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“No es lo mismo vivir que honrar la vida”
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Cuando era adolescente y escuchaba que algún adulto decía “a estas alturas de mi vida”, me parecía una frase tan ajena, tan lejana, tan innecesaria. Y aquí me encuentro a mis 42 años, en la madurez de la juventud, diciendo muchas veces “a estas alturas de mi vida”.
Pues así, me he dado cuenta de que la vida nos enseña sus lecciones de maneras misteriosas. Nos hace actuar en escenarios improvisados y nos pone a prueba. Muchas veces salimos victoriosos, muchas veces fracasamos, sin embargo, ese compendio de experiencias nos hacen ser quienes somos hoy por hoy.
Tuve una infancia privilegiada, rodeada de eucaliptos, en una casa colonial que guardaba mucha magia. Como la mayor de tres hermanas, mi personalidad cuadraba perfectamente en el de la hija primogénita ideal. Responsable, dedicada, buena estudiante, protectora de mis hermanas, pero también llena de sentido del humor y muchas veces con cierta travesura probando hasta dónde podían llegar mis límites. Cuestionadora y “rebelde” desde chica quería luchar por el cambio social. La casa pasaba llena de invitados, todos bien recibidos por mis padres, quienes eran grandes anfitriones y les encantaba tener cerca a sus hijas. Por eso apoyaban mucho nuestra vida social. Mi infancia y adolescencia fueron pintadas de colores, absolutamente maravillosas.
Siempre fui curiosa, lectora y amada por mis padres. Solo puedo pensar que lo que somos en la adultez es por lo que se sembró en nuestra infancia y por eso una de mis misiones es la de formar a docentes de calidad y dedicar mi vida a la niñez.
Es así que he dedicado gran parte de mi vida a la educación, siendo un “quijote” en mujer, soñadora e idealista como mi padre Rodrigo, que a pesar de su pronta partida me dejó tanto legado. Creo que la educación es la principal medicina que necesita este país frente a una problemática social creciente, invadida por falsa información y por el mínimo esfuerzo. De esta manera he trabajado en distintos lugares maravillosos y he conocido grandes personas que hacen de mí quien soy. El año pasado me gradué de PhD en Ciencias de la Educación en la Universidad Nacional del Rosario, Argentina. Más allá de los títulos que pueda tener una persona, estoy convencida de que la calidad humana es indispensable. Los títulos (y sobre todo la educación) complementan al ser humano abriendo nuestros horizontes para comprender la realidad y trabajar por ella.
En febrero he publicado mi primer libro, espero que sea el primero de muchos: “Creatividad y Educación: prácticas docentes para fomentar la creatividad en el aula”. He llegado al punto de la autorrealización y quiero seguir siendo herramienta para mejorar la sociedad.
Creo definitivamente que la familia es lo primero. Mi familia tiene como base el amor, y eso es todo. Tengo a Pablo, que siempre ha estado ahí, aún en las malas, y eso es el verdadero compromiso, un hombre que me ha dado la mano para caminar juntos esta vida. Mis mellizos Rodrigo y Gonzalo, de 18 años, que me devolvieron la esperanza al nacer un año después de la muerte de mi padre en un fatídico accidente de aviación. Y como broche de oro mi princesa, Alegría del Mar, de 12 años, que llena de flores la vida.
Mi madre Alegría que ha sabido librar las batallas más duras con un esplendor admirable. Dos hermanas, Andrea y María Fernanda, luchadoras y valientes que nunca han perdido la ternura del alma. Y con ellas a sus seres amados que también son los míos.
Como motor de vida hay una palabra: la perseverancia. Comparo mi vida a los entrenamientos para correr que hago permanentemente. Mi mamá me preguntaba (antes de correr una media maratón): “mijita por qué 21 kilómetros, no entiendo para qué tienes que correr tanto” y entre risas tuve que aceptar que así soy yo. Porque mientras esta vida exista para este ser que hoy escribe para ustedes, pues sacaré el jugo de ella y quiero dejar una huella positiva en este sediento mundo. Entreno, estudio, amo, bailo, leo, trabajo, y lo hago todo con entrega, porque pienso que si no es así ¿para qué?.
Una vida apática me parece muy triste. Incluso he recibido críticas por “estar siempre feliz”, sin embargo nadie sabe que lucho mis batallas más duras en silencio y que procuro no contagiar a nadie de tristezas ni amarguras. Me intoxica el chisme, le tengo alergia, procuro invertir mi tiempo en reuniones que sumen, que me den risas, que me den canciones, que me den recuerdos. Aquí trato de plasmar un poquito quién soy yo, quién he llegado a ser a mis 42. Me remito a la frase hecha canción de Mercedes Sosa “No es lo mismo vivir que honrar la vida”, y la llevo como lema de vida. Al honrarla, te superas, te fortaleces, te caes, pero te levantas, aprecias los gajos de toronja o estar en París. Agradeces y te emocionas con pequeños detalles. Quiero y vivo una vida a la que honro y por ende quiero dejar huella de la buena, honrando la existencia que Dios me dio.