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Buscada por Gabriela Torrisini

por Gabriela Torrissi.

—Inspector Lasarte, ¿qué novedades tiene?

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—¿De qué caso me está hablando? Cada vez vamos cerrando menos.

—De la mujer que vino el lunes a las 15:14. ¿Se acuerda? ¿No le tomó la declaración usted? Se la pasó llorando. No se le entendía nada. Aparentemente la hija nunca llegó a la casa de la abuela.

—A ver. Espere. Estaba desgrabando los testimonios de los testigos del incendio de anoche. No doy abasto. Desbloquea el celular. Busca en el bloc de notas el nombre que le ha puesto a la carpeta de ese caso. Podría crear una en la notebook, pero el teléfono le resulta más fácil, más cómodo. A veces, fumando mientras trata de dormirse, se le ocurre algo y entonces no tiene más que estirar la mano y escribir para no olvidarse.

—Las cámaras de seguridad del peaje la captaron el sábado a las 9:45. Si aceptamos que de su casa salió a las 9, a una velocidad promedio de 90 kilómetros por hora, deduzco que no hizo ninguna parada.

—¿No se detuvo a levantar a nadie?

—Las imágenes del peaje la muestran sola. Podría ser que alguien estuviera escondido en el asiento de atrás, pero no creo. Vea: la mirada distraída, los hombros relajados. No parece estar preocupada ni asustada.

—¿Encontró alguna otra cámara en el trayecto?

—Aparece en la estación de servicio.

—Cargó combustible. Claro. Para seguir el viaje. Para mí que se escapó. A esa edad, ¿viviendo con la madre? Y esa madre. ¿No le dio la impresión de ser muy protectora, como esas mantas que de tanto protegerlo uno termina ahogado?

—No cargó. Entró a comprar cinco atados de 43/70. Accidentes no hubo.

—Secuestro no me parece. La mujer que dice ser la madre no parecía tener muchos recursos. Digo, como para que le pidan un rescate.

—Más tarde, las cámaras de seguridad del hipermercado la muestran en el semáforo en rojo en el último cruce de avenidas. Eso fue a los cincuenta minutos de haber salido de la estación de servicio.

—Lasarte, ¿no tiene datos de algún novio o de las amigas? ¿Compañeros de trabajo? Porque ésta piba, ¿trabajaba o no trabajaba?

—Nada. Encima se me dificulta la investigación porque el lugar de destino, o sea, adonde se dirigía la posible víctima, es medio inaccesible. Mucha sierra. Mucho árbol, ¿vio? No hay wifi. Perdimos el rastro del teléfono justo después del semáforo en verde, porque lo último que se ve es que toma la calle de tierra. Analizando el recorrido, no se escapó, siguió por el camino más fácil, de tránsito fluido, calles anchas o bien iluminadas, sin arboledas. No se estaba escondiendo.

—¿Y el auto? ¿Qué sabemos del auto?

Lasarte resopla. Quiere terminar de desgrabar. No le gusta desgrabar. Prefiere ir escribiendo en la notebook a medida que escucha. Es cierto que así puede prestarle atención a los gestos, las miradas. Observar el entorno, como dicen los superiores. Sabe que tuvo en cuenta el auto. Pero el jefe no le da tregua. Le dispara a quemarropa las preguntas, como si él no fuera capaz de hacer una buena investigación. Es cierto, también, que hace rato no se dice “caso cerrado”, “caso resuelto”, pero le gustaría un poco de consideración.

—Mandé a la cabo a que tratara de terminar el itinerario, desde que se la pierde de vista hasta el supuesto lugar de destino. En el trayecto debe haber quedado algún rastro, un indicio de qué carajo le pasó.

—Llámela. Que vaya adelantando qué pruebas encontró.

—Atento, cabo Gutiérrez. ¿Me copia? Solicito informe avances de su investigación.

“Aquí cabo Gutiérrez. Vehículo de la posible víctima estacionado en la base del cerro. Freno de mano activado. Sin rastros de sangre. Las huellas en el camino coinciden con la contextura de la buscada y avanzan hacia la cima. Más arriba hay una casa. La dueña, una señora mayor, sin sacarse de la boca el cigarrillo de esos negros, me informó que no vio a nadie. No recibió visitas”.

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