2005 O-160egal: C L o it s artínez ra, Depó 55 699-51 osé Navarro M uerrero Cabre sé 1 : N S G J IS o l J e io y il u , n m s rra r: E : Ma Creado e Redacción anuel Valle Po d M jo é Conse as, Jos alle Riv Julián V entura Rojas lV Manue sión: e impre Diseño an : Patrocin D JUVENTU
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saigón
editorial
Tienes en tus manos un singular volumen y lo curioso del asunto es que no comprendes muy bien cómo ha llegado hasta ti. Simplemente, lo sostienes. DIN A5, delicada encuadernación; unas ochenta páginas, calculas. Un rápido vistazo a su portada te provoca cierta aflicción. Su título trae a tu memoria días de fuego y sangre. Nada bueno. Y el número de publicación no ayuda a alejar esa mala sensación; al contrario, reflexionas sobre si es martes o viernes, no lo recuerdas bien y, para ti, ahora, el detalle es importante. Sin embargo, no sabrías explicarlo... Quizá el texto leído en la contraportada te ha convencido de sus loables intenciones. El caso es que decides abrir la revista. Un vistazo, no más allá. Tras un tedioso editorial, reconoces que la entrevista publicada ha estado interesante. Pasas la página, se inicia batalla con armas poéticas. Ya necesitas continuar. Con los relatos alcanzas experiencias apasionantes. Visitando la retaguardia fomentas tu espíritu crítico, concluyendo que, vista la ferocidad y valía de la vanguardia, no cabía esperar menos de una retaguardia, la cual, deseosa de entrar en acción, lamenta su posición, pero siente orgullo por la calidad y bizarría de sus compañeros. Tú, inmerso en el fragor del combate, extasiado por la valentía de las tropas, participas, consciente o inconscientemente, en la noble contienda. De repente, se declara un alto el fuego. ¿Por qué? ¿Cuánto tiempo? La respuesta la das tú mismo: la victoria no es fácil, requiere estratégica paciencia; el enemigo es duro, sus armas son poderosas; el lance ha sido arduo, los soldados, exhaustos, necesitan recuperarse. Mas su compromiso es seguro, su voluntad, firme. Volverán. Estás convencido. Aguardarás. Cierras el ejemplar agradecido por haberlo conseguido, honrado por haber contribuido a la causa. Entonces, vuelves a la portada y lees Saigón 13 de nuevo.
sumario
saigon 05 Editorial 08 Entrevista a Eduardo García 19 Abrimos fuego con poesía 21 MORIR. Saúl Ariza 23 COMO ZUMO DE LIMÓN. Ángel Manuel Gómez Espada 24 MARCHITA INFANCIA. Ana Patricia Santaella Pahlén 25 ORACIONES. Agustín Calvo Galán 27 REGRESO Y LA PALABRA NUNCA. Jacob Lorenzo 28 TU BOCA. Manuel Guerrero Cabrera 30 ¿DIÁLOGO O MONÓLOGO?. Rafael Manjón-Cabeza Guzmán 31 Relatos para la ciudad perdida LA JUSTIFICACIÓN. Julián Valle Rivas 33 ESTADOS. Carmen Valladolid Benítez 41 GOLPES. Ana Patricia Moya Rodríguez 42 EL BIBLIOTECARIO. Antonio J. Sánchez Fernández 43 45 Análisis en la retaguardia UNA VISIÓN MATEMÁTICA DE LA MEZQUITA DE 47 CÓRDOBA. Aarón Ruiz REFLEXIÓN FILOSÓFICA SOBRE EL ÁRBOL DE LA 53 CIENCIA DE PÍO BAROJA. María Araceli Granados Sancho UNA BIBLIOTECA EN LA CONCHINCHINA: LA MARCHA 57 RADETZKY. José Manuel Valle Porras 61 Alto el fuego EL EGO 19 (Y III). Julio Flores 63 PUBLICACIONES RECIBIDAS. Redacción 72 PRESENTANDO EL NÚMERO 12 DE SAIGÓN. 74 Redacción ... TRAS CINCO AÑOS DE SAIGÓN. Redacción 76 REVISTA GROENLANDIA. Redacción 77
[0] entrevista
eduardo garcĂa
laentrevista Manuel Guerrero Cabrera
Eduardo García nace en São Paulo en 1965. Es profesor de Filosofía en Córdoba, donde reside desde 1991. Es autor de los libros Las cartas marcadas (1995), No se trata de un juego (1998; 2ª ed. 2004), ganador del Premio Hispanoamericano de Poesía «Juan Ramón Jiménez» y del Premio «Ojo Crítico» de Radio Nacional; Horizonte o frontera (Hiperión, 2003), Premio Internacional de Poesía «Antonio Machado en Baeza»; Refutación de la elegía (Generación del 27, 2006) y La vida nueva (Visor, 2008), VI Premio de Poesía «Fray Luis de León» y Premio Nacional de la Crítica 2008. Su obra ha sido recogida en numerosas antologías de poesía última española y ha escrito ensayos sobre la poesía en libros de su autoría: Escribir un poema (Fuentetaja, 2000; 2ª ed. ampliada y corregida, 2003) y Una poética del límite (Pre-Textos, 2005). 1. Luis Alberto de Cuenca, Juan Antonio Bernier, Javier Lostalé, Joan Margarit, ahora usted y, en el próximo número, Jesús Aguado forman la nómina de entrevistados por nuestra revista. ¿Cree que es un buen listado de poetas? ¿Considera usted que Saigón ha olvidado algún nombre importante de la poesía actual? Me parece una espléndida selección de poetas. A todos ellos me une la admiración como lector y la complicidad de la amistad. Siento debilidad desde muy joven por todos los que entre ellos me superan en edad. Casualmente todos y cada uno de ellos fue generoso conmigo en mis inicios y a cada uno debo cuando menos alguna orientación en el momento justo o una palabra de aliento cuando más lo necesitaba. Al más joven prácticamente le vi nacer como poeta. Con él siento la misma sensación de afinidad, pero desde la otra orilla de la edad. Al escuchar sus nombres me siento en familia. La poesía española goza de muy buena salud y habría sido imposible agotar todos los poetas de primera de este país en una nómina de tan sólo 5 ó 6 autores. Por fortuna, a Saigón le quedan muchos números por delante para ir perfilando un panorama tan extraordinariamente rico en personalidades creativas. 2. Lara Cantizani comunicó la noticia de su Premio Nacional de la Crítica en la presentación de nuestro número 11 en Lucena. El público y nosotros nos alegramos mucho, ¿y usted cómo se sintió? ¿Esperaba recibirlo?
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Nadie en su sano juicio confía en obtener un premio de tal envergadura. Soñaba, eso sí, con que algún día podría, quizá, reconocerse mi obra a esa escala. Pero los sueños sueños son... hasta que se convierten en realidad. Y entonces no sabe uno muy bien qué hacer con ellos. La verdad es que supe días antes por Internet que La vida nueva se encontraba entre los libros finalistas, pero al ver entre éstos los últimos poemarios de maestros de la talla de Ángel González o Tomás Segovia preferí no hacerme muchas ilusiones y consideré un honor en sí mismo haber llegado a la final. Al fin y al cabo, lo normal en un premio es no ganarlo. Por cada libro premiado hay cientos o miles de textos que no alcanzan el éxito. Y de entre ellos siempre hay cuando menos media docena de libros notables. Si encima, como es el caso, se concede a un solo título de entre los cerca de tres mil libros de poesía que se publican en nuestro país a lo largo de un año... Soy de los que prefieren no hacerse castillos en el aire para no llevarme una desilusión y quedarme luego como un trapo. Además, en los últimos años se han concedido esta clase de premios (en particular el Nacional y el de la Crítica) tan sólo a autores de más edad, a modo de reconocimiento no tanto al libro mismo como a la entera trayectoria del autor. Por eso mi primera reacción fue de perplejidad. No esperaba que ningún contemporáneo mío lo ganase. Y mucho menos que me tocase ser el primer poeta de mi promoción en alcanzar un reconocimiento de tal envergadura. Ojalá la concesión de este premio a mi obra marque de algún modo el pistoletazo de salida para toda una generación de creadores con mucho que aportar. 3.- La vida nueva marca desde el título una fuerte relación con lo vital. Tras este Premio de la Crítica, ¿hay un antes y un después en su poesía? A eso me refería cuando te decía que al cumplirse los sueños nos dejan al borde del abismo. Uno corre tras ellos, poseído del deseo de alcanzarlos, y al conseguirlos nos quedamos como huérfanos, sin saber muy bien hacia dónde dirigirnos. Eso sentí los primeros días: «Muy bien, maravilloso... ¿pero ahora qué nuevo sueño me invento?» En seguida comprendí que el verdadero premio consistía en no necesitar más premios para reclamar la atención de crítica y lectores. Me acababan de regalar el don más preciado: libertad para escribir al dictado de mi propio deseo. Por no hablar de la confianza en mí mismo para fiarme tan sólo de mi propia intuición por muy lejos que pueda llevarme. Mi nuevo sueño es la escritura misma, la pasión del descubrimiento, sin el paralizante afán de ser reconocido como autor. La vida nueva representa un giro en mi poesía. En sus poemas me interno más y más en una vía personalísima, alejándome un poco más de corrientes y tendencias al uso. Pensaba mientras lo escribía que el precio de tan singular indagación sería la incomprensión de la crítica, pero estaba dispuesto a pagarlo, pues los poemas mismos me decían que nunca había llegado tan lejos. Cuando empecé a escribir pensaba que
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el libro más difícil sería el primero. Encontrada la voz todo se desplegaría con facilidad. Ahora sé que la evolución de un poeta se produce en sentido diametralmente opuesto. Cada nuevo libro es más difícil de perfilar, más solitaria la aventura. Sospecho que cuanto más crezco como escritor más solo me encuentro ante el papel en blanco, menos maestros a los que acudir. Voy desnudándome de referentes claros, de fórmulas poéticas, para encontrarme nuevos hallazgos. Pero no es tan fácil reconocer los aciertos cuando no hay claros precedentes en la tradición próxima. La inseguridad, las dudas, son el azote del poeta que trata de dar curso a una voz en tránsito. Por eso es una labor cada vez más agotadora, por que cada vez me interno más a fondo en la maleza, sin guías ni fáciles senderos ni señales de orientación. Escribo ahora al filo del abismo y cada poema requiere un estado de conciencia de una más honda introspección. Contra todo pronóstico la crítica parece haber premiado este afán mío de explorar a fondo mis propios caminos. Me han regalado, como te decía, libertad. 4.- Yo encontré el libro en Lucena. Fui a comprarlo una semana después, pero para mi sorpresa ya se habían agotado todos los ejemplares. Por lo tanto, ¿cómo han acogido los lectores La vida nueva? Uno nunca sabe muy bien cuántos lectores va seduciendo en el camino. Ya quisiera yo ser músico para tocar en directo y contemplar a mi público, disfrutar cara a cara sus emociones... Cada vez hay menos indicios que nos permitan medir el efecto de un libro de poesía en los lectores. De hecho la mayoría de los suplementos dominicales están abandonando a la poesía. Y nadie sabe aún qué peso público alcanzarán los blogs de crítica literaria en los próximos años, aunque todo parece indicar que son un fenómeno emergente y en alza. Apenas puedo saber de mis lectores las sensaciones que recibo de ellos en mis lecturas. Ese es el único lugar de encuentro que me es dado disfrutar. (¡Quién pudiera contemplarlos enfrascados en solitaria lectura! Pero no es posible. Tendré que contentarme con soñarlo.) La verdad es que en los últimos meses se están produciendo en mis lecturas de poemas situaciones de verdadero voltaje poético. Se genera con frecuencia el renovado milagro de la comunicación, el misterio de la palabra. No me enorgullezco de ello, pues la palabra y no yo, el Eduardo García de todos los días, es quien provoca esos estados de comunión. ¿Más que antes? Quizá. También me he dejado la piel en este libro más que nunca. He dejado atrás en buena medida tanto el distanciamiento de herencia realista como los recursos intelectuales de libros anteriores. Supongo que los lectores están reaccionando a la verdad de estos versos míos «de madurez». En los últimos años la poesía española se obsesionó tanto con la verosimilitud del poema que acabó por olvidar otro valor más profundo: su verdad. Goethe ya lo
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decía: «Poesía y verdad». Mi voz se ha abierto a registros más oníricos, más próximos a la vanguardia, pero en realidad hablo de mí mismo de manera más descarnada, a flor de piel. De hecho, si escribo vastos versículos o despliego multitud de imágenes en el poema es tan sólo por que lo que la voz poética quiere decir tan sólo puede manifestarse en esos registros. La poesía es el cauce que ha creado nuestra especie para intentar decir aquello que el lenguaje común no logra decir. Llevar el lenguaje más allá de su uso común es su naturaleza misma, su razón de ser. Sólo así podemos cercar el enigma que somos, capturar una brizna de auténtica emoción, dar curso a una intuición que no sabríamos decir con las palabras de todos los días. Existe la poesía porque no nos basta para dar a entender todo cuanto somos con el lenguaje de la prensa o del relato tradicional, la impoluta cadena lógica de ideas o la narración lineal, sin fisuras. Supongo que el lector intuye en mis versos esa actitud de honestidad, esa entrega en carne y hueso a la palabra. Ella, y no yo, abre cauce al misterio. Y lo hace a su propio indómito antojo, cuando y como quiere. Quizá también se sientan contagidos por el entusiasmo, la libertad sin límites con la que intento acercarme al papel en blanco. Agradezco a la poesía esos fugaces momentos en los que unos versos logran hacerme sentir hermanado con un puñado de desconocidos. Tenemos tan escasas ocasiones de sentir el entusiasmo de la palabra... 5.- Cuando usted escribe un poema (o un poeta escribe), ¿qué busca en el lector: la interpretación de lo que usted quiso decir o que le dé otras interpretaciones que usted desconocía? He dejado hace tiempo de pensar en un lector ideal mientras escribo. Esa actitud es muy útil para el aprendiz de poeta, pues le hace consciente de los recursos de su oficio. Pero llega un día en que uno interioriza toda la técnica, los ritmos... y empieza a navegar sin brújula. Lo importante es escuchar esa frágil voz que late al fondo de uno mismo, amenazada por el temor a lo desconocido, la tentación del perfeccionismo, el solapado afán de agradar a crítica y lectores... Cualquier desviación puede dar al traste con la genuina revelación para hacernos desembocar en el remanso sin vida de lo apenas convencionalmente poético. Es preciso pulso firme para escapar a la normalización, virus de nuestro tiempo en todas las esferas de la cultura. Por otra parte, a un poema correcto le basta con que el lector reconozca el mensaje que el poeta se proponía comunicar. Pero un poema brillante, un pura sangre de esos que uno ha crecido admirando, esos que sueña escribir, trasciende la voluntad del autor, dice siempre más que aquello de lo que el poeta era consciente en el momento de la escritura. Mi mayor alegría es descubrir nuevas vertientes de sentido en mis poemas que no me imaginaba al escribirlos. A veces me los sugieren los
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lectores, pero en otras ocasiones soy yo mismo quien al cabo de los meses o los años me quedo de pronto de piedra ante una repentina revelación que arroja luz sobre lo que se agitaba en claroscuro dentro de mí en el momento de la escritura. Allí mismo, entre líneas, latente ante mis ojos. Y sin embargo he necesitado el poso del tiempo, aprender a mirar con ojos nuevos, para sentir el latigazo del descubrimiento. 6.- Miguel García-Posada dijo que usted era uno de los más importantes poetas de los últimos veinte años en España. ¿Qué opinión tiene de la poesía de dicha época? Hay un considerable número de poetas singulares en mi generación. Quizá hayamos pasado más desapercibidos por que fuimos los primeros en evitar la maldición de la poesía española contemporánea y su dinámica de las generaciones. Por primera vez una promoción de poetas rompió el círculo vicioso de enfrentarse en grupo a la generación precedente. Parece que no hemos necesitado «matar al padre» para afirmar nuestro propio discurso. Además, las condiciones sociológicas han cambiado. Si pongamos por caso un joven poeta de los 50 necesitaba enfrentarse a los poetas de la generación anterior era en buena medida por que se publicaban poquísimos títulos de poesía en nuestro país. O se abría paso a codazos o sus versos languidecían en el cajón. Hoy el mercado del libro se ha diversificado de tal modo que pueden coexistir sin conflicto varias generaciones. Escasean los lectores del género, como siempre, y la atención mediática brilla por su ausencia, pero la obra desemboca en el papel con relativa facilidad. También es cierto que renunciamos de algún modo a disfrutar la oportunidad que tuvieron las sucesivas promociones poéticas de alcanzar en plena juventud un veloz ascenso al Parnaso. Sólo ahora, recién entrados en la cuarentena, empezamos a ser reconocidos. Pero creo que valió la pena haber sido los primeros en romper con las absurdas guerras entre facciones. Ganamos a cambio, y mucho, en libertad creativa, diversidad de apuestas, lo cual sólo ha podido enriquecernos a todos. Al renunciar a formar una escuela o tendencia dominante cada cual ha tenido mucha más libertad para desarrollar, sin miedo a la censura del grupo, la especificidad de su propia voz. Sólo el tiempo lo dirá, pero es probable que entre todos estemos construyendo una de las generaciones más ricas en apuestas personales de cuantas han jalonado la poesía española contemporánea. Somos una proliferación de voces, no una escuela o un par de tendencias en conflicto. Las preceptivas han saltado por los aires, lo cual no puede sino complacer al duende de la poesía, que tiene ante sí cada vez más vastos territorios a explorar. 7.- ¿Y cómo ve la poesía cordobesa de hoy?
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Con tanta salud como poetas y libros de valía sigue dando a luz. Nadie sabe qué pasó en Córdoba para que sin apoyo oficial, ni editoriales locales, ni infraestructura de ninguna clase surgiera casi de la nada una promoción de poetas que alcanzaron reconocimiento a nivel nacional. (Cosmopoética vino mucho después y ni ha servido ni nunca se propuso proyectar ningún nombre local fuera de la provincia.) A día de hoy siguen apareciendo nuevas voces, aunque todavía sea pronto para valorar cuánto puedan crecer. Los últimos libros de poetas como Pablo García Casado, José Luis Rey, Elena Medel, José Daniel García o Antonio Luis Ginés demuestran que la poesía cordobesa continúa viva, proliferante de apuestas personales. Por no hablar de los senior como Pablo García Baena o Juana Castro, que han dado a luz en los últimos años algunos de sus mejores libros. Y podría citar otros muchos nombres. 8.- ¿Cree que los poetas cordobeses se leen unos a otros? Sí y no. Cada cual lee lo que más le place, sea o no obra de un autor local. A partir de mi generación el cosmopolitismo ha caracterizado a la mayoría de los autores de la ciudad. No formamos entre todos ninguna tendencia. Simplemente las afinidades de cada cual le conducen a indagar en la obra de los poetas que le interesan. Si además conoces personalmente al autor quizá brote la llama de la amistad. Pero no hay a día de hoy localismo que valga entre nosotros, lo cual es muy de agradecer. Me da la risa cuando veo que en algunos blogs nos suponen una mafia imbatible. La verdad es que cada cual va a su aire. Ni siquiera puede decirse que todos seamos amigos de todos. Además, en los últimos años la mayoría de los que eran o todavía son jóvenes poetas cordobeses viven fuera de la ciudad: Madrid, Bulgaria, Sevilla, Montevideo, México, Alburquerque... Ha habido una auténtica diáspora. Lo que sí es verdad es que, a diferencia de otras ciudades, apenas nos hemos agotado en ridículas luchas intestinas. 9.- ¿Qué está escribiendo ahora? ¿Qué publicará próximamente? Quizá sea pronto para hablar de lo que está apenas naciendo. Como suele sucederme entre libro y libro escribo los poemas que me nacen, sin someterlos a un cauce, una dirección precisa. Con el tiempo irán por sí mismas perfilándose vetas y modulaciones. Por ahora creo que el ciclo que se inició en La vida nueva continúa en marcha, pero ya empiezan a asaltarme por sorpresa poemas que parecen abrirse a nuevos territorios. Experimento la poesía como una aventura, una exploración sin meta prefijada. Si se vive la escritura como un acto de libertad es natural que cada poema pida su particular ritmo, su actitud anímica, su modulación. Procuro siempre
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estar muy atento a la naturaleza de la voz que habla en mí, serle fiel hasta el final. Algunos piensan que escribir así es fácil, algo así como dejarse llevar por la escritura automática. Y sin embargo es justo al revés. Me ha costado décadas alcanzar ese grado de espontaneidad en el que el ritmo brota de la respiración misma de la voz. Escribir sin fórmulas cerradas es un continuo ejercicio de acrobacia técnica, pero desde una intuición elevada a la máxima intensidad. Lo fácil es escribir un soneto a toda prisa, una forma métrica cerrada donde las reglas están claras y sabemos de antemano que el ritmo funcionará. Pero soltar la mano de verdad, renunciar a las fórmulas, generando con palabras algo que no existe, donde la quiebra de la norma no puede ser caprichosa o arbitraria, sino que ha de generar una nueva respiración, una mirada... requiere un estado intuitivo excepcional. La poesía es así una experiencia misteriosa que se niega en redondo a obedecer a un simple ejercicio de voluntad. Pero cuando brota espontáneo un verdadero poema... ese día me siento feliz como el niño que sopla las velas de su tarta de cumpleaños. Doy entonces por buenos los intentos fallidos, las fases de sequía, los meses de persecución en vano. Ha valido la pena intentar lo imposible: escribir un poema. Tengo, además, varios libros en transcurso, con los andamios puestos: aforismos, una traducción, una hipotética recopilación de ensayos... Los voy escribiendo según siento la necesidad de acercarme a ellos, regándolos de vez en cuando, como las plantas, para que vayan creciendo a su amor. Al fin y al cabo son organismos vivos que se nutren de mi sangre y mis huesos, mi vacío y mi deseo. Nunca sé, por fortuna, qué me aguarda al otro lado de la página.
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EDUARDO GARCÍA CANCIÓN DE LA ESPERA Hay cuchillas que habitan los pliegues de la ropa, caballos que reposan en la piedra, tiburones con fauces de niebla y ojos fríos, burbujas que en el aire se irisan en añil hasta estallar al roce de la arena porque aún no has llegado, porque vienes camino de otra parte, porque llegas con el negro del luto, con el blanco nupcial, con un ramo de rosas deshojado en la mano. Hay cenizas ardientes que adormece el rocío, solemnes las sirenas de los transbordadores, hay polvorientos cauces que se ahogan de sed y aves ciegas que vuelan en círculos, cetáceos encallados en rocas de hielo a la deriva porque vienes remota, prisionera de un viento del desierto que borra las huellas de los pájaros, porque a mí te encaminas con los ojos ausentes, con los pasos sin huella de las apariciones. Pero hay también tambores que invitan a la danza, el eco de la risa retumba en el espacio, hay pájaros que beben en los poros del aire, un niño y una niña que juegan a los médicos y el clamor de la jungla al despertar
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porque ya vas salvando el horizonte, vas ajena infiltrĂĄndote en mi piel, ya en tu ausencia la carne se abre paso, la orquesta preparada, los globos de colores, y a tu encuentro me brotan los leopardos porque tĂş eres mi fiesta, mi centro y mi agonĂa.
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[1] abrimosfuego conpoesĂa
MORIR za Saúl Ari
N E LIMÓ UMO D ez Espada Z O M óm CO anuel G Ángel M FANCIA HITA IN taella Pahlén C R A M an tricia S A na P a IONES ORAC alvo Galán C n CA Agustí A NUN ALABR P A L SO Y REGRE renzo o L Jacob ra CA TU BO uerrero Cabre G l e Manu ? LOGO MONÓ uzmán O O G G ¿DIÁLO njón-Cabeza Ma Rafael
SAÚL ARIZA MORIR Al río acudo a morir. En el abismo regreso a su orilla y hundo en sus aguas la tristeza más honda que el río mismo para emerger de nuevo a la vida. Vuelvo a él de nuevo en la calma porque él es la calma misma y sus aguas me devuelven la paz que les entrega mi alma. En el fondo del río yacen las tristezas muertas.
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ÁNGEL MANUEL GÓMEZ ESPADA COMO ZUMO DE LIMÓN Duermes desnuda, me das la espalda. Voy a por un vaso de agua. Y cuando vuelva, me esperará tu sonrisa, me contarás los lunares de las manos, haremos el amor hasta que llegue el día. El sabor del cigarrillo aún permanece en tu boca. Tu boca, tu coño-boca. La vida. La mañana sabe a mar y a despedida. Y un billete de avión que nos separará descansa en la repisa. Hay días y días. Y días como zumo de limón.
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ANA PATRICIA SANTAELLA PAHLÉN MARCHITA INFANCIA En el torrente marchito de tu infancia, dejaste, las calles desabrigadas, y un balón arrinconado y desinflado. Miro, al jirón mugriento de las ingles, a tus manos precoces de mendigo, y un pesar helado me fragmenta. Siento, bajo la prófuga sonrisa de tus labios, en este cielo injusto de opresiones, que un inédito crepúsculo me cerca. Rumbo sin rumbo, destino sin destino, y lloro rabiosamente, ante las pardas manzanas del reparto, ante la ganancia ruin de los conformes.
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AGUSTÍN CALVO GALÁN ORACIONES I Qué pocas cosas te pido pacientemente: Mírame ahora, te anhelo en cada oración, cuando la luz va refugiándose en mí, y sé
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que en esta debilidad sombreada se agotan todas y cada una de las respuestas.
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IV Qué pocas cosas te pido a su debido tiempo: Espera, no me respondas aún, detén el transcurso, lo dicho hasta este verso; rastrea la permanencia, sólo un instante, tan sólo un íntimo instante, el resto se perderá en tu respuesta. Espera, calla ahora, silencia hasta tus párpados, tan sólo estas palabras escritas y reescritas, revisadas y alteradas cien veces, permanecerán en la duda, sin conocer la resolución o el futuro nuestro.
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JACOB LORENZO REGRESO Y LA PALABRA NUNCA A veces uno huye y no sabe de qué. La eterna huida no te da las respuestas. Los destinos no saben el precio del retorno. Pero cuando regresas descubres esas cosas, culpables de tu marcha. Rebaños de vidas y vides que te conducen una vez más y para siempre a beberte las uvas de la ida.
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MANUEL GUERRERO CABRERA TU BOCA Ofréceme tu boca, mi sustento. Entrégame la flor de tu mejilla e inspírame en la mía la amarilla herida sin tu aliento. Recoges con tu lengua mi dolencia de los besos latentes, sin destino, y bebes mi saliva como un vino que sacia tu apetencia. Al fin amor dejara tu sonrisa o tu palabra un rayo blanco y rojo, para que viva en el eterno antojo de tu boca precisa.
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RAFAEL MANJÓN-CABEZA GUZMÁN ¿DIÁLOGO O MONÓLOGO? De rodillas. Pecados que cargan su ignominia sobre los huesudos pilares de la fe. El alma apuntalada con los despojos de la melancolía es como una guadaña que, apesadumbrada, el filo inclina sobre la estéril madera del reclinatorio Rezos de auxilio. Monotonía de mantra antediluviano. La esperanza pende de las altisonantes palabras de la oración. ¿Diálogo o monólogo? Tu única salida. Tu aislado vórtice a la salvación.
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[2] relatosparala ciudadperdida
CIÓN TIFICA LA JUS e Rivas all Julián V OS ítez ESTAD alladolid Ben nV e rm a C S ríguez GOLPE ia Moya Rod ic tr A na P a CARIO ández LIOTE rn EL BIB . Sánchez Fe J io n to n A
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JULIÁN VALLERIVAS
La justificación DÍA 1 – MARTES
AB OVO
…continuación
[ARSENIO] Ab ovo. Desde el huevo. Desde el principio. Cuando una persona cuenta la historia de su vida sabe que debe comenzar con el nacimiento. El nacimiento es su principio; y el de toda persona. Por tanto, si quisiera contar la historia de mi vida, empezaría con el día en que nací. Sin embargo, cuando la intención, cuando mi intención, es contar una historia de mi vida, entonces, surge la pregunta: ¿Por dónde...? o mejor dicho, ¿por cuándo he de empezar? Ésta es la pregunta trascendental que me hago al iniciar mi relato. Puedo comenzar en un día y en una hora determinados; pero, ¿por qué no comenzar dos horas después o un día antes? Lector, las diversas historias que componen la vida de una persona tienen –por ser precisamente eso: concretas historias– un principio y un final delimitados. Estas historias, una vez que han alcanzado su final, pueden seguir generando efectos en la historia global y general de la persona. Ahí decimos que esa historia concreta ha influido, ha incidido, en su vida. En definitiva, principio y final. Estos extremos vienen determinados por un hecho que trasciende el recorrido normal de la historia que, hasta ese momento –hasta que se produjo ese hecho–, se estaba desarrollando, y viene a alterar el curso normal de la historia general. A mí, el hecho, me está provocando la muerte. Presente lo hasta ahora referido, debo fijar ese hecho trascendental que alteró el curso normal de mi historia general –de mi vida– y determinó el inicio de esta historia concreta. El hecho trascendental fue, sin duda, el descubrimiento de la primera carta. Así, lector paciente, doy comienzo mi dramático relato... Padre Jesús había sido asesinado, y en su propia parroquia. La trágica noticia me golpeó con tal fuerza que perdí el contacto con la realidad que me rodeaba y la conciencia misma de la existencia del sobre que mi mano sostenía. Lo encontré bajo la consola de la entrada de mi piso, en calle Almazán; pero no lo hice cuando llegué, sino al responder al teléfono móvil que allí había dejado. Fue mi secretaria, Estela –una señora cincuentona de agradable trato, muy eficiente e insustituible, que había contratado tres años antes–, la que llamó informándome de
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los sucesos de aquella tarde. Cierto es que, cuarenta minutos antes, al aparcar mi coche en la cochera que en mi calle tenía, había advertido un gran tumulto en torno a la parroquia de Santiago Apóstol. Se lo atribuí a uno de los frecuentes actos vandálicos que en los últimos tiempos se estaban produciendo contra las iglesias de la ciudad, manteniendo en jaque a la policía y a las autoridades políticas, e indignando a la población. Incluso recordé el ultraje en la imagen del Sagrado Corazón de Jesús de la parroquia de San Mateo, cuyo corazón habían pintado de negro y acompañado con el dibujo de una cruz invertida sobre la túnica. Sin rastros, sin vestigios, siempre igual. El asesinato de Padre Jesús no tenía razón ni sentido. Fue un hombre muy bondadoso, un santo. Le gustaba que lo llamasen así: Padre Jesús, tal cual. Nunca deseó o hizo mal a nadie. Fue un gran amigo y como un padre para mí; se alegró cuando decidí entrar en el seminario y lloró cuando abandoné mis estudios eclesiásticos. Sin embargo, nuestra amistad continuó, inmune a tales hechos insignificantes, secundarios. Sentado en el sofá del salón lloré desconsoladamente la muerte atroz y sin sentido de mi amigo. Roto de dolor y de cansancio, me dormí. Sueño etéreo. Desperté sobresaltado con la sensación de que alguien había vigilado mi descanso o, al menos, que me había observado durante el mismo. Sensación que no me era extraña. Pronto, los recuerdos transformaron esa sensación en un estado de aflicción. El piso. La llamada. El sobre. La noticia. La muerte. Asesinato. Sobre. ¡El sobre! Me acordé del sobre hallado bajo la consola. Lo había soltado en la mesa del salón. Cuánto tiempo llevaba medio oculto fue algo que no pude precisar. Lo cogí. No indicaba remitente, simplemente mi nombre. Contenía el curioso sobre un par de folios manuscritos por las dos caras, letra abultada y rápida, aunque legible; firmados sólo con un nombre: Zoilo. Con esfuerzo traté de comprobar la fidelidad de mi memoria, mas el nombre no me decía nada, no recordaba a nadie llamado así. En cualquier caso, comencé a leer. «Arsenio, tal vez no lo sepas, tal vez no te hayas dado cuenta, pero vas a morir. Tú no me conoces de nada, no sabes de mi existencia, nunca has oído hablar de mí. Sin embargo, yo te conozco a ti muy bien. He estado oculto, en la sombra, vigilándote durante mucho tiempo. Como has podido comprobar sé dónde vives, pero también sé dónde trabajas, quienes son tus amigos, tu secretaria, tu novia. Esperanza, ¿verdad que se llama así? Esperanza. Una chica muy guapa, podría darle el calificativo de muy buena. Sí, Esperanza está muy buena y hacéis tan buena pareja, se os ve tan enamorados, andando por la calle tan agarrados, tan juntos. Qué lástima que la pareja se vaya a romper. Porque tú vas a morir, Arsenio, no lo olvides. Por cierto, también conozco a tu amigo el cura. Bueno, quizá cuando leas esta carta ya podría decir que conocía a tu amigo el cura. Porque voy a matarlo, y su muerte
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será lenta, dolorosa y agónica. Tú no debes preocuparte por tu viejo amigo de sotana y alzacuello. Más bien deberías preocuparte por ti. Tú también vas a morir y tu muerte será más lenta, más dolorosa y más agónica. Yo mismo te mataré y sabrás cómo, poco a poco, me iré adueñando de tu vida; serás plenamente consciente de ello y, mientras mueres, verás cómo te arrebato todo lo que la compone, incluida Esperanza. Tu vida será mía, Arsenio, no lo olvides. Te conozco muy bien, sé cómo piensas y en qué piensas. Estás pensando en llevar esta carta a la policía, ¿verdad? Sí, tengo razón. Pero sabes tan bien como yo que no te harán ni el más mínimo caso. Vamos, eres abogado. Esta carta no servirá de nada. Además, si acudes a la policía con ella, te encontrarás con una pequeña sorpresa. ¿Qué sorpresa? No pretenderás que te lo cuente, ¿dónde estaría la sorpresa? Simplemente te diré que, en cierto modo, a mí me favorecería que entregaras esta carta a la policía; en serio. Tú decides: si entregas esta carta tú me beneficias, tú te perjudicas. He permanecido oculto, tras tu sombra, durante demasiado tiempo; sé que piensas: «¿Por qué yo? ¿Por qué mi amigo?» Pues por una razón bien sencilla: me ha sido encomendada una Misión Suprema, yo soy el Gran Elegido, y el cura y tú sois dos piezas en ella. El cura debe morir porque forma parte de una mentira que va a ser desvelada, participa de un poder que no existe, de una realidad que es pura invención. Pero Arsenio, ¿y tú? ¿Por qué tú? Pues por el simple hecho de que tú eres la causa de todos mis problemas. Tú eres la causa de mi existencia miserable. Por tu culpa llevo esta vida oculta, en la sombra. Porque tú tienes la vida que me pertenece. Y ahora me toca a mí. Ahora voy a quitártela, voy a dejarte sin ella, al igual que tú me has dejado. No, Arsenio, no. Yo no he tenido vida. Una vida abyecta, escondido en lo más profundo de un infecto y oscuro túnel, en lo más recóndito de una sombra, invisible a la realidad exterior, a la vida humana. Eso no es vida. Y yo quiero, necesito tenerla. Sin embargo, esa falta de vida no me ha consumido; al contrario, me ha hecho más fuerte. Cada día que pasaba en esa críptica cueva, aumentaba mi poder, mi resistencia. Así mi conclusión es simple y apodíctica: la única forma de hacerme con esa deseada vida es quitándote la tuya. Sólo despojándote de tu vida podré alcanzar la mía. Una vida que tú me has negado. Recuérdalo. No me será difícil matarte. Conozco tus puntos débiles, conozco tus miedos, tus temores, tus sombras; y ello me servirá para destruirte. Poco a poco, recuerda, tu vida se consumirá y la mía renacerá. Por todo ello, como estás próximo a morir, he decidido hacerte partícipe de mi misión. Tendrás puntual información de cada paso importante que voy a dar, de cada acción que voy a ejecutar, para que puedas admirar mi Gran Obra en todo su esplendor y puedas disfrutar de un hecho egregio antes de morir. Utilizaré cartas introducidas en sobres a tu nombre que te haré llegar sin demasiada dificultad,
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como he hecho con ésta. Espero que disfrutes tanto como yo. Te conozco demasiado bien. Sé que estás pensando: «si yo no te conozco, si no he oído nombrarte en mi vida, ¿cómo he podido causarte el mal que dices te he causado?» Es cierto, tú no conoces a Zoilo porque es el resultado del mal que le causaste a otra persona. Una persona a la que sí conocías bien y a la que le arrebataste la vida convirtiéndola sólo en una sombra de sí misma con una existencia ruin: Zoilo. Una persona –si un ser sin vida puede ser considerado persona– a la que ya no podrás reconocer: es otra distinta, una nueva persona. Hasta pronto. –Zoilo.» –Definitivamente este tío está loco. Además se me dio un ardite la opinión de aquel tipo. Un loco, un psicópata, o ambas cosas. Las palabras del tal Zoilo no tuvieron ningún sentido para mí; pero, aunque incompresibles, aquella carta guardaba relación con la muerte de Padre Jesús y, al día siguiente, la entregaría a la policía. Sin obviar que podía ser la mera añagaza de una persona o de una banda criminal, las cuales, sirviéndose de mí trataran de confundir la investigación. Resolví que no me correspondía hacer divagaciones de ninguna clase y mantuve firme mi decisión. Veintitrés y cincuenta y seis. Al acostarme vino a mi mente el nombre de mi antiguo socio del bufete: Álvaro. Verdad que se había despedido de mí con malas maneras y con palabras de las cuales, estuve seguro, después se arrepentiría. Empero de ahí a convertirse en un psicópata homicida... No; no podía se él. Y, a pesar de todo, no pude olvidar que Zoilo quería matarme. En fin, estaba demasiado cansado para pensar con claridad. Apagué la luz y, cuando la oscuridad comenzó a cubrir de tenebrosas sombras la habitación, cerré los ojos intentando relajarme. Me dormí. Soñé. Deambulaba por una calle de mi ciudad levítica. Caía una lluvia torrencial que me había empapado la ropa de tal forma que comenzaba a sentir la humedad en contacto con mi piel. De mis cabellos se precipitaban profusas gotas que resbalaban raudas a lo largo de mis mejillas. Algunas de esas gotas, en su avanzar presuroso, habían desviado su precipitado camino –éste les habría conducido irremediablemente a desintegrarse contra el suelo– y se habían aproximado hasta la comisura de mis labios. Experimentaba en ellos una confluencia de humedad y frío. Deslicé la lengua sobre el agua que los cubría. Sabor a sal. Mas no era sal marina, su salinidad era más suave. Era la sapidez salada de una lágrima. ¡Llovía lágrimas! Lágrimas de sufrimiento. Lágrimas de dolor. Lágrimas procedentes del Cielo. Lágrimas de Dios. Alcé la vista entornando los párpados para evitar que alguna lágrima me cayese sobre el globo ocular. Tenía la esperanza de ver los ojos de Dios. Dos inmensos ojos acuosos y rojizos por el llanto. No vi nada. Y, sin embargo, sólo Él podía provocar ese fenómeno.
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De repente comencé a sentir que las gotas de llanto habían cambiado, eran más espesas. Extendí la mano y empezó a cubrírseme de un tinte rojizo. Volví a alzar la vista y una gota cayó en mi párpado volviendo carmesí mi visión. De nuevo una gota llegó hasta la comisura de mis labios. Era sangre. Comencé a sentir su calidez por todo mi cuerpo. Me miré de hito a hito. ¡Estaba casi desnudo! Sólo un trozo de tela rodeaba mi cintura cubriéndome los genitales. El vello, impregnado de sangre, se había adherido al cuerpo. Al instante aparecieron decenas de personas vestidas con túnicas color escarlata. No pude apreciar sus facciones, se me mostraban difuminadas. Se hizo el silencio. Sólo se oían las gotas de sangre estrellarse contra algún escollo. Se formó un corredor por el que empezó a andar un hombre. Se dirigía hacia mí. De igual forma, iba cubierto por una túnica escarlata y no podía distinguir sus facciones. Pero en su caso, una sombra cubría su rostro. Cuando estaba apenas a un metro de mí, detuvo su caminar. El velo de oscuridad que ocultaba su rostro se había levantado un tanto de tal manera que sólo se destacaban su barbilla y sus labios. Labios que comenzaron a moverse exhalando un sonido críptico pero comprensible para mis oídos. –Hola, Arsenio –dijeron los labios con una voz que parecía proceder de ultratumba, del más allá, de muy lejos. Jamás había escuchado aquella voz. Jamás había visto a aquel hombre. Sin embargo, inmediatamente supe quién era. Una sensación dentro de mí me lo confirmó. –¿Zoilo? –hablé en un tono interrogativo, como dudando aún de mi impulso, pero conociendo de antemano la respuesta. Los labios se tornaron en una media sonrisa. –¿A quién esperabas si no? –su voz sonó ahora desafiante, era la voz de un demente dispuesto a cualquier cosa. La sanguinolenta lluvia envolvía con un cálido manto mi cuerpo desnudo, a pesar de ello, un escalofrío erizó mi piel. –¿Qué... qué signi... qué significa to... todo esto? –tartamudeé lleno de terror. Un sudor frío comenzó a manar de los poros de mi piel constituyendo una amalgama con la espesa y encarnada sangre. –¿Ves, Arsenio? Te conozco tan bien, te tengo tan vigilado, que he logrado introducirme en tu mente subconsciente. Ahora estoy en tus sueños –lo dijo con un tono de victoria, como quien culmina con éxito un trabajo bien realizado. –¿Qué... qué quieres... de mí? –mi pavor contrastaba con su aplomo. El sudor seguía empapándome el cuerpo. –¿Todavía no lo sabes? He venido a matarte –su media sonrisa desapareció al instante otorgando a sus labios seriedad, su tono fue tranquilo, pausado, dando aquello que afirmaba como un hecho seguro. Di un paso atrás en un impulso inconsciente de protección. Zoilo hizo un ademán con la cabeza e, inmediatamente, dos hombres de entre la multitud se me acercaron
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y me asieron cada uno de un brazo. El miedo me había paralizado, no podía moverme, no podía gritar. Era mi deseo, mas mi cuerpo no reaccionaba. Los dos hombres me tumbaron decúbito supino sobre una estructura que había en el suelo. Me dejé llevar. La lluvia de sangre golpeaba con insistencia mi rostro y cerré los párpados para que no me molestase los ojos. El contacto de la estructura con mi piel me otorgaba cierta calidez. Perecía... No podía ser. Los hombres extendieron mis brazos de forma perpendicular a mi cuerpo. No podía ser. Abrí los ojos y miré en torno a mí. No podía ser. Erguí la cabeza paseando la vista y pude confirmarlo. La estructura sobre la que estaba tumbado en el suelo era de madera. ¡Una cruz de madera! Los dos hombres colocaron sobre mis muñecas sendos clavos de acero. El contacto del frío metal me hizo reaccionar. –¡Noooo...! –grité con toda la fuerza de mis pulmones. Comencé a moverme con ímpetu. Todo fue inútil. Estaba bien asido de los brazos y otros dos hombres se habían acercado para sujetarme de las piernas. Los que se encontraban en torno a mis brazos los sostuvieron con firmeza, mientras con una mano adosaban el clavo contra mi muñeca y con la otra sostenían un mazo que levantaron al aire y dejaron caer con fuerza golpeando con la misma intensidad los clavos. –¡Noooo...! El dolor fue vehemente. Los clavos habían atravesado carne, músculos, nervios, venas, huesos, y se habían clavado a la madera. Los hombres volvieron a levantar el mazo dejándolo caer con la misma fuerza asegurando la sujeción. Cumplida su misión, se irguieron. Pude así contemplar mis muñecas. De ellas manaba la sangre profusamente como el agua que mana de una fuente. El dolor era insoportable. Aparté la mirada y cerré los ojos. Sentí que apoyaban las plantas de mis pies en la madera y que afirmaban el mismo frío metal sobre mis pies. Abrí los ojos e incliné la cabeza. Los hombres seguían aferrándose a mis piernas y los que habían clavado mis muñecas se disponían a clavarme los pies. De nuevo el mazo se elevó a los cielos y de nuevo se dejó caer. Cerré los ojos. Tensé los músculos. Otra vez el potente dolor. Iba a perder el conocimiento, me iba a desmayar. Ojalá. Pero no ocurrió y el dolor llegó hasta en el último rincón de mis nervios. Concluido su trabajo, tomaron la cruz por la parte de mis pies y la levantaron, fijándola al suelo. Estaba crucificado boca abajo, en posición invertida. El peso del cuerpo se dejó caer sobre los clavos. El dolor se intensificó en un grado superlativo. –¡Aaaaaahhh...! En posición invertida vi que Zoilo se acercaba hasta mí. Seguía sin poder distinguir sus facciones. –¿Recuerdas, Arsenio? Poco a poco. Ha llegado la hora de tu muerte –su voz sonaba calmada, aún era segura.
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Acercó su rostro velado al mío y sus labios adoptaron una media sonrisa. Me mostró una daga que su mano sostenía. Apoyó la hoja en el lado derecho de mi cuello. La tensión apenas sí me hacía notar el metal. La densa sangre (la que manaba de mis extremidades y del cielo) recorría mi cuerpo y goteaba en el terroso suelo. Aplicó compresión a la daga sobre mi cuello hasta atravesar la piel y clavarse en la carne. Entonces lentamente llevó la hoja hacia la parte izquierda de mi cuello degollándome durante su movimiento. Desperté. El miedo me hizo incorporar. Miré en derredor mía. No había nadie. No estaba crucificado. Todo era oscuridad. De quedo, volví a la realidad. Estaba empapado en sudor, el corazón me latía desbocado. Pero estaba en mi cama. Me hallaba en mi dormitorio. En mi piso. Me encontraba a salvo. Comprobé la refulgente hora del reloj: tres y cincuenta y dos. «No podré dormir más esta noche». Eso fue lo que pensé en aquel momento, ¡oh, cándida ignorancia! continuará…
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CARMEN VALLADOLID BENÍTEZ
Estados Pongo la Fondue. La vela llamea el chocolate. Mojo un dedo. Aún no hay calor suficiente. Te llamo. Vienes. Voy. Trozos de fruta nos esperan. Fantaseamos con la posibilidad de hacerlo en una cocina de Ikea como parte de la promoción. Allí. En una cocina de mentira. Tú. Yo. Creando ambiente. Reímos. ¿Hacer qué...? Me preguntas... ¡La Fondue, la fondue... claro! En unos instantes, todo queda derretido.
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ANA PATRICIA MOYA RODRÍGUEZ
Golpes Me haces daño. Un golpe. Siento la sangre correr por mi espalda, mis muslos, mi cuello. Otro golpe. Dios. Otro. Dios Santo. Y otro. ¡Dios Santo! Otro más. ¡No puedo más! Y otro más. ¡Me vas a matar… me vas a matar…! Te detienes: satisfecha ante la visión de mi carne enrojecida, agarras el brillante látigo mientras yo te miro, amordazado y encadenado, ávido de deseo, excitado por tu traje de cuero y tus increíbles tacones. Siento un espasmo de placer recorriendo mis testículos. Cariño, mi diosa, mi amor, mátame, ¡mátame, mátame de placer! ¡Para que luego digan los necios que el amor no es dolor!
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ANTONIO J. SÁNCHEZ FERNÁNDEZ
El bibliotecario Como cada mañana, el bibliotecario atravesó la plaza, camino de su trabajo. Pero esta vez era distinto; esta vez avanzaba esquivando las explosiones y escondiéndose de los grupos de soldados que, en alguna ocasión pasaban a la carrera, vociferantes y a tiros. Durante semanas había albergado la esperanza, un tanto infundada, de que el frente aguantaría. Pero, al final, los combates habían llegado al corazón de la ciudad. Jadeante y sudoroso llegó a la biblioteca. Como había temido, la recia puerta de madera había sido reventada a golpes, y de ella salía una espesa humareda negra. Era aquel un humo antiguo: el mismo humo que oscureció el cielo de Alejandría, el mismo que estuvo a punto de asfixiar a Guillermo de Baskerville. Como tantas otras veces, la biblioteca había sido uno de los primeros edificios en arder. Por un instante, el bibliotecario se preguntó desolado por qué gente tan poco interesada en los libros ponía tanto empeño en destruirlos. Entró. El vestíbulo era una pieza alta, de techos altos, cuyo único mobiliario era un mostrador de mármol. En él no había nada que ardiera con facilidad; así que, aunque el aire era sofocante, las llamas no lo habían invadido. Otra cosa era la sala de lectura, con los anaqueles repletos de libros. El bibliotecario intentó asomarse a ella, a ver qué se podía salvar, pero una violenta vaharada le golpeó la cara, dejándolo casi sin respiración. Tosiendo, con los ojos irritados por el humo, se apartó tambaleante, pensando cómo podría entrar en la sala. El fuego no había llegado aún a todas partes y todavía quedaban muchos libros intactos, pero las llamas se extendían con rapidez. El papel era un combustible excelente. Se preguntó por qué los libros se fabricarían en un material tan frágil. Pensó que quizás en ello habría una metáfora, que el papel era frágil y delicado como las ideas que podía contener y que ardía con facilidad porque ardientes eran las emociones que despertaba la lectura. Pero ¿sería idiota? Su biblioteca estaba en llamas y él, en vez de esforzarse por rescatar los libros que pudiera, se dedicaba a pensar en metáforas y paralelismos. Entonces se detuvo y se echó a reír. De pronto lo había comprendido todo. Gracias a los largos años de amorosa convivencia con los libros, era capaz de ver símbolos y mitos donde otros sólo verían papel quemado.
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Por eso ellos incendiaban bibliotecas, porque intuían en los libros un poder terrible, capaz de crear mundos que no podían controlar, ni tan siquiera comprender. Pero el incendio era un acto inútil, ya que ahora ese poder estaba dentro del bibliotecario. Lo había absorbido poco a poco, en cada lectura, en cada paseo entre los estantes de libros. El bibliotecario entendió que no era necesario salvar los libros porque, ahora, la biblioteca era él. De todos modos, deseó rescatar algo, aunque sólo fuera para impedir que los incendiarios se salieran del todo con la suya. Quiso sacar de allí al menos un libro; pero, ¿cuál? Dudó unos instantes hasta que de pronto lo tuvo claro, como en una revelación. Aguantó la respiración y entró en la sala de lectura, corriendo con todas sus fuerzas. Ignoró la altísima temperatura que consumió el vello de sus brazos hasta transformarlo en un montón de bolitas negras. Ignoró el dolor de su piel enrojecida, en la que comenzaron a formarse algunas ampollas. Sabía dónde estaba lo que quería. Fue allí directamente, lo cogió y salió de la sala de lectura, y de la biblioteca, a la misma velocidad con que había entrado, apretando su tesoro rescatado contra el pecho, limpiando de su garganta, a bocanadas de aire fresco, el sabor acre y pegajoso del humo. No paró de correr hasta que llegó a la plaza. Se sentó en un banco y, sin hacer caso a las explosiones, los tiros ni los soldados, contempló con detenida ternura las páginas que había sacado de la biblioteca. Aquel mazo de folios en blanco contenía la fuerza de todos los libros. Sobre ellos podría estamparse cualquier pensamiento, cualquier idea, cualquier locura, cualquier pasión. Aquellos papeles en blanco eran semillas de biblioteca. El bibliotecario quería que comenzaran a florecer cuanto antes, así que sacó del bolsillo interior de la chaqueta la vieja estilográfica que había sido de su padre y comenzó a escribir. Algunos le vieron allí, escribiendo en medio de los tiroteos, tiznado y sonriente; y durante años se dijo en el pueblo que la tragedia del incendio le había hecho enloquecer. Pero él jamás estuvo más lúcido que en aquel momento. La primera de las frases que escribió era de Borges, quien, como él, había sido bibliotecario: «El Universo, que otros llaman la Biblioteca...»
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[3] anรกlisisen laretaguardia
A A DE L EMÁTIC T A M BA ISIÓN Ó RD O UNA V A DE C IT U Q MEZ uiz Aarón R OBRE FICA S PÍO Ó S O IL E XIÓN F NCIA D REFLE L DE LA CIE O EL ÁRB S a nc ho JA O R A na do s B ra G li e rac María A EN L A A TEC A IO ARC H L IB A: LA M UNA B IN H C HIN C O N C KY Z as E D RA T uel Valle Porr n a José M
AARÓN RUIZ
Una visión matemática de la Mezquita de Córdoba La Mezquita de Córdoba comenzó a construirse en tiempos de Abd-al-Rahman I, allá por el 786 d.C. y constituye el máximo exponente del esplendor de la cultura musulmana durante su dominación de Al-Andalus y a lo largo de los años se ha ido convirtiendo en el principal atractivo turístico de la ciudad. La belleza del Patio de los Naranjos, la sensacional amplitud que confieren sus distintas naves, originalmente coronadas por ornamentales artesonados e hileras de dobles arcadas en perfecta armonía, y su exuberante fachada, repleta de hermosas puertas y celosías, han sido, a lo largo de los tiempos, un más que justificado reclamo para atraer a Córdoba a gran número de visitantes de todo el mundo. Pero detrás de esta imponente obra de arte arquitectónica hay mucho más que un mero monumento que recuerda la presencia musulmana en nuestra tierra, la Mezquita de Córdoba es un auténtico hervidero de elementos y relaciones geométricas, de simetrías y proporciones que no sólo buscan en la estética su razón de ser, sino también en la robustez del templo para que perviva durante al menos otros mil años más. Vivo ejemplo son sus famosos arcos dobles a los que antes hacíamos referencia. Una de las características de la arquitectura árabe y particularmente en esta Mezquita, es el arco de herradura. Mientras que el arco de medio punto tiene forma de media
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circunferencia, la del arco de herradura se caracteriza por superar la media circunferencia. En la Mezquita encontramos arcos de medio punto y arcos de herradura del tipo 1/2 y 1/3. El arco 1/2 se llama así ya que se construye de manera que la línea de impostas divida al radio en dos partes iguales. De este modo los dos arcos dobles se construyen con un arco de medio punto arriba y un arco de herradura 1/3 abajo, el primero soporta el peso y el segundo facilita que el superior no se deforme.
1. Arcos de herradura 1/2 y 1/3.
El uso de formas y medidas con determinadas proporciones juega también un papel fundamental en la estética del templo musulmán. Una proporción es el cociente o razón de dos medidas y puede asociarse a diferentes elementos arquitectónicos o artísticos y en diferentes sentidos. No obstante hay una estructura donde la proporción destaca de forma especial: el rectángulo. La proporción de un rectángulo es el cociente que existe entre el lado mayor y el lado menor del mismo y marcará su estética. En la Mezquita de Córdoba pueden observarse tres tipos de proporciones diferentes: - Proporción áurea ( ): Se da cuando dividimos un segmento en dos partes de modo que las medidas cumplan:
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El rectángulo áureo tiene esta proporción entre sus lados. Por ejemplo, el DNI o una tarjeta de crédito guardan aproximadamente la razón áurea entre sus lados. Se ha usado en la composición arquitectónica en todas las épocas, sobre todo en la Grecia Clásica y el en Renacimiento, su valor es:
Entre sus principales propiedades se encuentran que si a un rectángulo áureo le adjuntamos un cuadrado por el lado mayor se vuelve a obtener un rectángulo áureo o bien que en un decágono regular es la proporción entre el radio de la circunferencia circunscrita y el lado. En la Mezquita la encontramos en el Mihrab y en la planta de la ampliación de AlHakam II.
2. Portada del Mihrab y el rectángulo áureo (I); rectángulo áureo obtenido a partir de un decágono regular (II).
- Proporción 2: Es el cociente entre el lado y la diagonal de un cuadrado, esto es:
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El rectángulo 2 guarda esta proporción entre su lado mayor y menor. En la Mezquita puede encontrarse claramente en el Mihrab, entre otros motivos y lugares. - Proporción cordobesa: Es el cociente entre el lado y el radio de un octógono regular, es decir:
3. Rectángulo cordobés obtenido a partir de un decágono regular.
Esta proporción abunda en multitud cúpulas octogonales existentes en la Mezquita, aunque también puede apreciarse en el Mihrab, en la separación de las arcadas del templo, en la fachada de Al-Hakam II e incluso en la propia planta de la Mezquita.
4. Arcadas dobles y planta de la Mezquita de Córdoba.
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5. Portada del Mihrab y el rectángulo cordobés.
Esta proporción no sólo está presente en la Mezquita de Córdoba, sino en gran número de edificaciones y expresiones artísticas de la ciudad y provincia (vivo ejemplo pueden ser la Torre de la Malmuerta o la fachada de la Sinagoga). Tampoco se refiere exclusivamente a la época de dominación musulmana, pues, por ejemplo, en mosaicos romanos encontrados próximos a la barriada de Alcolea aparecen figuras humanas donde se guarda esta proporción. Además de todo esto, en la Mezquita encontramos variedad de frisos, tanto en la ornamentación interior como en las almenas externas, y varios grupos cristalográficos planos presentes sobre todo en las celosías exteriores, simetrías todas ellas que dotan aún de más belleza al monumento. No obstante, explicar esto extendería de manera importante este artículo y, por ello, tendrá que ser incluido en una segunda parte.
BIBLIOGRAFÍA RECOMENDADA - De la Fuente Martos, M. (1998): Guía Didáctica para una Visita Matemática a la Mezquita de Córdoba. Sociedad Andaluza de Educación Matemática Thales, Cordoba. - Morales Larrubia, J. (2001): Proporción cordobesa. Junta de Andalucía, Córdoba. - Aranda Ballesteros, D. y M. de la Fuente Martos (2001): Matemáticas, naturaleza y arte. Junta de Andalucía, Córdoba. - Pérez Gómez, R. (1995): La Alhambra. Sociedad Andaluza de Educación Matemática Thales, Granada.
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MARÍA ARACELI GRANADOS SANCHO
Reflexión filosófica sobre El árbol de la ciencia, de Pío Baroja El árbol de la ciencia1 quizás sea una de las novelas más importantes de la llamada generación del 98. En ella, Pío Baroja cuenta la vida de Andrés Hurtado, desde que éste inicia sus estudios universitarios hasta sus diversos trabajos como médico. A Andrés, joven que gusta del análisis psicológico de los otros, la vida le parece una maraña tumultuosa y cruel, sin solución por la inconsciencia de sus autores. A los miserables que la componen, ocupados en sus quehaceres, no les queda tiempo ni esfuerzo para cambiar sus vidas. Y los intelectuales, conscientes de la miseria moral de España –además de la otra habitual– «contemplan la escena desde su azotea y buscan una justificación filosófica a su inmovilismo». La estampa de Madrid que ofrece la novela es desoladora. La situación de las prostitutas que visita Andrés, el hábito clientelar en todos los niveles, los matrimonios acordados y tantos detalles hacen pensar al lector que en nada hemos avanzado, moralmente hablando. Pero, como en todos los tiempos, hay alguien que cree que la justicia ha de ser posible y confía en la ciencia y en el saber para recobrar el orden en las voluntades. Este alguien es Andrés Hurtado, que en sus conversaciones con su tío Iturrioz nos enseña una visión que anhela la verdad, la belleza y el bien. Estas cualidades las encuentra, ya maduro, en Lulú, a la cual conocía antes de haber recorrido mundo y que apreció cuando trató con gentes más bajas. Lulú está castigada por la pobreza y la miseria; es servicial con el viejo y el enfermo, pero indecorosa; desprecia al hipócrita y al que actúa con mala fe. Por eso, a quien
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Pío BAROJA: El árbol de la ciencia, Madrid, Alianza Editorial, 1986, 250 pp.
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se castigaba a sí mismo con el vicio o el adulterio no lo condenaba, sospechando que su alma resquebrajada le conducía a tales tugurios inmorales. Antes de que Andrés llegue a la felicidad ataráxica con Lulú, busca su independencia física y moral y, para ello, dice necesitar la comprensión de las dos naturalezas que nos gobiernan como humanos: la exterior, objetiva y teórica; y la interior, todavía sin leyes a su alcance. Andrés le dice a su tío: «Busco una cosmogonía, una síntesis física y moral [...] porque la vida no tiene un plan racional». Espiritualmente vivirá más tranquilo si, después de observar tanta barbarie, espera seguro el descubrimiento de nuestra finalidad en esta porción del universo2. El libro cita a algunos científicos de la época –como nuestro insigne Ramón y Cajal– preocupados por tal objetivo. Creo además probable que el culto escritor vasco hubiera leído algún escrito de físicos y matemáticos de los siglos XIX y XX que buscaban este cierre de la razón teórica con la práctica3. A Hurtado, como un aparente alter ego de Baroja, le ha sorprendido leer a Kant y no encontrar una ley general que permita demostrar los postulados morales –Dios, alma y mundo– de la misma forma que se demuestran los postulados materiales a través de las categorías. Iturrioz, también médico, se convierte existencialmente en un vitalista cuando conversa con el sobrino y le recomienda no torturarse con la búsqueda de ninguna verdad y pensar en una explicación vital guiada por la lucha por la supervivencia. La utilidad es el criterio del médico para conducir el pensamiento y la existencia. Nada queda por hacer, piensa Iturrioz, porque la naturaleza humana erige al pobre con espíritu de pobreza y al rico con espíritu de riqueza. Si algún lector pensó, leyendo El árbol de la ciencia, que es la filosofía nietzscheana la más presente, o la kantiana –por las alusiones explícitas–, creo que esta conclusión resultaría producto de una visión superficial. Baroja nos habla del paradigma racionalista a través de Kant y del paradigma vitalista a través de Iturrioz, pero nos deja descubrir en la vida de Andrés que ni la razón ni la vida son la ley que nos gobierna. Y entonces, ¿qué propone usted? Quizás sean las dos y «no seamos intelecto puro o una máquina de desear» exclusivamente. Está presente en la novela, al lado del escritor, el intelectual más grande que ha dado España en la misma época: José Ortega y Gasset. El hombre es el gobierno
Recordemos que la visión del mundo del médico no es la visión del filósofo de gabinete. El pesimismo vital del que toca con sus manos la enfermedad y la muerte se adivina diferente. 3 Se pueden observar ejemplos de esto en el libro editado por Wilber, titulado Cuestiones cuánticas –HEISENBERG, SCHRÖDINGER, EINSTEIN, JEANS, PLANCK, PAULI, EDDINGTON: Cuestiones cuánticas. Escritos místicos de los físicos más famosos del mundo, Barcelona, Kairós, 1986–, donde Heisenberg, Einstein y otros físicos también se esfuerzan en articular lo empírico con lo espiritual. 2
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de sí mismo y su circunstancia. Andrés Hurtado se hizo a sí mismo, enfrentándose a su padre y vagando de un trabajo a otro como médico; se hizo a sí mismo en su búsqueda del amor femenino y, sobre todo, en su concepción de la realidad. Pero la circunstancia más inesperada y dramática estaba clavada como una estaca, esperando que sus protagonistas acudieran al punto que el espacio y el tiempo les tenía determinados. Cuando murió Lulú, nada fue suficiente para que Andrés Hurtado decidiera andar un paso más.
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JOSÉMANUEL VALLEPORRAS
Una biblioteca en la Conchinchina: La marcha Radetzky Hacía muchos años ya que la emperatriz había muerto. Pero los aldeanos de Rutenia creían que todavía seguía viva... Final del capítulo 8.
Joseph ROTH (2003): La marcha Radetzky, Mediasat, Barcelona, 2003, 319 pp. Traducción de Arturo Quintana. Muchos de nosotros soñamos, ingenuos, con poder asistir siquiera una vez en nuestras cortas vidas a esa conjunción de logros artísticos que es el concierto de Año Nuevo en Viena. Dejar que la orquesta –una creación perfeccionada por siglos de experiencia– nos invada con sus variados timbres, ritmos e intensidades. Que nuestra cabeza se mezca en las azules aguas del Danubio al ritmo de suaves valses. Vivir minutos de inexplicable placer –porque el placer no se explica, aunque sí se entiende– y despedirnos con palmas bien acompasadas; sí, con palmas, mientras el director abandona a sus músicos para dirigir al público, a nosotros, porque la última composición la interpretamos todos: la Marcha Radetzky. Recuerdo hace ya algunos años, cuando éramos estudiantes universitarios, que en clase de Historia de Europa Contemporánea nuestro profesor, José Luis Casas, nos habló, seguramente a propósito de las revoluciones de 1848, de la Marcha Radetzky. Nos dijo que se interpretaba todos los años al final del concierto de Año Nuevo. Pero, aunque sin duda la habíamos escuchado más de una vez, en aquel
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momento no pudimos aclararnos a qué composición se refería José Luis. Sólo faltó que tarareara la melodía pero, como también yo hubiese hecho en su lugar, José Luis se negó a ello. Hoy tampoco la puedo tararear pero, créanme, todos conocemos la Marcha Radetzky, igual que conocemos a su compositor: Johann Strauss padre (1804-1849), el gran popularizador de los valses. Fue él quien, al final de su vida, creó esta marcha con la que inmortalizó su nombre y el del mariscal checo Joseph Radetzky (1766-1858). Hoy ya no podemos recordar que la compuso para la memoria de sus victoriosas batallas en el norte de Italia durante los años 1848 y 1849, cuando la revolución y el nacionalismo amenazaban la unidad del Imperio austríaco. No podemos recordarlo porque, entre otras cosas, ya no existe más ese imperio. Hubo alguien que, sin embargo, se empeñó en no olvidar esa monarquía desaparecida y el mundo perdido con la gran guerra de 1914. Un escritor que llamó a la más conocida de sus novelas con el nombre que en sí mismo era un símbolo del desaparecido Imperio austro-húngaro, con el nombre de una melodía que nos sigue evocando los días áureos de los valses vieneses: La marcha Radetzky. Joseph Roth (1894-1939) era ese hombre, un judío nacido en la Polonia austríaca, cerca de la frontera con el Imperio ruso. Roth estudio literatura y filosofía en las universidades de Lemberg (hoy en Ucrania) y Viena. Después sirvió en el ejército austríaco durante la Primera Guerra Mundial. Esta guerra y la subsiguiente desaparición de la monarquía austro-húngara lo marcaron profundamente con el sentimiento de «pérdida de la patria». Empieza entonces su vida profesional, alternando estancias en Berlín, Viena y París, trabajando como periodista y publicando novelas. La primera que le reportó éxito fue Job (1930), donde revisita el mito bíblico a través de las desventuras de una familia de judíos rusos. Después vendrían otras como La cripta de los capuchinos, El busto del Emperador o La leyenda del santo bebedor. Pero los éxitos literarios quedaron sobradamente ensombrecidos por los problemas familiares y una creciente condición de apátrida. El nacionalismo, que había destruido su país convirtiéndolo en múltiples pequeños estados, arraigaba ahora de manera extrema en Alemania, culminando en los años 30 con la barbarie nazi. Se marcha entonces de Berlín a Viena, pero nuevamente habrá de irse tras el asesinato del canciller austríaco Dollfuss. En París vivirá la mayor parte de sus últimos años. Será allí donde muera, en 1939, a causa del alcohol. De las obras de Roth, la más conocida es la que comentamos ahora. Críticos como Marcel Reich-Ranicki la han incluido en su canon de las novelas más importantes en alemán. En La marcha Radetzky, Joseph Roth muestra la historia de la familia Trotta en sus tres últimas generaciones. La acción se inicia con la batalla de Solferino (1859), derrota austríaca que marca el inicio de la debilidad militar del Imperio. En esa batalla, el teniente esloveno Trotta salva la vida del emperador Francisco José. Este hecho será premiado con su ascenso en el ejército y su ennoblecimiento como
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barón. La novela continúa con la vida de su hijo, Franz Trotta, convertido en funcionario público y en jefe de un distrito del Imperio, y sobre todo con la del nieto, Carl Joseph Trotta. Los prematuros encuentros de este último con la muerte y su espíritu débil y tendente a la melancolía torcerán una vida que, merced a la protección del emperador, podría haber sido más próspera y festiva. La novela es poco innovadora formalmente y recurre abundantemente al simbolismo, empezando por un motivo repetido en diversas escenas y momentos de la obra: la Marcha Radetzky. La composición de Strauss representa al Imperio y su vitalidad. En algunos momentos especialmente nihilistas de su existencia, Carl Joseph recordará las mañanas dominicales de la infancia en que, desde la casa paterna, escuchaba a la banda militar interpretar esta marcha y él se imbuía de deseos de servir al emperador. La melodía se convierte en un punto de referencia del cual se van alejando los protagonistas y el Imperio, camino ambos de su desaparición. Otro elemento simbólico, antitético del anterior, es la muerte, que se aparece una y otra vez al teniente Carl Joseph von Trotta: la de su primera amante, la señora Slama; la de su amigo, el médico Max Demant; la del capitán Wagner; la de los obreros en huelga contra los que se le ordena disparar... Carl Joseph siente que la muerte le llama, pero es al Imperio mismo a quien la negra dama emplaza. Hay otro leitmotiv que también anuncia la decadencia y el fin: la descripción en varias escenas de cuadros con el retrato del emperador, cuadro que, a veces, presenta cagadas de mosca. Los Trotta, el emperador y su monarquía reciben la llamada de la muerte porque, realmente, los principales símbolos aquí son los protagonistas, tanto los tres miembros de la familia Trotta como el emperador, a quien deben su ascenso y protección, pero también su mediocridad. En realidad, Joseph Roth ha dado aliento y carácter a personajes que, en principio, no son sino una alegoría de la decadencia del propio imperio, como se evidencia por varios hechos: los Trotta se encumbran a partir de la batalla de Solferino –que es la primera gran derrota austriaca–, al salvar la vida de Francisco José, y desaparecen al fallecer éste, en 1916; el emperador tendrá encuentros personales, por diversas circunstancias, con cada uno de los Trotta; cada generación de esta familia marca una mayor debilidad moral y anímica con relación a la anterior; el segundo Trotta, Franz, guarda un enorme parecido físico con el propio emperador, como nos lo muestra el autor al relatarnos la audiencia en la que Francisco José recibe a Franz Trotta: «Eran como dos hermanos. Si un extraño los hubiera contemplado en ese preciso instante los habría podido tomar por hermanos. Sus blancas patillas, los hombros estrechos, caídos, la estatura similar, les daban la sensación de que estaban contemplando su propia imagen. El uno creía que se había transformado en jefe de distrito y el otro que se había transformado en el
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emperador.»1 Pero el autor va más lejos: tanto uno como otro pierden a su heredero poco antes o poco después del comienzo de la gran guerra: Francisco Fernando asesinado en Sarajevo, Carl Joseph por un disparo del ejército ruso. La muerte de los progenitores, por último, también es paralela: Franz Trotta, el jefe de distrito, sobrevive apenas un día al emperador. El autor, sin embargo, sobrevivió al emperador. Joseph Roth continuó su existencia 23 años más, pero acaso nunca dejó de considerarse, más que un superviviente, un náufrago, pues ya no había a dónde volver. Así, su novela La cripta de los capuchinos –en la que recupera a la familia protagonista de La marcha Radetzky– cierra con esta pregunta, cuando los nazis han anexionado Austria: «Y ahora, ¿a dónde puedo ir yo, un Trotta?» Y hemos de acordarnos de que cuando Flaubert dijo ser Madame Bovary hablaba por muchos compañeros de profesión. Este naufragio de la patria vincula fuertemente a Joseph Roth con varios escritores centroeuropeos en lengua alemana de la primera mitad del siglo XX. Roth, como Stefan Zweig, Robert Musil o Hermann Broch, son individuos que se han criado en los últimos años del Imperio austro-húngaro y desarrollan lo principal de su labor creativa en el período de entreguerras, en un mundo que ya no es el suyo, en el que ha desaparecido no sólo su país, sino también la estabilidad, la tolerancia y la convivencia entre pueblos que caracterizó a la vieja monarquía dual. Su obra es un testimonio del «mundo de ayer», pero también la voz de la civilización que se adentra en las tinieblas del fanatismo y la intolerancia.
1
ROTH, Joseph: La marcha…, p. 272.
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III) O 19 (y EL EG res Julio Flo S CIBIDA ES RE N IO C A N PUBLIC ión SAIGÓ Redacc 12 DE º N L N DE NTACIÓ PRESEción Redac AIGÓN S DE S O Ñ A CINCO TRAS ción c Reda IA NLAND GROE A T IS V RE ión Redacc
JULIO FLORES
El ego 19 (y III) Él extiende su brazo y la rodea por el hombro mientras continúa con su proverbial parlamento de Salicio enamorado... Pero se va a producir un juego muy curioso: el ego no va a parar de hablar... A sabiendas de esto mismo, Julio moverá la boca en esta declaración amorosa aunque sea el ego, desde debajo de la cama, el que realmente se esté declarando. Esto es, un play back que dirían los cursis sajones. EGO Nº 19.- (Con Julio moviendo la boca simulando decir esas mismas palabras...) ¡Laura, Laura de mi vida... eres la única razón de mi existencia, si por ti fuera dejaría de ser un ego atraca-farmacias...! LAURA.- ¿Es que lo eres? EGO Nº 19.- Sí, ¡Para qué mentirte! Pero estoy dispuesto a cambiar... este tipo que tienes sentado en el borde de la cama es un imbécil que no te quiere en absoluto... yo... yo... sí... ¡Laura! Desde la primera vez que te vi en el espejo sentí que eras la ego de mi vida... Laura... ¡te quiero! ¡Fúgate conmigo a la luna, tengo una nube a punto de partir en el cuarto trastero! LAURA.- Julio... yo... esto... tal vez... En estas últimas frases, Laura está cerca de los labios de Julio. Ella queda anonadadamente enamorada tras la expresión amorosa lunática del ego... ¡terrible conflicto! Están a punto de besarse pero el ego no escatima esfuerzos y en momento del culmen asesta un mordisco al pie de Julio. EGO Nº 19.- ¡Aprovechado! ¡Hasta ahí podían llegar las cosas! JULIO.- ¡Aaagg! ¡Maldito idiota! ¿Cómo te atreves? LAURA.- ¿Qué ocurre, Julio?
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JULIO.- ¡Atrévete, valiente disminución genética hacerlo otra vez! EGO Nº 19.- Pues claro que me atrevo... ¡Faltaría más! El ego sale debajo de la cama. Laura se levanta despavorida. LAURA.- ¡Dios mío! EGO Nº 19.- ¡Valiente caradura! Aprovecharte de mi elocuencia para tu lascivia... JULIO.- ¿Lascivia? ¡Qué idiotez pedante! ¡Deja de hablar como yo...! ¿Quieres? Los dos están enfrentados, cara a cara, Laura se ha ido aterrorizada a un extremo de la habitación... JULIO.- ¡Voy a volver al cuarto de baño a destrozar el espejo! ¡Veremos dónde te metes ahora! EGO Nº 19.- Tus chulerías de conquista me las paso yo por el punto G... JULIO.- Si formas parte de mí voy a ir al retrete, haré fuerzas, te expulsaré y tiraré de la cisterna. ¿Lo oyes? EGO Nº 19.- ¡Tu habitual lugar de trabajo está desinfectado contra homicidas de la estética humana como es tu caso! LAURA.- Ju... Julio... ¡Tenías a un... hombre debajo de la cama! ¡Cielos...! JULIO.- ¿Eh? EGO Nº 19.- ¿Cómo? JULIO.- No, Laura, no es lo que tú... LAURA.- ¡Eres... eres un homosexual...! EGO Nº 19.- ¡Laura! JULIO.- ¡Laura...! ¡Déjame que te explique! Resulta que... LAURA.- Has estado viviendo con él... (Despavorida). ¿Cuánto tiempo has estado
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con él? Confiesa. JULIO.- Toda... toda mi vida... ciertamente LAURA.- ¡Oh! (Rompe a llorar). JULIO.- Pero es que... ¡mecachis! ¿Cómo te explico yo esto? LAURA.- No tienes que nada que explicar. (Coge su bolso). Mal está que me engañes con otra chica, pero con un chico... ¿Dónde... dónde está la puerta? JULIO.- ¡Laura! (Suplicante). ¡No te vayas, por favor! ¡Este tipo ha vivido dentro de mi pero ya no... LAURA.- Claro. Se llama modernamente ahora «Cohabitación sexual». ¿No es eso? ¡No, no me toques...! EGO Nº 19.- Laura... yo te explicaré... LAURA.- ¿Cómo demonio sabe usted mi nombre? ¿Cómo me conoce? EGO Nº 19.- Del baño. Desde el espejo. LAURA.- ¡Un chiflado mirón y un psicópata homose... digo bisexual...! Julio, ¿cómo has podido hacerme esto a mí? EGO Nº 19.- Laura... yo estoy enamorado de ti. JULIO.- ¡Mentira! El único que aquí está enamorado de Laura soy yo, ¿entendido? EGO Nº 19.- Lo único que pretendes es llevártela a la cama... JULIO.- ¡Calla! Laura... está por encima de todo eso... EGO Nº 19.- Es fácil hablar de amor en las alturas viviendo en un octavo piso. Háblale del rollo que tuviste con la enfermera... ¡Anda! JULIO.- ¡Cierra el pico! ¿Quieres? Estás jugando sucio. ¡Quiero a esa mujer...! EGO Nº 19.- ¡Yo también la quiero!
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JULIO.- ¡Tú no puedes quererla! EGO Nº 19.- ¿Por qué no voy a poder? ¿Eh? LAURA.- (Estremecida). ¡Basta! Basta... basta... basta... ¿Quién es usted? EGO Nº 19.- Yo soy él... LAURA.- ¿Eh? JULIO.- Él soy yo. EGO Nº 19.- Bueno... JULIO.- Digamos que él forma parte de mí. EGO Nº 19.- Yo soy él porque vengo de él. Pero ahora soy yo y puedo hacer cosas sin él. LAURA.- ¿Es usted hijo de Julio...? JULIO.- No. Laura, yo no tengo hijos. Digamos que él viene de mí pero sin haber sido procreado, engendrado... LAURA.- ¡El Espíritu Santo! Usted es el Espíritu Santo... (Se santigua). EGO Nº 19.- Tampoco. JULIO.- Él... bien. (Para sí). Si estuviera aquí mi ego orador lo explicaría todo perfectamente... LAURA.- Escuchadme... Escuchadme los dos un momentito. Yo no quiero saber nada de vuestras fantasías sexuales. No tengo nada en contra vuestra. Es más, os respeto y comprendo vuestra actitud. Ahora mismo salgo por esa puerta y yo no sé nada de esta historia, ¿eh? JULIO.- Laura, no lo hagas. Si te vas recuerda que todavía queda gas en la bombona de butano. Si te marchas se iría contigo la única razón de vivir en mi existencia... EGO Nº 19.- ¡No le escuches! El único ego enamorado entre estas cuatro paredes soy yo.
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JULIO.- Él habla por mí. Forma parte de éste. (Señalándose el corazón). y saca todo mi flujo enamorado para conseguirte. EGO Nº 19.- Soy mucho más guapo que él... míralo, es un despiste genético... JULIO.- Soy mucho más guapo que él... míralo, es un despiste psiquiátrico... LOS DOS.- Te quiero, Laura... (Se miran fijamente los dos. Reflexionan en instantes y vuelven a mirar cándidamente a Laura). LOS DOS.- Te queremos, Laura. Suena el timbre de la puerta. EGO Nº 19.- ¡La policía! JULIO.- ¡Mi madre! LAURA.- ¿Qué viene tu madre? EGO Nº 19.- Tú no tienes padres, Julio. JULIO.- ¡Era solamente una expresión! AGENTE.- (En off). ¡Abran a la policía, rápido! JULIO.- Es la policía LAURA.- ¡La policía! ¡Oh! ¿Por qué, por qué viene aquí? EGO Nº 19.- ¡Esta vez no me cogen! JULIO.- Mi ego en sus ratos libres atraca farmacias. ¿Verdad ego? EGO Nº 19.- Es un hobby, como otro cualquiera. (Coge un espejo y se lo coloca como en la anterior ocasión). AGENTE.- ¡Abran en nombre de la ley! EGO Nº 19.- ¿Quién será esa señora a la que todo el mundo nombra pero que nadie realmente conoce?
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JULIO.- Déjate de frases estúpidas. Hay que hacer algo... EGO Nº 19.- Yo digo lo que me da la gana... LAURA.- Dejad de discutir. ¿Queréis? EGO Nº 19.- No discutíamos. Estábamos manteniendo una conversación estúpida filosófica. Él lleva la parte estúpida y yo la filosófica, claro. LAURA.- Si mi madre se entera que estoy aquí se sorprenderá... EGO Nº 19.- Lógico. Esta situación es inexplicable. LAURA.- No. Por el octavo piso. Sufro vértigo, ¿sabéis? Bueno... ¿abro o no abro? JULIO.- Estamos acorralados. Abre. No nos queda otra salida. Intentaré explicarle al comisario el caso. Puede llegar a comprender. Tú, quítate el espejo y haz frente a la situación. EGO Nº 19.- Como diga, mi sargento. Laura abre la puerta. Aparece un agente de policía con un tipo pequeñajo al lado... LAURA.- Pase, pase, señor agente. El pequeñajo ve a Laura. TIPO PEQUEÑAJO.- ¡Laura! LAURA.- ¡Horror! ¡Otro que me conoce! ¿Quién es usted? AGENTE.- No hay tiempo para explicaciones. Usted, dígame, ¿son esos dos tipos los que buscamos? TIPO PEQUEÑAJO.- ¡Sí, je, je, agente, esos mismos! AGENTE.- Bien. ¡A comisaría! JULIO.- Un momento, agente. ¡Ese es el tipo que buscan, no yo! Yo soy... ¡Suélteme! ¡Es él! ¡Déjeme...! ¡He dicho que me deje! ¡No me ponga las manos encima!
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AGENTE.- Usted, venga también aquí... EGO Nº 19.- ¡No, no, no...! JULIO.- ¡Agente! ¿Quién le ha dicho que nosotros dos somos los tipos que están buscando? ¡Se equivocan! El ego se queda mirando fijamente al tipo pequeñajo. Se horroriza y exclama... EGO Nº 19.- ¡Ha sido él! ¡Él nos ha delatado! ¡Tu ego número 13! ¡El ego chivato!
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PUBLICACIONES RECIBIDAS
Saúl Ariza, Las aguas y las horas. Groenlandia, Córdoba, 2008. Este joven poeta cordobés consigue ofrecernos una buena muestra de su poesía intensa y directa en poemas breves que forman en su conjunto un acertado poemario.
Angélica. Revista de Literatura. Ayuntamiento de Lucena e IES Marqués de Comares, Lucena, 2008. La publicación de un nuevo número de Angélica siempre es motivo de satisfacción, pues es una revista de referencia internacional que se edita desde Lucena. En su interior no sólo encontraremos, como siempre, temas relacionados con Lucena (en esta ocasión, el olvidado lucentino Ramírez de Arellano y Baena), sino también un diverso abanico temático de estudios críticos (Juan Valera, Duque de Rivas, Manuel Reina, el 2 de mayo...), reseñas y un apartado dedicado a la creación con Luis Antonio de Villena o Jacob Lorenzo, entre otros.
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Manuel Guerrero Cabrera. Tango. Bailando con la literatura. Moreno Mejías, Sevilla, 2009. Sur, Naranjo en flor, El día que me quieras (canción), La novia ausente... Tangos caracterizados por su letra, por autores como Homero Manzi, Homero Expósito, Enrique Cadícamo, Celedonio Flores y otros que encuentran en estas páginas un análisis de su obra, tan cerca de la literatura como del tango del que forma parte. Rubén Darío, García Lorca, el siglo de Oro español, Evaristo Carriego... nombres de la literatura que hallan su eco en el tango y que pueden ayudar a comprenderlo mejor, a fin de escucharlo, sentirlo y bailarlo de un modo diferente.
Isagogé, 5. Córdoba, 2009. El nuevo número de la revista del Instituto Ouróboros mejora en aspecto físico, ya que abandona el grapado y nos ofrece un número con cosido y pegado. El contenido, sin embargo, vuelve a ser del mismo nivel que en números anteriores, ciencias y letras: el mercurio, el cosmos, el teorema de Fermat, Woody Allen, el tango... Varios de los autores de estos artículos han escrito en Saigón alguna vez: José M. Ventura, José M. Valle, Manuel Guerrero, Ana Patricia Moya...
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Presentando el número 12 de Saigón El 2 de octubre de 2009 presentamos en la sala «La etiqueta me duele» el número 12 de nuestra revista. De nuevo tuvimos gran cantidad de público que casi agota los ejemplares y entre los que se encontraban varios colaboradores de dicho volumen: Juan Carlos Hidalgo, Antonio J. López Jiménez, José Antonio Villalba, Julián Valle… Intervinieron Manuel Lara Cantizani, concejal de Juventud de Lucena, Carmen Güeto, nueva concejala de Cultura de Cabra, Jesús Gómez, anterior concejal de Cultura de Cabra, Manuel Guerrero Cabrera, de la Redacción, y Thyzzar, autor de la cubierta.
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Tras cinco años de Saigón Desde 2004 nuestra revista viene publicándose desde Cabra y Lucena. Desde el número 0 hasta el actual han escrito cerca de 60 autores y en los más variados géneros y estilos: poesía, narrativa, teatro, ensayo, crítica, análisis, opinión, didáctica, dibujo, fotografía… Se ha entrevistado a poetas, economistas, historiadores… Se han convocado cuatro premios literarios y se han realizado dos especiales (poesía y erotismo). Y, sobre todo, sigue vivo, con la vista puesta en Saigón 14, nuestro especial de Oriente. Para celebrarlo organizamos una noche de relatos de terror (31 de octubre), un encuentro con las personas libro (7 de noviembre) y un cinefórum de La chaqueta metálica de Kubrick (20 de noviembre), entre otros actos.
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Sobre la nueva revista Groenlandia Señoras y señores, damas y caballeros, niños y niñas, tenemos el placer de presentarles a Groenlandia, revista digital de Literatura, Opinión y Arte en General, un espacio para los artistas, sean poetas, escritores, fotógrafos, ilustradores, dibujantes de cómic, etc. Con más de un año de vida, Groenlandia tiene su espacio en la web (www.revista groenlandia.com). En dicha página podéis descargar, totalmente gratis, todo lo que editamos. Sale cada cuatro meses y ofrece a los lectores escritos o ensayos de variada temática y obras de sus participantes, que pertenecen a distintas partes del mundo y que, con mucha ilusión, aportan su granito de arena para que este proyecto siga dando frutos. Eso no es todo: Groenlandia también edita especiales y poemarios. Los especiales poseen variadas aportaciones de sus colaboradores –los habitantes y los visitantes–, y son suplementos de la revista. Por su parte, los poemarios los editamos con la intención de ofrecer la oportunidad a los noveles de publicar sus libros de poemas. Para entrar en contacto con Groenlandia, se pueden tener en cuenta tres direcciones: revista.groenlandia@gmail.com, dirección para resolver cualquier duda sobre la revista, tierra.verde.de.hielo@gmail.com, dirección para acoger las aportaciones de los colaboradores, y yosoyperiquillalospalotes@gmail.com, cuenta de correo de la directora de Groenlandia. Para más información, acudir a la página web. Esperamos que os animéis y forméis parte de la gran familia groenlandesa. Saludos de: Los habitantes y los visitantes de la isla verde de hielo
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SAIGÓN
no se vende. Si no te gusta esta revista o ya te has cansado de ella, no la tires: pásala a alguien que le pueda interesar, déjala en la biblioteca de tu pueblo... Contacta con nosotros:
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