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Máskara: Año 3, Número 13, Julio 2022
Sueños de opio
Aland Bisso Andrade
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Médico Internista
(Fragmento de “Sueños de opio”, valse de Felipe Pinglo Alva)
Aun cuando el consumo de opio fue popular en Lima a inicios del siglo XX, – producto de una masiva migración de chinos al Perú–, no sabemos si Felipe Pinglo (1899-1936) tuvo que fumar opio para inspirarse y componer su hermoso valse “Sueños de opio”. En todo caso, si así hubiese ocurrido, ello no le resta un ápice a su genio creador. Lo mismo puede pensarse del británico Lewis Caroll (1832-1898) y su novela “Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas”. Charles Dodgson (verdadero nombre de Caroll), vivió una época en la que el láudano (tintura extraída del opio) se administraba sin control alguno a pacientes de toda edad para paliar dolores de cualquier índole, detener la diarrea, eliminar la tos y controlar a los ansiosos.
La historia registra rumores acerca del beneficio que el láudano le dio a Caroll para controlar su tartamudez y epilepsia, pero la fantasía popular también es capaz (y me incluyo) de lanzar la hipótesis que una buena parte del mundo fantástico que describe en su novela pudo haberse realizado con elementos surgidos de una experiencia alucinógena o de algún sueño profundo y retorcido, luego de una buena dosis de láudano. En el país de las maravillas que creó Carroll, los animales hablan, Alicia puede medir siete centímetros o tres metros, un bebé se convierte en cerdo y hasta las orugas fuman, sabe Dios qué (ver foto). En la parte final de la aventura, cuando Alicia está a punto de ser decapitada por dos cartas de la baraja, despierta en brazos de su hermana y le cuenta su increíble sueño. ¿Fue el sueño de Alicia o el sueño de opio de su autor?
El escritor inglés Thomas de Quincey (1785-1859), en su libro de memorias “Confesiones de un inglés comedor de opio”, describe con lujo de detalles su adicción: “Justo, sutil y poderoso. Bálsamo y alivio de los corazones de pobres y ricos…/ tú posees las llaves del Paraíso”. Una verdadera apología al opio que ilustra el origen de su enorme popularidad en esa época. Goethe, Goya, Byron, Walter Scott y Edgar Allan Poe, entre muchas otras personalidades, no pudieron resistirse a los efectos mágicos de tales productos que, por lo demás, eran recetados por los médicos y se vendían en todas las boticas y establecimientos comerciales. No en vano, de Quincey –en sus memorias– se refiere al boticario que le vendía la droga como “el ministro inconsciente de placeres celestiales…/ enviado a la Tierra en misión especial para mi persona”.
La publicación de estas memorias causó tal impacto que hasta el músico francés Héctor Berlioz (1803- 1869), inspirado en los efectos del opio, compuso la “Sinfonía Fantástica” para narrarnos la historia de un artista que por languidecer de amor toma una sobredosis de opio, pero que en lugar de morir experimenta un sueño fantástico (¿alguna coincidencia con las aventuras de Alicia publicada unos 30 años después?). A de Quincey, se suman otros escritores, como Oscar Wilde, Charles Dickens y Arthur Conan Doyle, quienes a través de sus obras también manifestaron la fascinación que tenían por aquellos medicamentos exóticos tan populares en la sociedad europea. El opio (fumando o ingerido) o la ingesta de láudano, inicialmente eran consumidos para paliar el dolor, pero al poco tiempo los pacientes quedaban atrapados en un consumo sin retorno. El poeta holandés Willem Bilderdijk (1756- 1831) redactaba sus propias recetas de opio y mandaba a elaborar píldoras revestidas de plata que contenían opio puro y bálsamo de Perú. Una sofisticación que pinta de cuerpo entero su especial adicción.
El libre consumo de opio y láudano en los siglos XVIII y XIX, disminuyó notablemente cuando las sociedades médicas difundieron que sus efectos nocivos superaban de largo a los beneficios y quedaron confinados para casos especiales de dolor intenso en los pacientes con cáncer o con cálculos renales. Las leyes prohibieron su venta libre; sin embargo, apareció un demoledor comercio clandestino que nunca se pudo controlar, y a la que se sumaron otras drogas como la marihuana, la heroína, el LSD, el crack y la cocaína, entre muchas otras, consumidas en todos los estratos sociales en la medida que el dinero las puede pagar.
Si bien es cierto, famosos artistas e intelectuales han experimentado los efectos del opio y similares, no le deben a las drogas su talento creador. Si fuese así, cárceles y callejones plagados de drogadictos serían verdaderas fábricas de genios y esa no es la realidad. Es probable que John Lennon o Jimi Hendrix (otros ejemplos abundan) hayan utilizado en sus composiciones algunos elementos originados en uno de sus viajes alucinógenos, pero es mejor aceptar que si no hubieran nacido con talento artístico, serían perfectos desconocidos y no habrían compuesto ni medio gramo de calidad por más kilos de drogas que se hubieran inyectado directamente al mismo cerebro.