Té ruso Se sentó en una mesa vacía de la biblioteca. Colocó las notas delante, los libros abiertos y los rotuladores fluorescentes al lado derecho. El naranja. El verde. El rosa. Se concentró en el estudio a pesar del calor de aquellos últimos días de agosto. En los resultados de los informes Delphy sobre escenarios posibles de las nuevas sociedades de la era tecnológica. El asunto le interesaba y apenas tomó notas. Solo leyó con avidez. Pasó una hora. Salió a la calle y tomó un café en el Universal. Café con leche doble, cruasán a la plancha con mermelada de fresa y zumo de naranja. No había desayunado en casa. Solo había tomado un café bebido a toda prisa. Regresó al informe Delphy y a las previsiones. Pasó media hora. La concentración empezaba a fallar. Miró a los demás estudiantes. Algunos escribían furiosamente. Otros esparcían miles de lápices de colores que no parecía que fuesen a usar nunca. Otros como ella observaban a los demás. Él entró. Se dirigió con su paso cansado a la mesa que siempre ocupaba. Sacó poco a poco los folios de la carpeta y se sentó. No era guapo. Ni alto. Pero tenía aquel pelo negro tan oscuro. Y las camisas más blancas de toda la universidad. 11