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Entrevista a Sergio Baeriswyl

«No existe un objetivo más evidente en la existencia y desarrollo de las ciudades, que la desesperada búsqueda de sus habitantes por una existencia más digna, feliz y llevadera, y esto no es un tema exclusivamente económico»

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entrevista a: sergio baeriswyl

Por Pia Acevedo Doctoranda en Arquitectura y Estudios Urbanos (PUC). Becaria Conicyt. Magíster en Gestión Cultural (U.Chile). Licenciada en Historia (UDP)

Sergio Baeriswyl es arquitecto de la Universidad Católica de Valparaíso, Chile. Doctor en Urbanismo Karlsruhe Institute of Technology (KIT), Alemania. Académico, Investigador y Director del Depto. de Planificación y Diseño Urbano de la Universidad del Bío Bío. Premio Nacional de Urbanismo 2014. Sus áreas de investigación son: Crecimiento urbano, consumo de suelo urbano, indicadores de calidad de vida urbana, instrumentos de planificación y gestión urbana

¿Qué significa para usted la frase “ciudades del futuro”? ¿Qué elementos emergen en su mente cuando proyecta visualmente un espacio de esas características? Y en este sentido, ¿se puede convertir una ciudad y territorio del presente en una ciudad del futuro?

Son preguntas difíciles para el urbanismo de hoy, porque el mundo está cambiando muy rápido y en forma sorpresiva. Por esto, es difícil anticipar las nuevas formas de habitar, de comunicamos y organizarnos como sociedad en el futuro. Ahora bien, lo primero que viene a mi mente con la frase “ciudades del futuro”, es la certeza que las ciudades serán mejores que en la actualidad, y que seguirán siendo los principales protagonistas de nuestra evolución. Lo segundo que emerge en mi mente, es un posible cambio en el paradigma de la ciudad nuclear y concéntrica, hacia un modelo de ciudades más dispersa, difusa, diversa y muy fusiona

da con el territorio y el paisaje. Serían ciudades mucho más complejas, en red con el territorio global. Creo que el fenómeno de metropolización que experimentan nuestras ciudades en la actualidad, es una señal clara y anticipada de este proceso. Podríamos encaminarnos hacia una nueva forma de “ciudades – territorio”, de enormes y extensos espacios funcionales. El principal motor de este cambio se sustentaría en la revolución tecnológica y las comunicaciones que cambian la relación de espacio y tiempo.

¿Cree posible desarrollar un modelo de ciudad en el futuro que sea capaz de resolver aspectos de eficiencia, sustentabilidad, resiliencia e integración? ¿De ser así, cuál cree que debieran ser los lineamientos de este tipo de ciudad?, Si cree que no, de qué manera entonces ve, el crecimiento urbano como una oportunidad para el desarrollo económico de las ciudades y de una mayor integración social?

Tengo una mirada optimista y creo que las ciudades pueden atenuar los problemas de integración, en la medida que se empareje el acceso de los habitantes a los bienes y servicios urbanos, al transporte público y el empleo. Esto no significa que la segregación social o cultural desaparezca, pero creo que una reorganización gradual de las ciudades puede atenuar las grandes diferencias. El concepto de sustentabilidad por su lado, está haciendo mucho bien a las ciudades, y bajo este concepto me atrevería a decir que se han liderado los principales cambios cualitativos de las ciudades en los últimos 20 años. Sin embargo veo como una amenaza los problemas de resilliencia urbana ante los fenómenos de la naturaleza y ante el cambio climático. No veo que el problema de la vulnerabilidad de las ciudades esté siendo abordado con convicción y determinación en las políticas públicas y en la planificación urbana en general.

¿Qué rol cree usted que deben tener las personas en ciudades de estas características? De esta manera, ¿cómo cree usted que deberían participar las instituciones, tanto públicas como privadas, para diseñar un modelo de ciudad del futuro?

Cualquier modelo de ciudad debe tener como soporte la visión de sus ciudadanos y actores urbanos en general. Un desafío de nuestros tiempos es la enorme cantidad de actores empoderados en la ciudad. Todas las personas perciben que su entorno les pertenece cuando hay que tomar decisiones, y cualquier cambio en la ciudad despierta insospechados intereses sociales, económicos y políticos. Por lo mismo, es necesario crear nuevos instrumentos más dialogantes con

«En la mayoría de las ciudades chilenas el mercado funciona en forma imperfecta, y existe una limitada inversión privada, por tanto sus planes reguladores no son un instrumento de desarrollo eficaz. En estas ciudades el desarrollo depende principalmente de la inversión pública y es allí donde actualmente no se realiza una planificación con enfoque de ciudad»

la comunidad. Soy muy crítico de la forma en la cual actualmente participa la comunidad en las decisiones urbanas, ya que habitualmente dan ventajas a las minorías interesadas y no a la comunidad como conjunto. Es un enorme desafío para el futuro de las ciudades, diseñar nuevas formas de participación, ya que los actuales modelos no está funcionando y provocan más desconfianza.

Considerando las diferencias geográficas y culturales de nuestro país, desde el urbanismo ¿qué estrategias se deberían aplicar para que las ciudades del norte, centro y sur de Chile logren desarrollarse en línea con los desafíos que trae aparejado el futuro? ¿cuáles deberían ser las prioridades de las capitales regionales para transformarse en ciudades del futuro?

Aunque suene algo trivial, creo que el desafío de las ciudades está en la calidad de vida que pueden ofrecer a sus habitantes, incluso por sobre los temas de bienestar económico. Las ciudades deben centrar su estrategia en diversificar y mejorar estas condiciones, lo cual entrega enormes oportunidades competitivas a las ciudades regionales, pequeñas o intermedias. No existe un objetivo más evidente en la existencia y desarrollo de las ciudades, que la desesperada búsqueda de sus habitantes por una existencia más digna, feliz y llevadera, y esto no es un tema exclusivamente económico. Es muy previsible que en el futuro las personas opten por ciudades donde la vida sea más segura o más llevadera para la familia, o bien, más sana con buenas condiciones del aire, clima, un paisaje más bello, etc. Ya hay evidencia de esto en el comportamiento de la población joven, luego que ésta alcanza una cierta seguridad económica. Por otro lado, cuando vemos en otros países, territorios maduros y equilibrados en el acceso de los servicios, constatamos que el problema de concentración de la población pasa a un segundo plano.

Reconocido es su trabajo y experiencia en la capital de la región del Bío Bío y el año 2014 realizó una conferencia denominada “El desafío de convertir Concepción en una ciudad de futuro”, ¿qué significa que Concepción sea una ciudad del futuro?, ¿cuáles son los principales ejes en los que se debe actuar para que la capital penquista se perfile como una ciudad de esas características?

Sigo siendo un convencido del gran potencial que tienen todas las ciudades regionales, especialmente las intermedias, desde la mirada de la calidad de vida. Cada ciudad es un pequeño universo distinto de otra, que ofrece condiciones de calidad de vida propia y exclusiva. Si las ciudades logran identificar esos potenciales y los desarrollan sostenidamente en el tiempo, tienen una gran oportunidad frente al futuro. Concepción es una de ellas, y aun cuando es un área metropolitana compleja, que supera el millón de habitantes, puede hacer que sus atributos de escala, paisaje, diversidad funcional y cultura se transformen inteligentemente en un polo cada vez más atractivo, con un alto estándar de calidad de vida.

Finalmente, como reconocido urbanista y premio nacional de urbanismo en el 2014 ¿Qué fortalezas y debilidades posee el país, en materia urbana, de cara a los próximos cincuenta años? ¿en qué ámbitos se debería actuar de manera urgente y cuáles deberían mantenerse para que los chilenos puedan habitar ciudades preparadas para el futuro?

La principal debilidad de las ciudades en Chile es la ausencia -casi vergonzosa- de planificación urbana. En Chile se ha instalado por muchos años la convicción que la planificación urbana es hacer planos reguladores. Estos instrumentos, como dice su nombre, son “reguladores”, y no impulsan ni promueven transformaciones sustanciales de las ciudades, entre otras cosas, porque no cuentan con recursos. En ciudades donde la actividad de mercado se desempeña bien, con una gran dinámica económica, las ciudades pueden delegar esta función a los instrumentos de regulación como los planos reguladores. Pero, en la mayoría de las ciudades chilenas el mercado funciona en forma imperfecta, y existe una limitada inversión privada, por tanto sus planes reguladores no son un instrumento de desarrollo eficaz. En estas ciudades el desarrollo depende principalmente de la inversión pública y es allí donde actualmente no se realiza una planificación con enfoque de ciudad. Planificar significa, primero consolidar una idea de ciudad con todos los actores urbanos, luego organizar los recursos disponibles, municipales, regionales, ministeriales y asegurar que tributen en este objetivo y finalmente construir una agenda que asegure alcanzar este objetivo a mediano o largo plazo, lo que puede significar en algunos caso 10 o 15 años. Eso no ocurre en Chile y por ello, es una necesidad urgente volver a restaurar la planificación como una herramienta para proyectar el futuro de las ciudades. ¶

columnas

el patrimonio arquitectónico: guardián insustituible de la identidad y el futuro de las ciudades

Antonio Sahady Villanueva Arquitecto, Doctor en Arquitectura (Universidad Politécnica de Madrid.

La discontinuidad de la imagen figurativa de la ciudad (edificación frente a la Biblioteca Nacional). Fuente: Fotografía del autor

A fuerza de transformaciones inadecuadamente conducidas, las ciudades hispanoamericanas se han ido desdibujando de manera paulatina. Las violentas destrucciones derivadas de terremotos o incendios obligan a intervenir con carácter de emergencia. A esos acontecimientos se agregan las periódicas renovaciones urbanas, no siempre justificadas. A diferencia de Europa, en nuestro continente los procesos reconstructivos suelen ser poco reverentes con el patrimonio arquitectónico, particularmente cuando este capital cultural no se encuentra legalmente protegido. Cada supresión o desnaturalización de una determinada pieza arquitectónica valiosa constituye una sensible merma de la identidad del lugar que le acoge. En Santiago de Chile, la pérdida de identidad es directamente proporcional al derribo de magníficos inmuebles o conjuntos de valor arquitectónico / IDENTIDAD / PATRIMONIO ARQUITECTÓNICO / SANTIAGO DE CHILE

La indiferencia por la historia (Alameda con San Martín) Fuente: Fotografía del autor

Amenudo el desdén por la historia deriva de la ausencia de programas educativos. Algunos inmuebles, consagrados como patrimoniales por la esfera de los especialistas, padecen el abandono por tiempo indefinido. La falta de uso o la subutilización de sus espacios se transforman en enemigos de su adecuada conservación, toda vez que se confunde la obsolescencia funcional con la inutilidad.

Pero, ¿qué hay de los valores permanentes que definen la identidad de las edificaciones y que suelen ser menos visibles para el ciudadano común? Por cierto, esos valores también reclaman su derecho a ser respetados. De allí que, en los países industrializados, la tendencia sea conservar lo sustancial de las antiguas construcciones antes de hacer derribos impiadosos. A los edificios que son parte de la historia de la ciudad hay que inyectarles vida mientras se les reconozcan méritos arquitectónicos. No se trata, en caso alguno, de convertirlos en momias y justificar su pervivencia manteniéndolos en pie como piezas de museo. Por ese camino, no hay manera de sustentarlos. Simplemente, debe dotárseles de un nuevo ciclo vital, respetando su carácter y vocación funcional.

Uno de los atributos claves de un centro histórico, cualquiera sea su localización geográfica y el número de siglos que cargue a cuestas a partir de su fundación, es la identidad. Esa identidad se construye morosamente, teniendo al tiempo como un aliado indisociable. Uno a uno los edificios van elaborando un armonioso conjunto que, finalmente, resulta reconocible y querido por sus habitantes. Precisamente, cada pieza arquitectónica de valor y cada espacio urbano amable se convierten en motivo de orgullo para quienes se sienten sus legítimos propietarios. Constituyen, en suma, sus verdaderos referentes, todos imbricados en su significación histórica y cultural, hermanados por una inconmovible convicción de intemporalidad y trascendencia.

Para fortuna nuestra, Santiago nos ofrece algunos fragmentos centrales marcados por una poderosa identidad, merced a su temprana consolidación. Recorriendo la plaza de armas y su entorno cercano se descubre un buen número de obras de notable calidad arquitectónica –también unos cuantos espacios perfectamente adecuados a la escala del peatón-, cuyos autores estuvieron mucho más comprometidos con el buen resultado colectivo que con su gloria personal o la de los mandantes.

Este paisaje –sería injusto no referirlo- es consecuencia del Plan Regulador de Santiago de 1934, ideado por Karl Brunner. Fue en aquel entonces cuando se estructuró la imagen misma de la ciudad: una estricta línea de edificación, fachada continua y una altura más o menos homogénea de 25 metros (equivalente

a los ocho pisos que predominan en Europa), ajustada, por lo demás, a la traza de calles estrechas y a las posibilidades que permite una tierra asiduamente visitada por los sismos. Pero la ciudad es un organismo en proceso de evolución infatigable. En efecto, el cambio morfológico del centro, caracterizado por la progresiva y acelerada aparición de torres en altura, ha implicado una abrupta alteración de la escala, tributaria de la mentalidad neoliberal que comenzó a dominar los modelos más recientes y que se reconoce como el paradigma contemporáneo imperante a contar de la caída del muro de Berlín.

Paulatinamente, Santiago ha ido cediendo aquellos remansos públicos que contribuyen a morigerar la agitación propia de una ciudad desarrollada. Cuando Brunner elaboró el primer Plano Regulador de Santiago, se calculaba que la ciudad tenía un 12% de superficie destinada a áreas verdes. Hoy día esa cifra no sobrepasa el tercio del señalado porcentaje. Cuesta conciliar este deprimente dato, en verdad, con el manido pregón de la ecología y la sustentabilidad.

Así como la mayoría de las ciudades hispanoamericanas que nacieron en esa misma época y que son la síntesis de lo que, a su vez, los conquistadores hicieron de sus propias ciudades a lo largo de varios siglos de vida, Santiago no escapa a la lógica del trazado en damero. Esta configuración simple es su mérito encomiable. Pero constituye, al mismo tiempo, su mayor debilidad: una vez que se valida el patrón ortogonal, la tentación de crecimiento es superlativa.

En general, las ciudades europeas ya no necesitan seguir creciendo y más bien se afanan en conservar y reutilizar estructuras existentes. De hecho, la población se ha estancado y sus necesidades básicas y de vivienda están ya resueltas. Y es que, efectivamente, en las ciudades ya consolidadas de Europa, antes que

la expansión se busca renovar los espacios históricos en aras de un mejoramiento de la calidad de vida. Se intensifica, asimismo, el interés por el ecologismo y las corrientes conservadoras del ambiente. Lo normal es que se defiendan valores arquitectónicos del pasado y que se trate el tema de la conservación de sectores urbanos completos como una tarea natural.

El fenómeno de las ciudades hispanoamericanas es enteramente distinto al europeo: no dejan de extenderse y, además, se encuentran en perenne y acelerado proceso de transformación. Julián Marías señala que “la ciudad que tarda en hacerse (por eso no es caprichosa) dura mucho tiempo. Excepto en su fase fundación, cuando todavía no es ciudad, es siempre antigua. Normalmente el individuo vive en una ciudad que no han hecho sus coetáneos, sino sus antepasados. Es cierto que la transforma y modifica. Sobre todo, la usa a su manera, descubriendo en ello su vocación peculiar, pero, por lo pronto es una realidad, recibida, heredada, histórica. Es decir, ni más menos que la sociedad misma. Es difícil de entender, por eso es profunda, particularmente reveladora.”

A fuerza de sucesivos y espasmódicos cambios, las ciudades latinoamericanas han sido víctimas de la discontinuidad, en tanto las urgencias se han resuelto sin planificación alguna después de los cataclismos o los incendios. Casi siempre resultan ser el fruto de un sentimiento de inseguridad e impaciencia. Se explican así las interrupciones, las rupturas, los brutales desgarramientos de los tejidos que en su momento ofrecían la esperanza de un promisorio y natural crecimiento. Y terminan por superponerse las soluciones con una desapoderada soberbia y un menosprecio absoluto de su antecedente. Y se avanza, entonces, sin mirar hacia atrás, desconociendo la historia.

Las transformaciones no tienen que ser necesariamente una sustitución de las características del sector anterior. Toda operación, grande o pequeña, debe articularse con su entorno, respetando la memoria colectiva ya instaurada. Téngase en cuenta que una modificación en un enclave histórico de valor, por pequeña que parezca, puede atentar contra los atributos esenciales del mismo, que son, en último término, su auténtico ADN. ¿Por qué no pensar en una oficina central, destinada a evaluar y aprobar aquellos proyectos de revitalización, adaptación y edificación nueva que no hayan perdido de vista los principios de unidad y armonía, procurando siempre la sabia relación con la arquitectura preexistente?

Se sabe que la normativa es laxa, que permite demasiado: no controla rupturas de escala, volúmenes inarmónicos, expresiones disonantes. Las propias autoridades, cuya aspiración mayor consiste en densificar el centro de la ciudad –insensibles a las leyes de la eufonía o, al menos, a cierto grado de coherencia morfológica- soslayan las lagunas legales a cambio de la aplicación del criterio político y económico.

Ojalá que ese criterio incluyera, como propósito permanente, las básicas leyes de la buena composición y el respeto por la calidad de vida de los habitantes. Y para lograrlo, en Santiago, nada mejor que examinar nuevamente los lugares más logrados de su centro histórico. La identidad de una urbe es producto de un cúmulo de atributos que pertenecen a la dimensión intangible. Pero lo inmaterial no se sostiene sin los referentes físicos. Entre ellos, por su gravitación y trascendencia, el patrimonio arquitectónico, guardián noble y permanente de la identidad del lugar. ¶

referencias bibliográficas

Marías, Julián (1956) La estructura social, citado por Fernando Chueca Goitía en “Breve historia del urbanismo”, Alianza Editorial S.A., Madrid, 1968. Sahady, Antonio (2014) Mutaciones del Patrimonio Arquitectónico de Santiago de Chile. Una revisión del centro histórico. Editorial Universitaria, Santiago. Waisman, Marina (1993) El interior de la Historia. Historiografía arquitectónica para uso de latinoamericanos, Escala,

Bogotá, p. 4.

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