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Roberto Balaguer: El rol de los abuelos en el universo digital

Por Roberto Balaguer El rol de los abuelos en el universo digital Time spent on devices is time not spent actively exploring the world and relating to other human beings.

La infancia es también una construcción social producto de la modernidad, tal como el historiador francés Phillippe Aries describió en detalle. Las pinturas, muebles e historias de las escuelas del pasado muestran que con anterioridad al siglo XVII los niños se representaban como adultos en miniatura. El niño como tal no tenía un status propio. Aunque nos cueste creerlo, aunque nos duela y hasta nos parezca increíble, la propia maternidad como concepto, es también una creación social de la modernidad, de las circunstancias históricas, cual la propia Historia con mayúsculas.

La primera vez que escuché hablar del término abuelidad fue en 1989 en Buenos Aires en un Congreso Internacional de Psicología. Me llamó la atención el status que se le daba a esa forma de vincularse que claramente es diferente a la de los padres, pero que me costaba identificar en sus características fundamentales. Siempre hubo niños, madres, abuelas, lazos sanguíneos y afectivos, pero las formas de

vincularse están, en parte, también determinadas por las circunstancias históricas y son, por lo tanto, cambiantes como los contextos.

Los abuelos tienen experiencia, han vivido, tienen más paciencia y son, a veces, sabios. Pero a lo largo de la Historia occidental, en algún momento, la sabiduría dejó de estar depositada imaginariamente en las generaciones más añosas para pasar a ubicarse en la infancia. Los padres de la era digital miran hoy con admiración a los pequeños que posan sus dedos sobre una pantalla y hacen que sucedan cosas… mágicas.

En la misma línea, los abuelos también ven a los nietos con admiración, a veces más que los pequeños a ellos. La admiración viró del abuelo al niño. La experiencia como valor dejó paso a la novedad como atracción. La narración dejó paso a la exploración táctil sobre una superficie digital. Parece más interesante la nueva app de la tablet del niño que la vieja historia del abuelo.

Hay tanto para descubrir en este nuevo presente digital que volver hacia el pasado analógico casi, casi que parece una pérdida de tiempo.

Consumir más de siete gigas al día promedio, como sucede hoy en Occidente, conlleva dejar de mirarnos a los ojos y escuchar las historias, esas que dieron status a los abuelos durante siglos. Reemplazamos los círculos más cercanos, plenos de historias narradas que nos atraviesan, por otros nuevos círculos sociales inalcanzables de no mediar la tecnología, pero que no siempre nos interpelan con sus historias. En las sociedades tradicionales, orales, la sabiduría estaba dada por la edad, la experiencia y el relato oral memorioso, por tanto, los ancianos eran quienes detentaban el poder a través de la palabra, la memoria y el relato.

El mundo digital está lleno de cosas interesantes y eso representa un problema porque lo vuelve más atractivo que las historias de los abuelos. Pero hay pocas cosas que son verdaderamente importantes y eso también es un dilema serio a resolver porque el tiempo es finito y debemos elegir qué mirar y escuchar. Y eso se aprende ya desde niño.

Los abuelos analógicos acuden al naufragio

La naturalización de las relaciones jóvenestecnología tiende a bloquear a los adultos en sus capacidades de intervención en el binomio infanciatecnología, es decir poner límites. Esa paralización que sienten los padres cuando media la tecnología, contribuye a ampliar la brecha intergeneracional y a dejar a los jóvenes “a merced de la tecnología” en el más amplio sentido, a transformarlos más que en nativos digitales en náufragos digitales, como los llamé hace ya casi una década.

Si uno le pregunta a cualquiera acerca del rol de los abuelos en el universo digital, éste pareciera a priori secundario; inclusive con el advenimiento de las tablets para la tercera edad, los más pequeños resultan instructores de sus abuelos, invirtiendo la ecuación tradicional. Pero, quizás, ese rol percibido no sea tan secundario como parece.

Según mis datos de investigación recogidos en nuestro país, estos chicos náufragos digitales comenzaron creándose las cuentas de redes sociales en un formato familiar. La mitad, lo hizo por su propia cuenta, pero la otra mitad fue ayudada por madre, hermanos y amigos. Esas cuentas eran por ejemplo las de Facebook que los iniciaba en el universo de las redes sociales. Hoy esa puerta de entrada está cambiando y no hay adultos que los reciban en el umbral de las redes.

Los propios chicos son los que en el orden del 80-90 % han creado sus cuentas de Instagram y Snapchat, las redes juveniles, por excelencia. El reciente informe de UNICEF KidsOnline señala que al consultarles a los niños si creen que sus padres / abuelos / adultos a cargo saben las cosas que ellos hacen en internet las respuestas se dividen aproximadamente en tercios entre quienes piensan que los adultos responsables saben mucho (29 %), bastante (35 %) y poco o nada (34 %).

UNICEF ubica a todos los adultos en el mismo lugar, pero cuando uno va al fondo de la cuestión y discrimina, encuentra que los abuelos ocupan un lugar distinto al de los padres. El mundo digital también se está devorando a esta generación de padres y en parte, solo los abuelos están a salvo de ello. Mantienen su estirpe analógica a pesar del avance de la digitalidad y las tablets. Quizás sea por eso que cuando se investiga acerca de las posibles dificultades con las que se encuentran los chicos en el ámbito de internet, los abuelos son las personas a las que más acuden a la hora de contarles los problemas con los que se encuentran en internet. La investigadora americana Sherry Turkle afirma en su último libro que cada vez más “esperamos más de la tecnología y menos de los demás”. Esto, por ahora, parece no aplicar a los abuelos.

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