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La Kolumna

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Kuadro De Honor

Kuadro De Honor

Mi primo, con el que compartí mis primeros años de formación musical, me etiquetó en ese reto de Facebook en el que publicas la portada de “20 discos que hayan influido en tu vida”. Sin explicación, añaden las instrucciones. La vida es una sucesión de olvidos. Cada día, olvidamos algo –vaya ironía– nuevo. No habría cabeza en la que, como un disco duro infinito, pudiera almacenar cada momento sin que este desapareciera. Hasta por salud, física y mental, existe el bendito olvido. Nuestro cerebro es al mismo tiempo una bolsa para guardar información que a la vez, se llena de agujeros. Olvidamos nombres, caras, direcciones, números de teléfono, fórmulas matemáticas, reglas ortográficas, ingredientes de recetas, una contraseña, tareas escolares y pendientes de la oficina. Pero volvamos al reto. Para los melómanos, gran parte de nuestros recuerdos están ligados a una canción, un disco o un artista. O, dicho también de otra forma, los gustos musicales suelen anclarse a una memoria en particular. Por eso nos acordamos del aroma de la persona que nos gustaba hace 20 años, la sazón de los frijoles de nuestra abuela, nuestro primer viaje solos, detalles de la biografía de nuestra banda favorita o lo que sentimos cuando el amor de nuestra vida nos rompió el corazón. Así sucede en un macabro episodio de La dimensión desconocida, en el que un sujeto, desesperado por ganar dinero, vende sus recuerdos a una empresa que se dedica a introducirlos en los cerebros de otras personas, que pagan por ellos; y, después, vacío de memorias, compra todo los que están a la mano, transformándose en un receptáculo de experiencias ajenas. De ahí que algunas personas, a medida que crecen, pierden el hábito de escuchar música nueva y se refugian con más frecuencia en aquellos discos o canciones que los hicieron vibrar durante su juventud. De acuerdo con un estudio en el que Deezer encuestó a más de 5,000 personas de varias nacionalidades, se determinó el interés por descubrir música nueva comienza a decrecer alrededor de los 27 años. La edad a la que se mueren las estrellas de rock, curiosamente.

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Para muchas personas, la llegada de la edad adulta representa también el momento de dejar de generar recuerdos emocionantes y emocionales. Resulta mucho más divertido pensar que una canción nos transporta al momento en el que nos enamoramos (en mi caso, me sucede con Don’t look back in anger, de Oasis), que pensar en alguna que sonó incesantemente mientras dejábamos ir nuestra existencia en una oficina.

Pero, además, la cantidad desbordante de música a la que accedemos es directamente proporcional a la facilidad con la que podemos olvidarla. Es tan vasta, que no hay forma de que se guarde en la cabeza. Durante los días de cuarentena, curé –para decirlo de manera arrogante– una playlist en Spotify solo con canciones que vieron la luz durante las semanas de confinamiento. Hasta el momento de escribir estas líneas, llevaba 47 tracks. Pero he de ser sincero: de memoria no me acuerdo de cómo se llama casi ninguna de las canciones o qué nuevo artista las interpretaba. A excepción de las que pertenecían a Gorillaz, The Strokes, Local H o Chvrches, porque son exponentes con los que me relacionado durante más tiempo.

Pero en el caso de otros como Cup o Why Bonnie, a quienes descubrí por obra y gracia del algoritmo, tengo que volver a la playlist para recordar cómo se llaman sus respectivas canciones, “Hideaway” y “Bury me”.

Es muy probable que dentro de unos años me sigan gustando, pero difícilmente recordaré el momento exacto de la cuarentena en que las escuché por primera vez. Porque no tendrán la misma carga emocional que una vieja canción que me transporta a mi primera borrachera o la vez que lloré la muerte de una mascota.

De ahí que hasta el día 3 del reto de Facebook impuesto por mi primo, haya puesto solamente imágenes de discos de antaño, como Confesiones a Manuela, de Los Lagartos (que recuerdo perfecto cantando en la Caribe anaranjada de mi amigo Alberto, en la prepa) o el Images and words, de Dream Theather, que me voló las entrañas cuando

Jorge, mi primo, lo puso por primera vez en el estéreo de su habitación en unas vacaciones de verano. Pero para ejercitar el recuerdo y no únicamente el olvido, hoy prometo colocar en el reto la cubierta de un disco actual, de 2020, para que, dentro de unos años, si sobrevivo, me acuerde de estos días de cuarentena. Sentado en la computadora y descubriendo las que podrían ser las canciones del fin del mundo.

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