Pulp Books 'Cita en Fisterra'

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Luís Rei Núñez

Cita en Fisterra



As viagens s達o os viajantes. O que vemos, n達o 辿 o que vemos, sen達o o que somos.

Bernardo Soares



Primera jornada La surada impone su ley de agua y en esta última aparición se mantuvo vigente durante media docena de días. Fue un cerco en general desconsiderado, a veces incluso ensañado, con lluvias torrenciales y aparato eléctrico. Hasta que el aire acabó rolando y lo que entonces vino a instalarse entre nosotros fue la llovizna. Ocurrió ayer a la hora en que al sol le llega su turno, y persistió solamente mientras no le dio la gana de aparecer al nordeste, ese viento que pasa la bayeta por nuestro cielo. Esta vez debutó hace nada, en la alta madrugada. Mi sueño de pajarito se vio interrumpido entonces por el zumbido en la fronda de las acacias de Australia que rodean la casa. Son árboles traídos de allá, tan lejos, por la misma orden a la que debemos la importación de los eucaliptos (con Fray Rosendo Salvado como principal promotor y, en gran medida, para aprovechamientos medicinales). Estos ejemplares de australias de aquí son hijos y nietos de los que antes de la actual pandemia de los eucaliptales plantó mi bisabuelo, Domingos Romaní… Papá Domingos. De familia de catalanes llegados a estas rías para explotar la industria de la salazón, y después la de la conserva, Papá Domingos estrenó condición de pobre, a la que contribuyó con un buen empujón su afición a las timbas, construyendo con sus propias manos en baldío. 9


Lo hizo en la cota más alta de Tal de Abaixo, a la altura de la iglesia y frente a la bocana de la ría de Muros, en un lugar llamado Rego Salgueiro. Es un terreno abrupto, casi vertical, en un somonte de oteros viejos y harinosos con los que, por lo demás, irguió este modestísimo refugio hace ahora cien años. Datan de entonces, también, los vallados que se le hicieron precisos para contener los bancales donde tener, y cuidar conventualmente, una huerta con jardincillo. De ese afanarse suyo obtuvo la vecindad el mote que sobrevivió al paso de las (ya cuatro) generaciones: O Valado. El caso es que hace unos años le tocó a la mía rehabilitar esta casita. Recurrimos a la piedra más semejante, que es también la de la cantera más cercana, en As Paxareiras; y vinieron viejos canteros de A Serra de Outes y Lousame para levantar los muros más robustos. Los vallados nuevos, en cambio, los edificamos también con nuestras propias manos los Valados nuevos, tal vez reeditando así la pertinencia del nombre artístico que acompaña a la estirpe desde hace una centuria. Ahora es cuando debo decir que para el interior no pudo respetarse lo hecho por Papá Domingos, sino que volvió a mandar César Portela, en la segunda ocasión en que puso su buen hacer al servicio de la casa. A él se le debe la transformación de un balcón de feos balaustres prefabricados en una galería corrida y desde la cual las variaciones Goldberg del crepúsculo son el mejor espectáculo del mundo. Con eso, y los libros que no cabían en Pontevedra, y cuadros y fotos y recuerdos de amigos, algunos ya difuntos, y pecios rescatados en un recorrer curativo por estas riberas, fui armando lo que me complace imaginar como una sucursal de Isla Negra. Le puse 10


por divisa la insólita pareja de una pardela y un delfín cometiendo un círculo efímero mientras acercan sus hocicos para el milagro de un beso, en el lecho del agua, perdidos de las fronteras. Es la casa donde pude terminar la novela El señor Lugrís y la negra sombra, en el verano de 2006, y también fue aquí, rindiendo íntimo vasallaje al colosal Monte Louro, donde dos años después concluí, precisamente, Monte Louro, mi ochomil literario. Y vuelve a ser justo aquí donde ahora, en experiencia inédita, sobreviene no un remate, sino un principio. Se abrió paso desde bien antes de aparecer la luz indecisa del alba, cuando todavía no habían dado señal de vida ni los gorriones (que eligieron posada en la camelia), ni la perra regordeta y feliz de los vecinos de la casa pintada de color violeta que hay enfrente. Tal vez comenzó todo ayer por la tarde, con la visita al cementerio donde reposa la mitad de los deudos; los maternos, precisamente la rama de la familia entre la que mi madre insistió en situar nuestra crianza (no es sólo que se le concediese prioridad, es que eso fue acompañado siempre de un escasísimo interés por fomentar los contactos con la rama paterna). En fin. Después de una tirada de días agrisados estaba ocurriendo un amanecer radiante y yo, habituado a apacentar el corazón con amaneceres, abrí la galería de par en par a esa resurrección menor del sol atreviéndose a asomar. ¡Conviene aprovechar!, pensé, formulándome el propósito de no posponer ya ni un minuto una reedición de la salida al encuentro con lo que el portugués Aquilino Ribeiro llama, refiriéndose a la de su origen, “geografía sentimental”. Voy a dar continuación al viaje que, 11


va a hacer veinte años, se transformó en el libro Imán Fisterra. También esta vez hay mucho que desoscurecer, porque la vida tuvo de nuevo el capricho de resurgir con su resplandor alborotado, y uno siente la obligación de la lealtad a esa música interior que siempre le hace escuchar el reino del crepúsculo. Es la canción de la tierra, aguarda en los senderos del confín, y me propongo escribirle la letra con los apuntes que vayan brotando, como los limoneros producen limones o, simplemente, con la naturalidad inadvertida con que nace la hierba. El punctum, a esta altura, en la ausencia de punctum. Lo dice Aristóteles, en su Poética, y yo lo anoto en la Moleskine donde irán quedando huidizas visiones de impresionista de las palabras (al modo del también portugués Raul Brandão: “La excelencia de la expresión consiste en que sea clara, y no baja”). Clara, incluso figurativamente, se irá reflejando aquí la belleza brava del paisaje, cambiante con la atmósfera, pero también se reflejará la contumacia con que esa belleza recibe toda clase de agresiones de un muy pernicioso urbanismo de barra libre. Estos cuadernos deberían funcionar, pues, como llamada de atención. En solitario algunas veces, y con el añadido de algunas otras voces de cuando en cuando, porque otro de los propósitos de este viaje es ir al encuentro de los demás; tanto amigos, vivos y muertos, como los desconocidos que las propias jornadas vayan haciendo aparecer. En el fondo, de todo eso debería acabar derivando una reflexión sobre el tiempo que pasa. O sobre el paso del tiempo (que no tengo claro que quieran decir lo mismo).

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