Revista Exocerebros Cuarta Edición

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El Idolo De Barro Comenzó en un día gris como estos de ahora, si bien entonces el cielo se encontraba despejado e iluminado por un cálido sol de enero, descubierto de esta impenetrable capa de oscuras nubes que son un terrible recordatorio, me temo, del futuro que se nos echa encima como una tormenta sin fin. Comenzó con un grito que rasgó la calma matutina y su eco que penetró cada hogar, transmitiendo la desesperación de quien lo profería. “Sebastián, mi hijo, Sebastián”. Los vecinos y transeúntes del pequeño pueblo de Castillos detuvieron sus actividades o salieron de sus casas, despacio, pero buscando con la mirada el origen de aquel lamento. Eventualmente alguien comenzó a correr, alguno más gritó que pasaba algo, y pronto cerca de quince personas se acercaban a una pequeña parcela de campo abandonada, ubicada a unos metros de la entrada del pueblo. Adriana, una vecina de la zona, salió a su encuentro con el rostro marcado por la desesperación de una madre. Entre lágrimas y balbuceos, con el nombre de Dios y su hijo en la boca, pudo contar lo sucedido. Explicó cómo su Sebastián venía correteando un poco más adelante que ella, entre el campo. Mostraba las enrojecidas manos mientras hablaba, debido a que según dijo eran moras lo que estaban juntando, de un árbol cercano. De repente, frente a sus ojos, pero a una distancia que ni siquiera el brazo preocupado de una madre podría cruzar a tiempo, el pequeño de siete años se había detenido en el mismo aire, como congelado o a punto de flotar, pero tras emitir un gritito que rompió la ilusión de inmovilidad, desapareció tragado por la tierra. Los vecinos de castillos no tardaron en encontrar el pozo por el que había caído el niño.Algunos, sobre todo los más viejos, sabían de su ubicación y eran conscientes de su peligroso estado de abandono,si bien ninguno recordaba exactamente cuándo o para que se había construido en un principio. Tampoco supo decir nadie, quien ni cuando, lo había tapado con esas tablas de madera pintarrajeadas y putrefactas que habían cedido finalmente ante el peso del pequeño Sebastian. La falta de información no era en ese momento el principal problema. Cuando los vecinos, curiosos y preocupados, se acercaron a la boca de tinieblas que era aquel pozo recién descubierto, les llegó desde algún lugar en la oscuridad profunda el llanto apenas nítido del niño. La organización fue rápida aunque caótica. Unos se ocuparon de apartar a la madre, vuelta la policía vecinal y el médico de zona. Allí fue cuando me enteré de todo lo que sucedía mientras me llevaban tironeando hacia la ambulancia y me lo contaban a los gritos. Otros pocos permanecieron cerca de la profunda boca negra del pozo, intentando en vano obtener alguna respuesta del niño gritando su nombre, preguntándole si se había lastimado y asegurándole que todo iba a estar bien. | 53 |

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un manojo incontrolable de nervios, mientras que otros corrían en busca de linternas, cuerdas,


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