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EL LAMONATORIO

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MANNEKEN BEER

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Nos guste o no, hay leyes fundamentales que rigen todo nuestro Universo y que no podemos saltarnos. Que sí, que 1312, Universo, sí, pero no por tatuárnoslo o pintarlo en las paredes nos vamos a librar de su influjo. Más allá de los bandos municipales, los estatutos de La Única o de Oberena o el toque de queda durante el estado de alarma, el Cosmos funciona a través de una serie de reglas que la peña de la ciencia ha ido descubriendo a lo largo de los años. Eso sí, estas normativas universales determinan cosas más trascendentales que, por ejemplo, la separación entre mesas de la terraza del Bar Pepe o el uso obligatorio de mascarilla en el desierto de Atacama. Hablan del movimiento de los planetas (Leyes de Kepler), de la atracción de los cuerpos (Ley de la Gravitación Universal de Newton), de la localización de los sucesos o partículas (Teoría de la Relatividad de Einstein) o de qué ocurre con la energía (Leyes de la termodinámica), que, como habréis escuchado cientos de veces “ni se crea ni se destruye, se transforma”. Más concretamente, la segunda ley de la termodinámica viene a decir que los procesos físicos son irreversibles y que cuando un sistema evoluciona se desordena, y es casi improbable que se vuelva a ordenar. Vamos, que el mundo no va hacia atrás como las conversaciones en la habitación roja de Twin Peaks o las secuencias de Tenet. Cuando se nos cae la birra a la piscina ésta se esparce, se diluye en una amalgama de H2O, lejía, sudor y pis. Las moléculas que contiene la cerveza no pueden volver a juntarse y meterse en la lata. Si se nos cae un plato al suelo y se hace añicos tampoco volverá a su ser. Al freír un huevo también estamos realizando un proceso irreversible, lo mismo que cuando nos pulverizamos a discreción con la colonia de Antonio Banderas o Shakira. Eso ya no tiene remedio.

La segunda ley de la termodinámica también introduce el concepto de entropía, una magnitud física que expresa el desorden del Universo. En la naturaleza la entropía casi siempre aumenta con el tiempo, con lo que el desorden también. El Universo, además de imponernos leyes dictatoriales, se desordena todo el maldito rato: el nacimiento de una estrella desordena, un incendio desordena, el deshielo desordena, la formación de arena desordena, la lluvia desordena, la oxidación de un metal desordena. Las erupciones volcánicas también desordenan bastante, como nos ha demostrado últimamente lo que ocurre en La Palma. No me digáis que aquello no parece Mordor, con el Monte del Destino echando la grava desde hace más de un mes. Moléculas de todo tipo, líquidas, sólidas y gaseosas, desparramándose por todas partes todo el rato sin control. Qué angustia, colega.

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Las personas maniáticas del orden no se libran de esta regla y también tienden a aumentar la entropía del Universo. Por mucho que nuestra casa deje a la altura del betún a la de Marie Kondo o que la mesa de nuestro despacho parezca salida de un catálogo de Ikea, nos pasamos la vida degradando alimentos, emitiendo gases y fluidos y generando productos de deshecho. Somos entes extractores de energía, como Colin Robinson en Lo que hacemos en las sombras, y para mantener nuestro orden interno no nos queda otro remedio que llevar el caos a nuestro entorno. Cierto es que Colin Robinson, como buen vampiro de energía, lo hace con conocimiento de causa, pero eso no nos exime, a todos los seres vivos, malos o menos malos, de favorecer el fin del Universo. Esa muerte térmica donde la energía libre ya no existirá y nada funcionará. Un poco como pasa en Renfe, pero más chungo.

eljardindemendel.wordpress.com

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