hay tanto que... ¿Lo oyeron ustedes también? Vino del otro lado de la playa, desde detrás de aquel peñasco. ¿Lo escuchaste, Fátima? ¿Lo escuchaste tú también, Brenda? Fue como un alarido, un grito de garganta ronca y cerrada cayendo desde algún lugar que no vimos por estar concentradas en nuestra prodigiosa y rozagante alegría. Corramos. La que llegue última huele a pescado. Más rápido, Brenda, quítate los zapatos, que luego se llenarán de arena y en tu casa se darán cuenta de que no fuiste hoy a la escuela, y te castigarán, nos castigarán a las tres, sobre todo a mí, por ser la mayor. Ya sentimos las punzadas de las primeras piedras, aminoremos el paso. Detengámonos en la boca del pequeño agujero desde donde parece brotar el sonido lastimero, rasposo, sin eco. Asómate tú, Fátima. Siempre has sido la que persigue lagartijas, y la que nos cuenta historias de besos y sexo entre risas apagadas y sorbitos de gaseosa de naranja. Está bien, no lo hagas esta vez. Me asomo yo. Pero entonces tú hueles a pescado. Con cuidado. Mira si es pequeño, esto, pero negro, y aún conserva algunas plumas. No sé, Fátima, no sé por qué no tiene pico, será quizás porque no es un ave. Tomémonos de la mano, las tres, rubriquemos nuestra curiosidad entrelazándonos y dejando que el estrépito de las olas devore nuestra respiración agitada, inundada de ansiedad tosca y desbocada. Sí, es cierto, parecen pequeños dedos, los que asoman por ratos entre la piel quebradiza, intentando aferrarse a las paredes de roca. Parece que está enfermo. Sí, enfermo, no enferma. Es macho, lo sé por sus ojos nerviosos y desafiantes, como los de aquellos muchachos, la vez que decidí pintarme los labios para ir a la iglesia. ¿Recuerdas, Fátima? ¿Recuerdas cómo me defendiste aquella vez, y les saltaste a todos a arañazos justo antes de que sus manos me invadieran e interrumpieran esta inocencia mía que tantas molestias nos trae? Ve a buscar 14

nosotras. Mantente seria, mientras hincas su estómago y la criatura entreabre sus labios y nos deja echar un vistazo a sus fauces mínimas y rosadas, secas, pobladas de dientes desordenados y de formas caprichosas. Nos gusta, hazlo de nuevo. Te queremos, criatura desplumada. ¿Qué haces, Brenda? ¿No ves que con la ramita todavía era seguro, pero que si lo picas con el dedo eso puede morderte y adueñarse de un retazo de tu carne? Pero a ti nada te importa. Nada, porque tú eres estúpida e inocente, y te diviertes cayendo de rodillas en la playa y aplastando las corazas de los cangrejos una vez por semana. Te gusta ir por la vida con las rodillas magulladas y mostrar en secreto tus heridas a los profesores, provocarlos con tu sangre. Dale la vuelta, Brenda, dale la vuelta a esa cosa así como te das vuelta por las noches para apagar tu llanto con la almohada. Cuéntanos más, cuéntanos cosas que no necesitemos saber. Haznos partícipes del desenlace de tus costumbres, del porqué de tus costras. ¿Eso fue un grito? ¿La criatura ha muerto, acaso, cuando le has dado la vuelta y le has rascado aquello que tiene por espalda? Lo sabemos, sabemos que no hacías más que buscar algún vestigio de alas en su anatomía débil y contrahecha. Pero la verdad es que no ha sido un grito, eso también lo sabemos, aunque no nos atrevamos a decirlo. Ha sido un gemido, y nada más. Sigue, Brenda, que parece que le gusta, que les gusta a ambos. Cuidado, alguien puede vernos e ir con el cuento a nuestras casas, y te castigarán, nos castigarán a las tres, sobre todo a mí, por ser la mayor. Nadie viene. Era una gaviota, la que paseaba por ahí. Tú no te distraigas, Brenda, continúa jugando con tu índice. Más rápido, que nos dan risa los sonidos que eso emite, y está claro que estamos siempre a la espera de más y más risas. Paremos de reír, ahora, y contemplemos con asco cómo la criatura se retuerce y pronuncia un arco con su columna, para luego dejar escapar por algún lugar de su cuerpo aquel líquido viscoso-verdetransparente. Listo, ya está, ahora riamos nuevamente, mientras Brenda se quita las medias y corre a sumergirse en el mar hasta las rodillas para enjuagarse el momento con un golpe de agua fresca. Es tu turno, Fátima. Veamos si puedes hacer que eso haga lo mismo. Contemplemos tus ojitos de rata entrecerrarse detrás de tus lentes, mientras aplastas a la criatura contra su propio líquido esparcido en la piedra porosa y erosionada no tanto por el mar como por nuestra inocencia. Sí, lo estás consiguiendo, eso está gimiendo otra vez desde que dejaste de herirlo con tus uñas mal pintadas. Pero ahora sus gemidos tienen forma de burbujas viscosas-verdes-transparentes. No, ese líquido no es aún el tuyo, es el rastro 15


de Brenda en la vida de esta hermosa ave negra sin pico, con labios y garras. Está bien, inténtalo una vez más, que parece que ahora sí. Corre, Brenda, acompáñanos a verlo debatirse una vez más entre el rugido y el grito, entre la piel y la roca. Corre y únete a nosotras en este ritual secreto que no tiene nada de pecado, pues esta criatura es cualquier cosa, menos humana. Sonríe mientras damos palmaditas de triunfo, al ver duplicarse la cantidad del repugnante producto de esta travesura. No, Fátima, tú no te enjuagues, ni se te ocurra huir y enjuagarte. Tú quédate así y obsérvame, obsérvenme las dos, que soy la mayor, y sé mejor que ustedes cuánto duele el mundo. Escuchen cómo predigo mis movimientos, ahora. Cierro el puño con fuerza, decido usar los nudillos, no como ustedes, niñas débiles. Esto es algo que requiere de fuerza y truco. No me miren, que mientras presiono, pienso. Y pienso en mí, y en las tres, y en cuánto tiempo nos queda antes de saborear el estofado, y si la vida nos regalará más instantes como este, y si el cielo nos enviará acaso más criaturas misteriosas que nos dejen cometer con ellas actos dulces y execrables. Las quiero, presiono, y ahora sí, usaré los dedos, porque si presiono más esto terminará ahogándose y no me permitirá tener una réplica personal de la alegría que hace un momento experimentaran, amigas mías. Cálmate, gritas tú, Fátima, y gritas cuidado, Brenda, aunque yo no las escuche más, y permanezca absorta en mi paisaje interior lleno de dudas oscuras y botoncitos cosidos y vueltos a coser, de postres insípidos y labios insípidos de muchachos insípidos. Déjenme voltear a mirarlas, mientras me esfuerzo en ignorar lo que sucede debajo de mi mano. No quiero darme cuenta, no quiero saber que eso ha muerto ahogado en su propia emanación, en una última descarga. Levántense conmigo, pongámonos de pie y ayúdenme a vomitar y a manchar los zapatitos de Brenda, que llora pero luego sonríe porque se siente grande y magnánima cuando dice que no importa, que las cosas horribles merecen morir ahogadas, que por eso también existe el mar, porque seguramente habrán más de esas cosas horribles muertas y sumergidas por ahí, pero no lo sabemos. Corramos, niñas. Corramos a nuestras casas, a renegar de la comida y a dar golpes en la mesa con nuestros tenedores. Celebremos nuestro apetito. Y, a medida que nos vayamos acercando al caserío, volvamos a recobrar la sonrisa que nos une, que nos atará por siempre. 16

Sofía López

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La visión desde la montaña Eiffel Ramirez

Eine Kra im Geiste, vor der ich erschrak, ein innres Leben, vor dem das Leben der Erde erblaßt' und schwand, wie Nachtlampen im Morgenrot (F. Hölderlin)

Si alguien ha tenido la experiencia de subir una montaña, podrá decir con cierta razón que ha percibido una transformación durante el sendero: ya sea de las canoras hojas de los árboles, ya de los diminutos seres que nos vieron pasar, o de nuestras propias huellas que hemos ido dejando tras de nosotros. Aquel viajero amante de cimas sabrá que su viaje no es un mero escalar, sino algo distinto, una elevación del espíritu. La montaña representa el aislamiento y la pureza. Una divina frescura inunda nuestro ser cuando estamos en su parte más alta. Contemplamos el horizonte y el deleite es incalculable. La montaña es un preciado privilegio y una posición celestial, pues basta sólo alzar la mano para alcanzar la infinitud de los cielos. Arthur Schopenhauer, según el biógrafo Rüdiger Safranski, gustó en su juventud de subir montañas muy temprano. De esa forma experimentaba el placer de ser el primero en sentir el amanecer mientras que los de abajo aún estaban a oscuras.1 Su más sobresaliente discípulo, Friedrich Nietzsche, tenía también la misma afición. Los montes y bosques no sólo le ayudaban a sus pulmones, sino que además le inspiraban sus mejores párrafos filosóficos. Así, Zaratustra, bajó de las montañas y anunció al pueblo la muerte de Dios. En el otro extremo, Jesús enseñaba a orar a la multitud en el conocido pasaje bíblico de El Sermón de la Montaña (Mateo 5:1-7:29). El poeta Friedrich Hölderlin en su deslumbrante libro Hiperión o el eremita en Grecia –libro que se lee con los ojos cerrados, según una conocida frase–2 hace referencia a lo que venimos diciendo, cuando Hiperión mismo nos relata las horas dichosas que pasó al encontrarse sobre aquel regalo de la naturaleza que es la montaña. Hace pocos años un profesor, para definir exactamente la palabra alemana “Weltanschauung” (cosmovisión del mundo), dibujó en la pizarra una 18

montaña y sobre ella un hombre. ¿Qué significa esa necesidad de estar sobre los demás? La figura semejante a la montaña en la tradición es la caverna de Platón, donde el filósofo sale de ella para contemplar la verdad. Aunque mucho antes, el viaje parmenídeo es ejemplar: el hombre que es conducido por sabias yeguas para encontrarse con la Diosa que le desvelará el misterio del Mundo. La imagen vertical aparece también en otras escenas históricas sin importar la altura. Así, el profesor inglés W. K. C. Guthrie refirió que el filósofo griego Empédocles pregonaba sus discursos al pueblo de Agrigento casi desde las azoteas.3 La montaña puede valer como metáfora. Si cada hombre tiene una montaña en su interior, ello debe significar ensimismamiento; es un apartarse del resto para conseguir la reflexión pura. Pero si la montaña simboliza eso, es decir, la elevación espiritual mediante el aislamiento, también representa la imposibilidad de separación con la tierra. Si bien las alturas de las montañas nos llevan hasta casi rozarnos con la deidad, también nos regresa a la vida mundana. Por eso, ya en la cima, oteamos hacia abajo. El rumor proveniente de los caseríos y plazas nos llegan a los oídos como la misteriosa llamada de un señuelo. He ahí donde emerge la figura de Sócrates: el filósofo sencillo que discute con artesanos y vecinos del lugar. El hombre de la montaña es el anunciador. Descenderá y susurrará sobre nuestros hombros su mensaje. Sin embargo, queda aún por descifrar a aquel filósofo de piedra que nunca bajó y prefirió quedarse a observar eternamente su ciudad. De su boca sale un llamamiento estremecedor que roe la conciencia de las gentes que viven en el llano. Es un “suban” que aún sigo escuchando entre sueños. 1 Rüdiger Safranski, Schopenhauer y los años salvajes de la filosofía. Trad. José Planells Puchades, Alianza Editorial – Madrid, 1991, págs. 78-79. 2 Ver Javier García Sánchez, Conocer Hölderlin y su obra, Dopesa – Barcelona, 1979, p. 76. 3 W.K.C. Guthrie, Historia de la Filosofía Griega II. Trad. Joaquín Rodríguez Feo, Gredos – Barcelona, p.149.

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Microrelato

Mi último Julio Indyra Oropeza

Martes, 1 de julio de 2014 / Jugo de naranja en un café - #J

La Princesa Cristhian Zamudio Calla

Una muchacha veraniega ha subido a un micro en compañía de una señora que –presumo– es su madre. La muchacha –que supongo– frisa los 20 años, ha despertado a más de un pa(sa)jero. Luce un vestido de princesa. Su pronunciado escote de corazón –qué duda cabe– es ahora, el único paradero. Apenas ha tomado asiento, ha volteado hacia su derecha (para que todos la vean) y ha iniciado un monólogo de princesa. La muchacha tiene el acento argentino y cualquiera la confundiría con Floricienta. Habla, o mejor dicho, le canta al Perú. Cuenta lo mucho que ha extrañado al país, a la familia, a la comida... pregunta por su vieja habitación. O, en otras palabras, por su pieza... El ropero sha no se shama ropero, sino placare. El polo sha no se shama polo, sino remera. La voz argentina te cautiva. Te atrapa. Te deja con el dejo. Tal es el caso de la madre que, mientras oshe a su nena, mira de soslasho las miradas jocosas de los pa(sa)jeros. –¿Viste?– advierte a Floricienta con un entrecejo típico. Hasta el cobrador ha sido atrapado: “Pashaje, pashaje”, grita a voz en cuesho. “Pagar con sencisho. Pagar con sencisho, caushitas”. Y hasta el chofer, que ha sintonizado “Mariposa Technicolor” en su receptor y ha 'shirado' y 'shirado'. Y hasta sho, que he sido atrapado... por un escote de princesa.

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Ayer el doctor me dijo que la vida se me estaba escapando –yo me reí– siempre lo hago cuando me pongo nerviosa, es algo así como un mecanismo de defensa frente al dolor emocional o físico. Me río, me río mucho y dejo de escuchar, dejo de existir por milésimas de segundo y me pierdo entre recuerdos absurdos. El doctor hablaba de números, probabilidades y tratamientos alternativos. –¿Entiendes lo que está pasando? Tienes que comprender que padeces una enfermedad mortal de progresión lenta. Las personas mueren de esto– decía él, y yo, solo me fijaba en cómo sus labios dibujaban la palabra "mortal" y "muerte". Él seguía hablando, en serio se le hacía difícil decirme esto, pero no quería prestarle atención. Yo solo pensaba en ti y en el video que me mostraste en la mañana –me imaginé a esos dos señores aquí en el consultorio conmigo– y pensé que yo también quiero mi nombre en el himno nacional, pero ni siquiera el gordito del piano sería capaz de encontrar un número que rime. –Qué no se te vayan las ganas de vivir, preciosa– me dijo mientras me abrazaba. Acabó la consulta. –Mortal, muerte, mortal, muerte, mortal, muerte– he pensado en esas dos palabras toda la noche y no me han dejado dormir. Nadie es capaz de mirarme a los ojos en casa, así que me he despertado temprano y he salido. Hace frío y estoy sola tomando un jugo de naranja en un café. La canción de fondo es Skin de Rascal Flatts, qué oportuno. Al parecer hoy el mundo entero se ha confabulado para recordarme lo miserable de mi situación. La gente entra y sale de aquí, pero yo me quedo. Quisiera cruzarme contigo ahora mismo. Quisiera pedirte que no te vayas y te quedes conmigo, que me mires a los ojos y que te des cuenta de que te necesito, pero el mundo nunca me ha cumplido los deseos. Así que me quedaré aquí con mi jugo y un cigarro, escribiendo sobre lo mucho que me haces falta hoy. 21


´ Poesia Soledad Melissa Álvares Domingo, 27 de julio de 2014 / El auto rojo - #J Cuando estaba en el colegio, mi mejor amiga salía con un chico mucho mayor que ella, lo conoció en el gimnasio al que íbamos. Se hablaron, salieron, se enamoraron, fueron novios, pasearon en su Yaris rojo y luego –como toda buena historia de amor– llegó a su fin. La vi llorar, llenarse de ira, la acompañé a ver películas románticas y a comer helado de chocolate mientras maldecíamos al amor y a los azares del destino. La consolé y la apoyé en todas sus locuras post-ruptura. Fueron meses y meses de caminar por la calle y verla sobresaltarse cada vez que un Yaris color rojo pasaba cerca de nosotras. Créanme, si había uno de esos vehículos en un radio de 4 km, su corazón roto era capaz de percibirlo. Nunca pude comprender cómo es que ella mantenía la esperanza de cruzárselos –no solo al susodicho, sino también al carro– en una ciudad donde hay un vehículo por cada catorce personas. Pensaba que estaba chiflada. Han pasado los años, mi amiga y yo casi no hablamos, pero hoy me acordé de ella y de su chico del auto rojo, porque finalmente después de tanto tiempo la entendí. Ahora comprendo su locura, su demencia, su insania para nada lógica. Lo entiendo porque ahora que te has ido te busco de la misma manera. 22

Me encuentro sentada en mi cama Acompañada del crucifijo que me regaló mamá Bajo la tenue luz de mi lámpara Tratando de arrancarle una triste tonada A esta vieja guitarra. Desisto de mi cometido Y me regocijo en las páginas De un buen libro La hora va avanzando Puedo ver ya los primeros albores del sol Y con él, un inicio más de mi absurda vida. El tener que lidiar con personas tontas Ya no es nuevo para mí Lo nuevo, es la soledad que adopté Una vez que tú decidiste ya nunca más volver.

Infinito

Jessica Pinares

El mar y el cielo se ven igual de azules, tanto que en la distancia a lo lejos se unen. Tengo muy presente, que el cielo siempre es cielo y que nunca, nunca, nunca el mar lo alcanzará permíteme compararte con el cielo ya que a mí me corresponde ser el mar... ¡Estúpido cielo, estúpido mar! ¡Tan hermoso y tan irreal! Condenados a sufrir toda la eternidad. 23


Asclepios

Fernando Huaroto

¡Oh, gran Asclepios! Padre de la resurrección, entrego a tus ojos enfurecidos este pliego de ser un pobre humano de ser y padecer más que otro animal intentando amar su propia enfermedad ¡Oh, gran Asclepios! bajo tu legado somos banderas incendiándose en el cielo que no son más que estrellas de ruinas y apagones de niños y apagones corsarios del tiempo naufragando violentamente ¡Oh, gran Asclepios! permítenos el abismo y su bondad y que tu misericordia se entregue desnuda e inocente con toda su violencia ¡Oh, gran Asclepios! que tu voz sea esta canción retando a la muerte y que tus animales todos constelados nos abriguen hoy bajo el esqueleto de la noche.

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Centelleante Frank Valentino Constantemente en tus ojos soy Ficticio impostor de tus instantes Ciega premura en tu olvido. Oscuridad que late con el silencio En tu cuerpo sin cuerpo soy Sublevada sangre de tu olvido. Floreciente azul ternura de tu alma Entre los obispos ladeados de tu inquietud Un rojo sol despunta en tu horizonte. Descansad al ebrio corazón inocente Extraviado en la taberna del Tiempo Que tambaleantemente mira El abismo taciturno de mis versos.

Epístola a la diosa María G. Torres Entras con un aura mágica en tu risa y por tus rincones recorren las penas de los infortunados que osaron poner sus manos sobre tu cuerpo. En tu poder conservas lágrimas, tibios rencores ¡Oh, luz! ¡Oh, paz! Definitiva tu cintura. Golpeas mi pecho con tu cabello embravecido y tienes en tus ojos la noche aproximada. Sálvame de morir lejano a tu recuerdo, diosa terminada, diosa explicativa.

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Colección de poemas

Rosakebia L. Estela Mendoza Poema 1 Uno se acostumbra a menstruar y de repente envejece. Hace tiempo, quiere decir, hace muchas almas en uno. Qué luz. Qué sombra. Si lo posible del alma no es posible en los espejos. Poema 2 A una niña, para que dejara de llorar le regalaron una golondrina. Le dijeron que la golondrina le enseñaría a volar. La golondrina estaba muerta. Entonces qué hacer: ¿Dar vueltas con los ojos cerrados para dejar de estar ciega? ¿Hacer gestos ridículos frente al espejo para dejar de estar sola? ¿Dibujar círculos en un papel para confundir a las hormigas? ¿Hacerme la muerta para asustar a los cuervos?

Poema 3 Hay algo que hiere en los colores enteros. En el tiempo hay algo que disuelve cartas de amor, actas de matrimonio, dibujos de infancia. Hay algo en el aire que se escapa al sonreír y se hace uno con el río. Hay algo de tristeza, en el agua que sirve para lavar los calcetines, incluso en el agua que utilizamos para lavarnos el rostro aún limpia pero ya destinada y cargada de objetos mentales. En el fuego y en la memoria, hay algo que nos impide acercarnos al centro de origen. Hay algo en el azar que no nos permite terminar una sopa con el pensamiento. Hay algo en la voz que no coincide con el color de ojos ni el color de ojos coincide con la profundidad del sexo ni el sexo más profundo y desamparado con una lágrima.

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Poema 5 Los pájaros mojados son los únicos que huelen a pájaro. La tierra húmeda es la única que huele a tierra. El azul de un día de lluvia es el único azul que refleja mi desesperanza. La terraza se llena de gente, de azul y de pájaros. Se arruinó la imagen de la arquitectura del dolor, la metafísica de comerse a diario una aceituna. En realidad no caminamos, si de vez en cuando no arrastramos los pies. No besamos si besamos con los ojos cerrados. Prefiero dormir cuando los otros duermen aunque ellos digan que no duermo. Si por error coincidimos en tiempo y espacio ellos sabrán cómo hacerse los desentendidos.

Poema 8 Nos sentamos en el sofá a negar el paso del tiempo. Queremos sorprender el tiempo, aprender a nombrar sin padecer. Tengo entendido que no sucede así, cuando termina ese licor de bocas y ese aplaudir de muslos, comienza la tempestad. Generalmente, uno no elige la ausencia ni la mosca que llega a morir en nuestra taza de café. Veámoslo de este modo, un mono toca la trompeta en la entrada del edificio. Algunos salen a protestar por sus ventanas y caen desde el piso nueve, algunos mueren en camisones, los curiosos que escuchaban los gritos provenientes de la calle desde la comodidad de sus camas, se duermen nuevamente, creyendo que todo fue un mal sueño. Se olvidaron del mono. En realidad, nadie vio quién tocaba la trompeta. Así que entre tanto escándalo, el mono se marcha a la azotea por las escaleras, algo triste, nadie sabe que es un mono trompetista. Entonces: ¿A quién le interesa la eternidad? El contenido de esta escena mental perdura aún en la catástrofe. Aquel mono, sin otras intenciones, sólo se había bajado a fumar un rato, ya estaba harto de comer plátanos a escondidas y de beberse la cerveza de los vecinos. 27


Paraíso

Las voces muertas

Andrea Tello Mírame, mírame estoy a tu lado Salúdame con la sonrisa de antes No huyas no huyas no ves que te estoy llamando Recuerdas cuando nos besábamos y éramos tan felices Todavía recuerdo tus labios, tú sabes que sí Deja de caminar, como si yo no existiera Si ya no me amas solo dilo No tienes que ignorarme eso es peor que nada Quisiera volver al paraíso de antes Cuando me decías te amo Y con cada beso te creía y te deseaba más Aún puedo sentir tu aroma perseguirme siempre Pasas delante de mí y no soy nada Soy acaso un fantasma si no te importo dilo Sino sientes nada por mí, dilo, lo quiero escuchar de tu boca Creí que lo nuestro era valioso Solo devuélveme al paraíso de antes No me hagas más daño si no me amabas solo tenías que hablar Y no venderme este tonto cuento de hadas que como estúpida creí Mi cabeza no para de retumbar Tus besos, tu mirada, tú cuerpo aparecen en mí como una película mal hecha Será que este falso cuento nunca va a acabar Sé que desaparecí para ti, pero mírame Ni siquiera vas a voltear, lo vi venir Sabía que era un juguete que dejaste abandonado Pero aun así quise quedarme a tu lado

Úrsula Alvarado (A Patria, Minerva y María Teresa desde lo más profundo de mi alma)

Ellas estaban allí erguidas f u e r t e s tranquilas con sus caritas golpeadas limpias ya del rastro de sangre seca. Sus túnicas blancas las convertían en seres de luz y sus pies descalzos nada sentían aunque mientras se acercaban iban pisando los vidrios rotos en que se convirtieron sus sueños. Ellas estaban allí f r e n t e a e l l o s y las miraban aterrados paralizados a r r e p e n t i d o s Cuando hablaron al unísono fueron ellos quienes sintieron terror Ellas ordenaron con voces estridentes: "Por única vez en sus vidas A Y Ú D E N N O S y recojan del pavimento nuestros cuerpos muertos"

Solo quería vivir en ese paraíso que prometiste Dijiste que iba a ser feliz y que siempre me cuidarías Qué pasó con tus promesas ¿acaso se las llevo el viento? No estaba lista para esto solo quiero huir de este falso paraíso 28

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Metamorfosis inversa 1

Úrsula Alvarado

He descubierto que estoy en alguna fase de mi metamorfosis. No sé en cuál Solo sé que voy cambiando / mutando tal vez muy lentamente demasiado para mi gusto En fin. Cuando esta acabe seré oruga. Mi metamorfosis es inversa. Nací mariposa y poco a poco he ido llorando mis colores hasta desgastarme hasta arrancarme los vellos dorados de mi cuerpo… Se me han pegado –en vez– muchas pajitas de los troncos que me han golpeado y he terminado tal y como ahora algo escondida, cubriéndome del viento tapándome con mis alas caídas Mi metamorfosis es inversa como el personaje de Kafka que nació siendo brillante a la luz del día y terminó ocultándose en sus propias sombras Así como él nací en el océano del verso y termino ahora escribiendo escupitajos que muchas veces no sé qué son pero que sin embargo me reflejan como el espejo de mi melancolía y sigo mutando, lo seguiré haciendo hasta que luego seguro sólo yo entienda lo que escribo.

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Olivos Moon

Martha Robles

voy camino a la caza de la luna bajo su lumen pleno sobre el carril izquierdo de la autopista 78 se proyecta el resplandor de mi soledad tibia de verano en cada parada mi vista queda cautiva por el manto de faros ámbar atavío del cinturón árido de La Invasión Esta es ciudad para matar a sangre fría, las espuelas del sicario rodean a los “fríos” del día al azar, se baila esquivando los casquillos al azar, se respira el hambre por robar –y entre sigilos– poder reinventar el amor en alguna esquina desierta mientras la ciudad arde en pésames, mi alma se deja seducir por la velocidad se rinde a la furia de los ventarrones batiendo mis cabellos desordenados, contestatario a mi voluntad, de fibras irreverentes mientras la ciudad arde, voy por la ruta más incierta –esta noche–, voy a la caza de la luna.

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Puerta cerrada Anthony Orellano

Ven Víctor Castillo Ven sobre mi pecho con ramas de vida, surcando caminos que nadie conoce. Ven con tus sueños y échalos sobre el mar acariciando la arena.

A los días de infancia y a mis amigos. La puerta está cerrada mamá no me ha dejado salir inquieto la columbro y entonces pienso que tras ella se oculta el paraíso.

Ven sobre esta luz que recorre mis latidos, y mantiene viva la utopía de nuestro querer. Ven con magnolias líricas abrazando el Sol de mi mar quieto.

¿Qué ocultarás tras de ti? Madera compacta atrás de ti una ciudad emerge desde la arena surcando los vientos acechando los días y los trajines de los hombres condenados a la vida que pasa efímera.

Ven que te espero con el cantar suave de las olas y con mi corazón trepando tu boca.

Parias Liliana Montoya Me gusta sentirme ausente, en medio del pentagrama. Provocar un mi sostenido, certero, cruel y real... Me gusta la ausencia de las formas en la oscuridad; donde el objeto carente de hermenéutica me rati que que soy un paria dentro de los parias 32

Y entonces me acerco y llevo la oreja hacia su cuerpo curiosopor saber aunque sea lo que se oye. Se oyen chiquillos ruidososque corren condenando a las ventanas a otras puertas llamando con el juego

a otros niños que aún no salen y señoras que gritan ahuyentándolos como aves migratorias que acecharan los cultivos de algún sembrío. ¿Qué ocultara la puerta? Yo pienso que oculta al paraíso porque para un niño cuando no salea roer la pelota y a correr las pistas rotas a llevarse a la cuenta una ventana es el infierno ver la puerta cerrada y ver que allá lejos de sus dominios pasando el delgado umbral hacia la calle se encuentra la felicidad. Entonces quedamos que a tras de ella se oculta el paraíso.

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Un burro

Anthony Orellana

Colaboradores

A Yeima

Un burro noble arrastra los capachos mirando hacia abajo como triste día siempre gacho siempre triste, sumiso el burro camina triste con los ojos como grandes piedras dormidas. ¿Por qué no miras hacia arriba?-le pregunto, también triste Y él me mira desprendiendo, sollozo, un gemido y pareciera que dijera: ¡Qué miserable vida! Volviendo a seguir el paso firme cargando frutas, cargando penas. De pronto, yo le rodeo, tomándole la soga que marca su cuello bajándole la carga dura del lomo enseñándole que el camino no es ese recto destino sino que el camino es mirar hacia arriba de vez en cuando. Librado de toda pesadumbre corre, el pobrecillo, a trote creyéndose un bello corcel bebiendo de las acequias azuzando mariposas espantando libre las moscas de su lomo. Él me rodea rebuznando y nuevamente pareciera que dijera:¡Qué miserable vida! Le doy un golpe de azote en el lomo y disparado sale perdiéndose entre los montes brincando, rebuznando. ¿Y el burro, hijo? no lo sé, abuelito. 34

Alexander López

Cristhian Zamudio Calla

Es escritor en un blog desde el 2008, y miembro de la red Iberoamericana de Libros en Red. He ganado un concurso de historias para el grupo Kamikaze de Mangakas. Trabajó como columnista para la revista virtual "Zinetwilight". Actualmente, trabaja en el borrador de un libro de cuentos. www.ahoraqhago.blogspot.com

Cursó estudios en la universidad Nacional Federico Villarreal desde el 2008 hasta el 2013. Obtuvo el grado de bachiller en Ciencias de la Comunicación este año. Se especializó en periodismo. Trabajó en un diario chicha y en un diario serio. Tiene interés por la literatura, la música y el fútbol.

André Coronado Mendoza

Eiffel Ramírez Avilés (1990)

Egresado de la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas de la Universidad de San Marcos. Becario DAAD para realizar una estancia académica por el periodo de invierno 2011-2012 en la Universidad de Leipzig (Alemania). Aparte de sus estudios jurídicos, se dedica a la losofía y la literatura. Las primeras publicaciones en físico las ha realizado Andrea Tello Flores (1998) Estudia en el colegio Nuestra Señora de las en la revista El Bosque , desde su primer número. Mercedes donde cursa el 5to de secundaria. Descubrió su gusto por la literatura desde que Érase una vez así tenía 11 años. Le encanta cantar y ama el arte. Es Bachiller en Ciencias de la Comunicación, Escribe actualmente un borrador de lo que tiene 25 años y es bloguera desde el 2010. Le será su primera novela: Come back to me o apasiona la literatura y todo lo relacionando al arte. vuelve a mí. «Una manera de dejar huella para mí es a través de mis historias» www.eraseunavezasi.blogspot.com Artista autodidacta, realiza dibujos sobre seres animalescos in uenciado por la estética de las culturas precolombinas y arte digital. www.facebook.com/andrecoronadoart

César Santivañez (1980) Editor y guionista. Egresado de la UNMSM. Ha publicado artículos relacionados a la historieta en las revistas Huaico, Lima Gris, Artefacto (Lima), entre otras. Actualmente se desempeña como guionista de la serie Panóptica: los últimos días del futuro (Dogma Editorial) y como director del proyecto transmedia Lima Caníbal .

Fernando Huaroto Landeo (1993) Estudia Literatura en la UNMSM. Publicó en las revistas Eje del caos, Delirium Tremens y la mexicana Río Arriba. Escribe regularmente en www.9o8i7u6y5t.blogspot.com

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Otto Jules Frank Valentino

Lissenia Luz

«Soy la quietud centelleante de esos azares que cabalgan despreocupadamente sobre los zigzagueantes horizontes donde se funde lo efímero con lo eterno. El ave nocturna que transita con vuelo desangrado entre lo humano y lo demasiado humano».

Estudia Lingüística en UNMSM, le apasiona dibujar.

Indyra Oropeza Aguilar (1993) En la actualidad se encuentra cursando el séptimo ciclo de Derecho y Ciencias Políticas en la Universidad San Martin de Porres. Entre sus principales pasatiempos están practicar la marinera, es una asidua lectora y una constante escritora, que publica frecuentemente en su blog personal.

Jessica Pinares (1990) «Vengo de una familia con los valores muy marcados lleno de amor y tranquilidad, los intereses más próximos que tengo son los de ser una excelente psicóloga, hacer un giro importante a esta carrera y, por supuesto, escribir 3 libros».

María G. Torres Zuluaga Nació en 1985 en Lima (Perú), vivió en Cali (Colombia) durante varios años. Realizó estudios de Lingüística en la UNMSM; allí mismo terminó su carrera de Comunicación Social en la especialidad de Periodismo. Se orientó a la labor poética desde 1999 y ha participado en diversos recitales. Se dedica a la docencia de Normativa, en diversas instituciones académicas, desde el 2005.

Martha Robles (1978) Estudió Ciencias de la Comunicación en un instituto de Lima. En el 2012, participó en el taller poético femenino Dios las cría . Publicó su primer cuento en el blog La Noche de las letras (Colombia) y en la revista TXT de la Facultad de Humanidades de PUCP. Su primer poema publicado Silencio fue parte de Al otro lado del verso del Grupo Parasomnia. «Escribo sí solo sí por salud mental».

Joan Bryam

Melissa Álvarez

Es estudiante de la Escuela Autónoma Nacional de Bellas Artes. Anthony Orellano Colaborador de Trujillo.

Licenciada en educación, egresada de la Universidad Enrique Guzmán y Valle en la especialidad de Lengua española-Literatura. Actualmente cursa una segunda maestría en Docencia y Gestión educativa en la Universidad Enrique Guzmán y Valle.

Julio Díaz Izquierdo Estudiante de Ciencias de la Comunicación en ISIL (Instituto San Ignacio de Loyola)

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Nació un 25 de marzo en Lima. Escritor y redactor. Estudiante contable. Llevó un taller en la Casa de la Literatura Peruana, con el escritor Oswaldo Reynoso. Le gusta la trova y la pintura. Publicó un poemario en línea, titulado Vestigios de una Paradoja (2013). «Cuando escribo recién puedo sacudir los demonios».

Liliana Montoya Licenciada en Español y Literatura de la Universidad Tecnológica de Pereira. Docente en la institución educativa Jaime Salazar Robledo, Pereira. «Soy una persona amante de la literatura, de la historia y de la música; considero que la literatura y la música posibilitan la exploración de unos universos contestatarios, que responden a unas urgencias diarias del ser humano».

Raksha Gris Es estudiante de la escuela de Arte de San Marcos.

Rosakebia L. Estela Mendoza Poeta. Ha ganado el primer puesto del XI Concurso Regional de Poesía , y el tercer puesto en el 30º Concurso Internacional de la Poesía José Pedroni (Argentina-2011), entre otros reconocimientos nacionales e internacionales.

Sofía LópeZ Llanos Estudia Ciencias de la Comunicación en la UCV. Ama redactar, escribir y leer.

Úrsula Alvarado Noblecilla Lima, 1979. Estudió Administración de Turismo en la UNMSM. A cionada a las artes y la literatura, obtuvo la 2da Mención Honrosa en la 4ta edición del Concurso Scriptura organizado por el PEN Internacional de Escritores del Perú con el poemario Las voces muertas , que trata el tema de la violencia de género y del cual se extraen los dos poemas que se presentan en la revista. Ha participado en diferentes recitales y espacios de difusión cultural. Actualmente trabaja en su segundo poemario y un proyecto de cuentos cortos.

Víctor Castillo Cáceres Nació en Lima, estudio educación primaria en la Universidad Nacional Enrique Guzmán y Valle La Cantuta , actualmente realiza una maestría en Docencia Universitaria en la misma universidad. Escribe poesía desde los 14 años, su rincón poético era la azotea de su casa, y su inspiración la ternura de las estrellas. Acaba de terminar de escribir su primer poemario dedicado al balneario de Ancón.

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Narrativa Julio Díaz Raksha Gris Alexander López Otto Jules Érase una vez así Cesar Santivañez Eiffel Ramírez Cristhian Zamudio Indyra Oropeza

Poesía Melissa Álvarez Jessica Pinares Fernando Huaroto Liliana Montoya Frank Valentino María G. Torres Rosakebia L. Estela Mendoza Andrea Tello Úrsula Alvarado Martha Robles Víctor Castillo Anthony Orellano

Imágenes André Coronado Úrsula Alvarado Sofía López Joan Bryam

revistaelbosque rcelbosque@gmail.com cel.: 974752284 www.revistaelbosque.blogspot.com


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