Revista panacea cuarto trimestre 2016 echegaray publi panacea

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AÑO II Cuarto trimestre 2016

Homenaje a José Echegaray Eizaguirre 1ª Parte

Humanidades, Ciencia y Sanidad

revistapanacea.com


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NÚMERO UNO

ENERO 2015

revista

panacea

temas del mes VINOS BODEGAS MÁS QUE VINOS IBEROAMÉRICA LEGIONELOSIS LIBROS

Humanidade s, Ciencia y S anidad

NÚMERO UNO (2ª PARTE)

Especial mes

FEBRERO 2015

revista

panacea

Un Centenario tras de otro. El Greco y Santa Teresa

Humanidades , Ciencia y S anidad

Especial mes Intervienen: Javier Puerto, Juan Esteva, Antonio González Bueno Eugenia Mazueco, Raúl Rodríguez, Federico Mayor Zaragoza, Carlos Lens, Enrique Granda, Tomas Mallo José María Ordóñez, M.ª Luisa Pita Toledo, Ignacio Para Mariano Avilés, José María Ventura, Maite Pedraza Guzmán, Margarita Arroyo, José María Martín del Castillo, Daniel Pacheco

temas del mes JULIO CARO BAROJA COLABORACIONES CIENTÍFICAS ÓPTICA HISTORIA: LA EXPEDICIÓN BALMIS

Dossier

Centenario de la Primera Guerra Mundial y Generación del 14

Panacea

Humanidades, Ciencia y Sanidad

revistapanacea.com

Intervienen: Pedro Caballero Infante, Miguel Yllá-Catalá Fernando del Arco, José Siles Artés, Amadeo Aláez Daniel Pacheco, Ernesto Marco, José Félix Olalla Carmen Doadrio Abad, Ernesto García Camarero Alejandro R. Díez Torre Humanidades, Ciencia y Sanidad

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Permítanos Ayudarles Notificándoles Aplicaciones Culturales Excelentemente Actualizadas

NÚMERO DOS

ABRIL 2015

revista

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temas del mes FARMACOLOGÍA HISTORIA ALIMENTACIÓN LIBRO DEL MES

Humanidades , Ciencia y S anidad

NÚMERO CUATRO

revista

panacea Humanidades , Ciencia y S anidad

Especial mes

JUNIO 2015

Monográfico: La bioquímica española, Severo Ochoa y el Centro de Biología Molecular

Mart Mar Martes Ma rtes 30 de d jun ju io o

PUBLI-ALIMENTACIÓN MAYKHEL

NÚMERO TRES

MAYO 2015

revista

panacea Humanidades , Ciencia y S anidad

Conmemoración Conmem Conmemo r ión del e 40 anivers niversario i ario ari rri de e lla cre crea cr ación ción n del del Centr d en o de Bi B olo ología lo ogía í Mole Moleccul Molecul ular Intervien tervien nen en: n: Fede Fed erico erico ric ico Ma Mayor M a ayor orr Zar Za ago agoza oz Margarita Marg M arg argarita garitta garita t Salas al Antonio Anto A An nton tonio i G Ga García Bellido lli o Jo ossé osé é Félix Félix de Celis Celis Federico Fe ederico d c Mayor yo Menéndez é én César César Cé ar Na Navarro var va varro Daniel D Danie Dani a ani niel Pac acheco h o Presenta senta a: Enriq Enrique nrique ue Tierno. erno. o Salón de e Actos. 19.00 00 0 horas. h horas. ho

Intervienen: Daniel Pacheco Juan Esteva de Sagrera Alejandro R. Díez Torre Francisco Javier Puerto Sarmiento María Cascales Angosto Ana Mª Pascual-Leone Pascual

Especial Severo Ochoa

Especial mes

temas del mes AMÓS SALVADOR EPIDEMIA DE ÉBOLA LIBRO DEL MES: EL AFINADOR DEL PIANO

Viña Tondonia – Nuestra Historia: Patrimonio Cultural de La Rioja

(Revista El Ateneo II, 1994)

Margarita Salas Federico Mayor Zaragoza José F. de Celis Federico Mayor Menéndez

Intervienen: Pedro Caballero-Infante, Ángel Luis Rodríguez de la Cuerda José Enrique Gil-Delgado Crespo, Antonio Chazarra Montiel Dra. Esperanza Torija Isasa, Antonio Afonso Dr. José Mª Ordóñez Iriarte, Lourdes Aldeyu Teresa Millán, Jorge Poveda, Tomás Mallo José Manuel González, Daniel Pacheco

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Humanidades, Ciencia y Sanidad

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Intervienen: Carlos Dorado, Pablo Boyer Alejandro R. Díez Torre, Fernando Caro Cano Belén Fernández Puntero, José Félix Hoyo José Zacarías Abril Hurtado, María José López Heredia Daniel Pacheco

Humanidades, Ciencia y Sanidad

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José Echegaray Eizaguirre REVISTA PANACEA. CUARTO TRIMESTRE 2016

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SUMARIO Editorial

Daniel Pacheco Echegaray, humanista y profesional excepcional..........4

Clemente Solé Parellada Echegaray , impulsor y fundador del Banco de España

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Ernesto García Camarero Echegaray y las matemáticas

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Echegaray y la educación de la mujer. Echegaray Ingeniero y humorista. 32

José Manuel Sánchez Ron Nada de lo Humano le fue ajeno: José Echegaray (18321916) 40

Entierro de D. José Echegaray

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PUBLICACIÓN PANACEA . Revista de Humanidades, Ciencia y Sanidad COORDINACIÓN EDITORIAL Daniel Pacheco MAQUETACIÓN Alfonso Lougedo COLABORAN EN ESTE NÚMERO DEL HOMENAJE A ECHEGARAY Clemente Solé Parellada Ernesto García Camarero José Siles Artés Fernando Sáenz Ridruejo José Manuel Sánchez Ron Enrique Dorado Fernández Alejandro Díez Torre Fernando Ibáñez Jerónimo Sanz PARTICIPAN: Fundación Ramón ARECES Grupo COFARES

José Siles Artés Recuerdos de José Echegaray Reseña de un ateneísta

Fernando Sáenz Ridruejo

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direcció web: www.revistapanacea.com correo electrónico revistapanacea1@gmail.com EDITA: ADAPAF, S.L.


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José Echegaray Eizaguirre REVISTA PANACEA. CUARTO TRIMESTRE 2016

Editorial Daniel Pacheco

Echegaray, humanista y profesional excepcional

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n este número monográfico de Panacea queremos evocar la figura de José Etchegaray (18321916) en el primer centenario de su muerte.

Humanista total, Echegaray gozó de las más altas cotas de popularidad en su época y alcanzó la excelencia en todos los campos que abordó. Popularidad demostrada en la tumultuosa manifestación que significó su entierro y que recogemos en las páginas de nuestra publicación. Y sin embargo, Echegaray no es una figura reconocida en la Historia de la España actual. Podríamos considerar que es el gran olvidado primer premio Nobel de Literatura español. Como dramaturgo, a pesar del enorme éxito internacional- sus obras llegaron a ser representadas en París, Berlín, Boston, Nueva York e incluso en recónditos sitios de la Pampa argentina- en nuestro pais ha quedado injustamente olvidado y su figura ocultada por las poses literarias de los popes de la Generación del 98. Esta amnesia cultural española hemos querido combatirla con la celebración de unas Jornadas en el Ateneo de Madrid con 12 sesiones entre conferencias, mesas redondas, teatro, tertulia, música, audiovisuales y una exposición de sus cuantiosas obras ubicadas en la inigualable Biblioteca de la docta casa e instaladas en la sin par Galeria de Retratos de la sede de Prado 21 donde figura el retrato que le hiciera Ferdinand de Rouzé. Panacea recoge en esta primera parte del especial dedicado a Echegaray conferencias de este ciclo impartidas por Clemente Solé y Ernesto García Camarero como ingeniero de Caminos, impulsor del Banco de España y matemático. Además de la reseña sobre el libro “Recuerdos” escrita por José Siles.

También añadimos dos artículos de especialistas en la obra de Echegaray como son Fernando Sáenz Ridruejo y Jose Manuel Sánchez Ron basados en conferencias pronunciadas recientemente en la sede de la antigua Universidad Central y en la Real Academia Española. Con ello queremos rendir Homenaje a un gran maestro de todas las excelsas disciplinas que cultivó, referente de la España de ahora hace un siglo, hombre sabio ejemplo a seguir y en quién tendrían que mirarse todas las personas comprometidas con nuestro país en aras a conseguir lo que siempre fue una constante en Echegaray: el trabajo bien hecho. Como dijo, otro Nobel español, Santiago Ramón y Cajal, refiriéndose a Echegaray:

“El cerebro más fino y exquisitamente organizado del siglo XIX, que lo fue todo”

Ingeniero de Caminos, matemático, físico-matemático, divulgador científico, dramaturgo, economista y político, alcanzó en todas estas actividades renombre: número uno de su promoción en la Escuela de Caminos, más tarde profesor en ella, varias veces ministro, de Fomento y de Hacienda, diputado, senador, figura prominente en la modernización del Banco de España, académico de Ciencias, presidente del Ateneo de Madrid, del Consejo de Instrucción Pública, de la Junta del Catastro, de la Compañía Arrendataria de Tabacos, de la Real Academia de Ciencias, de la Sociedad Española de Física y Química, de la Sociedad Matemática Española y de la Asociación Española para el Progreso de las Ciencias, premio Nobel de Literatura, catedrático de Física matemática en la Universidad Central, caballero de la Orden del Toisón de Oro, y podríamos seguir, son títulos que ningún otro español, de su época, de antes o de después, ha conseguido reunir.


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José Echegaray Eizaguirre REVISTA PANACEA. CUARTO TRIMESTRE 2016

Clemente Solé Parellada

Echegaray, impulsor y fundador del Banco de España.

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n el año 1977, siendo director financiero del Colegio de Caminos Canales y Puertos, tuve la iniciativa de crear una Cooperativa de Crédito para los Colegiados. El éxito de esta iniciativa llevó aparejada la expansión de la cooperativa que culminó con la creación del Banco Caminos en febrero de 2008. Hoy en día solo hay un ingeniero de Caminos al frente de un banco vigoroso en el sistema financiero español y tal vez es por ello que haya sido invitado a intervenir en este acto. Imagino que he sido invitado a intervenir en mi calidad de Ingeniero de Caminos Canales y Puertos, y de Presidente de un banco, concretamente, el banco de los ingenieros de caminos (y ahora también del colectivo de los farmacéuticos). Como tal vez supongan, desde los tiempos de Echegaray, el colectivo de los ingenieros de caminos y sus diversas instituciones continúan manteniendo unas relaciones muy estrechas. La antigua sede del actual Banco Caminos se encontraba en el palacete de la calle Almagro, sede del CICCP (Colegio de Ingenieros de Caminos). Los colegiados acudían a realizar alguna gestión y tenían a su disposi-

ción los servicios de la antigua Caja Caminos situada en la planta baja. Hoy día, solo han de caminar unos centenares de metros más para llegarse hasta el Banco Caminos, también situado en la calle Almagro. Los archivos de la Revista de Obras Públicas están a un tiro de piedra del Banco, el Centro de Estudios Históricos del CEDEX, al lado, en la calle Zurbano. Pero, además, el Banco Caminos-Bancofar y su Fundación continúan manteniendo una comunicación fluida y constante con la Escuela de Caminos, el CEHOPU, el Ministerio de Fomento (o de Obras Públicas), la Academia de Ingeniería, la Fundación Betancourt, etc., etc. Este inicio tenía por objeto mostrar que, quizá, como le ocurría al polifacético don José Echegaray, la inclinación que me ha ido llevando desde mis horas en la Escuela de Caminos hasta los asuntos de la economía y la banca, en mi caso, también es coherente. Me interesan los asuntos humanos en general y creo que todos los aspectos de una trayectoria profesional e intelectual están estrechamente interrelacionados; lo mismo que las relaciones del banco que presido con el resto de instituciones afines.

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«Si yo hubiera sido rico --dice Echegaray en uno de sus Recuerdos-, y no hubiera necesitado trabajar para vivir al día, me hubiera ido, y me iría hoy mismo a mi rincón, a leer libros de matemáticas y escribir lo que se me ocurriese de esas ciencias y, acaso, de tarde en tarde, escribiría un drama para desahogar los excesos de fluido nervioso» Bueno, a mí me ocurre algo parecido. Lo de trabajar está más allá de mi capacidad de decisión y, sin duda, me encantaría encontrar ratos para escribir las ideas que me asaltan cuando leo sobre física moderna o relatos deciencia ficción. Sin embargo, en mi opinión, lo más sólido y relevante del quehacer inmenso de José Echegaray, lo llevó a cabo en el campo de la economía. Y no es otra cosa que el Banco de España, consecución que ha sido y continúa siendo clave de toda nuestra organización crediticia y, por tanto, de nuestra eco-

nomía nacional. La actividad en el campo de la economía, la tarea de banquero -si me lo permiten- continúa siendo esencial y, puedo confirmar, que tiene una dimensión utópica. El Banco de España existía desde 1829 -mencionar que su antecesor fue el Banco de San Carlos- con la denominación de Banco Español de San Femando, y desde 1856, con la de Banco de España. Echegaray, al otorgarle en 1874 por decreto el privilegio de emisión, lo convierte en Banco Nacional. Amplia sus facultades para operar, eleva su capital de 120 millones de reales a 100 millones de pesetas, autoriza a emitir billetes por el quíntuplo de su capital, le obliga a tener en oro y plata la cuarta parte de su circulación fiduciaria y, de ese modo, dota a España de un instrumento eficaz y sólido para el desarrollo de la economía. En aquellos momentos, el país se encontraba en una situación bastante calamitosa. En palabras de Echegaray:

Óleo sobre lienzo José Echegaray pintado por Marcelino Santamaría Colección Banco de España


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«Abatido el crédito por el abuso, agotados los impuestos por vicios administrativos, esterilizada la amortización por el momento -forzoso- de acudir a otros medios para consolidar la deuda patente y sostener los enormes gastos de la guerra . . . En tan críticas circunstancias, el Ministro que suscribe pretende crear un Banco Nacional, una nueva potencia financiera que venga en ayuda de la Hacienda Pública ... » En efecto, el país todavía asistía a los últimos coletazos de la Guerra Carlista, en Cuba se luchaba contra los insurrectos, se producían revueltas cantonales (hoy diríamos nacionalistas), la hacienda española estaba exhausta y se había pasado de la monarquía, pasando por golpes militares, a la República. El decreto de Echegaray ofreció la posibilidad a los 14 bancos de emisión provinciales, de permanecer como bancos comerciales, sin facultad de emitir billetes, o integrarse como sucursales en el Banco de España. Con algunas reticencias y con las dos sonadas excepciones del de Barcelona y el de Bilbao, la mayoría optaron por la fusión. Este fue el origen de la red de sucursales que el Banco de España extendió a todo el territorio nacional. En 1887 contaba ya con 55 y en los primeros años del siglo XX aumentaron hasta 70. Así, con la creación de esta institución, fue posible ofrecer crédito al Gobierno y satisfacer la demanda creciente de los privados que iniciaban la industrialización y modernización de España. También contribuyó a disminuir la circulación de metálico. Sorprenden los paralelismos de la situación que describo con la situación que hemos padecido estos últimos años. Ahora, en los días en que los bancos centrales están sometidos a las disposiciones del Tratado Europeo y existe el Banco Central Europeo, cuando todavía estamos inmersos en el proceso de reestructuración de las entidades de crédito, donde -en un contexto marcado por unos tipos próximos al 0%- las entidades se las ven y se las desean para arrancar una rentabilidad del 5% a su capital (ROE), parece un momento propicio para recordar a insignes ingenierosbanqueros como José Echegaray, José Elduayen, Amós Salvador, José María Aguirre padre, José María Aguirre hijo, López de Letona, o Corcóstegui. .

José María López de Letona

José Elduayen

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José María Aguirre Gonzalo

Ángel Corcóstegui

Medalla Echegaray creada por la Real Academia de Ciencias, Exactas, Físicas y Naturales en 1909 a instancia de Santiago Ramón y Cajal. Aprovecho para recordarlos y para reivindicar la necesidad de formar hombres como ellos. Sería deseable que intentáramos parecernos a ellos, que pusiéramos nuestro empeño en, como dijo Echegaray: «Estudiar

en toda cuestión de la sociedad humana el aspecto jurídico, el aspecto moral y el aspecto económico y no quedar satisfecho hasta imaginar que se ha alcanzado una armonía entre esos tres aspectos». Este humilde ingeniero procura emular a sus ilustres compañeros, aunque teme que sus desvelos nunca tendrán la recompensa de ser retratado por Joaquín Sorolla. Quizá me aguarden otras sorpresas, como la desaparición de los bancos nacionales ...

Finalmente, para no alargarme me gustaría terminar con esta cita del buen liberal ortodoxo que fue don José Echegaray:

«El hombre es libre, absolutamente libre y emancipado de toda fuerza exterior y, en lo posible, de toda coacción gubernamental, sin que le esclavizase un monarca ni una turba, ni la autoridad de un individuo ni la autoridad de un tropel humano. Al que se hubiera atrevido a negarnos ésta, para nosotros, libertad inconclusa del derecho al error, le hubiéramos considerado como un digno descendiente de Torquemada» Muchas gracias, Clemente Solé


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Ernesto García Camarero

Echegaray y las matemáticas. Conferencia en el Ateneo de Madrid, viernes 16 de septiembre de 2016

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stamos conmemorando el centenario de la muerte de José Echegaray, eminente ateneísta que fue gran matemático, influyente político y aplaudido dramaturgo.

Esta noche destacaremos la labor de Echegaray como matemático. De él decía Rey Pastor: “Para la Matemática española, el siglo XIX comienza en 1865, y comienza con Echegaray”, y también “Este hombre extraordinario [es el] que inicia en España el tránsito de la Matemática del siglo XVIII, a la de Gauss y Cauchy”. Hace cien años España estaba saliendo de un siglo convulso. Después de los desastres y contradicciones del siglo XIX, era el momento del regeneracionismo (moral y científico), el de los “dos 98”, el de “yunques sonad, enmudeced campanas”. Parecía que se estaba superando el deterioro económico, cultural y social que se produjo en España después de desaparecida la Ilustración. El afán de Echegaray por alcanzar esta situación regeneradora le orientó en su actividad matemática pura, y le movió en su empeño de introducir en España las modernas teorías desarrolladas en otros países europeos como, Francia, Alemania, Inglaterra e Italia y acortar con ello el desfase científico que existía en nuestro país con respecto a aquellos. Echegaray nació en Madrid en 1832, en la que hoy se llama calle de Quevedo ( antes calle del Niño). Pasó su infancia en Murcia donde hizo sus primeros estudios y volvió a Madrid para ingresar en la Escuela de Caminos donde se graduó a los 21 años (1854). Como ingeniero se inicia en un oscuro

puesto de Almería, donde aprovecha su mucho tiempo libre disponible para leer los clásicos de literatura y de matemáticas. De regreso a Madrid (1855, 23 años) comienza sus tareas en la Escuela de Caminos como profesor de matemáticas. Es la época en la que frecuenta el Ateneo de Madrid donde ingresa como socio a los 26 años ( el 30 de mayo de 1858) donde comienza a interesarse por las cuestiones políticas, y a estudiar economía librecambista de moda entre los liberales. Es cuando comienza su fuerte sentimiento patriótico de regeneración que es uno de los factores que mueven a Echegaray en su actividad científica. En 1865 fue elegido académico de la de Ciencias cuyo discurso de ingreso, leído en 1866, es uno de los jalones de la polémica de la Ciencia Española. Su actividad como profesor en la Escuela de Caminos llega hasta 1868, año en el que inicia su carrera política como director general de obras públicas y que sigue después como ministro en varias carteras. A Echegaray como matemático hay que situarlo en su contexto histórico, tanto político como científico. El contexto científico español cuando nace Echegaray era heredero de lo que pasó en los siglos anteriores. Del XVI al XVIII, no se cultivó en España la matemática como ciencia pura y solo se utilizó como ciencia aplicada a problemas prácticos, especialmente los conocimientos necesarios para los viajes al Nuevo Mundo. Ninguna de las dos instituciones fundadas en la época de los descubrimientos -La Casa de Contratación de Sevilla (1505) ni la Academia Real de Matemáticas en Madrid (1582}- fueron capaces de abrir nuevos caminos en el conocimiento matemático.


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En el siglo XVII y gran parte del siglo XVIII la matemática se enseñaba en las academias militares de ingenieros y artilleros, o en los Colegios de jesuitas, y eran principalmente aplicaciones militares (fortificaciones, artillería, puertos ... ) o navales ( astronomía, náutica, construcción de navíos modernos ... ) para asegurar la comunicación con América. Solo a finales de siglo XVIII y comienzos del XIX se iniciaron, con la Ilustración, algunos estudios teóricos en varias instituciones civiles españolas. En las universidades de Salamanca, Valencia y Barcelona... tras la reforma de 1771 , o en Madrid en la cátedra de matemáticas de la Academia de Bellas Artes de San Fernando o en el Real Seminario de Nobles. También las Escuelas especiales de ingeniería (principalmente la de Caminos), fueron sustituyendo a los ingenieros militares por ingenieros civiles. Pero este firme renacer de la ciencia se trunca a comienzos del siglo XIX debido a la descomposición española producida por unos reyes corruptos (Carlos IV y Fernando VII), por la invasión napoleónica (siete años de guerras entre franceses e ingleses en territorio español) y por 19 años del gobierno absoluto (salvo el trienio liberal) del tiránico rey Fernando VII. Resumiendo, cuando Echegaray inicia su

Problemas de Geometría

actividad matemática, el panorama científico en España era desolador. Su actividad se desarrolló primero como profesor en la Escuela de Ingenieros de Caminos (1854-1868), la retomó treinta años mas tarde como profesor de la Escuela de Estudios Superiores del Ateneo (1895-1905) y por último como catedrático de física matemática en la Facultad de Ciencias de la Universidad de Madrid (1906-1916). Aunque en estos periodos se dedica preferentemente al estudio, enseñanza y publicación de temas matemáticos, nunca dejó por completo esta actividad en los otros periodos de su vida. Como profesor de la Escuela de Caminos, comenzó explicando disciplinas básicas o elementales dedicadas a la formación matemática de los ingenieros, como son la geometría (plana y del espacio, y sus aplicaciones a la descriptiva, la perspectiva y la estereotomía), el calculo diferencial e integral y algunos temas de física matemática (mecánica racional y aplicada, hidráulica, etc.). Con esta finalidad didáctica, publicó en 1865 dos libros de problemas: el primero dedicado a la la enseñanza de la geometría clásica de Euclides titulado Problemas de geometría; y el otro dedicado a la geometría cartesiana titulado Problemas de geometría analítica.

Problemas de Geometría Analítica

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Pero la importancia de Echegaray como matemático no está en su faceta didáctica, aunque fue necesaria, sino en su preocupación por estudiar y dar a conocer en España la nueva matemática avanzada que se estaba desarrollando en Europa. En particular estudió temas relacionados con la nueva geometría proyectiva, que no seguía los postulados de Euclides, con la nueva formulación rigurosa del análisis matemático de Cauchy y Fourier y sus numerosas ramificaciones. Mas tarde, se interesó por el famoso problema clásico de la cuadratura del círculo y con los conceptos de la gran renovación del álgebra que condujeran a la revolución de la matemática abstracta actual.

Geometría proyectiva: Introducción a la geometría superior (1867)

El primero de los libros importantes de Echegaray sobre “matemática pura” fue, sin duda, su Introducción a la geometría superior impreso en Madrid en 1867. Consiste en la recolección de una serie de artículos que aparecieron el año anterior en la Revista de los Progresos de las Ciencias, con los que iniciaba su colaboración con la Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales de Madrid, de la que era reciente académico. En este libro trata de un nuevo enfoque de la geometría que no utiliza los postulados de Euclides, ni tiene como elementos las figuras o los cuerpos geométricas de la geometría clásica. Esta nueva geometría, aunque algunas propiedades y conceptos vienen desde la antigüedad clásica, no se formalizó como teoría completa hasta mediados del siglo XIX. Echegaray utiliza en su texto la formulación hecha por el matemático francés Michel Chasles (1793-1880) en su Traité de géométrie supérieure, publicado en 1852. Solo quince años antes del texto de Echegaray. (La brecha que le preocupaba se empezaba a reducir). El libro de Echegaray es un tratado completo de geometría proyectiva en el que expone las relaciones anarmónicas, los sistemas homográficos, la involución ... entre puntos, rectas y planos, .... También estudia los puntos y recta polares respecto a las cónicas y las curvas polares reciprocas.

Se trata por tanto, de la introducción en España de una nueva teoría matemática formulada pocos años antes. El propio Echegaray explica la finalidad de la publicación de este libro diciendo:

«Me propongo publicar en esta serie de artículos un breve resumen de las principales teorías que constituyen hoy la Geometría superior, y facilitar de este modo á la juventud el estudio de las obras clásicas, entre las que debo citar como principal la Geometría superior de Mr. Chasles, uno de los primeros matemáticos de nuestra época. En España desgraciadamente nunca se ha explicado . (sic) esta materia, ni jamás se ha contado con ella en nuestros programas de enseñanza: verdad es que la misma suerte han corrido y corren otras muchas. Yo no puedo tener la aspiración de llenar ni aun en mínima parte tal vacío; pero si al menos estos artículos, imperfectos como son, consiguen despertar el gusto por estudios tan importantes, daré por bien empleado mi trabajo.» Vemos pues como el interés patriótico de Echegaray está presente, y que no solo se interesa por el estudio de la matemática avanzada, sino también por la difusión de estos estudios en la España que tan necesitada estaba de ciencia y de pensamiento racional.


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Análisis matemático: cálculo de variaciones, teoría de los determinantes ( 1858-1868) Con relación al nuevo análisis matemático siguió fundamentalmente las ideas de los franceses Cauchy (1789-1857) y Fourier (17681830), que realizaron su obra en la primera mitad del siglo XIX y fue Echegaray el primero en introducir estos nuevos conceptos en España. Aparte de algunos problemas específicos de análisis a los que dedicó su primera atención, como el cálculo de variaciones o la teoría de los determinantes, su aportación mas importante aunque algo mas tardía, fue el estudio de las series trigonométricas. El cálculo de variaciones es una valiosa herramienta para resolver problemas complejos de máximos y mínimos y tiene aplicaciones muy útiles en la física y en la ingeniería. Aunque sus orígenes datan del siglo XVIII, fue Cauchy junto a otros matemáticos de mediados del XIX quienes difundieron esta teoría. Sobre este tema Echegaray dio un curso en la Escuela de Ingenieros de Caminos y publicó en 1858 una memoria titulada Cálculo de Variaciones.

La teoría de los determinantes tienen antecedentes anteriores, pero fue también Cauchy el primero en sistematizarlos y difundirlos en Francia. Esta teoría se utiliza en diversas cuestiones del análisis algebraico y en la resolución de sistemas de ecuaciones lineales. Echegaray publicó en 1868 una Memoria sobre la teoría de las determinantes siguiendo las ideas expuestas por Nicola Trudi en su obra Teoria del determinanti e loro aplicazioni (1862), y publicó también un artículo· en la Revista de la Academia de Ciencias (1869), titulado Aplicaciones de las determinantes.

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Ingreso en la Academia de Ciencias de Madrid (1866) Un momento de mucha influencia de Echegaray como matemático fue la lectura el 11 de marzo de 1866 de su discurso de ingreso en la recién creada Academia de Ciencias de Madrid, titulado Historia de las matemáticas puras en nuestra España. La repercusión e importancia de este discurso no se debió a la exposición de alguna teoría matemática recientemente creada, sino a la denuncia desgarrada que hace de la ausencia de producción matemática original en nuestra tierra. Es un discurso retórico, vehemente y lleno de pasión, que se enmarca en la vieja polémica sobre la ciencia española en la que se planteó, no solo si ha habido o no ciencia en España, sino también sobre si es necesaria la ciencia para el bienestar de los pueblos o si, por el contrario, su desarrollo corrompe el comportamiento moral de las sociedades. Es una polémica que se inicia a finales del siglo XVII por científicos llamados despectivamente novatores, continuada en la Ilustración y retomada después por Echegaray al que siguen otros varios regeneracionistas de finales del XIX y que aun hoy no se ha resuelto del todo. En este discurso Echegaray busca desesperadamente en la historia de la matemática pura europea de los siglos anteriores alguna aportación española y no la encuentra. Veamos alguno de sus párrafos en los que expresa su sentimiento:

«Gran siglo, sí, para Europa el siglo XVII; mas ¿qué ha sido para nuestra España? ¿ Qué descubrimiento analítico, qué verdad geométrica, qué nueva teoría lleva nombre español? ¿Quiénes los rivales de Viete, de Fermat, de Pascal, de Descartes, de Harriot, de Barrow, de Brouncker, de Wallis, de Newton, de Huygens, de Gregorio de San Vicente, de Leibniz, de los Bernoulli? Yo los busco con ansia en los anales de la ciencia, y no los encuentro.» Pero tampoco los encuentra en ninguno de los repertorios bibliográficos españoles, cuando más adelante manifiesta: «Y cierro con enojo historias extranjeras, y a historias nacionales acudo, esperando siempre hallar lo que jamás por desdicha encuentro ... [ ... ] Abro la Biblioteca hispana dedon Nicolás Antonio (1617-1684), y en el índice de los dos últimos tomos, que comprenden

del año 1500 al 1700 próximamente, tras muchas hojas llenas de títulos de libros teológicos y de místicas disertaciones sobre casos de conciencia, hallo al fin una página, una sólo, y página menguada, que a tener vida, de vergüenza se enrojecería, como de vergüenza y de despecho se enrojece la frente del que, murmurando todavía los nombres de Fermat, de Descartes, de Newton, de Leibniz, busco allí algo grande que admirar, y sólo hallo libros de cuentas y geometrías de sastres.» Esta ausencia de ciencia en España la considera Echegaray como una mancha en nuestra cultura cuando dice: «Mancha, y mancha vergonzosa, porque no basta que un pueblo tenga poetas, pintores, teólogos y guerreros; sin filósofos y sin geómetras, sin hombres que se dirijan a la razón, y la eduquen y la fortifiquen y la eleven, la razón al fin se debilita, la imaginación prepondera y se desborda, hasta el sentimiento religioso se estanca y se corrompe: y si por un


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vigoroso esfuerzo, pueblo que a tal punto llegue no restablece el armónico equilibrio que entre las facultades del alma humana debe siempre existir, morirá, como mueren los pueblos que se corrompen y se degradan, y hasta aquello mismo que fue en otro tiempo su gloria, será en sus postreros instantes su vergüenza y su tormento».Buscando las causas históricas de tal atraso científico comparando la situación política española con la de los países europeos protagonistas de la revolución filosófica y científica, dice así: «Todos estos pueblos, [Italia desgarrada

por españoles, franceses y alemanes; la Francia dividida y ensangrentada por sus guerras civiles y religiosas; Alemania entregada a todos los horrores del encarnizamiento social y religioso, y al azote de guerras nacionales; la Holanda, la Bélgica, Flandes y los Países Bajos gimiendo bajo el peso de nuestra feroz dominación; Inglaterra, que ve subir a su rey a un cadalso y sufre, como el resto de Europa, las convulsiones de las grandes luchas religiosas] Todos estos pueblos (decía) entre guerras y sangre, y terribles sacudimientos, conservan entera y vigorosa su razón, y de entre el caos y las ruinas se alzan genios potentes, nobles inteligencias, profundos filósofos y grandes geómetras; y en nuestra España, invencible y poderosa, dueña del mundo nuevo, y aspirando a dominar el antiguo, tranquila, relativamente al resto de Europa, en el interior, temida fuera, con su unidad política y su unidad religiosa, sólo se conservan puros, y no siempre, la imaginación y el sentimiento; pero la razón, la facultad más noble del ser que piensa, languidece y decae, y con ella todo languidece y muere al fin.» No se daba cuenta Echegaray que una de las principales causas de esa decadencia era precisamente su afirmación de que España se caracterizaba por “su unidad política y su unidad religiosa”, y que ese dogmatismo filosófico, ese pensamiento único, es precisamente algo que impide buscar soluciones a lo que se cree tener por suficientemente claro. Termina con una pesimista frase, que ha sido frecuentemente citada, sobre la situación de la matemática pura en España diciendo que « ... he estudiado con detenimiento la historia de las diferentes teorías para poder decir sin remordimiento y sin temor: la ciencia matemática nada nos debe: no es nuestra; no hay en ella nombre alguno que labios castellanos

puedan pronunciar sin esfuerzo.» La síntesis de su sentimiento respecto al cultivo de las matemáticas en España, la resume diciendo: « Y ésta es, señores, la historia de las ma-

temáticas en nuestra patria [ . . . ] aquí donde no hubo más que látigo, hierro, sangre, rezos, braseros y humo.»

Superar esta situación fue uno de los objetivos que orientaron el trabajo matemático de Echegaray para traer a España las nociones y teorías que ya corrían en el siglo por toda Europa, y lograr así la regeneración de la Ciencia española en lo que a la matemática pura y a al pensamiento racional y objetivo se refería.

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La Revolución de 1868 Un nuevo periodo político se inició en España con la Revolución de 1868, que obligó a huir a Isabel II a París desde donde no regresaría. La Constitución de 1869 es por primera vez, desde 1812, una constitución democrática. Aunque sigue siendo la monarquía su forma de gobierno, se rechaza a la dinastía borbónica por su continuada corrupción. Tras la difícil búsqueda de un rey de dinastía diferente realizada por Prím, se coronó por fin en 1871 a Amadeo de Saboya. Después de su breve reinado, las Cortes votaron por una república que se proclamó en 1873 y que solo duró hasta 1875 al ser disuelta por el pronunciamiento militar del general Pavía. Después de la Revolución del 68, Echegaray reduce su actividad matemática para dedicarse principalmente a las actividades políticas. Fue diputado en las constituyentes de 1869. Director General de Obras Públicas. En 1870 forma parte, junto con Topete y el general Berenguer, de la comisión que fue a Cartagena para recibir al rey Amadeo de Saboya. En el 1872, ocupa la cartera de Fomento. Después del golpe de Pavía contra la República en enero de 187 4, se forma un gobierno de concentración en el que Echegaray participa como ministro de Hacienda.

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Series de Fourier: Teoría matemática de la luz (1871) En esta fase de la vida de Echegaray, dedicada plenamente a actividades políticas, publica en 1871 un libro en el que difunde una las teorías del nuevo análisis matemático, desarrollada por el francés Fourier (1768-1830), y conocida como teoría de las series trigonométricas. El libro se titula Teoría matemática de la luz y, pese a su titulo, es una de las obras matemáticas de Echegaray de mayor interés y repercusión en la renovación de la matemática avanzada en España. En este libro se recogen sus artículos aparecidos con anterioridad en la Revista de los Progresos de la Ciencia. Esta nueva teoría tenía fecundas aplicaciones en la física y en la ingeniería. Con el curso que dio en la Escuela de Caminos sobre ella, aumentó su prestigio científico personal y también el nivel de la enseñanza en este centro. Comienza su libro con la exposición de la ecuación diferencial del calor y sigue con los

desarrollos de funciones en series trigonométricas de Fourier, con la teoría de los residuos de funciones de variable compleja, según Cauchy, y con la teoría matemática de la luz según Briot (1817-1882) expuesta en sus Es-

sais sur la theorie matemathique de la lumiére (1864). Termina estudiando las aplicaciones de estos métodos matemáticos a la integración de integrales múltiples y de ecuaciones diferenciales de diverso tipo. También incluye algunas ideas fundamentales de la geometría diferencial, nacientes entonces en Europa. Cuando trata de la superficies polares hace referencia a su Geometría Superior. Además de los autores mencionados se inspira también en otros varios entre los que podemos citar Jacobi (1804-1851), Catalá (Belga-frances 1814-1894), Lagrange (1736-1813) Moigno. (1804-1884) ... , la mayor parte contemporáneos suyos.


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La Restauración y el Ateneo. (1875) El pronunciamiento del general Martínez Campos en Sagunto (1874), junto a la preparación política hecha por Cánovas, trajeron de nuevo en 1875 la restauración borbónica, en la persona de Alfonso XII hijo de la destronada Isabel II. La constitución de 1876 significó un autentico retroceso democrático. En lo que a educación se refiere el Estado fijaba los “deberes de los profesores” y las «reglas a que ha de someterse la enseñanza» y limitaba el derecho de expresión, de reunión, y asociación. En este contexto una Circular del ministro de Fomento, Orovio, dirigida a los Rectores de las universidades representó una notable limitación en la libertad de enseñanza. Entre otras cosas en ella decía:

«No se enseñe nada contrario al dogma católico ni a la sana moral, procurando que los Profesores se atengan estrictamente a la explicación de las asignaturas que les están confiadas, sin extraviar el espíritu dócil de la juventud por sendas que conduzcan a funestos errores sociales [ ... ] ni se explique nada que ataque directa ni indirectamente a la monarquía· constitucional ni al régimen político, casi unánimemente proclamado por el país.»

La respuesta dada por un amplio grupo de profesores a esa Circular fue una Declaración de desacato publico. Esta protesta llevó a la cárcel o al destierro a muchos de los firmantes, después de haber sido expulsados de la Universidad. Aunque pronto salieron de la cárcel o regresaron del destierro, siguieron separados de sus cátedras. Esta situación les obligó a buscar cauces distintos para realizar su actividad docente en libertad y sin tutelas. Por una parte los ateneístas se replegaron en las actividades del propio Ateneo, que se fueron incrementando paulatinamente hasta llegar a la formación de la Escuela de Estudios Superiores con la intención de fundar una universidad libre e independiente del Estado. Y por otra parte se creó la Institución Libre de Enseñanza, de enorme importancia en la renovación pedagógica en España. En la década de los ochenta hay una gran actividad en el Ateneo sobre temas científicos: se difunden los resultados de los congresos y de las exposiciones universales; interesan los logros alcanzados por la técnica y las novedades de las ciencias físicas, químicas y matemáticas. Se dedica un especial interés al naciente evolucionismo de Darwin.

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En esta década, apartado momentáneamente de la política activa pero continuando sus actividades en el teatro, que estaban en pleno esplendor, no abandonó Echegaray su interés por las matemáticas. En esos años aparecieron diversos artículos suyos en la Revista de la Academia de Ciencias y en la Revista de Obras Públicas. Su trabajo científico más notable en este período fue su memoria sobre la cuadratura del círculo que publicó en 1887, titulada Disertaciones matemáticas sobre la cuadratura del círculo..

Cuadratura del círculo: Disertaciones matemáticas sobre la cuadratura del círculo (1887)

Encontrar la solución al viejo problema de la cuadratura del círculo se ha pretendido sin éxito desde la antigüedad clásica. Este problema no trata de la antinomia de que un círculo nunca puede ser un cuadrado (si es círculo no puede ser cuadrado), como vulgarmente se cree, sino que en matemáticas el problema de las cuadraturas se refiere al cálculo de las áreas de superficies cerradas. Mientras estas superficies estén cerradas por polígonos, la solución es sencilla y se resuelve por triangulación. Es decir, por reducción de la superficie encerrada por el polígono en un conjunto finito de triángulos, calculando sus áreas por el procedimiento elemental y luego sumando estas áreas. Pero en el caso del círculo no es tan sencillo, ya que si consideramos a la circunferencia que lo encierra como un polígono, este tendría infinitos lados infinitamente pequeños. Tomar en consideración el infinito entraña dificultades que solo empezaron a resolverse, con cierto rigor, a finales del siglo XVII gracias al cálculo infinitesimal, que facilitó el cálculo de las cuadratura de recintos cerrados por curvas definidas por funciones analíticas. Pero el problema clásico de la cuadratura del círculo es un problema finito, que puede enunciarse así: dado un círculo del que se conoce el radio, construir un cuadrado que

tenga el mismo área que el círculo dado, utilizando para ello solo la regla y el compás. Con esta formulación la solución es imposible, dado que el número π es un número transcendente. Esta transcendencia del numero π la probó en 1882 el matemático alemán Lindemann (1852-1939). Pues solo cinco años más tarde, en 1887 publicó Echegaray sus Di-

sertaciones matemáticas sobre la cuadratura del círculo, el método de Wantzel y la división de la circunferencia en partes iguales (149 p.).


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Echegaray escribió este trabajo sin haber leído todavía la Memoria de Lindeman, como él mismo nos dice:

«Sin haber podido hasta ahora proporcionarnos la Memoria original de Lindemann, hemos nosotros borrajeado las siguientes páginas, concernientes también a las fórmulas y teoremas preliminares, muy importantes de Hermite, y la demostración ulterior del eminente geómetra alemán; y las entregamos a la imprenta, por si de su lectura pueden reportar algún provecho los lectores españoles, dedicados al estudio de las Matemáticas.» Y en una advertencia preliminar nos ilustra sobre las razones de escribir este libro:

«Bien pudiera decir, si no pareciese paradoja, que he escrito este libro sin ánimo de escribirlo. Y en efecto, ha venido a componerse de notas confidenciales, aclaraciones y cartas, escritas a vuela pluma, en contestación a ciertas preguntas que hubo de hacerme un amigo, con motivo de la demostración de Lindemann sobre la cuadratura del círculo.» Echegaray no sigue a Lindemann, sino que construye una demostración propia basada en el olvidado método de Wanzel (francés 1814-1848), método que también servía para otros problemas imposibles de resolver con la regla y el compás como la trisección del ángulo o la duplicación del cubo y en las fórmulas preliminares de Hermite (1822-1901). Estima Echegaray que el Teorema de Lindemann sobre rectificación de la circunferencia supone el conocimiento de algunos teoremas de Wantzel, publicados por éste en el Journal de Liouville, en 1837. Echegaray también nos cuenta como utilizó estos antecedentes:

«De todas estas teorías solo tomamos lo puramente preciso para nuestro objeto: el lector que desee ampliar sus estudios en la materia puede consultar los varios tratados especiales dedicados a la Teoría de los Números: por ejemplo, entre otros, el Álgebra Superior de Serret; las lecciones sobre teoría de números de Dirichlet publicadas por Dedekind; o el el tratado elemental sobre la misma teoría de D. Eulogio Jiménez.»

«Hasta ahora propiamente hablando no existía ninguna demostración rigurosa; únicamente Lambert en 1761, Legendre en su Geometría y Hermite (Journal de Crelle, 1873) probaron que la razón de la circunferencia al diámetro es inconmensurable.» También nos hace observar que en la nota de Rouche y Camberousse no aparece la verdadera demostración de Lindemann, y que ha procurado presentar el método de Wanzel de la forma más sencilla posible y que en la última parte de su trabajo ha empleado algunas demostraciones, que según dice:

« ... me parecen nuevas y sencillas y que de todas maneras someto al recto juicio de mis lectores» « ... daremos fin por ahora a nuestra tarea, aplazando para otra ocasión más desahogada la terminación y análisis minucioso de todas las cuestiones que hemos indicado ligeramente.»

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El Ateneo y la Escuela de Estudios Superiores (1897-1907) Como ya hemos dicho, después de la Restauración los ateneístas se replegaron en las actividades del propio Ateneo, que se fueron incrementando paulatinamente hasta convertirse en uno de los foros renovadores de la Ciencia española de finales del siglo XIX y comienzos del XX, y que impulsó la ciencia a través de otras organizaciones como la Escuela de Estudios Superiores (1896), la Junta para la Ampliación de Estudios (1907), o la Asocia-

ción Española para el Progreso de las Ciencias

(1908), en las que intervinieron de forma muy activa José Echegaray, Torres Quevedo, Luis Simarro, Santiago Ramón y Cajal, entre otros muchos y con los que colaboraron un nutrido número de ateneístas. Pero para seguir con la actividad matemática de Echegaray veamos la importancia que tuvo la Escuela de Estudios Superiores. En ella se reunieron un grupo de profesores que habían sufrido persecución años antes, o que consideraban que era necesario un espacio donde ejercer la docencia superior con libertad: tenían la intención de fundar una universidad libre e independiente del Estado. Aunque la Escuela no comienza sus tareas docentes hasta el curso 1896-1897, su creación se fue fraguando en los años anteriores como ya puede verse en el discurso de Moret de 1884. Se trataba de un centro de estudios superiores para complementar los estudios universitarios oficiales ( “destinados éstos exclusivamente a la obtención de un título

académico que permita entrar en una carrera”), de un centro en el que completar y sistematiza la enseñanza universitaria para atender al «cultivo de la ciencia por la ciencia». También en la Escuela se dictaban cursos de Ciencias históricas y de Literatura, pero los cursos dados sobre Ciencias exactas, Ciencias físico-químicas y Ciencias naturales, despertaron especial interés. En 1898 Echegaray fue elegido Presidente del Ateneo de Madrid, un año después de que iniciara la Escuela su importante trabajo. Pues esta Escuela de Estudios Superiores del Ateneo, a la que Echegaray dedicó mucha atención, le permitió volver, ya en su vejez, a retomar tareas docentes que había abandonado cuando dejó de ser brillante profesor de la Escuela de Caminos. Durante la década que funcionó la Escuela Echegaray fue profesor de la misma, explicando teorías avanzadas de matemáticas. Entre los años 1896 y 1898 dio dos cursos sobre Resolución de las ecuaciones de

grado superior y teorías de Galois.

Entre 1898 y 1901 dictó tres cursos sobre

funciones elípticas. En los años 1901 a 1904 dedicó tres cursos al estudio de las funciones abelianas. El curso 1904-1905 lo dedicó a las Ecuaciones diferenciales en general y en particular las lineales. Y en el último año de funcionamiento de la Escuela, el curso 1905-1906, dictó un cuarto curso dedicado al Estudio de las funciones abelianas que era continuación de los dados con anterioridad.


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Teoría de Galois: Resolución de las ecuaciones de grado superior De los cursos dados por Echegaray en la Escuela de Estudios Superiores el más importante fue el relativo a la Teoría de Galois. Es esta una de las teorías que más ha influido en la construcción de la matemática moderna. Así como en el siglo XVII gracias a las teorías de Newton y de Leibniz se pudo tratar con magnitudes infinitamente pequeñas, a partir de la teoría de Galois se pudo operar con entes algebraicos distintos de los números. Más todavía, se pudo trabajar con estructuras algebraicas que regulan el análogo comportamiento de entes algebraicos de naturaleza muy diversa. Maravilla que esta teoría de tanta trascendencia la enunciara un joven matemático francés que murió antes de cumplir los veintiún años: Evaristo Galois que vivió entre 1811 y 1832. A los 15 años ya había leído los tratados fundamentales de álgebra de Legendre y de Lagrange. Pero pese a su genio y precocidad, fue rechazado por dos veces en el examen de ingreso de la famosa Ecole Polytechnique de Paris. Después Galois presentó sus dos primeros artículos a la Academia de Ciencias de Paris, que fueron rechazados por su presidente el célebre Cauchy. Refundió estos artículos en una memoria que presentó a la Academia para optar al Gran Premio en matemáticas. Pero la muerte de Fourier, que debía informar sobre este trabajo, hizo que su artículo se perdiera. Finalmente en 1830 publicó tres artículos en el Bulletin des Sciences

mathématiques (Sur la résolution algébrique des équations, Sur la résolution des équations numériques, Sur la théorie des nombres), en

los que se contenían las ideas fundamentales de su teoría. Pero el joven Galois no solo era un genial matemático precoz, fue también un activo rebelde republicano cuando reinaba en Francia Luis Felipe I (1830-1848). Por esta causa fue detenido varias veces y pasó unos meses en la cárcel durante los que continuó trabajando en su teoría. Murió poco después en un duelo, al parecer preparado por la policía, el día 31 de mayo de 1832. La noche anterior al duelo, temiendo el fatal desenlace, reordenó sus manuscritos matemáticos en tres memorias que, junto a su famosa carta - testamento, envió a

su amigo Auguste Chevalier. Estos papeles, no fueron publicados hasta 1848 en el Journal

de Liouville.

Las ideas de Galois surgen de la búsqueda de solución a un problema clásico de álgebra: demostrar la imposibilidad de resolver por radicales ecuaciones polinómicas de grado superior al cuarto. Este problema había sido tratado parcialmente con anterioridad por Lagrange y por Ruffini, pero él dio una demostración con una metodología nueva e indicaba en que casos las ecuaciones de grado superior al cuarto tenían solución por radicales. Pero lo más importante eran los nuevos métodos utilizados, y en especial la idea de grupo. Volviendo a Echegaray, fue nuestro matemático quien en su curso sobre las teorías de Galois, dado en la Escuela de Estudios Superiores del Ateneo, introduce por primera vez en España las ideas algebraicas más modernas. Su curso lo recogió en un libro titulado

Resolución de ecuaciones y teoría de Galois: lecciones explicadas en el Ateneo de Madrid, publicado en 1897.

Física Matemática en la Facultad de Ciencias de Universidad Central (1905-1915) En Echegaray tenia 75 años en 1907 cuando dejó de funcionar la Escuela de Estudios Superiores. Pero no por eso nuestro matemático abandonará el cultivo de esta materia, ni su actividad docente. Entre los años 1905 y 1915, continuó la docencia en la Facultad de Ciencias de la Universidad Central en los que dedicó sus cursos a la Física Matemática. El contenido de estos cursos fueron publicados en diez volúmenes y en ellos se recoge toda a la física matemática del siglo XIX (especialmente siguiendo al matemático francés Henri Poincaré). Aunque en esas fechas ya se habían formulado las recentísimas ideas de las nuevas mecánicas relativista de Einstein (1905) y cuántica de Plank, (1907), no se le puede reprochar a un octogenario que no las incluyera en sus libros. Murió Echegaray hace cien años y dos días: el 14 de septiembre de 1916.

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José Siles Artés

Recuerdos de José

Echegaray

Reseña de un ateneísta

L

os Recuerdos de Echegaray aparecieron primero en sucesivos capítulos en las revistas, La España Moderna y Ma- drid Científico. En 1917 los publicó en tres volúmenes la imprenta Ruíz Hermanos, de la plaza de Santa Ana de Madrid. En este último formato se basa la siguiente reseña. José Echegaray e Izaguirre nació en 1832 en Madrid, pero se crió en Murcia, de donde tendrá sus primeros recuerdos, que se refieren a los últimos años de la Primera Guerra Carlista, o «Guerra Civil»,, como él la llama, coincidente con la regencia de María Cristina. Las turbulencias de aquella guerra no afectaron de pleno a la ciudad de Murcia, pero algunos incidentes violentos se le quedaron grabados en la memoria al niño para siempre. Hasta hace repetida mención de ellos en el tercer tomo de sus memorias, cuando ya tenía 77 años. Nuestro autobiógrafo pertenecía a una familia acomodada de la ciudad. Su padre era un médico de prestigio, además de profesor de Instituto. Hombre sabio y de recio carácter, andaba por Murcia empuñando un bastón de «caña de Indias con borlas y puño de oro», que su hijo consigna ser de uso habitual entre los médicos de la época. Parece que ciertos profesionales tenían a gala distinguirse con algún tipo de símbolo específico. En seguida aludiré a otro caso. El Dr. Echegaray, zaragozano de origen, era un hombre muy competente en su profesión, pero también en humanidades. Y como nos contará en su momento José, su familia lo había encauzado hacia la carrera de obispo, con el mismo denuedo que él rechazaba

tan pío destino, hasta que un buen día desapareció, se lo tragó la tierra. Mas once años después resurgió, convertido en médico de profesión. Trabajando de mozo en el Hospital Clínico de Madrid, había cursado aquella carrera con titánico esfuerzo. El Dr. Echegaray habría tenido en estos tiempos un estupendo automóvil, pero en su época podía permitirse el equivalente, una tartana, tirada por una robusta mula y conducida por un criado para todo. El mismo con el que el niño José salía a la calle y el mismo que hacía de auriga hasta Cartagena, cuando la familia se desplazaba allá a pasar las vacaciones de verano. Con cuánta nostalgia recuerda Echegaray aquellos viajes, y cómo el puerto de la Cadena, toda la familia lo ascendía a pie para dar alivio a la mula.


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Aquel niño fue el más aplicado de su colegio. Pero qué severa institución. Se tenía a los alumnos por unos alborotadores natos, a los que había que tener permanentemente amenazados con castigos físicos. El maestro se paseaba de arriba abajo con unas disciplinas al hombro y una palmeta, coloreada por la piel de tantas manos infantiles sonoramente azotadas. A él nunca le tocó tal caricia. Sus padres tenían severamente advertido al maestro que jamás le propinara aquel castigo, que debía ser sustituido por una información de cualquier mal comportamiento. Pero nunca hubo ocasión para ello, el niño cumplía ejemplarmente. Menos sañudo era el profesor de latín, quien sustituía aquellos instrumentos disciplinarios por un pescozón y un tirón de orejas. Eso sí, sin contemplaciones. A los catorce años de edad concluyó nuestro protagonista su etapa escolar, y entonces ingresó por sus grandes méritos en la Escuela de Ingenieros de Caminos, de Madrid, donde cada curso lo aprobaría con el número uno. En septiembre de 1853, poco después de cumplir los veinte años, saldría titulado como Ingeniero Segundo, con destino en el distrito de Granada. Para incorporarse a su puesto, emprende viaje a Granada aquel invierno. Fueron tres días y tres noches seguidas, siempre sentado. Y enfundado en el uniforme de ingeniero de caminos.

Su puesto en realidad estaba en Almería, pero al llegar a Granada se encontró con que entre estas dos ciudades no existía carretera. El trayecto no se podía hacer en vehículo de ruedas. Así que lo hizo a lomos de un caballo y guiado por un peón caminero. A este brillantísimo joven ingeniero le correspondió en Almería tarea tan insulsa como supervisar la bastante chapucera construcción de una escollera y alguna otra tarea de poca monta. Tenía a su disposición una barca tripulada por un marinero y, como pasatiempo, el joven hacía a veces de timonel en prudentes paseos por la rada, pero hombre de tierra adentro, la navegación pronto empezó a aburrirle; como las vueltas por el Paseo, o las horas en el Casino y, aunque encontraba evasión en largas lecturas, cada vez más echaba de menos a su Madrid, tan vivo, tan vario, tan rico en actividades culturales y amistades interesantes. La comida de la fonda almeriense, además, le repelía. En este joven tan formal, tan sabio, tan modélico, educado en una torre de marfil, ya estamos echando de menos alguna frivolidad, algún devaneo, alguna cana al aire. Natural, pues, que decidiera ir a holgarse a la feria de Sevilla, lo que emprendió en compañía de un colega, un ingeniero de minas. Lo malo es que éste resultó ser por lo menos tan inexperto y tan tímido como él, como cuenta nuestro protagonista con mucho sentido del humor, más de cincuenta años después.

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El viaje era por mar hasta Cádiz, y de allí a Sevilla por tierra. Y fue en un barco, en un “vapor” como llama varias veces el autor. Había unas líneas regulares entre los grandes puertos andaluces. Y ya a bordo, comenta Echegaray:

« En la cubierta nos quedamos largo rato sin saber qué hacer de nuestras personas. Al fin yo, como el más intrépido, formulé esta atrevida pregunta: “Me parece, amigo A, que debemos preguntar por nuestros camarotes» ( 1, 162). Les costó un supremo esfuerzo dar el paso, con la mala fortuna además de que estaban ya ocupados, alegando el capitán que el barco venía lleno desde Valencia. Otro sufrimiento, muy superior, fue el de bajar al comedor. Ninguno de los dos quería exponerse a las miradas curiosas de los comensales. Durante un buen rato estuvieron sufriendo en la indecisión, hasta que, aprovechando que otro viajero tardío descendía sin complejos, se escudaron tras él para hurtar su aparición. El vapor hizo escala en Málaga antes de arribar a Cádiz, y de allí por tierra siguió Echegaray hasta Sevilla, donde se quedó una semana. De vuelta en Almería empieza José a ser víctima de unas fiebres recurrentes, esporádicas, conocidas con el nombre de “tercianas”. Fueron unos meses terribles, hasta que al futuro se abrió una puerta de gran esperanza. Consiguió que lo destinaran a Palencia, de modo que pronto dejaba atrás la remota y aburrida Almería. Y en Madrid, donde su padre ocupaba ya plaza de médico, éste le curaría pronto las insufribles tercianas. El viaje de Almería a Madrid, lo hizo por mar hasta Cartagena, de aquí « en pocas horas a Murcia », y de allí en 24 horas hasta Aranjuez, donde debía tomar el tren para Madrid, pero se torció el plan. Al tomar la diligencia en Murcia, ya se enteraron los pasajeros que estaba en marcha una sublevación de la que las noticias eran todavía confusas. Pero al día siguiente, ya cerca de Aranjuez, les cuentan que ha habido una batalla cerca de Vicálvaro, ganada por el general O’Donnell al mando de varios generales insurrectos más, y que está prohibido el paso en dirección Madrid.

Afortunadamente, el joven Echegaray consigue un salvoconducto de Ros de Olano, uno de los generales sublevados, gran amigo de Echegaray padre. La etapa restante, hasta Madrid, la harán en «ómnibus ». El José Echegaray joven es además de un profesional de excepcional competencia e inteligencia, un dechado de caballerosidad, un romántico auténtico, y un sentimental. A Madrid llega de Aranjuez de madrugada, y con el encargo de un oficial sublevado, de visitar a su joven esposa y comunicarle, por favor, que se encuentra perfectamente, que a pesar del sangriento choque de Vicálvaro, no ha sufrido ni un rasguño. No necesitó el caballero ingeniero más para verse heroico mensajero de la que sin duda sería una doliente bella dama, y a las siete de la mañana ya estaba tirando de la campanilla de su puerta con impaciente vigor. Pero la puerta no se abrió, sino un enrejado ventanuco, tras el que una desabrida maritornes le preguntó qué quería a aquella horas de la mañana en que la señora dormía. Ante su insistencia de que era heraldo de un urgente recado, todo lo que consiguió fue una cita para las dos de la tarde. Fue una anti romántica ducha fría: aquella dama no era al parecer la enamorada esposa del sufriente, gallardo oficial, su marido. No obstante, nuestro bizarro emisario regresó a la hora fijada. La dueña de la casa era, sí, bella, pero no se mostró nada preocupada por el estado de su marido, preguntado tan sólo: « ¿Y qué piensan hacer esos locos? » (1, 271). El alma se le cayó a los pies al joven caballero. ,


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La « Revolución de O’Donnell» ocasionaría el acostumbrado trasiego de cargos en distintas esferas; como en la Escuela de Ingenieros de Caminos, propiciando el que nuestro protagonista ocupase allí plaza de profesor de Estereotomía, más la función de secretario del centro. Nunca tomó posesión en Palencia. Con el tiempo varió de asignatura, de modo que llegó a impartir todas las de la carrera: normalmente dos, a veces tres. En la Escuela permanecía de nueve de la mañana a cuatro de la tarde. Le traían de casa la fiambrera y almorzaba a las doce en un aula y solo. Tristes almuerzos que le hacían añorar los alegres años de estudiante en el mismo centro. Su sueldo aquí se componía entonces de 9.000 reales por ingeniero segundo, más tres mil reales por cada una de las dos clases que impartía-“desempeñaba”, dice él. Entonces, nos da a conocer, ni bebía, ni fumaba, ni jugaba. Su sueldo se lo entregaba íntegro a su madre, y sus gastos seguían siendo como en su época de estudiante: el teatro, la zarzuela, la ópera. A lo largo de su autobiografía no tiene empacho nuestro ingeniero en resaltar sus buenas prendas y su amor propio. Todos sus logros se los debe a sus propias dotes y nunca pidió nada para sí, aunque mucho para los demás. Lo suyo, por otra parte, es llamar al pan pan, y al vino vino , lo que le ocasionó tropiezos en algunas ocasiones. Un punto de inflexión en su vida y en su carrera se sitúa seguramente cuando a los veinticinco años se casa. A los veintiséis ya tiene una niña, y comenta que sus ingresos le dan escasamente para llevar la vida de clase media que requería su rango profesional y social.

Sobre estos años cincuenta de su siglo, hace Echegaray un elogio de los cinco que gobernó el partido de la Unión Liberal, liderado por O`Donnell. Estima que era un término medio entre el moderantismo histórico y los partidos democráticos avanzados. Lo considera un quinquenio de prosperidad y de cambio, en que se llevó a cabo la desamortización y se liberó una gran cantidad de capital, que fue destinado a obras tan básicas como la construcción de la red ferroviaria. Y alaba la tolerancia política, que permitió el debate y la propagación de ideas avanzadas. Fue cuando el Ateneo estuvo en todo su apogeo, especialmente su sección de Ciencias Morales y Políticas, como foro de debate, con figuras tan relevantes como Castelar y Moreno Nieto entre otros . «¡Qué época tan hermosa-exclama-,

tan llena de vida, de ilusiones y de esperanzas! Dentro, combatientes, amigos fuera» (1, 357). Y añade:

«En el Ateneo y en la Bolsa, los jóvenes y los viejos marchábamos en buena armonía... » Él estaba alistado junto a los librecambistas, muy influido por su colega y amigo Gabriel Rodríguez, por el que leyó un libro que le sedujo, Armonías económicas, de Bastial. Lee a otros autores, lee a Proudhon, y funda con Gabriel Rodríguez el periódico, El Economista. Andando el tiempo, Echegaray va a colaborar muy estrechamente con el partido democrático, cuyos «jefes naturales » (1, 353) eran Nicolás María Rivero, Pi i Margall, Figueras, Castelar y Martos. En la revolución democrática de septiembre del 68 tuvieron un papel fundamental, apoyados por dos grandes centros de propaganda: El Periódico de Rivero y el Ateneo.

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El primero «era el elemento de combate, el verdadero elemento político, pero el centro intelectual y filosófico era el Ateneo de Madrid» (1, 354). Y asegura: «… aquellas discusiones del Ateneo eran por entonces tan ardientes y tan importantes como las propias sesiones del Congreso de los Diputados» (1, 356). No deja de aludir, por otra parte, a la influencia de los krausistas en esta gestación, destacando a Canalejas, «notable por su espíritu filosófico y elevado» (1, 354). Su vida, nos dice ya en el tomo II, transcurrió sin grandes cambios hasta el año 60, en que viajó por primera vez a París. Fue comisionado para recoger información técnica sobre el túnel que se estaba construyendo para perforar los Alpes. De camino, en la provincia de Castellón contempló un eclipse total del sol, coincidiendo con una alarma de cólera en Valencia. Viajaba con él su mujer, que se sintió indispuesta durante un largo trayecto en diligencia, pero sin declarar nunca su malestar, por miedo a causar el pánico del cólera entre los pasajeros. Superó la señora en horas su dolencia, embarcaron en Valencia hasta Marsella, y de allí a París, donde se hospedaron en el Gran Hotel del Louvre. Enfrente, el palacio del emperador Napoleón III, casado con la española Eugenia de Montijo. Al emperador se referirá varias veces el autor con admiración. París le deslumbra, causándole rendida admiración la grandiosidad de sus bulevares. Hacen también una escapada a Londres, donde le llaman la atención la niebla tenaz, que no permitía ver los extremos de las calles; éstas, cubiertas de lodo. Las chimeneas las ve como “gorras coloradas”, y señala de los edificios el estar levantados sobre fosos; es decir, el contar con un piso por debajo del nivel de la calle. De vuelta en el continente, pasarán por Basilea y Estrasburgo, y finalmente Turín, del que celebra la buena comida de la fonda. Echegaray es un gastrónomo, que tiene buena memoria para la comida, buena o mala que le toca en sus viajes. Y ya llega por fin al túnel de Mont Cenis, para conocer las perforadoras que están utilizando. Lleva una carta de recomendación, pero no le permiten levantar un croquis. No importa, puede contemplar el ingenio a placer, y luego en su hotel lo dibujará, consiguiendo plasmarlo a la perfección, como las circunstancias y el tiempo revelarán De regreso a España aquel año 60, Echegaray da cuenta de actividades que transva-

san su mera dedicación pedagógica. Convencido librecambista, debate y conferencia apasionadamente tanto en la Bolsa como en el Ateneo. A sus treinta años, nuestro ingeniero profesor y economista, era ya una figura de gran prestigio, como lo avala el hecho de que es de nuevo comisionado, esta vez a Londres, para escribir una memoria sobre la famosa Exposición Internacional en 1862. De esta misión nos ha dejado unos recuerdos de viaje, que vistos desde la hora actual, pueden resultar interesantes. Pasando el “Estrecho”, como él llama al Canal de la Mancha, no se libró de marearse, causándole indignación la escena de vomitonas en las escupideras que la naviera ponía a disposición de los pasajeros. Alojada la Exposición en el palacio de Kensington, se pasaba allí las mañanas, y por las tardes regresaba con su mujer. La comida inglesa les horrorizaba y comían en un restaurante francés. Lástima que los domingos no abría hasta que terminaban los oficios divinos. Pero, comenta: «… en Londres la moles-

tia se redujo a retrasar el almuerzo una hora; en Madrid la molestia es mucho mayor, porque todos los domingos me veo obligado a comer pan duro, y no comprendo, por más que me devano los sesos, en qué la Unión Liberal podrá contribuir al progreso y al bienestar de la clase obrera el que yo coma pan duro los domingos. ¿Qué misteriosa relación existe entre la cuestión social y la mayor o menor dureza del panecillo? Si hay quien está dispuesto a comprarlas, aunque sean más caras, este contrato, libre y por todas las señas, lícito y honesto, ¿en qué puede perturbar el orden social?» ( (2, 140). Un día, estando en Londres, recibió un telegrama de su gran amigo y compañero de carrera, Leopoldo Brockman (escrito “Brookman” en los Recuerdos), pidiéndole que se presentara urgentemente en París. Registró Echegaray en este libro un buen número de historias de amigos y conocidos, y de todos estos personajes ninguno es posiblemente tan interesante, tan singular, como Leopoldo Brockman, quien ahora le llamaba para la realización de un proyecto de ingeniería tan grandioso como fantástico. En nueve o diez días (¿) urgía plasmar sobre el papel la hechura de un ferrocarril que iba a servir para atravesar el Canal de la Mancha. Era una espe-


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cie de gran torre, con raíles fijados al fondo del mar, en profundidad de unos 60 metros. Nada menos que el emperador Napoleón III era el destinatario de aquel boceto, que le había ensalzado el banquero don José de Salamanca. Y a éste le había seducido Brockman, quien trabajaba para Salamanca por aquel entonces en el trazado de líneas ferroviarias en Italia (2, 178-187). Pues bien, presentado el invento a los técnicos franceses, fue considerado inviable, y a partir de ahí parece que se deterioró la buena relación entre Salamanca y Brockman. Siendo todavía veinteañeros, Brockman contagió a Echegaray el venenillo de escribir teatro; y en paralelo con él compuso éste su primera obra dramática, en verso, a la que tituló, La Cortesana, que fue rechazada y la destruyó (1, 330-351). A lo largo de sus memorias, Echegaray va alumbrando tanto las vicisitudes de su carrera teatral, como sus ideas sobre la dramaturgia. Su segundo drama, en verso, al que califica de «tremebundo» ( (1,388) no lo escribió hasta doce o catorce años después (1. 334). Tampoco llegó a representarse (2, 22). Para mejorar su economía se empecinaría en triunfar en el teatro (2. 21), y así escribió un tercer drama, La hija natural, inspirado en un drama de Schiller (2, 24-26), que se repre

sentaría doce o catorce años después (2, 23). Apasionado espectador del teatro de su tiempo, Echegaray fue un admirador incondicional de Tamayo y Baus (1, 293-298), aunque volviendo la vista atrás cuarenta años despues se burla de su melodramática escuela: «… mi teoría en aquella época era ésta» :

«El arte es el dolor, hacer sufrir, ser objeto, y el espectador más simpático sería el que, de pura emoción, se muriese de repente» (1. 336) Cree nuestro dramaturgo por otra parte, que «Al público español lo que más le gusta

en el teatro es la acción dramática. La descripción de un carácter, por regla general le cansa» (1, 217).

Y sobre sus reacciones, nos confiesa que cuando fracasa un drama suyo, le dura poco la consternación, mas cuando no puede resolver un problema de matemáticas se desespera (1, 286). En estos Recuerdos, volverá a aparecer Brockman, genio y figura. Empezó a escribir un drama mano a mano con Echegaray, pero luego se retiró. No era desde luego la idea de una pieza de contenido social que él había propuesto al principio, y así quedó el campo libre para Echegaray, quien entonces la continuó y la concluyó (2, 196-200), y con el título de La última noche, conocería el éxito unos diez años después).

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Del 62 al 68, Echegaray manifiesta que recuerda muy poco, con la excepción de su ingreso en la Academia de Ciencias Exactas. Fue elegido sin mediación ninguna por su parte, como en cualquiera de los cargos que ocupó, recalca (2, 271). Su discurso de ingreso, «Historia de las matemáticas con aplicación a España» , sostenía que no hemos tenido matemáticos de primer orden, lo cual le acarreó algunos desencuentros. Aborda nuestro autor por fin la revolución de septiembre del 68, la famosa «Gloriosa», también conocida como «La Gorda» . Durante meses fue un acontecimiento esperado, haciéndole comentar: «… el calor es un gran

estimulante para esta clase de explosiones»

(2, 304). A los que vivimos la Guerra Civil del 36-39, especialmente, nos recuerdan algo estas palabras. Echegaray no recuerda por qué se encontraba aquel verano en París, aunque sí consigna una visita a sus catacumbas y a sus alcantarillas (2, 137). Estando en San Juan de Luz con su mujer poco después, la revolución era ya un hecho inminente. Luego Prim desapareció de su refugio en Bélgica , los generales implicados habían desembarcado en Cádiz y el general Izquierdo iniciaba el movimiento. Ya se hallaba el matrimonio Echegaray en Madrid, cuando la revolución triunfaba con la victoria del general Serrano y la derrota del general Pavía, historiada por el pueblo con esta conocida coplilla, transcrita por nuestro autor: En el puente de Alcolea/la batalla la ganó Prim. Huye Isabel II a Francia y Prim hace una entrada apoteósica en Madrid. José Echegaray, nombrado Director General de Obras Públicas, se implica entonces en la política activa. Lo recomendó Laureano Figuerola a Manuel Ruiz Zorrilla, flamante ministro de Fomento. Este acepta el método de trabajo que su subordinado le somete, así como la licencia de nombrar los colaboradores que el ingeniero estimara más competentes. Fue condición sine qua non. Las presiones para nombrar allegados de los nuevos gobernantes eran enormes, dejando bien claro nuestro autor que nunca cedió, y al respecto comenta: «Llevaban los liberales de entonces

más de doce años alejados del poder… Los empleados puestos por los partidos rivales caían a miles» (2, 380). Durante dos horas-

diarias se veía obligado a firmar oficios en los que se comunicaba a los afectados: «cesante» o «nombrado». De tanto firmar se le fue la rú-

brica, no podía recordarla, y tuvo que inventarse una nueva (2, 386). En el Ministerio de Fomento nuestro ingeniero llevó a cabo medidas tan importantes como la Ley de Quiebras y Convenios de Ferrocarriles (3, 292), la reforma de la Escuela de Ingenieros de Caminos y el proyecto de bases para las obras públicas 3,102). Hablando de aquella revolución después de unos cuarenta años, el autor hace una esquemática presentación de los partidos implicados en ella. Estaba el partido republicano federal, con figuras tan recias como Castelar, Salmerón, Pi i Margall y Figueras. Y enfrente, tres formaciones que aceptaban la monarquía: el Progresista, el Demócrata y la Unión Liberal. El primero, el Progresista, era el portador de las esencias de las Cortes de Cádiz. Aspiraba a una monarquía a la inglesa, y su líder era el general Prim. El Partido Demócrata se basaba en grandes ideas, contando con muchos krausistas y figuras de gran talla, como Rivero, Martos, Gabriel Rodríguez, Moret y Canalejas. Al partido Demócrata se adhirió Echegaray, si bien como independiente, diríamos hoy. La Unión Liberal la componían militantes de los ejércitos, de la administración y figuras de renombre, como el periodista Lorenzana y los literatos Ayala y Núñez de Arce (3, 42). Durante un año las Cortes Constituyentes se dedicaron a redactar la que recibiría el nombre de Constitución del 69, inspirada mayormente, señala Echegaray, en los principios del partido Demócrata, y que abordó tres grandes problemas: monarquía o república, los derechos individuales y la cuestión religiosa. «Duró poco más de tres años y sin embargo será inmortal» (3, 188), afirma. Aquella tarea legisladora mantuvo unidos a los partidos revolucionaros, pero a partir de entonces empezaron agrios enfrentamientos. Había que encontrar rey y los pareceres eran diversos. Sucesivas candidaturas, como la don Fernando de Portugal, el duque de Montpensier, el duque de Génova y el príncipe Leopoldo de Hohezollern-Sigmarigen, terminaron frustradas por unos u otros motivos. Este último fracaso afectó mucho a Prim, el jefe del Gobierno, muy cercano al cual llegó a estar Echegaray, ya miembro del Gabinete de ministros, como titular de Agricultura. Por fin el general Prim logra comprometer a Amadeo de Saboya, pero para entonces los ánimos de los distintos sectores del


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Congreso estaban muy enconados. Nunca concibió nuestro autobiógrafo que alguien quisiera asesinar a Prim, pero sí que le viene al recuerdo una escena del banco azul unos días anteriores. Fue cuando un diputado (Director de Instrucción Pública), Manuel Merelo, se acercó al general y le pidió abiertamente que no regresase siempre a casa por el mismo camino, que su seguridad podía estar mucho mejor asegurada si su coche cambiara constantemente de ruta. No le pareció conveniente al general tardar más tiempo del debido en recorrer la pequeña distancia que le separaba del Congreso hasta el palacio de Buena Vista en la calle de Alcalá; y también consideró que aquella era una precaución nada valiente. Hasta que unos días después, en la que hoy se llama calle del Marqués de Cubas, entonces calle del Turco, un carro se atravesó, y desde él le dispararon a placer. Echegaray, que vivía en la calle del Barquillo, fue de los primero miembros del Gobierno que puedo acudir muy pronto al palacio de Buena Vista. No tuvo ocasión sin embargo de ver al herido. Se decía que había conocido a uno de los tiradores, pero no había dado el nombre. Era incierto que pudiera sobrevivir, pero mientras tanto urgía recibir a Amadeo de Saboya, que llegaba a Cartagena, y Echegaray fue uno de los encargados de tal misión, consignando que en cada estación durante el viaje, daba un discurso a las autoridades locales y al pueblo, expresando su confianza en la recuperación de Prim, y animando a mostrar adhesión y afecto al nuevo monarca. Ya en Cartagena la comitiva supo por telegrama el fallecimiento de Prim, encontrándose además con una ciudad que rechazaba la «solución Amadeo» y se volcaba por la instauración de un federalismo cantonal. Oficialmente se creía además que Antoñete Gálvez, el líder de aquella revolución, planeaba cometer un atentado contra el nuevo rey. Los comisionados tomaron por la tarde todas las precauciones posibles para no alarmar ni afrentar a don Amadeo, hasta el punto de que el banquete de bienvenida había de ser a bordo de la fragata en que llegaba. Y en ella había de dormir. «Y ya muy avanzada

la noche nos separamos, buscando cada uno unas horas de descanso», dice Echegaray,

dando fin con esta frase a sus Recuerdos, que comprenden hasta enero de 1871, cuando tenía 39 años. Todavía le quedaban por vivir 44 de vida muy activa y exitosa, como los que

comprenden su triunfo como dramaturgo, llegando a ser distinguido con el premio Nobel, en 1904. Ingeniero, profesor, dramaturgo, matemático. Entre todas estas facetas suyas, la predilecta fue las matemáticas, la que ya desde niño le deslumbró, y a la que le habría gustado dedicar más tiempo. Hay variadas reflexiones en estos Recuerdos, intercaladas entre los hechos de su protagonista. Y una, que brota de vez en cuando, es la comparación entre el antes y el ahora. O sea, entre las creencias e ideas de la España de la segunda mitad del XIX y la de comienzos del XX, que Echegaray está viviendo, ya octogenario. Desde entonces acá, afirma: «Lo que

ha variado son los ideales. Antes dominaba la nota filosófica e idealista… Hoy domina la tendencia positivista» (3, 51). Entonces, ade-

más, se aspiraba a la libertad y la iniciativa individual, de tal modo que «El Estado era para todos nosotros sospechoso» (3, 5). Hoy por el contrario todo el mundo cree en la eficacia del Estado (3, 56). «Veremos lo que el siglo XX con

su socialismo invasor, su intervencionismo que alardea de prudente, y su Estado motor, providencia, tutor y niñera»(3, 57). Sin embargo, un poco más adelante parece poner en duda su fe individualista, pues se pregunta: «Socialismo, individualismo, ¿dónde está la verdad?» (3, 60).

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Fernando Sáenz Ridruejo

Echegaray y la educación de la mujer. Echegaray ingeniero y humorista.

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ste artículo se basa, con algunas adiciones posteriores, en las notas preparadas para la conferencia impartida en el acto celebrado en honor de Echegaray, el 5 de octubre de 2016, por la Real Academia de Doctores, en el antiguo Paraninfo de la Universidad Central. Agradezco a Daniel Pacheco y a Fernando Ibáñez que me hayan invitado a participar en este número dedicado al primer premio Nobel español.

Echegaray y la educación de la mujer El 11 de abril de 1869 aparecía en la última línea de la última página de la Gaceta de Madrid el siguiente aviso: Esta tarde en la Universidad Central conferencia de D. José Echegaray sobre “Influencia del estudio de las Ciencias Exactas en la educación de la mujer”. La conferencia formaba parte de un ciclo de quince conferencias dominicales que, acerca de la educación de la mujer, organizó Fernando de Castro, recién nombrado Rector de la Universidad Central, y que se extendió entre febrero y junio de aquel año. Los conferenciantes fueron ilustres personalidades de la vida política y cultural, casi todos ellos ateneistas y diputados de las Cortes Constituyentes, como Emilio Castelar, Segismundo Moret, Francisco Pi y Margall, Fernando Corradi, Rafael Labra y los inseparables ingenieros de Caminos Gabriel Rodríguez y José Echegaray.

En cada una de las sesiones disertaron, además, o se leyeron textos suyos, otros autores como Harzenbusch, Juan Nicasio Gallego o Juan Valera. Fernando de Castro sería fundador y primer presidente de la Asociación para la Enseñanza de la Mujer y contó con el apoyo de Concepción Arenal, que formaba parte de la Junta Directiva del Ateneo Artístico y Literario de Señoras. Arenal no se limitó a asistir al ciclo de conferencias sino que dio noticia de todas ellas en más de un periódico. Al final sus reseñas se imprimieron en un libro titulado La mujer del porvenir1. Curiosamente, según Arenal, la conferencia de Echegaray no versó sobre las Ciencias Exactas sino sobre las Ciencias Físicas, pero doña Concepción, que lo definió como sabio matemático, se extendió hablando de sus dotes oratorias sin entrar en las materias tratadas, que posiblemente escaparon a su comprensión. Hay que señalar que en esas fechas estaba Echegaray al frente de la Dirección General de Obras Públicas, Agricultura, Industria y Comercio, con más competencias que dos o tres de los actuales ministerios económicos. Era también, desde el 27 de febrero, diputado por Avilés y el 5 de mayo habría de pronunciar en el Congreso el famoso discurso de la Trenza del Quemadero, que anunciaba ya al autor dramático tremendista y que propició su inmediato nombramiento como ministro de Fomento.


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No es de extrañar la confusión de la Gaceta pues Echegaray se movía con igual soltura en las matemáticas y en la física. En marzo de 1866 había ingresado en la Real Academia de Ciencias, en la sección de Exactas; pero en enero de 1868 había pasado a la de Físicas para facilitar la entrada de Saavedra, al que el 29 de junio de 1869 contestó en su discurso de ingreso. Pocos días después, el 15 de julio, tomó posesión como ministro de Fomento. Entre tanto, a finales del mes de mayo, aún había tenido tiempo para ocuparse de que la Escuela de Caminos cediese al Museo Nacional de Pinturas un cuadro de Fernando VII atribuido a Goya2. Esta acumulación de actividades tan diversas en el primer semestre del 69 es muestra de la enorme capacidad de trabajo que habría de caracterizarle. Al término del ciclo se preguntaba Concepción Arenal: “¿Qué hemos aprendido las señoras en la Universidad? ¿Nos han enseñado Literatura el Sr. Canalejas, Derecho el Sr. Labra, Economía política el Sr. Rodríguez, Física el Sr. Echegaray e Historia el Sr. Castelar? Seguramente no, lo que hemos aprendido las señoras es que nuestras primeras inteligencias aman que la mujer deba cultivar la suya;

lo que han aprendido los hombres es que las mujeres asisten con asiduidad y constancia a reuniones donde se trata gravemente de cosas graves”. A nuestor efectos, interesa indicar que el interés de Echegaray y Rodríguez por la educación de la mujer no fue un hecho aislado entre los ingenieros de Caminos. Concepción Arenal, viuda ya de un redactor de La Iberia de Sagasta, vivía con – y se apoyaba en – su hijo Fernando García Arenal, que estaba estudiando en la Escuela de Caminos. José Antonio Rebolledo, antiguo alumno de Echegaray, y enseguida profesor de la Escuela, colaboraría con entusiasmo, tras la muerte de Castro, en la Asociación para la Enseñanza de la Mujer y sería otro ingeniero de Caminos, Alberto Bosch quien, en 1892, como alcalde de Madrid, pondría la primera piedra para el nuevo edificio de la Asociación en la calle de San Mateo de Madrid. Este mismo año doña Concepción, que para esa fecha vivía ya en Vigo, donde Fernando era director del puerto, establecería, en el boletín de la Institución Libre de Enseñanza, las directrices que a su juicio debían orientar la educación de la mujer.

Universidad Central

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Echegaray Ingeniero He tratado en muchas ocasiones de esta faceta, tal vez la menos valorada de Echegaray, pero todavía, de vez en cuando, aparecen algunas teselas que ayudan a conformar el mosaico de su actividad ingenieril. Prescindiendo de otras actuaciones como alumno y profesor de la Escuela de Caminos, me centraré ahora en las figuras de quienes, como estudiantes, fueron sus más íntimos amigos y luego, por influencia suya, compañeros en la Junta de profesores: Leopoldo Brockmann, José Caunedo y Eduardo Gutiérrez Calleja. Diría Echegaray en sus Recuerdos que en 1855, siendo secretario de la Escuela, había propuesto los nombres de sus tres amigos para cubrir las vacantes del claustro y añadía que a Brockmann debía su futuro como dramaturgo, a Caunedo su boda y a Calleja la mayor parte de sus trabajos profesionales. Del proyecto de un artilugio para el cruce del canal de la Mancha sobre un camino de rodadura establecido en el fondo; de las curiosas peripecias subsiguientes, que dieron lugar a la exoneración de Brockmann como ingeniero al servicio del marqués de Salamanca, y de la peregrina idea de vengarse mediante una obra de teatro de verso, en que Leopoldo habría de escribir los actos pares y José los impares, di cuenta en un artículo publicado junto con Eduardo Rodríguez Paradinas, ingeniero emparentado con la familia Brockmann3. Brockmann acabaría escribiendo una cuarteta y Echegaray, más trabajador, el resto. Y, como quien hace un cesto hace ciento, haría luego otros sesenta y siete dramas adicionales. El proyecto, al que Echegaray calificaría de fantasioso, fue firmado únicamente por Brockmann que sí debía creer en su viabilidad pues lo publicó en 1871. Al parecer esa idea se aplicó más tarde para cruzar algún estrecho de menor longitud y calado que el de la Mancha. A José Caunedo, asturiano, debía Echegaray el conocimiento de su mujer, la asturiana Ana Perfecta Estrada. Ana Perfecta era hermana de Francisca de Borja, la mujer de Caunedo, pero lo llamativo es que Echegaray, más rápido, se casó en 1857, mientras que Caunedo no lo haría hasta el año siguiente. La vida familiar de Echegaray es casi desconocida y su mujer no aparece en los Recuerdos. Tuvieron una hija que falleció pronto y solo le sobrevivió su hijo Manuel, que sería el encar-

gado de notificar al Senado el fallecimiento del padre en 1916. Sabemos que aquél, abogado, fue diputado por Cartagena entre 1905 y 1907, aprovechando, sin duda, el tirón mediático del premio Nobel; pero no volvió a insistir en la política. No han llegado a nuestros días descendientes directos. La amistad de Echegaray con Calleja también fue fraternal. En sus Recuerdos afirma que, al ser nombrado Director general quiso nombrarle jefe de negociado por ser persona “de gran mérito, como lo había demostrado en la Escuela de Caminos, y como demostró después; inteligencia serena y rectitud inconmovible. Pero, agradeciéndome la propuesta, no quiso aceptar porque era un espíritu independiente”. Respecto a su relación con los trabajos profesionales de Echegaray, en otra ocasión habíamos supuesto que serían informes o dictámenes emitidos con posterioridad a que éste saliera del Congreso4. En un libro reciente, nos referíamos al homenaje que, en mayo de 1869 se tributó a Echegaray con motivo de su discurso parlamentario de la Trenza del Quemadero, y a las palabras pronunciadas a los postres por Calleja, quien, tras considerar los horizontes que se le abrían en la política, le ofreció una cariñosa acogida para el día en que «cansado quizás

de los azares y disgustos que pudiera proporcionarle la vida que iba a emprender, quisiera volver otra vez en medio de los compañeros que hoy deja para lanzarse en pos de la nueva gloria que ante su vista se presenta » 5. Añadíamos nosotros entonces: «Como sabemos, cuando Echegaray se cansó de la política no regresó para descansar con sus compañeros sino que buscó en los escenarios teatrales otra gloria con más brillo, si cabe, que la del Parlamento» (. Pero la realidad no

fue ésta. Todo parece indicar que Echegaray aceptó el ofrecimiento de su amigo. En los sucesivos escalafones del Cuerpo de Ingenieros de Caminos, desde el 1 de diciembre de 1876 hasta el 15 de agosto de 1880, aparece, ininterrumpidamente, como jefe de 1ª, supernumerario, en la Compañía del ferro-carril de Madrid a Malpartida de Plasencia, que no era otra que la Compañía del Tajo, a la que también aparece vinculado Calleja. Fue una línea de fácil construcción en la que la única obra notable era el puente sobre el Tiétar, cerca de Malpartida. En el escalafón de 14 de abril de 1881 figura Echegaray sin


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especificar destino y en los siguientes aparece ya como exministro de la Corona. No hay ninguna alusión a su condición de diputado (lo fue, por Cañete, Cuenca, entre el 12 de junio de 1877 y el 30 de diciembre del 78, y fue otra vez nombrado por Madrid el 27 de abril del 79, aunque no tomó posesión hasta el 24 de junio, causando baja el 25 de junio de 1881). Durante esos años se fue estrenando una docena de sus dramas más exitosos, como O locura o santidad y En el seno de la muerte. El más conocido de todos, El gran galeoto, data de marzo de 1881. Es decir, durante un quinquenio simultaneó sus tres actividades ingenieril, politica y teatral. En 1889 falleció Gutiérrez Calleja y la Revista de Obras Públicas anunció una ne-

Brockmann , Leopoldo. Paso del Canal de la Mancha

crología escrita por Echegaray: pero esa necrología, por razones que ignoramos, nunca llegó a publicarse. La colaboración de nuestro hombre con la ROP, interrumpida en 1872, no se reanudó hasta 1894 en que ésta reprodujo su discurso de ingreso en la Real Academia Española. A partir de ese momento volvió a integrarse en el mundo de la ingeniería, presidiendo la zona de Madrid de la Comisión Central del Cuerpo y la Junta de Representación de los Ingenieros de Caminos, apoyando el plan de Pantanos y Canales de 1899, presidiendo la delegación española al Congreso Internacional de Ferrocarriles de París, en 1900, o defendiendo a José Eugenio Ribera tras la rotura del Tercer Depósito de la Canal de Isabel II en 1905.

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Echegaray, la literatura lúdica y los juegos de palabras. Echegaray fue un gran humorista, un hombre que no se tomó nunca demasiado en serio, y uno de los fallos de la crítica acerca de su labor literaria ha consistido en no reconocer esa faceta lúdica de su personalidad y de toda su obra. Entre los muchos escritos y conferencias pronunciadas con motivo de su centenario, solo hemos visto un trabajo que ha puesto de relieve ese aspecto de su carácter. José A. Martín Pereda, al analizar la estructura de los artículos de divulgación científica de Echegaray señala varios ejemplos de ese humor y concluye: «Y así, a lo largo de todos los [artículos] que publicó, pueden encontrarse

pequeñas gotas de humor que van salpicando los razonamientos didácticos. En el fondo son también recursos de autor teatral que busca aligerar el peso de la tragedia que está desarrollando».

Muestras de su sentido del humor son los varios pasajes de sus Recuerdos en que intercala párrafos de este tenor: Observará el lector que no desaprovecho ocasión de poner de relieve mis méritos, pero si unas memorias, y especialmente las mías, no sirven para eso, no sé para que van a servir. Fue un gran amante de todo tipo de juegos de palabras, como demuestra el hecho de que al estrenar en 1874 su primer drama, «El libro talonario», lo hiciera bajo el pseudónimo Jorge Hayeseca, anagrama de su propio nombre. Produjo muchos chistes, retruécanos, calambures, acertijos, charadas y jeroglíficos, recogidos unos por tradición oral, dispersos otros por almanaques y publicaciones periódicas; pero nunca estudiados sistemáticamente. Como es natural, algunos se consideran hoy anónimos y, en cambio, se le han atribuido otros de distinta autoría. En todos los casos, introdujo elementos nuevos que suponían un cambio radical respecto a la práctica de los creadores de esos juegos de palabras. Así, en su charada:

No tiene primera, no tiene segunda, no tiene tercera, y sin embargo silba, como si las tuviera

la primera, la segunda y la tercera no se refieren a la sílabas de la palabra buscada, sino a los componente físicos del objeto que ésta define. También queda aquí reflejado el ingeniero ferroviario que Echegaray fue, pues la solución no es otra que El tren de mercancías. El más conocido de sus jeroglíficos, representado por una c partida, dentro de una D rota (Cesó la negra partida, en medio de una gran derrota), tiene su historia y también tiene más de una versión. Luis de Pinedo, humorista del siglo XVII, utilizó la primera parte de la frase en una historieta incluida en su manuscrito «Liber facetiarum et similitudinem», que se conserva en la Biblioteca Nacional y que fue editado en 1880 como «Libro de Chistes». Era el letrero en clave - cesó la negra partida - con que una esposa infiel avisaba a su amante de que clausuraba la cita porque el marido iba a estar en casa. Es verosímil que Echegaray, amigo de las truculencias barrocas, se interesase por esa historia y hasta puede que la utilizase en alguno de sus dramas plagados de adulterios. Pero luego añadió la segunda parte de la frase para formar el jeroglífico. Éste se utilizó para definir la perdida de las Islas Filipinas en 1898, aunque es dudoso que Echegaray lo crease para esa ocasión tan triste. Tomás Borrás reprodujo este jeroglífico en 1957 colocando la C detrás y no en medio de la D, no sabemos si por facilidad tipográfica o por considerar más coherente que la negra partida cesase después y no antes de la gran derrota8. En cambio, Víctor Marquez Reviriego lo usaría en un artículo de 1996 con la forma tradicional.


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Puente de Malpartida de Plasencia

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Nota final. Echegaray y la masonería En algún momento se ha deslizado la idea de que Echegaray pudiera haber sido masón pues no en vano lo eran, y con la máxima graduación, tanto Sagasta como Ruiz-Zorrilla, Prim, Becerra y otros políticos septembrinos con los que se relacionó. Él, sin embargo, dedicó a desmentirlo un capitulillo de sus Recuerdos en que, hablando con uno que le animaba a ingresar en la orden, afirma: «Respeto a todo

el mundo y a toda clase de agrupaciones; pero no son para mí las sociedades secretas; mis actos han de ser públicos; el misterio y la sombra me son repulsivos por naturaleza».

En la extensa bibliografía consultada no hemos encontrado una referencia a la presunta masonería de Echegaray y en el libro de Ferrer Benimeli sobre los presidentes del Gobierno masones, en que se dedican capítulos específicos a Sagasta, Ruiz-Zorrilla y Prim, ni siquiera aparece citado en el índice onomástico.

Bibliografía 1 Arenal, Concepción, La mujer del porvenir. Artículos sobre las conferencias dominicales para la educación de la mujer, celebradas en el Paraninfo de la Universidad de Madrid, Sevilla-Madrid, Eduardo Perié-Félix Perié, 1869. 2 Sáenz Ridruejo Fernando, “De la Escuela de Caminos al Museo del Prado, historia (incompleta) de un cuadro de Goya”, ROP, mayo 2013, 17-23. 3 Rodríguez Paradinas, Eduardo y Sáenz Ridruejo, Fernando, “Un proyecto español para el cruce del Canal de la Mancha”, ROP, abril 1994, 59-66. 4 José Echegaray Eizaguirre. Una mirada global, Catálogo de la exposición, Madrid, 2006. 5 “Obsequio tributado al Señor Echegaray por sus amigos”, ROP, 1869, t. I, 177-118. 6 Paz Meliá editores, Agudezas del ingenio nacional, Madrid, Tello, 1880. 7 Martín Pereda, José A., “Echegaray divulgador de la ciencia”, ROP, noviembre 2016, 64-70. 8 Borrás, Tomás, “El charadismo”, ABC, 24 de noviembre de 1954, 55. 9 Así constaba en un panel de la exposición celebrada en el Colegio de Caminos en 2006 y así lo refleja SánchezRon, sin tomar partido, en su reciente biografía José Echegaray (1832-1916). El hombre polifacético, Madrid, Fundación Juanelo Turriano, 2016. 10 Echegaray, José, “Recuerdos”, Madrid Científico, 15 septiembre 1914, 487.


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José Manuel Sánchez Ron

Nada de lo Humano le fue ajeno: José Echegaray (1832-1916)

L

ección pronunciada por el académico José Manuel Sánchez Ron el día de la Fundación pro Real Academia Española, celebrado el 24 de noviembre de 2016

El 20 de mayo de 1894, en este mismo edificio, entonces recién inaugurado, José Echegaray Eizaguirre tomaba la palabra para pronunciar su discurso de entrada en la Real Academia Española. Había sido elegido, para ocupar el sillón e, mucho antes, en 1882, pero Emilio Castelar, el encargado de responderle, no tuvo tiempo, parece, para preparar su intervención hasta doce años después. Como tema eligió De la legalidad común en materias

literarias.

Cuando Echegaray habló aquí, lo había sido prácticamente todo, aunque todavía sería más. Hoy, el año en que se cumple un siglo de su muerte, tengo el honor de hablarles de él, de un hombre al que bien se le puede aplicar aquella sentencia de Terencio: «Nada de lo humano le fue ajeno». Ingeniero de Caminos, matemático, físico-matemático, divulgador científico, dramaturgo, economista y político, alcanzó en todas estas actividades renombre: número uno de su promoción en la Escuela de Caminos, más tarde profesor en ella, varias veces ministro, de Fomento y de Hacienda, diputado, senador, figura prominente en la modernización del Banco de España, académico de Ciencias, presidente del Ateneo de Madrid, del Consejo de Instrucción Pública, de la Junta del Catastro, de la Compañía Arrendataria de Tabacos, de la Real Academia de Ciencias, de la Sociedad Española de Física y Química, de la Sociedad Matemática Española y de la Asocia-

ción Española para el Progreso de las Ciencias, premio Nobel de Literatura, catedrático de Física matemática en la Universidad Central, caballero de la Orden del Toisón de Oro, y podría seguir, son títulos que ningún otro español, de su época, de antes o de después, ha conseguido reunir. Ocurre, no obstante, que la lejanía temporal ha difuminado su figura, haciéndola casi desaparecer. Su importancia como literato hace mucho que ha sido puesta en entredicho, y su obra como científico es ignorada por casi todos. Muy diferente fue en su tiempo. «Era incuestionablemente el cerebro más fino

y exquisitamente organizado de la España del siglo XIX», dijo de él Ramón y Cajal.

Echegaray navegó por mares muy diferentes, versatilidad que se manifestó muy pronto. Así, en los Recuerdos que compuso en los últimos años de su vida, al referirse a sus intereses cuando estudiaba el bachillerato, decía: «Mis aficiones eran bien sencillas, y

se manifestaban de este modo: un interés extraordinario por el teatro, y en el teatro por los dramas [...]. Además del teatro, se desbordaban mis aficiones por el campo inagotable de la novela [...]. Pero a la par que se desarrollaban mis afanes y apetitos por el género novelesco y el género dramático, se desarrollaban poderosísimos, con intensidad creciente, y tan invencibles que todavía no han sido vencidos, por el estudio de las ciencias matemáticas; mejor dicho, por las Matemáticas puras». Su primer destino como ingeniero refleja la situación de España entonces: vigilar laconstrucción de una escollera en Almería. Allí, con el único consuelo de sus libros de mate máticas, pasó casi todo el año 1854, pero una


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infección palúdica le obligó a pedir una licencia. Regresó a Madrid para recuperarse, y en la capital de España recibió un nuevo destino: Palencia. Pero lejos de ser como islas insensibles a influencias del exterior, nuestras vidas se ven fuertemente condicionadas por las sociedades en las que habitamos. ¿Cuál habría sido la biografía de Echegaray sin los acontecimientos políticos el inicio del «bienio liberal», con un pronunciamiento militar al que siguió una insurrección popular que se produjeron justo cuando regresó a Madrid? Seguramente se habría instalado en Palencia y… ¿quién sabe? Pero aquellos sucesos produjeron vacantes en el profesorado de la Escuela de Caminos y fue llamado para cubrir una de ellas. Un minúsculo cambio y una vida completamente diferente. Recuerden:

«El aleteo de una mariposa en Brasil puede producir un tornado en Texas».

En Madrid su vida transcurrió al principio igual que tantas otras: matrimonio, dos hijos y la subsiguiente necesidad de conseguir ingresos suplementarios. Para ello, como muchos profesores a lo largo de nuestra historia, Echegaray fundó una academia particular de matemáticas para preparar a los estudiantes de la Escuela, o a los que querían ingresar en ella. El éxito fue tan grande que intentó salir

transitoriamente del Cuerpo, pero su deseo se vió truncado por una disposición que declaraba incompatibles simultanear la enseñanza privada y la pública. Como compensación, recibió dos comisiones. La primera, en 1860, le permitió visitar París y Londres antes de trasladarse a la entrada italiana del túnel que se estaba construyendo en el Mont Cenis para unir Italia con Suiza mediante el ferrocarril. Su misión era estudiar las tuneladoras que se estaban utilizando allí. Aunque los responsables no se mostraron dispuestos a que estudiase sus máquinas, consiguió memorizar lo que brevemente vió y preparar luego una monografía, técnica pero en la que ya se vislumbra la vena literaria de su autor. Comenzaba con:

«Años ha que lucha el Piamonte por conquistar el puesto que en Europa le corresponde, y del que su constancia y su fe en el porvenir, tanto como los talentos y los esfuerzos de sus hijos, le hacen digno». La segunda comisión, 1862, tuvo cmo destino Londres con objeto de estudiar los avances tecnológicos mostrados en la Exposición Universal que se acababa de inaugurar. Recordemos que aquellas exposiciones constituían escaparates únicos de las últimas invenciones de la tecnológica mundial.

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Académico de Ciencias Hacia 1865, el bagaje científico de Echegaray era bastante pobre: tres artículos, publicados en la Revista de Obras Públicas, relacionados con una máquina que pretendía ser de movimiento continuo, inventada por un relojero de la Puerta del Sol, y dos libritos para ayudar a los estudiantes: Cálculo de variaciones (1858) y Problemas de geometría (1865). No obstante, y esto nos dice bastante de la situación de la ciencia española entonces, en abril de 1865 fue elegido miembro de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales. Su discurso de entrada, Historia de las Matemáticas puras en nuestra España, es célebre. En él defendió la tesis de que mientras España había tenido grandes literatos, artistas, militares, músicos, filósofos, navegantes y conquistadores, jamás había tenido un matemático de categoría: «la ciencia matemática», declaraba, «nada nos debe; no es nuestra, no

hay en ella nombre alguno que labios castellanos puedan pronunciar sin esfuerzo».

Es oportuno señalar que Echegaray relacionaba la historia de la matemática española con su historia política. Así, manifestó que España no podría tener ciencia mientras no se conquistase en ella «la libertad filosófica, que es la libertad del pensamiento», concluyendo que la historia de la ciencia que estaba repasando en su discurso, no era, ni podía ser, la de una nación en la que «no hubo más que látigo,

hierro, sangre, braseros y humo». Político

Para comprender las anteriores frases, hay que tener en cuenta qué sucedía en España, el ambiente que condujo a la revolución de septiembre de 1868. De regreso a Madrid, Echegaray había comenzado a interesarse por la economía política, defendiendo el librecambismo frente al entonces imperante proteccionismo, que favorecía la intervención del Estado en el comercio exterior, para promover la industria nacional mediante prohibiciones a los productos extranjeros. Al llegar 1868, era conocido en los círculos políticos y, una vez constituido el Gobierno provisional que puso final al reinado de Isabel II, fue nombrado director de Obras Públicas, Agricultura, Industria y Comercio, dentro del Ministerio de Fomento. Uno de los proyectos que abordó entonces, el

de bases para la legislación de obras públicas, tuvo bastante éxito, resultando a partir de aquel momento ministrable. Al abrirse las Cortes Constituyentes que habían de dar a España el 6 de junio la Constitución de 1869, tres cuestiones sobresalían entre las que el Parlamento tenía que considerar: la forma de gobierno, el reconocimiento de los derechos individuales y la religiosa. Fue acerca de esta sobre la que Echegaray, ya diputado, pronunció su primer discurso en la Cámara, el 5 de mayo de 1869, conocido como el de «la trenza del quemadero», nombre que tenía que ver con un descubrimiento que se acaba de realizar en unas obras en el alcantarillado de Madrid, junto al lugar donde estuvo el Quemadero de la Cruz, teatro de los autos de fe inquisitoriales. Entre escombros, se encontraron unos hierros que pudieron ser instrumentos de tortura, y una trenza de mujer medio quemada. Me lo imagino declamando, más que pronunciando:

«Yo desearía que los señores que defienden la unidad religiosa […] preguntasen a aquella trenza cuál fue el frío sudor que empapó su raíz al brotar la llama de la hoguera y cómo se erizó sobre la cabeza de la víctima […] Yo no arrojo una mancha sobre ninguna gran religión revelada: en el fondo de todas ellas hay una aspiración noble, levantada; pero lo que yo no quiero es que el poder teocrático convierta la unidad religiosa en arma de partido». No es sorprendente que en aquellos años su intervención le llevase, en julio de 1869, a ocupar la cartera de Fomento. Se vio inmerso entonces en el problema de encontrar un monarca para el trono vacante. Finalmente, las Cortes eligieron, el 16 de noviembre de 1870, a Amadeo de Saboya. Pero ustedes me excusarán si no sigo detallando los muchos sucesos que ocurrieron entonces, entre los que figura la abdicación de Amadeo y la proclamación, el 11 de febrero de 1873, de la Primera República española. Sí debo mencionar que Echegaray figuró como ministro de Hacienda en el último Gobierno del hijo de Víctor Manuel y que por motivos de seguridad tuvo que exiliarse seis meses en París. Después del golpe de Estado del 3 de enero de 1874 del general Pavía, que puso término a la Primera República, fue nombrado de


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nuevo ministro de Hacienda. A los tres meses dejó la cartera. Poco tiempo, pero en su haber hay que señalar un logro importante: dar al Banco de España estructura de banco nacional; en particular, concederle el monopolio de la emisión de dinero. Recordemos que entonces existían veintitrés bancos provinciales facultados para emitir dinero. El mismo Banco de España era de capital privado. El motivo por el que se tomó aquella decisión se debió a las enormes dificultades económicas que tenía que afrontar entonces el Gobierno, con el levantamiento carlista y la primera revuelta cubana. El déficit anual no dejaba de aumentar, lo que obligó a pedir empréstitos al exterior, arrendar las minas de Almadén a los Rothschild o vender las de Riotinto. De lo que se trataba era de ayudar a la hacienda pública reforzando el Banco de España. El decreto-ley correspondiente, que escribió Echegaray, y con el que, por cierto, traicionaba sus antiguos ideales librecambistas, lleva fecha del 19 de marzo de 1874. Ya no se escriben, hoy, decretos como este:

«Abatido el crédito por el abuso, agotados los impuestos por vicios administrativos, esterilizada la amortización por el momento, forzoso es acudir a otros medios para consolidar la deuda flotante y para sostener los enormes gastos de la guerra». Dramaturgo

Y ahora, el teatro. Aunque escribió pronto varias obras e intentó que se representasen, su entrada efectiva en el teatro tuvo como protagonista El libro talonario, comedia en un acto y en verso. Se estrenó el 18 de febrero de 1874. En aquel momento Echegaray era ministro de Hacienda, por lo que utilizó el pseudónimo «Jorge Hayeseca», anagrama de su nombre y apellido. Sin embargo, el secreto no fue tal porque el día del estreno, al terminar la obra y cuando el público, entusiasmado, pidió que saliera a saludar el autor y se les dijo que este residía en París, los espectadores se volvieron al palco en el que estaba Echegaray, conocedores de que él era el autor.

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Después llegaron muchas obras más, El puño en la espada; O locura o santidad; Para tal culpa, tal pena; Lo sublime en lo vulgar; Un milagro en Egipto; El preferido y los cenicientos…, y, claro está, la que más se asocia a su nombre: El gran galeoto. Estrenada en el Español el 19 de marzo

de 1881, al final parte del público acompañó a Echegaray a su casa con hachones encendidos. Una buena pregunta es qué método empleaba don José para escribir sus dramas. Él mismo lo explicó en un, ¿cómo no?, soneto:

«Escojo una pasión, tomo una idea, un problema, un carácter… y lo infundo, cual densa dinamita, en lo profundo de un personaje que mi mente crea. La trama al personaje le rodea de unos cuantos muñecos, que en el mundo, o se revuelcan en el cieno inmundo, o se calientan a la luz febea. La mecha enciendo: el fuego se propaga; el cartucho revienta sin remedio, y el actor principal es quien lo paga. Aunque a veces también en este asedio que al Arte pongo y que al instinto halaga, me coge la explosión de medio a medio».


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El mejor matemático español del siglo XIX En la secuencia cronológica e histórica que he estado intentando seguir, he dejado de lado las matemáticas, su gran amor. Tengo que decir algo sobre esto. Tras su entrada en la Academia de Ciencias, las aportaciones de Echegaray a la matemática cambiaron de cariz. En 1867 publicó un libro, Introducción a la Geometría superior, en el que importaba a España el sistema geométrico de Michel Chasles, que por aquellos años gozaba de gran popularidad en Francia. Y aunque su vida experimentó un cambio radical a partir de 1868, continuó haciendo matemáticas. Con contribuciones como la importante monografía que publicó en 1887: Di-

sertaciones matemáticas sobre la cuadratura del círculo, en la que trataba la cuestión de la

cuadratura del círculo. Pero su aportación más destacada tuvo lugar más tarde, en el Ateneo Científico y Literario de Madrid. Allí entre 1896 y 1898 desarrolló un curso dedicado a la «Resolución de las ecuaciones de grado superior y teoría de Galois». Fue con su exposición de la teoría de Galois cuando llegó a su máxima altura matemática. Se enfrentó con una de las construcciones más novedosas de la matemática del

siglo XIX, una que influiría decisivamente en el desarrollo posterior de la matemática y la física teórica. Lo hizo, es verdad, con retraso, pero dando una lección de ambición científica a sus mucho más jóvenes colegas. Solo por esto, está justificado decir que fue el mejor matemático español del siglo XIX, nada original, desde luego, pero los demás tampoco lo fueron. Y no puedo dejar de mencionar también su inmensa contribución, miles de artículos, a la divulgación, lo que es lo mismo que a intentar «culturizar» a la ciudadanía hispana en ciencia y tecnología.. Premio Nobel Cuando comenzaba el siglo XX, José Echegaray era famoso en España, pero todavía faltaba un acontecimiento que acrecentaría esa fama: la concesión en 1904 del Premio Nobel de Literatura, compartido con el poeta provenzal Frédéric Mistral. Se le otorgó «en

consideración a su rica e inspirada producción dramática que, de una manera independiente y original, ha revivido las grandes tradiciones y las glorias antiguas de drama español». Fue el primer español en recibir tan preciado galardón (Santiago Ramón y Cajal fue el segun-

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do: lo recibió - el de Fisiología o Medicina- en 1906). En los archivos de la Fundación Nobel se conservan los datos de quienes fueron propuestos aquel año para el Premio. Entre ellos figuraban, además de Frédéric Mistral, que recibió dos nominaciones, Anatole France (1), Lev Tolstói (2), Henrik Ibsen (1), Selma Lagerlöf (1) y Rudyard Kipling (1). Echegaray fue propuesto, utilizando un privilegio que hasta hoy conservan los miembros de la Real Academia Española, por el académico Daniel de Cortázar. No era la primera vez que había sido propuesto para el Premio: en 1902 le propusieron doce miembros de esta Casa, y en 1903 Cortázar. En cuanto a la explicación de por qué recibió el galardón, sin duda ayudó el que tres obras suyas hubieran sido traducidas al sueco: O locura o santidad (1882), que se estrenó con gran éxito en el Teatro Real de Estocolmo, Mariana (1894) y El gran galeoto (1902). A raíz de la noticia, la Asociación de Escritores y Artistas de Madrid quiso organizar un homenaje nacional a Echegaray. Entonces, un grupo de escritores entre los que se contaban Unamuno, Azorín, Baroja, los hermanos Machado y Valle-Inclán, publicaron un manifiesto en contra. «Parte de la prensa», decían, «inicia

la idea de un homenaje a don José Echegaray, y se arroga la representación de toda la intelectualidad española. Nosotros, con derecho a ser comprendidos en ella y sin discutir ahora

la personalidad de don José Echegaray, hacemos constar que nuestras ideas estéticas son otras y nuestras admiraciones muy distintas». Sin embargo, aquel manifiesto produjo la reacción contraria: se organizó un homenaje en el Senado el 19 de marzo de 1905, presidido por el rey Alfonso XIII, y al día siguiente una manifestación popular, que comenzó en la Plaza de Oriente y terminó en el Palacio de Museos y Bibliotecas, hoy Biblioteca Nacional. El Premio Nobel convirtió a Echegaray en una figura nacional mítica. De hecho, en 1905 volvió a ocupar brevemente la cartera de Hacienda. Y en 1911 el rey le otorgó el Toisón de Oro. Catedrático de Física Matemática de la Universidad Central

No creo, sin embargo, que nada de lo anterior le produjese tanta satisfacción como que el Gobierno le nombrase en 1904 catedrático de Física matemática de la Facultad de Ciencias de la Universidad Central, nombramiento del que no hizo un mero honor con el que cumplir de vez en cuando. A partir del curso 1905-1906 tenía entonces 73 años y hasta el de 1914-1915 desarrolló un curso sobre esa materia. Su esfuerzo quedó recogido en diez tomos (4412 páginas), que constituyen un monumento a la física del siglo XIX, una física que pretendió dar acomodo a la


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avalancha de nuevos fenómenos que desde finales del XIX se venían observando, pero que, finalmente, perdió la partida frente a una física nueva, la de la relatividad y la mecánica cuántica. Para justificar lo que he dicho sobre la satisfacción que debió de producir a Echegaray este nombramiento, recordaré algo que escribió en sus Recuerdos:

«Las Matemáticas fueron, y son una de las grandes preocupaciones de mi vida; y si yo hubiera sido rico o lo fuera hoy, si no tuviera que ganar el pan de cada día con el trabajo diario, probablemente me hubiera marchado a una casa de campo muy alegre y muy confortable, y me hubiera dedicado exclusivamente al cultivo de las Ciencias Matemáticas. Ni más dramas, ni más argumentos terribles, ni más adulterios, ni más suicidios, ni más duelos, ni más pasiones desencadenadas, ni, sobre todo, más críticos; otras incógnitas y otras ecuaciones me hubieran preocupado. Pero el cultivo de las Altas Matemáticas no da lo bastante para vivir. El drama más desdichado, el crimen teatral más modesto, proporciona mucho más dinero que el más alto problema de cálculo integral; y la obligación es antes que la devoción, y la realidad se impone, y hay que dejar las Matemáticas para ir rellenando con ellas los huecos de descanso que el trabajo productivo deja de tiempo en tiempo». No sé a qué altura científica habría podido llegar Echegaray caso de haberle sido posible dedicarse plenamente a la matemática que tanto amaba. Ni siquiera sé si, en última instancia, su polifacética personalidad, su desbordante vitalidad, su curiosidad por todo y su sentido de compromiso social le habrían permitido la dedicación que la investigación científica requiere. Pero sí sé que, aunque hubiese estado dispuesto a poner lo mejor de su vida en el empeño científico, no le habría sido posible en aquella España. Y lo más triste de todo es que semejante dificultad no se limitó a su época, que se prolongó en el tiempo, hasta constituirse en una de las vergüenzas de la historia de nuestra querida España. Es cierto que la situación de la ciencia española ha mejorado mucho, pero me atrevo a pensar que la inmensa mayoría de mis compatriotas científicos piensan, como yo, que todavía no se hace

lo suficiente. Siguiendo la estela del buen don José, aún se puede decir que «la X -una X que

engloba un no pequeño número de disciplinas y profesiones-, que la X más desdichada y modesta proporciona mucha más atención y retornos sociales que el más alto problema científico». No me malinterpreten, por favor. Sé muy bien la importancia que para cualquier sociedad tienen todas esas X, todas esas profesiones: las, por ejemplo, filosofía, derecho, música, historia, pintura, filología, economía, lexicografía, periodismo, y, por supuesto, la creación literaria. Al fin y al cabo, ha habido pueblos que no usaron la rueda, pero no ha existido ninguno que no contara historias. Sin embargo, no olvidemos que aunque siempre hay futuro para un país, ese futuro será peor, o al menos no el que este humilde orador que ahora les habla desearía para el suyo, sin una ciencia de muy alta calidad. En un discurso que Gabriel García Márquez pronunció en La Habana el 29 de noviembre de 1985, dijo unas palabras que pensaba se aplicaban a su amada América latina, a la Gran Colombia que anheló Simón Bolívar, pero que también sirven bien para nuestra piel de toro: «los desmanes telúricos, los ca-

taclismos políticos y sociales, las urgencias inmediatas de la vida diaria, de las dependencias de toda índole, de la pobreza y la injusticia, no nos han dejado mucho tiempo para asimilar las lecciones del pasado ni pensar en el futuro». Se refería, ya lo habrán adivinado ustedes, al futuro que estaba alumbrando la ciencia, que había alumbrado ya la ciencia. Salvo honrosas y no demasiadas excepciones, los pueblos agraciados por la hermosa y transparente lengua castellana hemos vivido demasiado tiempo en soledad científica. Y ojalá no tengamos que terminar como lo hace una maravillosa novela que seguirá siendo amada y leída por los nietos de los nietos de nuestros nietos, en la que se cuenta la historia de un hombre al que un día su padre llevó a conocer el hielo, detalle que recordó frente al pelotón de fusilamiento: Ojalá, digo, la solitaria ciencia española no tenga que hacer suyo ese final:

«Las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra».

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Entierro de D. José Echegaray A las tres de la tarde del sábado último, en los alrededores del hotel de la calle de Zurbano, que habitó D. José Echegaray, se reunió un público compacto, que afluía por las calles próximas para tomar parte en la manifestación de duelo que empezaba a organizarse para rendir el último tributo del pueblo español al que fue gloria de nuestra patria. En el domicilio del finado, desde mucho antes de esta hora, era imposible penetrar; tal era la afluencia de amigos, entre los que figuraban muchos Ingenieros de Caminos, que acudían a ver por última vez al finado. Continuaron recibiéndose hasta dicha hora telegramas de pé­same y coronas. Algunos de los primeros muy expresivos.

Bajan el féretro A la puerta del hotel esperaba un armón de Artillería, donde había de ser depositado el féretro que guardaba el cadáver del sabio. Bajaron el féretro los Sres. Donoso Cortés, Caunedo, D. José Gutiérrez Mayo, D. Carlos Rivera y D. Alfredo Echegaray. El féretro fue colocado en el armón, y so-

bre él el sombrero y el espadín del uniforme de Ingeniero de Caminos.

Las cintas Las cintas fueron llevadas por los siguientes señores: Don Rafael María de Labra, por el Ateneo de Madrid, del que es Presidente. El maestro Bretón, por la Asociación de Escritores y Ar­tistas. Don Amós Salvador, Gobernador del Banco de Esparia, en representación de dicho establecimiento. Don Jacinto Benavente, por la Sociedad de Actores. Don Tirso Rodrigáñez, por el Senado. El General Weyler, como Capitán general y en representa­ción de la Orden·del Toisón de Oro. El Sr. Viñas, por el Círculo de Actores. El Sr. Brockmann (D. Guillermo), por los Ingenieros de Caminos. El Sr. Arrillaga, por la Academia de Ciencias; y el Sr. Pidal, Almirante de la. Armada., en representación de la Marina.


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En marcha Poco después de las tres de la tarde se puso en marcha la co­mitiva. Abrían la marcha los guardias municipales de a caballo. Después formaban los niños de los Asilos de la Paloma y San Ildefonso; el coche fúnebre, que era muy lujoso, con ocho caba­llos y carroza estufa, que iba de respeto, rodeada por peones ca­mineros, porteros y ordenanzas del Senado, Tabacalera, Banco de España, Consejo de Estado, Congreso de los Diputados y Ateneo de Madrid, con hachones. Precediendo a la carroza iba el clero de varias parroquias, en­tre el!as la de Santiago. En la carroza fúnebre y en un coche especial iban las coronas; de Marconi, del Instituto de Ingenieros Civiles, de D. J. Eugenio

Comisiones y representaciones La representación del Ejército era my numerosa y bri­llante. Figuraban en el duelo el Gobernador militar de Madrid, Ge­neral Zubia; General Agar; Comandante general de Ingenieros, Sr. Cañizares; Banús, Pando, Hita, Blanco de Castro, Aranaz, García Siñérit y auditor Sr. Pastor. Además asistieron, entre otros, el Coronel López Pozas, del regimiento del Rey, y multitud de Jefes y Oficiales, pues en la orden de la plaza se prevenía que habían de asistir todos los fran­cos de servicio. De las demás Comisiones es difícil dar cuenta, porque cada Centro oficial nombró la suya.

Ribera, de la Energía eléctrica, de la REVISTA DE OBRAS PÚBLICAS, del Ateneo, de la Facultad de Ciencias de Madrid, etc.

El duelo Presidían el duelo el Conde de Romanones, en representación de S. M. el Rey, y los Ministros de Fomento, Estado, Guerra, Go­ bernación e Instrucción Pública; Presidente del Congreso, Obispo de Sión, Director general de Seguridad y los Sres. D. Enrique Gaunedo, sobrino y Secretario particular del finado; su nieto político, el Sr. Donoso Cortés (D. Juan); su nieto, D. Carlos Rivera y Echegaray; su hermano D. Miguel, hijo de éste, y sobrino por tanto del finado, D. Alfredo Echegaray, y D. Antonio Aguilar, testamentario.

La de la Academia de Ciencias, en que figuraba el Sr. Torres Quevedo; del Ateneo, de la Academia de Jurisprudencia, de la Asociación de Escritores y Artistas, de la Prensa, la Comisión de funerales de Ingenieros de Caminos, representaciones del Banco de España, Senado, Congreso, Facultad de Ciencias, etc. Representaba al Instituto de Ingenieros civiles la Junta directora compuesta por los Presidentes de las Asociaciones de In­genieros de Minas, Montes, Agrónomos, Caminos e Industriales. Acudió también una Comisión de la Asociación general de Ayudantes de Ingenieros civiles. La Diputación provincial, bajo mazas. El Ayuntamiento representado por el Alcalde y varios Concejales.

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Los Ingenieros de Caminos Los Ingenieros de Caminos, Presidente del Consejo de Obras públicas, Sr. Villanova; Inspectores generales, Subdirector de Obras públicas, Sr Renclueles; Director de la Escuela, Sr. Mar­qués de Echanclía; y Profesores de la misma,· Ingenieros Directo­res de las Compañías de ferrocarriles del Norte y de M. Z. A., Ingenieros afectos a los servicios de Madrid y supernumerarios, casi todos· los residentes en la Corte, en una palabra (y por eso no citamos más nombres), íbamos precedidos por tres peones camineros que llevaban en alto la corona del Cuerpo y sus cintas. De cerca de 2 metros de alta, representaba el escudo del Cuerpo con sus ramas laterales de roble y palmas; el puente hecho de·

flor amarilla y el ancla de violetas; en cuatro anchas cintas de color nacional había la siguiente inscripción:

A Echegaray.- El Minis­tro de Fomento.- El Director de Obras Públicas.- El Cuerpo de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos. Nuestro escudo era acogido con simpatía por el público y por muchos saludado.


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Los exploradores En el cortejo figuraba también el grupo militar de los explo­radores madrileños.

En el trayecto Presenciaron el paso de la fúnebre comitiva muchas personas durante todo el largo trayecto, que formaban varias apretadas filas. Al llegar el cortejo a la calle del Prado se detuvo un momen­to ante el Ateneo de Madrid, desde donde algunas señoritas arro­jaron flores naturales sobre el armón que conducía los restos glo­riosos de D. José Echegaray. Se rezó alli un responso y prosiguió la comitiva su marcha.

Honores militares Dispuesto por la orden general del día, que se tributaran al cadáver honores de Capitán general, a las dos y media de la tarde se encontraban cubriendo la carrera las fuerzas de la guarnición; mandaba la línea el Capitán general Sr. Marina.

Las tropas Los regimientos de León, Asturias, Ferrocarriles y fuerzas de Intendencia y Sanidad, con filas abiertas, cubrían la carrera des­de la esquina de la calle y paseo de Recoletos, por el itinerario fijado, hasta la plaza de Santa Cruz. En el paseo de la Castellana formaban los lanceros de la Rei­na y dos baterías del quinto Montado; en Recoletos, el cuarto de a caballo y los lanceros del Príncipe.

Honores En el Español Hizo alto de nuevo frente al teatro Español, y del mismo fue sacada una corona de flores naturales del Ayuntamiento de Ma­drid, con una sentida dedicatoria. La Banda municipal, que. esperaba en la calle del Príncipe, al llegar el entierro tocó una marcha fúnebre.

Al paso del cadáver todas las fuerzas presentaban las armas, saludando las banderas, estandartes y Oficiales, batiendo marcha las músicas. Una sección del quinto Montado, que se hallaba situada en los altos del Hipódromo, y que hacía un disparo cada media hora desde el amanecer, saludó con una salva de tres cañonazos, cuan­do se sacó el cadáver de su domicilio.

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José Echegaray Eizaguirre REVISTA PANACEA. CUARTO TRIMESTRE 2016

La escolta de honor La guardia del cadáver la constituían una compañía del regi­miento del Rey, con escuadra, banda, bandera y la música del segundo de Zarpadores. Detrás de las comitivas iba la escolta de honor, compuesta por una batería del quinto Montado, el regimiento del Rey y el de lanceros de la Reina, al mando todas del Coronel de este último regimiento.

El desfile El desfile se verificó ante el cadáver en la plaza de Santa Cruz: en columna de a cuatro las fuerzas de a pie y las de Caballería y Artillería en columna. Todas las fuerzas, después de desfilar ante el cadáver, mar­charon a sus respectivos cuarteles, a excepción de las que com­ponían la escolta ya antes citada que después del desfile siguie­ron acompañando a la fúnebre comitiva hasta la Sacramental de San Isidro, donde efectuaron las descargas prevenidas por la Or­denanza al dar tierra al cadáver.

En San Isidro A las seis y veinte llegó al cementerio el armón que conducía los restos de D. José Echegaray. Fue recibido por el clero de la ermita de San Isidro, dentro de la cual se celebró el oficio de sepultura. Las fuerzas que acompañaban al cadáver rindieron los honores de ordenanza, haciendo las descargas de fusilería y salvas de cañón. El cadáver recihió cristiana sepultura en el patio de la Concepción. Al bajar el féretro del armón, la banda del regimiento del Rey batió Marcha Real. Dentro de la sepultura, sobre el ataud depositamos nuestra corona. El entierro ha sido un majestuoso segundo homenaje. Descanse en paz el sabio Ingeniero.


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Fotografías de Enrique Dorado

Observese la ausencia del número 1 en la fecha de su muerte


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Retrato de José Echegaray por Joaquín Sorolla El primer Premio Nobel español, José Echegaray, fue retratado también por Joaquín Sorolla en 1905. El cuadro es propiedad del Banco de España

Humanidades, Ciencia y Sanidad

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