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EL LAMONATORIO

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CONCHA TISFAIER

CONCHA TISFAIER

Me parece bastante triste haberme aprendido la composición del aire gracias a la canción de Mecano, pero más triste es que hoy día tenga que volver a recurrir a ella para recordar que está formado por oxígeno, nitrógeno y argón. Esta combinación de gases única hace posible la vida en nuestro planeta tal y como la conocemos. Lo que no nos contó Ana Torroja es que en el aire también hay partículas en suspensión debidas a fuentes contaminantes de origen humano pero también naturales, como las erupciones volcánicas, y unos cuantos gases invernadero, como dióxido de carbono (CO2), ozono (O3) o metano (CH4), sin olvidar el vapor de agua, el neón o el helio.

Aunque el nitrógeno sea el gas más abundante en el aire, este es inerte y no reacciona con nuestro organismo. El que sí reacciona es el oxígeno, que es captado en los pulmones gracias a la hemoglobina de la sangre y viaja por todo el cuerpo permitiendo que nuestras células produzcan energía. Además de energía esta reacción de oxidación genera CO2 y vapor de agua, que vuelven a la atmósfera cuando exhalamos. El CO2 es imprescindible para que las plantas puedan fabricar su alimento a través de la fotosíntesis, que emite oxígeno como producto de desecho, por lo que de alguna manera nuestra existencia y la de los vegetales está conectada a través de esa masa de materia invisible llamada aire. Qué poético.

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En este presente pandémico que nos ha tocado vivir estamos prestando especial atención al aire que sale de nuestro cuerpo —por la boca y la nariz, no penséis en los pedos—, ya que la evidencia científica ha confirmado que el nuevo coronavirus puede viajar en los aerosoles que generamos al hablar, respirar, toser o estornudar infectando a las personas que los inhalen. Si nos hemos infectado, estas gotículas pueden ir cargaditas de virus, de ahí la importancia de utilizar mascarillas —adecuadas y bien ajustadas, POR FAVOR—, sobre todo en espacios cerrados sin ventilación en los que los aerosoles permanecen por más tiempo, acumulándose y aumentando el riesgo de infección. Las mascarillas deben ser reemplazadas o lavadas con la frecuencia adecuada —en caso de ser reutilizables— porque si no no sirven de nada. Como ya sabréis a estas alturas existen diversos tipos de mascarillas y hay mucha confusión sobre la eficacia de las mismas. Lo admito, es un lío de mil pares de narices, pero si me pongo a explicároslo ahora ocuparía todas las páginas de la revista y no es plan, que esto es El Mono y no un boletín del Ministerio de Sanidad. Lo importante es que os quedéis con que una mascarilla es una barrera física que reduce la velocidad del aire tanto inhalado como exhalado, así como el paso de gotas y/o aerosoles, y que su efectividad depende de su diseño y del material con el que esté fabricada. La mascarilla disminuye el paso de aire contaminado por virus así que es una medida eficaz, junto a la ventilación y la distancia física, para evitar su transmisión. Lo que nos han dicho ya mil millones de veces, vaya. Por otro lado, no es cierto como dicen algunas “personas” que podamos intoxicarnos debido a una acumulación de CO2 por llevar mascarilla, ya que este gas sale igual que entra el oxígeno y no se acumula en ningún sitio. Pensad si no en la de personal sanitario que habría muerto a lo largo de la historia envenenado por llevar mascarilla. Si es que ya no hay por dónde coger los malditos bulos.

El aire es imprescindible para prolongar nuestra existencia pero también para acabar con ella, ya sea oxidando poco a poco nuestro cuerpo a lo largo de los años o permitiendo la entrada a nuestras células de un patógeno potencialmente mortal. En esta pandemia dejad que corra el aire y usad mascarilla aunque os dé pereza, almas de cántaro. Y no os vayáis a vivir a Andorra, que allí también hay coronavirus pero no hay frito de huevo del Roch, ni foie del Gaucho ni escombro del Sarria.

eljardindemendel.wordpress.com

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