'Frode y los otros pícaros' (muestra)

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Frode y los otros pícaros Ole Lund Kirkegaard Este li se lo rega a ☐ laron ó ☐ lo gan pró m ☐ lo co gó n a ☐ lo m ntró o c ☐ lo en

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Capítulo 1 En el que sabemos algo sobre los vecinos de la casa-de-la-esquina

A

ntes de embarcarnos en la historia de Frode y los otros pícaros quizá sería buena idea saludar a las personas que viven en la misma casa que Frode. La llamaremos la casa-de-la-esquina. Estuvimos allí para hablar con los vecinos, y el primero al que nos encontramos fue al señor Storm. El señor Storm vive en la planta baja y puede oír cuando la gente entra y sale por el portal. –Hmm –dije yo–. ¿Qué le parece lo de vivir en la casa-dela-esquina, señor Storm? –¡La casa-de-la-esquina! –gritó el señor Storm, enfadado–. ¿Le llama casa a este cajón ruinoso y maloliente? ¡Lo que hay que oír! El señor Storm estaba enojadísimo. Tenía la cara del mismo color que un tomate maduro, y parecía que lo ahogaba la corbata. –Vivir aquí es absolutamente insoportable –gritó–. Siempre hay ruido de niños y de otras personas asquerosas.

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¿Y qué me dice de la peste de la escalera? Siempre apesta a col, a re­pollo y a otros alimentos repugnantes. –Humm –dije yo–. ¿No le parece que se preocupa demasiado por los niños y por la comida, señor Storm? –¡Detesto la comida y detesto aún más a los niños! –gritó el señor Storm, que ahora estaba casi completamente azul con la cólera–. Y también detesto a la gente que pregunta estupideces. –¿Cuántos niños viven en esta casa? –le pregunté.

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–¡Uno! –gritó el señor Storm–. Y ya es demasiado. Y cerró la puerta dando tal golpe que resonó en el resto de la casa. Encima del señor Storm, en el primer piso, viven dos señoras que se llaman Irene TV y la señorita Ravn. También les pregunté a ellas qué les parecía lo de vivir en la casa-de-la-esquina. –Ihh –dijeron las dos señoras, retorciendo las manos mientras proferían unos pequeños relinchos–. Ihh, hi, hi, es agradable vivir aquí. Tenemos las mejores vistas. Podemos saber absolutamente todo lo que sucede. Nos encanta estar enteradas de lo que pasa. –Sí –continuó Irene TV–. Como ayer, por ejemplo. Vimos un carro de caballos. –Sí –relinchó la señorita Ravn–. Un auténtico carro de caballos. –Con un auténtico caballo delante –pió Irene TV–. De esos que hoy no se ven muy a menudo. –Y la casa –dijo la señorita Ravn–, la casa es maravillosa, es lo único que puedo decir. Siempre hay un maravilloso olor a comida en la entrada, a col, a repollo, a chucrut… –Sí, y a carne de ternera y a rabo de cerdo –pió Irene TV. Las dos señoras relinchaban y sonreían como dos pequeñas y alegres cotorras.

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–Humm –dije yo–. Según parece, al señor Storm ese olor no le gusta demasiado. –Ihh, es un señor muy simpático –chillaron las dos señoras a la vez. Y se asomaron por la barandilla para mirar la puerta del señor Storm, que estaba entornada. –Hola, señor Storm –relincharon y saludaron con la mano–. Hola, encanto.

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–¡Grrr, esas dos viejas brujas! –exclamó el señor Storm, furioso, y cerró una vez más la puerta con un golpe atronador. –¿No es encantador? –cacarearon las dos señoras–. Es un viejo barril de pólvora. En el segundo piso vive Frode con su padre y su madre. Su madre se llama Carla y su padre se llama Henry. Ese día ellos no estaban en casa, pero Frode sí. Estaba haciendo caramelo, y había en toda la cocina un terrible olor a caramelo quemado. –Bueno –dije–. ¿Qué te parece lo de vivir en la casa-dela-esquina? –Estupendo –respondió Frode mientras removía el caramelo–. A veces suceden cosas emocionantes, y aquí vive gente muy agradable. En primer lugar, el Torbellino. –¿Eh? –dije yo–. ¿Quién? –Sí, el señor Storm –dijo Frode–. Es la monda. Se pone como un pepino si uno va dando pisotones por la escalera. –¿Como un pepino? –dije yo. –Como un auténtico pepino –dijo Frode, mientras vertía el caramelo en un tarro–. Una vez, Laeris y yo trajimos una cabra a casa y al Torbellino estuvo a punto de darle algo. Por poco se traga el puro. –¿Y las demás personas que viven aquí? –pregunté.

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–Están las señoras de abajo –dijo Frode probando el caramelo, que tenía el mismo color que el fango–. Y luego está Simme. Vive en la casa de atrás. Y quizá también vive alguien en el desván. Por lo menos a veces se oyen ruidos allí arriba. –A lo mejor es un duende –dije, pero ya me di cuenta de que sonaba un poco tonto. –¡Anda ya! –dijo Frode y sonrió–. Los duendes están en los grandes almacenes, en los supermercados y en sitios así. No, la persona de ahí arriba es alguien misterioso, te lo digo yo. Pero tranquilo, que no te vas a quedar sin saberlo, porque tú eres el que va a escribir un libro sobre los de aquí, los de la casa-de-la-esquina, ¿no? Asentí con la cabeza, y me puse colorado. –Será divertido leer sobre nosotros mismos en un libro –dijo Frode–. ¿Haces muchas faltas de ortografía? –No –dije yo–. Me defiendo. –Bueno –dijo Frode–. Ya nos veremos. Y se puso a comer el caramelo. Cuando salía de la casa-de-la-esquina, el señor Storm se asomó a la puerta. –¿Aún está por aquí? –gritó–. ¿Qué es lo que anda merodeando? –Prometí escribir un libro sobre la casa-de-la-esquina –dije yo.

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–¡Un libro! –gritó el señor Storm–. Los libros son una porquería. No queremos que escriban ningún libro sobre nada. Queremos que nos dejen en paz y no nos molesten con libros. Y cerró la puerta de un golpe, pero le quedó la corbata atrapada. –¿Ve? –gritó, furioso, y retiró la corbata–. Esto es lo que pasa cuando uno mete las narices en los asuntos de los demás. Salí corriendo para que no se enojase más. Antes de volver a casa, fuimos a la parte de atrás para saludar a Simme. –Hola –dijo Simme, que estaba apoyado en su moto. –Así que vamos a poder leer historias sobre nosotros, los de la casa-de-la-esquina. Va a ser interesante, ¿no, tronco? –Sí, eso espero –le dije. –¡Recontra! –dijo Simme–. Mis fans van a enloquecer. Pero ten cuidado, no te vayas a pillar la barba con la máquina de escribir, tío. Le prometí a Simme que lo tendría, y corrí a casa para tomarme dos grandes vasos de leche. Y esa misma tarde empecé a escribir las historias que podéis leer en las páginas que siguen.

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