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El falso es el verdadero 9

parecer a simple vista discordantes entre sí, pues alejarse del área aparentemente es contradictorio con marcar goles. El falso 9 es un verdadero delantero centro, aunque no viva en el área y solo la pise para marcar gol. Por todo ello, el falso 9 debe definirse como una función y no como una posición.

El falso 9 nació en 1910 gracias a una inspiración genial del uruguayo José Piendibene, fruto de su empatía con el mediocentro escocés John Harley, pero el hecho de que su participación en la selección celeste concluyera en 1922, justo antes de que Uruguay alcanzara a partir de 1924 los grandes éxitos universales, impidió que la formidable astucia de Piendibene como falso 9 tuviera proyección mundial, por lo que no resultó conocida más allá del Río de la Plata. Para la visión eurocéntrica del fútbol, Piendibene siempre fue un desconocido.

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A partir de 1925, la función del falso 9 adquirió una mayor dimensión al aparecer como movimiento de reacción a la implantación masiva del tercer zaguero (el conocido como «stopper» en la WM). Frente a dicho sistema de juego, la primera reacción del delantero centro consistió en evadirse del marcaje del tercer zaguero, para lo que de entrada decidió retrasar su posición, alejándose de la zona de influencia del stopper. Fue una decisión enmarcada en la selección natural de las especies, pues el atacante buscaba burlar de este modo el marcaje de un defensa férreo que le impedía demostrar su talento goleador.

En dicho proceso, el delantero comprendió que no solo podía es caparse del marcaje, sino que al mismo tiempo también podía lograr que los zagueros adversarios abandonaran el área, lo que como consecuencia permitía liberar espacios para la penetración de sus compañeros de ataque. En otros casos, los zagueros decidían no salir del área, pero se manifestaban confusos y dudaban sobre cómo actuar, por lo que el falso 9 advirtió que sus movimientos siempre acarreaban consecuencias en la defensa adversaria, fuese en términos espaciales o en términos intencionales. En un caso o en otro, el falso 9 siempre contribuía a generar superioridad en el centro del campo, lo que le permitía colaborar para que su equipo pudiera atacar de forma más directa por el lugar donde generalmente más daño se puede hacer: el centro de la defensa rival.

El falso es el verdadero 9

Los mejores delanteros de la historia han sido falsos 9, probablemente porque esta sea la manera más eficiente de ejercer como delantero

centro, en vez de la que se ha considerado como «clásica» a lo largo de los años y que ha adoptado varias definiciones estereotipadas: un «delantero de referencia», un «delantero de área», un «delantero que fije a los zagueros», un «delantero de toda la vida». Estos cuatro clichés dibujan el perfil de un atacante fuerte, alto y valiente que pelea con agresividad contra los aún más aguerridos defensas. Un delantero que vive en el interior del área adversaria esperando que le lleguen balones centrados por sus extremos para rematarlos, y que se mueve dentro de un radio muy limitado para obligar a los zagueros que le vigilan a quedarse fijos y estáticos. Es un tipo de jugador que ha existido y ha abundado en todas las épocas y que ha quedado establecido como el perfil canónico del delantero, a pesar de que siempre convivió con otro perfil diametralmente opuesto, el del falso 9.

Casi desde los orígenes del fútbol reglamentado existieron estos dos perfiles opuestos y antagónicos de delantero centro. El delantero poderoso, alto, fuerte, rocoso. Y el delantero habilidoso, ágil, poseedor de una excelente técnica y una elevada comprensión del juego colectivo. De un lado, la fuerza; del otro, la astucia. Ambos estilos de delantero han coexistido en el fútbol, propiciados por el reglamento y las propias condiciones del juego.

En sus inicios, el fútbol estuvo profundamente condicionado por la dureza y agresividad que ejercían los defensores, por lo que resultaba lógica la aparición, en contrapartida, de atacantes también altos, fuertes y poderosos, dado que debían soportar cargas violentas, que a su vez también ellos infligían a zagueros y porteros. Este tipo de delantero recibía el nombre de «ariete», término que por sí mismo define lo que se buscaba en él y nos remite, también, al juego primitivo. En la primera mitad del siglo xx, cuando el fútbol ya había adquirido carácter colectivo, tras una etapa inicial en la que el juego fue puramente individual, la forma más corriente de atacar consistía en una profundización del extremo por la banda para acabar centrando el balón al área, donde el delantero debía rematar, lo que contribuía a reforzar el concepto del delantero centro como hombre de remate.

Pero al mismo tiempo surgieron atacantes de un perfil muy distinto, sutiles y hábiles, que probablemente hoy consideraríamos falsos 9. Los ingleses G. O. Smith y Harry Stapley cumplían dicho perfil: jugadores habilidosos, los más habilidosos y destacados de su equipo; de movilidad constante, ágiles y poseedores de una excelente comprensión táctica del juego, especializados en generar espacios para los compañeros y en organizar el ataque colectivo. El deber principal de un delantero centro, afirmaba el propio G. O. Smith, consistía en «ser

capaz de pasar con precisión». No es extraño que en el nacimiento del falso 9 tuviera tanta influencia el gradual peso específico que fueron adquiriendo los mediocentros dentro del colectivo. Mediocentros como Ernest Needham o Sandy Steel sugirieron con sus inteligentes movimientos que el falso delantero era una opción táctica de indudable relieve, lo que acabó siendo desencadenado por el escocés John Harley cuando llegó a Uruguay y provocó una auténtica revolución, gracias a su estilo de pases cortos y a ras de césped. Ello propició a su vez que José Piendibene retrasara su posición para unirse al mediocentro, Harley. En ese momento nació el falso 9.

La existencia de dos tipologías de delantero centro tan radicalmente opuestas entre sí es coherente con la evolución vivida en el fútbol. La fuerza y la astucia han sido dos vectores poderosos que han regido dos maneras distintas de concebir el juego, por lo que es lógico que representen también dos perfiles tan diferentes de delantero centro. El «clásico», el que se ha considerado como ortodoxo, encarnado por el delantero fuerte y poderoso, se definía también por ser el atacante más adelantado de su equipo, de ahí que se le haya considerado siempre como «delantero referencia». El «alternativo», el delantero mentiroso, se distinguía no solo por sus habilidades y astucia, sino también por ser el atacante más retrasado de su equipo, de ahí que se le etiquetara de falso 9.

Una gran parte de los mejores delanteros de la historia han sido falsos 9. Y aún más que eso: los falsos 9 han sido grandes futbolistas. De Piendibene a Messi, de Sindelar a Cruyff, de Pedernera a Maradona, de Sárosi a Di Stéfano, de Hidegkuti a Gerd Müller, la lista de falsos 9 de la historia coincide en buena medida con la de los mejores futbolistas de siempre. Delanteros alejados del área, organizadores del ataque, habilidosos, técnicos, inteligentes en lo táctico, con visión panorámica, que vagabundeaban por el campo siempre lejos de los zagueros, provocando confusión y marasmo en los rivales antes de proceder a sentenciarlos. Los falsos 9 han sido los mejores delanteros centro de la historia, por lo que en justicia sería a ellos a quienes deberíamos considerar como los auténticos delanteros centro.

La mayoría de ellos no jugó siempre como falso 9, sino solo en ocasiones. Messi comenzó como extremo derecho, se convirtió en falso 9 y después evolucionó a su gusto, partiendo desde la posición que él consideraba más adecuada para obtener el mejor rendimiento. Maradona lo fue en el Mundial de 1986, pero ya no en el de 1990. Cruyff lo era muy a menudo en el Barça y con la selección neerlandesa, pero muy pocas veces lo fue con el Ajax. Kopa lo fue en

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