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Lecturas

ba J orelieve

Por cri S tina bajo

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El alacrán de oro

hace mucho tiempo, cuando había pasado más de un siglo desde que los españoles se asentaran en la ciudad de México, vivía allí don Lorenzo de Baena, comerciante que había hecho fortuna vendiendo las mejores telas y porcelanas que traía de China. Además de honrado, era este buen esposo y padre: su mujer y su hijo lo ayudaban en el negocio.

Una tarde llegaron unos viajeros para hacerle saber que uno de sus barcos, que traía un rico cargamento de sedas, había naufragado. Don Lorenzo se afligió, pero puso toda su confianza en Dios. Pero poco después, un segundo barco fue asaltado por piratas, provocándole enormes pérdidas. Esta desgracia lo impresionó tanto, que te- mió por su hijo, que había emprendido un viaje. Y así fue: poco después, la caravana fue atacada y el muchacho muerto.

Don Lorenzo cayó en un profundo abatimiento pero, como en la antigüedad hiciera Job, ofreció a Dios sus pesares. Su mujer, en cambio, comenzó a deambular por el caserón, enferma de congoja y, dicen las crónicas, “la tristeza terminó con su vida.”

Don Lorenzo cargó con el dolor como pudo, pero sus negocios fueron para peor. Las deudas lo obligaron a vender todo, y decidió acudir a sus adinerados amigos, pero nadie le tendió una mano.

Una mañana se enteró de que en San Diego de Acapulco estaba por atracar un galeón cargado de sedas y porcelanas, y u no mismo

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