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Cosas que odiamos con el alma

Once grandes autores argentinos se reúnen para escribir contra algo que los enfurece (y hay de todo).

La editorial Vinilo se tomó la bronca en serio y acaba de publicar el sorprendente El libro de las diatribas, un compendio de once textos en contra de algo. El libro se mete en esa tradición despiadada y, a su modo, actualiza el debate con temas contemporáneos. Además, cuenta con un equipo de escritores de lujo. Andrea Calamari escribe contra la cancelación, Ángeles Salvador contra la muerte, Dolores Gil contra el matrimonio, I Acevedo contra la imaginación, Juan José Becerra contra el consumo, Juan Sklar contra la bondad, Mariano Tenconi Blanco contra lo útil, Osvaldo Baigorria contra el trabajo, Rafael Spregelburd contra los superhéroes, Tamara Tenenbaum contra la nostalgia y Virginia Cosin contra la sumisión. “Es imposible que termines este libro sin al menos un arrebato violento, un deseo de putear a un autor o de sumarte a las filas de su diatriba”, lo resumió Sklar.

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esperando la carroza (1985)

“Yo hago ravioles, ella hace ravioles”. La comedia negra de Alejandro Doria que se convirtió en un clásico y que la cultura de internet reformuló en forma de memes. Cuenta las peripecias de una familia que cree que Mamá Cora, interpretado por Antonio Gasalla, ha muerto y organiza un accidentado velorio. Se puede ver en Netflix.

Una combinación de hip-hop y funk en modo

Illya Kuryaki: Dante bajore L ieve

Spinetta lanzó “Sudaka” con una colaboración de Trueno, como un adelanto de su próximo disco, que sale esta semana.

Por cri ST in A b A jo

La fragilidad del papel

Los libros me interesan y me atraen desde que era muy chica, puesto que mamá nos crió leyéndonos cuentos de hadas y duendes antes de dormir, previo a rezar un Padre Nuestro, un Ave María y una oración al Ángel de la Guarda.

Aquellos libros maravillosos venían ilustrados por grandes artistas, muchos de ellos tenían tapas duras, dibujos en blanco y negro y, de vez en cuando, una lámina en colores satinados. Eran los cuentos de siempre: “Blanca Nieves”, “Cenicienta”, “Hansel y Gretel”; después fueron las obras de Dickens, Twain o Verne, y cada uno de nosotros tenía un estante en el dormitorio para guardar los suyos.

Además de la magia que despierta la lec- tura, el libro como objeto -su encuadernación, sus ilustraciones, sus letras capitalesme seduce hasta hoy día.

Tengo amigos que han regalado sus bibliotecas cuando adquirieron un libro electrónico. Yo hago al revés: lo leo en este nuevo formato, y si son obras que me atraen mucho, trato de conseguirlas también en papel.

No siempre compro un libro por su lectura, pues estos me gustan tanto por lo que contienen como por su exterior, especialmente cuando son antiguos y de hermosas encuadernaciones: amo al libro también como objeto y, de vez en cuando, si me siento melancólica por los años, llevo varios tomos a la mesa de la cocina y me

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