Cultura, desarrollo y cooperación internacional: una aproximación desde la perspectiva sistémica

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DEWEY LC 306.4 HC MAS.c 134 M3 Maass Moreno, Margarita Cultura, desarrollo y cooperación internacional: una aproximación desde la perspectiva sistémica / Margarita Maass Moreno, Rocio Carvajal Cortés ; presentación Javier Urbano Reyes y Citlali Ayala Martínez. – México : Instituto Mora : Universidad Iberoamericana, 2012. 73 p. : il. ; 28 cm. – (Cuadernos de cooperación internacional y desarrollo)

Bibliografía: p. 67-73 ISBN 978-607-7613-78-7

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1. Cooperación internacional. 2. Cooperación internacional – Aspectos culturales. 3. Desarrollo económico – Aspectos culturales. I. Carvajal Cortés, Rocio, coaut. II. Urbano Reyes, Javier, prol., III. Ayala Martínez, Citlali, prol. IV. Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora (México, D.F.). V. Universidad Iberoamericana (México D.F.). VI. t. VII. ser.

Coordinadora de la colección Cuadernos de Cooperación Internacional y Desarrollo: Citlali Ayala Martínez. Coordinación de esta obra: Citlali Ayala Martínez y Javier Urbano Reyes. Imágenes de portada: Rocio Carvajal Cortés.

Primera edición, 2012 D. R. © 2012, Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora Calle Plaza Valentín Gómez Farías 12, San Juan Mixcoac, 03730, México, D. F. Conozca nuestro catálogo en <www.mora.edu.mx> D. R. © 2012, Universidad Iberoamericana, A. C. Prol. Paseo de la Reforma 880, Lomas de Santa Fe, 01219, México, D. F. Conozca nuestro catálogo en <www.uia.mx/libreria> ISBN: 978-607-7613-78-7 Impreso en México Printed in Mexico

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Índice Presentación 5 Introducción 7 Una perspectiva sistémica del desarrollo social Antecedentes Cultura y desarrollo local y comunitario La cibercultur@ como valor de desarrollo social Comunidades emergentes de conocimiento local para el desarrollo sostenible Acción pública y cultura en los proyectos de desarrollo local La cultura como pilar central y sentido único del desarrollo humano y social Cultura y desarrollo vs. cultura para el desarrollo Políticas culturales: contribución de la cultura en los procesos de desarrollo Las estrategias de cultura y desarrollo en México Visión y el ejercicio de las herramientas jurídicas e institucionales de la cultura La cooperación internacional: trabajo interinstitucional e interdisciplinario Cooperación para el desarrollo Cooperación cultural Evolución de la cooperación cultural internacional Cooperación cultural para el desarrollo Instrumentos de cooperación cultural Modalidades La visión sistémica de la cooperación cultural internacional como elemento clave para el desarrollo Cooperación descentralizada como modelo para la cooperación cultural Encrucijadas y oportunidades: construyendo el futuro

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Conclusiones 63 Bibliografía 67



Presentación En 2000 el Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora inició una propuesta no-

vedosa a fin de dar contenido más sólido a las acciones de cooperación internacional de nuestro país. Entre otras acciones, el Instituto Mora inauguró la maestría en Cooperación Internacional para el Desarrollo, que ha tenido como resultado la formación de recursos humanos altamente calificados que se han integrado exitosamente a las diversas instancias públicas o privadas encargadas de la cooperación internacional de México. En segundo lugar, el Instituto Mora se ha dado a la tarea de desarrollar una interpretación teórica sobre el papel de la cooperación internacional desde la perspectiva mexicana, lo que tiene, entre otros fines, reducir en la medida de lo posible la dependencia de las producciones de otras regiones y países, sin excluirlos, buscando entablar un diálogo entre la interpretación mexicana de la cooperación internacional y los diversos análisis de los actores más relevantes en el mundo. Los Cuadernos de Cooperación Internacional y Desarrollo buscan ofrecer un espacio de divulgación y expansión de la cultura de la cooperación internacional, vinculado a los procesos y los problemas del desarrollo. Se presentan como textos, material de apoyo y manuales de trabajo, auxiliares en el aprendizaje de las temáticas y la gestión de la cooperación internacional para el desarrollo. También buscan abrir un espacio para la divulgación de la práctica y el debate nacional e internacional sobre los problemas actuales, los actores, los temas y las áreas de mayor interés de la cooperación internacional y el desarrollo, en México, América Latina y otras partes del mundo. Por tal motivo, van dirigidos a los profesionales de la cooperación internacional, gestores, facilitadores, funcionarios públicos, estudiantes y personas que inician su inmersión en la materia. En este contexto, el Instituto Mora y el Departamento de Estudios Internacionales (dei) de la Universidad Iberoamericana (uia) presentan este número de los Cuadernos de Cooperación Internacional y Desarrollo, que busca interesar a los estudiantes de la materia de cooperación internacional, a los profesionales de la gestión, a los diseñadores de política pública, a los facilitadores y al público en general, sobre los debates más actuales en el ámbito de la cooperación internacional. En esta ocasión se presenta Cultura, desarrollo y cooperación internacional: una aproximación desde la perspectiva sistémica, que motiva la reflexión del lector sobre la cultura como tema y factor del desarrollo, más allá de los factores tradicionales que se debaten en torno de esta variable. Una gran cantidad de textos, análisis y debates sobre la cooperación internacional han versado durante décadas sobre el binomio pobreza-exclusión y sus vínculos, sus correlaciones y en general sobre las estrategias más adecuadas para romper esa dinámica que le ha supuesto altos costos humanos al mundo en general y a Latinoamérica en particular.

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6 Sin embargo, gran parte de las reflexiones de la academia y de la instrumentalización de la política pública han girado sobre las variables de orden económico (léase los déficits, los superávits o la estabilidad monetaria, entre otros) y ha habido poca atención al soft power o poder blando de las naciones, cuya buena gestión puede procurar una alternativa diferente y constituirse en un pilar adicional a las estrategias de desarrollo local. La cultura, como fuente, como referencia y como instrumento del desarrollo nacional, ha sido poco tratada y aun menos usada en las acciones de promoción de la imagen de México; las culturas locales en buena medida han aparecido como representaciones de la llamada cultura de vitrina, como si carecieran de dinámica, como si fueran incapaces de poder constituirse en actores con voz propia en las relaciones internacionales de México. Bajo estas consideraciones, esta obra pretende presentar al lector una lectura novedosa sobre el papel de la cultura en los procesos de desarrollo de las naciones, sobre la trascendencia de los espacios locales como generadores de imágenes, símbolos, productos representativos que constituyen elementos de identificación frente al mundo. La invitación a repensar el desarrollo desde la perspectiva de la cultura con una visión sistémica que la interrelaciona con la cooperación internacional, vislumbra la participación de nuevos gestores individuales y colectivos capaces de lograr incidencia en el desarrollo humano y social, así como la necesidad de exigir y proponer una política pública cultural integral e incluyente. Al mismo tiempo, la presente investigación busca valorar las políticas culturales del Estado, sus normativas y el impacto que este instrumental tiene en los procesos de desarrollo nacional para finalmente proponernos una reflexión sobre la cooperación descentralizada como estrategia, instrumento y recurso para potenciar la cooperación cultural internacional. Desde el Instituto Mora y el Departamento de Estudios Internacionales de la uia, esperamos que esta investigación se constituya en un espacio para el diálogo, el debate, el intercambio de opiniones, de cara a la construcción de una voz mexicana consistente, sólida y argumentada sobre la cooperación internacional y sobre el papel que debe asumir el país en un sistema internacional cada vez más complejo. Javier Urbano Reyes y Citlali Ayala Martínez


Introducción El presente texto se inscribe en el proyecto editorial Cuadernos de Cooperación Interna-

cional y Desarrollo, de la Universidad Iberoamericana y el Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, y es fruto de la voluntad de profundizar en la temática del desarrollo y cooperación internacional desde la cultura, que no solamente es pertinente sino central en el esfuerzo de avanzar hacia mejores horizontes en nuestro país. Ofrecemos este documento como material de trabajo y de reflexión para actores vinculados a la gestión y elaboración de políticas públicas para el desarrollo. Existe no solamente un gran debate en torno a la cultura, el desarrollo y la cooperación internacional, sino también un amplio trabajo en infinidad de organizaciones de países preocupados por resolver el enorme índice de pobreza y hambruna presente aún en el mundo. Ciertamente, mucho se ha escrito al respecto, pues tenemos distintas perspectivas teóricas que nos permiten acercarnos a estos conceptos y a la relación que se guarda entre ellos. Sin embargo, la complejidad del asunto requiere un tratamiento que considere las múltiples determinaciones del problema. Por ello, en este texto trabajamos desde un enfoque integral y sistémico. Partimos de la idea de que los programas de cooperación internacional que tienen el objetivo puesto en el desarrollo social implican una serie de factores complejos. Desde la forma en que se entiende el desarrollo, hasta los vínculos tan fuertes que deberían existir entre este y los procesos culturales de un grupo social y que deben ser tomados en cuenta para dimensionar dicha complejidad. Este trabajo presenta una propuesta de pensar la cultura, el desarrollo y la cooperación internacional desde una perspectiva interrelacional. Podemos decir que, en el caso de México, actores políticos, académicos, sociales y del sector cultural han trabajado de manera comprometida a escalas nacionales e internacionales en busca de estrategias de desarrollo en nuestro país. Sin embargo, a pesar de estos grandes esfuerzos, el asunto del “desarrollo” parece no funcionar, o no avanzar al ritmo necesario. No quedan claras las acciones de Estado y no vemos que trasciendan la coyuntura de los gobiernos. Muchas son acciones aisladas, algunas muy buenas, pero sin continuidad y sin perspectiva de desarrollo a largo plazo. Así, entonces, tenemos que a pesar de la implementación de políticas económicas, sociales y culturales y de los múltiples esfuerzos que distintos sectores han realizado en las últimas décadas, existe un malestar generalizado en términos de la poca y pobre incidencia que todo ello ha tenido en el desarrollo humano y social. ¿Cómo repensar los conceptos de desarrollo, de cultura, de cooperación internacional y la relación entre estos?; ¿cuál es el concepto y estrategias más adecuadas para el desarrollo dentro de nuestra cultura mexicana?; ¿podemos asumir la responsabilidad de generar una clara dirección de nuestras propias sociedades hacia un valor de desarrollo básico?; ¿es posible que la propia cultura ofrezca los parámetros para definir y trabajar los procesos del desa-

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8 rrollo?; ¿qué estrategias de cooperación internacional requerimos? A estas y otras preguntas pretende acercarse este trabajo, pues es evidente que la relación entre cultura, desarrollo y cooperación internacional es un asunto urgente de resolver, que tiene múltiples elementos a considerar y que debe analizarse como un complejo empírico, término propuesto por Rolando García.1 El complejo empírico se refiere al conjunto de determinaciones que inciden en una problemática y que deben ser parte del recorte de una realidad a estudiar. En este caso revisaremos la tríada de conceptos que nos convocan desde el enfoque de la teoría de sistemas. La cultura constituye la dimensión simbólica de la sociedad. No se limita ni a un sector ni a un área específica. Su carácter de transversalidad incide en todos los aspectos de la vida cotidiana. Nuestra misma experiencia de vida se vale de la cultura, de la dimensión simbólica para dar sentido y procesar todas nuestras experiencias cotidianas. Coincidimos con González2 cuando habla de que experimentamos el mundo de forma orgánica; es decir, experimentamos con el cuerpo, pero lo elaboramos y lo procesamos con las representaciones, lo metabolizamos, por así decirlo, a través del lenguaje articulado junto con múltiples y complejos metalenguajes, tales como la religión, el derecho, la moral, el arte, la educación, la filosofía, el sentido común. La cultura comprende un enorme, complejo y multidimensional entramado de modos y modelos para definir, para representarnos y para modelar el mundo y todas las experiencias que de él tenemos. Hoy sabemos que existe una relación directa entre lo que podemos ver y sentir del mundo y nuestro modo de nombrar ese mundo. Sin embargo, en México, contamos con una enorme riqueza cultural que contrasta con la enorme pobreza y desigualdad, situaciones que forman parte de nuestro escenario habitual, y no hemos podido reflexionar al cien por ciento sobre esa gran posibilidad de autonombrarnos, autodefinirnos, autodeterminarnos para ganar grados de desarrollo desde nuestra propia realidad. No existe todavía una política cultural integral estructurada como pilar central del desarrollo. En el presente texto se analiza la cultura, el desarrollo y la cooperación internacional como tres elementos dinámicos e íntimamente relacionados. Con dicho análisis intentamos poner en la mesa de diálogo los componentes de interculturalidad, respeto de los principios de diversidad cultural, como elementos clave para pensar el desarrollo. Para lograr nuestro objetivo, el documento está estructurado en cuatro secciones: iniciamos explicando lo que significaría la perspectiva sistémica del desarrollo y su obligada interacción con la cultura; seguimos con una reflexión sobre la cultura como pilar central y sentido único del desarrollo humano y social. En una tercera parte hablamos de la cooperación internacional como un trabajo necesariamente interinstitucional e interdisciplinario. En la cuarta sección revisamos la visión sistémica de la cooperación cultural internacional como elemento clave para el desarrollo. Este documento fue elaborado para la comunidad de estudiantes, gestores, profesionales de la cultura y de las relaciones internacionales y para el público en general como un material de consulta que aporta elementos básicos para la gran discusión sobre “el desarrollo”, la cultura y la cooperación internacional para lograr avanzar en ello.

1 García, Sistemas, 2006. 2 González, Cultura(s), 2003, p. 3.


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Una perspectiva sistémica del desarrollo social Antecedentes ¿Cómo se ha entendido el desarrollo social a lo largo de las últimas décadas? Los economistas se apropiaron del término desde 1940 y lo relacionaron permanentemente con el de “crecimiento”. Un error frecuente dentro de los primeros “planes de desarrollo social” a escala mundial ha sido confundir los medios con los fines. Ciertamente, dotar de agua, energía, transporte, escuelas, hospitales y vivienda a una población no atiende a las múltiples dimensiones del desarrollo. Estas acciones son solamente un conjunto de mecanismos paliativos para proveer los medios que pueden ayudar al logro de un fin más grande que el desarrollo humano. Pero confundir todo esto con el “desarrollo” es, sin duda, un error. Otra falta común ha sido, como ya dijimos, usar indistintamente los conceptos de “desarrollo” y “crecimiento”. El crecimiento económico no necesariamente garantiza el desarrollo humano. De igual manera, el desarrollo humano no está obligadamente vinculado ni es consecuencia de un desarrollo económico. En la actualidad el concepto de desarrollo es entendido como el logro de una situación que facilite la potenciación del ser humano para transformarse en persona humana.3 Es decir, el desarrollo se ha colocado en un contexto más amplio que el económico. Ya se piensa en el desarrollo vinculado a lo cultural, lo valoral, lo intangible, lo subjetivo. De todos estos acercamientos surgió el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo4 (pnud) y dentro de este el índice de desarrollo humano (idh).5 Para el pnud, el desarrollo humano tiene como objetivo alcanzar la libertad humana, y tiene que ver con ampliar las alternativas de la gente para que logren alcanzar una vida larga, saludable y creativa. Es mucho más que el aumento o disminución del ingreso nacional, como generalmente se ha identificado. El desarrollo humano se logra cuando se gana la lucha contra la pobreza, cuando se tiene una vida digna y oportunidades de participar, diseñar y disfrutar de un proyecto de sociedad incluyente y justa. Amartya Sen, premio Nobel de Economía 1998, en su libro Desarrollo y libertad6 afirma que el enfoque del desarrollo humano se concentra y se puede inferir en la calidad de la vida humana, su riqueza, bienestar y libertad, así como en los cambios o mejorías que experimenta. Debemos intentar contar la historia del desarrollo humano en términos de “cómo le va a la gente” y no sólo desde lo que sucede con la producción. Por otro lado, algunos economistas piensan el desarrollo únicamente basándose en los indicadores del producto interno bruto (pib). El pib se concentra en una dimensión lejana a la 3 4 5

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Boisier, “Desarrollo”, 2003, pp. 48-79. Creado para promover la cooperación internacional y el trabajo de los gobiernos de más de 150 países para ayudar a encontrar soluciones a los problemas sociales y resultados concretos para elevar la calidad de vida de los pueblos necesitados. Mahbubul Haq (1934-1998) fue un economista iraquí que ideó y propuso −con la colaboración de Amartya Sen− el idh, mismo que se aplicó durante muchos años en la generación de informes de desarrollo humano del pnud. pnud, Informe sobre desarrollo humano, 2010, <http://bit.ly/rK3DmC>. [Consulta: 2 de septiembre de 2011.] Sen, Desarrollo, 2000.


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10 vida humana. Tiene que ver con el valor monetario de la producción de bienes y servicios, y no precisamente con las personas, sus vidas y su libertad. Junto con el informe anual sobre desarrollo humano de la Organización de las Naciones Unidas (onu),7 también se publican informes regionales y nacionales, donde se muestran los indicadores sobre la calidad de vida de los grupos sociales. En ellos se afirma que, en el centro del proceso de desarrollo, se coloca a la persona y no a los mercados.8 A pesar de que el pnud celebró en 2011 medio siglo de presencia en México,9 no vemos claros los resultados de los programas de desarrollo humano realizados. Entonces, ¿de qué se habla cuando se discute sobre el desarrollo del país? Pareciera que el reto es sostener el crecimiento económico a costa de lo que sea. No es curioso, entonces, que el índice de medición del desarrollo de la nación esté determinado por el pib, mientras que para el pnud, como hemos mencionado con anterioridad, el indicador del desarrollo humano está basado en una vida larga y saludable, una educación y un nivel de vida dignos.10 Entonces, ¿quién define o bajo qué parámetros se mide la vida larga y saludable, la educación y el nivel de vida digno? Uno de los debates centrales en torno a eficiencia de la cooperación internacional es precisamente la medición de su impacto en el aumento del bienestar social y el desarrollo multidimensional, más allá del crecimiento económico.

Cultura y desarrollo local y comunitario El concepto de cultura, acuñado a fines del siglo xix, está muy gastado y mal interpretado. Igualmente, el concepto de desarrollo, que es netamente cultural y debería ser cien por ciento local, se ha interpretado de muchas formas y no siempre con claridad. Para Castoriadis, el desarrollo y el progreso “son valores específicamente occidentales y están imbuidos de la ideología judeocristiana de la infinitud, por lo que el desarrollo nunca tiene final, ya que no existe una meta determinada para alcanzar”.11 Hablar de desarrollo “local” y comunitario implica ya de manera implícita hablar de fenómenos culturales, económicos, políticos y sociales, situados en un espacio concreto. Tomando como referencia el concepto de cultura anteriormente tratado, podemos decir que toda práctica social, política y/o económica es necesariamente una práctica cultural. Entonces, ¿cómo repensar los proyectos sociales y las políticas públicas de un país considerando los fenómenos culturales específicos de cada comunidad cultural? Primero que nada, partiendo de la idea de que la cultura constituye

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Publicados a partir de 1990 por el pnud. El argumento central implica la capacidad del índice para reflejar aspectos generales del bienestar social, que a su vez pueda complementarse por otro tipo de estudios, por ello no incluye, entre otras dimensiones, la participación, género e igualdad. Sólo a parir del año 2003 los informes nacionales sobre desarrollo humano han reportado el valor del idh a escala nacional y para las entidades federativas, mientras que desde 2004 se ha publicado la desagregación de estos indicadores a nivel municipal. Véase: undp, Índice de desarrollo humano de hogares e individuos 2008, <http://bit.ly/nipWR7>. [Consulta: 12 de agosto de 2010.] Y Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, México, <http://bit.ly/naDZZW>. [Consulta: 10 de septiembre de 2011.] Ibid. Castoriadis, “Reflexiones”, 1991.


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11 la dimensión integral y de sentido de la sociedad. Segundo, sensibilizando a todos los actores sociales y políticos sobre la necesidad de hacer visibles y explícita la relación de los fenómenos culturales con las políticas de desarrollo. Tercero, y como consecuencia, con una voluntad de incidir en la acción cultural como factor clave en los procesos de desarrollo específicos y lucha contra la pobreza de la comunidad de que se trate. Si pudiéramos imaginar los procesos de desarrollo como un todo organizado, donde las múltiples determinaciones y elementos que entran en juego formaran un sistema de interacciones, podríamos hablar del “sistema desarrollo”. ¿Cómo podríamos representarlo gráficamente?, ¿qué elementos lo componen?, ¿cómo son las interacciones entre estos elementos?, ¿cómo categorizar dichos elementos? Proponemos en el esquema 1 este sistema desarrollo. Lo que representamos en el sistema “desarrollo” son las múltiples interacciones entre todos los elementos que inciden en el desarrollo, pero sobre todo enfatizamos que la relación entre cultura –en el más amplio sentido de la palabra–12 y desarrollo constituye un binomio indisoluble. La reconfiguración permanente de la cultura de una comunidad incide directamente en los niveles de desarrollo. Por ejemplo, para Borja y Castells,13 los cambios tecnológicos y las redes sociales han afectado de forma directa a los procesos de desarrollo de todas y cada una de las localidades del mundo. La tecnología ha ayudado a generar nuevas configuraciones y espacios simbólicos, el espacio virtual, nuevos territorios donde se generan nuevas prácticas culturales, que a su vez reconfiguran la dimensión simbólica de los individuos en particular y de los grupos sociales en general. Como diría Alfons Martinell: [Hablamos de] nuevos espacios de inclusión o integración; nuevos territorios en los que el concepto geopolítico queda obsoleto ante los nuevos procesos que podríamos denominar geoculturales. Es en el interior de estos nuevos espacios donde la disyuntiva entre lo global y lo local tiene lugar con unas consecuencias hasta el momento impredecibles. Lo que parecía iba a configurar una identidad global está exacerbando los localismos identitarios, ya sean estos territoriales, religiosos o étnicos. 14

Asimismo, todos los procesos económicos locales y/o globales vinculados, sin duda, a los procesos culturales dentro de una comunidad, inciden de manera directa o indirecta, implícita o explícitamente, en la reconfiguración de la dimensión simbólica de dicha comunidad. Y, sin lugar a dudas, es la propia cultura y sus correspondientes prácticas culturales las que determinan el grado o nivel de desarrollo de toda comunidad, aunque parezca que viene “de fuera” el insumo para hablar de desarrollo comunitario. Podemos hablar, sin embargo, de otra conceptualización sistémica del desarrollo local o comunitario que es desarrollada por el etnoecólogo Víctor Toledo. Veamos a qué se refiere. Primero que nada, y a pesar del constante trabajo realizado desde los años cuarenta sobre el concepto de desarrollo, tenemos que desde la Cumbre Mundial sobre Medio Ambiente

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Es decir sin restringirla a una referencia simplista del conjunto de las manifestaciones artísticas. Borja y Castells, Local, 1999. Martinell, “Prólogo”, 2006, p. 17.


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12 Esquema 1 Factores tecnológicos del desarrollo

Factores políticos del desarrollo

Factores económicos del desarrollo

Factores culturales del desarrollo

Fuente: elaboración propia.

y Desarrollo que se llevó a cabo en Brasil en 1992,15 se comienza a hablar de desarrollo sustentable. Desde ese momento, este nuevo concepto comienza a aparecer en los documentos de políticas públicas, en los procesos económicos del desarrollo y desde luego, en el ámbito de la ecología. El desarrollo sustentable impacta igualmente como concepto integral en el espacio científico, social, político, económico y cultural interpretándose de múltiples maneras. Se establece como principio fundamental el derecho al desarrollo, que debe ejercerse en forma tal que responda equitativamente a las necesidades ambientales y de desarrollo de las generaciones presentes y futuras.16 Específicamente, en el documento oficial de dicha cumbre se establece dentro del principio 2217 que “las poblaciones indígenas y sus comunidades, así como otras comunidades locales, desempeñan un papel fundamental en la ordenación del medioambiente y en el desarrollo a partir de sus conocimientos y prácticas tradicionales. Los Estados deberían reconocer y apoyar debidamente su identidad, cultura e intereses y hacer posible su participación efectiva en el logro del desarrollo sostenible.” Pareciera que poco se ha considerado este principio en el caso de nuestro país, pues no se ve claramente un desarrollo sustentable

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United Nations, General Assembly, “Report of the United Nations Conference on Environment and Development”, Río de Janeiro, 3-14 de junio de 1992, <http://bit.ly/IStmWz>. [Consulta: 10 de abril de 2012.] Ibid. Ibid.


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13 en nuestras poblaciones locales con rasgos culturales particulares y tan diversos y donde además la pobreza y hambruna están presentes. Entonces, desde la perspectiva de Amartya Sen, que mencionamos con anterioridad, ¿cómo podríamos imaginar el desarrollo comunitario sustentable en México? Pensamos, entonces, que una buena propuesta se encuentra en la definición de desarrollo comunitario sostenible y los principios etnoecológicos que propone Víctor Toledo a partir de su trabajo con comunidades rurales y que está muy en la línea de Amartya Sen. El desarrollo comunitario sustentable es “un proceso de carácter endógeno por medio del cual una comunidad toma (o recupera) el control de los procesos que la determinan y la afectan”.18 Estos procesos se refieren a la apropiación y el control del territorio por parte de la propia comunidad; a la apropiación y el control de su contexto natural; asimismo, al control de sus propios procesos sociales, culturales, económicos y políticos. Estos procesos trabajan de manera sistémica, lo que significa que todos y cada uno dependen del resto. Cuando hablamos de un “sistema”, nos referimos a un espacio construido por nosotras investigadoras, donde quedan representadas las múltiples relaciones entre elementos y el dinamismo de los mismos. En este caso, el sistema “desarrollo” que estamos configurando estaría formado por los procesos mencionados, mismos que forman a su vez un subsistema y que son procesos comunitarios endógenos, en toda la extensión de la palabra. Ciertamente, el sistema es irritado por procesos exógenos, o por el entorno y donde aparecen procesos locales y globales que se tocan, que interactúan, que reconfiguran la propia identidad de los ocupantes de estas nuevas formas territoriales. Se reconfiguran igualmente y como consecuencia de dicha actividad; es decir la dimensión simbólica de los grupos, en una palabra la cultura local. Y es precisamente esa cultura local reconfigurada la que va marcando el ritmo hacia el desarrollo desde su particular concepción de desarrollo. Con esta nueva perspectiva estamos obligados no solamente a replantear el concepto de desarrollo y de cooperación internacional “para el desarrollo” sino a replantear las políticas de cooperación para el desarrollo que se deseen integrar o incorporar a aquellos grupos o comunidades menos favorecidos. Por otro lado, progreso, expansión, crecimiento y desarrollo son conceptos que se utilizan como sinónimos para hablar de países que han logrado un determinado nivel de vida o bienestar económico y social (desde los parámetros occidentales) y que es capaz de producir un avance autosostenido. Todo gira desde esta perspectiva en el componente económico y, en consecuencia, el capital económico es la condición sine qua non necesaria y suficiente para que un país menos desarrollado pueda avanzar hacia el desarrollo. Si bien Castoriadis,19 cuestiona a aquellos que opinan que el desarrollo ha venido a significar un crecimiento indefinido y la madurez de la capacidad de crecer sin fin, debemos enfatizar que siempre estaremos en vías de desarrollo. Cuando consideramos que los procesos de cambio deben emerger dentro de la propia comunidad, pensemos entonces en un modelo de gestión endógena y desde lo cultural: 18 19

Víctor M. Toledo, “Principios etnoecológicos para el desarrollo sustentable de comunidades campesinas e indígenas”, 1996, Temas Clave, <http://bit.ly/HOuhvU >. [Consulta: 10 de abril de 2012.] Castoriadis, “Reflexiones”, 1991.


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14 un modelo de acción participativa en lugar de un modelo de “intervención”. Necesitamos pasar de ese modelo intervencionista y centralista, donde la dinámica del mercado es el principio regulador de la dinámica social y del desarrollo, a un modelo donde se privilegie el diálogo, el trabajo comunitario, los elementos simbólicos y culturales de la comunidad. Un modelo donde las políticas públicas requieran de la cultura como recurso estratégico, como posibilidad de inclusión cultural, de producción y de distribución de contenidos, de lengua, de pluralismo y diversidad. Ese nuevo modelo requeriría de varios elementos: 1. Considerar el desarrollo desde un ámbito humano e integral, desde lo local y al servicio de la propia comunidad. 2. Considerar el desarrollo totalmente vinculado a los procesos culturales, buscando su sostenibilidad y la participación comunitaria. 3. Buscar, en esta lógica, los índices –no siempre fáciles de estimar– para medir el desarrollo humano y social. 4. Planificar para lograr las metas y evaluar para reflexionar si no se llegan a cumplir. Pero, ¿cómo vincular el desarrollo a la cultura o la cultura al desarrollo? Partimos de la idea de que no existe nada más humano que la cultura. La dimensión que le da sentido a su vida. Entonces, el estudio de los fenómenos culturales es una preocupación central en las ciencias sociales y humanidades, y debe serlo igualmente importante en el análisis del desarrollo local. Dentro del campo de las políticas públicas, una de las definiciones de cultura más ricas es la que aportó la unesco en la Declaración de México sobre políticas culturales, que enfatiza lo siguiente: “La cultura puede considerarse como el conjunto de los rasgos distintivos, espirituales y materiales, intelectuales y afectivos que caracterizan una sociedad o un grupo social. Engloba, además de las artes y las letras, los modos de vida, los derechos fundamentales al ser humano, los sistemas de valores, las tradiciones y las creencias.”20 Sin embargo, se impone una necesidad de redefinir teóricamente el concepto para ampliar y dimensionar su alcance y su importancia dentro de las políticas de desarrollo. La concepción simbólica o semiótica de la cultura, presentada por primera vez por Clifford Geertz,21 quien la describe como una telaraña de significados, y John B. Thompson quien la describe como “las formas simbólicas de la sociedad”,22 integra los elementos más significativos de la perspectiva antropológica23 y marxista sobre la misma. Pero además se concibe como el conjunto de hechos simbólicos presentes en la sociedad. Es la organizadora social del sentido. La cultura pauta los significados “históricamente transmitidos y encarnados en formas simbólicas, en virtud de las cuales los individuos se comunican entre sí y

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unesco, “Declaración de México sobre políticas culturales. Conferencia mundial sobre las políticas culturales”, 1982, <http://bit.ly/r6avP>. [Consulta: 8 de agosto de 2011.] 21 Geertz, “Descripción”, 2005. 22 Thompson, Ideología, 1998, p. 183. 23 Recomendamos la lectura de los “Prolegómenos” de Gilberto Giménez, en su texto Teoría y análisis de la cultura, publicado por Conaculta (2005), en el núm. 5 de su colección de Intersecciones. En ese texto Giménez hace un análisis muy detallado de las múltiples acepciones que el término de “cultura” ha tenido en las distintas corrientes ideológicas, filosóficas y científicas.


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15 comparten sus experiencias, concepciones y creencias”, nos dice Giménez.24 Esta concepción de la cultura nos obliga a mirarla desde la perspectiva sistémica, como una totalidad compleja. Sobre ello, Thompson argumenta que la cultura se puede considerar como el conjunto de “elementos interrelacionados”25 de creencias, costumbres, leyes, formas de conocimiento y arte que adquieren los individuos como miembros de una sociedad particular y que pueden estudiar de manera científica. En esta definición subrayamos los elementos interrelacionados como componentes clave para mirar la cultura desde la perspectiva sistémica. Desde este enfoque, podemos imaginar la cultura como un sistema dinámico de elementos interactuando permanentemente. Dichos elementos son interdefinibles y, por lo tanto, interdependientes. A partir de esta idea tenemos que reflexionar sobre la relación que existe entre la cultura y el desarrollo local, su interdefinibilidad y su interdependencia. Un inicial acercamiento a la propuesta que deseamos plantear en este texto, tiene que ver con una primera relación del desarrollo con la producción de sentido, de significados y vincular el desarrollo con los procesos culturales dentro de una comunidad concreta. Estamos hablando de pensar el desarrollo desde la especificidad de lo local y comunitario. ¿Qué queremos decir con esto? Es imperativo que generemos modelos de desarrollo integrales, dinámicos y creativos, como lo propone Toledo. Tenemos que buscar este tipo de alternativas para pensar el desarrollo y en particular el desarrollo local y comunitario. Estamos de acuerdo con Tomassini quien plantea en su texto Capital social y cultura como claves estratégicas para el desarrollo,26 que tenemos que dar un “giro cultural”. Hace falta considerar los escenarios culturales, los espacios de sentido y las economías locales para imaginar un desarrollo local a partir de la reconfiguración de la dimensión simbólica de las comunidades. La reocupación o reconfiguración de los espacios de “sentido” que han estado simbólicamente ocupados por dinámicas globales que poco tienen que ver con las propias de las comunidades locales. Asimismo, se necesita buscar estrategias para mejorar la calidad de vida de los individuos de una comunidad, desde su propio concepto de calidad de vida, para imaginar nuevas formas de organización social para recuperar los procesos culturales comunitarios; potenciar la dimensión biológica y espiritual de todos y cada uno de los miembros de una comunidad; pensar en el desarrollo en un marco constructivista;27 imaginar estrategias colectivas de intersubjetividad que coadyuven en el aumento de la autoestima, autoconfianza colectiva y la autodeterminación de los pueblos. Pensar en procesos cooperativos y solidarios endógenos. Pero ¿cómo imaginar la estrategia para ello? El espacio local se presenta como un ámbito ambiguamente circunscrito a una referencia territorial, pero que no limita ni delimita su capacidad de crecimiento y vinculación con otros espacios; apela a un conjunto de dinámicas tanto políticas, institucionales, sociales, culturales como económicas, y “aunque algunas veces vive la contradicción entre la historia que lo legitima y cohesiona culturalmente […] la dinámica territorial real […]

24 Ibid., p. 68. 25 Thompson, Ideología, 1998, p. 191. 26 Véase Kliksberg y Tomassini, Capital, 2000. 27 Como lo explica García en Conocimiento, 2000, p. 63.


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16 se expresa por la movilidad e intercambios”.28 Es decir, que el hablar del espacio local o comunitario no necesariamente “es equivalente a hablar del ámbito municipal”,29 y se puede distinguir por la proximidad en las relaciones entre los actores que operan en este ámbito, donde las particularidades son las que lo definen y generan una dinámica distinta frente al abstracto e incierto ámbito global, que se justifica a sí mismo en la acción de los actores que lo conforman y el “entramado de múltiples estrategias individuales y colectivas que se tejen sobre un territorio”,30 en tanto este es una especificidad, una realidad única e irrepetible. La tendencia global a la descentralización como consecuencia de los movimientos económicos, políticos y culturales ha generado nuevas dinámicas de acción en los espacios locales, proponiendo formas distintas de relacionarnos tanto en el ámbito individual como colectivo y las consecuencias sociopolíticas han sido muchas veces impredecibles: “La reacción política descentralizadora de autogobierno, de radicalización de la subsidiaridad a favor de los entes locales no está tampoco exenta de ambigüedades […] y puede encerrarse en pequeños mundos temerosos de insertarse en procesos globales.”31 A pesar del obvio potencial de desarrollo y de desarrollo cultural propiamente, que yace a simple vista en las ciudades y los numerosos debates que se han generado al respecto, ya es poco frecuente en América Latina encontrar programas de políticas públicas para el desarrollo y revitalización de las ciudades,32 pero con mucha menos frecuencia para las zonas rurales. Al hablar de las ciudades, Bolos33 propone tres niveles de análisis de las mismas: la ciudad oficial, la real y la ideal. La primera alude a las categorías políticas que la delimitan jurídica y administrativamente mediante figuras como los municipios. La segunda dimensión es la relación que se distingue entre la política y lo político. Precisando el conjunto de relaciones simbólicas entre los actores, estas surgen en el ámbito de intercambios en los procesos políticos, actividades legislativas y gubernamentales “que se desarrollan en el entramado institucional del sistema o régimen político”;34 es decir, aquellas acciones que le otorgan estructura y formas de operatividad que no constituyen un cuerpo abstracto de ideas sino interacciones reales entre instituciones, ciudadanos y organizaciones. Finalmente, la dimensión ideal de la ciudad es una creación subjetiva, pensada y anhelada, sobre la cual subyacen las aspiraciones de una comunidad. Esto no significa que sea un imaginario perfecto; lo que estas aspiraciones reflejadas por los actores muestran es la relación dialéctica con su propia cultura, memoria e identidad, que si bien no tienen que ser

28 Borja, Ciudad, 2003, p. 38. 29 Aghón, Desarrollo, 2001, p. 15. 30 Ibid., p. 24. 31 Borja, Ciudad, 2003, p. 31. 32 Sin embargo, los programas que sí podemos encontrar en la región se enfocan específicamente sobre la revitalización o rehabilitación de los llamados centros históricos o de las llamadas ciudades patrimonio, lo que excluye a todas las localidades que no estén consideradas como histórico-patrimoniales. 33 Bolos, Organizaciones, 2003, p. 29. 34 Ibid.


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17 interpretaciones afines, sí podemos afirmar que “las ciudades se convierten en patrimonio de sus habitantes”.35 Desde la sociología urbana, la ciudad en tanto espacio contenedor de la vida pública y privada es un núcleo, una organización económica en movimiento, un conjunto de procesos institucionales y sociales, además de ser un icono estético de representación colectiva que sirve de escenario para la acción social que le da vida. Entendamos nuestra realidad sin atavíos maniqueos, nuestras ciudades poseen un potencial creativo en sus propios términos, carencias, oportunidades y encantos. Puebla no es Praga y el Distrito Federal tampoco es Londres, por ejemplo. Sin embargo, son centros indiscutibles de actividades educativas, de turismo, de industria, con una gran riqueza natural, herencia patrimonial e igualmente son ciudades dignas de un desarrollo vibrante y ejemplar que esté a la altura tanto de su potencial como de su riqueza humana y cultural. La preocupación internacional por atender desde los espacios locales el binomio cultura-desarrollo surge a partir de la publicación en 1995 del informe Nuestra Diversidad Creativa de la Comisión Mundial de Cultura y Desarrollo, “orientado a las políticas sobre las interacciones entre cultura y desarrollo”,36 promoviendo el actuar en pro de los objetivos de desarrollo de cada país, región o localidad en diálogo y corresponsabilidad. Tras la aparición de este reporte se inicia una reconfiguración en torno a la concepción de la cultura más allá de la mera asociación de esta con las manifestaciones artísticas. La cultura es integradora de todas aquellas formas sociales de organización. Es, al mismo tiempo, un factor determinante en el desarrollo económico; un conjunto de mecanismos de intercambio y creación de sistemas de valores que se manifiestan en las prácticas culturales cotidianas. Igualmente se fueron transformando las concepciones de los ámbitos que la cultura posee, siendo especialmente importantes el social, el económico y el político. Este último ha sido fundamental para la generación de mecanismos de participación ciudadana a partir de sistemas de cogestión. Y como Martinelli37 señala, la cultura contribuye especialmente a recuperar y usar los espacios públicos como expresión de la convivencia y el desarrollo. Es justamente esta cualidad multidimensional que la cultura posee la que ha permitido paulatinamente abrir el debate de la inclusión y corresponsabilización de la ciudadanía en la formulación de estrategias de desarrollo, pasando de un paradigma vertical en el que los gobiernos formulaban desde una distancia abstracta las políticas de desarrollo, a generar modelos socialmente inclusivos de participación política. Es a partir de principios de los noventa cuando la formulación de las políticas culturales en los ámbitos locales (es decir las ciudades y regiones) efectuada de modo participativo se convirtió gradualmente en un modelo aspiracional de participación para las “organizaciones culturales […] basadas en la sociedad civil”.38 Las acciones impulsadas desde los gobiernos nacionales en coordinación con sectores estratégicos han buscado asegurar una

35 Viladevall, Ciudad, 2001, p. 161. 36 unesco, The Stockholm Conference, <http://bit.ly/oiITtw>. [Consulta: 27 de marzo de 2011.] 37 Alfons Martinell Sempere, “Cultura y cohesión social en las relaciones locales e internacionales”, Red Interlocal, <http://bit.ly/ptVTdP >. [Consulta: 21 de abril de 2011.] 38 Pascual i Ruiz y Dragojevic, Guía, 2007.


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18 infraestructura cultural “saludable”39 en la que sea el acceso de las mayorías y no el de las elites un objetivo central de su planeación estratégica. El axioma sobre el que han basado este modelo participativo ha sido el derecho a la cultura, como garantía para asegurar la responsabilidad pública y, por lo tanto, de cubrir también la creación de políticas culturales en un ámbito concreto. Uno de los retos primordiales de las sociedades contemporáneas es asegurar la legitimidad y transparencia de “las acciones para el desarrollo”.40 Este enfoque considera que la participación ciudadana en la elaboración, implementación y evaluación de las decisiones políticas “es la espina dorsal de la democracia y está marcada por una preocupación por la solidaridad humana”.41 Es crucial entonces el reconocimiento que la Agenda 21 de la Cultura42 realiza con respecto al aumento de las necesidades ciudadanas en el ámbito cultural y la insuficiencia de los programas, políticas, recursos humanos y presupuestarios a escala local. Este documento no sólo alienta la formación de redes y vínculos entre actores, sino que los identifica como elementos determinantes en el éxito de los proyectos de desarrollo local y cultural mediante mecanismos de participación, debate y acción para asegurar la centralidad de la cultura en el conjunto de las políticas locales, impulsando la redacción de agendas de desarrollo en cada ciudad o territorio, en coordinación estrecha con los procesos de participación ciudadana y planificación estratégica. Cuando la cultura se coloca al centro de las estrategias de desarrollo local para potenciar y revitalizar las dinámicas de intercambio y acción pública, es cuando verdaderamente puede contribuir a la construcción de mecanismos de integración social, logrando también un mejor acceso a los bienes y servicios culturales para toda la población que habita e interactúa en las ciudades, convirtiéndose en un ámbito de participación democrática, en el más amplio sentido del término. Dada la alta movilidad de las redes sociales y particularmente las relacionadas con los ámbitos culturales y políticos, es evidente que las ciudades son más sensibles a adaptarse a los nuevos retos que las políticas públicas y los planes de desarrollo que se generen, especialmente porque ya se cuenta con un entramado de estructuras para la gestión de recursos

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Local Government Association, “Realizing the Potential of Cultural Services. The Case for the Arts”, 2001, <http://bit. ly/nCw9lI>. [Consulta: 6 de julio de 2011.] Pascual i Ruiz y Dragojevic, Guía, 2007. Ibid. La organización mundial Ciudades y Gobiernos Locales Unidos (cglu) adoptó la Agenda 21 de la Cultura como documento de referencia de sus programas en cultura y asumió un papel de coordinación del proceso posterior a su aprobación. El Grupo de Trabajo en Cultura de cglu, constituido en Beijing el 9 junio 2005, es el punto de encuentro de ciudades, gobiernos locales y redes que sitúan la cultura en el centro de sus procesos de desarrollo. Ciudades y Gobiernos Locales Unidos, Agenda 21 de la Cultura, 2004, <http://bit.ly/qnMq1v>. [Consulta: 6 de junio de 2011.] Tras la adhesión del Distrito Federal a la Agenda 21 de la Cultura, se realizó un acuerdo para la creación de un pib cultural. Según estimaciones, la producción, distribución y consumo de productos culturales equivale a 118 127 millones de pesos. Este es un primer paso hacia lo que idealmente se puede convertir en un modelo de gestión regional de recursos y análisis de las industrias culturales. Véase Bereice Balboa, “Ebrard firma acuerdo para crear pib cultural”, El Universal, 11 de noviembre de 2011, <http://www.eluniversaldf.mx/home/nota37688.html>. [Consulta: 24 de marzo de 2012.] Y Portal Terra, “Cultura aporta 9% del Producto Interno Bruto del DF”, publicado el 4 de abril de 2011, <http:// bit.ly/Ims5pn>. [Consulta: 6 de abril de 2012.]


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19 sociales, económicos y simbólicos. Por su parte, los ámbitos rurales o semiurbanos encuentran esta tarea mucho más difícil de lograr, aunque no imposible. El optar por una estrategia que fortalezca y cree polos de desarrollo clave en ciudades con la capacidad de desencadenar diversos efectos de multiplicación, puede resultar en experiencias no sólo más ágiles sino más propensas a la generación de sistemas que prevengan y corrijan las eventuales modificaciones que deban realizarse a las estrategias de desarrollo territorial. De esta forma se deben establecer distintos perfiles para identificar el potencial de las ciudades que tengan mayores cualidades para lograr un liderazgo cultural a escala regional, empleando su propia historia, niveles de participación y organización ciudadana, dinámicas económicas y todas aquellas características distintivas que pueden facilitar las iniciativas de vinculaciones dinámicas, especialmente en aras de estimular aquellos en sectores que no son comúnmente considerados como de inversión sino de gasto, como puede ser el caso de las industrias creativas que están en posibilidad de brindar oportunidades de empleo, desarrollo y a profesiones consideradas como transdisciplinarias, robusteciendo y diversificando con ello la oferta laboral local. Si bien nos son familiares conceptos como el desarrollo integral, planeación estratégica o ciudad creativa, pareciera en todo caso que son un grupo de ideas inspiracionales o bien que únicamente son alcanzables en países –nunca el nuestro–, donde los Estados son los principales promotores de estas tendencias, con grandes partidas presupuestales, cuyos ejemplos brillan como espejismos inalcanzables. Empero, mientras no estemos convencidos de que sí es posible mejorar nuestros mecanismos de formulación de políticas públicas, nuestras ciudades se seguirán debatiendo entre el rapto del ejercicio del poder a manos de administraciones mediocres y obtusas; y los caminos hacia las oportunidades de regeneración y desarrollo se seguirán cubriendo con una pátina de indolencia por parte de los ciudadanos y sus autoridades. Para potenciar nuestra capacidad de reinventarnos, debemos reconocer que México posee en muchas de sus ciudades medias un gran potencial para convertirse en polos de atracción, crecimiento y referentes de desarrollo en sus regiones. Y dimensionando la problemática, se debe lograr una renovación de las formas de elaboración de políticas locales y regionales, “especialmente en la planeación económica con el objetivo de maximizar el capital cultural, tanto material como inmaterial, educativo, medioambiental y geográfico de cada centro urbano”.43 Debido a que las dinámicas de competitividad se han dejado de circunscribir a los contextos nación-nación, región-región, actualmente las ciudades compiten entre ellas independientemente de la región o país en que se ubiquen, y se han vuelto conscientes de la importancia de actuar para formar, atraer y retener el talento creativo, que impulsa la renovación, innovación y desarrollo cultural para lograr un sólido crecimiento económico. Cuando se nos presenta la posibilidad de emprender un proyecto cultural para una ciudad, antes de resolver el cómo, debemos preguntarnos ¿por qué? y ¿para qué?, pues

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unesco, “Ciudades creativas: fomentar el desarrollo social y económico a través de las industrias culturales”, 2004, <http://bit.ly/tFUjbN>. [Consulta: 10 de junio de 2011.]


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20 se precisan claridad y análisis para considerar las posibilidades, ya que un error frecuente en la búsqueda de nuevos modelos de gestión para las ciudades, es confundir “proyecto” por “producto”. En la última década se han generado diversas tendencias sobre la transformación de las ciudades; reverdecerlas, revitalizarlas, convertirlas en sedes de eventos nacionales e internacionales, polos de inversión, industria, educación, etc. Prácticas como el city-branding se enfocan en trabajar únicamente sobre la imagen de las ciudades para atraer inversiones, turismo, etc.; gestionan sus estrategias con “criterios similares a los de las empresas”,44 como una solución ante la competencia territorial, buscando un posicionamiento de la ciudad entre sus consumidores o clientes, pretendiendo con ello superar las exigencias y necesidades en materia de gobernabilidad, calidad de vida, participación ciudadana y desarrollo cultual y competitividad. Sin duda una visión como esta puede resultar no sólo dudosa en términos del verdadero alcance e impacto en el desarrollo integral que pueda generar en las ciudades, sino que queda evidenciada la parcialidad y ligereza con la que se pueden plantear alternativas que en realidad pretenden generalizar que “lo que hay que gestionar ya no es la ciudad, sino su imagen y su marca”.45 Esta postura deja por sí misma muy poco margen para discutir su pertinencia. En los procesos eficaces de gestión cultural de las ciudades, se requiere de “la creatividad del ingeniero, del trabajador social, del planeador, del empresario, del organizador de eventos, del arquitecto […] del psicólogo, del historiador, de antropólogos, científicos, ambientalistas, artistas y, lo más importante, de gente ordinaria que viva su vida como ciudadano”.46 Si la mejora de calidad de vida y el desarrollo integral es algo que debe beneficiar a todos los individuos, entonces a todos nos atañe trabajar por dicho fin. Tradicionalmente hemos basado el reconocimiento de nuestras ciudades en su patrimonio edificado, la identidad cultural, la gastronomía y las manifestaciones artísticas distintivas, etc. Sin embargo, en la actualidad los liderazgos de las ciudades se generan desde sus estrategias económicas, gestión gubernamental, planes de desarrollo, manejo ambiental, redes e integración de sistemas de transporte, etc. El creciente interés por atender la mejora de la calidad de vida en las ciudades ha generado múltiples y complejas respuestas no sólo por parte del sector académico, sino de las autoridades e instituciones locales, que han explorado nuevos papeles como facilitadores de diálogo y construcción de acuerdos, dando mayor atención al ejercicio de sus funciones como catalizadores de transformación social. Un aspecto clave relacionado con la capacidad de las ciudades como polos de desarrollo cultual es la posibilidad de albergar múltiples sinergias de participación ciudadana, que abra posibilidades a los individuos de formar parte de las dinámicas culturales como promotores, consumidores, creadores, como parte de la infraestructura institucional tanto

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Hermenegildo Seisdedos, “La marca ciudad como antídoto para la bonsainización del city marketing”, Burgos Ciudad 21, s. f., <http://bit.ly/pEH7hl>. [Consulta: 13 de julio de 2011.] Ibid. Charles Landry, “Creativity and the city: thinking through the steps”, Comedia, 2005, <http://bit.ly/puzv8H>. [Consulta: 3 de julio de 2011.]


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21 pública como privada. La ciudad es a la par una suerte de “escuela de ciudadanía… [y un] marco donde se pueden satisfacer los derechos culturales [….] es también el espacio privilegiado para la participación, el asociativismo y el voluntariado cultural”.47 De esta forma, los valores, la producción y las identidades culturales se convierten en un bien común. Las políticas culturales deben entonces reflejar esta naturaleza comunitaria, pues esta será también la materia prima con la que se formarán y nutrirán los vínculos y redes de intercambio en los ámbitos regional y global. A estas dinámicas deliberadas de intercambio, que fomentan además la generación de diversas actividades económicas relacionadas a la producción de bienes y servicios culturales, se las conoce también como “políticas inspiradas en el conocimiento”.48 El desarrollar las herramientas políticas, sociales, administrativas y de planeación requiere que las ciudades vivan un proceso de aprendizaje que puede verse favorecido enormemente con la creación de redes de intercambio de conocimiento y experiencias, es decir, mediante redes de conocimiento. Más que nunca, las ciudades encuentran que sus estrategias de competitividad no pueden estar únicamente basadas en la riqueza natural, su ubicación geográfica o los ámbitos que tradicionalmente le hayan ofrecido un crecimiento. Los parámetros de la competitividad ahora están definidos por factores que son mucho más sutiles que el desarrollo inmobiliario o la infraestructura vial, es el capital creativo y el conocimiento. Pensemos en una hipótesis que sin ser obvia encierra una reflexión importante: “el municipio es clave para la implementación de políticas culturales coherentes”,49 ahora analizamos a la inversa esa afirmación: “La existencia de una política cultural puede contribuir a fortalecer el proyecto colectivo de ciudad.”50 Resulta claro que se precisan la presencia de una predisposición y la apertura de las instancias municipales para replantear las estrategias de desarrollo de una ciudad, a la par de que exista paralelamente un interés social y una voluntad a asumir la responsabilidad que implica las consecuencias de la reorientación de políticas públicas y dinámicas de relación e intercambio entre los actores sociales y las autoridades, pues este binomio es sobre el cual descansará el nuevo paradigma de ciudad que en conjunto crearán. La nueva concepción de las ciudades −no como actores sino como protagonistas de las dinámicas de desarrollo− implica “una nueva relación con la cultura y por tanto con la comunicación”;51 por muchos años en México la cultura ha sido vista desde ópticas negativas: por un lado como un factor que imposibilita el desarrollo y, por otro, como una crucial parte de nuestra identidad cultural que en lugar de proyectarnos al presente y al futuro, la usamos como lastre.

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Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, Gobierno de Chile, “Guía metodológica para el desarrollo de Planes Municipales de Cultura”, 2009, <http://bit.ly/ngXEDm>. [Consulta: 25 de julio de 2011.] sica/Dutch Centre for International Cultural Activities, “European Year of Creativity and Innovation Lecture Series: eunic’s Creative Cities”, 2009, <http://bit.ly/pruEsz>. [Consulta: 13 de septiembre de 2011.] Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, Gobierno de Chile, “Guía”, página electrónica citada. Ibid. Miguel de Bustos, Comunicación, 2006.


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22 Finalmente consideremos estas tres reflexiones: 1. Se debe trabajar sobre la voluntad política para adaptar el aparato público a la realidad social y jurídica52 que demanda el sector cultural. 2. Reenfocar la cultura como un ámbito fundamental para generar estrategias de cohesión social. 3. El desarrollo cultural, el intercambio de información, el conocimiento y las formas participativas de organización social, son el lenguaje común de las sociedades dinámicas, productivas y pacíficas.

La cibercultur@ como valor de desarrollo social En los últimos años, en el Laboratorio de Investigación y Desarrollo en Comunicación Compleja (Labcomplex),53 de la Universidad Nacional Autónoma de México (unam), hemos trabajado en la generación de conocimientos sobre cibercultur@ como valor de desarrollo social. Entendemos cibercultur@54 como una actitud reflexiva, colectiva y coordinada de construir conocimiento. La cibercultur@ (con arroba) se refiere al “rediseño de las formas de percibir y relacionarse con la información, la comunicación y con el conocimiento de una manera sistémica”55 y compleja. La teoría general de sistemas de Ludwig von Bertalanffy,56 la concepción biológica de la comunicación de Maturana y Varela57 y la teoría de sistemas sociales, de Niklas Luhmann,58 nos permiten comprender el desarrollo humano como un proceso complejo, dentro del desarrollo social, entendido como una “totalidad organizada” con múltiples implicaciones. El paradigma de la complejidad propone la transdisciplinariedad, la reflexión permanente, el trabajo colectivo, la apertura epistemológica, el enfoque sistémico, la presencia de la incertidumbre, entre otras características. Desde la perspectiva sistémica, el desarrollo social debe ser entendido en un contexto muy amplio, mucho más que el desarrollo económico y el desarrollo humano. El desarrollo social está vinculado a lo holístico, y a las múltiples determinaciones que ello implica. El desarrollo social como sistema complejo, “debe verse como un proceso sociocultural sistémico de activación y canalización de fuerzas sociales”.59 No tiene solamente el referente económico, sino el avance en las capacidades básicas de organización colectiva para que emerja el tejido de las fuerzas individuales hacia un fin común.

52 Ruiz, Cultura, 2000, p. 145. 53 Nos referimos a la fundación del Labcomplex y el material escrito por el grupo de José Amozurrutia, Jorge González y la que escribe, Margarita Maass (2007) y (2008), en la Universidad Iberoamericana de la Ciudad de México y actualmente en la unam. 54 Maass, Gestión, 2006. 55 González, Amozurrutia y Maass, Cibercultur@, 2006, p. 175. 56 Bertalanffy, Teoría, 2000. 57 Maturana y Varela, Árbol, 1999. 58 Luhmann, Teoría, 1992. 59 Boisier, “Desarrollo”, 2003.


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23 Entonces, la cibercultur@ nos permite pensar el desarrollo humano y el social desde un punto de vista sistémico, pues la entendemos como el encuentro e interacción entre tres importantísimas culturas que tenemos que desarrollar: la cultura de información, la cultura de comunicación y la cultura de conocimiento. La cultura de información a la que nos referimos tiene que ver con aquella sobre la cual una sociedad es capaz de registrar, recuperar y reconstruir su pasado, su presente y su futuro; es una manera de apropiación y control de sus recursos. Nos sirve para rememorar el pasado, metabolizar y actuar en el presente y planear el porvenir, imaginando mundos posibles. Es la cultura de escribir, de registrar, de sistematizar, catalogar, clasificar. Es un tipo de cultura que no tenemos en nuestro país tal vez por ser una sociedad históricamente dependiente y hemos aprendido a vivir sin ella. No estamos todavía acostumbrados a sistematizar nuestras prácticas socioculturales. Vamos muy despacio, pues pareciera que todavía estamos colonizados en la cabeza. Tampoco es suficiente la investigación que se hace en México y sobre México. En el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt) hay aproximadamente 14 000 investigadores nacionales registrados. Y por el tamaño de la población total del país deberíamos ser cerca de 80 000 investigadores. Somos sociedades que hemos sido observadas, investigadas, contadas desde fuera. Somos objeto de estudio desde que nacemos. Así hemos sido y todavía lo somos. Tenemos que aumentar nuestra cultura de investigación o cultura de conocimiento. Pero la menos desarrollada de las tres culturas es la cultura de comunicación. Pareciera que todo es comunicación y que permanentemente estamos interactuando con los demás, pero generalmente nos comunicamos hacia arriba o hacia abajo. Estamos acostumbrados a mandar o a obedecer. Pero, ¿cuándo nos sentamos a conversar escuchando al otro contemplando la diferencia entre el otro y uno mismo? La comunicación que generalmente tenemos o vivimos suele ser vertical, autoritaria y muchas veces ignorada. La propuesta cibercultural tiene que ver con el fomento de estas tres culturas. Pretendemos que se desarrolle una cultura de comunicación horizontal, como es y debe ser la comunicación. Queremos una comunicación abierta, dialógica, que sea asumida y no supuesta, construida y no impuesta. Decidida y responsable. Necesitamos sobrevivir mejor como especie, y necesitamos desarrollar y mejorar los vínculos sociales. Ese es el gran valor; para eso sirve este tipo de comunicación. Cuando hablamos de comunicación horizontal, nos referimos necesariamente a una nueva y distinta forma social de organizarnos para mejorar la calidad de vida cotidiana, con nuestros pares, nuestros vecinos, nuestros compatriotas. Nos comunicamos horizontalmente para ser y estar mejor en sociedad. Este tipo de comunicación permite el diálogo entre diferentes y ello permite, posibilita, la emergencia de nuevos elementos y de reapropiación de los elementos propios. Suscita, florece, emerge la diferencial. Con la diferencia hay posibilidad de creación. Así entonces, la cibercultur@ como objeto de conocimiento se concentra en hacer visibles las complejas relaciones entre los procesos globales y nuestras ecologías simbólicas, nuestra cultura. Pero también deseamos entender la cibercultur@ como un valor de desarrollo social. Para ello es necesario y urgente el cultivo, la reconfiguración, la estimulación y facilitación de un desarrollo en tres dimensiones entrelazadas, plenamente interrelacio-


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24 nadas y convergentes: cultura de información vinculada a la cultura de investigación y a la cultura de comunicación. Cuando hablamos de desarrollo tecnológico vinculado al desarrollo humano, lo entendemos como el uso de las herramientas tecnológicas, el teléfono, la computadora, etc., en un sentido que nos permita ganar autodeterminación y potenciar nuestra capacidad de resolver problemas concretos. Para pensar en someter la técnica y la tecnología al espíritu y no al revés. Y ¿cómo hacer para el desarrollo de estas tres culturas? A continuación la propuesta.

Comunidades emergentes de conocimiento local para el desarrollo sostenible Cuando decimos que la estrategia que proponemos es la cibercultur@ como valor de desarrollo social, nos referimos a una estrategia para aumentar la cultura de comunicación, información y conocimiento de una comunidad, pues pensamos que al fomentar el trabajo colectivo y reflexivo en torno a estas tres culturas se fortalecen los procesos sociales, se rescata la memoria colectiva, el sentido de las tradiciones y la identidad de la comunidad y se consideran los principios etnoecológicos propuestos por Toledo y mencionados anteriormente. Estamos convencidos de que un pueblo sin memoria es un pueblo sin identidad. Y un pueblo sin identidad no es un pueblo, es solamente un conjunto de individuos. Por otro lado, un pueblo sólo preserva lo que ama. Y sólo ama aquello que conoce. Por eso, al plantear la estrategia de generar comunidades emergentes de conocimiento local (cecl), estaremos facilitando el empoderamiento del colectivo y los procesos locales hacia el desarrollo. Las cecl contribuyen al conocimiento multidimensional de los procesos sociosimbólicos (cognitivos, significativos, mnémicos) que se reorganizan en relación con las tecnologías de información y de comunicación más modernas. El fenómeno de la presencia y crecimiento de dichas tecnologías en México y el mundo en desarrollo es muy considerable, pero no hemos perfeccionado las herramientas adecuadas para poder aprovechar dicho vector a favor del desarrollo de las comunidades para la solución de sus problemas concretos. Por ello, en un entorno mundial y nacional de creciente inversión en tecnologías de información y comunicación promovido por el Sistema Nacional e-México y con la necesidad de que dicho sistema cumpla con su función de servir a la sociedad, esta propuesta plantea, entonces, crear una red de comunidades emergentes de conocimiento local vinculadas orgánicamente con los centros comunitarios digitales (ccd) instalados en los distintos municipios del país, así como a otros puntos de acceso público (plazas comunitarias del Instituto Nacional para la Educación de los Adultos, bibliotecas públicas, entre otros), para ayudar a utilizar de forma intensiva y sustentable la infraestructura tecnológica instalada con el fin de tener proyectos de desarrollo comunitario relevantes y significativos. Al mismo tiempo se genera conocimiento fundado sobre los cambios cognitivos y sociales que se verifican en este proceso, con la utilización de las tecnologías a la mano en los muy diversos puntos de acceso público de la red del sistema.


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25 La integración creativa con las tecnologías de comunicación e información más avanzadas implica una reorganización de los esquemas de disposiciones y reorganizaciones que han sido estudiados como procesos de inteligencia distribuida. Según los desarrollos conceptuales y experimentales más avanzados en este campo, la inteligencia es una propiedad emergente, y no un don o algo que derive de los contenidos de lo que aprendemos, que está distribuida colectivamente en los objetos que manipulamos, las interacciones lingüísticas que generamos y en las relaciones sociales que establecemos. Es decir, en las actividades que ejercemos en el mundo y con otros en el mundo. Una de las afirmaciones más claras de la epistemología genética de Piaget y García,60 es que la construcción del conocimiento es un proceso funcionalmente igual en todos los seres humanos, pero estructuralmente distinto. En dicho proceso constructivo, la estructura cognoscitiva de cada individuo sufre una permanente transformación al verse sometida a sucesivos procesos de desequilibración y reequilibración. De ahí que pensamos que no se puede separar la forma social en que nos organizamos para conocer del propio producto del conocimiento. Es precisamente aquí donde aparece la base epistemológica y los fundamentos teóricos que soportan esta propuesta: que las comunidades sociales de México logren reconocerse como posibles generadoras de conocimiento de su localidad utilizando todos los recursos que tengan a la mano y la tecnología como plataformas generativas del propio conocimiento. Entonces, al hablar de inteligencia distribuida, nos referimos a los procesos de documentar, explorar, describir, analizar e interpretar los saberes de los miembros de una comunidad que ya no se limitan a “consultar” o “acceder” a la información y al conocimiento acumulado, sino que se integran al proceso creativo y a convertirse en generadores de conocimientos. Así, la comunidad se empodera de manera paulatina, gana grados de autodeterminación y de libertad en todos los ámbitos de la vida colectiva y en especial en los grandes sectores marginados. Finalmente, podemos decir que dentro del diseño contemporáneo del sistema-mundo propuesto por Immanuel Wallerstein,61 que implica una nueva reorganización del mundo capitalista, y global, la tecnología puede ser claramente concebida no sólo como aparatos neutros (ideológica y políticamente hablando), que facilitan la vida, sino como un vector tecnológico que tiene origen, dirección y destino ideológico y político, y llevan una fuerza social en los polos atractores de energía social.62 Este proceso continuo ha generado una serie de desplazamientos y marginación de grandes contingentes sociales, no sólo de los soportes materiales para crear conocimientos, sino de las disposiciones cognitivas para lograrlo. Mientras no se pueda cambiar la percepción y la actitud frente a las herramientas, frente a la información, a la comunicación y al conocimiento, la prometida sociedad de información seguirá siendo claramente desbalanceada y sin muchas posibilidades de cambiar hacia el desarrollo de una colectividad para generar riqueza y bienestar.

60 Piaget y García, Psicogénesis, 1982. 61 Wallerstein, Moderno, 1974. 62 González, Amozurrutia y Maass, Cibercultur@, 2006.


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26 Una cecl facilita los procesos de desarrollo de saber local sobre problemas específicos (agua, migración, pobreza, marginación, etc.), construido colectivamente y potenciado por las tecnologías de información y comunicación usadas como plataformas generativas de conocimiento. La formación de una cecl implica una serie de técnicas inspiradas por los desarrollos de C. Freinet; el proceso de “alfabetización digital” se convierte en un proceso de desarrollo de tres culturas/cultivo: información, comunicación y conocimiento. Implica, también, un proceso de autogestión para la educación para el desarrollo social y el conocimiento de los jóvenes participantes. Esta acción, por ejemplo, refresca el papel de las escuelas en el crecimiento de una nueva cultura del agua que previene la crítica condición que se prevé para dentro de 25 años en los que de no cambiar la forma social y simbólica en que nos relacionamos con ese recurso estratégico de la humanidad, más de cuatro mil millones de personas no tendrán agua. Al construirse como sujeto de conocimiento, la cecl tiene los elementos para recontarse su pasado, redefinir su presente y diseñarse mejores mundos posibles respecto al cuidado y gestión sociosimbólica del agua. Tres elementos clave en el empoderamiento necesario para el gran cambio que se requiere. Igualmente, una cecl refuerza su relación con el diseño de mejores políticas sociales para la sustentabilidad de los recursos; establece una relación estrecha con la creación de redes de conocimiento dentro de su Programa de Epistemología de la Ciencia y Sistemas de Información y Comunicación y genera investigación interdisciplinaria, con la creación de nuevos marcos epistémicos, marcos conceptuales y metodológicos en redes de investigación científica en diversas regiones de México y el mundo. En todos los municipios de nuestro país se estableció un programa social y educativo llamado e-México, que dotó de infraestructura digital a las bibliotecas de la Red Nacional de Bibliotecas Públicas de la Secretaría de Educación Pública (sep). Ese proyecto tenía como meta general instalar por lo menos un ccd en cada cabecera municipal. Y así fue. La meta se cumplió, pero muchos de estos centros digitales no funcionaron, pues los responsables de los mismos tenían miedo de que las computadoras se descompusieran y, por tanto, no las abrieron. Años más tarde, en 2006, empezamos a diseñar un proyecto de investigación y desarrollo que tenía como objetivo central convertir cada ccd en una cecl, que genere información y conocimiento desde, en y para la comunidad, facilitando procesos de uso y apropiación comunitaria de las tecnologías de información y comunicación (tic). Otro de los objetivos básicos de la propuesta consistía en desarrollar e incrementar la capacidad comunitaria de organizarse para generar conocimiento local a través de la formación de comunidades de este tipo, dentro de una perspectiva cibercultural que genera nuevas actitudes con sentido social frente a la construcción del conocimiento. Intentamos proponer la estimulación (cognoscitiva), en generaciones jóvenes, del conocimiento reflexivo y sistematizado hacia el logro de cambios en la calidad de vida de sus comunidades. Las comunidades emergentes de conocimiento local nos permiten la creación y el reforzamiento de una red de investigación científica que trabaje en esta lógica; un sistema de formación de gestores culturales interesados en este modelo; la formación de una red de comunidades creativas que generan conocimiento local sobre su relación pasada, presente y futura con los problemas/objeto y el impacto en la calidad de vida de la población/objeto.


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27 Las comunidades creativas no constituyen en forma alguna un fenómeno espontáneo o errático de producción de bienes simbólicos. Es preciso pensar más allá de los enfoques tradicionales sobre los alcances de la cultura. El miedo constante y manifiesto de muchas formas por ceder a una visión instrumental de la cultura revistiéndola de una única función contemplativa y ahistórica constituye una limitante fundamental, el pensar hoy en las posibilidades de desarrollo desde y hacia la cultura para nada constituye “una derrota de los argumentos humanistas”,63 siempre y cuando se mantenga la búsqueda del bienestar social.

Acción pública y cultura en los proyectos de desarrollo local Desde una concepción primigenia toda práctica realizada por un individuo es inminentemente social, lo que lo convierte en un agente social, dado que sus acciones tienen consecuencias sobre el resto de los miembros de una comunidad. De esta forma cada “agente social vive en sociedad y en sociedad se organiza: en relación con otros agentes, realiza sus prácticas culturales”.64 Sin embargo, existen distintos niveles y formas de participación de los agentes, estos pueden ser reconocidos o no, negados o ignorados, de cualquier forma ocupan un lugar en la construcción del espacio social. El espacio social es per se una dimensión construida por las alteridades e incluso contradicciones que definen a cada actor y el papel que cada uno desempeña. Cada agente social posee una doble composición de estructuras simbólicas; por un lado posee un conjunto de relaciones sociales establecidas por sí mismo más aquellas que le son transmitidas por medio de grupos a los que pertenezca. Por otra parte, posee cierto capital cultural, alude más específicamente al conocimiento y educación formales e informales adquiridos que constituyen sus capacidades y recursos intangibles de capital creativo. Tanto los agentes como los grupos se distribuyen en el espacio social según dos principios que Bourdieu65 apunta: el capital económico y el capital cultural; los individuos en posesión de mayor capital social y cultural, poder económico y político tienen más oportunidades de transformar su entorno social, aun así, “el espacio público es inherentemente democrático”,66 y no corresponde exclusivamente a un solo grupo el decidir y definir las formas de relación y organización. La sociedad como sistema tiende a generar mecanismos para perpetuarse y buscar reproducirse en su totalidad, incluyendo las lógicas de distribución del capital social y cultural. Esto no implica de forma alguna que no sea posible en todo momento generar posibilidades de transformación de las estructuras y relaciones existentes dentro del espacio social. La relación de los agentes sociales y su interacción se va construyendo en la medida en que los agentes, a través de la acción colectiva o individual, se colocan en distintos ámbitos en función de su quehacer y posición con respecto a otros (capacidad política, capacidad

63 Tolila, Economía, 2007, p. 19. 64 Maass, Gestión, 2006, p. 31. 65 Bourdieu, “Social”, 1989, pp. 14-25. 66 Zukin, “Whose”, 2005, p. 137.


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28 económica y de gestión, ideología, etc.): estos principios de diferenciación serán el rasgo decisivo de su capital social. En el plano sociopolítico, diremos que la acción que los actores públicos desempeñan puede en algún momento cumplir una función de redistribución del poder de la sociedad, en un movimiento permanente por ganar espacios de poder transformando constantemente las redes e interacciones en esta dinámica. Si bien no toda acción pública tendría como vocación satisfacer necesidades hacia toda la sociedad, frecuentemente mantiene una aspiración reivindicatoria de determinados mecanismos de regulación frente a la incapacidad, rechazo o ceguera de los actores públicos a determinados fenómenos (pobreza, exclusión, carencia de oportunidades, etc.) lo que contribuye a la dinámica social constante entre la sinergia y la entropía. De modo que la acción pública “da cuenta de fenómenos empíricos tales como la disociación creciente entre la capacidad que manifiestan las normas para establecer el orden social y la manera como este orden se produce en la realidad cotidiana”.67 Es decir, que la “acción pública social” permite vincular distintos tipos de acción, como son la cultural, la económica, la civil, etcétera. Para autores como Arnstein la participación ciudadana es un término categórico para designar al poder ciudadano, es un mecanismo que permite la redistribución de poder, posibilitando que “los no ciudadanos excluidos de los procesos económicos y políticos puedan ser incluidos”,68 es decir, que la acción pública y los movimientos sociales pueden inducir cambios significativos en la estructura de las categorías legales y administrativas que posibilitan reformas significativas en las formas de distribución de beneficios de los intercambios y lazos sociales. La cohesión social se aproxima notablemente al concepto de capital social, en este sentido “el capital social […] contribuye a una sociedad más cohesionada”,69 en tanto posibilita la conformación de comunidades que encuentren la fortaleza de su acción en el consenso y mínimos éticos de lazos solidarios de reciprocidad. Al igual que la acción pública, la cohesión social puede definirse desde la política pública como un fin y un medio, en tanto los individuos que conforman las sociedades tengan un acceso a participar activamente y aportar de forma significativa al proceso de su propio desarrollo. De esta forma la legitimidad política y la equidad social encuentran un terreno común en el ejercicio de la acción pública social y la cohesión. En los contextos de la vida local, las agendas políticas, sociales y culturales adquieren gran importancia frente a la proximidad de las necesidades y los impactos inmediatos en la vida cotidiana de los ciudadanos, por lo que es crucial la inclusión de la ciudadanía en los procesos de toma de decisiones y diseño de planes de desarrollo. Esto representa un primer paso para asegurar la efectividad de los mecanismos para la acción pública. Existe una diferencia primordial entre el “vacío”70 ritual de la “participación” y la capacidad real de

67 Cabrero, Acción, 2005, p. 21. 68 Arnstein, “Ladder”, 1969, pp. 216-224. 69 cepal, Cohesión, 2007, p. 15. 70 Arnstein, “Ladder”, 1969, pp. 216-224.


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29 transformar los procesos sociales, económicos y culturales: “la participación sin redistribución del poder se convierte en un frustrante y vacío proceso para los individuos sin poder”.71 Cuando se logra vincular la cultura como un ámbito capaz de dar un aporte significativo a la plusvalía de la calidad de vida social, es factible que esta se convierta en un vínculo estratégico para las estrategias de cohesión social y acción pública. En primera instancia la cultura es un medio idóneo para generar mecanismos de participación política a partir de sistemas de cogestión. Por otra parte, como Martineli72 señala, contribuye especialmente a recuperar y usar el espacio público como expresión de la convivencia a partir de las experiencias prácticas y las confluencias de diferentes grupos culturales. Dado que la acción cultural y su proyección representan un apoyo directo e indirecto a las industrias y empresas culturales locales como motores de desarrollo económico, también es un ámbito especialmente sensible, propenso y flexible que permite coordinar agendas comunes con otras políticas para lograr una mayor centralidad de la cultura en los procesos de desarrollo. La acción cultural puede y debe proyectar a las ciudades y contribuir a formar una presencia exterior internacional y establecer canales de intercambio con otras sociedades. Si partimos del reconocimiento de los espacios públicos como bienes colectivos, entonces ningún individuo o grupo “puede verse privado de su libre utilización”,73 en tanto todos mantengan apego a las normas e interacciones adoptadas y creadas en cada ciudad. La organización del trabajo y la implicación de las empresas en la ciudad o el territorio deben respetar esta dimensión de la corresponsabilidad como uno de los elementos fundamentales de la dignidad humana y del desarrollo sostenible. La atracción de la acción pública hacia la acción cultural se caracteriza por una orientación específica de los objetivos y acciones que afectan a la “la producción de bienes y servicios culturales.... El conjunto de programas (culturales), bienes y servicios y formación a disposición de la ciudadanía”74 en un determinado espacio, como puede ser una ciudad. Como veremos más adelante, la formulación de políticas culturales que los gobiernos locales y la acción cultural generen, implicará una “profunda transformación ideológica y de identidad”.75 El colocar la cultura al centro de los programas y planes de desarrollo implica mucho más que una mera reorientación de objetivos, en realidad se trata de una transformación de carácter ideológico y de cambio en los paradigmas sociales de organización; la “arena” de trabajo posee una cualidad dual tanto tangible como intangible. Por lo que coincidimos con lo que Köster, Sanchís, Carrasco y Martínez señalan: “Toda intervención pública parte de una contexto normativo basado en creencias, valores y marcos ideológicos y que además en toda intervención pública eficaz –es decir que tiene algún impacto sobre la realidad– es posible detectar efectos distributivos.”76

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Literalmente: “[…] is an empty and frustrating process for the powerless”. Ibid., p. 2. Martineli, “Cultura”, Red Interlocal en <http://bit.ly/ptVTdP>. [Consulta: 21 de abril de 2011.] Ciudades y Gobiernos Locales Unidos, documento en línea citado. Cultura, 2007. Ibid. Ibid.


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30 El resultado del trabajo conjunto de la acción cultural y la planeación y consecución tanto de planes como de estrategias de desarrollo local, posibilitará a las comunidades resolver con más y mejores elementos de análisis y comprensión los siguientes retos: 1. Mayores elementos analíticos para corregir las dinámicas de autogestión y cogestión para las políticas y planes de desarrollo cultural. 2. Facilitar las dinámicas de cambio hacia nuevos paradigmas de desarrollo, identificando los puntos de resistencia y proponer estrategias de transición hacia una nueva identidad como comunidad y encontrar en un proyecto común una fuente de inspiración y cohesión social. 3. Generar estrategias ad hoc (hechas a “la medida” de las características y necesidades de una sociedad en particular) de integración y renovación entre los distintos sectores de la sociedad sobre nuevos parámetros de corresponsabilidad. 4. Permite generar de forma conjunta nuevos espacios y dinámicas para la concertación de acuerdos y resolución de conflictos. Por último refrendamos nuestro convencimiento sobre el gran aporte que las ciencias sociales brindan a la formulación de estrategias de desarrollo local cultural, como nos da cuenta la misma acción cultural como un fenómeno y como categoría de interacción social. La contribución de estas ciencias nos provee de un robusto marco de análisis causal y esquemático sobre el funcionamiento de las dinámicas existentes en los sistemas sociales, pues además de explicar la realidad política, permite identificar los orígenes y consecuencias de las relaciones entre los distintos ámbitos de la sociedad y el efecto que la acción de los agentes y las políticas públicas tienen en los espacios tanto simbólicos como físicos.

La cultura como pilar central y sentido único del desarrollo humano y social En mayo de 2006, en un ejercicio similar al que ahora nos ocupa, Maass participó en un trabajo sobre la relación que existe entre gestión cultural, comunicación y desarrollo:77 el término de desarrollo se entiende como una condición social dentro de un país, en la cual las necesidades auténticas de su población se satisfacen con el uso racional y sostenible de recursos y sistemas naturales. La utilización de recursos estaría basada en una tecnología que respeta los aspectos culturales y los derechos humanos. Esta definición general de desarrollo incluye la especificación de que los grupos sociales tienen acceso a organizaciones y a servicios básicos como educación, vivienda, salud, nutrición y, sobre todo, que sus culturas y tradiciones sean respetadas dentro del marco social de un Estado-nación en particular.

77 Maass, Gestión, 2006.


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31 Amartya Sen, en su texto sobre la cultura como base del desarrollo contemporáneo,78 analiza dos nociones que nos ayudan a entender las percepciones tan distintas y contrapuestas del proceso mismo; la más común es la que el autor llama visión opulenta, que percibe el desarrollo como un proceso de crecimiento económico, donde el progreso social se entiende bajo la expansión y distribución del producto interno bruto (pib), como ya habíamos mencionado anteriormente. En esta visión, la opulencia económica es el valor fundamental para la gente. En contraposición, tenemos la noción de desarrollo como un proceso que “enriquece la libertad real de los involucrados en la búsqueda de sus propios valores”.79 Esta perspectiva sugiere que el centro de atención está puesto en la capacidad humana de elegir con libertad la clase de vida que se desea llevar. En este sentido, la pobreza de una nación estaría determinada por la falta de una oportunidad real de elegir una forma específica de vida y no por la pobreza material, como suele entenderse en la perspectiva opulenta del desarrollo. En ambos enfoques del desarrollo, la cultura se hace presente de distintas maneras. Mientras en la visión económica la cultura no tiene un valor por sí misma, sino que aparece como valor meramente instrumental y un medio para colaborar en el incremento de los bienes materiales y el crecimiento económico, en el caso del desarrollo pensado como libertad real la cultura aparece como el fundamento creativo y constituyente. En esta perspectiva, los individuos tienen la oportunidad de entender y cultivar su creatividad. La idea central que planteamos en este capítulo es que la cultura es el pilar y sentido único del desarrollo humano y social. No podemos pensar la cultura como un mero instrumento para lograr otros fines. ¡Tenemos que pensar la cultura en grande!, como la dimensión simbólica de nuestra sociedad y como el elemento que otorga sentido a nuestros propios actos: el componente sobre el cual construimos la identidad, nuestra identidad. Es decir, todo lo que nos hace ser lo que somos, pensar lo que pensamos, valorar lo que valoramos y actuar como actuamos. Por ello podemos decir que la cultura tiene un papel fundacional, un papel constituyente en el desarrollo constructivo y creativo y que el desarrollo incluye el desarrollo cultural. Porque la cultura se crea y se recrea permanentemente. El desarrollo cultural es, pues, el componente básico del desarrollo en general. Pero, ¿cómo es leída, entendida, tratada y valorada la cultura en los discursos campales institucionales en nuestro país?, ¿cómo imaginar el desarrollo cultural como eje o pilar en una democracia incipiente, como en México? De eso hablaremos en los siguientes apartados.

Cultura y desarrollo vs. cultura para el desarrollo En las últimas décadas México le ha apostado a la democracia, en tanto régimen de libertad política plena y de participación ciudadana responsable; una democracia donde los mexicanos aprendamos y podamos vivir con libertad, dignidad y justicia. Pero ¿cómo construir un espacio simbólico y una nación con estas características, cuando por siglos no tuvimos ni 78 Amartya Sen, “La cultura como base del desarrollo contemporáneo”, Universidad Nacional de Río Cuarto, <http://bit. ly/rRCqq0>. [Consulta: 1 de junio de 2011.] 79 Ibid.


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32 voz ni voluntad propias? ¿Cómo imaginar la democracia en México como nación multicultural, donde muchos grupos culturales han vivido en el “callar y obedecer”; donde voces, costumbres y culturas distintas parecen contraponerse; donde existe todavía una mayoría olvidada? Hace unos años, Lucina Jiménez y Sabina Berman, dos agentes campales de primer nivel en el medio de la cultura en México, publicaron un texto en el que se plantea una interesante reflexión sobre la democracia cultural.80 El eje del texto está marcado por tres preguntas que se hacen las autoras ante estos intentos de pensarnos como una nación democrática: “¿por qué la Cultura no llega a los muchos?; ¿por qué el Estado invierte tanto en el apoyo a los creadores culturales?; ¿por qué hay tanta creación artística que llega a muy pocos?”81 Nótese que la palabra Cultura, en estas preguntas está escrita con mayúscula. La diferencia entre Cultura y cultura tiene que ver, en el primer caso, con mayúscula, con la creación artística y con la dimensión institucionalizada de la cultura (con minúsculas), y en el segundo caso, el concepto está relacionado con la identidad y la dimensión simbólica de la sociedad, cuando hablamos de cultura o más bien culturas, en plural y con minúsculas. Desgraciadamente en el discurso campal y social se mezclan estas dos formas de nombrar la cultura y de entenderla, y con ello se generan confusión y dobles discursos. En México, dentro de las instituciones culturales, que son parte integral del “campo”82 y parte fundamental de la dimensión institucionalizada de la cultura, generalmente se maneja implícita o explícitamente una concepción de la Cultura, con mayúsculas, y vinculada al desarrollo más hacia la visión económica del mismo que a la visión de libertad real. Esto lo podemos constatar en los discursos estatales, en que están presentes muchos elementos que así lo demuestran. Siempre el nivel de pobreza está vinculado a una condición de pobreza material, bajos ingresos, y/o escasas posesiones, y pocas veces se toma en cuenta la capacidad de los pueblos para elegir su forma de vida, sus costumbres, en una palabra, su cultura (con minúsculas). México está constituido por una enorme cantidad de culturas excluidas no solamente de los planes de desarrollo Cultural (con mayúsculas), sino también descartadas en los procesos “democráticos” que tanto nos interesa promover como nación. ¿Cómo pensar entonces el paso de la cultura y el desarrollo a un desarrollo pensado desde la cultura (con minúsculas)? Coincidimos con Cassirer cuando afirma que la lógica tradicional cree firmemente que un concepto debe esforzarse “en alcanzar representaciones universales”,83 es sumamente importante distinguir en la retórica política la diferencia aparentemente sutil pero contundente entre las expresiones universales y las interpretaciones individuales que buscan imponerse como universales. Explicamos; la expresión “cultura y desarrollo” denota dos fenómenos sociales distintos, que no son mutuamente excluyentes; ninguno antecede al otro, y finalmente tampoco implica una categorización jerárquica entre ellos. La expresión “cultura para el desarrollo”, por su parte, implica una condicionalidad; una relación de subordinación; la reificación de cultura como medio para el desarrollo.

80 Jiménez y Berman, Democracia, 2006. 81 Ibid., p. 16. 82 Thompson, Ideología, 1998. 83 Cassirer, Filosofía, 2003, p. 265.


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33 Nuestra postura no busca polarizar estos conceptos, consideramos crucial el poder ofrecer una base analítica para comprender y diferenciar las interpretaciones sobre la relación entre la cultura y el desarrollo en los discursos tanto teóricos como políticos. Por mucho tiempo ha imperado una visión dicotómica que genera una relación de tensión y competencia no sólo innecesaria sino nociva. Ciertamente la cultura es comúnmente asociada a una noción romantizada de las manifestaciones artísticas (Cultura), así como a un conjunto de tradiciones y costumbres, más bien intangibles que son la esencia de los pueblos (cultura). Esta visión aleja y limita el análisis de la cultura como el motor de los sistemas de organización social, la dimensión donde se configuran las dinámicas de comunicación, participación y acción tanto individual como colectiva. La cultura es todo menos una esfera estática, obsoleta o secundaria, es la esencia de la vida social. La cultura debe ser entendida y analizada como “el motor” de un pueblo. El concepto de desarrollo, por su parte, también ha sido reducido en los discursos políticos como el fin ulterior e idealizado que todo lo justifica. Y frecuentemente se refiere a él en futuro (véase esquema 2). Las consecuencias de la aplicación de esta dicotomía (que parte de una interpretación que pretende universalizarse como la única legítima) implican un doble esfuerzo por validar la multidimensionalidad tanto de la cultura como del desarrollo, pues este último “se ha concebido frecuentemente en términos cuantitativos, sin tomar en cuenta su necesaria dimensión cualitativa”.84 En el apartado anterior ya hemos hablado sobre la cultura como eje y sentido único del desarrollo humano y social, ahora atendiendo justamente la preocupación por superar la visión reduccionista del desarrollo y sus fines, coincidimos con la reinterpretación que propone la Organización de Estados Americanos85 (oea) sobre la concepción integral del desarrollo, enfatizando que el desarrollo debe tomar en cuenta las especificidades culturales; debe ser participativo; incluyente; que amplíe las oportunidades de las capacidades humanas; que utilice el potencial del patrimonio y lo ponga al servicio de la calidad de vida, la creación y la producción de conocimiento; garantizando la protección de los derechos culturales a la par de generar prosperidad económica y social. El pensar el desarrollo desde la cultura pone de manifiesto todas las implicaciones y problemáticas existentes desde una perspectiva que busca la generación de objetivos de desarrollo cuyos medios sean legítimos para todos los sectores implicados. Nosotras entendemos al verdadero desarrollo cultural como: Un proceso compartido de apropiación y control –desde la idea de Toledo–, por el que una sociedad determina y expresa su identidad, asumiendo sus diferencias y precisando sus prioridades; guiado por un cuerpo legislativo regional derivado de la visión de la propia comunidad hacia una corresponsabilidad de su estrategia sobre la circulación de bienes y servicios culturales de una forma integral con el resto de los sectores productivos.

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unesco, “Declaración de México sobre políticas culturales”, 1982, <http://bit.ly/o5WrWX>. [Consulta: 27 de septiembre de 2011.] 85 Organización de Estados Americanos, “Seminario de Expertos en Políticas Culturales, La Cultura Como Finalidad del Desarrollo”, 2002, <http://bit.ly/nYM97x>. [Consulta: 27 de septiembre de 2011.]


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34 Esquema 2. Interpretaciones de los conceptos de cultura y desarrollo Cultura>Pasado (tradición, costumbres, herencia) Desarrollo>Futuro (planes, esperanzas, metas, necesidades, expectativas)

Fuente: elaboración propia con base en Romero, Cultura, 2005.

Políticas culturales: contribución de la cultura en los procesos de desarrollo La política cultural es a la vez una disposición de organización de las estructuras culturales y un “programa de intervenciones realizadas por el Estado [….] con el objetivo de satisfacer las necesidades culturales de la población y promover el desarrollo de sus representaciones”.86 La naturaleza de estas intervenciones se manifiesta como normas jurídicas y procedimientos tipificados como acciones políticas que obedecen a un cuerpo normativo que les da direccionalidad y coherencia, por lo que es natural que se crea que la política cultural sirve también para el propósito de “mantener un cierto tipo de orden político y social”87 o bien para emprender dinámicas de transformación. Pero ¿qué ocurre cuando no hay políticas culturales que conduzcan el desarrollo? Las políticas culturales se elaboran, se aplican, se viven a escala local, luego entonces, la riqueza del enfoque de análisis local permite estudiar y determinar cómo se están transformando los intercambios y cómo las comunidades pueden tomar la posibilidad de autotransformarse apoyadas por instituciones más allá de lo nacional. Una buena forma de poder establecer un punto crítico para analizar las acciones del Conaculta es justamente cómo este aborda los asuntos de multiculturalidad en México, como riqueza y freno para el desarrollo, pues al mismo tiempo exalta el vasto patrimonio cultural mexicano y parece cubrirlo con un discurso de intocabilidad que se contradice con una natural dinámica de transformación. El determinismo cultural moldea la forma en que los otros vemos a los otros, dictaminando de forma unilateral y desarticulada cómo debe ser el tipo de desarrollo que los otros necesitan. Ha prevalecido una visión estática, retrógrada, de intocabilidad de… los que somos y los que no somos. El discurso de la multiculturalidad en el ámbito político reifica88 a los pueblos indígenas, convirtiéndolos en una mera referencia de “lo mexicano”, careciendo de una verdadera 86 Coelho, Diccionario, 2000, p. 381. 87 Ibid., p. 382. 88 Cosifica y/o reduce.


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35 comprensión de nuestra compleja identidad mexicana sin ese trabajo de análisis sobre cómo nos relacionamos con las culturas indígenas, no sólo a través de su legado o manifestaciones culturales, sino cómo construimos nuestras interacciones simbólicas… sin ello no seremos capaces de leernos, interpretarnos y reinterpretarnos. El descontento generalizado en la relación que existe entre economía y sector cultura radica en mayor medida en que no se genera suficiente información estadística, no solamente sobre empleos en el sector, sino sobre los gastos gubernamentales en bienes y servicios culturales. Tampoco se ha estudiado la incidencia que los programas y presupuestos del sector cultura han tenido en el desarrollo social a corto, mediano y largo plazos. Por otro lado, no vemos que se le otorgue un valor agregado en las actividades culturales. Más evidente tendría que ser el trabajo conjunto que realicen el sector cultural con el educativo. No es clara la inversión en formación de capital humano. No se promueven suficientemente la apreciación y la valoración de la diversidad cultural, ni tampoco se invierte lo suficiente en profesionales de la cultura de alta calificación.89 La reciente creación del Sistema de Información Cultural90 (sic) constituye el primer paso de una serie de etapas aún por recorrer en la profesionalización de los estudios de la economía de la cultura para la elaboración de políticas culturales, uno de los riesgos de la elaboración de estadísticas es que los promedios ocultan y homogenizan muchas carencias y diferencias, resultando contraproducente para un país tan complejo como México, por lo que se deben generar nuevas modalidades que incluyan ciertos matices, como las brechas existentes en las comunidades urbanas y rurales. Sobre todo cuando sabemos que en el país no existe “una tradición de ordenamiento sistemático y comparativo de las estadísticas culturales, ni algún organismo dedicado al estudio de este campo”91 sino hasta fechas muy recientes. En relación con las políticas culturales, no se percibe que se haya hecho el suficiente esfuerzo en la consagración de los derechos culturales y la promoción de la cultura en el plano normativo. Este problema se agudiza ante la insólita ausencia de una entidad institucional que posea el carácter jurídico para formulación de políticas culturales, dejando en la orfandad o buena voluntad de las secretarías de Estado el incentivar los proyectos culturales que

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Un aspecto que refleja de forma directa la relevancia que el sector cultural posee para un país, es el presupuesto destinado a ella, mientras la unesco recomienda que se destine al menos 2% del pib al sector cultural y de investigación, en México se destina apenas .07%. Si bien el presupuesto para el sector tuvo un aumento de 28% en el 2012, esto no asegura ninguna continuidad para el aumento y/o permanencia de ese presupuesto una vez pasadas las elecciones presidenciales y, como ya hemos insistido, uno de los problemas de los que adolece nuestra cultura política es justamente la falta de continuidad. Véase Milenio Diario, “Incremento de 28 por ciento con respecto al presente año: Más de 16 mil mdp, presupuesto para el sector cultural en 2012”, publicado el 16 de noviembre de 2011, <http://bit.ly/I9d4xE>. [Consulta: 8 de abril de 2012.] 90 El sic es un portal electrónico y una base de datos en internet que opera como un sistema de información geográfica de los recursos culturales de México, así como de información sociodemográfica y económica complementaria, enlaza a los 32 estados de la república y a diferentes áreas del Conaculta y otras instituciones del país. Véase sic: <http://bit.ly/jgJRK7>. [22 junio 2011.] En México, el sic opera con 17 categorías de recursos culturales, sin embargo estas categorías omiten la catalogación de los procesos económicos detrás de la producción cultural, siendo estos: Creación; Edición y producción; Fabricación; Distribución; Comercialización. Tolila señala que son justamente esos aspectos los que nos pueden arrojar datos concretos sobre el impacto de la cultura en la economía y los procesos de desarrollo (Tolila, Economía, 2007, p. 48). 91 Ana Rosas Mantecón, “Los estudios sobre consumo cultural en México”, Biblioteca Virtual, 2002, <http://bit.ly/ omraCF>. [Consulta: 20 de junio de 2011.]


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36 emanen del Conaculta, y revestirlas con un algún estatuto legal que les permita ser parte de alguna política pública. Por otro lado, la infraestructura cultural está subutilizada y poco mantenida (casas de cultura, centros comunitarios, museos estatales y federales, etc.). Pero además hay una idea errónea de lo que se entiende por infraestructura cultural, puesto que no se toma en cuenta el valor de las tortillerías, iglesias, mercados, panaderías, etc., que también son espacios públicos donde se realizan importantes prácticas culturales en México. Las prácticas culturales de los pueblos se han realizado con, sin y a pesar de las políticas culturales estatales. Empero es vital que se conformen más y mejores mecanismos de participación social y espacios de participación en la elaboración de estrategias culturales para el desarrollo de las comunidades que respondan a sus intereses y posibilidades. Ciertamente el establecimiento de una ciudadanía más responsable, proactiva “y el fomento de la participación de los ciudadanos en la realización de políticas”,92 ha sido un tema crucial a escala internacional, es imperativo encaminar los esfuerzos en los tres niveles de gobierno hacia estas dinámicas. Consideramos entonces que la cultura es un componente crucial de la vida en democracia. Desde principios de los noventa existen numerosos casos europeos de formulación de políticas culturales locales efectuadas de modo participativo y que pronto se convirtieron gradualmente en un modelo aspiracional de participación para las “organizaciones culturales […] basadas en la sociedad civil”,93 por lo que señalamos que uno de los retos primordiales de las sociedades contemporáneas es asegurar la legitimidad y transparencia de las acciones dirigidas a la fomento del desarrollo. Nuestro patrimonio es amplísimo. México es un país megadiverso en términos de patrimonio cultural y biocultural. Ocupamos uno de los primeros lugares en el mundo en patrimonio natural y biodiversidad. Lo que sí son insuficientes, son los proyectos de conservación y gestión de nuestro patrimonio natural y cultural. Es lamentable. Tampoco hemos logrado tener una diversidad cultural en los medios de comunicación y presencia de 36494 variantes lingüísticas y sus culturas. Eso además de no permitirnos ganar grados de libertad y autodeterminación cultural, enfrenta una creciente dependencia de prácticas culturales ajenas, extranjeras. Todos estos síntomas responden, desde nuestro punto de vista, a un problema medular: no se ha entendido la cultura como el pilar central del concepto de desarrollo humano y social. Cuando seamos capaces de imaginar, de pensar el desarrollo desde nuestros propios indicadores culturales, podremos definir si México es o no un país desarrollado o “subdesarrollado”, “en vías de desarrollo”, y definir puntualmente de qué “desarrollo” estamos hablando y hacia dónde queremos ir.

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Jordi Pascual i Ruiz y Sanjin Dragojevic, “Guía para la participación ciudadana en el desarrollo de políticas culturales locales para ciudades europeas”, 2007, Red Interlocal, <http://bit.ly/o8fCl5>. [Consulta: 29 de septiembre de 2011.] Ibid. En México existen once familias lingüísticas indoamericanas con las 68 agrupaciones lingüísticas correspondientes a dichas familias, de las cuales existen 364 variantes pertenecientes a este conjunto de agrupaciones. Véase Instituto Nacional de Lenguas Indígenas, “Catálogo de las lenguas indígenas nacionales: variantes lingüísticas de México con sus autodenominaciones y referencias geoestadísticas”, 2008, <http://bit.ly/K3pZv2>. [Consulta: 23 de abril de 2012.]


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37 A 16 años de que la onu publicara el informe Nuestra diversidad creativa, que enfatiza la necesidad de reconocer a la cultura como un elemento esencial en el desarrollo,95 se retomó nuevamente esta premisa para elaborar la de batería de indicadores,96 que busca responder a la pregunta: ¿cómo es que la cultura agrega valor a las intervenciones de desarrollo facilitando el abordaje de los retos que las sociedades enfrentan? Los ejes sobre los que los indicadores se organizan son tres: a) La cultura como un sector de actividad económica. b) La cultura como una serie de recursos que agrega valor a las intervenciones de desarrollo y aumenta su impacto. c) La cultura como un marco sostenible para la cohesión social y la paz, indispensable para el desarrollo humano. Los indicadores son primordiales para la elaboración de análisis, además una herramienta fundamental para tener un panorama que permite, en el papel al menos, contar con un marco pragmático sobre el cual poder “explorar más a fondo el potencial de la cultura en pos de un desarrollo sostenible centrado en el ser humano”.97 El papel de estos indicadores permite tener argumentos sólidos, precisos (que no definitivos) para la observación crítica de los problemas, retos y aéreas de oportunidad del ámbito cultural; es una herramienta de análisis y discusión para la asignación de recursos entre las políticas públicas. Todo esto sin duda contribuiría a superar definitivamente el cinismo con el que se justifica un magro y desigual intercambio de acciones culturales con las que se pretende acallar mediante el otorgamiento de algunos cientos de becas, exposiciones y muestras gastronómicas el verdadero compromiso internacional que debe existir frente a la cooperación cultural que contribuya de forma eficaz al desarrollo de los pueblos y las naciones.98 El escepticismo de los economistas sobre el papel de la cultura ha sido correspondido por una apatía de los actores culturales por la economía, así como sus herramientas y debates, lo que “también puede reflejarse indirectamente en las perspectivas y los planteamientos de las instituciones como el Banco Mundial”.99 Las suspicacias con respecto al valor económico de la cultura eran sostenidas por diversos argumentos, muchas veces contradictorios. La cuestión no es, como Sen apunta, ver si acaso la cultura importa, pues creemos firmemente que es una discusión superada, prueba de ello es la presencia de esta en las discusiones académicas y diplomáticas, siendo también objeto de negociaciones internacionales que

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La preocupación por contar con estas herramientas quedó manifiesta desde la publicación del Primer informe mundial de cultura y desarrollo: nuestra diversidad creativa, unesco (1996), en el que se generaron debates en torno a las políticas de desarrollo cultural, una de las prioridades de investigación fue la creación de indicadores culturales del desarrollo que realmente coadyuven a establecer principios operacionales, prácticas, procedimientos administrativos y presupuestarios eficientes. El objetivo principal de la batería de indicadores es generar una base global de indicadores y datos cuantitativos para la medición del desarrollo cultural. Un proyecto similar en magnitud es el idh, sin embargo el reto que implica generar indicadores culturales es particularmente complejo, en parte debido a su inherente diversidad y a la gran dificultad de establecer comparaciones. unesco, “Culture for Development Indicator Suite”, <http://bit.ly/nSmIKcv>. [Consulta: 12 de febrero de 2011.] Los indicadores culturales no solamente son una herramienta fundamental para la formulación de políticas culturales, planes económicos y estrategias tanto locales como regionales de desarrollo, también son un elemento básico para la gestión de la cooperación cultural internacional. Sen, “Cómo”, 2004, <http://bit.ly/nny2QQ>. [Consulta 28 de septiembre de 2011.]


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38 “ilustran tanto las partes en juego a través de la Organización Mundial de Comercio (omc) como las luchas por el reconocimiento de la diversidad cultural de la unesco”.100 Al menos en el discurso, a escala internacional las políticas culturales han replanteado sus objetivos al paso de los años y ya no se dirigen únicamente a asegurar la provisión de servicios culturales, ahora se busca integrar estrategias de desarrollo económico vinculadas a otros ámbitos que conforman el sistema de producción de una región o un país. Para Latinoamérica es crucial pensar las políticas culturales en función de la inclusión social, pues “en sociedades como las nuestras, de profundas desigualdades, no podemos darnos el lujo de planificar políticas que sólo apunten a ampliar las posibilidades de consumo de bienes culturales”,101 pues como Olmos apunta, lo que hay no “alcanza”, y producir más de lo mismo tampoco ofrece una solución. Sin duda, es de suma importancia el lugar simbólico y oficial que la cultura ocupa en la estructura orgánica de los gobiernos, pues es en la capacidad no sólo de ejecutar sino de formular políticas públicas, donde reside el valor real que un pueblo –y su gobierno– dan a la cultura. Esto no se limita únicamente a las estructuras federales, sino a las de los tres niveles de gobierno. Porque en realidad la problemática de fondo no es solamente el formular políticas culturales adecuadas, sino completar el ciclo con una gestión eficiente de las mismas; coincidimos con Olmos cuando critica la reducción del entendimiento de la cultura a las manifestaciones artísticas, “es muy común que se enuncie en las plataformas un concepto de cultura similar al de la unesco pero que, en la práctica, todo vaya a artes y espectáculos”,102 y además con una interpretación muy pobre cuando no mediocre de lo que los servicios culturales deben ser, simplificando todo a espectáculos populares.

Las estrategias de cultura y desarrollo en México A escala internacional, la “Agenda 21 de la cultura”103 es uno de los documentos centrales de análisis y referencia para diseñar y operar políticas culturales. Sin embargo, resulta alarmante que en nuestro país la implementación de dichas políticas no aparece manifestada en términos de desarrollo social en los sectores y actores culturales para quienes son diseñadas. En ese sentido existe, desde nuestro punto de vista, una serie de imposibilidades que explican el retraso de México en la creación de estrategias de cultura para el desarrollo. 1. Por el efecto de discursos institucionales poco claros e impregnados de intereses políticos y partidistas. 2. Por el efecto también del desconocimiento real de la problemática cultural en México por parte de los actores o agentes sociales responsables de la toma de decisiones.

100 Tolila, Economía, 2007, p. 18. 101 Olmos, Gestión, 2009. 102 Ibid. 103 Véase Agenda 21, Cultura, 2009.


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39 3. Por las contradicciones conceptuales que existen en discursos oficiales y los discursos campales y de grupos de poder (medios de comunicación, discurso educativo, por ejemplo). Cada quien entiende la cultura como mejor le conviene, y el desarrollo, ni se diga. 4. Por el distinto efecto que causan los discursos internacionales del campo: unesco, oea, Organización de Estados Iberoamericanos (oei), sobre académicos, políticos, empresarios, etc., en México. Los retos en nuestro país son complejos especialmente cuando nos enfrentamos a la necesidad de medir el impacto y el desarrollo de las políticas culturales en un escenario pluriétnico y multicultural, de gran desigualdad de ingresos, retrasos históricos en la infraestructura cultural y realidades socioeconómicas contrastantes a lo largo y ancho del país. Uno de los riesgos de la elaboración de estadísticas es que los promedios ocultan y homogenizan muchas carencias y diferencias, lo que resulta contraproducente para un país tan complejo como México, por lo que se deben generar nuevas modalidades que incluyan ciertos matices, como las características etnográficas y formas de organización sociopolítica y las brechas de desarrollo existentes en las comunidades urbanas y rurales. La improvisación y el azar como prácticas políticas constituyen una combinación que lo único que asegura exitosamente es el fracaso. La visualización de las perspectivas, tendencias, oportunidades y riesgos debe ser una práctica permanente no sólo en la formulación de planes y estrategias, sino en todo el ciclo de su implementación. La prospectiva, como el Plan Nacional de Desarrollo 2007-2012104 (pnd) indica, no solamente es una herramienta fundamental para anticipar el futuro de los eventos, sino que es en verdad la única forma de actuar para modificarlo, proyectar nuestras aspiraciones en observación a las experiencias del pasado y las referencias que ofrecen los procesos similares de otras naciones. El pnd presenta sus contenidos bajo un enfoque que pretende ser un “proyecto de país de largo alcance y una propuesta que da certeza sobre el destino que queremos alcanzar como nación”.105 Por su parte, el Programa Nacional de Cultura (pnc) señala como objetivo central el que “todos los mexicanos tengan acceso a la participación y el disfrute de las manifestaciones artísticas y del patrimonio cultural del país como un aspecto del pleno desarrollo humano”,106 reconoce que las expresiones culturales son una fuente de aprendizaje, crecimiento y entretenimiento, además de ser factores complementarios de desarrollo económico y generación de empleo. En el papel, al menos, hay cierta claridad y objetivos. A pesar de que el documento se refiere a la necesidad de reestructurar la arquitectura institucional cultural como modo de optimizar el trabajo administrativo, eficientar sus funciones y fortalecer los esquemas de coordinación interinstitucional entre los tres ámbitos de gobierno y con la sociedad (hecho que no ha ocurrido), encontramos una im-

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Presidencia de la República, “Plan Nacional de Desarrollo 2007-2012”, <http://bit.ly/p9PhMh>. [Consulta: 5 de julio de 2011.] Visión 20-39, “Folleto Visión 2030”, 2007, <http://bit.ly/qQHUD0>. [Consulta: 5 de junio de 2011.] Conaculta, “Programa Nacional de Cultura”, <http://bit.ly/ru1IMQ>. [Consulta: 12 de abril de 2011.]


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40 portante ausencia en los ejes107 que conforman la política cultural del pnc, y esta es la del desarrollo cultural. Asimismo, en el pnc los objetivos y programas de intervención explicitan ciertas funciones de promoción, producción, distribución, preservación y difusión de la cultura, sin embargo resulta obvio que este conjunto de acciones se acerca más a un ejercicio de gestión para la promoción artístico-cultural, que no necesariamente conduce al desarrollo. El binomio cultura-desarrollo que analizamos anteriormente ha sido reconocido en discusiones teóricas gracias a las cuales se han sorteado las barreras ideológicas, acercándolo a la política pública. Por otro lado, es conveniente insistir en que el ámbito de acción social de la cultura no se limita a la producción de bienes, servicios y acceso a las manifestaciones artísticas. Recordemos además que el desarrollo sólo puede ser éticamente legitimado si es “sostenible” cultural y ambientalmente, por lo que “el desarrollo es positivo cuando se construye a partir de la negociación [….] y asegura que los procesos de planeación sean colectivos”,108 en este sentido ya no sólo es una postura ideológica el observar el desarrollo como un fin en sí mismo empleando la cultura como medio para llegar a él, sino que es una prerrogativa adoptar la cultura como finalidad misma del desarrollo integral. Por lo tanto, enmarcada en la visión del pnd, la política cultural debe recuperar justamente el sentido humano del desarrollo, por lo que es imperativo asegurar “un desarrollo equilibrado mediante la integración de los factores culturales”.109 Ante estos razonamientos, cabe la pregunta ¿cómo podemos asegurar que las estructuras institucionales, sus planes y acciones garanticen una vinculación efectiva de la acción pública en la formulación de políticas culturales? Como señalábamos anteriormente, la jerarquía, facultades y cualidades que la cultura tenga dentro de una estructura gubernamental hablará de la relevancia que para los pueblos y sus gobiernos tiene esta. Con esto en mente, analicemos el caso del Conaculta, que dentro de la estructura institucional mexicana es la entidad responsable de la coordinación las acciones culturales que se llevan a cabo en los tres niveles de gobierno. Lo primero que sale a relucir es que su categoría institucional tiene carácter de “consejo” por lo que de entrada presagia las limitaciones de su existencia. Al igual que la arquitectura del sector cultural, la Secretaría de Relaciones Exteriores (sre) ha tenido constantes procesos de creación y desaparición de instancias ad hoc para la atención de elaboración y desarrollo de planes y estrategias de política cultural exterior y que coadyuven a superar la falta de coordinación entre los diferentes niveles de gobierno y, como puede observarse en su estructura orgánica, no existe un área dedicada a la coordinación de estrategias y políticas culturales entre los tres niveles de gobierno.

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1. Patrimonio y diversidad cultural; 2. Infraestructura cultural; 3. Promoción cultural nacional e internacional; 4. Estímulos públicos a la creación y mecenazgo; 5. Formación e investigación antropológica, histórica, cultural y artística; 6. Esparcimiento cultural y lectura; 7. Cultura y turismo; 8. Industrias culturales. Ibid. 108 Organización, La cultura, documento en línea citado. 109 unesco, Declaración, documento en línea citado.


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41 Si bien la Dirección de Cooperación Cultural Internacional del Conaculta: “apoya y sirve de enlace con la sre en la negociación de instrumentos y acuerdos de colaboración e intercambio con instituciones homólogas en todo el mundo y organismos internacionales multilaterales y regionales”110 y tiene como objetivo primordial “la cooperación cultural y artística, la difusión y promoción cultural, la capacitación, formación y el intercambio de especialistas, así como la promoción y protección del patrimonio cultural”,111 no existe un trabajo conjunto para la elaboración de una estrategia de políticas culturales entre la Dirección General de Cooperación Educativa y Cultural (dgcec)112 de la sre y la Dirección de Cooperación Cultural Internacional del Conaculta, más aún, los temas de desarrollo no están presentes en las prerrogativas de esta colaboración interinstitucional; como ya es tradición, las acciones culturales de la sre se circunscriben de forma casi exclusiva a la realización de acciones de diplomacia cultural y difusión y promoción de actividades artísticas o educativas, dejando de lado la visión más compleja de la cultura como ámbito de desarrollo social, no como un mero adorno de la política exterior. La recientemente promulgada Ley de Cooperación Internacional para el Desarrollo,113 en lo referente a la orientación de la política de cooperación internacional, indica que el programa deberá “Promover la diversidad cultural y la proyección de México en el exterior como un Estado pluriétnico y multicultural”.114 Esta forma ambigua de enunciar el marco en el cual se llevarán a cabo las acciones dirigidas a la cooperación internacional está mucho más cerca una mera práctica de diplomacia cultural que de una verdadera política cultural. Podríamos resumir las dimensiones de la problemática actual en tres aspectos. El primero es que, como consecuencia de la carencia de marcos normativos y atribuciones legislativas del Conaculta, no contamos con una política cultural nacional; el segundo es que por las mismas condiciones que a su vez presenta la dgcec, carecemos de una política cultural exterior; finalmente, tampoco existe una estrategia clara, circunscrita a una visión de desarrollo cultural para el trabajo interinstitucional y a la coordinación entre el Conaculta y la dgcec. Dadas las circunstancias actuales que hay en México en torno a la desarticulación institucional, cualquier acción que no esté encaminada a resolver el problema estructural del sector será un ejercicio paliativo o parcial, por lo que se debe elaborar una estrategia para la formulación de políticas culturales integrales, y generar un esquema de coordinación sin perder de vista la necesidad de involucrar a los distintos sectores y niveles de gobierno, así 110 111 112

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Conaculta, Dirección General de Asuntos Internacionales: Dirección de Cooperación Cultural Internacional, <http:// bit.ly/HjX9fc>. [Consulta: 5 de abril de 2012.] Ibid. En 2001, de acuerdo al Reglamento Interior de la sre, se derogaron las facultades del Instituto Mexicano de Cooperación Internacional (Imexci) y las direcciones generales que lo integraban fueron reubicadas en la estructura concentrada de la Cancillería con las siguientes adaptaciones: la Dirección de Cooperación con Centroamérica y El Caribe se incorporó a la dgctc; la competencia de la Dirección General de Cooperación Educativa y Cultural se trasladó a la Dirección General de Asuntos Culturales, y la Dirección General de Cooperación Económica y de Desarrollo se asoció a la Dirección General de Promoción Económica Internacional. Publicada en el Diario Oficial el miércoles 6 de abril de 2011. Ley de Cooperación Internacional para el Desarrollo, Estados Unidos Mexicanos, Diario Oficial de la Federación, publicada el 6 de abril de 2011, <http://bit.ly/j1HonG>. [Consulta: 22 de junio de 2011.]


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42 como a los actores de la sociedad civil, mediante acuerdos de continuidad. Empero, no lograremos avances significativos en tanto no contemos con “un organismo institucional que aporte coherencia al sector cultural”,115 pues sin este sólo se estará actuando tal como se ha hecho por décadas: de forma difusa, débil o insuficiente. Es preciso comprender que la renovación del sector cultural y todos los órganos implicados no requiere de ampliaciones en las estructuras institucionales, sino de eficientar y coordinar el desempeño de sus funciones, de tal suerte que se pondere una transformación estructural, fortaleciendo las capacidades de las instituciones locales de cultura, elaborar e implementar una estrategia de profesionalización de los gestores y funcionarios culturales, establecer mecanismos para la gestión mixta de recursos técnicos y económicos cuando estos son insuficientes y con ello dinamizar y abrir las posibilidades de desarrollo.

Visión y el ejercicio de las herramientas jurídicas e institucionales de la cultura Cuando se adopta una visión crítica en torno al estado del ámbito político-institucional de la cultura, no se pretende “fomentar la idea de que nada de lo hecho hasta ahora sirve”,116 por más cuestionables que sean las acciones; especialmente cuando se reconoce que la insistencia de estas afirmaciones provenientes de la academia o la sociedad civil pueden en última instancia contribuir a que el Estado encuentre en ello argumentos para deslindarse de esas responsabilidades. Con ello estaríamos perdiendo de vista que precisamente es en la crítica creativa de las políticas culturales donde podemos apelar a “su carácter de espacio de confluencia y negociación entre distintos sectores sociales”.117 Tengamos en mente que la búsqueda de mayor equidad y mejores propuestas para formular estrategias de desarrollo requiere que se generen “sistemas de protección y promoción de las oportunidades y de la calidad de vida en aquellos aspectos que las propias sociedades consideran de valor social”118 para que se permita con esto que todos los ciudadanos seamos partícipes y actores del desarrollo. Si ha de generarse un enfoque transversal a las políticas de desarrollo, aplicado a todas las estrategias de las secretarías de gobierno, se dejará entonces de actuar de forma desarticulada, potenciando un avance hacia un desarrollo dinámico e integral, por medio de una visión multidimensional. La pálida presencia de planes aislados cuyos resultados son magros, o sin signos apreciables que muestren su utilidad o pertinencia, no sólo pone en entredicho al sector cultural, igualmente afecta al desarrollo político del Estado en su conjunto, “como diciendo que si la modernidad política no ha llegado tampoco puede esperarse que funcionen los planes

115 Nivón, Política, 2006, p. 71. 116 Jiménez, Políticas, 2006, p. 33. 117 Ibid. 118 cepal, Equidad, 2001, p. 155.


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43 que se formulen en materia cultural”.119 En todo caso, es más útil no negar el mucho o poco impacto de los planes de desarrollo cultural, pero no se debe dejar de enfatizar que estos parecen dar la espalda a las demandas y graves ausencias en materia de desarrollo, superación de las desigualdades y articulación de políticas transversales en concordancia con los retos que enfrentamos en el siglo xxi. Más preocupante resulta que las pocas críticas existentes sobre la política cultural enfatizan aspectos tales como la forma en que se afectan “los valores y afectos de la sociedad”,120 esto es indicador de que estamos ante un doble reto de transformar las anquilosadas y escleróticas estructuras institucionales para dotarlas de marcos normativos eficientes y funcionales, a la par de elevar el nivel de discusión y análisis, generar más y mejores programas de investigación de alto nivel en materia cultural con contenidos críticos y objetivos. Sólo de esta forma se dejará atrás el dramatismo descriptivo propio de las discusiones superficiales y de las tradicionales prácticas del ensayo político, cuya retórica desgastada de poco sirve. Tenemos la gran tarea de reencaminar los “procesos creativos que fortalezcan la vida cultural en nuestras comunidades y ciudades”,121 y no se trata simplemente de entremezclar el ingrediente cultural a las políticas de desarrollo en forma de instrumentos sin largo alcance o jurídicamente débiles, sino de reconocer el potencial de competitividad cultural que poseen nuestras localidades. Además de promover estrategias dignas, trazar políticas sobre la ventaja competitiva real que puede alcanzar nuestro país en el ámbito del desarrollo cultural y ejercer un liderazgo digno de su riqueza multicultural y humana. Pensamos que una de las claves para enfrentar este gran reto de fortalecer los procesos creativos culturales, encaminados hacia un verdadero desarrollo desde la cultura, está vinculada a la educación en democracia, para la democracia y desde la democracia. Ello implica la inclusión democrática de todos los grupos culturales que nos conforman, dándoles voz, espacio y reconocimiento, con respeto.

La cooperación internacional: trabajo interinstitucional e interdisciplinario Existen ciertas prácticas y relaciones sociales que manifiestan una búsqueda constante por la autorrealización, el bienestar humano, sentido de pertenencia y nuevas posibilidades de desarrollo, mismas que constituyen el motor del deseo de transformación y redefinición de los proyectos sociales e individuales. La cooperación internacional es una de ellas. Como fenómeno social, práctica política y ámbito de estudio, es en sí una manifestación intrínseca del deseo humano por compartir para el beneficio común. Pero antes de dar

119 Nivón, Política, 2006, p. 132. 120 Ibid. 121 Adalberto Saviñón Diez de Sollano, “La cultura fuente de desarrollo integral”, Centro Lindavista, Cámara de Diputados, LX Legislatura, 2008, <http://bit.ly/oY0R7E>. [Consulta: 28 de septiembre de 2011.]


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44 por hecho que existe un consenso sobre la definición y alcances de la cooperación internacional como área cuasi exclusiva de las relaciones internacionales, demos una lectura crítica al concepto y sus aristas observándolo a través de distintos enfoques. Sin pretender agotar la discusión sociológico-lingüística en torno a la fenomenología de la cooperación, haremos una aproximación analítica desde las ciencias sociales. Diremos que el término se refiere a un conjunto de planes y acciones llevadas a cabo entre sociedades de distintas naciones, con la búsqueda de lograr beneficios compartidos en distintos ámbitos empleando o no los mecanismos gubernamentales, mediante la aplicación de recursos económicos, humanos o tecnológicos. Deconstruyamos entonces el concepto de la cooperación como actividad sociopolítica. Encontramos que por principio alude a un conjunto de ideas que han sido cultivadas y enriquecidas al mismo tiempo que han generado un conjunto específico de actividades para su práctica, modificándose de tal forma que el concepto y la acción de la misma se han ido transformando mutuamente a lo largo del tiempo. Dicho de otra forma, la cooperación como concepto y como práctica se transforma en tanto se realiza, dado que el corpus teórico generado en torno a ella transforma su ejercicio y viceversa. Diremos entonces que la cooperación se lleva a cabo en el acoplamiento del imaginario simbólico y las herramientas políticas mediante la acción de los agentes sociales. Como hecho sociosimbólico, la cooperación posee una doble naturaleza y ámbitos distintos de existencia. En la configuración de ideas y estructuras simbólicas en torno a la cooperación se llevan a cabo acciones no en el mundo, sino para el mundo, dirigidas a contribuir a un conjunto significativo de acciones asumidas como “comunes” bajo una visión “objetiva” que alude al principio fundamental que sustenta a una sociedad, es decir, el principio de la acción colectiva que constituye su origen y le brinda cohesión. El lenguaje como sistema ordenador de lo que llamamos “mundo”, está mayormente basado en las ideas, formas y estructuras de una cosmovisión que es predominantemente occidental. Uno de los ejes ordenadores del proyecto de sociedad que se desprende de esta visión, es la idea de progreso. La cooperación se convierte entonces, en un medio que permite conservar la posibilidad de lograrlo, mediante dinámicas que aspiran a conjuntar la racionalidad política funcional para satisfacer las necesidades sociales. Guardando cierta aspiración romántica que busca construir “una solidaridad axiológica profunda”122 mediante la cual legitimamos de manera simbólica la interacción entre sociedades y naciones. Interminables confrontaciones bélicas, procesos de descolonización y la creación de instituciones internacionales ordenadoras, nos legaron un sinfín de lineamientos, acuerdos, reglas y protocolos a los que las relaciones internacionales atribuyen un papel cuasi mitológico para explicar el actual concierto internacional. Otra mirada desde las humanidades nos apunta hacia consecuencias igualmente importantes, principalmente la desacralización de las aspiraciones de la modernidad, “el dolor humano que deviene de las crisis económicas desactiva el mito de la racionalidad… la desconfianza en la razón moderna acaba extendiéndose a todo proyecto, idea o relato con

122 Ortiz-Osés, Claves, 1993, p. 163.


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45 pretensiones de ofrecer sentido y orientación a la colectividad humana”.123 De esta forma tratamos de dar sentido y justificación a nuestros desencuentros mediante la interminable creación de acuerdos, juramentos, promesas y códigos que nos prevengan de caer en futuras desavenencias y resultados catastróficos. Resulta inevitable señalar que “la economía, la ciencia y la técnica no poseen en sí mismas la capacidad de frenar y orientar sus propios procesos”,124 por lo que se precisa una reformulación de estos en aras de plantear nuevas unidades de valores para reconstruir lazos que remitan a la humanización de los ejes sociales de organización y producción. Es decir, estamos de acuerdo en que los compromisos, pactos, tratados y reglas hacen posible mantener una convivencia más o menos armónica entre individuos y naciones. La cooperación como unidad lingüística, como concepto, diremos que está destinada a designar ciertos aspectos de “una cultura y sociedad”,125 es decir que en ella confluyen asociaciones, actitudes, ideologías y, claro está, también las ideologías políticas. Cuando el término cooperación aparece como uno de los ejes de las relaciones internacionales, manifiesto en tratados internacionales, acuerdos, planes nacionales de desarrollo y estrategias regionales, entonces el término se ve circunscrito a un texto político que por definición “debe ser eficaz, debe conseguir que el otro haga algo, que actúe de determinado modo o adopte determinada actitud”.126 Manteniendo una postura crítica, podemos diferenciar rápidamente las posibilidades en torno a la implicación de la cooperación, ya sea como aquella acción que permite que una nación intervenga en la vida y dinámica de otra, o como una acción impuesta; incluso sólo como un cumplimiento burocrático, sea el caso que fuere, es válido en tanto se le otorgue legitimidad en cada ámbito. ¿Entonces de qué se habla cuando nos referimos a cooperación? Respaldados en la estructura de instituciones legitimadas internacionalmente, los discursos sobre la cooperación parecieran ser, como Lanceros apunta, “una serie de personajes de carácter definido y poderoso [….] que despliegan un elenco articulado de combates, batallas, insultos, amores y traiciones con la razón como argumento, la justicia como meta y la verdad como aliado”.127 Reflexionemos entonces sobre cómo efectivamente ha contribuido el discurso político a crear una solidaridad mecánica, en palabras de Mafessoli,128 así la cooperación puede ser vista como un “instrumento, un proyecto derivado de una racionalidad, cuya finalidad pertenece […] al campo de lo social”129 y es efectivamente en la socialización de la cooperación que esta adquiere finalmente una dimensión simbólica dadora de sentido a las relaciones humanas fundamentadas en una aspiración ulterior a la mecanicidad. Es ahí cuando se vuelve una solidaridad orgánica, donde no existe una lógica que la defina porque

123 Mardones, Cultura, 1994, p. 12. 124 Ibid., p. 15. 125 Coseriu y Loureda, Lenguaje, 2006, p. 41. 126 Ibid. 127 Lanceros, “Apunte”, 1994, p. 140. 128 Mafessoli, “Socialidad”, 1994 p. 107. 129 Ibid.


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46 ya es un hecho social autónomo, lo que implica que se ha introyectado en el inconsciente individual y colectivo. Por otra parte, la cooperación como aspiración de valores positivos (no olvidemos que en sí la cooperación puede servir a cualquier propósito) nos lleva a pensar sobre la noción del bienestar, aludiendo al sentido dinámico y ahistórico que encierra, enfocándonos en el carácter que tiene como motor de la acción estatal y social. Entonces podríamos decir que sin importar el contexto temporal, el bienestar se busca “en función de algo... el perfeccionamiento del hombre”.130 ¿Es posible hablar en la actualidad de un esfuerzo “mundial” por lograrlo? La crisis del proyecto civilizatorio está demasiado llena de supuestos, aspiraciones, esperanzas “universales” que ponen en tela de juicio a “la fe europea occidental en el progreso”.131 Esta crisis permea todas las esferas sociales, la educativa, la económica, la tecnológica, la religiosa… y no sólo es visible en el nivel de las estructuras simbólicas, sino también en la degradación del planeta causada por el hombre, que amenaza la existencia de todas las formas de vida. La decisión de cooperar como forma simbólica es parte de la esencia de la naturaleza humana, egoísta y altruista; mientras que la cooperación como acción concreta es la forma adquirida en la dimensión social porque implica el ser (individual) en el somos (en conjunto), puedo ser yo y encontrar mi espacio en este mundo porque soy contigo y dejamos de ser entes aislados para formar un nosotros que nos reconcilia. En tanto aspiración, la cooperación se presenta a sí misma como principio ordenador de las relaciones humanas, manifestada en dos dimensiones de la realidad, la individual y la colectiva, que desde el horizonte simbólico están circunscritas a las percepciones sociales del lenguaje, compuesta por significados que se materializan en la acción colectiva. Desde un punto de vista sociológico notamos que, asociado a la práctica de la cooperación, se alude a un proyecto solidario que supondría una inclinación por superar el predominio del paradigma de nuestra cultura occidental reificante132 y funcionalista. La opción por la solidaridad como proyecto humano tiene multitud de facetas, “se puede mirar desde la perspectiva moral y asumir que es preciso pasar de posiciones individualistas por humanistas que sean a otras más exigentes y solidarias”,133 pero no debemos darnos el lujo de ser fatalistas o ingenuos. Si, como apunta Mardones, los individuos poseemos una entraña “solidaria y fraterna”134 (afirmación que nos llevaría a una discusión ética y fenomenológica) diremos entonces que la cooperación es una realidad social y simbólica, existente en los imaginarios colectivos e individuales, que motivan en un impulso primigenio las interacciones sociales.

130 Vegas, “Problemas”, 1968, p. 199. 131 Mardones, Cultura, 1994, p. 32. 132 El término se refiere a la cosificación de los fenómenos y relaciones sociales y simbólicas. 133 Mardones, Cultura, 1994, p. 43. 134 Ibid.


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Cooperación para el desarrollo Sin duda, dos de los grandes retos para la solución de los complejos problemas de la globalización y de las enormes responsabilidades del sector que atiende los procesos artísticos y culturales en todo el mundo es la elaboración colegiada de políticas culturales locales y regionales, además de la cooperación internacional para el desarrollo. El dinamismo de los procesos glocales135 así lo exige. Ciertamente, nada ayudarán las acciones malentendidas de autodefensa, resistencia, independencia, autodeterminación y aislamiento que muchas veces construyen los discursos sociales de los pueblos históricamente marginados, sino por el contrario, necesitamos impulsar la adopción de estrategias de trabajo colectivo y local vinculado a los procesos de cooperación internacional para el desarrollo. Un desarrollo entendido desde las ideas trabajadas en los capítulos anteriores; un desarrollo comunitario y autogestivo que nos permita construir una relación entre miembros de la comunidad, comunidades locales y regionales y, desde luego, entre naciones, mirando hacia la inclusión, la democracia, el respeto a la diversidad y el diálogo entre culturas. Mucho se ha trabajado por el encuentro entre culturas a través de las agendas de cooperación cultural internacional, y aunque existen todavía algunos programas paternalistas y asistencialistas, se van superando, afortunadamente, las visiones erróneas de “ayuda de los países desarrollados hacia los países en vías de desarrollo”, y se van logrando acuerdos y estrategias de construcción internacional, donde las partes dialogan como iguales. Así, la cooperación internacional comienza ya a mirarse como una responsabilidad social entre naciones, para ir disminuyendo las enormes desigualdades que existen entre países ricos y pobres e incluso las desigualdades presentes en nuestros propios países, sobre todo en comunidades que sufren procesos de marginación y exclusión. La diversidad cultural empieza a considerarse, respetarse y hacerse explícita en los convenios de cooperación. Concretamente, la Convención Internacional sobre la Protección de la Diversidad en los Contenidos Culturales y las Expresiones Artísticas,136 aprobada por la unesco, es ejemplo de ello. La cooperación para el desarrollo implica la inclusión de distintas formas de entender el concepto de “desarrollo”. El gran reto es el diálogo entre grupos que lo entienden de manera diferente y la participación democrática en la elaboración de políticas culturales como eje central del mismo. ¿Cómo hacer para transitar hacia ese diálogo entre las diferencias? Pensamos que un modelo de cooperación internacional que considere la cultura como pilar central y

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El concepto de lo glocal que maneja Beck en su texto Globalización, 2008, tiene que ver con la consideración de lo local y lo global. El término nace de la fusión de las dos palabras global y local. Es un término que se utiliza cada vez más para señalar la importancia de no perder de vista lo local en lo global ni lo global en lo local. unesco, “Convención sobre la protección y promoción de la diversidad de las expresiones culturales”, 2005, <http:// bit.ly/tPq4Ku>. [Consulta: 28 de noviembre de 2011.] Además, de ello habla ampliamente Jiménez en su texto Políticas, 2006 donde menciona que se necesitaron dos años de debates sobre el tema y, fuera de Estados Unidos e Israel, que votaron en contra, se dio una votación unánime al respecto por parte del resto de los países miembros. Otros ejemplos los encontramos en los proyectos y programas de cooperación interinstitucional e internacional establecidos entre distintas organizaciones no gubernamentales (ong) nacionales e internacionales, instituciones culturales públicas y privadas, así como instituciones de educación superior.


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48 sentido único del desarrollo humano y social, es el desafío. Pensamos que las nuevas prácticas culturales, diferentes acciones locales y distintas formas de pensar, para actuar de manera colectiva en el escenario mundial y asumiendo nuestras diferentes cosmovisiones, son la clave. Así entonces, el sentido del desarrollo desde la cultura exige, desde luego, la participación activa del tercer sector, la contribución del sector social, mediante acciones locales y comunitarias que los empoderen y les den voz y voto en la toma de decisiones. Para ello proponemos la formación de cecl, de forma que en estas se genera una dinámica colectiva, dialógica, incluyente y de trabajo hacia logros y productos locales y compartidos. Formar las cecl nos permite fortalecer los débiles vínculos que existen entre cultura, educación y comunicación; estas están pensadas para aumentar la cultura de información, de comunicación y de conocimiento en procesos y prácticas culturales comunitarias que fortalecen tanto el pensamiento crítico y los procesos comunitarios como la autoestima de todos y cada uno de los participantes en ellas. Una cecl genera, en el mejor de los casos, agentes sociales comprometidos con su comunidad, su localidad, su región y su país. Agentes participativos interesados en la formación de redes de comunicación, de trabajo colaborativo y de participación social. La fuerza y trabajo que produce una cecl bien constituida es de tal magnitud que puede enfrentar a cualquiera de los poderes públicos. Ejemplo de ello son las comunidades de la sierra de Ixtlán de Juárez, Oaxaca, que forman una red de trabajo comunitario y que han utilizado la radio para sus redes de trabajo. Desde ahí se han manifestado colectivamente y han ganado respeto de todas las autoridades, municipales, estatales y federales. Otro ejemplo es la comunidad de La Otra Mina, en Charcas, San Luis Potosí, donde la gente del pueblo se ha constituido en una cecl y ha generado su propia dinámica de trabajo colectivo. El trabajo colectivo es contundente en la transformación creativa de las comunidades. En este caso, el trabajo que proponemos tiene como objetivo el fortalecimiento del conocimiento local y tradicional y del tejido social comunitario para la toma de conciencia glocal. Ya no podemos suponer que el trabajo del Estado y el de las instituciones estatales son los únicos que intervienen en la vida cultural, como solía ser en años pasados. El tercer sector empieza a tomar conciencia colectiva. Dicha toma de conciencia será la base para pensar en procesos de cooperación para el desarrollo. Pero ¿cómo hacer explícito el componente cultural en estos procesos? De eso hablaremos en el siguiente apartado.

Cooperación cultural Cuando se habla de cooperación científica para el desarrollo, rápidamente vienen a nuestra mente programas de transmisión de tecnología, capacitación, creación de proyectos productivos con energías renovables y nunca se pone en duda o se cuestiona su evidente vinculación con el desarrollo económico y el beneficio que esto implica para las comunidades. Entendemos la sinergia de los ámbitos laborales, políticos, científicos que en la cooperación técnica y científica se entrelazan, es una esfera tangible, clara y medible. Sin embargo, cuando se habla de la cooperación cultural se abre casi inmediatamente una discusión ambigua en la que por “cultura” se asumen comúnmente las expresiones


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49 artísticas, los programas de becas de estudios, los festivales y las discusiones intelectuales cargadas de interpretaciones ideológicas, intangibles, a veces irreconciliables y subjetivas. No es extraño entonces observar con cierta exasperación que las discusiones en torno a las políticas culturales, la economía cultural y las estrategias de desarrollo cultural aún encuentran su mayor obstáculo en las interpretaciones mismas del concepto de cultura y el escepticismo de los alcances de esta como ámbito de oportunidades para el crecimiento económico, mejora de la acción ciudadana, impulso a las estrategias de gobernanza, fortalecimiento y construcción de redes de cooperación y objeto de análisis e investigación cuantitativa. Antes de entrar en el análisis de la cooperación cultural, consideramos indispensable esclarecer los aspectos básicos que diferencian a la cooperación cultural de la diplomacia cultural. Existe una confusión frecuente en torno al uso y alcances de estos dos términos. Sin polemizar ni caer en discusiones maniqueas sobre la pertinencia o limitaciones de estas dos prácticas, únicamente buscaremos establecer las características fundamentales de ambas y con ello establecer un punto de partida para el análisis y discusión de la cooperación cultural. Por un lado, la diplomacia cultural se refiere al conjunto de “operaciones y obras culturales o educativas orquestadas por el Estado con ayuda de diversos socios para fines de política exterior”.137 El objetivo principal de los Estados es asegurar una presencia cultural en el exterior, promoviendo una imagen positiva con el fin de generar un mejor clima para fomentar dinámicas como la inversión, suavizar las relaciones diplomáticas y, en general, busca contribuir al fortalecimiento de su influencia en las relaciones bilaterales y multilaterales. Es decir, que tiene una función instrumental en el ejercicio del soft power.138 Por su parte, la cooperación cultural se define como el conjunto de esfuerzos “por lograr el desarrollo paralelo y [...] simultáneo de la cultura en sus diversas esferas, con el fin de conseguir un equilibrio armónico entre el progreso técnico y la elevación intelectual y moral de la humanidad”.139 La cooperación cultural tiene un objetivo humanista en el más amplio sentido del término, pues busca “hacer que todos los hombres […] se beneficien de los progresos logrados por la ciencia en todas las regiones del mundo y de los frutos que de ellos derivan, y puedan contribuir, por su parte, al enriquecimiento de la vida cultural”.140 La distinción básica entre la diplomacia cultural y la cooperación cultural se manifiesta en el principio que da origen a su existencia, la diplomacia cultural es un instrumento de los Estados para beneficiar su política exterior, es decir, que se rige por una motivación netamente instrumental que se modifica de acuerdo con la ideología e intereses estratégicos de las naciones.

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Rodríguez, “Diplomacia”, 2008. Término usado en relaciones internacionales, describe la capacidad de los actores políticos para influenciar las acciones e intereses de otros actores valiéndose de medios culturales e ideológicos. El término aparece por primera vez en 1990 en el libro Bound to Lead: The Changing Nature of American Power, escrito por Joseph Nye. unesco, “Declaración de los principios de la cooperación cultural internacional”, 1966, <http://bit.ly/jNykWa>. [Consulta: 23 de junio de 2011.] Ibid.


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50 Finalmente diremos, en términos simples, que mientras que la diplomacia cultural tiene un fin utilitario que busca influenciar las acciones y decisiones de los demás Estados en beneficio propio,141 la cooperación cultural posee un carácter altruista buscando el beneficio mutuo, y aunque las acciones de ambas no necesariamente se contraponen, la razón de ser de la cooperación misma es buscar “la igualdad soberana de los Estados y se abstendrán de intervenir en los asuntos que corresponden esencialmente a la esfera de la competencia nacional”.142

Evolución de la cooperación cultural internacional La cooperación cultural internacional “tradicionalmente se circunscribió por décadas a las relaciones diplomáticas intergubernamentales de difusión de las respectivas culturas a escala internacional”143 y muy frecuentemente, sólo de “forma bilateral”,144 fue hasta el año 2001 que surge un concepto que transforma el discurso cultural, cuando el entonces director general de la unesco, Koichiro Matsuura, escribió en la Declaración sobre Diversidad Cultural lo siguiente: “la Declaración [….] puede convertirse en una formidable herramienta de desarrollo, capaz de humanizar la mundialización”.145 Las connotaciones que esta declaración tiene resultan particularmente importantes para la vinculación de la esfera cultural a la noción de desarrollo, dado que este último se circunscribió por décadas casi exclusivamente al ámbito económico, lo que marca un nuevo rumbo para la creación de acciones específicas encaminadas a vincular a la cultura como pieza fundamental en el desarrollo de los individuos y de las sociedades. Las transformaciones fundamentales que ha tenido la cooperación cultural han estado estrechamente vinculadas al concepto de desarrollo. Por principio diremos que la noción de cultura que la Ilustración heredó ha sido especialmente difícil de superar, pues esta idea se empleaba para denotar el grado de “civilización” de una sociedad y poco después se asoció con la noción de jerarquías no sólo entre las naciones, sino entre los individuos teniendo como referencia de civilización y sofisticación a los países europeos y los paradigmas ideológicos occidentales, de esta forma la concepción ilustrada “propicia la oposición entre […] pueblos cultos e incultos”.146 Posteriormente, la concepción de cultura se vinculó a las manifestaciones artísticas y consecuentemente se aplicó la misma distinción entre “alta cultura” y “baja cultura”. Tal vez el rasgo que se ha mantenido más estrechamente ligado al concepto de cultura es que pareciera siempre aludir a algo intangible, esquivo, que puede ser infinitamente interpretado y que es en esencia subjetivo. Muestra de ello es la definición que se propuso en

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Entendiendo que un Estado actúa en beneficio de su pueblo, puede ser el caso de la utilización de recursos de la diplomacia cultural en pos de un beneficio unilateral. 142 unesco, “Declaración de los principios”, documento en línea citado. 143 Fundación cidob-Barcelona, Actas de la jornada de reflexión sobre: “Los nuevos retos de la cooperación cultural internacional”, 2007, <http://bit.ly/msq5rq>. [Consulta: 10 de mayo de 2011.] 144 Camacho, “Cultura”, 2004. 145 unesco, “Declaración universal sobre la diversidad cultural”, 2001, <http://bit.ly/kvCSR5>. [Consulta: 15 de abril de 2011.] 146 González y Mas, “Nuevo”, 2003.


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51 la Declaración de México sobre las Políticas Culturales: “La cultura puede considerarse […] como el conjunto de los rasgos distintivos, espirituales y materiales, intelectuales y afectivos que caracterizan a una sociedad o un grupo social. Ella engloba, además de las artes y las letras, los modos de vida, los derechos fundamentales al ser humano, los sistemas de valores, las tradiciones y las creencias.”147 Irónicamente ha sido esta misma definición la que se retomó en la Declaración Universal sobre la Diversidad Cultural,148 pero analicemos ahora cuatro perspectivas que han abordado la temática de la cooperación cultural internacional: 1. La Declaración de los Principios de Cooperación Cultural Internacional de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación la Ciencia y la Cultura (unesco) de 1966. 2. Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales de 1966. 3. Promulgación por la unesco del Decenio Mundial para el Desarrollo Cultural 1988-1997. 4. Declaración de Estocolmo de 1998. 1. A partir de la declaración de estos principios, la cooperación cultural se convierte en una modalidad de la cooperación internacional que posee sus propios objetivos y deja de subordinarse a otras áreas de cooperación, mucho se debió trabajar desde entonces para lograr la creación de diversos foros, comisiones ad hoc y legislaciones para la planeación de políticas y acciones. Esta declaración señala que “es en las mentes de los hombres que la defensa de la paz debe ser construida”,149 determinando que serían la educación para la justicia, la paz, la libertad y la dignidad, la base de los acuerdos de cooperación que se describirían en los once artículos que componen la Declaración, dirigidos a establecer las bases sobre las que deberían de operar los gobiernos y las organizaciones, asociaciones e instituciones responsables de las actividades culturales. Es claro que, aunque válidos en el momento histórico en que fueron promulgados, estos principios han sido reinterpretados frente a los nuevos desafíos que han enfrentado al paso de los años los actores de la cooperación cultural. 2. El Pacto sobre Derechos Económicos, Sociales y Culturales (desc) por primera vez en la historia promulga la cultura como un derecho al que todos los individuos tienen acceso, especificándolo de la siguiente manera: “a) Participar en la vida cultural; b) Gozar de los beneficios del progreso científico y de sus aplicaciones; c) Beneficiarse de la protección de los intereses morales y materiales que le correspondan por razón de las producciones científicas, literarias o artísticas de que sea autora”.150 Hacia 1966 la política internacional obedecía a un orden bipolar en el que las tensiones bélicas e ideológicas determinaron el tono de las promulgaciones de foros internacionales, donde poco se hablaba sobre la tolerancia intercultural y la libre circulación de ideas y co-

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unesco, “Declaración de México sobre las políticas culturales. Conferencia mundial sobre las políticas culturales”, 1982, <http://bit.ly/kDLQaB>. [Consulta: 23 de junio de 2011.] La declaración universal de la unesco sobre la diversidad cultural fue promulgada el 2 de noviembre de 2001. unesco, “Declaración de los principios”, documento en línea citado. onu, “Pacto internacional de derechos económicos, sociales y culturales, 1966”, <http://bit.ly/io4L9M>. [Consulta: 23 de junio de 2011.]


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52 nocimiento. Sin embargo, observemos que las necesidades y cambios ocurridos en el mundo modifican sustancialmente los principios rectores de las relaciones internacionales. 3. Veintiún años después de la declaración, justo al final de la guerra fría, la unesco declara el Decenio Mundial para el Desarrollo Cultural 1988-1997, atendiendo a la necesidad de constituir un orden en el sistema internacional que diera cabida a nuevos paradigmas de cooperación, se definieron cuatro ejes para los objetivos del decenio:151 reconocer la dimensión cultural del desarrollo; afirmar y consolidar las identidades culturales; ampliar la participación en la vida cultural, y promover la cooperación cultural internacional. Este plan de acción rescata muchas de las iniciativas emanadas de la Conferencia Mundial sobre Políticas Culturales celebrada en México en 1982. Uno de los conceptos fundamentales es el concerniente al desarrollo, tomando a este como: “Un proceso complejo, global y multidimensional que trasciende el simple crecimiento económico para incorporar todas las dimensiones de la vida y todas las energías de la comunidad, cuyos miembros están llamados a contribuir y a esperar compartir los beneficios.”152 Los apartados que componen los ejes del decenio de la cultura no poseen una jerarquización de prioridades, pues se encuentran en el mismo nivel temas tan urgentes como diversos, como son: patrimonio cultural tangible, sida, rutas culturales, sitios patrimonio, educación y la cooperación cultural. Esta última es abordada como recuento de experiencias desarrolladas en torno a proyectos educativos que buscaban fortalecer un diálogo intercultural. 4. En el Plan de Acción sobre Políticas para el Desarrollo de la Declaración de Estocolmo se presenta una serie de parámetros que buscan transformar la visión sobre las políticas culturales, sosteniendo que estas “han de concebirse simultáneamente en los planos local, nacional, regional y mundial”.153 Sin duda este es el antecedente inmediato a la incorporación de la dimensión cultural en las estrategias de desarrollo y políticas públicas, tal como se expresan en los principios 1 y 2: “1. El desarrollo sostenible y el auge de la cultura dependen mutuamente entre sí; 2. Uno de los fines principales del desarrollo humano es la prosperidad social y cultural del individuo”.154 Estos principios condensan dos ejes temáticos que ocuparían un lugar protagónico a inicios del siglo xxi, adelantándose incluso a la Declaración Mundial sobre Desarrollo Sustentable derivada de la cumbre de las Naciones Unidas celebrada en Johannesburgo, Sudáfrica, en 2002, y por otra parte la noción de desarrollo humano que sería retomada hasta 2004 por el pnud en su informe sobre desarrollo humano: La libertad cultural en el mundo diverso de hoy. Como podemos observar, la cooperación cultural no posee una definición univoca, sin embargo, retomando la esencia de los documentos citados, para nosotras, la cooperación cultural puede ser considerada como: El conjunto de acciones y procesos llevados a cabo por actores públicos y sociedad civil mediante vínculos que buscan conformar relaciones duraderas de diálogo y cohesión frente a la

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Decenio, 1994, p. 6. Ibid., p. 7. unesco, “Declaración de los principios”, documento en línea citado. Ibid. onu,


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53 riqueza que ofrece la diversidad cultural como una dinámica creadora de ciudadanía apoyada en la responsabilidad sistemática de sus actores que permita garantizar la preservación, fortalecimiento, intercambio y crecimiento de las identidades y culturas distintas, para el beneficio del desarrollo de los individuos y las sociedades. Se realiza su ejercicio en observación de los derechos humanos y las garantías individuales.

La constante redefinición en los esquemas de cooperación internacional obedece en gran medida a que las iniciativas siempre se ven rebasadas por las demandas. A este respecto la cooperación cultural no es excepción. Sin embargo, como señala Nivón Bolán,155 es necesario dar más énfasis a la difusión de las acciones gubernamentales en materia de cooperación y también deben redoblarse los esfuerzos por divulgar de manera más eficiente las posibilidades que a nivel nacional e internacional existen sobre los programas existentes de cooperación cultural, de forma que el acceso a la gestión y promoción de la misma no sea una tarea exclusiva del gobierno federal, sino que los distintos niveles de gobierno puedan estar en posibilidad de sumarse y crear redes de cooperación.

Cooperación cultural para el desarrollo Dentro de las líneas políticas trazadas por el pnud con respecto a la consecución de los odm, se ha enfatizado la necesidad de crear fórmulas que incluyan el respeto y el diálogo en la diversidad cultural. Sin embargo, esto constituye solamente una arista de la dimensión cultural, insistiendo en que las lógicas de la cooperación para el desarrollo “no son las mismas de las de la cooperación y el intercambio cultural internacional”,156 los intereses y las motivaciones son distintos. Retomando algunos aspectos de la cooperación cultural en Europa,157 destacamos las siguientes motivaciones: 1. Desarrollar proyectos de largo plazo basados en las necesidades locales o regionales específicas. 2. Promover la profesionalización del sector cultural a nivel público y privado. 3. Apoyar al desarrollo de la investigación especializada en temas culturales. 4. Fortalecer programas de largo plazo para el desarrollo de estrategias y proyectos surgidos de la sociedad civil organizada. 5. Fomentar la creación de agencias culturales de los gobiernos y las instituciones públicas para generar planes estratégicos de desarrollo. 6. Promover redes de información, intercambio e investigación para los encargados de generar políticas culturales.

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Nivón, “Cooperación”, 2002. Universidad de Barcelona-Programa de Gestión Cultural/Fundación cidob, “Los nuevos retos de la cooperación cultural internacional”, Actas de la jornada del 15 de marzo de 2007, <http://bit.ly/pRac4S>. [Consulta: 10 de octubre de 2011.] ecumest Association, “Funding Opportunities for International Cultural Cooperation in and with South East Europe”, 2005, <http://bit.ly/mZGb0R>. [Consulta: 10 de octubre de 2011.]


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54 Sin embargo, no pocas veces se confunde el quehacer de esta cooperación observándolo como un complemento diplomático ad hoc y apenas “consigue pasar de una función de escaparate del país a una función de diálogo intercultural”158 en el mejor de los casos. En el esquema 3 se plantean las dimensiones de la cooperación cultural para el desarrollo.

Instrumentos de cooperación cultural Antes de abordar las particularidades sobre las modalidades e instrumentos que consideramos como ideales para la cooperación cultural internacional para el desarrollo local, es preciso establecer un contexto referencial sobre las formas y herramientas “tradicionales” de la cooperación internacional.

Modalidades159 Las modalidades varían dependiendo de la naturaleza de los actores participantes; número de actores involucrados y el tipo de participación que cada uno desempeña. Estas modalidades pueden ser: Cooperación bilateral. Cooperación multilateral: En esta modalidad pueden participar gobiernos y organizaciones multilaterales “de modo que la gestión queda en manos de las instituciones públicas internacionales y no de los gobiernos donantes”.160 Cooperación triangular: en la que un país donante dirige su ayuda a un país socio a través “de un tercer país socio “que actúa como país líder en la canalización de los recursos de varios países donantes”.161 Cooperación descentralizada: es aquella que “realizan o promueven los gobiernos locales y regionales”.162 Esta es la modalidad más flexible pues sus propósitos y dinámicas no están supeditados a la intervención de un gobierno central; y, finalmente,

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Weber, “Nuevos”, 2002-2003. La diferencia primordial entre la Ayuda o Asistencia Oficial para el Desarrollo (aod) y la cooperación internacional es que la aod tiene la naturaleza de ser una ayuda financiera en forma de créditos y donaciones que tiene como objetivo esencial el coadyuvar al desarrollo económico y social del país receptor, mediante las políticas y préstamos de las instituciones de crédito del sistema de las Naciones Unidas. Dado que está sujeta a regulaciones y marcos legales internacionales, esta ayuda sólo puede ser recibida y administrada por los gobiernos centrales y estos tienen la obligación de rendir cuentas. La cooperación internacional, por su parte, no está sujeta a las mismas regulaciones y los términos y condiciones de la ayuda son negociados directamente entre los participantes. Véase Alonso y Sanahuja, Mundo, 2006, pp. 179-204 Diccionario de Acción Humanitaria y Cooperación al Desarrollo, “Cooperación bilateral/multilateral”, <http://bit.ly/ nShdZC>. [Consulta: 10 de octubre de 2011.] aecid, Plan Director de la Cooperación Española 2009-2012, <http://bit.ly/qWIv6e>. [Consulta: 10 de octubre de 2011.] Observatorio de Cooperación Descentralizada Unión Europea-América Latina, <http://bit.ly/peLQNB>. [Consulta: 10 de octubre de 2011.]


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Cooperación cultural para el desarrollo

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Esquema 3. Cooperación cultural para el desarrollo

Cooperación solidaria

Fuente: elaboración propia.

Partnership: que promueve la participación activa entre diversos actores participantes, buscando que los beneficiaros no se conviertan en meros receptores de ayuda, sino actores de sus propias dinámicas de desarrollo. Estas modalidades, de acuerdo con la nomenclatura de Gómez y Sanahuja163 pueden tener la particularidad de valerse de distintos instrumentos para cumplir sus propósitos. Si bien existe una intensa actividad académica en torno a la cooperación cultural a escala mundial, de cierto es que la distancia entre el cambio en la visión de los paradigmas dominantes en torno a la elaboración de estrategias de cooperación cultural y sus objetivos aún tienen un largo camino por recorrer. La cooperación internacional como práctica política y social posee en esencia los mismos instrumentos y posibilidades en todas sus modalidades (cooperación técnica, científica, académica, cultural, económica, etcétera). Sin embargo, la cooperación internacional cultural posee necesidades, ritmos y particularidades operativas propias, al igual que otros ámbitos como el tecnológico o económico, se precisan instrumentos ad hoc que sean a la vez flexibles y orgánicos en el sentido de que permitan la participación de distintos actores clave de naturaleza pública, privada y de la sociedad civil organizada, al mismo tiempo que provea marcos de coordinación que puedan adaptarse a las particularidades de las estrategias programadas.

163 Transmisión de conocimiento o “know-how”, como: Asistencia técnica/otorgamiento de recursos físicos; como: Ayuda alimentaria/otorgamiento de recursos económicos; como: Cooperación económica (en forma de donación, préstamo, inversiones, etc.)/Transmisión de tecnología; como: Cooperación técnica y científica. Cooperación de carácter social, como la Cooperación académica y la Cooperación cultural/cooperación en casos de desastres: Ayuda humanitaria. Gómez y Sanahuja, Sistema, 1999, pp. 24-31.


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56 Ya hablábamos de la continua confusión entre la diplomacia cultural y la cooperación internacional, que si bien ocurre con demasiada frecuencia en México, este no es un hecho aislado, pues el grueso de la cooperación cultural se articula “a partir de prácticas clásicas (becas, giras, exposiciones, etc.) con criterios muy individualizados o desde ciertas instancias oficiales que no han permitido una gran visibilidad […] de la realidad latinoamericana contemporánea”.164 Aunado a este hecho, compartimos con Martinell la preocupación de la poca participación de los sectores privados y de las industrias culturales que pueden ofrecer muchas posibilidades de acción “utilizando las plataformas que le presenta la cooperación”165 y que claramente operan de mejor forma cuando existen estrategias de cooperación cultural. Autores como Castells166 enfatizan la nobleza de las redes de intercambio de información y construcción de conocimiento como instrumentos ideales para las nuevas formas de concertación entre grupos con intereses y objetivos afines. Las redes de cooperación generalmente establecen su fortaleza en el fuerte intercambio de experiencias entre ámbitos similares (ciudades, territorios), permitiendo actuar de forma local a la par de mantener un intenso intercambio de información, entre think-tanks,167 instituciones académicas, gobiernos locales, agencias de cooperación, empresas y organizaciones civiles a escala internacional. Un gran aporte de estas redes ha sido el contribuir a la construcción de una noción de cooperación cultural multidisciplinaria y multidimensional que va mucho más allá de la promoción de las manifestaciones artísticas, otorgamiento de becas de arte, financiamientos y apoyo a festivales y exposiciones, etcétera. La nobleza de las redes es que promueven una relación de “horizontalidad” y equidad entre los actores participantes que las “hacen ideales para llegar adonde otros planos de la sociedad, los segmentos institucionales o el mercado, no son capaces de llegar”.168 Tomando en cuenta esto, tras la creación del programa Capitales Europeas de la Cultura, se instauró la red de capitales de la cultura (eccm) que identificó claramente el potencial de esta forma de organización y cooperación, por lo que en 1991 aprobó una resolución en la que justamente reconocen el papel de estas redes de organizaciones culturales y acordaron incentivar: “La participación activa de las organizaciones culturales […] a una cooperación no gubernamental a escala Europea […] y a explorar, conjuntamente con los países miembros, las oportunidades que tengan esas redes en desempeñar un papel preponderante en la acción cultural futura.”169

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Martinell, “Cooperación”, 2001, p. 27 Ibid. Castells, “Materials”, 2000, pp. 5-24. Este término anglosajón se refiere a organizaciones dedicadas a la investigación generalmente vinculados a las ciencias sociales. Promueven espacios de diálogo entre distintos actores de la sociedad y actores e instituciones públicas para la mejora o transformación tanto de la acción pública como de las políticas públicas. Brun, Benito y Canut, Redes, [2008]. European Capitals of Culture, “Resolution of the Council and the Ministers of Culture Meeting within the Council of 14 November 1991 on European Cultural Networks (91/C 314/01)”, 1991, <http://bit.ly/puBXND>. [Consulta 13 de octubre de 2011.]


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57 Coincidimos con Raymond cuando afirma que la construcción de redes en la cooperación basa su riqueza y la de sus conexiones “en el capital social y cultural de una sociedad”.170 Ahora bien, ¿qué acciones deben emprender los actores públicos y privados para favorecer la aparición y fortalecimiento de estas redes? Por principio tener muy claro el carácter autónomo que estas y los participantes deben tener, y eso será la clave ética y metodológica para la construcción de una gobernabilidad cultural, que “es a la vez una política sectorial y una cultura del conjunto del ámbito político”.171 La gobernabilidad cultural no posee una definición unívoca, pero se refiere a una forma de organización y participación democrática entre los actores públicos, privados y civiles de la cooperación y la ciudadanía en general, añadiendo, como dice Raymond, una clara identificación de los flujos de relación y comunicación, además de la coherencia de las funciones de cada actor, de tal suerte que las acciones se fundamenten bajo un principio de corresponsabilidad. Finalmente, las condiciones para que la gobernabilidad cultural, promovida por las redes de cooperación, sea eficaz y coherente, debe ejercerse en correlación con el derecho al desarrollo humano, cultural y a la participación democrática como medio y como fin.

La visión sistémica de la cooperación cultural internacional como elemento clave para el desarrollo En este mundo complejo e interrelacionado, la visión sistémica nos permite entender que un cambio en un proceso social afectará a toda la organización, a todo el sistema y sus múltiples componentes. La visión sistémica nos permite tomar conciencia de lo que la cultura representa para el desarrollo social y económico de las comunidades. Esta visión sistémica es fundamental en el ánimo de la cooperación internacional, ya que nos ayuda a considerar el “todo”, a apreciar sus interacciones, la energía presente y descubrir sus características distintivas, aquellas que son propias del conjunto y que no existen en las partes. La visión sistémica nos lleva incluso a cuestionar la legitimidad del concepto de desarrollo si este supone incluir necesariamente la occidentalización y dejar a un lado la diversidad cultural y las tradiciones de los pueblos. La visión sistémica nos obliga a considerar las nociones de cultura y desarrollo como aquellas que abarcan las múltiples visiones del mundo, los distintos sistemas de valores y creencias, y todo aquello que signifique una mejora de la vida de las personas y sus comunidades. El diálogo intercultural que reconoce, preserva y promueve los valores e identidades culturales, es básico como estrategia de cooperación entre naciones. En este apartado haremos hincapié en estas ideas y en la cooperación descentralizada como modelo para la cooperación cultural. Pensamos que solamente es posible

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Weber, “Gobernabilidad”, 2010. Ibid.


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58 asegurar un desarrollo equilibrado mediante la integración de la dimensión cultural en todos los niveles de cooperación.

Cooperación descentralizada como modelo para la cooperación cultural Hemos hablado ya de los instrumentos de cooperación que mejor pueden servir para la cultura, ahora veremos cómo es que “importantes cambios estructurales de tipo económico, tecnológico, político, social y laboral”172 han contribuido a modificar los procesos globales de la integración de mercados, conformación de bloques geoestratégicos, alianzas para la especialización de producción de bienes y servicios, impulsados por la modalidad descentralizada de la cooperación. La Agencia Catalana de Cooperación al Desarrollo173 propone ciertos elementos centrales para la cooperación cultural, que nos parece que no deben perderse de vista: a) Las propuestas de cooperación cultural tienen que diseñarse de acuerdo con los objetivos de desarrollo del país destinatario. b) Las políticas culturales deben garantizar los derechos al modo de vida propio y a la participación en la vida pública. c) Las políticas de cooperación deben ser transversales; las estrategias que excluyen la vertiente cultural son escasamente sostenibles. d ) Las políticas de cooperación deben fortalecer las sociedades multiculturales y conseguir que los excluidos obtengan el respeto que merecen. e) La cooperación cultural debe preservar las expresiones culturales en riesgo, reforzar los signos de identidad cultural y aumentar la visibilidad de culturas minoritarias. f ) La cooperación cultural debe colaborar en el fortalecimiento del multiculturalismo y de las libertades culturales en este mundo globalizado. g) La cooperación cultural debe reforzar los sentimientos de pertenencia, promover el acceso a procesos de toma de decisiones, otorgar igualdad entre géneros, apoyar sistemas culturales minoritarios y fortalecer instituciones que dinamicen economías locales. En las últimas décadas se ha observado el surgimiento de nuevos actores que han impulsado dinámicas “políticas y sociales de base territorial […] y la generación de nuevas visiones sobre el desarrollo”,174 que han contribuido a generar una nueva comprensión de los territorios como espacios donde existen nuevos esfuerzos por satisfacer sus propias necesidades de infraestructura, fortalecimiento de las actividades económicas, servicios urba-

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Prudencio Mochi Alemán, Globalización, desarrollo local y descentralización, documento en <http://bit.ly/vOpEc3 >. [Consulta: 20 de octubre de 2011.] Agencia Catalana de Cooperación al Desarrollo, “Cooperación cultural al desarrollo. Herramientas para la reflexión”, Fundación Casa América de Catalunya, 2005, <http://bit.ly/xXIxPF>. [Consulta: 2 de enero de 2012.] María del Huerto Romero, “Una aproximación contextual y conceptual a la cooperación descentralizada”, Observatorio de Cooperación Descentralizada, <http://bit.ly/ulDdds>. [Consulta: 15 de octubre de 2011.]


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59 nos, etc. Además, ahora se encuentran ante una fuerte competencia internacional que “introduce también progresivamente mayores exigencias y oportunidades a todos los espacios locales”,175 específicamente entre ciudades. La dinámica dual que presenta la globalización frente a la esfera local ha demandado el replanteamiento de las relaciones entre procesos internacionales y domésticos,176 esto puede ser observado en las transformaciones respecto a los vínculos internacionales (tanto antiguos como nuevos) a escala local; desde hace algunas décadas ha surgido una efervescencia de “corrientes ideológicas y culturales que buscan generar alternativas para la transformación de las políticas públicas […] un aspecto fundamental para reestructurar todo el sistema económico y social”.177 Este relativamente reciente esquema de cooperación busca la maximización de los posibles beneficios de las interconectividades que ofrecen tanto los nuevos flujos económicos, como el creciente fortalecimiento de los grupos y redes temáticas de intercambio de ideas y transmisión de conocimiento. Frente a una noción que persistió por años en torno a que la cooperación era una responsabilidad y/o cualidad exclusiva de los Estados, han surgido muchas iniciativas desde la sociedad civil e instituciones públicas de los ámbitos locales tales como estados, regiones, municipalidades y alcaldías, generando proyectos solidarios con entidades similares en distintas latitudes del mundo. La cooperación en el ámbito local o de la sociedad civil “supone una oportunidad de llevar a cabo una política y unas acciones de solidaridad, libres de condicionamientos políticos y/o comerciales, hecho que normalmente no se da con la cooperación centralizada”.178 Este conjunto de acciones en busca de mecanismos flexibles que atiendan de manera más puntual las necesidades particulares que demandan los proyectos, “pretende promover el desarrollo local y dar un impulso a las organizaciones y redes asociativas, a través de una democracia más participativa”.179 También se ha asumido a la cooperación horizontal como un sinónimo de la cooperación descentralizada; en la definición de esta dentro de los marcos de legislación de la Unión Europea destaca un rasgo que la perfila como un esquema que posee una naturaleza horizontal mantenida por la condición de paridad en la relación de los agentes participantes. Por lo que podemos decir que al igual que la cooperación cultural, la cooperación horizontal tiene una vocación inminentemente cercana a la preocupación de la dimensión social y humana del desarrollo. Como ya hemos enfatizado, es visible especialmente en lo concerniente a la participación de la ciudadanía en los proyectos y en la distribución de los beneficios. La cooperación horizontal o descentralizada “busca una democratización

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Prudencio Mochi Alemán, Globalización, desarrollo, documento en línea citado. María del Huerto Romero, “Una aproximación”, documento en línea citado. Fainsteun y Campbell, Readings, 1997, p. 2. Confederación de Fondos de Cooperación y Solidaridad, “Municipalismo y solidaridad. Guía sobre la cooperación descentralizada”, 2001, <http://bit.ly/uRDt6R>. [Consulta: 17 de noviembre de 2011.] Ibid.


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60 de los beneficios que no sólo se circunscriba a los actores beneficiarios directos, sino también a los indirectos”,180 es decir, a toda la población en su conjunto. Así pues, proponiendo esta modalidad de cooperación como un instrumento ad hoc para potenciar la atención de las prioridades de los sectores culturales en los ámbitos locales, notaremos que si bien la cooperación cultural es portadora de múltiples posibilidades de contribución a las acciones del desarrollo, la cooperación descentralizada permite a su vez incrementar las posibilidades para lograr la cohesión social y la integración en sociedades multiculturales, “estimulando y cultivando valores favorables a la equidad”,181 promoviendo la participación de la ciudadanía (no sólo de aquella involucrada directamente en los sectores culturales) en tanto que formarían parte activa de los procesos locales de transformación y crecimiento. De acuerdo con la Declaración de París sobre la Eficacia de la Ayuda al Desarrollo,182 una estrategia fundamental para garantizar el éxito de los programas de cooperación es la participación activa de la ciudadanía, no sólo como beneficiarios sino también como partícipes de los procesos de desarrollo: “Intensificar la mutua responsabilidad de donantes y países socios hacia sus ciudadanos y parlamentos, en cuanto a sus políticas, estrategias y desempeño en materia de desarrollo.”183 Dicho de otra forma, para lograr que todo proyecto de desarrollo sea visto como meta común por todos los agentes sociales, este debe ser concebido por la ciudadanía como una necesidad prioritaria. Una vez que los proyectos sean vistos como propios, las ciudades y los territorios podrán realizar acciones para ejercer un liderazgo real, generando e implementando sus propias estrategias dirigidas a “la coordinación de la ayuda en todos los ámbitos, así como los otros recursos del desarrollo”,184 en diálogo con las contrapartes con las que se establezcan vínculos de cooperación, fomentando la participación de la sociedad civil y de los sectores estratégicos. Siendo la participación ciudadana la clave para la apropiación de los proyectos colectivos de cualquier índole, es especialmente crucial su consolidación en el ámbito local, donde los impactos o resultados pueden ser percibidos y recibidos de manera directa por los individuos que conforman las comunidades, favoreciendo los lazos y la cohesión social, lo que constituye “el corazón de la unión y fortaleza de una comunidad”;185 apoyándose además en los vínculos ya existentes y nutriéndose de un sentido de pertenencia y corresponsabilidad. Podríamos decir que la cooperación cultural para el desarrollo encuentra en la fórmula de la cooperación descentralizada un instrumento idóneo para la promoción de la cohesión

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61 comunitaria, que coadyuva además a franquear las barreras entre grupos socioculturales que puedan no tener coincidencias aparentes, logrando “sinergias positivas de interacción”.186 Así pues, el desafío será generar marcos legales e institucionales ad hoc para “construir un nuevo contexto de la acción […] recuperando la noción de nodalidad (nodality)187 como una capacidad […] en torno a los actores participantes en un esquema de cooperación mutuo”,188 que permita a las ciudades tejer y configurar las redes de cooperación de acuerdo con sus necesidades e intereses. Construir nuevas posibilidades de desarrollo basadas en una acción colectiva es en primer lugar un objetivo del ideal de la cooperación y la solidaridad. Requiere por supuesto de esfuerzos político-administrativos para la planeación y creación de políticas públicas claras, que brinden el marco institucional necesario para alcanzar los objetivos planteados, asegurando la sostenibilidad de los proyectos. Lograr esquemas descentralizados de cooperación basados en la cultura como eje estratégico para el desarrollo “creativo” de las sociedades, nos remite a la integración de dinámicas innovadoras para generar distintas posibilidades de intercambios mediante la inclusión de sectores clave; de esta forma será mediante el trabajo conjunto que se logre el desarrollo de las capacidades creativas, innovadoras y gerenciales en las sociedades, ya sea como creadoras, promotoras o receptoras. Reconocer el valor de la labor de la gestión colectiva y llevarlo a un análisis teórico de la esfera local, nos permitirá “explicar la dinámica de la acción pública […] visualizar el tejido social de esa realidad específica, identificar [...] los mecanismos de interacción y regulación”.189 La cohesión promueve también mecanismos de integración para actores tradicionales y nuevos en el panorama de la cooperación, “la coordinación horizontal se ha constituido en un elemento central para la acción territorial”,190 y como veremos más adelante, este es un conjunto de aspectos que resultan herramientas determinantes en el desarrollo local.

Encrucijadas y oportunidades: construyendo el futuro Si bien a escala global las ciudades y los municipios han logrado una creciente participación en las relaciones internacionales, no debemos olvidar que en México tenemos una condición de profunda fragmentación institucional, normativa y política, por lo que resulta imperante crear nuevas maneras de analizar la multidimensionalidad del problema para definir el locus desde el cual queremos actuar frente a nuestros retos de desarrollo y luego el papel que podemos y deseamos adoptar desde los ámbitos locales en el escenario internacional. Ya hemos insistido anteriormente en que es claro que sólo mediante la articulación del diálogo y la creación de acuerdos, sinergias cognitivas y el conocimiento de las propias capacidades y potencialidades de los entornos y los ciudadanos es que se favorecerá la

186 Ibid. 187 El término alude a la capacidad de desarrollo autónomo de los territorios. 188 Cabrero, Acción, 2005, pp. 43-44. 189 Ibid., p. 43. 190 Ibid.


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62 conjunción de un entramado organizativo público que permita organizar a las sociedades en torno a un proyecto integral. De forma que frente a los lentos procesos verticales de cambios estructurales se construyan nuevas relaciones de colaboración para el desarrollo entre los distintos niveles de gobierno, así como con la sociedad, detonando procesos cuyas dinámicas potencien los instrumentos tradicionales del desarrollo, unificando estrategias sectoriales del sector público y de los actores implicados. En este orden de ideas, insistimos en que los mecanismos de desarrollo local que se generen desde las ciudades se podrán convertir en movimientos centrípetos, cuyos avances en el desempeño de su gestión aporten plataformas para generar consensos sobre cambios estructurales a escala regional, teniendo en cuenta que el desarrollo de un territorio, de la comunidad regional y de cada persona que la integra podrá eventualmente convertirse en un movimiento cada vez mayor y de más largo alcance. De frente a los retos que emprendan las ciudades y los municipios en la tarea de crear e implementar un proyecto de desarrollo cultural con mecanismos de vinculación internacional para la cooperación, deberá considerarse la definición de ejes estratégicos que brinden coherencia y direccionalidad al plan, pues se debe mantener una concordancia con las directrices de las políticas nacionales de desarrollo; en caso contrario, estaríamos ante una visión de políticas públicas desvinculadas de las necesidades y alcances de las realidades locales que no permitirían analizar los instrumentos y acciones necesarios para cambiar a fondo. Es mediante la realización de estudios locales que definan el perfil de cada ciudad como se deben integrar los análisis sectoriales para ubicar las capacidades de los distintos actores sociales. Para ello tendrían que incluirse los aspectos que determinan el perfil de la cultura empresarial, las características de la gestión en la administración pública, y la cultura de participación de la sociedad civil. Sólo con esta perspectiva se puede intentar superar la confusión entre desarrollo local, visto como una descentralización de facultades políticas o una simple reorganización administrativa a escala municipal. Insistiendo en la capacidad de la cultura para brindar coherencia entre las políticas de desarrollo, integrar la cultura en la planeación del desarrollo para las ciudades nos otorga una ampliación del ejercicio y concepciones de esta en campos en los que habitualmente no se la incluye, como la economía y el urbanismo. Presenta también una redefinición del liderazgo de las autoridades derivado de un esfuerzo, tanto de reflexión interna como de integración de la acción pública en el proceso. Y presupondría, por otra parte, un paso importante pero no el único en el avance de la construcción de modelos y políticas de desarrollo local cultural. La búsqueda de la transformación de los procesos de desarrollo cultural en las ciudades es sin duda una dinámica que se plantea de abajo hacia arriba y desde dentro de las propias comunidades; es decir, a partir de la elaboración y puesta en marcha de nuevas estrategias de concertación entre los agentes y los sectores culturales, actores sociales clave, instituciones públicas y privadas de cultura, así como de las instancias de gobierno, apoyado por interrelaciones de intercambio y cooperación cultural internacional para el desarrollo. Este proceso, como hemos explicado, es una compleja relación de elementos vinculados para generar, en primer lugar, una visión más clara de las condiciones actuales del sector cultural en materia de los marcos legislativos que definen a la cultura y las estructuras institucionales que desde el gobierno la conducen.


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63 Por otra parte, se deben considerar las posibilidades de cambio en los procesos del desarrollo cultural, en observación a las esferas y alcances de cada dimensión, así como de la capacidad e interés de las ciudades para impulsar espectros más amplios y complejos de regeneración; es decir, por una parte hemos hablado de que una de las posibilidades es la promoción de planeación estratégica sectorial e intersectorial de la cultura a escala municipal, donde la definición de metas, objetivos y herramientas será conformada por todos los actores locales implicados. En segundo término planteamos la posibilidad de colocar la cultura en un nivel superior de transversalidad y tamiz para todas las políticas locales de desarrollo, proyectando su impacto a un espectro más amplio y generando procesos de transformación más profundos y complejos. Por último, la elaboración de políticas culturales en el ámbito local que busquen un impacto en la modificación de las políticas estatales y que eventualmente puedan convertirse en un modelo regional y nacional para el desarrollo local cultural. Estas tres dimensiones en distintas modalidades pueden lograr mejores resultados y direccionalidad en su evolución al estar apoyadas por estrategias de cooperación cultural internacional, aprendiendo e implementando experiencias ya existentes a la par de conformar nuevas y más dinámicas formas de intercambio, diálogo y alianzas con otras sociedades a escala internacional, estructurando alianzas que impulsen y faciliten el desarrollo de cada ciudad. Sin duda la cuestión más relevante sobre el desarrollo cultural de las ciudades mexicanas no descansa en la mera toma en consideración de su legado histórico, sino en la capacidad creativa y de transformación de su presente y su futuro. Es imperante generar nuevos y más eficaces procesos de participación social, dinamización de las estructuras de gobierno y creación de alianzas estratégicas para originar formas de gestión desde y hacia un nuevo paradigma de desarrollo integral, en el que todas las dimensiones sean incluidas e igualmente ponderadas. Pensamos que solamente así podremos imaginar el fortalecimiento de las capacidades locales y regionales, y un desarrollo más justo para recuperar la libertad de los pueblos. Los retos y condiciones que se presentan en nuestra realidad, y que en muchos aspectos restan eficacia y eficiencia al desarrollo cultural del país no constituyen de ninguna forma una condición que la voluntad social, institucional y política no puedan superar. Pero el reto mayor en asuntos de cooperación cultural será que dicha cooperación colabore en el “empoderamiento” de los pueblos involucrados y en la elaboración de políticas culturales que fortalezcan el desarrollo entendido en su más amplio sentido.

Conclusiones Como resultado de su multiculturalidad, su diversidad de etnias, lenguas, realidades, dinámicas económicas y políticas, México se entiende y se explica sólo a partir de la suma y del resultado de encuentros, desencuentros de múltiples dinámicas, relatos reales o ficticios; de su relación con los países de ambos hemisferios, y también a partir del reconocimiento de sus comunidades visibles, invisibles, nómadas y transnacionales. A lo largo de este cuaderno hemos puesto una y otra vez el énfasis en confrontar la urgente necesidad y voluntad de reivindicación de la cultura como ámbito político, económico, como área de investigación y desarrollo. Dijimos también que desde los estudios interna-


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64 cionales, la sociología, la antropología, y las ciencias político administrativas, se constata un impulso de convocar a la conciencia colectiva para tomar acción en los procesos de transformación, toma de decisiones y participación en la construcción de modelos de desarrollo a la altura de la calidad humana de todas y cada una de nuestras comunidades. A partir del análisis que realizamos sobre la cultura, el desarrollo y la cooperación internacional como tres elementos íntimamente relacionados, y formando un sistema complejo con múltiples determinaciones, se leen de manera distinta y se miran como claves para el desarrollo de la interculturalidad, el respeto de los principios de diversidad cultural, los derechos humanos interculturales y la democracia participativa. Insistimos a lo largo del texto en que el carácter transversal de la cultura, que toca todos los aspectos de la vida cotidiana, demanda generar una política cultural integral estructurada como pilar central del desarrollo. Nos resulta evidente que la cooperación cultural internacional implica diversos componentes y dimensiones, la político-diplomática y la gestionada desde ámbitos no gubernamentales. En este sentido, existen pocas aproximaciones y trabajos de investigación que problematicen la cooperación cultural y sus estructuras fuera de las relaciones internacionales, especialmente desde las ciencias sociales y los impactos de esta construcción simbólica de la realidad social que deviene de la interconectividad de los ámbitos locales a escala global. Es claro que los estudios “contemporáneos” sobre el desarrollo cultural se acercan más bien a impresiones instantáneas de la realidad actual, pasando por alto muchas veces la evolución que han tenido todas las configuraciones de la cooperación cultural, misma que aún enfrenta retos de su propia definición y objeto de aplicación. Su razón de ser aún deambula por una nebulosa conceptual. Como consecuencia de esto su problematización ha quedado totalmente sujeta a la interpretación y categorización que se le desee otorgar. A lo largo de estas páginas hemos recalcado que las teorías del desarrollo local aún se ubican en un ámbito sociosimbólico ambiguo ante la definición de sus propias dimensiones y ubicación como categoría racional, política y simbólica. Sin embargo, esta condición presenta grandes oportunidades de exploración y espacios de investigación para la generación de modelos y teorías sobre los entornos locales. Por otra parte, se puede identificar un gran cuerpo teórico-analítico desde la ciencia política, el urbanismo, la administración, la sociología, en torno a las ciudades como el espacio local y categoría de estudio, pero no existen muchos estudios desde las relaciones internacionales y la cooperación internacional a partir de enfoques transdisciplinarios. Asimismo, la acción pública, definida desde la ciencia política como un conjunto de dinámicas de carácter reivindicatorio y de autorregulación social, más la participación ciudadana y la cohesión, resultan un marco rico en enfoques sobre los tipos, niveles y características de la participación ciudadana en nuestras sociedades como factor determinante para garantizar la sostenibilidad, apropiación y legitimación de los proyectos locales de desarrollo. Y puede resultar especialmente útil para la realización de estudios sobre las transformaciones en los procesos de participación ciudadana en la construcción de políticas culturales, gestión y cooperación descentralizada y creación de planes estratégicos de desarrollo. Queda claro que la idea de que las ciudades son centros de crecimiento y desarrollo cultural no es novedosa en sí, pero es significativo, por otra parte, el formular modelos que


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65 contribuyan de manera importante al desarrollo social sostenible, el crecimiento económico, la creación de empleos, la promoción de la diversidad cultural y la participación como motor de los proyectos de gestión de las ciudades y redes de cooperación para el desarrollo. Dado que hasta muy recientemente se han realizado estudios y análisis que paulatinamente han contribuido a generar un marco empírico de estudios culturales, la superación de la tradición ensayística y poco académica que predominó en las discusiones en torno a la cultura en América Latina ha sido uno de los más grandes obstáculos para su consideración como un eje del desarrollo más allá de los adjetivos folclóricos. Es evidentemente positivo que las discusiones en torno a la cultura hayan adquirido mayor rigurosidad metodológica y académica, sin embargo, urge redoblar los esfuerzos por alcanzar niveles de análisis y elaboración de propuestas para revertir o reencaminar los grandes retrasos que tenemos en el ámbito legislativo, institucional, que constituye un problema estructural involucrando todos los ámbitos de gobierno. En cuanto a la estructura orgánica del sector cultural mexicano, insistimos en que la grave desarticulación y carencia de facultades del Conaculta y la dgac constituye un problema axiomático que retrasa y obstaculiza el desarrollo de políticas culturales nacionales e internacionales, así como referentes estructurales para coordinar proyectos de cooperación cultural descentralizada. A continuación haremos mención de reflexiones que bien pueden servir de propuestas para abrir más itinerarios de investigación en el plano de la cooperación y la acción pública para el desarrollo cultural aplicado a estudios de caso en México o en otros países, especialmente de América Latina. Se mencionó que el análisis de las interacciones (cooperación/concertación), sus motivos políticos, aspiraciones ideológicas y éticas, pueden verse enriquecidos a partir de una visión multidimensional que incorpore aspectos sociológicos y antropológicos frente a los análisis más frecuentes de las relaciones político-diplomáticas de los Estados; de igual forma la cooperación cultural para al desarrollo presenta una serie de oportunidades para explorar distintos paradigmas de desarrollo que se complementan óptimamente con el desarrollo: social, humano, redes de acción colectiva, desarrollo económico, sostenibilidad y, sin duda, es un complejo conjunto de fenómenos que pueden ofrecer interesantes itinerarios de investigación. Si bien señalamos que la cooperación cultural para el desarrollo en su modalidad descentralizada facilita procesos que contribuyen al fortalecimiento y profesionalización de agentes y áreas de la cultura, sectores productivos, instituciones, etc., insistimos en que los programas de cooperación internacional que tienen el objetivo puesto en el desarrollo social, deben mirarse como una serie de factores que obligan una mirada compleja. Para ello, pusimos sobre la mesa la necesidad de repensar el desarrollo, la cultura y la cooperación internacional y los vínculos tan fuertes que existen entre estos tres elementos dentro de los procesos culturales de un grupo social. La cooperación cultural debe potenciar su autonomía en la gestión e incidencia en el desarrollo integral de su entorno; vemos que las oportunidades para la planeación de políticas de desarrollo cuentan ya con estudios que, aunque recientes, son útiles para tomarlos como referencia. Especialmente porque gran parte de los enfoques generados insisten en


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66 considerar las necesidades sociales como principio y fin, por lo que la cooperación cultural para el desarrollo puede convertirse en un campo interdisciplinario de estudio, práctica y gestión de modelos social, económica y políticamente sostenibles. Debe buscarse una continuidad en el fomento y fortalecimiento desde los ámbitos tanto estatales como no gubernamentales para la profesionalización de la acción cultural pública, pues a partir de ella es posible alcanzar nuevos entornos para favorecer redes y sistemas de cogestión, especialmente frente a la recuperación del espacio público en las ciudades, como ámbitos de convivencia, regeneración, expresión, desarrollo e interacción. Si bien existen muchas y muy ricas experiencias de desarrollo local cultural y cooperación internacional que han sido desarrolladas en Europa, la reciente sistematización de estas prácticas constituye aún modelos jóvenes para las estrategias para el desarrollo cultural, de tal suerte que en la coyuntura político-social que vivimos en América Latina, y específicamente en México, los procesos de transformación de gestión local se traducen en grandes posibilidades no sólo para hacer análisis y discusión sobre los alcances del desarrollo cultural de las ciudades, sino para generar leyes y marcos normativos que provean a estas de elementos para generar sus propias estructuras y herramientas para valerse por sí mismas y encontrar en la riqueza de quienes las hacen vivir, nuevas y más creativas posibilidades de desarrollo. Finalmente diremos que el ámbito cultural no sólo demanda respuestas ante los retos que presenta, sino que nos ofrece también múltiples oportunidades para recuperar las dimensiones sociales y simbólicas del desarrollo, permitiendo desde la praxis de la acción colectiva generar nuevos paradigmas de interrelación; teniendo el diálogo y consenso como axiomas éticos; motivando la participación democrática en el más extenso sentido del término; convocándonos a superar las limitaciones de la acción individual y buscar en la fuerza colectiva el trascender desde la intersubjetividad y crear colectivamente una sociedad más crítica, tolerante, dialógica y conformada por individuos corresponsables de sus actos; implicando el otorgar a cada individuo un valor de dignidad y equidad; haciendo de nuestros proyectos de desarrollo un conjunto de objetivos y metas asequibles para promover una sociedad más humana, creativa, dinámica, incluyente y justa.


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Lecturas recomendadas Boston University, Beyond gdp: The Need for New Measures of Progress, The PARDeePAPeRS, núm. 4, enero de 2009, <http://bit.ly/n1SPfI>. Bustelo, Pablo, Teorías contemporáneas del desarrollo económico, España, Síntesis, 1998. Cortina, Adela, Ciudadanos del mundo. Hacia una teoría de la ciudadanía, España, Alianza Editorial, 2001. García, Rolando, El conocimiento en construcción, Gedisa, Barcelona, 2000.


Cultura, desarrollo y cooperación internacional: una aproximación desde la perspectiva sistémica

73 Moneta, Carlos (coord.), La cooperación cultural para el desarrollo en el ámbito multilateral, Agencia Española de Cooperación Internacional, 2011 (Col. Cultura y Desarrollo, 11), <http://bit.ly/HSSCk5>. Ponce, Armando (coord.), México su apuesta por la cultura: el siglo xx, testimonios desde el presente, México, Proceso/Grijalbo/unam, 2003. World Bank, Innovation Policy: A Guide for Developing Countries, 2010, <http://bit.ly/zVV0Gr>.

Sitios de interés Department for Culture, Media and Sport (Reino Unido), <http://bit.ly/AzUxzC>. European Union National Institutes for Culture, <http://bit.ly/wyPfQL>. Americans for the Arts, <http://bit.ly/zJphUy>. The Creative Cities Network (unesco), <http://bit.ly/xKSFd8>. Smart Cities (European Regional Development Fund), <http://bit.ly/zhYaM7>. Creative Class (Richard Florida), <http://bit.ly/z9I4J8>. Policies for Culture (European Cultural Foundation), <http://bit.ly/ywzmhC>.


Cultura, desarrollo y cooperación internacional: Una aproximación desde la perspectiva sistémica se terminó de imprimir el 29 de junio de 2012, en los talleres de SM Servicios Gráficos, Jesús Capistrán, Mz. 70, lote 2, Ampliación San Pedro Xalpa, Delegación Azcapotzalco, 02710, México, D. F. Edición realizada a cargo de la Subdirección de Publicaciones del Instituto Mora. En ella participaron: corrección de estilo y pruebas, Javier Ledesma, Estela García y Gustavo Villalobos; diseño de portada, Victor Cruz Lazcano; formación de páginas, Marco Ocampo; cuidado de la edición, Estela García y Yolanda R. Martínez. La edición consta de 1 000 ejemplares.


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