aBrace Letras narrativa 2018

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ISBN 978-9974-8543-9-0

Todos los derechos reservados. Edición especial con motivo de la celebración del vigésimo Encuentro aBrace de escritores. NARRATIVA

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MONTEVIDEO, MARZO DE 2018 3

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DANIEL ABELENDA URUGUAY FOTOGRAFÍA

Salto, 1962. Docente, periodista y escritor. Ha participado en antologías de aBrace desde 2005, con cuentos cortos y poemas. En 2014, Roberto Bianchi editó «30 Poemas», su primer volumen solista, y en 2016 le siguió «Postales y Fotografías», con prólogo de Hugo

Giovanetti Viola. En narrativa ha escrito novelas del género thrillerpolítico. En 2003, «Secretos de Estado», ganó una Mención en los premios anuales del MEC. Otra de sus novelas, «El día del plomo» apareció en 2014 con el sello De Benito Ediciones de Montevideo y prólogo de Gabriel Sosa. Actualmente prepara la edición de «El americano discreto», un policial basado en hechos históricos de los años 70 y 80 en el Uruguay.


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PEQUEÑAS MISERIAS DE LA VIDA CONYUGAL

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egún se supo tiempo después, Ernesto nunca fue citado por el Juez por la muerte del marido de Lorena; previsiblemente, ella se cuidó muy bien de ocultar la relación clandestina con su exalumno. Mucho antes del trágico suceso, la gente ya comentaba su extrañeza acerca de una pareja que no había tenido hijos luego de diez años de casados. José Luis y María Lorena se habían conocido cuando ambos bordeaban los treinta y luego de un breve noviazgo habían formalizado. Ella se había recibido de Profesora de Física y él, luego de deambular por varios empleos, había aterrizado como funcionario del Correo de San Vicente, gracias a la devolución de favores de un político local a su padre. En la peluquería o el almacén, las comadres hablaban de un matrimonio monótono, gastado por la rutina de los almuerzos familiares en casa de los padres de José Luis, el fútbol de los domingos de tarde y sus trabajos. Ella daba clases en el Liceo Departamental y él subía a la bicicleta con canasto de hierro y pedaleaba más de un kilómetro hasta la vieja sede del Correo, ubicada inconvenientemente en las afueras del pueblo, donde empezaban las chacras. 7

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Según se escuchó después del hecho, Lorena había tenido un problema por insinuarse a sus alumnos varones pero el incidente no trascendió el ámbito liceal. En aquellos tiempos de teléfonos negros con disco, la distancia protegió la reputación de la profesora en San Vicente, donde su marido, aparentemente, no se habría enterado. Ernesto y yo éramos condiscípulos. Ambos éramos buenos alumnos, pero a mediados del 4º. Año, se jubiló nuestro profesor de Física y vino un maestro jovencito, que se pasaba llenando el pizarrón de fórmulas, sin siquiera mirarnos. Nadie entendía nada y no hacíamos preguntas; y así él tipo decía: «Hay escrito el lunes, ¡estudien!». Sacábamos 1 o 2, y como no había orales, nuestros promedios se derrumbaron. Alguien sugirió que fuéramos con la Profesora Castañeda, que daba clases particulares. Yo vivía a dos cuadras de su casa, así que fui el encargado de contactarla. Me recibió una tarde en su living-comedor no muy grande. Había un sofá que se hundía demasiado, una gastada alfombra hindú, una mesa ratona con amatistas y un aparador con una enorme TV color, lujo que contrastaba con el resto del mobiliario.

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Sentado frente a ella, pronto comprendí la inquietud de los alumnos del Departamental: su camisa tenía desprendido los tres primeros botones y dejaba ver un escote pronunciado. El pantalón jean ajustado sugería unas piernas bien torneadas y un espléndido culo.

Le dije que seríamos cinco alumnos de 4º. Año, tres chicos y dos chicas. Arreglamos dos clases por semana, entre las 15 y las 16:15, pues ella trabajaba de mañana en el otro liceo y el ómnibus no llegaba a San Vicente antes de las 12:30, «…y tengo que prepararle el almuerzo a Joselo», dijo en medio de un largo suspiro y sin que yo le preguntara nada. Algunas versiones posteriores surgidas en el ambiente del fútbol que compartíamos (yo jugaba en Juveniles, Ernesto en Primera) mencionan que mi compañero ya tenía en su mira a la profesora, y que aquellas clases en su casa, no hicieron sino facilitarle las cosas. Lo cierto es que este pronto me confió sus intenciones y demostró un preciso conocimiento de los movimientos del matrimonio Álvarez-Castañeda, algo no demasiado complicado en un pueblo chico. «Él siempre llegaba cansado y tiraba la bicicleta contra la pared y la dejaba en el porche», me contó después Ernesto, que siempre andaba en su flamante Ciao Vespa. 9

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No era de los más altos de la clase, pero era robusto y musculoso; y su cuerpo atlético, enfundado en un equipo Adidas azul, resaltaba su aspecto de latin lover. Se peinaba prolijamente su pelo negro (más largo que lo que permitía el Director) con raya al costado y olía a loción after-shave, detalle macho que otros no podíamos exhibir. A la segunda o tercera clase, Ruben y yo (las chicas a esa edad aún no tienen el bocho podrido) nos dimos cuenta que las leyes de la Física y la Química se cumplían también en las relaciones humanas. Les hubiera bastado observar cómo le miraba las tetas que abultaban en el suéter y luego se acariciaba las pelotas por debajo de la mesa con la mano libre. Ella intentaba disimular, hablándole a Enrique como a los demás, pero no podía evitar ponerle la mano en el hombro cuando se levantaba y caminaba alrededor de la mesa para observar a nuestras espaldas si estábamos haciendo los ejercicios. Al mes de clases, pretextando que Enrique no traía los deberes, Lorena lo conminó: «vas a quedarte hasta terminarlos, porque ¡así, no vas a promover…!», exclamó con fingida severidad, las manos en la cintura de una pollera entubada y altas botas de cuero. Ruben y yo nos miramos y reprimimos una sonrisa; las chicas, muy cumplidoras, se encogieron de hombros; Enrique puso cara de resignación y aceptó la tarea extra.

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Algunas vecinas chusmearon luego, haber visto una Ciao en el frente de la casa de la Profesora hasta las 5 y media, «todos los jueves». ¿Alguien le avisó al marido o fue una casualidad que regresara una hora antes aquella tarde de agosto? ¿Sabía con qué se iba a encontrar o había preferido ignorar los rumores que ya lo habían señalado como un cornudo que «no sabía atender a ese minón»?, según escuché de unos parroquianos que jugaban al truco en el Social. Nunca lo sabremos, pero lo cierto es que, de acuerdo a la versión de Ernesto, «estábamos cogiendo en el sillón, cuando escuchamos un clac, clac, por el caminito de entrada; ¡es la bicicleta de Joselo…!», reconoció ella enseguida. «Eso nos dio unos segundos: yo alcancé a agarrar mi ropa y me mandé para el baño, pero Lorena no tuvo tiempo de vestirse, y cuando abrió la puerta tenía puesta la blusa nomás…» ¿Y qué pasó después?, pregunté. «El tipo echó un vistazo y cayó en la cuenta; se le vino encima hecho una furia, le dio una piña en la cara, que la tiró al piso, y se le subió encima y empezó a estrangularla, ella no podía respirar, entonces yo salí del baño, nos miramos un segundo pero yo fui más rápido: salté el sofá, agarré una amatista que había en la mesa ratona y se la partí en el parietal izquierdo, el tipo cayó entre el sofá y la mesita, quedó seco; casi no sangró, sólo unas gotas en la blusa de Lorena. Le dije que lo moviera un poco para dejarlo boca arriba sobre la alfombra, recostado más cerca del 11

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sofá, para hacer creer que se había ladeado a su derecha al recibir un golpe en la parte izquierda de su cabeza. Limpiamos mis huellas con una franela y pusimos las de ella.» «Como Lorena es una mujer fuerte y de manos grandes, el Juez le creyó cuando declaró que fue ella que lo golpeó. Además tenía un moretón en el pómulo de la piña que le encajó antes, y las marcas en el cuello todavía se notaban cuando fue al Juzgado, esa misma noche. El abogado alegó Legítima Defensa completa, y el Juez la exoneró.» «¿Y no hubo testigos que te vieran dejar la casa esa tardecita?». «No, arreglamos la escena para que no quedaran rastros míos, esperamos un rato más que anocheciera, y me fui en la moto…» «¿Y el Juez nunca le preguntó por qué el marido llegó y la atacó con esa violencia?» Ernesto arqueó las cejas, se pasó la mano por la incipiente barba de sus mejillas y dijo: «sí, claro, era un pregunta obvia; y ahí Lorena sacó a relucir sus dotes de actriz, ¿sabías que hacía teatro en Montevideo? Declaró que el loco le recriminó la compra de una TV color sin consultarlo y que no podían pagar las cuotas. Agregó que su marido le hacía escenas por cualquier boludez, que podían convertir en un volcán ´las pequeñas miserias de la vida conyugal´», dijo Ernesto, haciendo el signo de las comillas con los dedos. «Muy poética la frase», agregué, «parece que tu amiga es un gran lectora.» «¿Viste?; nunca se termina de conocer a las mujeres», dijo él, cebando otro mate. NARRATIVA

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AURA AGUIRRE

ECUADOR-MÉXICO

Publicaciones en Ecuador y México. Poesía: «Abecedario»,«Soledades»,«Poemas escritos sobre una ventana»,«Éxodo». Prólogos: Catedrático escritor Dr. Carlos Manuel Espinosa, Poeta Ing. Alfredo Jaramillo Andrade, Catedrático y Escritor Dr. Gustavo Serrano Catedrático y escritor Ecuatoriano. DR Carlos Alberto Palacios, escritor lojano. Entrevista a la maestra María Luisa Sortres. Publicado en el libro colectivo de AMPEP, Asociación de Mujeres Escritoras y Periodistas de Puebla. Puebla Virreinal. Poema escrito a la ciudad de Puebla y publicado en la colección de libros de AMPEP por la Universidad autónoma de Puebla. «Garibaldi», cuento publicado en obras selectas de la Asociación de Escritoras y Periodistas de Puebla, Edición UAP. Entrevistas a diferentes personajes de Puebla. Colaboración en la Colección de libros de AMPEP Seis ediciones. Publicación en el libro de poetas lojanos, en Loja, Ecuador (2016) Inclusión de mi poesía en antologías tanto en Loja como en Cuenca, Ecuador. Cuento: «Se vende piel», colección de cuentos publicada en la Universidad Nacional de Loja, Ecuador. «Garibaldi», cuento seleccionado para la colección de cuentos de AMPEP Ensayo: «Mitos y verdades sobre la familia», Premio DIF municipal, Puebla, México (premio) Novela. «Una mujer sin soledad», Casa de la cultura de Loja, Ecuador. «Nosotras las de ahora con ediciones «Palibrio» y reditada por la 13

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Universidad Nacional de Loja, Ecuador: Conferencias en IUE, Universidad de Puebla (2017); Libro de AMPEP, publicación próxima (2017); Recopilación de poemas y algunos cuentos en el nuevo poemario (2017) .En trabajo, Nueva Novela. Docencia: Maestra auxiliar y estudiante en Inver Hills Junior College Newport, Minessota Maestra auxiliar en Saint Catherine University. Maestra en Instituto bilingüe «Lomas de Cortes», Cuernavaca, Morelos. Catedrática en la Universidad Autónoma de Puebla BUAP. Miembro de la Comisión de Evaluación Curricular para la fundación de la Facultad de Comunicaciones de la BUAP. Medalla de oro otorgada por el municipio de Loja Ecuador a mi labor literaria, por el presidente Municipal de Loja Doctor Bolivar Castillo, en su primera administración. Con Los poetas lojanos ecuatorianos Luis Alfredo Jaramillo, Carlos Alberto Palacios , Graciela Bustamante y Doctor Gustavo Ortiz, fundadores del grupo literario Alta Sierra en Loja, Ecuador. Miembro del Jurado calificador de Oratoria y Poesia en la feria estatal de Puebla, con la Maestra Maria Luisa Sortres, eminente escritora y y directora de talleres literarios, por tres años consecutivos. Asistente al taller literario del escritor Poli Delano en Cuernavaca, Morelos. Publicación del libro colectivo «Cuentos para una tarde de lluvia» IRBAC. Maestra en la Universidad popular Autónoma de puebla UPAEP. Maestra en El Instituto Juárez Lincoln Amistad Cristiana Cholula, Puebla. Seminario sobre «Cultura de la Legalidad «Instituto Tecnológico de Monterey. Representante de Relaciones internacionales de AMPEP. Participación con cuento, entrevista y poesía en diversas publicaciones de la colección de libros de AMPEP. Actualmente socia de la Asociación de escritoras y periodistas de Puebla. Próximo poemario SÉ. Novela en curso. NARRATIVA

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OQUEDAD ra el tiempo más largo que me había ausentado, lo entendí al observar que mi ropa había empezado a deshilacharse, desvanecerse, conservar solamente la imagen como un cadáver milenario que se lo levanta íntegro y en un flash se convierte en polvo. Los candelabros resignados chorreaban la cera en láminas transparentes más largas que las lágrimas. El resabio de la mecha puntiaguda negra daba solemnidad al cuarto. Entendí enseguida que por un largo tiempo mi corazón se había paralizado como cualquier cuadro sometido a una pared. Eran los mismo muebles, los nuestros con sus olores cotidianos, distancias métricas de un buró a otro, el clavo del rosario colgante de cuentas grandes de madera, los cordones usados color gris que sometían la cintura de esas cortinas incansables en el «Abrir y cerrar». Los muebles nunca interrumpieron nuestro paso a la cama; era la danza del amor, la danza misma de nuestros cuerpos sobre esos espacios preconcebidos. El cerebro humano fija los recuerdos que queremos mantener para siempre y en ese croquis imaginario estábamos tú, yo, y esa eternidad flotando como éter adormecedor diluido en la atmósfera del cuarto. Uno cree que puede olvidarse del pasado seleccionando en grupos los buenos y los malos recuerdos, tener el control del chip que desactive aquello de lo que nos duele deshacernos y de pronto no son motivos de existir como: flores secas en jarrones vetustos, latas improvisadas como candeleros, vasos o jarras trizadas, palabras indiscretas que levantaron muros.

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No sabía cómo pero había que intentar desactivar esos recuerdos con alguna receta clásica un bisturí exacto, un hacha de carnicero sobre la coyuntura que desintegra el punto crucial en el destajo... Lo hice aquel día en el que de improviso desperté y volví a sentir la madrugada, la realidad del sol naciente. Resbalé mis manos sobre la piel tibia de mi cuerpo y constaté que estaba viva, que uno no se muere con el otro. Entendí que mi negación estaba obstruyendo la lógica de la vida. Nada tenía que ver con la permanencia de los muebles que estaban exactamente ubicados donde siempre estuvieron, esperando que yo a fuerza los moviera con esa misma dureza con que moví la cama de inmediato, cuando salté a la alfombra y la mire vacía. Llevaba algún tiempo sin saber que habías muerto. Para ello inconscientemente ocupe tu lugar en el lado izquierdo en vez del mío a la derecha, como siempre lo hice donde quiera que estuviéramos y al que me devolvías o me regresaba plena después de amarnos. Me di cuenta que después de lo sucedido dormí por mucho tiempo en posición fetal porque no tenía a donde ir ni otro mejor lugar para regresarme. La cama, «nuestra reina», había perdido uno de sus alfiles importantes y yo renuncié al juego porque sin ti, nada tenía que ver con nuestra aventura de amor donde al que queda se le retiran las armas, el camino, la única ubicación posible para seguir viviendo. Esa cama y nuestros secretos, el amor es así o no es amor. Pero lo real es que me he quedado sola y en esta mi primera noche después de tu muerte, seguí un ritual que iba a salvarme de mi misma… NARRATIVA

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Me quité la ropa para sacudir las migajas del pasado, eché al fuego toda evidencia de que estuviste en este mundo terrenal y sórdido. Un chorro directo de agua sometió mi tensión y el jabón reinstaló esa frescura que olía a ambos. Por un momento, mientras el agua corría cristalina bajo mis pies, pensé que la vida es corta y la eternidad muy grande pero que ninguna de los dos era importante. La realidad es otra, esto se terminó y de un tajo. Uno de los dos ha muerto o quizá los dos de alguna manera (la muerte peor es la del sobreviviente) yo respetaré tu muerte y tú la mía, y el deseo de un moribundo es sagrado. Ahora los pasos hacia nuestra cama, me darán una seguridad infinita, no serán los mismos de nuestro recorrido, cortos, porque no habrá el trayecto de nuestras caricias de piel que siempre terminaban en el diálogo. El horizonte es distinto, los sobrevivientes no pensamos en el mañana, en eso, somos otros. Sé que el último día que te vi llevabas la muerte a cuestas y que nada podía hacer por evitarlo. Vi en tus ojos el color acetrino y por eso te los cerré para que no me vieran… En ese momento no entendí el proceso de la muerte, porque eras inmoral ante mis ojos. Tomo el lado izquierdo de la cama, y con cansancio duermo el desvelo de años, me acuesto sobre todos los recuerdos tuyos para intuir otra forma de vivir sin ellos, para totalizar mi mente en la idea de que todas las noches del mundo sin ti, serán imaginarias, como si de pronto amigablemente, la muerte me hubiera convencido de que nunca exististe.

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EL BRAZALETE DE QUINQUE ntes der entrar a la choza, Matilde se quedó frotado el brazalete de quinqué eslabonado a su muñeca. Lo pulió con las caricias de sus dedos menudos, casi infantiles, sintiendo ese suave calor que ella sospechaba se había quedado impregnado en esa prenda sencilla que la acompañaría para siempre y por ello la lucia con orgullo las pocas veces que bajaba al pueblo. El pueblo era su pueblo, su gente su gente su choza y su amor por Macario el muchacho de mal genio, arisco, eran parte de esa atmósfera de árboles ahora secos, huesos de ganado esparcidos sobre la sequía de los campos. Pero la feria del pueblo todavía era alegre y Macario le compró ese brazalete antes de marcharse. Pero, la realidad era que Macario ya no estaba, aunque se movía en su vientre en el hijo de los dos.

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Aquel día, abrió la tranca de la puerta, el trozo de leño se venció mientras un gato zascandil se estiró atravesándose perezoso entre sus piernas. La choza se sintió vacía de Macario, de su amor que de tanto fluir en abrazos, lleno cazuelas, humedeció las cálidas paredes de adobe, se escurrió por las ventanas, se apretujo en la cama y los hizo inmensamente felices por tanto tiempo. Macario no iba abandonar para siempre esa choza por un trabajo de limpia mesas en el norte, porque Macario era hermoso y sus músculos estaban preparados para el campo, el campo de ellos, de su pueblo, de la patria. NARRATIVA

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El chubasquero de paja que ellos mismos construyeron para defenderse de la inclemencia del tiempo, protegerse contra las habladurías de los vecinos cuando escuchaban a Macario toser, y del verano que se ensañaba recalcitrante con olor a tierras secas. Penetró la pequeña habitación. El catre todavía destilaba el recuerdo de las promesas nupciales. Por primera vez sintió miedo de un posible destierro al país donde Macario se había ido, miedo del abandono en una esquina con su hijo en los brazos y la indiferencia de los transeúntes aunque Macario le contaba historias del país donde nadie se muere de hambre. Ella no, no se iría, no estaba en su sangre abandonar su pueblo. Su madre traería una Comadrona y las tres se embelesarían con el chamaco que ahora jugueteaba en su vientre resbalando como un pececillo de un lado a otro y claro, hasta nombre de Macario. Mientras iba humedeciendo espolvoreando el piso de tierra con agua para no levantar una polvareda, se alegró de que nadie como ella sería capaz de amar con ese ahínco que amó a Macario, y que la esperanza le había calado los huesos. Se recostó sobre el petate en el que hicieron el amor tantas veces, se palpó el vientre y acaricio el salto de la criatura. Se imaginó sola y luchando con dignidad nunca esclava de otro país que no quería ni siquiera imaginarlo por haber despertado los sueños de Macario.

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Sacudió los ponchos y notó que empezaban a oler a brazas apagadas. Salió corriendo y atravesó el pequeño callejón de piedras que ellos mismos habían colocado una por una, recogió la ropa del tendero y se regresó corriendo. Un miedo extraño la arrebató como si un demonio empezara a poseerla. Regresó a la choza a rescatar lo que ella aun sin saberlo estaba perdiendo. Se rebeló y con el ánimo que le quedaba trató de refugiarse en el recuerdo comprender que el viaje de Macario fue forzoso, que los esqueletos de los animales muertos en la sequía, eran verdaderos, que realmente los pastizales estaban secos, no había nada para comer y la tos de Macario votaba sangre. Se acostó en el catre, se tocó el vientre, amó al hijo de sufidelidad, no tuvo el mínimo deseo de apagar la veladora que jugaba chisporroteando en los ponchos. Miró hacia abajo, allí estaban los huaraches de Macario llenos de tierra, el morral sudado, la piel de tierra, su mirada negra, seca, luminosa sólo cuando la miraba. Acaricióel brazalete de quinqué que se deshizo en su delgada muñeca y chorreo en su pelvis dormida. El dulce cautiverio de ese sueño ardía para siempre despojándola de la realidad, Ahora, iba a emprender el vuelo que les daría a ella y a sus hijo alas para alcanzar a Macario.

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ANALY BEHAMONDE ORTIZ CHILE Mujer isleña y profesora de Educación Básica. Afirma que le gusta escribir sobre sus islas de Chiloé y el lugar donde creció, Tenaún; que una y otra vez la hacen naufragar y navegar en archipiélago de palabras, para recrear bosques y viajes ancestrales. Sus poemas han sido publicados En las antologías: «Travesías de Agualuna» (2008); «2° Encuentro de poetisas de Chiloé» (2010) y «3° Encuentro de poetisas de Chiloé»(2012). También en las revistas literarias QUETROazul: «Alzan vuelo desde Chiloé» (2007) y «Domo insulando el quinto cielo», (20082009). Ha participado en recitales como «Arcoíris de poesía de Puerto Montt», «Día internacional de la mujer», «Feria del libro de Castro», «I Encuentro Internacional de Escritores el Rodezno». En el 2010, crea el Concurso de Poesía Aniversario Escuela Aytue, «Desde otra ventana», que se realiza todos los años en el mes de junio. Autora de obras dramáticas para mejorar la convivencia escolar entre los estudiantes, como «¡Y por qué no te pones en mis zapatos!»; «Se nos olvidó jugar» y el monólogo «Mi reflejo en el ciberespacio». En el 2018, publica poemario «De isla grande MUJER», sobre la dimensionalidad emocional y cultural de la mujer isleña. FOTOGRAFÍA

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SIN LÁGRIMAS, ENTRE DOS AGUAS.

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la María nunca la vi llorar... Se las había llevado la infancia en muñeca de trapo, donde albergaba pañuelos para hacer volantines que la eleven a Chaulinec, aunque sus tíos, le contaron que los brujos, habían matado a sus padres. Pero para ella, era mejor. Este puerto sólo anidaba maltrato de huérfanos. ¡Sí, la isla era mejor! La María, arremangó ausencia en tinta de pescado y despuntó lunas para encontrar al hijo. Lo veía sentado al costado de su silencio y brotaba la vida para volver a trabajar en Feria Echaurren. La María, de raíz mujer, vistió de hombre para afrontar los vientos de Caleta el Membrillo y arisco cariño fileteando pescadas... La María se alejó de abrazos y se fue tras las gaviotas de Yutuy. Allá, todo es paraíso... Sólo espera al hijo que no encontró en las torpederas, bañadas en desarraigo. Hoy, yergue su alma en el último aliento. NARRATIVA

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ABRAZO DE

CENIZA.

as cenizas llegaron de prisa, envolvieron la tierra de los ancestros y comenzó a germinar la magia de las machis, porque todo en el sur se renovó en un silbido del viento. Las abejas volaron con fuerza entre las flores de ulmo, sus alas reposaron con sólo sacudir las pavesas del volcán Calbuco, y sus enemigas las chaquetas amarillas, se alejaron de los bosques isleños. Así comenzó, este renacer de ave endémica entre pantanos de berros, pangues y vertientes de agua dulce. Esa noche la gran machi, sostuvo las raíces de su pueblo y en las tres colinas florecieron tepúes, robles y ciruelillos. La luna se reflejó en la marejada y los lugareños sostuvieron el frio, entre arenas que acariciaban los dedos. Porque la Huenchula había emergido de las aguas, para terminar con tanta estupidez que se hablaba de su linaje. Ella, develó el poder de los orígenes y sopló los miedos, urdidos en las ciudades cementadas por redes tecnológicas y consumismo. Esta vez la neblina traía luz de esperanza, de crecer entre la madre naturaleza, de envolvernos entre el sonido del kultrún, la tierra de la serpiente, la lluvia de la Pincoya, el fuego de la estufa a leña y el viento del chucao. Ahora, volveríamos a planear como las aves, contar las estrellas de la mar, jugar a los gatos en agosto y visitar en año nuevo al que ya partió. ¡Ahora sí! Podríamos recordar cómo hablar de absurdos, demostrar que los océanos son dulces y tocar con las puntas de los dedos la esperanza.

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EL ÁLAMO DE MI VENTANA.

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iré desde la ventana de dos hojas, el océano.

A lo lejos fiordos con gaviotas desnudas, patos silvestres y cisnes de cuello negro; que ya habían vuelto, salpicados por la corriente. Así es la vida en la isla -pensé- Mientras me detenía en el álamo frente al ventanal, que hace pocos días estaba de diferentes amarillos y anaranjados. Así no más es -me repetí- Ayer un vasto arcoíris, hoy todo estaba gris con tanto temporal de Nortazo. Cómo cambia todo, cada instante. Cómo cambia la mar, se forman corriente, giro y contragiro. Cómo pasa el tiempo, en esta cama todo me detiene y el álamo de mi ventana, ya tiene brotes. ¡Una pareja de zorzales, llegó a sus ramas! ¡Cómo cantan!. Así podría pasar todos los días, toda la vida; pero este domingo el álamo de mi ventana, no brotó. Afuera un temporal y en mi alma agua silenciosa. Ambos sostienen el ventanal. Ahora el álamo, mirando la noche, volvió a preguntarme cómo medir el tiempo. Este pasa como viento del sureste y deja una sensación de neblina orillando los días. Creí que era sólo yo -le dije- Mientras miraba con asombro mi cabellera blanca. NARRATIVA

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DESATANDO NUDOS Para que todas las generaciones sean liberadas de los malos presagios que traen los secretos. Convivan en armonía y con verdad en sus cimientos. Analy Bahamonde Ortiz ISLAsur, Invierno 2014

«La familia es un árbol mágico en el interior de cada Uno. Ese alguien es la luz. Si tomamos consciencia, todo el árbol se purifica». (Alejandro Jodorowski)

a era tiempo que el secreto albergado en su corazón saliera a cantar las ataduras heredadas. Hace mucho estaba guardado y había traspaso las paredes y quebrantado el amor. El secreto había roto sueño, idilio y creencia, porque en su tiempo la sociedad les obligaba a ocultar por vergüenza al qué dirán y ella por ser mujer fue postergada y humillada por parientes del esposo. Si sus hijos hubieran sabido, la habrían comprendido y protegido, pero el miedo y la inocencia la vistieron en busca de redención, porque nadie la escuchó en los cielos de la isla y el secreto fue ramificando más sufrimiento, desconfianza y delirio. El padre había alojado todo el dolor en sus huesos y no había perdonado la afrenta. Siguió adelante, porque el apellido de la familia no podía ser ofendido, sin entender en ese tiempo que lo más importante era su nuevo hogar. Él, poco a poco enfermó y el secreto se cristalizó en su cuerpo. Hizo miseria la ira, duda y apariencia. Ella, día tras día pagó su manda con sobresfuerzo y trabajo. Una mujer alerce que soportó inviernos de amar-

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gura y dolor, aguantando todo para cuidar el hogar; pero lo callado, seguía ahí, oculto entre cerros e islas y el daño se volvía más evidente. El secreto se había preñado en las entrañas y después de cinco décadas, trajo más heridas. ¡Cuánto dolor puede guardar un secreto! Una de las hijas mayores se enteró al escuchar a unos tíos y reunió a sus hermanas y sobrino mayor, para revelar lo escuchado. En una súplica al océano arrojaron su lamento y decidieron que sólo sus padres debían abrir la caja de pandora. Todo el amor enlazado no cambiaría y por siempre serían hermanos. Aunque el secreto irrumpía como temporal y estaba trisando sus almas. El secreto, estaba obligando a que la verdad de la madre y el padre salga a la luz. Ellos no podían seguir pagando las consecuencias de lo oculto y estaba llegando a sus hijos. El mayor y la menor habían sufrido accidentes extraños e inexplicables. Ambos se habían dañado los brazos, el hombre el derecho y la mujer el izquierdo. El bien y el mal exigían armonía, la femineidad y lo masculino deseaban abrazarse, porque el amor tiene el poder de curar y la fe navega los mares. Con todo el padecimiento que trae lo guardado, ambos padres nuevamente aparejaron las redes del amor y brillaron en el arcoíris de la esperanza. Era necesario romper el silencio, para que no dañe las nuevas generaciones. ¡SÍ! Ya era tiempo que junto a los hijos, nietos y bisnietos puedan recorrer con alegría la tierra de sus ancestros.

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LA MESITA DE ESTAR. a Berta limpiaba sus anteojos a través de las fotografías en blanco y negro, mientras viajaba a los trigales donde ese verano un joven fotógrafo, la retrató entre los campos de su abuelo. Él venía de la gran ciudad y le susurraba entre el viento del suroeste que deseaba encerrar en sus fotos, el lazo de esencia que la conectaba con la naturaleza y la hacía ser lluvia, sol, tierra y viento. Ella acostumbraba a caminar entre hojas secas trituradas al despertar el alba. Le encantaba sentir, el olor a tierra mojada de nalcas y avellanas. Así fue como aquella muchacha abrió una puerta virtual que reunía características de mujer sureña con perfumes de tierra y una fisonomía de tez morena, pómulos sobresalientes y ojos grandes; donde se reflejaba el azul y verde de la isla. La Berta hace mucho tiempo había dejado las cicatrices en un espejo, pero una gota de sangre quedó en su dedo índice. No supo como sucedió aquello, él apareció un día de neblina costera por los cerros de la angostura; en el pueblo contaban que era relegado, por ser fotógrafo de un diario comunista. Le pregunto a su abuelo, qué es eso. Le contó que desde 1976 muchas personas estaban siendo víctimas de desarraigo forzado durante la dictadura en el país y que la relegación era una forma de castigar a los que se oponían al gobierno militar. Mientras se escuchaba en la vieja radio a pila que eran unos «revoltosos» que sólo tenían «lo puesto» y por eso eran enviados a lugares apartados del país donde «no volaban ni las moscas». El anciano se echó a reír, le palmeo la cabeza y dijo: - Son como nosotros hijita, son como nosotros. Es que acá, pueden volar moscardones y aves con lluvia o temporal. Así transcurrieron los meses, mientras corrían y giraban al igual que las hojas de otoño, pero un día sus rodillas retumbaron la tierra. Él debía regresar, su madre fallecía.

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La Berta no alcanzo a saber, ni a decirle nada. Entre tejuelas, alimento el asombro de ese nuevo ser, que salpicaba su esencia. Se cobijó bajo el tingle de la casa vieja, en la misma viga de ciprés donde habían tallado sus nombres, para sostenerse y hacer con sus manos un cerco de mar. Ahora nadaba a fondo en busca de una estrella de mar, que espante la nostalgia; pero ese despertar después de la siesta fue diferente. El sol de la tarde traspasaba el cristal con toda su fuerza, le mostraba que en el océano había huellas de un vapor y las olas trajeron la arena a sus pies. Se levantó aspirando lentamente el olor a briza marina. Con paso lento, miraba los retratos de la sala y en sus ojos, florecían patas de gallo, en una mirada que se alejaba con los navíos hacia el noreste. Dejó la foto de su hijo y su nieta en la mesita de salió como era costumbre por las tardes a revivir su jardín. Los crisantemos eran las flores predominantes entre arbustos de chilcones, donde revoloteaban picaflores, yiqui- yiqui, chercán y pitíos. Recordó las palabras de su abuelo y dijo bajito: ¡Son como nosotros! ¡Aquí todos podemos volar! Ella tenía un aguantarse, atorado en el tiempo del alma. Él llego a la deriva, como un arrecife que bañó su desolación. Su regreso desmembró todo a su paso, un torrente hizo tira el silencio, armado en un tiempo que todo era abandono. Aquel hombre al entrar a su casa, sintió un relámpago en el cuerpo que los llevó a los trigales, ya maduros por el sol, mientras sostenía en sus manos el portarretrato de la mesita de estar.

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CON OJOS PERDIDOS EN LA MAR. Tomaron su bote en cuarto de luna, las olas mecieron sus sueños No dijeron a tiempo lo no dicho en la calma del viento…… y ahora clavan hielos en su espalda. (Víspera de San Pedro, 28 de junio de 1953)

umando una pipa, resonaba el tiempo que era marino, recordaba que a los ocho años fue subido a un bote para navegar los mares chilotes, a esa misma edad comenzó a fumar para sostener el frio. Mientras sacaba más tabaco de bolsa, resonaba el tiempo que era marino de tierra, pescaba con corrales de piedras y barras, luego chapoteaba en el agua, porque no sabía nadar. A sus dieciséis años salió a buscar a su hermano y cuñado que no llegaban de la mar. Era cuarto de luna, no se movió la marea y la corriente se deshacía en ahogos. Repetía una y otra vez, en noche de cauquiles no se puede pescar, los róbalos avistan la red. Le contaron unos ancianos que esa noche el temporal los llevo a Calen, allí vieron que la vela se les soltó. El viento y la lluvia le daba con todo en la mirada, no había espacio para llantos... tenía que encontrarlos. Un viejo del pueblo le dijo que navegue directo a Línlín. El nortazo le empapó los recuerdos y añoraba el día que su hermano volvió para estar un fin de semana con la familia. El domingo regresaba al servicio militar por lo que habían aprovechado de jugar al truco y acordaron festejar en la fiesta de San Pedro, luego de la procesión con la misma chalupa que salieron esa mañana.

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A puro foque, fue robando olas al camino. En Línlín, los encontró amarrados al bote, uno en la popa y el otro en la proa. Sus ropas orillando la playa silenciaban abrigo y en sus vientres las rocas, guardaron gritos al amanecer. No los quiso mirar…debía regresar rápido para hacer las ataúdes y llevar los cuerpos a Achao para la autopsia. De alguna manera camino hasta la punta, el dolor le arrancaba pasos, miedo, abrazos y con la ropa de su hermano hizo señas a la lancha que venía desde su pueblo. Seguía la travesía, igual se lanzaron para cruzar esa mar tempestuosa. Fueron rondando hasta punta Puchen y en el entretanto pensaba en sus sobrinos, su hermana, su madre. Las partidas clavan aliento en vela marina; una *chimpola lo empujó con toda a popa, el tomarse de la soga lo salvo de caer. Luego vino una calma incierta, las velas apuntaron derecho hasta Tenaún. Allá, la gente estaba en cardúmenes ¡Era sorprendente toda la calle de lumbreras! Pensaba, si tocara mi acordeón a botones, Malelo y Aparicio zapatearían cueca chilota, al son de la risa de sus pequeños, pero sólo sintió su respiración ahogada en lágrimas de madre. *chimpola: ráfaga de viento. NARRATIVA

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ROBERTO BIANCHI URUGUAY Poeta, narrador,editor, nacido en Montevideo el 30 de marzo de 1940. Como poeta dio recitales en casi toda Latinoamérica. Entre otras realiza su ponencia: El promotor cultural, papel del agente de cultura en Quito, Ecuador 23 de enero de 2014 invitado por la UTE (UniversidadTecnológica Equinoccial) y la reitera en Palmira, Colombia, en el Festival de Arte, junio 2015. Premio Cuento «20 aniversario de AUDA», 2004, con jurado de la Casa de los Escritores del Uruguay. Mención especial Poesía, Concurso literario Historias y poemas del mar, 19862006, con su poema Acaso el mar, Liga Marítima Uruguaya; Tercera mención en el Concurso Internacional de poesía De las dos orillas, con su poema Las uvas rodaron como gemas, Montevideo, 2007; menciones especiales en los concursos El mundo lleva Alas, I, II, y IV - Editorial Voces de Hoy, Miami, EEUU, 2009, 2010, 2012, y en el Concurso Club de Leones de El Pinar, 2015. Seleccionado para I Concurso Mundial de Ecopoesía 2010, (Unión Mundial de Poetas por la Vida). Mención en el Concurso de la revista de poesía Lo que vendrá, con el poema La eternidad del juego del hombre deshabitado. PUBLICACIONES: Novela: Vaivén,2009. Poesía: Los amores son arcos formidables (1998), ...y sin embargo abren los jazmines,(2003), En las líneas de la mano, 2004, Quito, Ecuador.Trilogía Poética, Ediciones Atenas,Barcelona,2005. HUELLAS/MARCAS, poesía esp=port., Ecuador; Gestual de Dominio, (ilustrado Fernando Barreto, aBrace, 2009). FRONTERAS, (ilustrado por Fernaasndo Barreto, Brasil, 2011), ríos de cabezas, selección de Miladis Hernández Acosta, Guantánamo, ilustrada por Ileana Mulet,(SUReditores, UNEAC, Cuba, 2013) y extravagancias, (aBrace 2018) Director del Movimiento Cultural aBrace. 31

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COSTA SILENCIO osta Silencio es un lugar dispuesto a marginar, aunque reciba habitualmente resacas y otros pobres desechos de universo.

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Admite todos sus visitantes porque adquirió a buen precio las innumerables promesas protocolares, siempre presentes, frases circunstanciales y otras muchas versiones de la nada. Hay excepciones. Alguna vez se respira profundo hasta articular en los pulmones los gritos coincidentes. En esas ocasiones Costa Silencio se adentra en memoriales y aniversarios. Entonces algunos recuperan el habla y el eco. Pedro se refugió en ese rincón para reorganizar el organismo. Rodeado de sobrevivientes inválidos. Testigos del agua que desbordó la arena. Casi en penumbras. Pensaba que iba a navegar, que la Costa aunque desmemoriada, lo estaría esperando. En su ausencia la recorría de ojos cerrados, sólo recibiendo en su memoria la señal de la luz, ese reflejo desafiante que sabía muy bien de dónde llegaba. -Todos los días nos sorprende la muerte. hay que burlarse de ella-, nos dijo una tarde mientras el mate daba vueltas y hablábamos de canciones que la mostraban y el trato que le daban algunos, como habitualmente hacen los mexicanos. Recordábamos una cantante cubana que decía: NARRATIVA

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INICIAL DE LA NOVELA PLATEA, DE PRÓXIMA APARICIÓN )


-«Te jodí puta…estoy viva» – y a «el Sabalero», dedicándole un disco. Con ellos, la muerte tenía que tolerar las irreverencias y joderse. Entonces reflexionábamos: -Todos los días nos vacuna con dosis de monóxido de carbono, pulular de aguas servidas, ruidos como fieras. Ensilla el mate cebando con el rescoldo de agua del fondo del termo, tan parsimoniosa, la muerte, en su infecundidad, en su parásita intervención. Aquellos primeros días Pedro demostraba saber algo de todo, para no quedar afuera. Se había olvidado de las calles, pero empezaba a andar las humedades y los atardeceres frescos, como un hurgador bajo la superficie. Comprendió enseguida que en la cara, la Costa conservaba los restos de maquillaje. Nunca le había gustado salir sin afeites. Pero cuando de tardecita volvía a refugiarse de marejadas, esperando a lo mejor la luna de los grillos, aquellos polvos y esos delineados se desdibujaban. Podía tal vez entonces ver los filos, las ojeras, los ojos azules palidecidos. La empezó a recorrer en bicicleta. Andando lento, pero lo suficientemente rápido como para encontrarla. Las caminatas tal vez le ataran demasiado. Le daban pocos tramos de andanza y realidad. La bicicleta le permitía bajar el aire a su altura y respirarlo suave aunque la brisa se acelerara y lograra despertar alguna lágrima sin atenuantes. Realmente la degustaba, como cuando se sueña mucho tiempo un fruto y luego se empieza a abrir, entrega gajos para morder, semillas para ir separando y cáscaras que quedan atrás. 33

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En la Costa la muerte tiene la marca de los peces. Todos los pescadores se arriman en los días calmos. Están en las rocas con sus riles, en la playa con sus redes y hasta alguno de mediomundo o calderín que apunta a los pequeños. Disparan sus nervios y apuestan a crecer el silencio. Por eso en esos días que los peces se amontonan muertos en la orilla, sin más explicación que la de sus restos resecándose al sol, en la Costa se llora y se susurra. Los bares abren las ventanas para que los hombres suspendan sus barajas, y se asomen a contemplar el desfile. Pedro sabía muy bien que iba a encontrar silencio. Había estado entre gente bullanguera de esas razas que danzan y gozan las entrañas y también entre otros que se desprecian mucho más que se hieren. En la Costa el silencio es un himno. La solemnidad de manifiesto. -Sigo pensando que somos un pueblo entristecido- nos decía. ¿Recordaría, o le habrían contado esas explosiones jubilosas que muy de nunca, sucedían en la Costa? Días en que se unían los resortes inconscientes y disparadores de alegría de tantos, para llenarse los balcones y las plazas de gente festejadora y febril, con una motivación profunda. ¿Serían excepcionales esos días? ¿O la necesidad de felicidades que siempre tan esquivas, desbordaban la piel? Poco a poco recorrió las llaves, vivió las aperturas y lo condenaron los candados. Poco a poco como es costumbre en la Costa, donde se deslizan los ómnibus con sus panzas henchidas y se va mirando por una ventanilla que renueva paisajes iguales. NARRATIVA

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Algunos días se despertaba temprano y asomaba a su infancia de arroyito delgado, de fino recoveco de sinuoso curso, apenas delineado y sin contaminar. Encontraba al niño débil sin argumentos, en aquella atmósfera opresiva del cincuenta, sin despertadores de obediencia. Nadie iba a pensar que otra vez estaría Pedro allí, sobre ese mismo arroyo ahora cautivo de canales, con niños mendigando entre los autos. Nadie entonces habría pensado niños que no fuesen modelados y protegidos en su inocencia. Es posible que luego recordara otros años y otras insinuaciones de la vida, donde se amontonan redes y aparejos. Pescador de orilla, difícilmente embarcado en chalana , a veces sentado en un puente, esos en que se cuelgan las piernas sobre el agua, donde irremediablemente se refleja la silueta de sombrero de paja y caña de pescar pejerreyes. Siempre la geografía de la arena, donde de a poco se subían las calles cortadas por los arenales, adonde los tranvías descansaban preparando un retorno a pie de rieles. Unos tímidos besos casi desprovistos encontraban algún espacio entre juegos, o en las horas distraídas de los recreos, o en los paseos primaverales escapados de las rutinas. Seguramente Pedro entendió que en la Costa, la hora de cantar está vencida. Se la sustituyó por un rumor, tal vez un tarareo. Por eso si alguien canta sorprende, como si saltara una flor desde las piedras. Desde las rocas grises de la orilla. Son paralelamente los problemas de la memoria. La natural y perdurable debilidad, con que alguna vez resolvió ciertos difíciles y tristes hechos, otorgando perdones como olvidos. 35

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- Las mayorías no recuerdan -decía convencido- están empantanadas en el tejido que las inmoviliza. Se mueven en bandadas a favor del viento. Vemos esas mayorías hamacándose en los vaivenes que genera la vida de todos los días. ¿Quién les dirá que se vacían? ¿Quién puede levantar estandartes donde se apostó al silencio? Durante un tiempo esperó un milagro. Si bien era una apuesta solamente, si bien muchas veces lo rompía la fortuna y empezaban a sonar campanas y bocinas al viento. Si bien todos los días se esperaban temporales que casi siempre se traducían en brisas leves. Si bien Pedro respondía y señalaba sus proyectos de aurora, su condición de vecino reciente, pero nunca extrañado, desde las tiendas cercanas, allí donde suponía que se iban a acordar de la sangre, allí precisamente, se escondieron los perros y las redadas, los golpes se ensañaron con la luz y la desvistieron de alegría. Merodeaba todavía por los alrededores, asombrándose que tantos se engañaran. Sabía que en la Costa se vive de la pesca, que la competencia es mucha, que los grandes pesqueros abarcan los cardúmenes mayores de peces, y cuentan con equipos de conservación y almacenamiento adecuados. Entonces veía cuántos como él perseveraban en sus artes, creyentes de los distintos sentidos de la lucha. Por ejemplo, le sorprendió cierta solidaridad a rajatabla, compartiendo terreno con la cuota diaria de traición y abandono. Le asombró la indiferencia de los responsables y la soltura de cuerpo de los dirigentes, que pueden empaquetar cualquier mentira y jugársela a varias cartas, por las dudas. NARRATIVA

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Nadie puede abandonar la sangre que lo surca. Por eso volvió con sus libros, sus poemas, tantos, las largas esperanzas de ser definitivos. No volvería a escribir con los mismos vocablos, con la furiosa letra deletreada, acaso heroica, posiblemente desgastada. Pero siempre sería mejor usar la propia tinta, la que se recoge del barro, o se llora en la noche, en la raíz del sueño, en la madrugada de la duda, en la infalible rendición con que termina la vigilia, con la seguridad de no ser en vano. - Quiero tener un jardín –dijo también-, no importa si es pequeño. A lo mejor una hilerita de alegrías, algunos pensamientos, violetas guarecidas y aquel rosal que puso mi madre con dedos pequeños, para después recoger rositas minúsculas, rosadas y olorosas. Un día se calló. Lo buscamos por la Costa escuchando el llamado del frío, ese que viene viento y se cuela con silbidos. Viento del sur dispuesto a cortar sueños, a violentar los estratégicos muros ciegos. Pensábamos que no iría jamás a renunciar voluntariamente a persistir en sus intentos de recuperar la memoria. Encontramos allí su caña de pescar, una valijita con anzuelos, el reloj siempre a punto de morirse, una pequeña tabla y un cuchillo. Nada más, salvo los peces amontonados, muertos en la orilla, sin más explicación que la de sus restos resecándose al sol. 37

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A lo mejor, un pez sobreviviente que habrá decidido acompañarlo lo llevará en sus escamas como un reaseguro, sin solemnidad, sin despedidas. Estarán seguramente retratando palabras escapadas en los riscos, sobre las olas, o entre las algas desnudas.

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ADELAIDA FONTANINI URUGUAY

Poeta, escritora, autora, compositora (socia AGADU), profesora de música. Nació en el Radiofaro de Cabo Polonio (Departamento de Rocha) Ha publicado sus vivencias en el Faro, en la revista literaria Punto de Encuentro. Su primer libro, Synthesis 2000, Laberinto musical. Dirige el Conservatorio Fontanini. Ha recibido premios de cuento y poesía en Uruguay y N.York. Expuso cuadros al óleo y trabajos de pirograbado en la Biblioteca Nacional y en el Atrio Municipal. Participó en las obras aBrace Entresiglos II, Círculo de poesía 3 y Letras en Movimiento aBrace y posterores obras de esta Editorial. Entre variados espectáculos participó en Tangomía, con Pedro Recciutti, Gabriela Morgare (canto) y Gabriel Federico (guitarra), Ateneo de Montevideo. Participa en Encuentros literarios nacionales e internacionales, donde ilustra con su actuación artística, siendo especial invitada en Chile 2005 y los Encuentros del Movimiento cultural aBrace. adelafonta@adinet.com.uy

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AUSENCIAS as doce campanadas de la catedral, anuncian el medio día. El aroma del café, se mezcla con el murmullo incesante de las personas, que ingresan al local. Julio siempre tan atento y Manolo allá en la barra sonriente. Juan Carlos, observa lo que sucede en el local. Hoy estoy sólo. El canario me avisó que no venía, Marosa, nunca se sabe. Delgado llega un poco más tarde No estoy seguro de lo que quiero hacer. El café ya está sobre la mesa, cuando doblo la esquina, Julio se apura a servirlo porque le gusta sorprenderme. Son muchos años, la misma rutina de los sábados, que se asemejan un poco a las reuniones familiares, pero a diferencia de éstas, el silencio es el color de las miradas. En algunas mesas, el humo del cigarrillo, las anécdotas de la semana, son la fuente de inspiración. Llega Oscar con el bandoneón. Poco a poco el boliche, se llena de parroquianos. Entra Benedetti, cabizbajo con su cuaderno de apuntes ciudadanos. ¡Qué hombre tan fanático! Me mira se sienta y comienza a escribir. Él dice que atrapa en la memoria las actitudes de la gente, el bullicio del asfalto, los obreros corriendo detrás de los ómnibus, ansiosos por llegar al descanso del fin de semana…el empleado público, tan cuestionado. La ciudad vieja es misterio, desolación dominguera, por eso el sábado se apura a vivir los últimos minutos que lo acercan a las doce campanadas. Un trueno lejano, quiebra la paz de los que entran para olvidar, que allí en la calle, habita todo lo que quieren ignorar. El boliche es el túnel donde los recuerdos quedan atrapa-

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dos en las alcantarillas. Todo es gris, las personas, los instrumentos, los pensamientos, todo es gris, hasta que Benedetti comienza a liberarlos. Las costumbres, ideas y soledades de los parroquianos que sólo escuchan los lamentos del bandoneón y no hacen preguntas, porque no importa quienes son. La vida es sensaciones…libertad…es ese lugar donde se rompen los esquemas. Onetti quizás hoy no venga, prefiere el Metro, o Libertad. Marosa aparece de la nada, es etérea como el color de su cabello...no saluda…no es necesario. Campodónico se sienta junto a Mario Delgado. Fressia y Penco ya están instalados en el lugar de siempre , junto a la ventana. En la mesa contigua las voces de Methol Ferré, Real de Azúa y Reyes Abadie se destacan por lo acalorado de la discusión. Desde otra mesa, Frugoni los escucha sonriente. Cabrerita observa con atención a la gente, seguro que los colores danzan en su mente creativa. La lluvia golpea los cristales. Poco a poco, se va borrando la vida que transita por la plaza. El humo y el sonido triste del bandoneón, se esfuman lentamente, esperando tal vez, que ese momento compartido, se detenga para siempre. Los focos de la calle, se asoman tímidamente mezclados con las gotas de lluvia, para compartir el momento de los encuentros. Las luces se encienden, quebrando la magia del bandoneón que deja de sollozar. La luz débil, amarillenta, ilumina a los clientes nuevos, que comienzan a entrar, inundando el local de risas y juventud. Terminado su turno, el gris se escapa por la rendija entreabierta de la puerta. La lluvia, comienza a caer sobre los vidrios, opacos de humo. 41

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La señal me llega a través del barullo, de voces desconocidas. Miro los rostros con ansiedad, buscando otros rostros. Me levanto…me dirijo hasta la puerta…me cuesta empujar hacia afuera…las sombras del atardecer dibujan rosados, el azul del mar se va apagando lentamente. En mis ojos, la luz. En mi alma, la nostalgia, llora recuerdos. Miro hacia atrás. Entre nubes se alejan ellos…Onetti...Marosa…Oscar…Julio…Mario… Sobre el muro escribo sus nombres.

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esde la vereda de enfrente la casa se veía bastante bien. Sergio dudó antes de cruzar la calle. De estatura regular, cutis cetrino, ojos negros expresivos, atraía a las mujeres por su encanto y simpatía. Se sabía admirado y las conquistas que le daban placer lo llevaron a la ruina Las dudas surgían por el precio y las facilidades que daban los dueños para el pago. Decidido cruzó. El contacto con la pequeña mano de bronce que colgaba de la puerta de roble, lo hizo estremecer. ¿ Cuántas manos la habrán hecho vibrar?. Pensó; tal vez no existan historias, ni tragedias, ni alegrías. La puerta se abrió silenciosamente, una sonrisa lo recibió —A delante, lo estaba esperando. Un pequeño pasillo -a la izquierda el baño- y la cocina a la derecha una especie de estar o terraza como si no perteneciera a la estructura general de la casa vieja. Sabe que a Marta no le va a gustar que el baño y la cocina estén juntos -no pueden ser exquisitos- se tendrá que adaptar a las circunstancias económicas que los están llevando a cambiar de vida y de costumbres. Siguiendo el angosto pasillo dos habitaciones grandes y dos pequeñas. En una podría instalar su escritorio -en la última así nadie lo molestaría. En las otras ya verían. . Sofía quiere mudarse con ellos no soporta más a su pareja que la acosa por celos infundados.

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El hombre sonríe mientras le comenta sus indecisiones. Disculpe es que hablo sólo es mi costumbre en casa nadie me escucha.-pero no tema no está perdiendo el tiempo la decisión es mía solamente mía. ¿El precio es el mismo?¿ Y las facilidades? Le preguntó mostrándole el diario. - Sí y los muebles se los dejo también.-contestó. ¿Los muebles?; no se había fijado en ellos. Se dio cuenta que el hombre adulto hacía juego con el mobiliario. Lo vio envejecido con arrugas profundas ; las manos le temblaban y su cuerpo encorvado le dificultaba caminar. Se vio a si mismo. Como en pocos años quedaría así, sólo viejo enfermo, las habitaciones vacías, sin risas y sin llantos. La tarde caía sobre el jardín cubierto de hortensias. Poca luz se filtraba por las ventanas pequeñas y con rejas. El hombre lo observaba. Un golpe atrajo su atención miró hacia las habitaciones del fondo de la casa. Se dio vuelta para comentar algo. Lo buscó inútilmente se dirigió hasta la puerta de entrada intentó abrirla golpeó gritó y sus manos comenzaron a sangrar. Por la calle desierta un anciano caminaba hacia su libertad. La pequeña manita de bronce rodó hacia las hortensias.

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KRÍSTEL GUIRADO VENEZUELA La Villa de San Luis Rey de Cura, Venezuela, 1968. Hija adoptiva de Los Teques, 1990. Poeta, ensayista, narradora, dramaturga y guionista. Su trabajo ha recibido los premios: I Festival de Monólogos «Armando Urbina» 1990; Concurso de Narrativa «Pedro R. Buznego» 1994; II Bienal de Literatura «Augusto Padrón» 1995; Bienal de Literatura «Semana de la Juventud’98"; II Bienal de Literatura Infantil de COFAE 2004; IV Concurso Nacional de Dramaturgia «Gilberto Pinto» 2016. Cuenta con los siguientes libros publicados: Quebrantos (1993), Tacones Lejanos (1995), Las Inútiles Rosas del Tiempo (1996), San Ignacio es un lugar común (1999), Los juguetes más grandes. Homenaje a Pablo Neruda (2006), Tres textos para teatro (2007), Amada Begoña: Antología de voces masculinas (2012), Amapola duerme de día (en prensa). Los relatos que se incluyen en esta antología forman parte de un opúsculo inédito, de textos exprofesamente inconclusos, titulado «El rumor de la hendija»

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JUEVES DE CRUCIFIXIÓN A Rómulo Alvarado, asere mío. Al cantinero de San Francisco de Asís, cuyo nombre no logro recordar.

e asomo a la ventana y en la humedad que espesa el aire viaja el rumor de Guillermo Montezuma; su voz se hace eco en la arquitectura de La Habana, en sus calles. Estoy seguro. Del otro lado del Caribe, mi bisabuelo articula viejos rencores. Sólo los hombres salieron de la vivienda. La noche perfecta les impedía reconocerse en la corta distancia del tropiezo. Apenas escucharon dos o tres gritos que se apagaron en la hondura de la tierra, pero nada vieron entonces. El instinto les aconsejó regresar sobre sus pasos. Cuando llegó la luz, se hizo certeza el presentimiento de la madrugada. Una fractura en el terreno atravesaba la aldea. Cuatro metros fue la medida inicial, pero los dioses quisieron ensancharla a imagen y semejanza de sus fauces. El termómetro en la cocina de mi abuela Alicia alcanza los 34º. En la bodega de Genaro se escucha el pregón de un fuerte cataclismo para el Jueves Santo en horas del mediodía. Pienso en Gerardo y las tantas promesas hechas al Nazareno. Tras cada caída del sol, la grieta aparecía más ancha. Dos caciques, enemigos siempre, acordaron una tregua e intercambiaron su gente de un lado a otro. Al cabo de unos meses la distancia se hizo infranqueable, pero ya la tribu estaba dividida en dos. El odio entre ambas sería heredado, con cuido, por las generaciones futuras. Te recuerdo en el sonido de las piedras que trae la crecida en el caño de la vaquera de Infante, el espíritu de la raza desbordando la ribera del río. Te escucho en las chispas que brama el toro encanta-

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do en la esquina de la Garita y en el resoplar del muladar que pasta en el estero de Los Colorados, sabana de adioses que limita tu cuerpo del mío. No se supo nunca si alguna vez existió tal brecha o si fue un viejo pleito de amor entre nuestros ancestros lo que forjó el cuento en las memorias. Ya no existe la abertura –o por lo menos no la vemos– pero el enojo entre ambos pueblos es el mismo. Pienso en ti, en tu ingle sudorosa, imprudente sobre la fresca humedad del barro: mañana de crucifixión en lo imposible. Te imagino frente a las cincuenta y ocho teclas blancas, haciendo aletear la mariposa presa de tu Brother-110. Intentarás una metáfora que te traiga hasta esta isla, resto de Antártida donde ahora habito ¿Y si respondo a esta urgencia con un viaje inesperado? Ellos, los pocos ancianos que habitan la calle Sucre, mascullan cada Semana Santa la leyenda: «Ante los ojos de todos aparecerá de nuevo la grieta y luego ha de cerrarse, uniendo ambos pueblos, confundiendo uno con otro en la plenitud del abismo». ¡Y heme aquí, de mañanita en La Villa, rumbo a Garabato, vadeando la distancia entre mi hogar y tu terruño, para romper tu abstinencia de Semana Mayor y ver el epicentro de tu continente quebrar la falla del mío! Cuenta la crónica vespertina que, esta mañana, un exilado cruzó el lindero de Las Minas y que no es mentira lo anunciado: La boca de los dioses tiene la medida del deseo.

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EL PRIMER INVIERNO aía la primera lluvia de agosto, la primera después de una larga sequía. Él, que desde su nacimiento no tenía conciencia de lo que sucedía en el techo, se despertó. Tenía sus grandes ojos mirando fijos hacia arriba, como si escuchara con calma el estruendo de las gotas sobre el cinc. El niño no lloro. Mamá, al no sentirlo llorar, continuó su sueño. Yo, como de costumbre, abandoné mi cama para contemplar la lluvia y la anual tragedia que con ella se desata. Al llegar a la sala, ya las hormigas habían comenzado a trasladar sus hijos desde el jardín hasta el hueco que está bajo el mueble roto. Todos los años forman una larga fila y habiéndolos envuelto en cocolisos blancos, transportan una a una sus crías, de hormiga en hormiga, hasta dejarlos caer en el hueco. Más allá, del albañal, salían nadando las cucarachas hasta encontrarse en tierra seca y con segura comida dentro de la basura de la cocina.Lo más divertido es el cielo, con la primera lluvia se llena de aviones: grillos, taras saltamontes, taras palo, mariposas, bachacos culones y las matacaballos de la mata de mango que buscan siempre hacer panal en el cuarto. Me volví de pronto a contemplar de nuevo a las hormigas y las vi huyendo, dispersas, tan dispersas que una alcanzó a picarme. Me acerqué un poco más al hueco para ver qué ocurría y un enorme insecto salía de él. Era una cucaracha de agua; por un momento creí que era una conchúa, pero al ver las tenazas reconocí al inmortal insecto. Como todos los años busqué una piedra y traté de machacarlo, pero no lo logré. El insecto continuó su andar en dirección al cuarto. Sobre la

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cuna del niño caía una gotera. El animal entró al cuarto y comenzó a trepar. El niño no podía moverse, la enrevesada manera de mamá envolverlo en la manta se lo impedían. La cucaracha, con sus largas tenazas, alcanzó la manta que caía sobre la cuna. El niño continuaba con su mirada fija, intentaba ver la avispa que le emponzoñaba la frente; a mamá se le había olvidado poner el mosquitero. Cuando la cucaracha llegó a su destino no le quedaba mucho qué escoger. Las matacaballos ya se habían apoderado de toda la cara, así que se detuvo un momento bajo la gotera y luego fue di-rectamente al cuello y comenzó a inflarse, poco a poco, en silen-cio. Las hormigas habían retomado su tarea y ya habían salvado casi todas las crías. Mi hermanito no lloró en toda la noche, debió ser el estruendo de la lluvia sobre el cinc, seguramente la impresión lo dejó mudo.

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LOS AMANTES -IHace cinco años que conoció a Migdalia. Desde que la vio pudo adivinar que era la mujer más especial que conocía y pensó que debía quedarse en su vida para siempre. Hace cinco años que la sabe fielmente suya. Un pensamiento recurrente siempre es: «no quiero perderla». Ahora Migdalia duerme, sus piernas, cuan largas son, le abrasan la cadera. Su respiración tiene aroma a carencia. El hombre persigue con su mano cada vértebra; al final de la ristra, la deja caer para sentir la presión de sus nalgas en la palma abierta. Migdalia sonríe dormida. Solo entonces, el hombre descubre las marcas en la piel. Hace cinco años conoció a Migdalia. Hace cinco años la hace suya cada tarde. Hace cinco años, pero solo ahora –que ella sonríe en sueños– se detiene a pensar en cuánto lleva cortando su cuerpo. -IILos labios, acostumbrados al gesto del silencio, le dolieron. El ritmo de las palabras, el volumen de la voz eran imperfectos. Desordenada la memoria, se confundieron los rencores en la articulación de sonidos. A todos les dio lástima. A él no le produjo ni siquiera vergüenza, solo recordó que la noche anterior había soñado que ella nadaba desnuda hasta el fondo de Pozo Azul. -IIISu esposo entró al cuarto y la encontró dormida, risueña, co-mo sumergida en un éxtasis y no quiso despertarla. Se sentó a su lado, le tomó la mano y se quedo contemplanNARRATIVA

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do su reciente belleza. Ella venía practicando, con una cierta seriedad, un manual que, supuestamente, enseñaba cómo desarrollar, con una serie de veintisiete ejercicios, la capacidad de provocarse los sueños que uno desea, sentir lo soñado más real y convertir el sueño en una vivencia. Había transcurrido hora y diez minutos y todavía la contemplaba enamorado. Ya habría olvidado, seguramente, la discusión que la noche anterior habían sostenido, luego de una extraña propuesta sugerida por ella, seguida a la grave confesión de su infelicidad. Ahora es distinta. Ahora es más bella, más sonrisa, más feliz. De pronto un suspiro exhala su boca, su mano abandona la de él y él –en el pequeño intento de tocar sus labios– la mueve. Rueda enton-ces en ella una lágrima, como un pétalo que se desprende, y su me-jilla se desliza y cae en la almohada, sin respiración.

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MIENTRAS ESCAMPA enía la barbilla encajada en el tronco, tanto, que como un buitre en reposo, sus hombros rozaban constantemente con sus orejas, perturbándole el silencio. Las piernas largas, exageradamente largas en comparación a la parte superior de su cuerpo. Iba a ser más alto, seguramente esbelto, pero la joroba lo reducía más o menos a mi tamaño. ¿Has visto cómo mueve el viento a los ahorcados ya secos en la soga? Así, sus brazos cansados y decaídos colgaban hasta sus rodillas y se mecían a un ritmo estable. Sus manos eran delicadas, muchísimo más anchas que el ante-brazo, pero de dedos frágiles y delgados, manos de artista, manos que favorecían su trabajo. Los jorobados junto a su lomo, con frecuencia, suelen tener otro defecto físico y este tenía hundida la mejilla derecha. Al verlo, me recordó aquellos juegos crueles en los que comenzábamos a hundir los dedos en la cara de ciertas muñecas desobedientes. Llovía. Tuve tiempo de tomarme dos cafés más, de verlo detenidamen-te y preguntarme cómo pudo haberse aplastado la cara de esa manera. Debió escapárseme en voz alta; alguien a mi lado contestó: «En la calle los niños jugaban al fútbol; la ma-dre, con la inmensa barriga, se asomó al portal y el balón mal dirigido le golpeó el vientre...». El panadero continuó hablando, yo terminé el café de un sorbo, dejé el dinero sobre el mostrador, saqué otro billete, se lo di al pobre mendigo y salí rápido, sin esperar su reacción. Bajo la lluvia, caminando hacia mi casa, y con un cierto estupor, yo continúo pensando en él.

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CASA CON CELADORA (Registro de visitas: Anotaciones al margen) A Aly Pérez, Elías Álvarez y Jesús Blandín, in memoriam. A Pancho Massiani, por las tardes de vino, raptos y trazos. A Wilfredo Carrizales, por sus dibujos.

u casa tiene las dimensiones y las formas del primer la berinto. Una habitación única de cuatro paredes sobre las cuales cuelgan –resguardados por siglos en la memoria de su hogar– pinturas y dibujos de sus amigos. Petra Esther, la celadora de sus tesoros, intenta en vano desenhebrar el mecanismo que opera la perdición en su palacio de Cnosos. Trabados a la amorosidad –que la hizo desear cada imagen hasta ser su dueña– están el tropel de voces y la singularidad de los trazos que acompañan cada obra. Es un ardid sencillo y evidente pero por lo general complicado al entendimiento de los mortales que atraviesan la sala principal. En época de neblina, los consternados acuden a su casa en busca de un aliento que ellos creen encontrar en el aire condensado que rodea el edificio. Antes de dormir, Ariadna suele contarle a Petra Esther cómo los visitantes se pierden al mirar las formas recreadas en los muros. La mayoría son rostros de mujer y mujeres. Un pezón desborda con su rosado ardor el duro negro del marco que retiene a Ivonne adolescente. Es mío, también, el único testimonio visual del hundimiento del templo de Parapara de Ortiz. Una mariposa incendia el alba de mi escalera; me gusta correr el cortinaje al amanecer para que parte de esa luz me devuelva un poco de sus hojas hasta hacerse árbol en mis aposentos. Una caravana de ensoñadores, guiados por Juan Félix Sánchez, cruza La ventana de El Tisure, glaciales de otro tiempo sobre la poltrona que acoge mi descanso y mis lecturas.

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Oscar Wilde se abre paso a través de la madera chamuscada en el intento inútil de alcanzar una silla. Hay una chica que solo quiere divertirse y muestra su lóbulo derecho florear, aluminizar, llorar, vidriar. Yo, en cambio, permanezco borracha frente a mi rostro verdegris reflejado en el azogue, con el codo apoyado sobre la mesa, con mi mano temblorosa tentada por el mango mayo que acompaña mi soledad en el comedor y con ese sombrero inadecuado para el momento de la espera. Una ventisca de pubis se muestra inclemente en la pared central; vulgares y sublimes, enmarcados por contornos mediterráneos, los ángulos rojos se derraman del fabriano hasta revelar en quien mira su liviandad y su impudicia. Se confunde, sí, quien recorre la sala de la casa de labryx, se pierde y se extravía entre sus sombras y sus posesiones. Yo también me traspapelo cuando alcanzo su interior y por casualidad me encuentro con la voz esdrújula que todo lo describe amorosamente. Crece entre nosotros la empatía. Tenemos en común la fruición por lo lúdico, los viajes, la comida exótica, el arte, y todos los lugares ordinarios del buen vivir… También compartimos el placer de observar –en compañía de quienes no toleran verlas– las imágenes eróticas, los dibujos obscenos y las películas de sexo explícito, pero hablamos poco de eso. Hoy es viernes en la semana de su refugio y Petra Esther me ha dicho que el temblor de su cuerpo alcanza los 37.2°. Hoy es viernes y llegó la tarde, pero seguro es otro viernes y otra tarde en la comarca del oriente donde inventaron el laberinto. Hay allí un poeta, un caro amigo suyo, un oscuro narrador que para describir lo entrañable y sus entrañas ha dibujado un ser de ojos amarillos que lo engulle, un Munch y un Goya al unísono. Me ha mostrado la imagen atrapada en el cuento. NARRATIVA

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Al parecer el intangible fantoche dorado –sonriente, reidor, voluble y caprichoso– ha pronunciado secretamente su nombre. Eso me ha dicho ella. Ayer me pidió permiso para escribirle a su amigo. No encontré motivo alguno para negárselo. ¿Es preciso dar más explicaciones, caro mío? ¡Quiero ese dibujo! No he dejado de verme en su deseo. Ya escogí la pared donde voy a colgarlo. El inconveniente es que tendré que emprender un largo viaje para traerlo a casa y Petra Esther dice que debo enfriarme para hacerlo. Estoy ansiosa e ilusionada. Mañana tal vez salga a caminar un poco bajo los sauces que crecen en la vereda. Mientras tanto, toco mis párpados para sentir si baja la temperatura. El doctor me preguntó cuáles son sus dimensiones reales. «No importa» –le dije. «La pared es grande y en un avión cabe un universo». «El marco debe ser negro», pensé. Rojos, grises, amarillos… líneas negras… el corte irregular por el desprendimiento… «Sí, el marco debe ser negro, doctor». No puedo dejar de verlo en mi pantalla. No quiero dejar de imaginarlo en el espacio que le he deparado. Ahora que lo medito, es gracioso y triste el dibujo. Es gracioso y triste preocuparse por las paredes y pensar dónde estarían los amigos sin ellas. Iba a llorar, pero Petra Esther me ha animado, me asegura que el próximo viernes podré ir a buscarlo, si la fiebre cede y la niebla llega sin abatidos ni lloviznas. Hasta entonces, siempre suya, Ariadna.

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EL BOXEADOR as habitaciones de esta casa son pequeñas. En cada una de ellas habita un hombre. Estamos en esta línea para justificar la existencia de uno de esos hombres. El más solitario de todos. El español de los ojos color café como los de ella, la de la habitación contigua. Una mujer estuvo mirando la casa desde la ventanilla de un taxi, madrugada de espabile y desvelo. Hay días en que a uno lo amanecen de amenazas. Paulino dormía desde hace 18 años en una de las habitaciones de la casa de Modesta Zapata. Era de esos inquilinos que no se ven nunca. Salía muy temprano y regresaba entrada la noche. Se sabía de su existencia porque al llegar, antes de dormir, nos despertaba a todos en su empeño por matar las hormigas de la mata de mango que entran hasta el baño en busca de agua. Su cuarto era el único que tenía balcón y baño. La casa estaba recorrida por líneas negras en sus paredes. Hormigas negro patente que trazan en mi memoria el recuerdo del ardor, el olor de venitas dilatadas en el blanco del ojo. Recuerdo la voz gruesa y melódica –cual protagonista dura de film mexicano– de la tía Queka cuando decía: «esta casa parece la de los Buendía». Ahora que ha enloquecido, las paredes están llenas de sentencias de Úrsula con su letra Palmer. En sus primeros tiempos Paulino Uzcudum fue leñador de bosques. En Europa, fue campeón de boxeo de todas las categorías. En América, la suerte lo abandonó y perdió la lucha por el campeonato del mundo. Mi papapa decía que justificar la existencia de un hombre con la palabra es también desmentirlo. Paulino es el único boxeador del mundo que no ha sido aún derribado al tapiz.

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IRMA NÉLIDA JORGE (NELMA) ARGENTINA Victoria, Entre Ríos, Argentina. Profesora de Castellano, Literatura y Latín, otorgado por Instituto Superior del Profesorado San Benito D-93 y Rectora Titular de la Escuela Secundaria N° 12, Hipólito Yrigoyen en Victoria, Entre Ríos. Actualmente se desempeña como Supervisora de Educación Secundaria en Villaguay, Entre Ríos, Argentina. Productora y Conductora del programa radial La Estación, en FM sur, Ibicuy, Entre Rios, (de interés cultural) 2000/04. Participó de encuentros de escritores provinciales, nacionales e internacionales entre los que se destaca la ponencia: La paz en nuestros pueblos, realizada en la inauguración del 17° Encuentro Internacional Literario aBrace, en la Biblioteca Nacional Mariano Moreno en Buenos Aires, el 4 de mayo de 2015. Participación en las Fiestas de la Poesía que anualmente por ley se llevan a cabo en Entre Ríos para promocionar a los autores regionales. La Antología 2010 cuenta con el poema: Reloj. Publicada en plegables y en el libro on line EL CANSANCIO QUE NOS UNE, 2015, de aBrace Editora. Representante del Movimiento Cultural aBrace en Entre Ríos, Argentina. Premio poesía Club Leones de El Pinar, Canelones, Uruguay, en su sexto concurso internacional. Su primer poemario QUIERO VIVIR 100 AÑOS se presentó en La Habana en mayo y en Victoria, Entre Ríos, Argentina, en agosto de 2016. Su libro de narrativa PICHÓN, desde el amor y la memoria, se presentó también en Victoria el 15 de diciembre de 2017. 57

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ESTRELLA na nueva función abría la noche y las expectativas. El aplauso cerraba cada prueba ante la reverencia de los artistas. Todo era un despliegue de risas, luces, voces, algún temor oculto y sorpresas. La humilde carpa lo cobijaba todo. El circo era la forma de vivir la vida cada día. Todo lo proveía el circo, hasta las pasiones más íntimas. Carmen, que había nacido en él, no imaginaba el mundo de un modo distinto, que no fuera desafiar alturas con muestras acrobáticas cada vez más arriesgadas. Desde las torpes piruetas de niña, hasta la casi perfección lograda en los movimientos con su figura de libélula, que hablaba sin palabras con el aire. Carmen se había enamorado. El arte en las alturas tenía un nuevo sentido. Pero no estaba sola y pensar en alguien que no fuera su compañero podía representar una tragedia (en la mente de un posesivo). El amor nació y Carmen no lo sofocaría. Había además que afrontar una ruptura. Y lo hizo. No fue sencillo para nadie. Primero habló con su padre. Esa tarde el amor paternal selló una larga conversación con un abrazo. En el epílogo de la charla su padre le preguntó: - ¿Y Pedro qué hará? - No sé, pero me dijo que se irá, cuando pueda. Luego de un silencio su padre se atreve a decirle: -¿Y Daniel? ¿Y esta situación, como seguirá? -Papá, a Daniel lo amo. No hay más que pensar. Sólo quiero que estés tranquilo- le respondió mientras miraba hacia arriba, contemplaba sus hamacas y cada elemento que era casi parte de su cuerpo en la aventura de vencer la altura hasta el éxtasis y el aplauso.

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Pedro había entrado al circo como acomodador, como auxiliar para todo lo que se necesita antes y después de una función. Era una persona encerrada en sí misma, su única liberación era Carmen o Estrella, tal el nuevo nombre con el que la había rebautizado su padre porque brillaba como tal en ese circo. Pedro se había ganado su confianza y estima. Daniel era una gran acróbata. Un gran vencedor del vértigo. Un excéntrico en el arte de volar, de lanzarse desde lo alto, pero era un ser sensible. Estrella sin proponérselo lo había conquistado. La vida estaba cambiando para ambos. Eran felices. La relación entre Pedro y Estrella se había convertido en una relación de extraños. Quizá ninguno de los dos toleraba la idea de encontrarse. El silencio era como un látigo con el que se domaba a las fieras. El silencio se había tornado molesto y sospechoso. Un abrazo fue motivo de furia un día cualquiera. Pedro entra de manera repentina a la trastienda y los ve. Se violenta y Daniel se defiende ante la casi desesperación de Estrella. -¡Por favor! ¡Basta! Andate Pedro. De aquí y de mi vida. ¡Andate! Quizá mientras Pedro se quitaba una gota de sangre de su boca respiró la determinación. Llegó el momento de una nueva función. Sería una noche trascendente. Las entradas se habían agotado. El ánimo del padre era casi exultante. Pedro le había confiado que se iría. No sabía adónde pero ya no podía seguir allí. El dueño del circo lo escuchó; tal vez le diera un abrazo y le deseó suerte. Comprendía que era la decisión correcta y experimentó una sensación de alivio, sin embrago había alguna intención que no pudo sospechar ni predecir. 59

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Las luces estarían en todo su esplendor y la adrenalina cabalgando arterias. Pedro tenía listas sus maletas. Antes había preparado el accidente de Estrella. Su partida de allí seria sin despedida pues era una fuga. Las circunstancias, (que no aceptaba), lo habían convertido en un hombre despreciable. Horas estuvo preparando lo que sería la caída estrepitosa de Estrella. Era tal su obsesión que olvidó cuánto la había querido. El último ensayo seria casi luctuoso. Ya no estaba Pedro en la carpa, se había ido sin rumbo y con toda la sed de venganza convenciéndole que su acción criminal era lo que debía ocurrir. Se justificaba a cada paso mientras se perdía entre la gente. Esta vez la libélula sentiría quebradas sus alas. Tuvo tiempo de sonreírle Daniel antes de lanzarse al vacío, desconociendo que sus herramientas le fallarían y que la alfombra la recibiría para el desmayo. Daniel gritó de un modo desesperado. Acudieron en llanto él y el padre. Todo lo demás fue angustia y ulular de sirenas. El circo reinauguró sus funciones después de muchas noches de oscuridad y de un silencio que los aturdía. Estrella no se había vencido. Se había propuesto fortalecer el fulgor de lo que fue su vida. No se permitía desalentar ni a su padre ni a su hombre. El aplauso cerrado motivaba a Daniel. Estrella también aplaudía y lo miraba con amor desde su lugar de privilegio, pues les eran dedicadas todas las acrobacias. Todo era ovación. Ella no evitó que una lágrima surcara el maquillaje mientras con un leve movimiento acomodaba las ruedas de su silla. NARRATIVA

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MARIBEL LACAVE LAS PALMAS DE GRAN CANARIA Nací en las Islas Canarias, aunque pasé parte de mi vida en el desierto del Sahara donde me convertí para siempre en nómada. Soy Graduada Social, con estudios de Derecho, especializada en Sindicalismo; trabajé durante muchos años en ese campo y he formado parte de la dirección de varias organizaciones dea solidaridad internacional. Desde 1998 resido en la isla de Quinchao, en el archipiélago de Chiloé (Chile), donde presido una agrupación cultural e imparto talleres literarios. He publicado ocho libros de poesía, tres de cuentos (en coautoría con Constantino Contreras), tres infantiles y dos de ensayos, y algunos de mis poemas han sido musicalizados por diversos cantautores.

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EL

LA AURORA

RAPTO DE

I l viejo Arístides Chacón permanecía silencioso mien tras era interrogado por los gendarmes. Tan sólo el temblor que de vez en cuando cruzaba por su sonrisa, daba indicios de que estaba escuchando atentamente.

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- ¡Por última vez!, -le increpó impaciente el sargento Morales, saliéndose ya de sus casillas -¿Quién te pagó para hacer este «trabajito»? ¡Suelta, de una vez, la historia! Pero el viejo Chacón permanecía obstinadamente mudo, con sus pequeños ojos brillando llenos de malicia. Vestido con un raído uniforme de ferroviario que le venía demasiado ancho, parecía una tortuga asomando su cabecita engorrada por el cuello de la enorme chaqueta azul. -¡Será posible! ... Este viejo e’ mierda nos va a hacer pasar la noche en vela... El sargento había empleado ya todas las modernas técnicas de interrogatorio que recién había aprendido en un seminario organizado por la Academia, pero ninguna de ellas le había dado resultado. Se había sentado en una silla elevada frente a él; se había puesto de pie a su lado, a menos de 50 centímetros, y le había obligado bruscamente a mirar hacia arriba; se había desplazado a su alrededor con la pistola en la mano mientras lo interrogaba; junto al cabo Venancio, habían jugado al bueno y al malo; le había ameNARRATIVA

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nazado con la prisión, con emplear la fuerza física, y hasta con el manicomio... pero el viejo seguía tercamente callado, sonriendo con una tranquilidad pasmosa. Entonces al sargento se le ocurrió una idea luminosa: ¡la ducha fría! Con ese cuerpecito noventón y arrugado, el viejo no tardaría en pedir a gritos que lo sacaran del agua helada y confesaría. Levantándose, se plantó ante él y comenzó a desabotonarle la chaqueta. -Bueno, está bien, abuelo, veremos si ahora hablas. Después siguió con la remendada camisa. El viejo se dejaba hacer sin iniciar ademán alguno para detenerle, ni siquiera parecía estar interesado en lo que iba a suceder. El sargento Morales siguió sacándole la ropa. Continuó con la gruesa camiseta de lana de mangas largas. Estaba comenzando a bajarle el cierre del pantalón cuando, inesperadamente, el viejo dio un salto atrás y se oyó una casi inaudible vocecita de grillo: - ¡Maricooones! El sargento Morales, todo rojo, sofocado y olvidado ya de todos sus cursos de reciclaje democrático, le soltó un sonoro bofetón: -¡Viejo chancho! ¡Sucio e’mierda! De pronto, se paró y se quedó pensativo mirando al viejo, que había ido a dar con sus huesos en el suelo. ...Así que el miedo a quedarse en pelotas le había hecho hablar... Con una sonrisa triunfal, el sargento Morales se le acercó y, con una sola mano, lo puso de nuevo en pie. 63

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- Tú eliges, abuelo, o nos cuentas la película, o te sorteamos a ver a quien le tocas de premio en el catre. Los ojos del anciano se abrieron, redondos y gelatinosos. La pérdida de sus pantalones y la directa amenaza del sargento, quebraron su decidida resistencia. Por un instante se vio a sí mismo en el catre, ultrajado, con los largos calzoncillos blancos de franela enrollados en sus tobillos. - Está bueno, ya mismito les voy a contar... Mientras, con la mano extendida y los ancianos ojos suplicantes, pedía la devolución de sus prendas. II El sábado en la mañana, en la estación de Santa Margarita, un reducido grupo de gente aguardaba la llegada del viejo tren de cercanías. Eran aproximadamente las ocho y ya llevaban más de media hora esperando aunque a nadie parecía extrañarle ya que nunca había existido un horario fijo de salida. La vieja máquina, «La Aurora», llevaba más de veinte años haciendo un viaje diario entre Santa Margarita y Los Llanos aunque nunca dos días a la misma hora. En realidad, todo dependía de la cantidad de vino que Cristóbal, el maquinista, hubiera ingerido la noche anterior. Muchos años antes, la Aurora había sido el motor de actividad de los numerosos pueblos que habían ido creciendo a ambos lados de la vía. Hacía entonces un largo recorrido, cargada de mercancías y viajeros, desde la capital hasNARRATIVA

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ta la vecina provincia de Sure. Pero ahora, con la crisis de los transportes ferroviarios, se podían contar con los dedos de una mano los trenes que continuaban en servicio. Justo ese sábado, la Aurora hacía su último viaje entre los dos pueblos. La nueva empresa había decidido suspender el servicio por falta de rentabilidad y, a partir de ese día, los vecinos se verían obligados a viajar en los viejos buses de Rodomiro Almeida. Cuando un poco después de las once llegó La Aurora pitando quejumbrosa, los viajeros subieron con sus atados y se acomodaron en los mugrientos asientos. No habían transcurrido ni diez minutos cuando Cristóbal, el maquinista, vio entrar a un encapuchado que le apuntaba con un arma a la cabeza y le ordenaba que siguiera adelante sin parar en ninguna de las estaciones previstas. Aún algo mareado por la resaca del tinto, al principio no pudo reaccionar; pero una nueva caricia de pistola en el cuello, lo despertó completamente, asegurando presuroso que estaba dispuesto a obedecer las órdenes y llevar la máquina hasta la frontera. Lejos de allí, en la capital, la secretaria de don Pelayo Gómez, el gerente español de la Compañía General de Ferrocarriles del Sur, no salía de su asombro. Acababa de recibir un telegrama que, en ese momento, mostraba a su jefe. El mensaje decía así: AURORA SECUESTRADA STOP QUINCE PASAJEROS A BORDO STOP NO CONOCEMOS MOTIVACIONES STOP SE DIRIGE A FRONTERA STOP MANTENDREMOS INFORMADOS STOP 65

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FIRMADO JEFE DE GENDARMERÍA DE LOS LLANOS. Don Pelayo miró a su secretaria aún sin poder digerir la noticia: - Pero, ¡qué coño es esto! ¿Adónde piensan llevar ese montón de chatarra y por qué? Mientras, en los Llanos, se había puesto en movimiento la maquinaria policial. Lo primero que el Sargento Morales había hecho era conseguir una lista de todos los pasajeros. La tenía sobre su mesa y, junto al cabo Venancio, analizaba cada uno de los nombres: - Juana Mairelao. Ésta tiene apellido indio ¿cierto? Pudiera ser, tal vez se trate de una nueva estrategia de las organizaciones indigenistas para que les devuelvan las tierras. -Si, jefe, aquí, Domingo Caullipán, pero a éste lo conozco yo -respondió el cabo Venancio mientras sonreía maliciosamente- Es el capador ¿Sabe usted quién digo? ¿No se acuerda?... Tuvimos que intervenir para que el viejo Don Cosme no lo matara cuando, harto de chicha, le destrozó tres de sus mejores potros. - Sí, ya me acuerdo. Cuando llegamos al fundo este indio e’mierda se había cagado en los pantalones al ver a Don Cosme con el pistolón apuntándole a la cabeza. - Pero ellos dos son los únicos indios de la lista ¿Cree usted que tienen algo que ver con el secuestro, jefe? -Nunca se sabe, Venancio, nunca se sabe. Estos indios NARRATIVA

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aparentan una cosa y luego alborotadores por naturaleza...

son otra; son todos

El sargento se levantó estirándose, con las manos en los riñones. -Habrá que seguir al tren para saber algo más. Llévate varios hombres e infórmame de todo lo que esté pasando allí. Mientras el cabo Venancio salía de la estancia, el sargento volvió a su mesa y siguió leyendo los nombres de los pasajeros. - Catalino Cifuentes... ni puta idea... Amancio Hernández... ¡Ah! éste es el hijo del señor Matías, el que estudia en la Universidad y escribe esos poemas tan raros, seguro que es comunista el cabro. Él también puede estar detrás de todo esto... ¡cha’su madre! Sonó el teléfono y el sargento contestó con desgana: - Aquí Gendarmería ¿Quién habla? Al otro lado del hilo telefónico, un periodista preguntaba detalles del secuestro del tren. El sargento Morales, que odiaba visceralmente a todos los periodistas del planeta, colgó el teléfono sin dar respuesta. Al día siguiente, los dos periódicos de la capital daban la noticia del insólito secuestro de La Aurora; pero mientras «El Eco» señalaba como móvil el rescate pedido a Don 67

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Matías Larrañaga por el secuestro de su hijo, en «La Nación» se hablaba de una conspiración contra los intereses españoles de la Compañía de Ferrocarriles, al parecer dirigida por un miembro del Partido Patriótico Nacional. El sargento Morales leyó con atención ambos artículos mientras se limpiaba la mugre de las uñas con su navaja. Nuevamente acudió a la lista: - Miguel Carrera... ¡La chucha! Con ese nombre, no me extrañaría que fuera el patriota que dice el diario. Levantándose, dio un brusco puñetazo sobre la mesa. ¡Mierda, podría ser cualquiera de ellos! A varios kilómetros de allí, aunque no muchos, pues La Aurora ya no era la máquina joven de antaño, Cristóbal, el maquinista, vació el café de un termo en dos grandes tazas de aluminio. Tendió una de ellas al encapuchado, y cuando éste levantó el borde del pasamontañas para beber, lo reconoció: -¡Carajo, si es Don Arístides! ¿Se puede saber qué bicho le ha picado? ¿Se ha vuelto usted loco? El viejo Arístides Chacón comprendió que era inútil mantener el anonimato y, además, hacía ya tiempo que sentía un insoportable picor en la cara y un ligero ahogo en los pulmones. Sacándose el pasamontañas, contestó: - Eso a ti no se te da ná. Sigue nomás, y callaíto. Cristóbal, perplejo, se mantuvo en silencio. Al cabo de una hora, la máquina se detuvo, de pronto, con gran estréNARRATIVA

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pito. El viejo Arístides cayó al suelo, y desde allí siguió apuntando al maquinista con su pistola. - Tuve que frenar, Don -se disculpaba-. La vía está destrozada. Usted sabe que hace años que no se utiliza. Y ahora ¿qué hacemos? Pero el viejo no tuvo tiempo de contestar. En ese momento irrumpieron en el tren el cabo Venancio y sus hombres y en un abrir y cerrar de ojos, esposaron al secuestrador y lo llevaron al auto.

III El sargento Morales se sentó en su mesa, frente al viejo, y tras un largo y complicado proceso, al fin acertó a colocar las hojas y el papel carbón en la vieja máquina de escribir: - ¿Nombre y apellidos? - Si ya lo sabe usté.... -¡Nombre y apellidos! repitió, gritando, el sargento. -Arístides Chacón Barrientos, pa’servir a Dios y a usté. - ¿Fecha y lugar de nacimiento? - No estoy muy seguro.... Creo que el 14 ó 15 de abril de 1.906, en Los Arrayanes, provincia de Sure. El sargento lo miró casi con pena calibrando cuánto tiempo más le quedaría por vivir. 69

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-¿Profesión? ¿A qué se dedica? Entonces, el viejo levantó los hombros, irguió la cabeza y contestó elevando orgulloso la voz: - ¡Ferroviario! Y tras unos minutos en que pareció haberse perdido en el tiempo, se le volvió a oír, pero esta vez con voz grave y profunda: - ¡Cincuenta! ¡Cincuenta años viajé con La Aurora! No podía dejar que terminara así sus días... en silencio... sin importarle ni un carajo a nadie.

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MERY LARRINUA COLOMBO/CUBANA ESTADOUNIDENSE Poeta y escritora. Graduada de Administración y Finanzas. Madre de dos hijos. Cinco Libros publicados y varias Antologías Nacionales e Internacionales. Participante en Encuentros y Congresos Literarios Internacionales. Libros: 1.- Amor Eterno a través de las Dimensiones: premiada «Mejor Novela Romántica» en International Latino Book Awards, 2013- .2.- 2012 Dos Frentes: Novela Ciencia-Ficciones 3.- Biografía Jacinto Larrinua Ziomarah Larrinua. Biografía de mis padres. 4.Cuentos que pudieran no serlo. Recopilación cuentos 5.Desde mi alma-Poemario Menciones y Premios – Menciones y premios en Poemas y Cuentos y reconocimientos Literarios nacionales e internacionales. Jurado – En concursos de poesía, libros, publicidad, cuentos, nacionales e internacionales. Coordinadora Florida Proyectos (Antologías) Alfred Asis-Chile Reportera Cultural Globatium.es Fundadora y directora de Encuentros Internacionales Literarios Luz del Corazón-ELILUC. Presidente Capitulo Florida de la Academia Norteamericana de Literatura Moderna. Miembro de diferentes Organizaciones literearias mundiales REMES, UHE, SVAI, Poetas del Mundo, Club Literatura Somos, SPE, Inst.Cultura peruana, AIPEH (Orlando) Club Atenea, Tertulias Xio, Arte con Palabras, Creatividad Internacional, Poetica Gredos-España, Club Literatura F. Arguelles, AZ Libris. 71

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…CUANDO CAMBIARON LOS CONCEPTOS… ra una mañana de mayo, el despertador acababa de so nar, miró el reloj, sabía la hora, todos los días la misma hora. Se acomodó debajo de la cobija, quería disfrutar de su calientica cama por 10 minutos más. Elena había crecido felizmente dentro de una familia acomodada de la clase media de la sociedad de los Estados Unidos. A los 28 años contrajo matrimonio con un médico recién graduado, José Fernando Alcalá y después de 5 años, ya contaban con dos hijos, José Manuel y Fernando José. Desde hacia 20 años vivían en el mismo pueblo, un tranquilo pueblo costero al sur del país. José Fernando era el medico del pueblo, ese que todos quieren, respetan, era el médico más joven de la comarca, un hombre noble y dado a hacer el bien al prójimo. Elena se desempeñaba como trabajadora social en las oficinas del gobierno donde asistían las personas más necesitadas del área. Le gustaba su trabajo, había estudiado Sicología y era la rama que más le había atraído. Ambos coincidían en un mismo punto, ayudar. Ring…ring…ya habían pasado los 10 minutos que regalaba cada mañana. Estiró sus músculos y fue al baño, tomó una ducha caliente, tal vez demasiado caliente, casi hasta doler la piel, le gustaba –en unos segundos pasará- pensó. Efectivamente, su piel se adaptó casi de inmediato, disfrutaba sentir correr el agua caliente por su cuerpo, se relajaba, casi meditaba, cerró los ojos sin percatarse del tiempo. Al final, siempre tenía que correr. Preparó el desayuno para sus hijos, que aún en casa, no

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se preparaban para asistir al «college» y a la universidad respectivamente. Para ella, echó café con leche en una taza que se llevó consigo al carro. Era su desayuno. José Fernando estaba de turno, o sea comería en el hospital. Transcurrió aquel día de mayo sin muchos tropiezos, más bien fue un día tranquilo, nada para contar. Llegó la noche y como pocas, todos estaban en casa. Cenarían juntos en la mesa. Elena suspiró -¡le gustaba ver a su familia junta! Se había esmerado en la cocina, se sentía feliz, tenía muchos motivos para dar gracias a la vida, gracias a Dios. Ya sentados se contaron las historias que no se habían contado en días. Todo estaba perfecto. Casi perfecto. De pronto, se sintió un fuerte estruendo que no pudieron identificar. Entrenados, corrieron hacia el sótano. Tenían una buena casa que constaba de dos pisos más el «basement» (sótano), el cual estaba hecho con las especificaciones debidas para un refugio. Para que se entienda, en los lugares donde suelen haber tornados, en muchas de las viviendas, existen estos sótanos de refugios. A continuación un esbozo parecido al refugio de la familia. Contaban con un plan de emergencia, es por esta razón que al oír el ruido todos instintivamente corrieron hacia el sótano. Elena mantenía todo lo necesario para unos días de emergencia. Siempre fue muy precavida. Ya resguardados, se siguieron oyendo extraños estruendos, muy parecido a un bombardeo, pero tan fuertes, que 73

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llegó a molestarles los oídos. ¿Qué estaría pasando? ¿Acaso un ataque nuclear? Se comenzó a sentir un calor severo, de inmediato olor a quemado, el fuego tendría que estar muy cerca. Estaban los cuatro abrazados, pegados cuerpo con cuerpo, buscando y ofreciéndose protección, ayuda, tal vez consuelo, sabían, sin decirlo que algo muy grave estaba aconteciendo allá afuera. La planta de emergencia había comenzado a funcionar, no había comunicación telefónica, ni siquiera a través de los celulares. El instinto de conservación les decía que no debían salir, al menos no ahora, aunque los estruendos habían ido cesando poco a poco. El calor se hacia sofocante. Elena se acordó del tanque de agua que mantenía, fue corriendo hacia él, pero del mismo modo que la piel de su cuerpo ardía y se había tornado roja, así el agua tenia ya una temperatura muy elevada. Abrió la nevera, el frio molesto, la cerró. José Fernando respiró profundo, miró a su esposa y comenzó a calmarse; trató de obtener sosiego no pensando, para que los latidos de su corazón mermaran y así poder ayudar a su familia, lo consiguió en 3 o 4 minutos. - Elena, mis hijos, mírenme, a ver, respiren 10 veces profundamente, exhalen por la boca…uno…dos…tres…10 respiraciones más… Mientras, comenzó a examinar sus cuerpos. Se había detenido el proceso de quemadura, estos le dio cierto alivio ; lo comentó. Minutos después, ya se sentían en mejores condiciones para analizar y comenzar a especular, a tratar de adivinar, a realizar un plan. Decidieron esperar un par de horas antes de tomar alguna decisión sobre cómo, cuándo y quienes saldrían del refugio a investigar. NARRATIVA

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El repentino cambio de temperatura les indicaba por lógica que estaban frente a un acontecimiento desconocido, al menos para ellos y que deberían obrar con mucha cautela. El sótano-refugio constaba de dos accesos, uno hacia la casa y el otro al exterior. José Fernando decidió abrir discretamente la portezuela que daba al exterior. Realmente si se trataba de una o varias bombas atómicas, la casa ya estaría con contaminación radiactiva, así que daba lo mismo cualquier salida. En esos momentos obedeció a sus propios instintos. Alejó a todos de la portezuela, se acercó con mucha expectativa a aquella puerta de hierro, no sin antes sentir el inmenso calor que se desprendía de ella; por suerte, tenía una inmensa manigueta de una sólida madera, que hizo posible su manipulación. Fueron unos momentos muy tensos, aunque nunca se hubieran imaginado que sería recordado como el principio de una terrible pesadilla. Poco a poco la abertura se hacía más grande y mientras esto sucedía, alcanzaron a ver una intensa luz ; nada más lejos que la claridad de un día, ni siguiera se parecía a un atardecer naranja, de esos que tanto habían admirado; la luz que entró por la hendija, era casi roja. Cerró de inmediato; sintió en su cara un fuerte latigazo y en fracciones de segundo se le había formado una franja en el rostro del mismo tamaño que el haz de luz que había penetrado por la hendidura. Era la ausencia total de piel. Sintió dolor, un intenso dolor. Después de los primeros auxilios, ya pasado el peor momento, cuando había aminorado el sufrimiento, todos se miraron; la pregunta era obvia, la pregunta iba de unos ojos a otros, de una mente a otra: ¿Qué hay afuera? Se encontraban frente a un fenómeno que no sabían manejar, sencillamente por ignorar de qué se trataba. 75

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Sintieron sus pensamientos adormecer – primer nuevo reflejo-concepto. Ante un hecho no comprensible por sus cerebros, el pensamiento activo dejó de funcionar. El pensamiento activo gasta energías y sin obtener resultados positivos, la mente decide adormecerse. El cuerpo se alimenta. La mente, para su propio beneficio y el de su cuerpo y ante el vaticinio de un desastre universal, nunca vivido por un ser humano, desarrolló este mecanismo de defensa; era un aislamiento involuntario. Pasado un tiempo determinado, el mismo cerebro comienza a «despertar», llegando a un nivel normal. Y así les sucedió. Después de sentirse completamente alertas mentalmente, dejaron pasar poco más de 72 horas desde el último estallido que oyeron. Esta vez irían por la salida que comunicaba a la casa. Y aunque ya más preparados, recibieron una enorme impresión cuando se dieron cuenta que lo que había sido su hogar ya no existía, era todo escombro, cenizas, rincones aún ardiendo. ¡Oh Dios! Se sentía mucho, mucho calor, dolía la piel. Siguieron caminando en un silencio absoluto, se oían cerca y lejos gritos desconsolados -¡ayuda!- se oían lamentos, llantos… Las casas vecinas en su mayoría, se habían quemado, olía a carne quemada, todos coincidieron de que habían sido objeto de un ataque nuclear, no podría ser otra cosa. Siguieron caminando, y ya exhaustos, decidieron regresar a su refugio, con aquellos gritos dentro de sus cabezas, con ese olor que los perseguiría por mucho tiempo, con la impotencia de no poder hacer algo, con la seguridad que ya estaban contaminados con las radiaciones de la supuesta bomba nuclear. NARRATIVA

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Lo que más les había impresionado además de todo lo mencionado, fue ver aquellas personas con los dedos, orejas, pelo, parte del cuerpo desprendiéndose sin un grito de dolor, sin una queja, y es que no dolía, apenas se daban cuenta que se estaban desintegrando. Parte dos Pasaron varios días en el refugio alimentándose con mínimas porciones. José Fernando como médico, trató de marcar esquemas de acuerdo a las diferentes manifestaciones de síntomas y efectos –se descartaba totalmente las causas- estas eran ignoradas. Se atrevió a hacer dos grandes divisiones según los síntomas: 1.- los que sentían dolor. 2.- los que no tenían dolor y pérdida de partes del cuerpo. La familia Alcalá, se sentía afortunada viendo tanto horror, solamente José Fernando tenía la quemadura en su cara. Hicieron un equipo de trabajo. Elena trabajaría con su hijo mayor, mientras que el menor con su padre. Los primeros se dedicaron a dar consuelo a sus vecinos mas necesitados, al mismo tiempo aprovecharon para hacer ciertas preguntas y lograr una clasificación más real dentro del esquema que su esposo había elaborado, fue así como llegaron al segundo nuevo reflejo-concepto, la gente deseaba sentir dolor, puesto que si sentía dolor, no se le desprenderían cada parte de sus cuerpos. <Paréntesis real: en estos días había recibido más de un artículo, a través de un amigo e internet sobre los benefi77

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cios del agua de mar, entre ellos un informe muy interesante del doctor René Quinton (1897), y sus trabajos sobre las propiedades del agua marina; Quinton decía «el agua de mar tiene las mismas propiedades que la sangre de los vertebrados superiores». Otro no menos interesante aporte seria de Otto Warburg, premio Nobel por la respiración celular 1931, «Donde hay oxígeno y alcalinidad no puede haber ninguna clase de enfermedad ni cáncer».> Los días pasaban y el caos iba creciendo en cada rincón del pueblo, las provisiones comenzaban a agotarse. Tenían que ser más agresivos en las misiones que se habían impuesto y en las decisiones a tomar. En el transcurso y en el camino de todos estos días, habían logrado formar un importante grupo de vecinos capaces y con un mínimo de afecciones. Es cuando de repente José Fernando recuerda todas las informaciones que en su momento no les dio importancia y hasta le habían parecido muchas de ellas sin sentido. -¡Vayamos hacia la playa!- gritó, no sé sin con desesperación o con aliento, nunca lo sabría. Se aventuró a seguir exclamando: -Llevemos envases, contenedores, todos los que podamos; que toda la gente que pueda movilizarse, todos los que sienten dolor, nos sigan; que logren llegar a la orilla; su voz se oía como una suplica. Al cabo de unas horas, eran millas y millas de playa repletas de personas desesperadas. Había que dominar todo aquello, porque de lo contrario, se produciría un caos sin control.

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Al cabo del tercer día, y aunque los má,,s incrédulos se resistían, aquellas heridas, aquellas quemaduras, aquel morir de a poco, fue cediendo, inclusive, en muchos casos, la cura. La noticia se regó como pólvora por lo que se hizo una obligación planear, organizar y ejecutar un plan de control. Los hombres más fuertes y con lo que iban encontrando a su paso, comenzaron a colocar barricadas, formando accesos, con vigilancia para que cada ser humano pudiera tener contacto con el agua de mar. Increíblemente, otra vez, la madre tierra, muchas veces maltratadas por nosotros mismos, sacaba la mano por su hijos, nos daba nuevamente la oportunidad de vida. Era hermoso ver y sentir la nobleza y desinterés de nuestro planeta cual mascota que nos ofrece su cariño después de ser castigada…ahí estaba, dándoles su amor, devolviendo amor por maltrato, ofreciéndoles el saneamiento que sus cuerpos pedía a gritos; ahí estaba cual madre sacrificada y vehemente, dando alimento a sus hijos, protección a sus hijos, amparo a sus hijos. Hasta diría que sonreía, si, aquella playa sonreía, sonreía al verlos bajo su falda, protegidos, ansiosos de su abrazo de su abrigo. -Dice la leyenda que la playa sonrió- volvió la esperanza, la fe renació en cada mirada, en cada corazón. Pasado varios días, comenzaron a llegar caravanas de camiones del ejército con carpas, provisiones, todo lo necesario para la asistencia de auxilio en zonas de catástrofe. Una vez cubiertas las primeras necesidades, comenzaron las labores de ubicación y reconstrucción.

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Informe: A las 20:00 horas del 21 de mayo, varias zonas del planeta, sufrieron una terrible catástrofe. Un fenómeno proveniente del cosmos, grandes bolas de fuego o algo parecido al fuego, se introdujeron en la atmosfera como lluvia sobre la superficie terrestre, provocando la extinción total de muchas poblaciones, considerándose estas más afortunadas que otros lugares donde en silencio y casi sin percatarse se iban desintegrando sus pobladores. En el mejor de todos los casos, un grupo de supervivientes en los distintos continentes, lograron, por su propias condiciones especiales o condiciones que se dieron en el preciso momento de los hechos, sobrevivir, sufriendo muchos de ellos de lesiones desconocidas por los científicos, afecciones que provocaban un intenso dolor pero que después de haber tenido contacto con el océano, fueron desapareciendo. Nota importante y transcendental: A partir de este fenómeno, se producen cambios importantes en la tierra y en sus habitantes. Las enfermedades cambiaron, se erradicaron muchas, se crearon otras, los reflejos y conceptos tuvieron una importante transformación. Léase así para futuros estudios: Nuevos reflejos/conceptos 1.- la entrada inmediata del cuerpo energético en un letargo para su propia carga en respuesta a un factor externo. 2.- el deseo de tener dolor (síntoma de posible recuperación) 3.- el hombre proviene del mar y regresa al mar en una conexión directa.

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NEDY MASCIADRI URUGUAY Estudió Periodismo, Producción radial y televisiva. Cursó Inglés, Portugués e Italiano. Ha realizado Locución comercial, Informativos y conducción de programas radiales. Actualmente es Coordinadora de las radios estatales. Fue Corresponsal de El Sol. Es actriz del grupo A puro teatro. Publicó poemas, obras de teatro y cuentos para niños, así como proyectos educacionales para chicos de 2 a 5 años sobre Ecología y cuidado del medio ambiente. Participó en publicaciones colectivas y bibliotecas barriales. Fue alumna del Rincón Literario en Casa de Cultura a cargo de Graciela Monteverde. Es Presidente de ONG que desarrolla eventos, foros y mesas redondas para la difusión de mejoras en la calidad de vida y el crecimiento personal.

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CLARISA u vida tenía la perfección y el dramatismo de un desier to de hielo. Cada cosa tenía su lugar y estaba siempre allí donde lo iba a buscar. Nada alteraba su gélida rutina de cada jornada. A las seis de la mañana, la ducha la recibía con sus ojeras y su cabello despeinado, el «desabillé» y las pantuflas, para iniciar la actuación de vida del día. El resto de la jornada deambulaba por las innumerables habitaciones silenciosas de aquella enorme casa, ordenando lo ordenado, limpiando lo reluciente, en aquella actitud casi de una autómata. Luego del almuerzo, exiguo e ingerido casi por compromiso, se sumía en su mundo de arcilla, pinceles y alfarería en el «atelier» que daba al jardín. Sus ojos claros y ausentes eran como trozos de mar. Un mar desierto y de aguas profundas y frías, por el que jamás se atrevería a cruzar barco alguno. Su piel, tan blanca y delicada, completaba aquel aspecto de muñeca sin vida del aparador de alguna casa de antigüedades. Sus manos parecían de ángel, largos dedos cartilaginosos y delgados. Toda ella era una creación en ámbar y tonos pastel, una monótona melodía que apenas alguien, alguna vez, había tarareado. En algo distorsionaba aquel paisaje, su negra cabellera que, abundante y plomiza, caía sobre sus hombros en forma generosa y grácil.

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Sólo de vez en cuando rompía su rutina. Cuando la angustia la ahogaba y un sabor amargo le subía desde los huesos, convirtiendo en hiel su propia sangre. Sólo entonces NARRATIVA

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vestía aquel largo vestido crema, su capelina, los zoquetes y sandalias lino y partía hacia la vieja granja. Viajaba un par de horas y luego caminaba por el sendero rodeado de eucaliptos desde la ruta hasta la casa. Allí la recibían la vieja Renata y la pequeña Clarisa. La enorme tana de fuertes brazos y pómulos salientes era una catarata de alegría desbordante. Su fuerte voz abría surcos en la serenidad de la sierra, perfumando el aire con su sonoridad polícroma. Corriendo delante de ella, Clarisa, tan pequeña, impecable y rosada, con las mejillas apenas coloridas y sus cortos pasitos presurosos. -Pronto será de noche, debo marcharme. Y era entonces cuando realmente anochecía para aquellos tres seres. Los eucaliptos dejaban de acariciar el espacio perfumado del patio, la luna se escondía entre oscuras nubes y hasta el aire resultaba más pesado. Siempre era igual. La tensa atmósfera sólo se estremeció aquella noche cuando Clarisa preguntó: «mamita, cuándo vas a volver?»

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BESITOS DE PAPEL iempre vivimos solitos. Tu ternura, con los años, fue ma tando mis fantasmas. Esos que me perseguían desde la muerte de papá. Me acosaban, me atemorizaban, me martirizaban en forma constante. Me recordaban que era una mujer sola, que este es un mundo de hombres, que las cosas iban a ser muy difíciles para nosotros dos. Pero tú, con tu pedacito de vida tan pequeña me fuiste apuntalando. Todavía recuerdo tus manitos gordas acariciando mis mejillas y tu vocesita diciendo: «no llores mamita, yo te cuido». Y entre mimos y juegos fuimos creciendo los dos, aprendiendo a conocernos y a compartir cada instancia de vida. Fue así que te enseñé a dibujar aquellos besitos de papel. Era una forma más de recordarnos cuánto nos queríamos.

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Y se nos hizo una costumbre. Los besitos de papel estuvieron entre las hojas enormes y coloridas de tus primeros libritos de cuentos, en las carpetas del jardín, en los cuadernos de la escuela... Recuerdo cuando Julieta, tu maestra de 5to. te preguntó qué era aquel recorte de papel en tu cuaderno de deberes con una boca dibujada y un «te quiero» chiquitito debajo. Qué lío! Cómo explicarle que era de tu mamá y no de una supuesta noviecita? Siguieron acompañándote durante los años de liceo y aún de facultad. Me ponía orgullosa ver que habías ido institucionalizando los besitos de papel entre tus propios compañeros de trabajo. Me enternecía hasta los huesos ver cómo hombres ya, habían aprendido a respetar aquellos NARRATIVA

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pequeños pedacitos de papel que aparecían en tu billetera, en un bolsillo de la camisa o en una repartición de tu portafolios. Formaban parte de ti. Eran esa partícula mía que te recordaba cuánto te amaba. Y también ellos comenzaron a quererlos. Hoy que la vida nos ha separado y que ha puesto tantos kilómetros de distancia entre los dos, has hecho que mis marchitos ojos se inundaran con unas lágrimas más cargadas de emoción que de tristeza. Al final de tu carta, después de todas las recomendaciones y cariños, había un besito de papel.

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POBREZA

ensó en todos los significados que podía tener el con cepto de pobreza. Había conocido algunos (que le parecían tantos!) durante toda su vida. Vivió la pobreza material, durmiendo en una vieja cama de fierro con un estirado y crujiente elástico lleno de herrumbre. Fue la época de su juventud, donde los sacrificios de una jornada de trabajo de más de 14 horas, no reportaban mayores satisfacciones que poder tirarse en la vieja cama y dejar en descanso los doloridos huesos por algunas horas. Vivió la pobreza de su medio ambiente, a lo largo de casi toda su existencia. Eso incluía a sus pocos familiares, sus conocidos, sus relaciones laborales. Su ropa siempre fue mustia, gris, casi harapienta, y a veces con olor a humedad. Ésa que le calaba hondo porque estaba en las paredes de su pieza, en el desteñido colchón, en los opacos objetos que colgaban mohosos.

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La pobreza de creencias rodeó también su pasaje por este mundo. En nada creía porque nada había para creer. Su mundo era un desierto sin horizonte, oscuro y triste. Pero a eso se había acostumbrado. Aquel día estaba sobre la vieja cama, mirando el enmohecido techo y repasando en imágenes lo que había sido su vida. Por momentos la angustia le hacía sentir auténtico dolor en la garganta. Cayeron algunas lágrimas que mojaron el reseco rostro cual agua entre las montañas de piedra. Sintió que ya estaba. Que ya había cesado el esfuerzo, que no había razones para seguir la lucha. No hubo nada, no quedaba nada. Entonces, simplemente, cerró los ojos y se dejó morir.

EL SUEÑO

DE PAULA

aula anduvo caminos largos y sinuosos. Duros, con car dos y espinas ladeando sus huellas. Cada herida, dejaba una gota de sangre sobre el sendero. Se fue marchitando lenta pero indefectiblemente. La angustia custodiaba cual fiel carcelero sus sentidos y le impedía sonreír por más de dos segundos. ¡Habían sido tantos años! Tantos, sumida en un submundo oscuro y tenebroso. Donde se fueron minando sus fuerzas, se fue deteriorando el orgullo. Sin embargo tres cogollos asomaban de la seca rama. Eran los únicos rasgos de vida en la mustia presencia. Eran la savia que la mantenía enhiesta. Pero sus raíces se aflojaban en la tierra, la fortaleza de sus plantas se vencía con los años, los días, las horas. Desfalleció y cayó varias veces. Con cada tropezón, sus vestiduras se empobrecían, sus rodillas sangraban. Y su

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alma se hundía en la más terrible melancolía. Por no poder, por no saber cómo recuperar el aliento, la vida, la ilusión, el amor. Vagaba de una obligación a otra, sonámbula máquina de hacer y responder lo que se esperaba que hiciera y respondiera. Violetas ojeras enmarcaban sus ojos, su cabello eran escobillas sin vida y sus manos pequeñas perdían, a cada instante fuerza y suavidad. Hoy Paula no entiende. O sí, pero no lo puede creer. Un día se sorprendió mirándose al espejo y descubrió que tenía ojos claros, que brillaban como las estrellas. Que su cabello sedoso acariciaba suavemente los hombros. Su respiración era acompasada y rítmica. Al caminar, una música la acompañaba y al cerrar los ojos una voz le cantaba al oído. No había lugar a dudas. El amor había entrado en su sangre como empecinado gérmen de vida, convirtiéndolo todo en alocada brisa. Un hombre, «su» hombre había besado sus labios, la había mirado a los ojos y le había entregado su alma, tan compungida y solitaria como la suya. Bastaron segundos para comprender que habían nacido para vivir juntos y fundidos por una eternidad. A veces los sueños se cumplen.

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MI AMIGO EL PELADO - La culpa fue del «pelado», que me estuvo jodiendo todo el partido! - Mirá guacho e´mierda, vos me putiaste a mi madre... - Y vos me escupiste en la jeta, carajo! - Sí, pero vos... Las fuertes manos de Mario suspendieron la discusión, tomándonos de las camisetas al «pelado» y a mí que, colorados hasta la nuca, no respirábamos para insultarnos. - Ahora se me van a la ducha y se tranquilizan. Y el lunes los quiero acá bien temprano que vamos a hablar. - Si mi viejo se entera que el domingo no juego, me mata! - Y yo, mejor que vaya poniendo el culo en remojo, porque me van a poner una zapatería. Y ante la desgracia compartida, el «pelado» y yo salimos caminando juntos rumbo al vestuario, pateando piedritas, con las cabezas gachas y arrastrando en el trayecto las camisetas sucias y transpiradas. Y entre chistes y palabrotas, cambiamos figuritas y confesiones. Después de aquella pelea, nos hicimos más amigos, lo recuerdo bien. Nos convertimos en compañeros inseparables. Llegamos a ser el terror de aquel 5º C. Si hasta nos prestábamos las novias! Qué tiempos! - Viste qué bien que está la petisa? - Está bárbara! Buena delantera... - Y una retaguardia pa´la selección! - Y qué pelo, che! - Ma´ qué pelo ni que ocho cuartos! Lo que te sé decir es que aguanta camiones! Hoy me la cargo seguro. Después que me la apriete un poco te la paso. NARRATIVA

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Recuerdo el final del campeonato que se había organizado en honor de Don Felipe Bonavena, el fundador del cuadro. Se invitaron a dos de la capital, el Buena Estrella de Las Piedras y el Olímpico de Progreso. Salimos campeones de punta a punta y en el barrio hubo gran festejo. Por ese entonces estaban por terminar las clases y con el fin de la primaria se nos venían grandes cambios. Convinimos en que, más allá de todo, siempre íbamos a ser amigos. Pero amigos, amigos, eh! – recalcó el «pelado». Los viejos me anotaron en un liceo de Las Piedras y el «pelado» tuvo que ir a trabajar. Supe que daba una mano en el almacén de Don Julio por comestibles y algunos pesos. Luego entró como mandadero en el estudio de un abogado del pueblo. Después le perdí el rastro. Más de una vez, cuando mis hijos hablan de un amigo al que le dicen «pelado» me acuerdo de él. De esa linda época que compartimos, entre pantalones gastados en las rodillas y refuerzos de dulce de membrillo para el recreo, rabonas porque sí y aquellos versitos que nos teníamos que aprender de memoria para las fiestas de la escuela. Fue el único que me regaló la sellada de «los Trico y los Peña», que me faltaba para llenar el álbum. Y no le importó quedarse sin ella. - Doctor, el cuerpo que ingresó para autopsia está pronto. Es un marginal. No tiene identificación! Los que lo trajeron, dijeron que lo llamaban «pelado».

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SOLEARES oleares era un paraíso apartado del mundo. Allí las aguas como gemas bañaban las rubias arenas, acariciando sugestivamente los salientes rocosos. El verde de la espesa vegetación resultaba por demás abrumador. Las variedades eran infinitas, desde las enormes palmeras hasta las más exóticas flores tropicales. Allí la naturaleza nunca dormía. La suave brisa movía en rítmica danza las largas palmas que dibujaban mil arabescos en el cielo multicolor. El mayor tesoro para Daniel y su hijo, era aquel secreto compartido. Era «su» lugar. Al que escapaban juntos para sentirse más unidos que nunca, aún sin mencionar palabra durante horas. El bronceado torso desnudo de Daniel era insolente ante tanta maravilla. Como una más, pero de carne y hueso. Su rostro bien formado, sus facciones recias que no decían de la dulzura de sus profundos ojos color de mar. Sólo llevaba cortos pantaloncitos, viejos jeans deshilachados que no ocultaban sus fuertes glúteos, ni disimulaban la musculatura de sus belludas piernas. Daniel se unía a su hijo en aquellas escapadas como un moribundo se aferra a un tronco en medio del océano. Se morían las tardes ingenuas cuando el sol agigantaba sus figuras sobre la costa. Hasta que desaparecían. Muchas noches las pasaron junto al fuego en animada charla, compartiendo, a vueltas, el ensordecedor silencio del bosque. Silencio poblado de mil sonidos que, lejos de asustarlos, los confortaban. Se sentían en su ambiente. Una tarde, en medio de una de las tantas sesiones de pesca, Daniel creyó ver reflejada en el agua una figura que no supo cómo llamar. Se sucedieron rápidamente sensacio-

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nes, pensamientos, recuerdos, asociaciones. Fue todo en fracciones de segundos. Resultaba difícil hasta reconstruir en su mente lo sucedido. Sin embargo, el residuo en su alma y su corazón, era algo agradable. Las visiones se sucedieron varias veces más. También de cortísima extensión en el tiempo, pero se iban cargando de pasión, de un sentimiento extraño pero que lo excitaba mucho. Fue recién la noche que Daniel concurrió al refugio solo, cuando tuvo aquella extraña experiencia. Se había quedado dormido al costado del enorme árbol junto a la costa y sintió como si se desmaterializara y sus partículas fluyeran fuera de su cuerpo. Entonces en algo como un mágico ritual, se producía la unión de sus células con las de aquella imagen que tantas veces había visto reflejada en el agua. Ahora podía entender que era una hermosísima sirena como si se tratara de un cuento para niños. Pero él no era un niño. Las sirenas no existían. Él no podía desmaterializarse. No pudo controlar sus sentidos ni mucho menos intelectualizar la situación. Simplemente se dejó llevar por esa sensación de voluptuosidad, tan ambigua, tan extraña pero placentera al fin. Daniel nunca supo cuánto duró aquel espejismo, si lo fue. O si tal vez fue un sueño provocado por el interno sol que había bañado la costa durante varias horas. Lo cierto es que después de aquel episodio, la imagen desapareció. Daniel se empeñaba en ver algo donde no lo había. Temeroso de que su hijo lo considerara loco, le preguntó sólo un par de veces si él no veía nada en el agua. Pronto el invierno los alejó de la costa. El frío los obligó a ocupar sus horas de ocio en actividades al refugio de la estufa de su propio hogar. Al egresar los días cálidos, uno más presuroso que el 91

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otro, retornaron a Soleares. Daniel había olvidado el suceso de los reflejos y luego el más extraño de su sueño. Pero pronto lo recordó. En medio de una lánguida tarde al arrullo de pájaros y olas, lo sorprendió un llanto de niño. Muy cerca del gran árbol, una mujer daba a luz a un pequeño con los ojos color de mar.

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HEBER JESÚS MAYO SILVA URUGUAY Nací en 1981 en un pequeño pueblo llamado José E. Rodó en el departamento de Soriano, Uruguay. Actualmente trabajo como administrativo en el municipio de dicha localidad. Mi otra vocación, y quizás la más importante, es escribir… lo ha sido desde que era pequeño ya que mis padres me inculcaron el amor y el respeto hacia los libros. Años después comencé por participar en diferentes concursos literarios, el primero de ellos fue en 2002 en mi propio departamento con motivo de los 200 años de la ciudad capital: Mercedes. En 2004 decidí publicar semanalmente (aunque por unos meses) poemas de mi autoría en un diario de tirada departamental llamado Acción. Luego seguí participando en concursos de diferentes partes del país como el de «Lolita Rubial» entre otros. En 2012, y por cuatro años seguidos, opté por ser partícipe del certamen internacional de poesía «UPF Argentina». En 2017, lo fui del certamen organizado por «Fundación ITAÚ»… y ahora, parte de mi sueño se hizo realidad al poder dar a conocer a todos mi primer «hijo» llamado «Las Luces de la confusión», de aBrace Editora, presentado en el 20° Encuentro aBrace

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j s t c l

f u v c s

d c s m a n

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a d p s l


UN LUNES VESTIDO DE LLUVIA unes. El reloj de pared marcaba las 14 horas. Transcurría otra jornada gris de un joven mes de junio. Caía la lluvia mansa sobre los techos de Las Luces. Lluvia de un otoño, que lentamente, daba sus últimos pasos de existencia. El viento frío del sur, calaba y cortaba como filoso cuchillo atravesando las ropas de los transeúntes. Hería, pero no mataba. El agua iba empozándose en el bitumen gastado del pueblo formando espejos turbios en el suelo, quebrados cada tanto y de un modo agresivo, por algún vehículo gris que circulaba a alta velocidad, porque si algo hay de peculiar en este pueblo, es que casi todos sus vehículos, son de ese color. Como su idiosincrasia misma. Lunes. Otro bendito lunes que se ajustaba la corbata delante del espejo. Otro lunes que sonreía un poco, aunque lo hiciera con mala gana. Otro lunes que se ponía su uniforme para sentarse en su misma silla envejecida por el tiempo, delante de su mismo monitor de siempre. Otro lunes, junto a las mismas caras agotadas y ásperas de siempre. Otro lunes en la oficina del municipio. -Marcos, necesito que termines cuanto antes el expediente que te pedí el viernes pasado.- Dijo Marta (secretaria principal y de muchos años de carrera) mientras su rostro hacía una mueca de desaprobación. -Lo comencé pero me he atrasado un poco, jefa- Aclaró Marcos acomodándose sus lentes viejos y vencidos de tanto tiempo de uso - Tuve otros quehaceres que… -No importa, -interrumpió ella-, lo quiero en quince minutos, así lo puede ver y firmar el alcalde, ¿entendido? dijo Marta dando media vuelta y dejando a Marcos miran-

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do resignado ese espacio vacío, donde segundos atrás estaba Marta y ahora, ella y su superego, se hallaban en su despacho revisando la agenda y llamando por teléfono vaya uno a saber a quién. - «Siempre la misma historia, esta mujer no cambiará jamás… jamás»- Se repetía a sí mismo, casi que extenuado, como si por dentro llevara una piedra pesada e imposible de deshacerse de ella. - Ey Marcos-, chistaba bajito Nora, una de las compañeras de trabajo.-Te pasó el trapito la jefa otra vez, ji ji ji. ¡Ay Dios!, ella y su cogote de siempre. -Si, otra vez, otra vez…- Murmuraba pensativo, mientras observaba el expediente aún sin imprimir y sin terminar en la pantalla de su computadora. -No te preocupes, no le des tanta importancia a esta bazofia con patas je je- Concluyó Nora, girando sobre su silla marrón y retornando a la tarea que estaba realizando. Y allí estaba Marcos con sus dedos acalambrados y corriendo a contra reloj por mandato de su jefa. Tenía que demostrarle una vez más que, todo lo que ella le pedía podía terminarlo, incluso, al filo del tiempo fijado, a sabiendas de que, aún así, de parte de ella, jamás le sería reconocido su esfuerzo. Escribía, corregía, pensaba, tomaba un nuevo impulso, miraba las agujas del reloj de pared y lo maldecía. Miraba hacia la puerta del despacho de su jefa y vociferaba en silencio contra su persona, pero los minutos pasaban y ella quería resultados óptimos a la vista… resultados que presentaría a sus superiores para que estos dijeran a viva voz: ¡Oh, pero que buen trabajo Marta!, siempre tan eficiente, no nos equivocamos en haberte confiado ese puesto, ¡eres la uno!- Y ella, embriagada de ciega va95

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nidad, caminaría mucho más erguida que antes y hablaría de sus logros y múltiples elogios recibidos delante de todos sus conocidos, y saldría más maquillada y con más alhajas a la calle tratando de alimentar su cada vez más hinchado orgullo, demostrándole al mundo que a sus sesenta y cinco años, estaba muy lejos de colgar la toalla. ¡Imbécil! le diría Freda, otra de las funcionarias de la oficina, pero claro, nunca se lo diría en la cara, si era su «mano derecha» cuando Marta se encontraba ausente. Freda era una muchacha ambiciosa, más soñadora que realista, quizás por eso, nunca llegó más allá de lo que pudo su raquítico coraje, y de tanto en tanto, se tomaba todo lo que encontraba a mano para ahogar sus penas y escapar un rato de su mediocre vida prefabricada. - Marcos… ¿me supongo que ya debes de haber terminado lo que te pedí, no?- Preguntó Marta con cierta soberbia. - Por supuesto jefa, aquí lo tiene -extendió Marcos su mano para darle el documento que acababa de imprimir. Ella lo miró a los ojos, se lo quitó con cierto grado de impaciencia y otro poco de violencia. Dio media vuelta y dijo «gracias» en un tono frío y distante. Caminó hacia su despacho tomó la llave de su coche gris y dijo: - Debo salir por un rato; llevaré unos documentos para que lo firme el alcalde porque está con un poco de gripe y no ha querido salir de su casa. Regresaré cuanto antes. Freda, cualquier cosa, ya sabes.- Tomó su cartera, su impermeable para la lluvia y se lo colocó.- Ya regreso -finalizó diciendo. - Si, Marta, no te preocupes, te llamo. - respondió Freda con su clásica sonrisa dulce e hipócrita. Ni bien Marta abrió la puerta para irse, Freda dio media vuelta y corrió hacia la pequeña cocina de la oficina, agarró NARRATIVA

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una bandeja de masitas de confitería, calentó café y con mucha cintura preguntó delante de sus compañeros:-¿Quién quiere pasar una tarde amena ahora que se fue la estúpida? - ¡Yo!-, dijo Danilo -otro de los que allí trabajaban- levantando alto una de sus manos.Tráeme una taza para mí y cuarto o cinco de esas masitas, que ya bastante hay que aguantar a esa pesada. - Faltaría un televisor y estaría completo. Dios quiera que la tarada de Marta se le pinche el auto en este día manifestó Freda, mientras servía una taza a Danilo.- ¡Que se entierre de cabeza en el barro o en un zanjón y que no salga más la víbora! Marcos comenzó a hacer ciertos gestos a Freda, sus manos dibujaban movimientos rápidos en el aire, a la altura de su rostro, como queriendo expresar algo urgente pero Freda no captó las señales de su compañero. La puerta de entrada de la oficina se había abierto y cerrado casi al instante. Todos escucharon el sonido, ese sonido que les auguraba cierta «libertad», aunque fuese por un breve tiempo. Pero Marta no se había ido, se encontraba agachada, acomodando uno de sus zapatos que le estaba haciendo doler el pie al caminar. El mostrador, que acorralaba a los funcionarios (tal como un cerco para ovejas) y al mismo tiempo establecía una «línea divisoria» con los contribuyentes, era vetusto, oscuro e incómodamente alto, para ser un mueble de un lugar público. Por si fuera poco, parte de la oficina estaba en penumbras debido a que una de las lamparillas se había quemado unas horas atrás. Freda, la única que se hallaba de pie, no se había percatado de ese pequeño gran detalle y en su afán de hacer algo que no les estaba permitido, había corrido como loca (sin fijar sus ojos 97

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en dirección hacia la puerta) a buscar todo eso a la cocina, e invitar a sus compañeros a pasar una tarde más ó menos tranquila y sin sobresaltos. El panorama se presentaba casi apocalíptico: Una Nora haciéndose más pequeña en su asiento y con una presión que llegaba a veinte, un Danilo congelado en su escritorio al borde de un infarto… una Freda que pedía en silencio a gritos que la tragara la tierra o que la abdujera cualquier ser del cosmos que pasara por Las Luces en ese preciso instante… - Freda, -dijo Marta, anonadada por lo que había escuchado de su «mano derecha»- Freda… repite lo que dijiste de mi, en mi cara. ¡Repítelo ahora muchacha!, ¡Qué rayos te está pasando, te desconozco. ¡¿Qué les pasa a todos hoy, ah?!- gritó con ojos casi desorbitados y enrojecidos de cólera. Y dese aquel lúgubre fondo, con voz varonil y muy seguro de sí mismo, como una especie de Quijote pero sin su Sancho y sin su Rocinante, hablando por él, por Danilo, por Freda, por los que estaban presentes y yo diría, que por toda la humanidad, Marcos, acomodándose su corbata bordó, de pie al lado de su descolorido escritorio de madera, mirando serenamente a su jefa a la distancia, exclamó lo que quizás nadie se animó a decir por no tener las suficientes agallas. Se sintió grande, puro y único en todo el universo: ¡Es culpa de la lluvia… idiota!

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NATACHA MELL ARGENTINA Docente, investigadora, escritora, documentalista, fotógrafa. Licenciada en Antropología (UBA) y en Enseñanza de Artes Audiovisuales (UNSAM). Realizadora Cinematográfica Egresada del Instituto de Arte Cinematográfico de Avellaneda (IDAC). Fue Directora del Instituto de Arte Cinematográfico de Avellaneda (IDAC). De amplia trayectoria cinematográfica tanto en la realización como en la investigación. Integrante de varias instituciones literarias. Fue presidente de la Sociedad Argentina de Escritores Seccional Surbonaerense. Participó en Congresos y antologías nacionales e internacionales. Como escritora y gestora cultural obtuvo premios nacionales e internacionales.

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ES INEVITABLE s inevitable, nos encontraremos. Yo lo retraso, pero su cederá. Creo que él también lo retrasa. Aunque como una amante del peligro, como si no entendiera bien el juego que yo misma inventé, paso por casualidad por los lugares en que él suele estar. Es como acercarse al abismo. Tiemblo cada vez que una voz se parece a su voz, o que unos pasos suenan como sus pasos. ¡Qué sensación! Mezcla de ansiedad, deseo y repulsión. ¿Cómo reaccionará si alguna vez nuestros trayectos coinciden? Un abrazo muy fuerte…Un leve beso en la mejilla…Un ligero sobresalto… O simplemente la indiferencia, como si ninguno de los dos estuviera allí. Las diferentes posibilidades juegan como las cartas de un mazo en mi mente. Lo espero, lo busco, y a la vez lo esquivo y lo rechazo; pero cuánto más pienso en él, más quiero verlo, más lo extraño, y cuando sé que lo veré realmente, me escapo, como para evitar, eternamente, el encuentro. Y siento que a él le pasa lo mismo. Esa es nuestra comunión. En esos instantes supremos en que nos deseamos y repelemos, es cuando realmente estamos cerca, nos fundimos en una sola idea, somos «uno». Inventamos este juego, o mejor dicho, separadamente llegamos a concebir estas reglas, como la única manera de seguir amándonos. Fue nuestro bote salvavidas. Pero yo sé que algún día nos encontraremos, y será la ruptura. Nuestra ilusión se quebrará como el cristal, y volveremos a estar juntos como antes, para torturarnos, odiarnos, maltratarnos. Es inevitable.

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INVASIÓN mí me lo habían contado. Claro que no les creía. De re pente llegan ellos y se adueñan. No importa la historia, no importan los tiempos y las duraciones. Todo comienza de punto cero. El pasado simplemente está mal. Hay que olvidarlo. Nada puede ser rescatado, nada hay grandioso, bueno, o sencillamente útil. Debe esfumarse para permitir construir sobre sus escombros, que también deben ser eliminados. Pero el pasado es tenaz, se cuela por los resquicios, es indomable. Aflora donde menos se lo espera. Una chispa y paf…, un hilito se asoma y con paciencia, tirando despacio para que no se rompa, va saliendo a la luz y se instala con su molesta presencia. Por eso hay que eliminar todo, cambiar muebles, lugares, adornos. Buscar los ascético, lo neutro, lo impersonal. En definitiva la nada, lo sin carnadura. Y cuando no es posible cambiar a las personas, plantar dudas, sembrar enemistades, y fundamentalmente tergiversar y generar falsas verdades, destruir al noble, aprovecharse de los débiles y los mediocres. Instalar un falso pasado que justifique el saqueo, la deshumanización. Claro que para sostenerlo se necesitan secuaces, cipayos que permitan la colonización de espacios y mentes. Producir un lavado de cerebros, sostenido por las políticas del miedo, con la consecuente creación de mecanismos de represión. Pero siempre van a existir posibilidades de infiltración. La destrucción puede ser sistemática, más algo siempre queda. Y ese algo es nuestra esperanza, nuestra resistencia, la de los que no bajamos los brazos, la de los que no nos tragamos sapo por liebre, la de los que aún soñamos con ser libres.

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BAR SARANDÍ os citamos en el viejo bar Sarandí. Al entrar, el bulli cio de la avenida Mitre desaparece como por encanto. Allí reina una atmósfera especial, pesada, cargada de recuerdos. El lugar huele a flores marchitas y a vino patero. Iba a pedir lo de siempre, un café cortado, pero algo me hace cambiar de idea, tal vez son los muros cargados de fotos de una Avellaneda que ya fue. Con mi ginebra en la mano empiezo a tomar despacio. El mundo comienza a dar vueltas y veo nítidamente retazos de mi vida con vos. El día que te conocí, tan lindo me pareciste, y tan simpático… En el salón unos muchachos se ponen a jugar al billar. Tu sonrisa cuando me dijiste te quiero y tu mal humor más adelante, cuando algo no salía como esperabas. En una mesa del fondo una pareja se mira con ojos encendidos. La imagen colgada del plantel de Independiente los observa complaciente. Nos separamos día a día, casi sin darnos cuenta, pero haciéndonos cada vez mas daño. Un grupo de amigos sentado en la barra bromea con el dueño del bar. Me miran. Siento que también me observan la pareja, los jugadores de billar, y hasta las viejas paredes descascaradas, repintadas una y otra vez. Veo una foto de la vieja Catedral, al lado de una de la nueva. Hace mucho que no nos vemos, pero me citaste aquí, y todo me dice que el tiempo pasado no siempre fue mejor. Pago mi bebida y camino lentamente hacia la puerta. Siento que las mesas con sus viejos manteles rosa me hacen un guiño cómplice.

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CREPÚSCULO os encontramos después de muchos años. Algo tran quilo, la procesión va por dentro. Habíamos seguido distintos caminos, nuestras vidas ya estaban encauzadas. Hijos, familias y un mundo nos separaba. Pero te miré y me miraste y el tiempo se perdió en la nada. Y fuimos los de siempre. Los de antes. Caminamos juntos, comimos, paseamos. La conversación no faltaba. Pero nuestras miradas decían más que las palabras. Sentíamos algo que ocultábamos. Y se hizo la noche, ya era tarde y la vida continuaba. Nos miramos intensamente, casi vencíamos resistencias combinadas. Por un instante pensé que me besabas. Pero nos saludamos fraternalmente. Pudo más la conciencia y la moral consensuada. Fuimos tan cobardes, o tan valientes, ya no lo sé. Pero volvimos a nuestra vida organizada. Y nuevamente nos perdimos. Esta vez para siempre.

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NUBE

SIN CIELO

(Juana Manuela Gorriti y su destino) Cómo puede alguien atar a una nube? ¿Cómo puede una nube flotar sin su cielo? Mi pequeño mundo se va deshaciendo lenta pero inexorablemente. Pompas de jabón inasibles estallan en mil efímeros brillos y mi vida va perdiendo poco a poco su color. Me siento atada por una pasión y un amor que ya no me satisfacen y la necesidad imperiosa de ser lo que siempre quise ser: una escritora. Mil historias anidan en mi mente. Cada piedra, arroyo, o persona despiertan en mí voces imaginarias. No tuve una vida fácil, muchos destierros, alejamientos y muertes, esas terribles visitas, me han ido desgarrando. Creía haber formado un hogar, aunque fuera frágil, fugaz y en continuo desplazamiento. Mi hogar era mi familia. Es mi familia. ¿Mis hijas? ¿Mi marido? Ese hombre fuerte. Ese señor del Altiplano a quién todos adoran. Belzú. El Tata Belzú. Me fascina su coraje, sus ganas, sus energías. Me aprisionan sus ideas domésticas, sus celos, nuestras peleas. Perdí mi Salta natal, prohijé este Alto Perú que se hizo extranjero y patria de mis hijas. ¿Puedo soportar otro exilio? Es que para mí sólo hay una opción, irme. Quedarme me ataría a una vida que ya siento que no me pertenece más. Dentro de mí estallan y pugnan por salir voces, gestos, colores y no liberarlos me asfixia. Siento que es un material en ebullición a punto de explotar. Ya tengo treinta años. Mis gustos no coinciden con los de mi marido. Nos hacen felices cosas diferentes. Nos unen, claro está, nuestras ideas patrióticas. Ambos odiamos la

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opresión y la injusticia. Y los dos, cada uno a su modo, amamos a nuestras hijas. Muchas veces me pregunto ¿Juana Manuela, realmente podés quedarte con una vida chata, aunque gloriosa? No es poco ser la compañera de un héroe. Pero siento que no puedo ser sólo una «compañera», tengo necesidades que sobrepasan la existencia

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JULIA,

UNA HISTORIA DE PALIER

l amor es ciego, dicen. Es por eso que Octavio presintió a Julia mucho antes de verla, justo cuando se mudaba al departamento de enfrente. Fue puro instinto, había encontrado a su alma gemela. Durante un tiempo Octavio intentó verla, pero la posibilidad se le negaba. Puertas entreabiertas que se cerraban de golpe, entradas a escondidas y otros subterfugios que dificultaban el encuentro cara a cara. Muchas veces, detrás de la puerta se escuchaba la caminata vacilante de Julia que se acercaba, y que sin embargo volvía sobre sus pasos. Fueron meses sin verse, pero fueron forjando un encuentro más allá del espacio. Expectación, suspiros, necesidad del otro. El primer día que se vieron fue por casualidad, ambos quedaron paralizados de emoción. Fue un instante. En seguida manos protectoras cerraron ambas puertas. Con el tiempo cada uno a su modo esperaba el milagro del encuentro en el palier. Pero no se daba y se acortaban las posibilidades físicas por excesivo celo familiar. Octavio

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salía y buscaba. Julia salía y miraba. Se esperaban, pero no hacían nada para provocar el encuentro. Una situación así no podía prolongarse indefinidamente. Finalmente se vieron, se miraron, se sintieron, se midieron, y cada uno volvió a su casa con el corazón inflamado de alegría, muy protegido por sus seres queridos. Sólo faltaba una chispa para que el encuentro espiritual se plasmara en algo más terrenal. Y fue Julia quien tomó la iniciativa, rápidamente. Ella salía del ascensor y Octavio de la casa. Nadie pudo impedirlo. Se besaron. Un lengüetazo de reconocimiento fijó ese amor de palier. Amor imposible para el cuerpo, pero real para las almas. Julia la hermosa y elegante perra negra y Octavio el sinvergüenza y consentido gato sellaron su amor para siempre.

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ALBA MARINA RIVERÓN URUGUAY Nacida en Montevideo.Casada – Dos hijos. Maestra – Poeta- Narradora – Ha participado en encuentro de Poesía y Narrativa en Uruguay y Argentina. - Libros editados: Quebrando silencios; Un universo en el océano interior (Uruguay); Cartografías de esquizoanalisis / Estrategias de pensamiento (Libro de medicina y arte -Argentina); Poemas Oblicuos (Uruguay)/ Literatura infantil: Te cuento un cuento (Argentina) – Cuentos de Carola - (Uruguay) - El potro oriental». (Asociación Uruguaya de Literatura - AULI) Interviene en antologías de poesía y narrativa para niños y adultos en Argentina, Bolivia, España, Perú y Uruguay. Visita escuelas y bibliotecas y trabaja con niños preescolares y escolares en narrativa oral, dando importancia a la comunicación afectiva y educación emocional, desde el año 1985 hasta el momento. Integrante de Comisión de Movimiento Cultural Cezarina. Integrante de Comisión de Biblioteca Pedagógica Central Sebastián Morey Otero.

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REENCUENTRO as páginas se abrían. Las lecturas eran eternas. El asom bro poblaba las siestas de Joaquín. Con los ojos entrecerrados casi desaparecía en el sofá. Qué encerraban las lecturas. Escribió parte de su vida en la fábrica y…más. Había dejado caer la descripción de esa vida monótona de su pasado sin enterarse de sí mismo; dejando de lado bellas de experiencias. No se daba cuenta de la magia de sus palabras. «Trasparentes nidos de los pájaros». Qué había querido decir. «Verdes prados iluminando amaneceres» Cómo quedaron fuera de su conciencia esas descripciones de asombros camino hacia la grisura de las máquinas ensordecedoras, repetitivas, cansadoras. «El tero guardián de hijos; saludos del benteveo, flores silvestres que acariciaban con aromas», «la muchacha del tez curtida y mirada de cielo» a la que un día perdió… sin darse cuenta. «El sol perdido en el horizonte cantando colores de arcoíris» Cómo había dejado esas sensacioanes ocultas en meras palabras. Cómo no abrió el corazón para ver su alma! Se congelaron las letras. La fábrica quedó lejos. Leía y aún lee. Quedan las páginas abiertas. El sillón lo sostiene en el despertar de una realidad que no pudo ver. Es que en el obrero también existía un poeta.

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EL GUITARRISTA DE IPANEMA (TOM JOBIN) intado en el paisaje, con paso firme, sin irse y sin que darse, con su guitara al hombro parecía tener vida. La sensación de correr hacia él fue inmediata. Coloqué mi mano sobre la suya. Quizás pudiéramos caminar juntos. Mi corazón parecía latir y dar vida a cada cuerda de su guitarra. Sentí haber caminado hacia lo eterno. De pronto su mano era tibia. Vi como bajaba su guitarra. Me llevó hacia la orilla donde el agua besa las arenas. Quedé absorta, sensación amorosa, casi desvanezco al sentir a Tom susurrarme «Garota de Ipanema.»

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DOMINGO TRUJILLO URUGUAY Montevideo, Uruguay. 1946. Obras del autor: Kathinka (Mención Concurso de Poesía Universitaria. Ediciones Universidad de la República, año 2001.) Carlitos nunca estuvo en Internet. Ediciones Caracol, año 2002.) Una historia pendular (Mención en premios anuales del Ministerio de Educación y Cultura del año 2002. Editorial Nordan, 2003.)Guyunusa (Primer premio narrativa Ministerio de Educación y Cultura, año 2003. Editado Fin de Siglo, años 2004 y 2011.)Operación Caronte (Edición Caligráficos, 2005.)El reino del Candanga ( Ediciones de la Plaza, 2005.)Un pueblo llamado Víboras (Ediciones de la Plaza, 2007.)La casa de La Estrella ( Edición Fin de Siglo, 2008.)El año que creímos ser franceses (Ediciones de la Plaza, 2009.) Vuelta Obligado. Ediciones de la Plaza, 2010. Amanecer sin Lilí Marleen. Mención Especial en Narrativa del Concurso J.C. Onetti año 2012. Declarada de interés por el Instituto cultural Casa Bertolt Brecht. Editado por Yaugurú, año 2013. La última ballena Ediciones de la Plaza, año2014. Asalto al Jardín de las delicias, Ediciones de la Plaza, año 2015.De costas, peces y anzuelos, Memorias de pescadores recobradas en el año 1973 en el E. Militar de Reclusión N°1. Libertad. San José. Edición [n] 2016. Las nenas no lloran. Edición [n]2017 111

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TREINTA Y OCHO PARES DE ZAPATOS ejó de cavar. Creía haber sentido un tirón en el cordel amarrado al tobillo y permaneció en silencio conteniendo la respiración. Un nuevo tirón le confirmó que Elías lo llamaba desde la entrada del túnel. Comenzó entonces a retroceder apoyándose en codos y rodillas. Tenía gusto a sangre en la boca y calor, mucho calor por la luz de la linterna proyectando la mareante sombra de la mano y la herramienta haciendo danzar terrones y piedras sueltas. Se detuvo a tomar una gran bocanada de aire y en la pared reconoció señales; arañazos y huequitos que fuera dejando la mecha del berbiquí y el cortafierros. Si se tomaba un descanso seguro sabría el momento exacto en que había sido eso, y ya se entregaba a hacerlo cuando en sobresalto se dijo: —¡Tengo que salir ya! —¡Es la tercera vez que te llamo! -lo rezongó Elías ni bien se juntaron en la entrada. —Estoy fundido...casi me duermo. —Casi me muero mejor decís. Pensé que no salías. —No exageres, ¿cuánto hicimos? -preguntó Diógenes viendo que el otro controlaba las marcas de la cinta que iba enrollando en el carrete. — Cuarenta centímetros. — ¿Apenas eso? —Estás trabajando las piedras de los cimientos. —Llegué a la greda de nuevo. — ¡Pasaste! Entonces ya estamos en los catorce metros.

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—¿Sólo falta uno? — Uno con sesenta centímetros...y después hay que ensancharlo todo. —¿Tenés miedo que Carmen no pase? —¿Qué decís? —¡Es que tiene un culo! —No te hagas el vivo...¿No eras vos mismo el que decía no mirar a las mujeres de los compañeros? —¡Celoso! -le susurró y sonriendo se metió de nuevo al túnel. La actuación del malabarista el día de la visita cautivó la atención de los niños haciendo que dejaran de corretear sin ton ni son por el patio de la cárcel y se aquietaran frente al tablado. Desde más atrás, las mujeres, instaladas de a seis en fondo en los bancos traídos del comedor, y vigiladas por las monjas, repartían su atención entre el escenario y sus hijos. Al finalizar la actuación hubo aplausos para el muchacho que descendió quitando el sombrero de tres picos, y bordeando las filas de asientos fue hasta donde la Superiora. —Espero que les haya gustado. —¡Por supuesto!¡Tuvo a los niños hipnotizados. Es usted un gran artista y en nombre de la Orden, las reclusas y los niños, quiero agradecer su presencia. —¡Por favor, Hermana! Ustedes siempre pueden contar conmigo. En ese momento algunas de las mujeres comenzaron a salir de entre los bancos, alineándose a un costado. A la orden de una monja de la custodia rompieron fila, y en tan-


to algunas se juntaban con sus hijos, otras treparon al escenario a montar un inestable tablaje que recostaron en las cuerdas de tender la ropa. Con ataduras de alambre y trapo lograron mantener el telón en su sitio al tiempo que acondicionaban las partes de cartón que componían una carroza. —¡Treinta y ocho mujeres en escena! -Anunció y repitió al final de su breve intervención, la reclusa que dirigía la obra y que presentó el espectáculo. Descendió entre aplausos y seguidamente comenzó el primero de una serie de sainetes que no ocultaban sus fundamentos en Alicia en el país de las Maravillas, Cenicienta y Blancanieves. La adaptación a las condiciones en que se realizaban las obras hacían que Alicia se colocara del otro lado de un espejo de papel plateado, luego de romperlo a manotazos, y apareciera en seguida como Cenicienta, perdiendo un zapatito cuando era llevada en el carruaje arrastrado por un tiro de doce caballos de arpillera, compuestos por dos reclusas cada uno. El conjunto de carruaje y caballada era perseguido por una docena de hermanastras garroteras, que meneaban palo a gusto a la vez que iban perdiendo las alpargatas por el escenario. El Príncipe, representado por la que hiciera la presentación, ahora con mostachos pintados con tizne de corcho exclamaba: —Esta zapatillita ¿será la de mi amada Cenicienta?…Me confundo con todas esas del treinta y seis al treinta y nueve, ¡y hay tres de cuarenta! La frase, además de dar los talles para quién interesara el dato, fue la señal para que desde el fondo del patio se apareciera una nueva oleada de NARRATIVA

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reclusas ya disfrazadas de enanos, que con picos, palas y grandes ademanes llegaron a desarmar la utilería. Aquello desató el alboroto de los más chicos que ni las madres ni las de la custodia hicieron por contener, y en medio de la algarabía el malabarista se fue retirando. —¿No se queda a ver el número que sigue? -le preguntó una de las monjas viendo al conjunto de jóvenes estudiantes de la escuela de danza cercana a la cárcel, que avanzaba hacia el escenario. —No Hermana, no. Debo irme ya. —Bueno, entonces lo acompaño. ¡No quiero perderme el número que viene ahora. ¡Es un tablao andaluz! ¡Y yo soy de Granada! —¡Vaya tranquila Hermana. Vaya. Conozco el camino. —¡Que tengo que acompañarlo, hombre!…Que tengo que acompañarlo hasta la guardia, ¡que si no, menudo lío el que se nos arma con los del Ministerio! Muy rápido y cubriéndose de las primeras gotas de la lluvia, volvió la monja al patio. Solemne se imponía la guitarra en aquel atardecer de tormenta, conteniendo el movimiento de las bailarinas que en el tablado eran todo balanceo, color y castañuelas. Casi al final el conjunto inició un zapateo con tanto latido que cuando la guitarra, el fragor de las faldas y el trueno que retumbó en el cielo llegaron al clímax, a la monja le vino lo andaluz y saliéndose de madre arrancó con quiebro de cintura, brazos al aire y manos aleteando por lo alto. Sus pies taconeaban con fuerza por las estrellas del piso de baldosas sumándose al ritmo de las muchachas.

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¿Qué mierda pasa ahora? -se preguntó Diógenes, al sentir un golpeteo encima y ver la fina lluvia de arena que caía por el haz de luz de la linterna. Imaginando un derrumbe pasó rápido y con cuidado por bajo las piedras del cimiento. Llegó a la unión con la cloaca y pudo estarse un rato agachado, respirando aire fresco, sintiendo el agua corriendo entre los pies y el clan-clan de aquella tapa de fierro de la calle que sonaba a cada auto que pasaba sobre ella. Elías se acercó. —¿Querés cambiar? —No, todavía no, salí porque golpean arriba. —Y aquí mucha agua... ¿Sentís? —Sirve para llevarse la tierra amontonada. —Pero nos va a complicar la vuelta. —Si...Mejor nos vamos. Comenzaron a retirarse, y si Elías no hubiera sido tan buen conocedor, aquella noche en vez de volver al sótano habrían aparecido boyando en la bahía con el torrente que los arrastró arrancándoles las linternas que fueron corriente abajo iluminando en sus tumbos la negrura de los caños. Había parado de llover y otro era el equipo que trabajaba en la punta del túnel. Reponiéndose del susto y de la mojadura, Diógenes y Elías descansaban conversando en voz muy baja con el que traía las noticias de la cárcel. Una lamparita daba permanente luz en aquel sitio sin horas, en que dormían, mateaban y comían echados entre rollos de mantas y bolsas de dormir. —Hay que avisarles que se van a embarrar todas, y tam-


bién lo de las ratas, ¡y lo de las cucarachas! -dijo Saltimbanqui, por decir. —¿Vos querés que salgan o que se queden?— rezongó Diógenes. —Andá a saber...Tan mal no pasan si la tierra que cayó era porque estaban de baile... ¡Hay que embromarse! Avisá que tengan más cuidado, estamos debajo. —Era una monja la que bailoteaba. —¿Una monja? ¡Bárbara la hermanita! —¡Já! Se quema todo si cae despatarrada en el hoyo. — Además los ve y piensa que se fue al infierno... —¿Viste a Carmen?—preguntó de sopetón. —Sí, sí. De lejos la vi. Creo que era ella. Pasa que todas ellas andaban... —Cuidado con lo que vas a decir. —¡Disfazadas tarado! —¿Disfrazadas? — Si, haciendo teatro. Saltimbanqui iba a contar más pero se interrumpió al oír suaves golpecitos dados debajo de la tapa de cemento en medio del piso del sótano. Una vez abierta emergió un fatigado veterano que se quitó la gorra de lana y les dijo: —¡Llegamos! Elías lo miró emocionado -¿Ya pusieron el gato? — Y también unos palos asegurando que no se venga abajo la tierra. —¿Sellaron la entrada? —¡Sí, pesado! hicimos todo lo que había que hacer… Ah, también vi a tu mujer. — No me digas más...


—¿Es cierto que dejaron? Claro, la distancia...tanto tiempo... ¿Estará sola? —A no ser que se haya hecho de una compañera—echó leña al fuego el otro. —Váyanse a la misma mierda -Elías murmuró. —Sin ofender, Turco, sin ofender. —Sí...claro...pero hay que aguantarlos. —Estoy bromeando, salame, está noche estará acá. — ¿No jodas? —¡Que dejemos de andar saltando por el patio porque nos vamos a despatarrar entre los terrones! -Chela pasó a las demás el aviso que venía desde afuera. —¿Terrones? —Si m´hija. ¡Tierra!¿Qué pensabas que había debajo de las baldosas? ¡ Y atención!— siguió con las advertencias — Vamos sólo con lo puesto. ¡Nada de la camisetita más querida ni el paquete de las cartas! Un pañuelo en la cabeza y zapatillas acordonadas. —¿Pañuelo? —¡Dicen que allá abajo está un poco sucio y hay bichos! —¿Bichos? ¡Ah, no! Después de la fuga fue como si un tropel de niños hubiera pasado por el sótano abandonando allí su ropa sucia y zapatillas cubiertas de barro, en tanto en los papeles que se iban soltando de la pared, en cajas y envoltorios, se veían, en caracteres de grueso trazo, los números de los talles de treinta y ocho pares de zapatos.


ÍNDICE DANIEL ABELENDA (URUGUAY) ........................................ 5 AURA AGUIRRE (MÉXICO) ................................................ 13 ANALY BEHAMONDE ORTIZ (CHILE) ............................ 21 ROBERTO BIANCHI (URUGUAY) ........................................ 31 ADELAIDA FONTANINI (URUGUAY) ................................. 39 KRÍSTEL GUIRADO (VENEZUELA) .................................... 45 IRMA NÉLIDA JORGE (NELMA) (ARGENTINA) .............. 55 MARIBEL LACAVE (ISLAS CANARIAS) .............................. 59 MERY LARRINUA (COLOMBO-CUBANA-ESTADOUNIDENSE) . 67 NEDY MASCIADRI (URUGUAY) ......................................... 77 HEBER JESÚS MAYO SILVA (URUGUAY) ......................... 87 NATACHA MELL (ARGENTINA) ........................................ 93 ALBA MARINA RIVERÓN (URUGUAY) .......................... 103 DOMINGO TRUJILLO (URUGUAY) ................................ 107



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