Revista Exocerebros Cuarta Edición

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Insectos

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Llama a la Puerta, vuelve a llamar. No hay respuesta. El Hombre está impaciente, lleva mucho tiempo esperando; tanto tiempo, que el sol se ha vuelto rosado y lejano, y la luna se acerca como el rostro blanco de un muerto. El cielo ya no marca el paso del tiempo, solo los golpes de su puño contra la madera marcan los segundos y los años, uno, uno, uno. Detrás de la Puerta hay una fiesta, es grande, es ruidosa y el hombre quiere entrar. Escucha con avidez tras la Puerta. Es la fiesta de los bienaventurados y no parece que vaya a terminar. El hombre se sienta en el suelo, apoyado contra la Puerta. Está frío, es húmedo. Todos los días le acedía algún dolor. Detecta protuberancias y anormalidades que le asustan durante días y que después olvida, esperando que desaparezcan. Está comprando tiempo, hasta que su cuerpo no pueda resistir más la impostura de la salud y colapse en una fulminante enfermedad final, que será enlace fatal de todos sus padecimientos; la gran caída de una fila de fichas de dominó. Solo desea poder pasar. La Puerta es roja y nunca se ha abierto para él, para nadie de Este Lado. Aquí estamos los desgraciados, piensa. Los que no tenemos un nombre, ni una cara. Los que nacemos y morimos sin alterar el rostro del mundo. En Este Lado la luz es azul y los ojos esquivos, los años semejantes y las horas lentas. El tiempo está vacío; los recién nacidos pueden envejecer en un instante o en una lenta eternidad. Muchos han renunciado a entrar a la fiesta y algunos afirman que no existe. En Este Lado de la Puerta, el suelo está inundado y un charco de agua embarrada llega hasta la rodilla. Moverse es difícil y agotador; cada paso en Este Lado cuesta como una carrera en el Otro, quizás por eso no tenemos fuerzas para abrir la Puerta. El hombre está helado y nunca puede secarse. Seguirá llamando a la Puerta, convencido de que al Otro Lado el suelo es cálido y confortable, que se puede pasear sin agotamiento. La llave es la fe, le han dicho; ha tenido fe y la Puerta sigue cerrada. Se ha sentado frente a ella, con el espíritu limpio, la mente tranquila. Cómo han entrado los que están dentro, no lo sabe; también lo desconocen todos los de Este Lado. Si lo supieran, ya habrían entrado; es un secreto inaccesible, de los que se heredan junto a un bello nombre, jamás escrito, nunca publicado. El mayor secreto de la historia. La llave es la fe y el trabajo, ha oído. Después de un tiempo, la fe se ha debilitado y la sonrisa de la justicia tiene hocico de bestia. En el trabajo ha invertido sus mejores años, pero la Puerta ni se abrió. Viene entonces el tiempo del cólera. Durante ese tiempo golpea la Puerta y asegura que la echará abajo, que matará a los habitantes del Otro Lado, que se ríen, pero no de él. Él les es indiferente; no le conocen y no les preocupa. Ríen porque son dichosos y afortunados, porque alguien especialmente ingenioso ha inventado una nueva broma. Hay barreras que la fuerza no puede quebrar. Ahora es el tiempo del resentimiento. Toc, toc, toc. Una manzana se agría dentro del pecho


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