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EN ACATITA DE BAJÁN, IGNACIO ELIZONDO TRAICIONA Y APREHENDE A LOS CAUDILLOS INSURGENTES HIDALGO, ALLENDE, ABASOLO Y JIMÉNEZ.

En las cercanías de Monclova, Coahuila, en el paraje denominado Acatita o Norias de Baján, las fuerzas insurgentes comandadas por Miguel Hidalgo, Ignacio Allende, Mariano Abasolo y José Mariano Jiménez, esperan ser recibidos amigablemente por Ignacio Elizondo, quien los traiciona y sorprende.

Elizondo estaba resentido con Allende porque no le había dado el nombramiento de teniente general, y fue convencido con la promesa de “copiosos frutos” que le hizo el presbítero Zambrano. El gobernador de la provincia de Coahuila Pedro Aranda, había sido nombrado por Jiménez, y pese a su edad, era dado a la bebida, a los pasatiempos y a los bureos.

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El día 17 pasado, Elizondo organizó un baile en el que se apoderó de armas, cañones, y aprehendió al gobernador y a ciento cincuenta soldados; tomó precauciones para que no fueran informados los insurgentes del hecho, y mandó avisar a Jiménez que iría a su encuentro en Acatita de Baján. Este mismo día, salieron de Saltillo Allende y los demás caudillos escoltados por más de mil hombres. Iban en 14 coches y detrás de ellos, a larga distancia, 24 cañones de diferentes calibres, los equipajes, mil quinientos pesos en dinero y barras de plata y la escolta que cubría la retaguardia. La marcha era lenta y penosa por la falta de provisiones y sobre todo de agua, pues las siete norias del tránsito, habían sido azolvadas por orden de Elizondo.

El día 19 salió Elizondo con 350 hombres y a las 9 de la mañana de este día ven a la vanguardia de la caravana de sesenta y seis hombres a quienes dejan pasar y al estar en medio de la columna de Elizondo, son arrestados los caudillos. La sorpresa es fácil porque los recién llegados se piensan entre tropas amigas; además, porque en aquel punto el camino hace una curva en una loma que cubre las fuerzas de los traidores, quienes pueden detener y desarmar a los que van llegando sin ser vistos por los que van detrás. Así, uno a uno, los coches son detenidos y apresados sus ocupantes después de ligeras resistencias. En el último coche van Jiménez, Arias, Allende y su joven hijo. Al intimarlos a que se rindan, Allende dispara su pistola sobre Elizondo llamándole traidor; pero queda ileso y ordena a la tropa abrir fuego; Indalecio, hijo de Allende, muere y Arias es herido de tal gravedad que a las pocas horas fallece.

Hidalgo, que va a caballo detrás de los coches, rodea- do de una pequeña escolta, también es sorprendido y solamente Iriarte puede escapar y huye a Saltillo para reunirse con Rayón. Asimismo, Elizondo sorprende a la artillería valiéndose de indios lipanes que a lanzadas matan a más de cuarenta. El indigno trofeo de la traición, consiste en ochocientos insurgentes prisioneros, entre los primeros: Hidalgo, Allende, Aldama, Mariano Hidalgo, Balleza, Santos Villa, Mariano Jiménez, Abasolo, Camargo; Zapata y Lanzagorta, mariscales de campo; Gregorio de la Concepción; Santa María, exgobernador de Nuevo León; Valencia, director de ingenieros; José María Chico, ministro de justicia de Hidalgo; Portugal y Manuel Ignacio Solís, intendente del Ejército. Además, brigadieres, coroneles y hasta empleados civiles. En suma, más de mil trescientos prisioneros, veinticuatro cañones, gran cantidad de víveres, suplementos y equipos militares y más de un millón de pesos en monedas y barras de plata. Sólo la retaguardia insurgente, que se percató del desastre escapó a Saltillo. En los meses siguientes, los realistas, sin ninguna compasión, pasarán por las armas a un poco más de mil insurgentes, entre ellos a sus principales cabezas.

Escribe Ernesto Soto Páez (Al filo de la Patria): “Al amanecer del 22 de mayo de 1811, la caravana de prisioneros en la que iban los principales caudillos insurgentes con las manos atadas a la espalda, los pies uno con el otro y montados ‘a mujeriegas’ sobre mulas salió de Acatita de Bajan rumbo a Monclova, a donde entraron a las seis de la tarde del mismo día, sin comer, ni tomar agua, siempre vejados por los soldados realistas.

Las calles de Monclova estaban adornadas, había repiques y salvas de artillería y cuando entró Elizondo al frente de la columna de dragones, fue recibido al grito de “¡Viva Fernando VII y mueran los insurgentes!”, mientras que los principales jefes del movimiento de Independencia, recibían la humillación de ser conducidos frente a una herrería, bajo un frondoso nogal, donde les fueron colocadas esposas y grilletes. Pero dadas sus ataduras, los caudillos tuvieron que ser cargados en sillas al hospital que fue habilitado como cárcel, donde hacinados en estrechas habitaciones, semidesnudos, hambrientos y con sed de varios días, comenzaron su cautiverio”.

Todos serán conducidos posteriormente a Chihuahua, donde después de ser enjuiciados, serán fusilados en distintas fechas.

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