Shakespeare destilado_muestra

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What potions have I drunk of siren tears Distilled from limbecks foul as hell within... William Shakespeare, Soneto 119 (QuÊ pociones de lågrimas de sirena he bebido, destiladas en podridos alambiques‌)



Voy a echarme otro gin tonic. En vaso ancho, como tienen que tomarse los gin tonics. Sí señor. En vaso ancho. Porque si no se sabe beber lo mejor es que no se beba. Hielo, ginebra, tónica… y unas generosas gotas de zumo de limón, que siempre me gusta estrujar medio limón con fuerza encima del líquido. Zumo de limón a saco, mucho. Que no se diga. Y luego lo mezclo todo bien agitando el vaso, que me gusta escuchar el clin clin clin de los cubitos de hielo tintineando contra el cristal. Por eso agito el vaso. ¡Venga un trago de gin tonic, qué coño! … La ginebra. Fue un tal Franciscus de la Boe, un médico de Holanda, quien inventó la ginebra. Franciscus de la Boe. Destiló una variedad de bayas especiales que como todas las cosas raras tienen el nombre en latín. Qué manía de poner nombres en latín. ¡Qué manía de poner nombres en una lengua muerta! A los muertos hay que dejarlos en paz, joder, y no andar con ellos de aquí para allá, que es una falta de respeto, y además también es asqueroso, andar con los muertos. Que acaban oliendo que apestan, los muertos, y es una porquería andar de aquí para allá con cosas pestilentes. No sé si el latín olerá a muerto cuando se habla pero no me atrae nada de nada, que sueltas unas cuantas cosas en latín y te queda en la boca una halitosis que no hay quien te la quite. Pues se llamaban juniperus communis, las bayas del tal Franciscus de la Boe. A ver si ese es un nombre para unas bayas, que no hay derecho a ponerle semejante nombre a unas bayas. Y se puso a destilarlas porque quería fabricar un líquido diurético, el Franciscus de la Boe. Para morirse de risa. La ginebra usada como diurético. Para mear 11


si se tiene dificultad. Tome usted una copa de ginebra si no puede mear, y listo. Beba, beba. Con ganas. Beba. No se corte. ¡Ese sí que era un médico, el Franciscus de la Boe! Sí señor. Un monumento de médico. Así tenían que ser todos. ¡Venga un trago por el doctor Franciscus de la Boe! … No tengo dificultades para mear, yo, ninguna, ni para otras cosas en las que se usa la polla, que todo me funciona correctamente, así que no necesito ningún diurético. Pero debo reconocer que adoro la ginebra. Vaya si adoro la ginebra. Mira por dónde lo que son las cosas de la vida. Quién lo diría, que un médico la había inventado, la ginebra. Que no vengan luego diciendo que es mala para la salud. ¡Venga otro trago por el Franciscus de la Boe, qué coño! … ¡Que corra la ginebra para todos los enfermos que no pueden mear y que meen todos sin parar, como si fueran manantiales! ¡Que llenen orinales y orinales de juniperus communis destilados! ¡Otro trago, entonces, por los juniperus, que tienen nombre de fraile franciscano! … ¡Y otro por el latín, vini, vidi, vinci! ¡Y alea jacta est!, que aunque esté muerto parece que no apesta. … ¡Y otro más por los frailes franciscanos! … Existen dos tipos de ginebra, al parecer. Dos. Que me lo ha contado mi amigo Willy. Uno es el que producen en Holanda, el del juniperus communis, me va a dar la risa cada vez que diga ese nombre, juniperus communis, 12


que tiene un cierto aroma a malta. No. Holanda no. Es la ginebra holandesa la que tiene el aroma a malta, que Holanda no sé a qué huele. ¿Cómo demonios voy a saber yo a qué huele Holanda si en mi vida he pisado Holanda? Aunque debo confesar que es uno de esos lugares que me gustaría conocer. Sí señor. ¡Un trago por Holanda! … ¡y otro por el aroma de la malta! … ¿Y yo qué sé a qué puede oler Holanda? Vaya cosa. Olerá a tulipanes, o a mantequilla. No tengo ni puta idea. ¿Cómo voy a saber yo a qué huele Holanda si nunca he estado en Holanda? En fin. A lo que iba. Que tiene una graduación por debajo de los cuarenta y cinco grados la ginebra que se hace en Holanda. O al menos eso es lo que me ha contado Willy. Y me lo ha contado de buena fe, que aunque no era médico ni hablaba en latín, ni se llamaba Franciscus, que se llamaba Willy, siempre me ha dado confianza. Sí señor. Que la ginebra holandesa tiene menos de cuarenta y cinco grados. Porque la que hacen en otros sitios llega a alcanzar los cincuenta, que es una barbaridad. ¡Manda huevos! Como para cogerse una tremenda cogorza y acabar oliendo a tulipanes y mantequilla. Claro que la ginebra esa no se puede beber así como así, a palo seco, que hay que mezclarla, porque eso tiene que abrasar el esófago que debe de ser un primor. ¡Otro trago por los tulipanes … y otro por la mantequilla de Holanda! … Los ingleses le llaman gin a la ginebra, Gin, así de corto, que son muy ahorradores en el lenguaje y todo 13


lo dicen con muy pocas palabras, gin, y con muy pocas letras, gin, incluso a veces ya ni hablan, que al parecer se comunican entre ellos con gestos, los ingleses, allí, en Inglaterra. Se comunican con gestos en Inglaterra, que son muy cutres con las palabras, los ingleses de Inglaterra. Pues la ginebra inglesa, perdón, el gin, se produce rectificando con agua una mezcla de alta graduación alcohólica y whisky, un petardo de mezcla, dinamita de la buena, que seguramente hasta puede llegar a estallar si le acercas una cerilla. Pues estos en seguida ponen esa mezcla en un recipiente con fresas y otras hierbas, o incluso frutas, que los ingleses siempre tienen que amariconar un poco todo cuanto tocan, ¿otro té, milady? Yes, of course, con una nube de leche. ¡Una nube de leche! No son ridículos ni nada, los ingleses de Inglaterra. ¡Una nube de leche! Que cogen la mezcla y le añaden todo cuanto encuentran para darle aromas, que si almendras, que si hinojo, canela, piel de limón, piel de naranja… Como precisamente el gran secreto de la destilación reside en la combinación de hierbas, cada fabricante por lo visto ha desarrollado una fórmula propia que es como la de la Coca-Cola, que está lejos del conocimiento de los mortales, cerrada bajo veinte mil candados para que nadie la conozca. ¡Un trago por la fórmula de la ginebra! ¡Que no se diga que no les tengo cariño, a los ingleses de Inglaterra! … ¿Otro té, milady? Yes, please, of course. El té también es diurético, ¿no? ¿Y tendrán problemas para mear, los ingleses de Inglaterra? Deben de pasar todo el santo día plantados delante del retrete como si fueran fuentes. El día entero meando como cascadas. ¡Un trago, entonces, por las meadas de los ingleses de Inglaterra! 14


… Las ginebras holandesas son para tomarlas solas o con hielo, que son muy buenas y es un pecado no mezclarlas con nada. Las inglesas son para preparar gin tonics. Y hay que saber hacerlos bien, con una buena tónica, tres cubitos de hielo y limón exprimido a saco. ¿Otro trago de gin tonic, milady? Yes, of course. … Pero hoy no estoy por la labor de hacer una tesis doctoral acerca de las virtudes de la ginebra, que por muy diurética que pueda ser y por mucho que la haya inventado un médico no es como para escribir tesis ni otros aburrimientos de calibre semejante. La ginebra es para beberla, para disfrutar de cada trago y para darle a la vida esa chispita que siempre se necesita para tirar para delante, ¡qué coño! Estoy aquí para contar la historia de un amigo mío, la mejor persona que he conocido en mi vida, un tipo que se llamaba Willy. Sí, así. Un tipo que hablaba muy bien inglés, Willy, que yo nunca miento. Y menos con un gin tonic en la mano. Lo hablaba de puta madre. No sé por qué pero hablaba inglés como si hubiese nacido ya hablando inglés, el condenado del Willy. Hablaba inglés como si fuera un puto inglés. Un armario empotrado, el Willy. Un tipo grande. Enorme. Pero no estaba gordo, no, que Willy apenas comía nada. Era un tipo muy bueno pero un tanto raro, Willy, dicho sea de paso, que aunque yo le tuviese mucho afecto era un tanto raro, un día se encerró en su casa y se puso a trabajar como un poseso. Así era Willy. Se le metía algo en la cabeza y no paraba. No podía dejar pasar ni un día más, ni una hora, ni un segundo. Tantas eran las ganas que tenía de ponerse manos a la obra, Willy, 15


que empezó por remangarse la camisa para retirar a un lado todo cuanto había alrededor de la mesa que ocupaba el centro de la habitación, hasta casi llegar a poner las sillas unas encima de otras con las patas para arriba, con tal de tener más espacio vacío por donde moverse sin dificultad en los momentos de trabajo más intenso. Incluso estuvo a punto de enrollar la alfombra, Willy, pero al final acabó decidiendo que lo mejor era dejarla en su sitio, porque pensó que cuando llegase el invierno podría mantener los pies aislados de la frialdad de las baldosas del suelo, si tenía la alfombra. Es muy cabrón el invierno, muy cabrón, que cuando viene frío es un castigo de tres pares de narices. Y cuando viene frío y húmedo es aún peor, el invierno. Que puedes pillar unos catarros que no hay quien te los saque de encima, en invierno. Da igual. No quitó la alfombra. No quitó la alfombra porque no le salió de las pelotas, a Willy y punto. ¡Un trago por Willy! … ¡y otro más por su alfombra! … Se me está acabando el gin tonic con tanto trago, así que empezaré a prepararme otro, que la historia de Willy es la hostia de larga y todavía me va a llevar un buen rato terminarla. … Acababa de cumplir los cincuenta y dos años, Willy. Cincuenta y dos. Y nunca lo había visto yo tan entusiasmado. Nunca. Estaba en la época de más entusiasmo de su vida. Esa misma mañana le habían traído el tablero rectangular que había comprado el día anterior, después de meterle una prisa extrema al carpintero, que decía 16


que su obra no admitía demoras, Willy, que eran enormes las ansias que tenía por empezar. Fue retirando de la mesa todas las cosas que llevaban no sé cuánto tiempo amontonadas encima de ella, que no era nada ordenado, Willy, y sobre la mesa tenía de todo, un puto caos, que de verdad que no era nada ordenado. Que tenía otras virtudes, pero la de ser ordenado no la tenía, no, y encima de la mesa había absolutamente de todo, papeles con toda clase de apuntes de cosas que en algún momento le habían parecido interesantes, cajas con lápices, rotuladores, gomas de borrar, bolígrafos, libros preparados para un sueño eterno, que leía mucho Willy pero después no colocaba los libros en los estantes ni aunque le pagaran, y también muchas copas y muchos vasos, todos sucios de ginebra. Lo guardó todo en el interior de varias cajas de cartón como si estuviese almacenando viejos tesoros de un valor incalculable y después de cerrarlas bien, las dejó en el suelo del pasillo, Willy, para que no pudieran suponerle el más mínimo estorbo, porque si precisamente su intención era poder moverse alrededor del centro de la habitación sin dificultad lo primero que debía hacer era eliminar todos los atrancos que pudiesen impedírselo. Que era muy previsor, Willy, y lo tenía todo muy bien calculado. Retiró tantas cosas alrededor de sí que no tardó en decirme que se había sentido como un perro mojado moviendo el cuerpo con brusquedad para deshacerse del agua que le empapaba la piel. Un perro. Un puto perro. Qué bien hablaba, el cabrón. Pensó que era un perro. ¡Venga un trago por el Willy! … ¡y otro más por el perro! … 17


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