Aproximaciones a la vida pdf santiago risso perú

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Lautaro

SANTIAGO RISSO

Lautaro, el de la enorme y sillar nariz, que todo lo olía y fuese aprendiz, vino, con la vela de su enorme cartílago, navegando en olfato del Sur. Lautaro, marinero, cuando no apagó el fuego maquinó el tren.

Lautaro, mainel de rencillas, órgano de corazón pulmón, frente al horizonte, siempre suspiró de perfil. Entre el polvo, ahora, no te hallo Lautaro, tan pulcro, anís. Quién ahora, Lautaro, maquina el manubrio del tren, quién revuelta, ahorita, el ojalillo, la remendez, la calesita, la testa de mi niñez.

SANTIAGO RISSO. Lima, Perú, 1967. Autor de varios libros de poesía, entre ellos Rey del Charco,Cuesta, Peldaño, Transmutaciones, Prosa de Nueva York. Antólogo, gestor cultural, periodista, editor. Es Embajador Universal de la Paz. El año 2010, la Municipalidad de Montecristi, Ecuador, cuna de Eloy Alfaro, le otorgó las Llaves de la Ciudad. Preside Mammalia Comunicación & Cultura, dirige Alejo Ediciones, y es corresponsal en el Perú de la revista española Alhucema.

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arte: Ileana Mulet - Cuba

Lautaro marino, conductor ferroviario bombero, vendedor de figurillas y cromos, sobre el lomo de su volkswagen turquesa o un tren de hielo azul San Jorge lo guió por mil rutas. Y su intuición por la propia nariz.

Aproximaciones a la vida


Autorretrato para Ochocientos No es que ochocientos seres, sean tigres, bagres o esperanzas, me pidan un autorretrato. No es que de pronto me venga en gana dirigirme a ochocientos y sentarme en un sillón político sin basta. No es que yo quiera mirarme al espejo para combatir mi depresión. Yo soy el hijo de Elena, "elenito" para los compañeros de trabajo de mamá. Declamaba poemas, leía chistes historietas mexicanas de Novaro (tampoco se me escapaba Hermelinda Linda o Aniceto). Solía hacer títeres en el barrio para ganarme un sencillo. Pero un día, como quien cuelga zapatos para siempre, dejé que el moho y la modorra se apoderen de este infante enfant elefante elenito. Aquel día el bozo me cubrió la voz. Me emborraché con tragos y frutas. Lloré toda la noche hasta que perdí todos los papeles, y escribí, mi primer poema. Cuando mis dos pequeños me piden entre gestos que juegue con ellos, y mi esposa reclama caricias que derroten al frío de la indiferencia, yo, muy serio y poeta, me digo a mí mismo: soy Santiago Risso (Lima, 1967), poeta, periodista de carrera (no sé qué carrera), he publicado no sé cuántos libros (no por vanidad el olvido, sino por problemas de ecuación matemática). Trabajo, no sé hasta cuándo, en el departamento de cultura de una municipalidad del Perú. Y suelo llorar, llorar mucho en las mañanas, llorar sin lágrimas, sin gestos, sin fricción. Acostumbro llorar para adentro, como si tuviese los ojos al revés. Soy poeta, mis amigos sinceros lo saben. No soy Neruda, Vallejo o Rimbaud. Este autorretrato a pedido de la revista Ochocientos. Soy Santiago Risso, desde el 8 de setiembre de 1967, hijo de Elena, para siempre - eso sí lo sé.

Madre vs. Padre mi padre transita frente al río pisa la rama el rocío es herido por el viento y de pronto un charco profundo inunda el parabrisas es mi madre con todo el amor del mundo cae como la lluvia en la noche que ambos frente al río dibujan mi nombre

Poema a diario Ahora, en este instante, de luz, de silencio, pulso el poema, lo hago noble frente a las profanas acciones cotidianas. Pierpaolo duerme sobre un libro. Acabo de guardar en su maleta escolar los lentes de Gianfranco. Y Marcello, con el pelo cortado, por segunda vez en su pequeña pero gran existencia, sueña con el cuento de Caperucita que Paola le transmitió en su regazo. Ésta es mi familia, está es mi/nuestra vida. Yo, ahora, desempleado, pero con la pasión reflexiva de los días, escribo este poema. Luego de pintar una caja vaca para Marcellito. Luego de escribir un tríptico sobre Lima y el Callao para Gianfranco. Luego de guiar a Pierpaolo sobre un personaje creado por él, al que le ha puesto “El Burro de Titanio”. Luego de haberme torcido el pie izquierdo. Luego de corregir el borrador del Dr. Ángel de la demanda que haré por despido fraudulento. Luego de haber llamado a Vicente, a Carolina, al Coronel Poeta… Luego de haber armado los paquetes de las golosinas para el cumpleaños de Pier. Luego de haber hecho dieta y no probar ninguna golosina. Luego de haber pecado “probando” un par de panes pizza que mi madre Elena departía con su amiga Maritza. Luego de prepararle su leche descremada a Paola, mi ola, quien afronta dulcemente una gripe con canela y sacarina. Luego acabo este poema, y, como diría Wata, cumplí con la vida.


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