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Beijing

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Kawayan

Kawayan

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Por: Carolina Friedl

El viaje desde Ecuador da una sensación de “interminable” a pesar todo lo que uno pueda llevar consigo para entretenerse en el avión, o de cuántas veces camine uno por ese estrecho pasillo. Definitivamente uno debe prepararse anímica y psicológicamente para el trayecto.

Beijing es una ciudad cautivante desde el momento en que finalmente uno logra bajar del avión al aeropuerto, por cierto, asombrosamente moderno.

El transporte público anuncia cada parada en chino e inglés lo cual es una tranquilidad. Viajar en tren es una experiencia futurística pues todo es absolutamente automatizado, sensación que contrasta con los antiguos poblados sobre los cuales el tren pasa a toda velocidad.

Una vez instalados en el hotel, salimos al barrio más emblemático de la ciudad, Gulou Dajie, un área repleta de casas tradicionales llamadas hutongs.

Caminar por el mercado artesanal, visitar el teatro, degustar los deliciosos dumplings y aventurarse a comer un “Street BBQ” en una zona llena de bares en donde incluso se baila música, latina son parte de esta contrastante experiencia.

Conforme pasaron los días visitando todo atractivo posible, nos dimos cuenta del orgullo que las personas de Beijing sienten por su ciudad. Independientemente del idioma en que uno les hable, ellos contestan en chino, sin dejar de ser amigables y curiosos sobre la procedencia y motivos de nuestro viaje. Dejan incluso sus actividades por asistir a quien lo requiera, lo cual es muy gratificante.

CBD (Central Business District) se convirtió en mi lugar preferido de la ciudad. La vista desde Beijing Central Park crea un vínculo entre la antigua y nueva ciudad. La visita es sensacional.

En la Gran Muralla no pude evitar derramar un par de lágrimas cuando me paré por primera vez frente a tan majestuosa obra milenaria. Lo mismo me ocurrió visitando el Palacio de Verano.

Entre otras actividades recomendadas están; asistir al concierto en la Torre de los Tambores, ensimismarse y reflexionar en Lama Temple en donde realicé una ofrenda por mi familia y seres queridos.

Caminar la “Ciudad Prohibida y Tian’anmen”, en silencio, en compañía de monjes en Temple of Heaven, y por supuesto, probar los exóticos platillos que se venden por doquier, como el pato pekinés completaron la experiencia. Hice el intento, pero no lo logré, de comer un escarabajo en Wangfujing, famoso destino culinario exótico de la ciudad.

Luego de tomar este tour, regresé a Beijing y viví allí por 3 años. Le dí a esta ciudad 1.095 días de mi vida y la ciudad me regaló muchas alegrías y experiencias que no se borrarán de mi memoria. Beijing siempre será mi segundo hogar, no puedo esperar para visitarla nuevamente.

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