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Máskara: Año 3, Número 14, Septiembre 2022

¿Amaru de Pupuja o Toro de Pucará?

Rodrigo Castro de la Mata

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Cirujano de abdomen

Si hay una expresión artística que pueda fusionar nuestra cultura es el Torito de Pucará, pieza emblemática de la cerámica peruana. Con la llegada de los españoles los agricultores de nuestra serranía ven los bueyes (toros capados), reemplazando la fuerza de muchos agricultores. Turu en quechua es lodo (barro de las lagunas), ese Turu-toro que nace de la vaca-waca (lugar sagrado) sirve como objeto de culto ideal para impedir la desaparición de uno de sus dioses. El Turo-toro guarda a salvo al Amaru transfiriéndole sus facultades.

Este toro representado en barro alberga como avatar al Amaru, una serpiente sagrada simbolizada como un espiral en el lomo de la cerámica. El Amaru puede encubrirse en felino, puede volar en forma de ave o representarse en una serpiente de extraordinarios poderes que emerge del uku-pacha (mundo inferior), influye en los seres vivos del kay-pacha (este mundo) y tiene estrecha relación con los fenómenos atmosféricos del hanan-pacha (mundo superior), es una suerte de divinidad del clima que prodiga el agua. El Amaru, en el cielo, está representado como un rayo que anuncia la lluvia, que fecunda la tierra y los mares; símbolo, tanto de renovación con las lluvias para los cultivos, como de destrucción cuando hay inundaciones. Su presencia es tan relevante que lo encontramos en el nombre de varios incas, tales como Amaru Inca Yupanqui y Tupac Amaru.

Es en algún momento de la conquista que el Amaru, que vive sumergido en las lagunas, cede su espacio al toro que le permita disfrazarse para no ser destruido como deidad, reestructurando así la cosmovisión andina mientras el ganado vacuno transforma la economía del pastoreo de los camélidos.

Originalmente, se colocaba un toro al medio de la laguna, luego las parejas recién formadas lo enterraban hasta la muerte como pago a la tierra para obtener buenas cosechas; actualmente se colocan encima de las casas como signo de protección, fertilidad, felicidad y cuidado del hogar.

El Amaru se “disfraza” de Santiago Matamoros (“mata indios”) para marcar el ganado en el señalakuy. La ceremonia de marcado del ganado se remonta a la colonia, los relatos más recientes dicen que se escogía toretes de 3 años en la festividad de la Santísima Trinidad en mayo. Asistían dueños, familiares e invitados con músicos y danzantes. Los dueños escogían hojas de coca para hacer un sahumerio, luego se hacía un pago a la tierra con gotas de alcohol, se amarraba un torete recostándolo en una mesa y el marcado comenzaba pintándolo con agua y tierra, trazando espirales y rayas simulando coronas y aparejos; luego, con una cuchilla muy fina y una moneda de oro se raspaban los trazados y se iniciaba la ceremonia sangrienta cortando la punta de las orejas. En una concha marina o en un plato ceremonial se vertía la sangre derramada que luego los invitados beberían mezclada con vino dulce.

“Toro 1970”

Hoy en día esa ceremonia ya no se realiza por la crueldad con el animal, pero se representa en el cerámico de Pupuja. El Amaru está representado en una espiral como en el cuerno (waqra), una suerte de cresta de ave que le permite volar.

La lengua (gallu), hacia arriba, limpia la sangre derramada por los cortes semicirculares de los parpados superiores, en el pecho tiene una suerte de anillos colgantes que son los cortes rituales de piel y músculo (wallku). Al concluir la ceremonia se rociaba alcohol y el animal salía bramando para correr por los campos moviendo el rabo (chupa). Los rosetones o rosones (tikas) a los costados son cuentas de la fortuna o flores de papa, Además, tiene una enjalma ornamental (montura) en donde hay un asa encima del agujero o vasón que sirve de recipiente. Los cuernos (waqras) son anchos y encorvados. Su cocción se realiza en hornos que tradicionalmente eran en el suelo (Pampa-Horno), llega a tener hasta 900 °C y se utiliza arcilla vidriada en algunas de sus partes para darle el color verde, rojo o amarillento, según el mineral.

Pintura de Ricardo Grau

El toro sustituyó al Amaru sin que el Amaru haya dejado de existir, lo vemos en los techos (toro-techo o toro de safacasa), ocupando un rol protector (conopas). El toro-amaru vive y convive en las artes populares y en sus relatos.

Óleo de Ginés Parra

Con la llegada del ferrocarril, la conexión Cusco-Puno movilizó turistas, productos agropecuarios y acerca las ferias de la zona sur al resto del país y el mundo. Parada obligatoria era la estación de Pucará, en Azángaro, donde diariamente, comercializaban comida y cerámica. Rápidamente la figura del toro de barro captó la atención de los pasajeros y fue bautizado como “Torito de Pucará”. José Sabogal lo presentó al mundo académico de Lima en la galería Pancho Fierro para luego incluirlo en la publicación del primer número del Instituto del Arte Peruano: “El Toro en las Artes Populares del Perú”. Su discípulo Camino Brent siguió la ruta de los artesanos hasta Cheqa Pupuja -a 3,900 msnm- descubriendo el verdadero origen del toro de barro que se vendía en la estación del tren de Pucará.

Toro de Mariano Choquehuanca

La tradición alfarera se inició mucho antes en la zona de la región Ramis, en la cuenca norte del Lago Titicaca; ahí se extraía el barro y se mezclaba la arcilla, contemplando tiempos para el ciclo del pisado, colado, homogenizado, oreado y manufactura individual de cada pieza, permitiendo así que los artesanos hereden los trucos para evitar que la cabeza se hunda por una masa muy blanda o colocar las piernas, pegándolos posteriormente para luego hornearlos en grupos de piezas grandes y pequeñas, muy apretados y esperando que el horno se enfríe o que no haya mucho viento para que las piezas no se rajen. Finalmente, la tradición familiar incluyó a los niños en la pintura de las piezas, completando la herencia cultural.

Concepción Roque Chambi elaborando un Torito (Foto del INC)

Actualmente, la mayor producción se realiza en molde para producir piezas en serie con el único fin de figura decorativa. Son muy pocos los sitios en donde se puede obtener un toro modelado (pieza única hecha a mano), atrás van quedando los poderes de abundancia, fertilidad, riqueza, seguridad y bienestar.

Esta tradición milenaria ha seguido un largo camino con diferentes fusiones e influencias del mercado comercial. Su fama lo llevó a aparecer en la película “Rope” (La soga) de Alfred Hitchcock, en 1948. Existen reportes de zorros de cerámica de la misma región que han desaparecido. Si el toro es toro o buey, si es de Cheqa Pupuja o Santiago de Pupuja no será tan importante como permitir que se pierda la herencia en esta fusión de nuestras culturas.

Fotograma de la película “La Soga” de Alfred Hitchcock. Nótese la presencia del Toro de Pucará a la derecha del personaje.

Foto Jesús Ruiz Durand

El Toro de Pucará sintetiza la cosmovisión indígena precolombina en el periodo post colonial y es un símbolo de la lucha contra la intolerancia que hasta hoy nos persigue.

Nota del editor. Los Toros de Pucará y las pinturas que aparecen en las fotografías pertenecen a la colección personal del autor.

Referencias

• Arguedas, José María. Mitos, leyendas y cuentos peruanos. Lima: Ministerio de Educación Pública (1947)

• Frisancho Pineda, David. Medicina indígena y popular. Lima: Editorial Mejía Baca (1973)

• Martínez Grimaldo, Fedora y col. Del Amaru al Toro. Lima. Instituto Nacional de Cultura (2009).

• Kuon Arce, Elizabeth. Cerámica vidriada en el sur andino: entre la tradición y la modernidad. Lima ICPNA/Universidad Ricardo Palma

• Sabogal Diéguez, José. El toro en las artes populares del Perú: Instituto de Arte Peruano I. Museo de la cultura peruana (1949).

• Lecaros, José Gabriel. Toro, torito de Pucará, Lima-Perú. Publicación

MINCETUR (2010).

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