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Para salir de la crisis moral
moral, es decir, que toca los comportamientos más íntimos de cada persona.
Es la expresión en vivo de la separación entre el espíritu y la vida y de la consolidación del individualismo y el relativismo como la regla de vida y convivencia. En palabras de antiguos pensadores, es una crisis sobre los valores y principios en que se funda la unidad de la nación chilena. Su expresión máxima fue el intento de una carta fundamental refundacional que pretendió apartarnos de los elementos más esenciales que están en la base de nuestra convivencia nacional y que nacen – se quiera o no – de las enseñanzas de la fe cristiana.
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Las ideologías han sustituido a la realidad. Es decir, se confía plenamente en una determinada forma de pensar, que no tiene en cuenta la realidad y sobre todo la verdad acerca de la persona humana. Como quien vive en un sueño y se imagina que la
Nueva Constitución:
realidad es la que cada uno sueña. Y las cosas no son así. El culmen de esa ideologización extrema ha llegado a ser todo el pensamiento de género que inunda la actividad pública, que es pregonada por las autoridades políticas, y que se introduce en todos los ámbitos de la vida del país e incluso de las confesiones religiosas y de la Iglesia. El Papa Francisco en diversas ocasiones se ha referido a ella. Hace unas semanas señaló: “Hablo porque hay gente un poco ingenua que cree que es el camino del progreso y no distingue lo que es respeto a la diversidad sexual o a diversas opciones sexuales de lo que es ya una antropología del género, que es peligrosísima porque anula las diferencias, y eso anula la humanidad, lo rico de la humanidad, tipo personal, como cultural y social, las diferencias y las tensiones entre las diferencias”. Es el intento de imposición de un pensamiento único, que es falso y que lleva a que cada persona sea lo que