Revista Exocerebros Cuarta Edición

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Roxanne You don’t have to put on the red light Those days are over You don’t have to sell your body to the night -The Police, “Roxanne”.

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Me incorporo con dificultad en el terreno pedregoso. Quién sabe a cuántos kilómetros por delante de mí, se yergue una cordillera de placas formadas por roca pulida brillantes al sol. Siento el cuerpo como si me hubieran molido a palos y, en cierta forma, así había sido. Resoplo detrás de la escafandra. Fue entonces cuando mi transporte hubo de realizar su última maniobra de aproximación en modo automático pues yo me eyecté ante el temor de no sobrevivir al choque. Mi paracaídas y yo nos zambullimos a través de las nubes de un tono rosa pálido. Todo había ocurrido muy rápido. Momentos de seminconsciencia durante los cuales el grafito negro del espacio pasó a disolverse en una capa de suaves tonos pastel para terminar con el resplandor cegador del suelo. Un impacto final y eso había sido todo. El calor se vuelve sofocante debajo de la escafandra mientras mis reservas de oxígeno se agotan. El análisis de la composición atmosférica se revela compatible con la fisiología humana. Hay una concentración de anhídrido de carbono algo excesiva pero tolerable. Desajusto los cierres herméticos alrededor del cuello y siento la brisa cálida del exoplaneta acariciar mi barba entrecana. Aspiro una bocanada fresca que mi traje emana para mezclarse con el olor áspero del paisaje: “Igual a la contaminación de la sobrepoblada y apestosa Hong Kong durante un embotellamiento de tránsito”, pienso. El peso adicional del traje no facilitará mi andar. Decido liberarme del innecesario peso extra. Tras hacerlo, me percato de que mi piel está expuesta a los rayos que calcinan cada piedra del páramo donde me hallo. Extraigo del costado de mi borceguí un cuchillo y lo empleo para recortar un buen trozo del paracaídas, me envuelvo en la tela blanca. Así ataviado, me cercioro de las coordenadas que me envió la nave antes de caer. La dirección indica que debo dirigirme a la hilera de rocas inclinadas. Estas poseen un ángulo lo bastante agudo para dar la impresión de ser fichas de dominó, petrificadas, a medio caer y sin terminar de derrumbarse jamás. De repente me recuerdan las lápidas de un cementerio abandonado; sacudo la cabeza para disipar esa imagen. Con una preocupación menos entre cientos de ellas, pongo rumbo a mi transporte para recuperar la carga. A fin de cuentas el cargamento es lo más importante de la misión. Más importante que yo, aunque desconozca de qué se trata la carga, no es de mi incumbencia. Cuando la nubosidad se aparta de ellas, las crestas de rocas planas destellan en miles de puntos sobre su superficie. Ignoro cuál es la rotación de este exoplaneta sobre su eje. Puede que el día tenga pocas horas o muchas más al de la lejana Tierra. La mañana se hace breve, de modo que la segunda posibilidad parece ser la correcta.


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