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Fragmentos de mi ser por Gisell Ceballos

por Gisell Ceballos.

Seguí corriendo en el bosque, no sabía a dónde dirigirme, solo quiero huir de aquello que me estaba atormentando. Quiero huir de esas voces, de mi sufrimiento, de mis pensamientos, de mi ser; así que corrí y seguí haciéndolo hasta que vi algo que realmente no me esperaba: un niño y su madre quienes me miraban angustiados. Era entendible su angustia, lo pensé. Seguro yo lucía como una desquiciada. Entre la sangre, el barro, las hojas, el sudor, no podría ni reconocerme yo misma; esa chica que a la vista de todos era hermosa y perfecta, había quedado atrás, ahora solo estaba aquella persona con un aspecto tan espantoso, inmundo y desaliñado, que generaba un sentimiento hasta el momento, no descubierto por hombre alguno.

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Necesitaba un refugio, es todo lo que puedo pensar. No sé quiénes son las dos personas que tengo a pocos metros de mí, pero de algo sí estoy segura: si no consigo su ayuda rápido no lograré ganar esta batalla. Con mi último aliento, logré pronunciar débilmente «ayuda» y antes de que mi vista se tornara negra, pude percibir, en medio de mis ojos nebulosos, a ellos dos corriendo hacia mí.

No sé cuánto tiempo pasó, me siento en una especie de trance, no sé si aún estoy dormida o ya he despertado. En este momento solo veo aquello de lo que quiero escapar, ese monstruo que me tenía. No lo soporto más, quiero dejar atrás eso, a aquel ser de espanto, pero no logro borrar esas imágenes, no logro borrar de mi piel la sensación de su lengua fría y aterradora moviéndose por mi cuello, era escalofriante sentir de nuevo sus grandes y peludas manos a mi alrededor. No quiero sentir eso nunca más, cada golpe, cada cuchillazo, cada lengüetazo, cada tacto, por más insignificante que fuese, siempre helado, cada sonido que salía disparado de su horrible boca. Al parecer, no se saciaba del sufrimiento que me producía en todo momento.

Reconozco que eso, más que una persona, era un ogro, gigante, peludo, con sus sonidos escalofriantes; ese ser repugnante que desprendía un olor nauseabundo, y sus ojos, ¡oh, Dios!, podría jurar que sus ojos eran la cosa más horrible de ver, no había brillo, no había un rastro de luz: eran oscuros, en ellos solo se veía maldad, algo detestable rondaba por su iris, todos los pesares del mundo se encontraban entre ese infierno que me miraba, no había nada más que maldad pura. Cada vez que me miraba, el miedo se apoderaba enteramente de mí, ya no podía dejar de temblar y solo quería gritar y escapar de esa pesadilla. Sobresaltada, asustada, adolorida y con lágrimas, desperté. No veo nada a mi alrededor.

Después de un lapsus de cordura demente, logro percibir, estoy en un hospital, ¿dónde estaba el niño y su madre? ¿dónde estaba aquel monstruo? Más importante aún: ¿Cómo llegué al lugar en el que estoy? Solo veo paredes blancas, algunas vendas, cables conectados a ella, realmente no logro procesar nada, estoy desesperada, y necesito respuestas.

Luego la puerta de la habitación se abrió, noté que entraba un hombre con bata blanca, era fácil suponer que era un doctor. Sin embargo, el pánico se apoderó de mí, mientras él repetía que estaba ahí para ayudarme. No puedo confiar en nadie, tengo mucho miedo, a pesar del dolor retrocedo hasta chocar con lo que parece una pared. Sentí un lento respirar en mi cuello, grité fuerte. Desperté de un estado onírico. Todo indicaba que estaba desquiciada, no estoy dispuesta a recibir ayuda, no quiero que nadie se acerque, si alguien me toca podría lastimarme de nuevo, siento en mis entrañas la perversión del mundo, del universo y de sus partes. Solo recuerdo sentir un pinchazo y oscuridad total, estado onírico, calma. Al despertar, estando más calmada, pude hablar con una de las enfermeras del lugar, ninguna dio respuesta alguna. En ese momento, volví a sentir miedo, había perdido la noción del tiempo, llevaba un mes desaparecida, aguantando al monstruo que me retenía, pero estaba a salvo, al fin lo estaba.

Días siguientes pregunté por la mujer y el niño que me salvaron, por más que me esforcé, nunca encontré respuesta, me decían que me encontraron sola y, también acompañada, a unos metros más profundos en el bosque, de un cuerpo destrozado, con señales de torturas inimaginables; era cuerpo del monstruo que me mantuvo cautiva, nadie supo cómo murió, o quién lo hizo.

Yo no pude haber sido, estaba demasiado herida para lograr acabar con él; en todo caso, me senté aliviada, y lloré por todo aquello que no había llorado, me sentía frágil y pequeña mientras las lágrimas se abultaban en mis mejillas.

Vi a mi familia entrar, eran mi ruta de escape, mi esperanza en la vida. Eran mis padres quienes me abrazaron hasta que se cansaron. En sus brazos me sentía en mi hogar, al fin estaba a salvo, el monstruo no volvería, solo en sueños dónde cada noche me retenía. Para mí era como una necesidad saber de la mujer y su niño, nadie me daba respuesta, quería agradecerles, al fin y al cabo, gracias a ellos seguía con vida.

Poco a poco me fui recuperando, no fue fácil, pero realmente sentía que estaba dejando todo el choque emocional que me agobiaba atrás, lo más difícil era pasar las noches, allí ese monstruo volvía entre mis pesadillas, revivía aquello que al oscurecer me consumía, pero sea como sea, debía salir adelante.

Tiempo después, la ciudad se encontraba consternada, en el bosque bajo tierra, habían encontrado una bóveda con dos cuerpos, en su momento no le di atención a la noticia, pero luego algo me dijo que debería leerla y lo que leí me dejó consternada

«Se ha encontrado en el bosque una bóveda con dos cuerpos ya descompuestos, tal parece que fue utilizada como un espacio de torturas. Los dos cuerpos ya fueron identificados: Cloe Evans y su hijo de tan solo 7 años Jay Evans, según investigaciones tenían alrededor de 5 años de haber fallecido […]»

Realmente no lo podía creer, no tenía sentido, la noticia anunciaba que llevaban muertos unos cinco años, realmente esto era imposible, no podía ser real, se repetía, no podía ser real, no tenía ningún sentido, porque hace solo tres meses, esa mujer y su niño fueron los que en el bosque, mientras corría desesperada, a punto de morir, me dieron su ayuda.

Mi cabeza daba vueltas y no podía encontrar una explicación. Me siento en una desesperación colosal, una confusión que no puedo soportar. Necesito desahogarme. Al regresar a mi casa en mi cabeza rondaban varios pensamientos. ¿Será que vi sus fantasmas? No podía ser, ¿cómo me ayudaron si solo eran fantasmas? En medio de mi desespero, empecé a mover toda mi habitación. Mientras lo hacía, algo llamó mi atención, eran una especie de cuadernos que nunca había visto, no tenía ni idea de cómo habían llegado hasta ahí. Nerviosa, los tomé. No sé por qué, pero sentía que allí podrían estar las respuestas a lo que sucedía. Lo que descubrí, al abrirlo, solo me llevó a sentir miedo de mi propio ser. Eran diarios, de más de 9 años, escritos con mi letra, pero yo no los recordaba. Había relatos de situaciones que nunca había vivido, y estaba escrito bajo el nombre de «April» ¿Quién era? Un monstruo ¿Cómo lo sé? Aquel cuaderno contenía cada detalle de los más de seis asesinatos que había cometido, incluido el de los Evans, su secuestro y posterior tortura y asesinato; relataba cómo cambió de planes, cuando cinco años después de lo ocurrido, un hombre estaba por descubrirlo, y aunque estaba fuera de sus propósitos, tuvo que raptarlo. Al pasar de página algo se revolvió dentro de mí, pues ahí se encontraba una foto de April: un yo de otra forma, yo era ella, yo era el monstruo, yo asesiné, nadie me mantuvo en cautiverio, yo nunca fui la presa, siempre fui el depredador, no podía más con esto, no podría vivir así, no podía existir más, sabiendo que tengo un implacable monstruo dentro de mí, desorientada y asustada de mi propio ser. Salí de mi habitación caminando a paso lento hacia la cocina, y en mi desesperación abrí cajón tras cajón hasta encontrar lo que necesitaba, aquel objeto de metal que levanté hasta mi frente, lo posé allí y, con el intento ubérrimo de callar mi mente, apreté el gatillo, dejando de existir, extinguiéndome, volviendo al hueco de donde surgí.

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