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Longevidad positiva: lo mejor está por venir
Por f lor A Prov E rbio* nos asusta pensar en la vejez, sobre todo si es la propia. Eso sucede porque comúnmente la asociamos con algunos sentimientos como tristeza, temores, arrepentimientos, depresión y soledad. Pero según parece, esto no es necesariamente así. Incluso puede ser todo lo contrario: que cuantos más años tengamos, más felices podamos ser. El periodista y activista estadounidense Jonathan Rauch sugiere que los niveles más altos de felicidad se presentan en esta etapa de la vida. En su libro La curva de la felicidad: por qué la vida es mejor después de los 50, el autor sugiere que durante la infancia la vida es fácil y divertida Pero a medida que nos adentramos en la adolescencia, esa felicidad va decreciendo y, a partir de los 20 años, el estrés aumenta constante y considerablemente, al mismo ritmo que nuestra productividad y responsabilidad.
Mundialmente, 46 años es la edad promedio en que la preocupación, depresión y ansiedad alcanzan su punto máximo. A menudo se percibe la mediana edad como el apogeo de la vida, con carreras que sostener y familias que cuidar, proveer y mantener. Y si bien todo esto es altamente satisfactorio, el despliegue que esto requiere también significa un trabajo demandante tanto física como emocionalmente. ¿Qué sucede después? Después la coyuntura cambia, como las prioridades y las sensaciones. Muchas veces, quienes tuvimos hijos o hijas y experimentamos la “crisis del nido vacío”, sentimos la sensación de que “lo hecho, hecho está”. Nos damos cuenta de que algunas cosas que soñamos para nuestra vida probablemente nunca sucederán. Aparece entonces un cierto alivio que nos permite relajarnos. La conciencia de que el tiempo avanza hace que mu- que no tenían idea de lo que era la América Central, más nativa y menos europeizada que el resto y mientras él llevó muchos adelantos -el telégrafo, los trenes, líneas de navegación-, ella organizó la beneficencia y escribió a su abuela: “¡Somos completamente felices aquí! ”
La guerra civil estalló en México, Francia envió tropas para sostenerlos y en medio de aquel caos, Carlota ejerció como Regente cuando su marido viajaba por el interior del territorio y dictó medidas ejemplares, como prohibir los castigos corporales a presos, esclavos y peones, y limitar las horas de trabajo.
Cuando la Guerra de la Secesión norteamericana llegaba a su fin en 1866, Napoleón III retiró sus tropas de México. “La presión de los grupos liberales, con el presidente Benito Juárez a la cabeza, y la imposibilidad de Maximiliano para mantener el orden pusieron en peligro la Corona, obligando a Carlota a viajar a Francia en busca de apoyo”. La entrevista con Napoleón III fue violenta: la joven le aseguró que se desataría una revolución sangrienta en cuanto ellos abandonaran el país y entre gritos y llantos, terminó diciendo lo que la vieja noble- za pensaba de los Bonaparte en Europa: “¡Debí recordar que por mis venas corre la sangre de los Borbones, y no haberme humillado a los pies de un Bonaparte!” Comprendiendo que nada conseguiría, pidió ayuda al Vaticano pero el Papa le dijo que Maximiliano había votado las Leyes de la Reforma y se negó a apoyarlos. Desesperada, comenzó a tener delirios, creyendo que los “agentes de Napoleón” querían envenenarla y se le permitió quedarse en el Vaticano, hasta que Leopoldo II, su hermano, fue a rescatarla. chos decidamos cambiar el foco: en lugar de luchar todo el tiempo por construir el futuro a largo plazo nos concentramos en disfrutar del presente, saboreando la vida cotidiana y nutriendo nuestros lazos interpersonales, entre otras cosas. Varios estudios acerca de la felicidad corroboran que a partir de los 50 años la satisfacción de las personas va en aumento, alcanzando un pico máximo durante la vejez. Este dato aporta optimismo y bienestar en algunos países en particular, como por ejemplo en Costa Rica, en donde casi el 30% de la población tiene hoy más de 50 años.
A sus 17 años, a Carlota la comprometieron con Maximiliano de Habsburgo; él tenía 25 años, y ella 17. No sólo se entendían, se habían enamorado.
En el Castillo de Miramar -en 1868- supo que la revolución había estallado y que habían matado a Maximiliano. Enloqueció, pero en sus ratos de lucidez, hizo pintar un cuadro de él abrazando la bandera de México que envió a sus amigos.
Carlota falleció en 1927, a los 87 años. Dicen que sus últimas palabras fueron: “Quiera Dios que se nos recuerde con tristeza, pero sin odio.” Vivió el resto de su vida sumida en la melancolía de aquel amor que no llegó a envejecer.
Detalles: 1) Me obsesionó la repetición del número 7 en los momentos cruciales de su vida; 2) Buscar en usados La tragedia de Maximiliano y Carlota, de Egon Corti.
Contrario a lo que se suele pensar, pareciera ser que enfrentarnos con el hecho de que nuestro tiempo es finito nos hace apreciar lo verdaderamente importante y valioso. Este fenómeno conocido como “la paradoja del envejecimiento” nos invita a repensar la representación que tenemos comúnmente sobre la vejez. Nos propone, en cambio, avanzar con alegría, ya que nos espera por delante un mix estimulante de sabiduría, experiencia y felicidad.
*Es divulgadora y activista de la longevidad positiva. Instagram: @floraproverbio.