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21 lecciones (de cortesía social) para el siglo 21
Hay personas que están unidas casi quirúrgicamente al teléfono. No desprenderse del celular en una reunión social es descortesía pura. Se avisa, si por algún motivo estamos esperando un llamado en medio de una reunión y necesitamos atender.
Salvo que sea alguien muy conocido, una llamada debe ser precedida por un mensaje de texto “pidiendo permiso” para llamar. De lo contrario, puede resultar invasivo.
Hacer o contestar una llamada cuando estamos con gente, implica retirarnos unos metros del lugar para no molestar a nadie, desactivar el altavoz y bajar el ruido del timbre, ya que la contaminación que tanto nos afecta también es sonora.
Usar la mesa como escritorio y desplegar celulares, llaves del auto, anteojos y cuanto objeto personal tengamos a mano, no está bien visto. Todo eso se guarda en la cartera o en un bolsillo, pero siempre fuera de la mesa.
El ser elegante es el que se domina, el que se el caminar, en el hablar, en los modos y en el vestir, siendo el exterior, ni más ni menos que el espejo del interior.
El mundo de la inmediatez nos volvió intolerantes apoderándose de nosotros mientras la impaciencia se instala sigilosamente. Hoy, la espera desespera, lo que nos hace perder la calma y, por consiguiente, los modos. La paciencia se cultiva y como todo cultivo invita a disfrutar de los procesos.
Mantener la compostura exige cuidado y tiempo. Esto obliga a dedicarse atención, a ocuparse compostura, se des compone, se desintegra. hablar de diferentes temas, sobre todo alrededor de una mesa, por consiguiente, las conversaciones en algunos círculos sociales se han banalizado. En esta sociedad posmoderna con fanatismos e ideas tan diversas hay que aprender a escuchar, disfrutar de la diversidad, de cómo piensan los demás, sin querer imponerle nada a nadie.
Por ganarle al tiempo, la gente tiende a seguir una conversación con el celular mientras paga en una tienda o conduce mandando mensajes de voz, por citar algunos ejemplos. Superponer tareas en un espacio público, nos hará ganar tiempo a costa de perder el registro del otro.
Existe una delgada línea entre quejarse de manera terapéutica y quejarse para fomentar la infelicidad. El límite no es la queja sino la manera en los medios a través de los cuales nos quejamos: redes sociales, periódicos online y blogs, que fomentan la queja destructiva debido al anonimato que ampara al usuario.
A donde fueres haz lo que vieres, dice el refrán. Y así debería ser aun en este mundo culturales. Al viajar, es nuesto deber informarnos acerca de las costumbres ajenas para no herir suceptibilidades. Todo turista, huesped o visita, se adapta siempre a las normas del país, establecimiento o casa. No al revés.
Las redes sociales abrieron paso a una nueva forma de relacionarnos con la información, en donde las personas dejaron de mantener un rol pasivo frente a los hechos, datos y contenidos que se les presentan. Esto dio lugar a un fenómeno denominado “opinología” que se relaciona con la tendencia a opinar, debatir o argumentar acerca de temas que se desconocen o no se es experto. Mejor informarse o abstenerse.
La sociedad líquida en la que vivimos, tal como la llamó Bauman, es una sociedad que perdió los parámetros y se acomodó en el “vale todo” porque perdió su forma. Para recuperar el ejercicio social, cada lugar debería tener sus propias reglas comunitarias con una mínima normativa que ordene los temas más funcionales.
Las reuniones virtuales exigen la misma puntualidad que cualquier otra reunión, es decir, la cámara siempre debe estar encendida lo que demanda buena postura y presencia; los micrófonos siempre silenciados; la presencia de terceros en escena distrae la comunicación; no superponer la reunión con otras actividades (comer, hacerse las manos, bordar, etc.); al salir de la reunión se avisa por medio del chat para evitar interrupciones.
Manejar a los bocinazos, no respetar las señales, hablar por celular, encimarse a la senda peatonal en un semáforo o hacer gestos inadecuados maldiciendo a otro conductor, habla -literalmente- de cómo nos conducimos por la vida.
En los restaurantes la carta que lleva los precios, la carta de vinos y la cuenta, ya no se les ofrece sólo a los hombres. Hoy puede resultar ofensivo que una mujer no pueda elegir su vino, mirar un precio o pagar la cuenta.
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