Las Palabras de
en el Evangelio
Suplemento Especial
L
a primera palabra de María, reportada por san Lucas, es una afirmación de pureza y al mismo tiempo de prudencia hecha al ángel que le anunciaba la maternidad divina. En Palestina la primavera transcurre rápidamente después de un fuerte verano bajo un cielo de azul intenso. Aquel día, en Palestina era un día como los otros. Con la indiferencia general de los hombres aconteció el hecho más divino de la historia del mundo. Por un mandato de Dios, el ángel Gabriel lleva a Nazaret, el más desconcertante de los mensajes. En una casa pobre , una joven rezaba, absorta en Dios. Había siempre deseado y defendido con esmerada solicitud el silencio, la quietud y el recogimiento para conservarse en la infinita presencia y en la contemplación del Altísimo. El mensajero celestial la saluda: «Ave llena de gracia. El Señor está contigo» Pocas palabras: limpias como destellos de luz, ilimitadas en su sencillez. Su eco subía de los pergaminos sagrados donde estaban escritas las predicciones de los profetas, y al oído de María, aquellas palabras sonaron llenas de misterio, y sin embargo no del todo nuevas para su mente embebida de los oráculos bíblicos. «Llena de gracia» quería decir en los antiguos libros sagrados revestida de todos los dones del cielo; «El Señor está contigo» quería indicar una unión especial entre el Altísimo y la joven Nazarena, un pacto singular de amor entre el Creador y la criatura. Con estas palabras María se turbó. Ella era la criatura más pobre y más humilde: ¿cómo el Señor podía bajar hasta ella? ¿cómo el arcángel podía encontrarla más grande entre todas las mujeres?. En su humildad, la joven se turbó y tembló. Si se hubiese enorgullecido, Dios hubiera buscado en otra parte su Madre. «María -exclama san Bernardo-agradó a Dios por su virginidad; pero llegó a ser Madre de El por su humildad» «Virginitate placuit, humilitate concepit» Gabriel la vio temblar como un junco en la brisa mañanera, y le explicó «No temas María, porque has hallado gracia delante de Dios. Vas a concebir en el
seno y vas a dar a luz un Hijo, a quién pondrás por nombre Jesús, será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob y su reino no tendrá fin» Sumergida en esta fulguración del misterio, María, sola, entre Dios por un lado y la humanidad por otro, comprendió qué quería decir todo eso: Ella sería la Madre del Mesías prometido y esperado. Pero ¿cómo podía ser esto, si ella, precisamente Ella, no sería nunca madre, pues había consagrado a Dios su virginidad?¿cómo podía precisamente Ella, que había renunciado para siempre a la ambición de cada joven hebrea de poder llegar a ser la Madre del Mesías, ser escogida entre todas para aquella altísima dignidad? La Virgen ¿«Cómo será esto, pues no conozco varón» preguntó. Estas son las primeras palabras que el Evangelio pone en labios de la Virgen. María a la propuesta divina del ángel, responde con una pregunta ¿«cómo será esto»?
Pero en esta pregunta jamás se podría buscar un indicio de desconfianza, de duda, de incredulidad. Ella no pide una señal, como hizo Zacarías con el ángel que le anunciaba la maternidad de su esposa anciana. «Similis vox, dissimilis cor» dice san Agustín, iguales palabras pero corazón distinto. Las palabras iguales pero el corazón distinto de María acepta sin más el misterio anunciado por el ángel. Cree. Isabel, iluminada por el Espíritu Santo, exaltará la fe de María «¡Feliz tú que has creído que se cumplirán las cosas que te fueron dichas de parte de Dios! » En la siguiente afirmación: «No conozco varón», el «conocimiento» es un euforismo bíblico común para señalar castamente la unión conyugal. Si luego pensamos en la época del anuncio, María estaba ya desposada -como dice el Evangelio- con un hombre llamado José, su respuesta decidida al anuncio angélico no puede tener otro significado razonable si no es este:«¿cómo sucederá esto si yo soy virgen y estoy decidida a permanecer así también en el matrimonio? ». Los antiguos Padres de la Iglesia han visto constantemente en las palabras de María la manifestación de su firme propósito y explícito voto de conservar intacta, también en el matrimonio, su virginidad. La primera palabra de María es pues una palabra de espléndida y olorosa pureza. Una palabra que ninguna mujer había pronunciado jamás. Ni el mundo hebreo, ni el mundo pagano habían conocido la virginidad perpetua.
Roma quería tener seis vestales, es decir seis muchachas que se comprometieran a quedar vírgenes, para custodiar el fuego sagrado de la diosa Vesta. Para animarlas a hacer esta renuncia al matrimonio, Roma les concedía privilegios inauditos: Los Lictores debían inclinar las fasces delante de ellas; los Cónsules debían ceder el paso; Los Jueces no podían discutir sus declaraciones; Los Verdugos indultaban a aquellos culpables para quienes ellas pedían la gracia. Sin embargo -cosa extraña- entre 200 millones de súbditos, Roma no halló nunca seis vestales voluntarias, sino que tuvo que reclutarlas por la fuerza y mantenerlas bajo férrea custodia. Las vírgenes Pero vino María, la Purísima, la Inmaculada, la toda santa, la virgen de las vírgenes, y detrás de Ella una multitud innumerable de vírgenes: Inés, Cecilia, Águeda, Lucía, Anastasia y muchas más. La Virgen Inmaculada con su encanto sobrenatural de su espléndida belleza suscitó legiones de almas vírgenes y puras en toda condición de vida: en el claustro como en el mundo, en el celibato, como también en el matrimonio y en la viudez. Pío XII publicó una Carta Encíclica sobre la esencia y los valores de la virginidad cristiana. La Virginidad es la renuncia de todas las satisfacciones de los sentidos, incluidos los gozos lícitos del matrimonio y de la familia, es la total y definitiva consagración de si mismo (alma y cuerpo) a Dios amado, como el único esposo celestial de su alma. No es por lo tanto solo separación y soledad, no negación del amor; sino un desposorio místico e indisoluble del alma con Cristo con una fidelidad amorosa y recíproca. Es un milagro del amor, es el amor hacia Dios llevado a su extrema coherencia. Por eso san Juan Evangelista (Ap.14,3-4) afirma que en el cielo las vírgenes «cantan un nuevo cántico que nadie puede cantar y siguen de cerca al Cordero dondequiera que vaya» Aún en la tierra la persona virgen es ciudadano del cielo. Aún siendo polvo(hombre) es ya resplandor. Virtud bella, virtud fuerte, virtud amada por Dios, virtud de María por excelencia, la virginidad es indispensable para cada cristiano y es el adorno más precioso del alma. Consagremos a María el tesoro preciosísimo de nuestra pureza. Pidamos a la Virgen purísima que nos enamoremos de esta virtud y que nos arrastre a todos detrás de Ella, sobre sus huellas, en la estela de su inmaculada pureza.
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e ha dicho que toda la vida de cada hombre depende de algún « si », pronunciado en su juventud. Así fue para María. Su segunda palabra referida en el Evangelio es un « si » humilde y generoso a la divina propuesta que le había hecho el ángel. Y por ese « si » Ella fue Madre de Dios y Madre de los hombres, Corredentora del género humano. Al ángel le había hecho una pregunta llena de pureza virginal: ¿cómo será esto si yo no conozco varón, es decir: si yo he renunciado a todo amor puramente humano?. Y Gabriel da plena satisfacción a la pregunta de María, anunciándole el prodigio profetizado desde hace tantos siglos: la maternidad divina en la virginidad humana. Con delicadeza y elegancia, usando un lenguaje exquisitamente sagrado, él le revela que ningún amor de hombre, sino solo el Amor personal que existe en Dios, es decir el Espíritu Santo, la haría Madre de Dios: «Es el Espíritu Santo que bajará sobre ti y es la potencia del Altísimo que te cubrirá con su sombra. Por eso el niño que nacerá de ti será llamado Hijo de Dios ». Esto era inmensamente claro, como era inmensamente misterioso. María muchacha pobre, fue tomada como esposa del Altísimo: Esposa del Espíritu de Dios. ¿Cuáles pensamientos, cuales emociones ocuparon el ánimo de la Virgen frente a ésta elección divina?. El cielo se inclina sobre Ella, Dios se hace su Esposo, el creador se hace su Hijo. Si la gracia no la hubiese sostenido, se hubiese desmoronado bajo el peso inmenso de semejante revelación, de tanta dignidad y responsabilidad. Sobre su confusión atónita e implorante el ángel siguió derramando sus palabras persuasivas y suplicantes, precisándole circunstancias milagrosas como signo y confirmación del cielo: «Mira, tu parienta Isabel, también ha concebido un hijo en su vejez...porque para Dios nada es imposible» . Y la voz del cielo se calló. Y el cielo y la tierra esperaron la respuesta de María; y Dios esperó el consenso de la mujer escogida como su Esposa, como
su Madre; los ángeles esperaron ansiosos el « si » del cual habrían tenido una Reina; Adán y Eva esperaron la respuesta que habría reparado su desobediencia; los hombres esperaron la palabra, desde la cual habría tenido comienzo su salvación. Jamás un instante fue mas solemne, más grave, más fatal, en el marco de la historia humana. El cielo y la tierra, Dios, los ángeles y los hombres, los siglos y la eternidad estaban inclinados sobre la joven de Nazaret en espera de su respuesta. Y la respuesta vino: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra ». Era el consentimiento simple y explícito; el consentimiento que deshacía el drama del cielo con la tierra, que daba a Dios una Madre y a los hombres la Redención prometida. El ángel recogió la respuesta de María y la llevó al cielo para hacer estremecer de felicidad al paraíso; y también nosotros la recogemos para depositarla y conservarla en el corazón como luz y fortaleza para nuestra vida. «He aquí la esclava del Señor » Con esta expresión típicamente hebrea que significa ponerse totalmente a la voluntad de otro, María se declara esclava del Señor. Esclava: la palabra griega usada por san Lucas indica una condición inferior a la de sierva propiamente dicha . La esclava está simple y totalmente sometida y no tiene motivo de discutir o de oponerse a que se cumpla total y sin contraste la voluntad del Señor. «Ahí tienes a tu esclava en tus manos; haz con ella como te parezca»(Gen 16,6) . La esclava no es y no tiene nada que no esté a completa disposición de su amo. Precisamente en el momento en el cual sabe que es elegida como Madre de Dios, María se declara entonces su esclava, ahora es verdaderamente «humilde y la más alta de todas las criaturas», es decir hace una profesión de humildad, de subordinación y de obediencia absoluta, sin reservas, restricciones, ni evasivas. De este acto de total sumisión en la segunda Eva germinó la redención y la salvación de la humanidad, como de la rebelión de la primera Eva había brotado la perdición y la ruina.
Dios es el Señor Que a nadie le parezca humillante o vergonzoso poner el propio ser y la propia vida a la total disposición de Dios, porque servir a Dios es reinar. Dios es el «Señor», el Dueño supremo de todo y de todos: todo absolutamente todo lo que somos, lo que tenemos, lo que podemos, lo que hacemos, todo hasta el último fragmento de nuestra realidad y existencia , todo sin excepción, viene de Dios, es de Dios, es para Dios; por lo tanto todo en nosotros debe estar a su completa disposición. Servidumbre inevitable, obligada, pero no humillada. El hombre nunca es tan ridículo, como cuando se cree disponer de sí mismo, sin tener en cuenta la voluntad de Dios. Emanciparse de Dios quiere decir hacerse esclavo de su propio orgullo, de sus sentidos de las criaturas. Servir a Dios es sentirse verdaderamente libres. Jesús dijo: «La verdad los hará libres...Si el Hijo les da la libertad, serán realmente libres» y San Pablo: «Donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad» . Servir a Dios es la única verdadera felicidad del hombre:«en su voluntad está nuestra paz» (Dante) : la felicidad de saberse todo y completamente de Dios, de sentirse totalmente de acuerdo con su voluntad, de saber esperar de El toda ayuda y todo bien. Fuera del orden querido por Dios, el hombre es como un miembro dislocado y dolorido. La única postura lícita y pacificadora en cada acontecimiento pequeño o grande de la vida es abandonarse confiadamente a la voluntad de Dios y repetir: «Ecce ancilla Domini». Heme aquí Señor, estoy a tu disposición. La respuesta de María comprende una segunda parte : «Fiat mihi secundum verbum tuum». Hágase en mí según tu palabra. Tres son los grandes «fiat »(hágase) pronunciados en la historia de Dios y del hombre, los tres igualmente solemnes, decisivos,llenos de incalculables consecuencias. Hace miles de millones de años, la Omnipotencia creadora de Dios pronunció el poderoso « fiat »(fiat lux) que desde el abismo de la nada trajo a la existencia la materia exuberante de vida, y con la materia un mar de luz y de radiaciones: y fue la creación del mundo. En la plenitud de los tiempos, la humildad de una
adolescente hebrea, pronunció el esperado « fiat » a la propuesta divina del ángel, y fue la Encarnación del Verbo. Treinta y tres años después, Jesús agonizante en la soledad del Getsemaní, pronunció el heroico «fiat» Padre hágase tu voluntad con el cual aceptaba la pasión y la muerte en cruz y fue la redención de la humanidad. El «fiat» de la Madre de Nazaret tiene un sonido que misteriosamente lo acerca al « fiat » del Hijo de Getsemaní. En Nazaret con su «fiat» María se comprometió a una total colaboración con el plan redentor de Dios, que comenzaba con la Encarnación pero se concluiría en la Pasión. En efecto, María por la antiguas profecías sabía muy bien que el Mesías había de ser el hombre de los dolores, condenado, desfigurado, y devastado por el martirio y ajusticiado como un malhechor e n t r e l o s atroces tormentos. Con su « fiat » pues, Ella aceptó ser la Madre del Traicionado, del C o n d e n a d o , d e l Crucificado; aceptó ser la Dolorosa y la Corredentora, íntimamente asociada a todos los espasmos y humillaciones del Redentor. De tal forma que en Nazaret se inició el Calvario de María ; y se concluyó bajo la cruz del Hijo moribundo. Pronunciando ese « fiat », la frágil joven fue la criatura más fuerte de la historia de todos los siglos, ejemplo sublime de cómo cada persona debe responder a la llamada de Dios, a las invitaciones de la gracia, a las inspiraciones del Espíritu Santo, a la voluntad de Dios manifestada en los acontecimientos de la vida. Recordémoslo: Jesús dijo: « No quien dice: ¡Señor, Señor! entrará en el reino de los cielos; sino sólo quien hace la voluntad del Padre mío que que está en los cielos! » También si cuesta, sobre todo cuando cuesta. La palabra más hermosa que en cada acontecimiento alegre o triste de la vida podemos dirigir a Dios es: «fiat »: sí Padre ¡Heme aquí: como tú quieres!.
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a tercera palabra que el Evangelio pone en los labios de María ya no es, como las precedentes, un período breve, una indicación rápida, sino una espontánea, irresistible expresión de alegría, un himno armonioso y conmovedor al poder y misericordia de su Dios: el Magnificat. La noticia de la maternidad próxima de su prima la anciana Isabel fue para María una invitación a ir donde ella para asistirla y ayudarla. Llevando una canasta con un poco de pan para el viaje y tal vez algún regalo para los parientes, se unió a una de las caravanas que se movían hacia Jerusalén para la Pascua. Era un largo viaje: Ella lo llevó a cabo con la fortaleza serena del inocente confiado en Dios. Y a Dios Ella lo llevaba en su seno; era la bendita entre las mujeres; pero la conciencia de esta dignidad no afectó ni un instante su humildad tranquila: se consideraba al servicio de todos. La alegría de ser útil le aceleraba el paso en el viaje difícil:«caminaba de prisa» recuerda el evangelista Lucas. Durante el viaje a través de la llanura de Esdrelón , las montañas de Samaría , el territorio de Judea, delante de sus ojos se fueron sucediendo lugares célebres en la historia de su pueblo, cuyos nombres le recordaban los acontecimientos y las prodigiosas intervenciones divinas, que habían marcado el camino de Israel y de la humanidad al encuentro del Mesías. Al encuentro de su Hijo. Cuando en el silencio de la casa de Isabel resonó la voz de María, la prima, iluminada por el Espíritu Santo, en nombre de las generaciones futuras, exclamó con gran voz:«Dios te ha bendecido más que a todas las mujeres, y bendito es el niño que tendrás.... Bendita tú que has creído en el Señor ». Y María entonó un canto de alabanza, cuyo eco no se ha apagado ni en la tierra ni en el cielo.« Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán Bienaventurada, porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, santo es su nombre ». Humildad, agradecimiento, alabanza son los sentimientos que se enlazan en este himno que toca vértices de sagrado lirismo. Es característica de los Semitas la facultad de improvisar cantos en circunstancias particulares. La poesía hebrea no tiene leyes rígidas o
complicadas, que puedan llegar a apagar la inspiración o hacer difícil la improvisación. Además las mujeres hebreas tenían gran facilidad y aptitudes particulares para s e m e j a n t e s improvisaciones líricas. Célebres en la Escritura son los ejemplos antiguos de Ana para celebrar el nacimiento de su hijo Samuel, de la profetisa Débora por una gran victoria militar y de Judit para la victoria sobre Holofernes ejemplos conocidos ciertamente por María, que encuentran cotejo con lo que sucede aún hoy entre las tribus árabes. Pero el Magnificat no fue una simple improvisación, sino más bien el fruto de muchos días de meditación, de contemplación, de oración, de silencio. El motivo fundamental de esta sinfonías es ciertamente la alabanza del poder y misericordia de Dios. La gran revolución de Dios Mientras canta la grandeza de Dios, María ve su propia bajeza elevada hasta los confines mismos de la divinidad, y anuncia la gran revolución realizada por Dios: « Dispersó a los soberbios en su propio corazón. Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los
humildes. A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos sin nada ». Insistente es el contraste entre alabanza y humildad, entre grandeza y bajeza, entre pequeñez exaltada y orgullo reprimido, entre hambre saciada y saciedad hambrienta. María halla en sí misma solo bajeza de esclava: pero su humildad no le impide recordar que el brazo poderoso de Dios ha hecho en Ella cosas grandes. ¿Se podía imaginar una predicción más inverosímil que ésta?. Una adolescente ni siquiera de 15 años, desprovista de bienes de fortuna y de todo otro título social, desconocida entre sus compatriotas y residente en un pueblecito desconocido, proclama con total certeza que la llamarán bienaventurada todas las generaciones. Han pasado veinte siglos y la comparación entre la predicción y la realidad se puede hacer. La historia tiene los medios para evaluar si María predijo lo justo y si realmente la humanidad hoy la exalta más que a Herodes el Grande, entonces árbitro del mundo. El Magnificat es la expresión más completa del alma de María y nos revela los secretos de su mente y corazón.
El gozo de alabar a Dios Pocos saben, en la vida del espíritu, saborear el puro gozo de alabar a Dios. Muchos conciben la oración solamente como una petición de favores a menudo limitados al breve horizonte terreno. La finalidad del hombre es la de cantar « el gozo de aquel que todo mueve ». El hombre ha sido hecho para ser una alabanza viviente en la gloria y en la gracia divina, para exaltar su omnipotencia, su misericordia, su amor que todo ha creado y rige para su gloria. Los seres sin inteligencia, como los árboles, los animales, los minerales...cantan la gloria de Dios como pueden, Las estrellas entretejen sus danzas, las plantas ofrecen sus flores maravillosas, las aves cantan sobre la rama. Pero es una gloria ciega, material, casi obligada. Sólo desde el ser inteligente y libre Dios puede tener la plena y verdadera gloria: en efecto el hombre es creado para ofrecer a Dios el homenaje de todas las criaturas, haciéndose voz de la admirable sinfonía que sube del universo. Es el sacerdote de la gloria de Dios en el gran templo de la creación: es la voz de todas las cosas; es el embajador que habla a Dios y lo alaba en nombre de todas las criaturas. Nuestra actitud debe ser la de la Virgen, actitud sacrificante y sacerdotal: de pié frente a Dios, brazos, corazón elevados en ofrecimiento y alabanza, en el perenne canto de nuestro Magnificat, que iniciado aquí abajo continuará para siempre en la eternidad: « Mi alma engrandece al Señor ». La vida de un cristiano debe ser de un ininterrumpido cántico de alabanza a Dios; canto hecho de acciones más que de palabras. Como la vela se derrite lentamente sobre el altar para el culto de Dios; como la lámpara arde día y noche al lado de la presencia eucarística de Cristo así la vida del cristiano debe consumirse para la mayor gloria de Dios. San Pablo nos recuerda: «Todo lo que haces, ya sea comiendo o bebiendo, sea haciendo cualquiera otra acción, háganlo todo para la gloria de Dios; es decir ofreciéndoselo a El en unión con el divino sacrificio del altar: como adoración, agradecimiento, reparación y ofrecimiento ».
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e los treinta años que María vivió al lado de Jesús en la casita de Nazaret, los Evangelios nos han transmitido tan sólo una palabra salida de sus labios, la cuarta de las que conocemos, y sin duda la más angustiosa. La Sagrada Familia hizo también ese año su peregrinación a Jerusalén para la Pascua, como era costumbre de cada buen israelita. Todo marchó bien, tanto en la ida como durante la estancia en la ciudad, pero al regreso, en la primera parada, después de un día de camino, María y José se dieron cuenta de que el muchacho no estaba, hasta ese momento ellos habían pensado que Jesús, -ya con doce años-, se encontraba con parientes o amigos en algún grupo de la caravana. Pero ya estaba terminando el día, todas las familias se habían reunido para cenar y dormir. Todos los niños estaban con su familia. Sólo faltaba Jesús. María buscó entre los grupos que gritaban. Preguntó a los parientes y a los conocidos, y por cada respuesta negativa, su afán se hacía más angustioso. La noche agigantó la angustia. La vieron alejarse a pasos rápidos por el camino de regreso hacia la ciudad santa, llenando de sollozos la oscuridad de la noche, y lanzando a ratos un grito de llamada, más doloroso y angustioso que un gemido: ¡Jesús, Jesús!. Si cada alma que ha perdido a Jesús en la noche del pecado o lo ha perdido en el atardecer de la tibieza, y ya no lo siente más a su lado en la oscuridad de la prueba, de la tentación, de la aridez, lo buscase con tanta solicitud y lo invocase con igual pasión: que rápido lo encontraría. En la búsqueda del niño perdido Al amanecer, José y María extenuados por el camino recorrido, por el sueño perdido, se encontraron en Jerusalén. Pero Jerusalén era una ciudad repleta de peregrinos: y en aquel laberinto, averiguaron de puerta en puerta, entre los conocidos, en todos los lugares donde podría haber llegado Jesús. Durante dos largos, interminables, y dolorosísimos días.
Al tercer día, mientras desolados daban vueltas por las intrincadas cercanía del Templo, resplandeciente de mármoles y rebosante de personas, entraron amontonados intencionalmente o empujados por la muchedumbre en una de las numerosas aulas dentro del recinto del templo. En medio de un círculo de maestros atónitos, el divino adolescente, escuchaba, preguntaba, respondía con gracia e inteligencia maravillosa. María mira con infinita ternura, a través del velo de las lágrimas, a su Jesús en actitud de discípulo y de Maestro. Se le acerca y con voz temblorosa por la conmoción y el reciente afán, le dice: «Hijo,¿por qué nos has hecho esto ¿ Mira, tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando ».
Haría falta haber escuchado estas palabras de los mismos labios de María para poder percibir, en el sonido, el verdadero valor. El grito de un corazón materno no puede estar sujeto a un frío análisis. Vibra en la breve expresión, no la amargura de una acusación o la aspereza de una condena, sino una dolorosa maravilla, una queja amorosa, un suave regaño, que era una expresión afligida del amor hecho celoso por la pena. «Hijo, ¿Por qué nos has hecho esto»?. Cuantas veces la Virgen dirige a nosotros, cuando nos alejamos por las vías del pecado, cuando rechazamos a su Jesús, cuando la entristecemos a ella, nuestra Madre, las mismas palabras: «Hijo,¿Por qué nos has hecho esto ?». Una respuesta desconcertante Pero escuchemos la respuesta de Jesús a la amorosa queja de la Virgen: una respuesta desconcertante, oscura, que ciertamente condensó en el corazón de la madre una nube de triste presagio: «¿Por qué me buscabas?« «No sabías que yo debía estar en las cosas de miPadre ». Si la pregunta de María expresa los derechos de una
madre sobre su criatura, la respuesta de Jesús marca un limite a estos derechos maternos. Jesús apasionadamente ligado a su madre, reivindica sin embargo una absoluta independencia cuando se trata de cumplir la voluntad del Padre, que lo ha enviado a salvar al mundo, y consecuentemente pide a su Madre la más dolorosa y heroica de las renuncias: la renuncia de la sangre, del afecto humano, en homenaje a la misión divina. María debía donar y sacrificar todo: también el amor y los derechos de madre, por amor a la misión del Hijo, por respeto a los derechos del Padre. Los derechos del Padre Celestial venían antes que los derechos de la madre terrena. María comprendió que el Calvario se estaba acercando, y una vez más agachó la cabeza y aceptó. La respuesta de Jesús es desconcertante y oscura; un día llegaría a ser clara en uno de sus discursos a los discípulos. Dijo: «No piensen que he venido a traer la paz a la tierra. No he venido a traer paz , sino espada. Si, he venido a enfrentar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con su suegra, y sus propios familiares serán los enemigos de cada cual. El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí» Pocas otras afirmaciones del Evangelio son tan enérgicas y cortantes, pero lógicas. En caso de conflicto entre derechos, los derechos de Dios prevalecen sobre los derechos de los hombres: aunque el corazón sangre. Una de las leyes más fundamentales de la vida cristiana perfecta es la ley de la renuncia a todo aquello que puede obstaculizar, impedir, comprometer el pleno triunfo del amor de Dios y el perfecto cumplimiento de su voluntad. Si uno no renuncia a todo lo que se interpone entre su alma y Dios, no es discípulo de Cristo, aunque se tratara de su misma vida. Esto María lo comprendió en el breve coloquio con Jesús encontrado en el templo; esto fue norma constante de su vida, hasta el Calvario, hasta la Cruz de su Jesús. Bajemos un instante en las profundidades de nuestra alma: ¿ Cuál es el obstáculo que más impide en nosotros la expansión del Reino de Dios? Aunque fuese la cosa más querida, seamos fuertes. «Si tu ojo te es de obstáculo, arráncalo y tíralo lejos..... «Si tu mano derecha te es de tropiezo, córtala y arrójala lejos...» ¡El Reino de los cielos exige la renuncia: y es premio de los que saben sacrificarse!
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as últimas palabras que el Evangelio pone en los labios de María fueron pronunciadas en las bodas de Caná y constituyen la solemne inauguración de la obra taumatúrgica de Jesús. Se trataba probablemente de parientes y por lo tanto entre los convidados a las bodas estaban también María y Jesús, que para honrar la alegría de los esposos, no desdeñaron sentarse con ellos en la mesa, sin falsos retraimientos, sin apartante austeridad. Magnífica lección para los que ven en cada sonrisa una inmodestia, en cada risotada una intemperancia, en cada alegría un pecado. Jesús y María santificaron y casi divinizaron, aquel día, el amor puro, la alegría serena y digna, la diversión honesta y moderada. La sencillez, la facilidad, la condescendencia hacia el prójimo: estas son las virtudes que refulgieron en María; virtudes humildes, desapercibidas, discretas; virtudes que forman parte del diario vivir , sin firmas y sin ribetes. En el medio del banquete María, con su mirada vigilante y buena se da cuenta que está por acabarse el
vino; elemento esencial de la fiesta. Solamente este darse cuenta, ¡cuantas cosas nos revela del ánimo de María: no es de todos el saber ver, entender, comprender la situación del prójimo!. La comprensión: Esta es la segunda lección que aprendemos de este pasaje del Evangelio. María se da cuenta y comprende el apuro y la humillación en la que se hallarían los jóvenes esposos, si los comensales se hubiesen dado cuenta del asunto: pasaría a ser la comidilla del pueblo, y una sombra hubiese siempre oscurecido el recuerdo del día más hermoso de su vida ¿qué hacer ?¿callar y dejar pasar? Decir: ¿no me toca a mi ¿María nunca dirá esta palabra, Ella que toda miseria ajena la siente y sufre como suya. La compasión, el saber sentir y padecer los sufrimientos del prójimo, es otro de los aspectos característicos del ánimo de María y otra lección para nosotros. Se vuelve a Jesús que está sentado a su lado y acariciándolo con su mirada materna, le dice: «No tienen vino ».
¡ «No tienen vino» ! tan sólo tres palabras, pero ¡qué maravilla de oración!. De esas tres palabras se transparenta todo el ánimo de María; se transparenta su limpidísima fe en la omnipotencia de Jesús; se transparenta su confianza ilimitada en la bondad de su hijo; se transparenta su encantadora sencillez y sobriedad en el hablar y en la misma oración; se transparenta sobretodo la solicitud compasiva y materna, a favor de quien sufre y de quien no tiene. Las tres palabras expresan una pena, manifiestan un deseo, piden aunque en el modo más delicado y discreto un milagro. La Virgen conoce demasiado bien a su Hijo para insistir en la petición. La respuesta de Jesús puede parecer, también esta vez, áspera y apartante, y ha hecho derramar a los intérpretes ríos de tinta. La frase, típicamente semítica, traducida en nuestro idioma, suena así: « ¿ y qué podemos hacer tú y yo? Todavía no ha llegado mi hora », es decir la hora de comenzar a hacer milagros. La hora de los milagros en el plano de la economía divina aún no había llegado: Jesús no había oficialmente comenzado su actividad de taumaturgo. ¿Por qué pues su Madre le pedía un milagro?
ella la primera en lanzarlo al ministerio público, a conseguirle los primeros creyentes. A través de sus manos, pues, han llegado a los hombres los mejores dones del Padre Celestial y de su Hijo encarnado. Como en Caná Ella sentada cerca del Hijo, impetró de El ese insigne prodigio, así en el cielo se sienta Reina al lado del trono del Rey su Hijo, como Mediadora, Auxiliadora y Abogada nuestra delante de El. Y como la voz de María fue, aquel día, omnipotente sobre el corazón del Hijo, así aquella misma voz en el cielo continúa hablándole de nuestras necesidades del alma y del cuerpo, del tiempo y de la eternidad. Voz insinuante y humilde, pero irresistible, a la cual Dios nada puede negar. Aquello que Dios puede con el mando, María lo puede con la plegaria. La Omnipotencia de Dios confiada al corazón mismo de nuestra Madre. ¿Que puede haber más consolante para nuestra miseria y nuestra indigencia?
La certeza de una madre Las palabras de Jesús eran oscuras en sí, y a nosotros hoy nos parecen un cortés rechazo a la petición materna: pero la Virgen, para entenderlas en su verdadero sentido, tuvo a disposición algo que nosotros no tenemos: el tono de la voz viva, el gesto vivo, la mirada viva, tal vez la sonrisa viva, y el acento vivo de la voz de Jesús, que en el fondo de la severidad dejaba entrever una invitación a la confianza. Y María, con la certeza y la audacia que tan sólo a una madre son permitidas, serenamente dijo a los siervos: «Hagan lo que el les diga » . Sabía que el hijo la iba a complacer, sabía que por ella iba a anticipar la hora aún no llegada de los milagros, sabía que era todopoderosa sobre el corazón de EL. Y Jesús hizo el milagro, transformando en vino el agua de las ánforas: es decir obedeció a la Madre, a ésta todo amor, que repetidas veces, desde aquel día, había de hacer dulce violencia al querer del mismo Dios, apresurando la intervención. Y -concluye el Evangelista- fue éste el primer milagro de Jesús por el cual se manifestó su mesianidad y por el cual los discípulos creyeron en El. Así María provocó la primera glorificación mesiánica y esta primera adhesión de conciencia, abriendo, así, el cielo a la misión pública de Jesús, mejor apresurándolo sobre la hora asignada por la Providencia. Como había sido María la primera en donarlo a la humanidad, en presentarlo recién nacido a los primeros Judíos y a los Gentiles que fueron a adorarle: así fue
Madre de los abandonados Nos viene a la mente las palabras sugestivas de Víctor Hugo. «La Madre: por poco que yo sea tengo una madre. ¿Saben lo que significa tener una madre?¿tienen ustedes una? ¿saben lo que significa ser hijo pobre, débil, desnudo, miserable, hambriento, solo en el mundo, y sentir que tenemos cerca de nosotros y sobre ustedes una mamá que camina cuando ustedes caminan, se detiene, cuando se detienen; sonríe, cuando ustedes lloran.... No, aún no se sabe qué es una madre ¡es un Angel, que los mira, que los enseña a hablar, que los enseña a leer, que los enseña a amar. Que calienta sus dedos entre sus manos, su cuerpo sobre sus rodillas, su alma en su corazón .Que les da su leche cuando son pequeños, su pan cuando son grandes, su vida siempre. A quien ustedes le dicen: ¡mamá! Y que les responde: ¡hijo! En una forma tan dulce, que estas dos palabras alegran a Dios» Si el corazón de una madre cualquiera es un abismo de indulgencia y de bondad ¿ que será el de María? No se necesita ningún título especial para poderse presentar a Ella; por otra parte el título más eficaz es la miseria y la indigencia de los hijos. A Ella nadie nunca acude en balde. A Ella, Madre de misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra, sube confiada nuestra oración y nuestra súplica.
A Ella acudimos los desterrados hijos de Eva, gimiendo y llorando en este valle de lágrimas, a Ella suspiramos para que vuelva a nosotros esos sus ojos misericordiosos y nos muestre después de este destierro a Jesús, el fruto bendito de su vientre. ¡ Así sea !.