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Árboles, Flores, Plantas y Agua Milagrosa. La territorialidad religiosa del Agua Santa

prácticas

árboles, flores, plantas y agua milagrosa. la territorialidad religiosa del agua santa de la comuna de pumanque (vi región de chile)

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Wladimir Esteban Riquelme Maulén Antropólogo de la Universidad Alberto Hurtado y Estudiante del Magíster en Asentamientos Humanos y Medio Ambiente en la Pontificia Universidad Católica de Chile. Lily Estefanía Jiménez Osorio Licenciada en Historia en la Universidad de Chile y MA Christianity and the Arts, en King’s College London, Académica Centro de Estudios judaicos de la Universidad de Chile.

Los sitios religiosos del Valle Central de Chile contienen un conjunto de elementos que sus feligreses dejan a modo de ofrenda: plantas, flores y árboles no solamente ornamentan el espacio, sino que construyen pequeños nichos de biodiversidad en lugares que han sido afectados por la profunda sequía de la última década. En el caso del espacio dedicado al Agua Santa, en el Rincón del Sauce de la comuna de Pumanque, dicho propósito se ve concretado en un santuario creado por la comunidad en la ladera de un cerro, el que a su vez favorece a la perpetuación de creencias tradicionales que se encuentran involucrados en sectores rurales del valle central chileno. De este modo, el presente texto realiza una descripción densa (Geertz, 2003) del espacio Agua Santa con el propósito de analizar la construcción de los territorios religiosos en el Valle Central del Chile contemporáneo. / AGUA SANTA / TERRITORIALIDAD RELIGIOSA / BOSQUE ESCLERÓFILO L a travesía hacia el Agua Santa está demarcada por hitos. Como ayudamemorias, la ruta prepara la llegada a un espacio de excepción. La vía desde el pueblo de Pumanque hacia el Rincón del Sauce serpentea entre grutas, una cruz donde baila el diablo, luces que aparecen indicando entierros de dinero, una patagua que hablaba con un borracho, animitas de muertes trágicas. Culmina el camino en el San Francisco que custodia el valle y los animales con su mirada. Los quillayes reciben en su sombra a los conductores. Los que transitan por los cerros salían a recolectar maqui en verano para preparar chicha con harina tostada. Los boldos se podan y embolsan para su comercialización. Luego del bajo y el cruce de dos esteros fluviales emergen esplendorosas las pataguas. Allí acampaban en las antiguas romerías de la fiesta, preparando asados y festejando al cobijo de su follaje. Aún queda una subida para encontrar el manantial anhelado.

En la ladera sureste del cordón montañoso del Rincón del Sauce se ha construido un espacio religioso con apariencia de reservorio de la acaecida vegetación esclerófila. Rodeado de boldos, maquis, pastizales y pataguas en pendiente: un pimiento, un laurel y un grupo de tunas invitan a ingresar a un polígono perfectamente cercado en medio de matorrales. El sendero principal está flanqueado por tunas, acompañadas de achiras, hortensias, ligustrinas y palmeras en ambos lindes de la huella. Coronas del poeta, cardenales, un encino, dos chilcos, una yuca y dos maquis acompañan un pozo de agua situado en el centro del recinto. En torno a éste conviven flores de papel, de medias y alambre, y pequeños helechos que afloran en invierno y se secan en verano. Flores teñidas de azul (el color del agua y de Lourdes), flores blancas, amarillas y multicolores en las inmediaciones de las imágenes. Una hortensia y dos yucas rodean a un altar de ladri

llos, el que corona la distribución de las bancas de madera pintadas de blanco.

Boldos, peumos, un maqui, un coihue y dos pataguas rodean el lugar. Estos árboles son los más antiguos e imponentes del sector. Han sido testigos presenciales de cómo han llegado el resto de las especies al lugar. Justamente se dice que en una de las pataguas fue encontrada la figura de una Virgen, la que en algún momento se quemó, y que posteriormente fue trasladada a la parte superior del pozo de agua, donde se construyó una gruta. Ojo de agua también le llaman. Cuentan que el agua manaba de la tierra a borbotones, como si estuviera hirviendo. Otras versiones señalan que tiene condiciones milagrosas desde tiempos inmemoriales. Por ello, la Virgen de Lourdes se instala en la vertiente, en su parte superior, dando origen a la Virgen del Agua Santa del Rincón del Sauce de la comuna de Pumanque.

La patagua y el pozo de agua conforman el mitopraxis (Sahlins, 2008) con que se origina la devoción al Agua y a la Virgen. La mayor expresión de dicha devoción acontece cada 11 de febrero, en que concurren cientos de personas a celebrar la fiesta del Agua Santa. Durante la celebración se pagan las mandas, se camina descalzo entre los cerros para llegar a agradecer, se canta a lo Divino, y se celebra una misa. A mediodía se comparten comidas y bebidas en los alrededores, en los quillayes que están en el bajo, cerca del camino. La fiesta hace brotar lo que el tiempo estival ha secado. Las ofrendas se entretejen y hacen posible el santuario. Durante el tiempo ordinario se embellece el lugar de la Virgen: se barren las hojas, se encienden velas, y según la temporada se realizan trasplantes y añadidos botánicos. Lo organizado, separado, ordenado propone el criterio de belleza, pintando de blanco la gruta y las bancas, descascarando la esperma de las velas, igualmente se ha intervenido el pozo para facilitar el acceso al agua.

La devoción al Agua Santa se concreta en objetos. Éstos van desde plantas, árboles, flores hasta exvotos (placas) de agradecimiento por los milagros realizados por la Virgen. Cada uno de estos objetos contiene una historia que, en su conjunto, construyen la historia del espacio a través de las cosas (Ingold, 2015). Los colores, las formas y las texturas marcan ese relato visual y táctil de la creencia, donde las tunas dan flores celestes de papel, los helechos surgen entre alambres y medias, y las ligustrinas sostienen cintas azules. Los árboles y las flores son también representados, reproducidos y reimaginados en soportes múltiples. El milagro es el mejor de ellos, y, como se puede observar en la imagen 2, un exvoto de madera que dice «Virgencita: Gracias por el favor concedido. Familia Barrera Cornejo». Debajo del mensaje se dibujan plantas con flores rojas sobre un macetero.

Fiesta de la Virgen del Agua Santa del Rincón del Sauce / Fuente: elaboración propia

«A través de sus sentidos y prácticas reinventan el bosque esclerófilo, y a su vez, el territorio permite reorganizar lo religioso a partir del modo en que árboles, flores, plantas y agua milagrosa cohabitan en el espacio»

Según Rosendahl (2005), un espacio religioso se construye a través de las materialidades que entregan a modo de ofenda sus devotos. Los materiales son significativos a su vez: el uso de guías de coile y flores de papel para las guirnaldas de la entrada, cintas de papel crepé sobre las ligustrinas, flores naturales teñidas, de plástico y género evidencian la dedicación y la afectividad en el trato hacia la imagen. Una creencia cargada de emotividad que se encarna en los contactos, la mirada, la creación de un espacio cuidado para infundir la contemplación (Morgan, 2005).

El agua es el origen y el fin de esta devoción. Nombrada cariñosamente como «agüita santa», desplaza el lugar de la figura institucional por el milagro como sacralidad instituyente. El agua es santa por su eficacia: no es una aparición de la Virgen la que inscribe el lugar, sino su poder sanador. Cuentan que sana de la vista, cicatriza heridas, mengua dolencias, y que beberla infunde paz y sosiego. El agua se lleva a la casa en botellas plásticas, como una bendición en sí misma, y ocupa un lugar fundamental en los altares domésticos o en los dinteles de las puertas.

La territorialidad religiosa del Agua Santa ha sido construida por sus devotos. Recorren, plantan, trasplantan e imaginan el espacio santo del modo en que organizan los jardines propios. Muchas de aquellas especies son cultivadas en los patios de sus casas. Lo religioso invita a repensar el territorio (Carballo, 2009) del modo en que a través de sus sentidos y prácticas reinventan el bosque esclerófilo, y a su vez, el territorio permite reorganizar lo religioso a partir del modo en que árboles, flores, plantas y agua milagrosa cohabitan en el espacio. ¶

Exvoto por protección durante incendio de febrero de 2017 / Fuente: elaboración propia.

nota

El texto surge a partir de la investigación realizada en el marco del Proyecto Fondart Regional N° 406839 «Puesta en valor de las devociones a la Virgen del Agua Santa, comuna de Pumanque» y de las reflexiones surgidas a partir del

Proyecto Fondecyt Regular N°1140598 «Antropología del bosque».

referencias bibliográficas

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Gedisa editorial.

Parroquia en la ciudad de Balmaceda, Chile Fuente: Fotografía perteneciente a la colección personal del autor, 2017

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espíritu y piedra: las intersecciones entre religión y paisaje urbano en santiago de chile

Abraham Gonzalo Paulsen Bilbao Geógrafo, Profesor de Historia, Geografía y Educación Cívica, Licenciado en Geografía, Magíster en Psicología, Doctor en Territorio, Medioambiente y Sociedad, Académico e Investigador del Instituto de Geografía de la Pontificia Universidad Católica de Chile.

La geografía de las religiones permite abordar las vinculaciones entre la dinámica del fenómeno religioso y el origen y evolución de ciudades, entre las que se cuenta Santiago de Chile. Se pretende demostrar la relevancia del catolicismo primero y de otras denominaciones cristianas después, en la configuración del paisaje urbano santiaguino actual, compuesto por dos civilizaciones parroquiales, una estructurada alrededor de un clérigo y con foco en una parroquia y otro, cuya centralidad es ocupada por un pastor (y su familia) y un lugar de culto, que puede ser incluso el mismo espacio que se ocupa para la residencia y el desarrollo de actividades productivas de la familia pastoral. Esta situación desafía los modelos analíticos tradicionales de la geografía urbana anglosajona que concibe al espacio urbano como un ente en secularización (Taylor, 2007) o ya secularizado (Martin, 1978), cuya evolución depende de factores tales como las modalidades de producción (Harvey, 2007; 2008), la globalización (Lipietz, 1995), conflictos políticos (Gottmann, 1973), entre otros. Asociado a lo anterior, se pone en tela de juicio las teorías urbanas secularizadoras, afirmando que la capital de Chile está experimentando un proceso cercano al modelo estadounidense y que se distancia de lo que acontece con el paisaje urbano europeo / GEOGRAFÍA DE LAS RELIGIONES / SANTIAGO DE CHILE / RELIGIOSIDAD Y SECULARIZACIÓN

Diversas teorías, al explicar el origen y evolución de las ciudades consideran al fenómeno religioso como una clave explicativa relevante (Sjoberg, 1988), en especial cuando se trata de analizar la fundación y desarrollo de las ciudades en el contexto latinoamericano (Romero, 2004) y chileno (de Ramón, 2000). Refiriéndose a Chile, Guarda señala que «nuestras ciudades, desde su creación, se diseñaron de manera que su sello fuese la presencia eminente de iglesias, comenzando por la catedral, cuyos fundamentos, como motivo culminante, se echan en la solemne ceremonia fundacional, junto con la celebración de la primera misa y el canto del Te Deum de acción de gracias, acta de bautismo cristiano, que le marca un destino, un proyecto de vida eterna» (Guarda, 2016, pág. 292). Tal presencia, se mantiene hasta nuestros días, con la salvedad de que el paisaje urbano ha evolucionado desde un patrón unirreligioso, a otro variopinto (Lehman, 2001), donde en la actualidad es posible distinguir más de una civilización parroquial. La mayor parte de las ideas que aquí se expresarán se fundan en tres grandes aportes: el primero, los resultados de la tesis doctoral «Las iglesias y la configuración del espacio social en Santiago de Chile (1541 – 2012)» de nuestra autoría; la segunda, el apoyo de la Facultad de Historia, Geografía y Ciencia Política de la Pontificia Universidad Católica de Chile, que mediante la apertura de un concurso orientado a publicar las investigaciones de los docentes, impulsó a mantener a la geografía de las religiones como una línea de investigación; tercero, el aporte de CONICYT – FONDECYT, por cuanto los insumos para la producción del presente texto, se deben al financiamiento del Proyecto FONDECYT de Iniciación 2015 – 2018, número 11150541, titulado «La espacialidad de las áreas metropolitanas de Valparaíso, Santiago y Concepción (1960-2015): Religión y Sociedad en el contexto del pluralismo religioso y la secularización», que nos ha correspondido desarrollar en el rol de investigador principal. Corresponde agradecer a cada una de las instituciones mencionadas, así como también a académicos, amigos de toda la vida y estudiantes, que, han ayudado de muchos modos a la mejora de ideas, redacción, enfoques y contenidos en la presente publicación.

La vertiente religiosa de las ciudades chilenas

Como en otras claves, las ciudades chilenas expresan el ethos de la fe de las sociedades que las pueblan; esto, más que una novedad, es una constatación de lo que ordinariamente son las ciudades en todo el mundo, parte de la dimensión identitaria de los que las construyeron, poblaron y pueblan.

A lo largo de estas líneas, postulamos que, desde la clave analítica religiosa, el paisaje urbano es un constructo espacio – temporal – coyuntural que es significante y significado, causa – efecto, unicidad – multiplicidad, según los dictados de la dinámica de los diversos componentes religiosos, tanto procesos, como agenciamientos y actores. Se trata de ciudades secularizadas «a la chilena», donde permanentemente somos testigos de la emergencia de manifestaciones religiosas de distinta magnitud y signo, que contradicen a posiciones que relevan el retroceso de la religiosidad como un fenómeno propio del nuevo siglo, que habría comenzado a incubarse en el último tercio de la centuria precedente (Lehman, 2002).

En efecto, así como es posible encontrar en el paisaje urbano evidencias de secularización, también es posible identificar nuevos movimientos religiosos, ensamblajes o recomposiciones que acompañaron, desde sus inicios hasta la actualidad, a la transformación

«Las ciudades chilenas expresan el ethos de la fe de las sociedades que las pueblan; esto, más que una novedad, es una constatación de lo que ordinariamente son las ciudades en todo el mundo, parte de la dimensión identitaria de los que las construyeron, poblaron y pueblan»

demográfica, sociopolítica y cultural que experimentó la sociedad chilenos desde 1960. La religión, a lo menos en el paisaje urbano, no ha perdido su capacidad movilizadora y transformadora, como lo expresan diversas formas y edificaciones que acompañan la cotidianidad de los habitantes.

Por lo anterior, la geografía en general y la geografía de las religiones en particular, tienen la tarea de estudiar la espacialidad de las creencias más relevantes de la población chilena, comparándola con las suscitada por los procesos de secularización impulsados desde el Estado, con distintas fuerza y enfoques desde la separación de 1924 en adelante, entendiendo que la religión, como plantea Hervieu – Léger, ha encontrado una «nueva pertinencia social, política y cultural en una modernidad en crisis» (Hervieu-Léger, 2005, pág. 12).

La geografía en el debate del fenómeno religioso

Ciudades y religiones se encuentran inextricablemente unidas, tanto en la praxis, como en las teorías que explicaban y explican el origen de las ciudades (Sjoberg, 1988). Esta filiación es mucho más notoria en Latinoamérica en general y Chile en particular, lo cual no es motivo como para abandonar el desafío de teorizar, desde la geografía, acerca del rol de las religiones en las especificidades del paisaje urbano, por lo menos en dos líneas, una referida al producto de investigaciones previas y otra ligada a la explicación fenomenológica de ese segmento de la realidad a la cual llamamos ciudad. Nos detendremos en ambos aspectos.

Diversos autores han puesto de manifiesto el hecho de que la ciudad y la vida urbana son los fetiches de la Modernidad Occidental (Berman, 2013). Ser mo-

dernos implica abandonar el campo y habitar la urbe, con disonancias y contra movimientos que se han ido sucediendo en el tiempo (Bartra, 2008). Sin embargo, no hay que perder de vista que el desdén a la ciudad, más que ser un pensamiento totalizante, es una emoción suscitada por las patologías urbanas, no por la ciudad en sí misma, lo cual se evidencia en fenómenos tales como la irrupción de las parcelas de agrado, donde lo urbano se mezcla con las sensaciones y afectos producidos por la experiencia de habitar más conectados con la primera naturaleza. Volviendo al tema que nos ocupa, las plumas privilegiadas de la Modernidad, abordaron al fenómeno urbano, como por ejemplo, los trabajos de Benjamín (Benjamin, 2014), Simmel (Simmel, 1958), Marx (Marx & Engels, 2016), entre otros. De esta corriente de pensamiento fueron herederas la sociología urbana, ecología urbana y la geografía urbana, disciplinas incubadas desde fines del siglo XIX tanto en Europa como en el mundo anglosajón, aun cuando esta temática también era parte de los trabajos fundacionales de Humboldt y Ratzel, abismados por lo que pudieron observar durante sus respectivos periplos por el mundo, principalmente en Nueva Orleans y en algunas ciudades latinoamericanas (Capel, 1981).

Los trabajos sociológicos, antropológicos, históricos y geográficos decimonónicos y posteriores aportaron a la constitución de un modelo de génesis y desarrollo urbano que situó a la religión como una de las causas por las cuales surgieron las ciudades, esto es, como consecuencia de la instalación de un templo o por la existencia previa de un lugar que se reconocía como sagrado y que, por lo tanto, atraía peregrinos que practicaban alguna forma de devoción (George, 1974). A esta explicación, más contemporáneamente, Deyan Sudjic agregó como requisito de evolución positiva, la tolerancia y convivencia entre los distintos credos y prácticas que puedan desarrollar los habitantes (Sudjic, 2017).

Conclusiones referidas a la religión en eso que llamamos ciudad – capital

En el caso de Santiago, a la infraestructura religiosa le precedió la definición como espacio sacro de algunos de sus rincones, por parte de algunas etnias y culturas, dada la existencia de excepcionalidades objetivas y subjetivas (Otto, 1996; Delumeau, 2005; Douglas, 2006; Tuan, 2001; 2009; Dawson, 2010). La cualificación como un lugar esencialmente diferente fue el inicio de la aglomeración de individuos y sociedades en torno a un punto específico, cuya complejización daría origen a nuestra ciudad. Tal parece que la instalación en 1545 del primer templo católico en territorio nacional, la Iglesia La Viñita, consagrada a la Virgen de Montserrat y localizada a los pies del Cerro Blanco, en lo que habría sido un centro ceremonial anterior a la llegada de los conquistadores españoles a la Cuenca de Santiago (Cornejo, y otros, 2010), respondería al fenómeno descrito. Esta idea también tiene sentido para otros sectores de Latinoamérica, considerando el emblemático y suficientemente abordado caso de Tenochtitlán (Brundage, 1982).

Por otra parte, la convivencia entre lo religioso y lo secular se explican en las propiedades asociadas a la excepcionalidad de lo sacro (Otto, 1996) , cuyas variables no producen aislamiento, sino que son posibilidades desde las cuales tales constructos se relacionan con otras espacialidades (social, política, económica, cultural), de las que también se nutren y completan, en tanto cada una representa fuentes sociales de poder que se interponen e intersectan (Mann, 1991). ¶

referencias bibliográficas

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«El Papa Francisco nos invita a mirar la ciudad desde la periferias, no sólo geográficas sino también existenciales»

Fuente: www.latercera.com

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