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VIDA DESPUÉS DE LA VIDA, SIN PERDER

Caducidad

JORGE CARRILLO ROMERO SAN CRISTÓBAL, ECATEPEC, ESTADO DE MÉXICO

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Hoy rememoré esa canción de Pablo Milanés “¿Cuánto gané?, ¿cuánto perdí?” Y con toda honestidad puedo decir que en mi vida he ganado, tanto, he ganado que aun perdiendo he ganado y ello se traduce en gratitud por todo. Pareciera una contradicción e incluso un acto de presunción, pero créanme he ganado en tantos aspectos que hoy configuran lo que soy.

Claro, las cosas materiales cuentan, pero las enseñanzas, los momentos de apuro, de necesidad, de alegría y tristeza, de fortaleza y desánimo han sido más valiosos que los bienes más deseados. Sin embargo, de esos bienes materiales que recuerdo haber tenido en mi niñez, algunos de los cuales aún conservo y otros que existen en casa de mis padres, debo decir que siguen vigentes ahí. Cargando, representando e irradiando con silencio cómplice, tantas vivencias y memorias que gritan en el inconsciente de mi vida.

Pero ¿por qué es tan común esa frase de “nada es para siempre”? ¿Qué o quién determina la caducidad de las cosas? ¿Quién dicta la vida de estas y se erige como el dios creador y destructor? Creo, que para cada objeto siempre existe la posibilidad infinita de seguir vigente, de no perder caducidad, seguir sirviendo, de seguir luciendo su belleza, su funcionalidad, de su reutilización por muchos años más. Frente a esta posibilidad somos nosotros quienes les podemos dar esa “nueva vida”, de pronto nos apropiamos de ese poder de esa facultad y asumir el título de rey, emperador, juez, quizás de algún tipo de dios, que puede, que se apiada de aquellas cosas que ya están en el “corredor de la muerte y del olvido”; ¡podemos interceder, podemos!

Esa facultad no es simple de ejecutar, se requiere imaginación, creatividad, buscarles un nuevo uso, mucho entusiasmo para que la nueva vida de esas cosas “caducas o moribundas” llenen un vacío, den alegría, decore e irradien, vuelvan a lucir como en sus mejores tiempos, quizá con otra función, otro uso para nuevos ojos y percepciones. Esa facultad de determinar una nueva misión debe estar acompañada del concepto de replantearse, de reinventarse, de reciclarse en un sentido positivo.

Recordemos que “la materia no se destruye sólo se transforma” y depende de ello que el resurgimiento también satisfaga una expectativa o una necesidad.

¿Cuántas veces no hemos hecho eso? Con un pantalón que convertimos en short o en trapos para la limpieza; una llanta de automóvil que convertimos en maceta o en un columpio. En los envases de nuestro helado favorito que después tienen la función de contenedores multiusos; en los cuadros antiguos que nos atrapan, nos enamoran y después colgamos en la estancia de nuestros hogares; de aquellas piedras, pedazos de tronco que motivamos y creamos obras de arte…

Y así tantos y tantos ejemplos con los que escribiríamos libros enteros, porque pienso que las cosas, en su utilidad desbordan belleza, aunque a la vista muchas veces no cumpla con estándares de estética, color o tamaño; sin embargo, esa falta de belleza en apariencia se compensa con creces con la utilidad que ofrece.

Lo anterior, se puede equiparar, guardando las debidas proporciones, con nosotros los humanos; siempre es posible reinventarse cuando suponemos que perdemos caducidad, cuando nuestro presente y futuro se torna obscuro, estancado, sin esperanza de resurgir… Cada uno tenemos un tiempo y un espacio determinado en esta vida terrenal y paradójicamente, las cosas que llegamos a crear llegan a “vivir” mucho más tiempo que nosotros; pero aquí surge lo más valioso de todo, que como reza la frase “por nuestras obras seremos recordados” y es cuando la caducidad y la muerte juegan un papel fundamental en la forma y la temporalidad en la que seguiremos “viviendo” en el recuerdo de quienes nos conocieron.

La Obsolescencia Nos Motiva A

Seguir Viviendo

MARÍA DE LA LUZ CARRILLO ROMERO TECÁMAC, ESTADO DE MÉXICO

Huel ontlani intex in teyollo

(Se acaban los rostros de la gente, los corazones de la gente)

Frase nahúalt

Desde la antigüedad la pretensión de los seres humanos ha sido permanecer vivos muchos años, vivir eternamente sin que la mácula del tiempo cubra nuestro cuerpo. Por tal motivo, se han inventado las divinidades, entes privilegiados e inmutables. ¡Quién como los dioses eternos! En cada sociedad su presencia perenne alimenta el imaginario popular, genera arquetipos a seguir. Sin embargo, la realidad rebasa todo ideal, todo sueño. Somos mortales, entes de un momento y cuando lo reconocemos, nos invade la melancolía, pero también el sentimiento de aceptación humilde y sencilla como lo reflejó en su poética el gran Nezahualcóyotl cuando expresa en su poesía:

Gran verdad encierra estos versos, la transitoriedad de la humanidad en todas las épocas, sin embargo, se puede dejar en nuestro andar algo valioso, tal vez un recuerdo en alguien que sin querer se cruzó en nuestra ruta y conectó con algo de nuestra humanidad. Creo, que esto nos motiva a seguir viviendo, sabiendo de antemano nuestro fin.

Desde el momento en que salimos del vientre materno, la mariposa de la caducidad se posa levemente, suave, casi imperceptible sobre nuestra cabeza. No la vemos, ni su figura perturba nuestro camino, es tan ligera como la propia levedad de la vida. Sólo con el transcurrir de los años intuimos que vamos hacia el final de algo, de una meta no planeada voluntariamente, pero, inefable.

Los propios filósofos han enfrentado las mismas interrogantes: ¿qué somos y a dónde vamos? Todos los seres humanos son mortales: María es humana, entonces es mortal, caduca, finita, limitada... empero, nos resistimos al final inventando otras historias, narramos posibles vidas, futuras sorpresas que como traviesas olas se las lleva el mar.

Por tal razón pienso que, si finiquitamos, por nuestro propio origen por nuestro peso tan humano y verdadero, no importa seguir bordando en el imaginario social que la caducidad nos motiva e inspira a continuar viviendo y creando historias.

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