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DISCALCULIA
por HELEN ÁGREDA WILES
Las personas nos distinguimos de otros animales en que sonreímos, tenemos pulgares oponibles, y nos hacen gracia los pedos.
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Bueno, a mí no. A mí dejaron de hacerme gracia cuando, de pequeña, me tiré un pedo, y mi abuela, en un acto de ternura, me cruzó la puta cara. Ella, igual que mi madre, era de otro país, y las dos pensaban —una de ellas lo mantiene— que lo de este (país) con los pedos no es ni medio normal.
Sospecho que pueden estar surgiendo algunas preguntas. Sospecho que estas serán las más frecuentes: P: Y ¿qué debe entenderse por una relación medio normal con los pedos? R: Igual si no lo sabes es que no la tienes. P: Y ¿qué hay de los eructos?, ¿de los universitarios americanos que recitan el abecedario de un solo regüeldo mientras escachan la lata de cerveza en su mano?, ¿de Barney, de los Simpson?, ¿no nos hace eso gracia, acaso? R: No, no tanta como los pedos. P: Y ¿qué hay de la naturalidad?, ¿del derecho a la aerofagia, a la flatulencia y al meteorismo? R: No pienso contestar a esto. P: ¿Me tiras del dedo?
Si mi abuela hubiera hablado castellano, le habría bastado con decirme “Ni en parte pública ni en secreta, hagas del culo trompetas”. Y yo, en respuesta, le habría dicho que “La buena moza gentil, de un pedo apaga un candil”. Luego, habría encendido un candil y lo habría apagado con un pedo. Pero me dio un tortazo. Una nieta con semejantes habilidades y vas y le sueltas un sopapo.
También podía haberle contestado yo “La mujer que buen pedo suelta, no puede ser sino desenvuelta”, y haberle desenvuelto otra torta, pero, seamos sinceras, no me hizo ni daño; en realidad fue la mano de la injusticia la que me abofeteó más fuerte, marcándome para el resto de mi vida. Y es que, lejos del romance que mantienen nuestros compatriotas con las ventosidades, yo no he vuelto a ser la misma en lo que a pedos se refiere. No me gustan los míos y mucho menos los del resto. Y cuando una trabaja en atención al público, una se come unos cuantos pedos abandonados en pasillos; pasillos donde tantos y tantos han encontrado el lugar idóneo para aflojar el ojaldre y soplar; así, sin catalizador. Hoy, sin ir más lejos, le ha caído a Jordi un pedo en toda la cara y la mutua le ha citado para pcr urgente. No hay derecho.
No voy a venir yo ahora con que no me tiro pedos, porque eso es algo que no se sostiene, pero sí que me empeño en bloquearlos siempre que puedo. ¿Que cuándo no puedo? Cuando duermo, por ejemplo. Pero mira tú por dónde, que pedo con sueño no tiene dueño.