3 la pieza final del puzle

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LA PIEZA FINAL DEL PUZLE – 3° SERIE MULTIAUTOR “BELLAROO CREEK” – SORAYA LANE

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Argumento Su atracción era demasiado intensa… Cuando llegó a Bellaroo Creek, la profesora Poppy Carter no estaba del todo preparada para la tarea que tenía por delante. Pero una escuela en peligro y una clase llena de niños revoltosos suponían un paseo comparados con el padre soltero Harrison Black, que estaba resultando ser un reto mayor del que imaginó. Desde que su mujer los abandonó a él y a sus hijos, Harrison aprendió el arte de mantener las distancias. Y Poppy, la nueva profesora, no parecía entender los límites. Pero cuando una tormenta los atrapó juntos, Harrison empezó a preguntarse si Poppy podría ser el plus perfecto para su pequeña familia.

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Capítulo Uno ¿Eres nuestra nueva profesora? ¿Te gustan los niños y la idea de dirigir una pequeña escuela rural? ¿Buscas un nuevo comienzo en un pueblecito acogedor? ¿Quieres ser una parte importante de nuestra comunidad? Entonces, ven a visitarnos a Bellaroo Creek. Si eres una profesora dedicada capaz de llevar nuestra pequeña escuela, nos encantaría conocerte. Alquila una casa por solo un dólar a la semana y ayúdanos a salvar la escuela y nuestro pueblo. Poppy Carter estaba en el centro de su nueva aula con las manos agarradas a la espalda para evitar que le temblaran. ¿Habría aceptado más de lo que podía asumir? Los pupitres estaban apoyados contra las paredes con las sillas encima, y el suelo estaba limpio y recogido. Pero eran las paredes lo que le provocaba escalofríos. ¿Dónde estaba la diversión? ¿Dónde estaban los colores alegres que deberían adornar el aula para recibir a los pequeños alumnos? Suspiró y se dirigió a su escritorio, sacó la silla y se sentó. El problema era que siempre había estado en colegios con presupuestos más o menos decentes, y sabía que aquella PÁGINA 4 DE 211


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escuela apenas tenía dinero para abrir sus puertas, así que mucho menos para decoración. Poppy apoyó la frente en el escritorio para no mirar las paredes. Tenía muchas cosas que hacer antes del día siguiente, y de ninguna manera iba a empezar a dar clase en un aula así. Un nuevo comienzo, un futuro brillante. Aquella era la razón por la que se encontraba allí, y estaba decidida a que sucediera. –¿Hola? Poppy se incorporó de golpe. O estaba oyendo voces en aquella vieja aula, o había alguien más. –¿Hola? La voz grave y masculina estaba ahora más cerca. Antes de que ella pudiera responder, apareció el cuerpo. Un cuerpo que ocupó el umbral entero. –Hola –respondió ella mirando hacia la ventana más cercana, buscando una ruta de escape por si la necesitaba. –No quería molestarla –el hombre sonrió mientras se daba un toque en el ala del sombrero y entraba–. Hemos tenido algunos problemas últimamente y quería asegurarme de que no hubiera ningún niño por aquí haciendo alguna gamberrada. Poppy tragó saliva y asintió. –Seguramente yo tampoco debería estar aquí, pero quería echar un vistazo para comprobar si hacía falta algo. PÁGINA 5 DE 211


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Unos ojos de color chocolate se clavaron en los suyos, esa vez con una mirada más dulce. –Entonces supongo que es usted la famosa señorita Carter, ¿verdad? Poppy no pudo evitar sonreír también. –Puede quitar lo de «famosa» y llamarme Poppy. Y sí, supongo que esa soy yo. El hombre se rio, se quitó el sombrero y dio un paso adelante con la mano extendida. Tenía un cierto aire huraño que Poppy supuso que tendrían todos los granjeros, pero de cerca era todavía más guapo que de lejos. Tenía los hombros anchos y fuertes, una mandíbula que parecía tallada en piedra y los ojos marrón oscuro más profundos que había visto en su vida. Poppy se aclaró la garganta y tendió la mano. –Harrison Black –dijo él estrechándosela con fuerza–. Mis hijos vienen a esta escuela. De acuerdo. Así que estaba casado y tenía hijos. No llevaba alianza, pero seguramente muchos granjeros no la llevarían, sobre todo cuando estaban trabajando. Aquello hizo que se sintiera menos nerviosa al estar a solas con él. –¿Cuántos hijos tiene? –le preguntó. Harrison volvió a sonreír cuando le mencionaron a sus hijos.

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–Dos, Kate y Alex. Están ahí fuera, en la camioneta. Poppy miró por la ventana y vio el vehículo. –Estaba a punto de ir a mi casa a buscar algunas cosas, ¿qué le parece si les saludo? Harrison se encogió de hombros, volvió a ponerse el sombrero y reculó un par de pasos. Los tacones de sus botas resonaron con fuerza sobre el suelo de madera, lo que la llevó a mirarle otra vez. Y cuando lo hizo lamentó haberlo hecho, porque los ojos de Harrison no se habían apartado de los suyos y la miraba con el ceño ligeramente fruncido. Poppy le ignoró, se puso el bolso al hombro y cuando volvió a mirarle él ya estaba casi en la puerta. –Señorita Carter, ¿por qué ha venido aquí? Ella le miró alzando la barbilla. No quería contestarle al hombre que tenía delante, pero sabía que le harían aquella pregunta muchas veces en cuanto empezaran las clases y conociera a los padres de sus alumnos. –Necesitaba un cambio –respondió con sinceridad, aunque omitió la parte más importante–. Cuando vi el anuncio de Bellaroo Creek, pensé que había llegado el momento de hacerlo. Harrison seguía mirándola, pero ella rompió el contacto visual. Pasó por delante de él y salió del aula en dirección a la puerta de entrada. –¿Y no le bastaba con un cambio de peinado o un nuevo PÁGINA 7 DE 211


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tinte de pelo? Poppy se giró sobre los talones temblando de rabia. Aquel hombre no sabía absolutamente nada de ella, pero ¿sugerir un cambio de peinado? ¿Acaso parecía una superficial que solo necesitaba una nueva barra de labios para que sus problemas desaparecieran? –No –afirmó mirándole fijamente–. Quería aportar mi granito de arena, y parece que mantener esta escuela abierta es importante para vuestra comunidad. A menos que haya entendido mal. Los ojos de Harrison no reflejaban nada, tenía el cuerpo rígido. –Para mí no hay nada más importante que conservar esta escuela abierta. Pero ¿y si usted no lo logra? ¿Y si hemos escogido a la persona equivocada? Entonces no solo perderíamos la escuela, sino también el pueblo entero –suspiró– . Discúlpeme, pero no la veo como una mujer capaz de estar una semana sin ir de tiendas o a la peluquería. Poppy dejó que cerrara la puerta y se dirigió hacia la camioneta. Quería ver a sus hijos, en aquel momento sería lo único que la calmaría. Y lo último que deseaba era iniciar una discusión con aquel hombre maleducado y arrogante que no sabía qué clase de persona era ella ni en qué creía. Sugerir que… Poppy tragó saliva y aspiró con fuerza el aire. PÁGINA 8 DE 211


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–Creo que pronto sabrá que soy consciente de lo mucho que significa esta escuela para Bellaroo Creek –aseguró con toda la calma que pudo–. Y por favor, no actúe como si me conociera o como si supiera algo de mí. ¿Le ha quedado claro? La pareció que Harrison esbozaba un amago de sonrisa, pero estaba demasiado enfadada como para que le importara. –Claro como el agua –aseguró Harrison pasando por delante de ella. Si Poppy no hubiera sabido que había dos niños pequeños mirándolos desde la camioneta, le habría cantado las cuarenta. Pero siguió andando, pidiendo en silencio a Dios no tener que volver a hablar con él nunca más.

Harrison sabía que no se había portado bien. Pero sinceramente, no le importaba. Decirle a la profesora lo que pensaba no había sido su mejor momento, pero si ella no se quedaba, entonces el pueblo estaría perdido. Necesitaba decirlo en aquel momento porque si cambiaba de opinión tendrían que encontrar a otra persona rápidamente. El futuro de Bellaroo Creek era lo más importante del mundo para él. Porque podría perder todo por lo que había luchado por tener cerca de sus hijos. Abrió la puerta del copiloto. PÁGINA 9 DE 211


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–Niños, esta es vuestra nueva profesora. Sus hijos miraron, tan angelicales con su cabello rubio y sus ojos azules. Un constante recordatorio de su madre, y probablemente la única razón por la que todavía no odiaba a aquella mujer. –Soy la señorita Carter. Harrison escuchó cómo la nueva profesora se presentaba y vio cómo la furia desaparecía de su rostro en cuanto miró a los niños. –Vuestro padre me ha pillado organizando vuestra clase. –¿Organizando? –preguntó él. Poppy sonrió y se apoyó en la puerta abierta, pero Harrison tuvo la sensación de que sonreía solo por sus hijos. –No puedo dar clase a niños pequeños en un aula que parece la sala de un hospital –le dijo–. No tengo mucho tiempo, pero por la mañana será digna de los niños. –¿Vas a mejorarla? Harrison sonrió al escuchar a su hija. Solía ser tímida con los desconocidos en el primer momento, pero luego no dejaba de hablar. –Quiero que nos divirtamos, y eso implica que sonriáis en cuanto entréis por la puerta por las mañanas. Así que tal vez no fuera tan mala, pero tampoco había PÁGINA 10 DE 211


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pruebas claras de que aquella profesora se quedara allí a largo plazo. Tenía suficiente experiencia para saber que un pueblo aislado no era precisamente el paraíso para todo el mundo, y menos para una profesora que tenía que dar clase a niños de varias edades. –Si necesita ayuda… –dijo sin pensar. Ella sonrió educadamente, pero Harrison se fijó en que todavía le echaban chispas los ojos. –Gracias, señor Black, pero creo que me las arreglaré sola. Él se la quedó mirando durante un largo instante antes de dirigirse al asiento del conductor. –Estoy deseando ver mañana por la mañana lo que ha hecho con este sitio. La profesora cerró la puerta del copiloto y se apoyó en la ventanilla. –¿Su mujer no va a traer a los niños? Harrison esbozó una sonrisa fría. –No, los traeré yo. Vio como ella se incorporaba con expresión interrogante, pero no dijo nada. –Os veré mañana, niños –dijo dando unos pasos hacia atrás. Harrison se tocó el ala del sombrero y se dirigió a la carretera, mirando por el espejo retrovisor. La vio allí todavía de PÁGINA 11 DE 211


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pie, apartándose la larga melena de la cara con una mano y protegiéndose los ojos del sol con la otra. Era guapa, tenía que reconocerlo, pero estaba convencido de que no se quedaría. Podía saberlo solo con mirarla. Y eso significaba que tendría que pensar qué diablos iba a hacer si ella se iba. Porque quedarse en Bellaroo no sería una opción para él si la escuela cerraba, ni tampoco para las demás familias que amaban aquel pueblo tanto como él. –Papá, ¿no crees que deberíamos ayudar a nuestra profesora? Harrison suspiró y miró a su hija. –Creo que se las arreglará bien, Katie –le dijo. La niña suspiró también. –Es una clase muy grande. Harrison siguió mirando hacia delante. Lo último que necesitaba era desarrollar una conciencia en relación a la nueva profesora, y además tenía recados que hacer durante el resto de la tarde. Pero tal vez su hija tuviera razón. Si no quería que la profesora se marchara, entonces puede que tuviera que hacer un esfuerzo. –Podemos volver más tarde y ver qué podemos hacer. ¿Qué PÁGINA 12 DE 211


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te parece? –¡Bien! –Katie le dio un codazo a su hermano, como si hubieran conseguido liarle–. Podríamos llevarle la cena y ayudarla a decorar las paredes. Harrison guardó silencio. ¿Ayudar a la señorita Carter a decorar la clase? Tal vez. ¿Llevarle la cena? Diablos, no.

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Capítulo Dos Harrison se consideraba un hombre fuerte. Trabajaba la tierra, sabía cazar y podría mantener a su familia viva en el bosque si fuera necesario y, sin embargo, su hija de siete años le manejaba como si fuera un corderito recién nacido. –Creo que esto le gustaría, papá. Harrison se quedó mirando a su hija y trató de parecer serio. –No voy a comprarle una tarta. Katie le rodeó una pierna y apoyó la mejilla en la pernera de su pantalón vaquero. –Pero papá, si no hay tarta no hay picnic. –No es un picnic, así que no hay ningún problema –afirmó él. La pequeña se rio alegremente. –Bueno, casi. Harrison miró la tarta. Tenía buena pinta y las vendían para una obra benéfica, pero ¿qué clase de mensaje estaría enviando si se presentaba a ayudar con una tarta? Una cosa era llevar salchichas, pan y kétchup, porque él podría utilizar la barbacoa que había en la parte de atrás mientras sus hijos ayudaban a su PÁGINA 14 DE 211


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nueva profesora. Pero la tarta era ir demasiado lejos. –¿Papá? Harrison trató de ignorar los ojos azules que le miraban suplicantes. Y no lo consiguió. –De acuerdo, nos llevaremos la tarta. Pero no vayas a pensar que vamos a pasar la noche allí. Vanos a comer algo rápido, a echar una mano y luego volveremos a casa. ¿De acuerdo? Katie sonrió y él no pudo evitar hacer lo mismo. Su hija sabía cómo hacerle bailar al son que ella quería. –Vamos, Alex –dijo Harrison. Su hijo apareció desde el fondo del pasillo y finalmente llegaron a la caja. Harrison conocía a la señora Jones desde que era pequeño, y seguía haciendo la compra allí. –¿Y qué estás haciendo hoy en el pueblo? Harrison se quedó mirando los artículos que había en el mostrador. –Teníamos que hacer unos recados. –Y ahora vamos a ir a ver a nuestra nueva profesora – anunció Katie. –Entonces, ¿ya has conocido a la señorita Carter? Harrison frunció el ceño. No le gustaba que la gente hablara de sus asuntos, aunque viviera en un pueblo pequeño en el que PÁGINA 15 DE 211


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cualquier cosa ponía en marcha la maquinaria del cotilleo. –Vamos a ayudarla a decorar un poco el aula, ¿verdad, niños? Katie y Alex asintieron mientras él pagaba las provisiones y levantaba las bolsas del mostrador. –Es maravilloso tener a alguien como Poppy Carter en el pueblo. Cuando llegó esta mañana fue como si hubiera entrado un rayo de sol. Harrison sonrió con educación. No necesitaba sentirse todavía peor por cómo la había tratado antes, porque por mucho que tratara de negarlo, sí lamentaba haber sido tan brusco. Él no era así, y ahora se daba cuenta de que tal vez se hubiera equivocado. Sí, tenía sus dudas de que la profesora se quedara. Pero tal vez tendría que haberle ofrecido su apoyo en lugar de desacreditarla antes siquiera de empezar. –¿Tú qué opinas? Harrison alzó la vista y miró a la señora Jones entornando los ojos. No tenía ni idea de lo que acababa de preguntarle. –¿Perdón? –Sobre si está casada o no. Suzie Croft se encontró con ella y dice que está segura de que tiene la marca del anillo, pero yo le dije que no era asunto suyo por qué había venido sin marido – aseguró la anciana–. Pusimos el anuncio buscando a alguien que PÁGINA 16 DE 211


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deseara un nuevo comienzo, y eso es lo que nosotros podemos ofrecerle, ¿verdad? Harrison alzó una ceja. A la señora Jones le gustaban más los cotilleos que a todos los del pueblo juntos. –Yo diría que vamos a tener que esperar a que la señorita Carter quiera contarnos más cosas sobre su vida. ¿A quién le importaba que estuviera casada o no? Lo único que le interesaba era que fuera cariñosa con sus hijos, les enseñara bien y se quedara en el pueblo para evitar que cerraran la escuela. Si se conseguían aquellos tres objetivos, no le importaba que estuviera casada con un mono. –Gracias –dijo saliendo de la tienda con las provisiones–. Ya nos veremos. La campanita que había en la entrada tintineó cuando abrió la puerta. Harrison esperó a que sus chicos le alcanzaran. Una hora en la escuela y luego a casa. Ese era el plan. Y que lo asparan si no se ceñía rigurosamente a él.

Poppy estaba empezando a pensar que no podía con todo. El aula parecía una zona de guerra, y no sabía por dónde empezar. No podía pasarse por una tienda de pinturas especializada y escoger algunos colores brillantes con los que pintar las paredes. Allí tenía que hacerlo todo ella misma, y sola. PÁGINA 17 DE 211


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Suspiró y se recogió el pelo en una coleta alta, cansada de tener que apartárselo de la cara cada vez que se agachaba. Tenía un montón de estrellas naranjas que había cortado de unas cartulinas y quería pegarlas en una de las paredes. Luego quería decorar otra con enormes corazones y estrellas plateadas antes de dibujar el contorno de un árbol enorme para que los niños mayores lo colorearan. Tenía adhesivos de animales y pájaros que podría poner en las ramas, pero para todo lo demás contaba únicamente con su habilidad artística. Y con su propio dinero. No tenía tanto como antes, pero al menos allí no tendría en qué gastarlo. Provisiones en la tienda del pueblo, la renta de un dólar y los gastos de la casa. No necesitaba nada más. –¿Hola? Poppy dio un respingo. O estaba empezando a oír voces, o no estaba sola. Otra vez. Pero no podía ser… Harrison Black. Y esa vez había entrado en el aula con sus hijos. –Hola –dijo incorporándose y estirando la espalda–. ¿Qué hacéis aquí? Harrison levantó dos bolsas y sonrió de medio lado. –Hemos venido con regalos –dijo. Poppy sonrió a los niños, que se quedaron cerca de su padre y le sonrieron también. Así que aquella era su manera de pedir PÁGINA 18 DE 211


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perdón, volver con algo para chantajearla. –No habréis venido a ayudarme, ¿verdad? –les preguntó agachándose, consciente de que se acercarían si estaba a su nivel. Funcionó. Los dos niños se acercaron a ella. –A ver si me acuerdo –dijo mirando primero a uno y luego a otro–. Tú eres Alex –aseguró señalando a la niña–. Y tú Katie, ¿verdad? Los dos se echaron a reír y sacudieron la cabeza. –¡No! –aseguró la niña–. Yo soy Katie y él es Alex. Poppy se rio con ellos antes de alzar la vista hacia su padre. –Me alegro de haberlo aclarado. ¡Imaginad si me hubiera confundido mañana! Los niños empezaron a inspeccionar los recortes, así que se acercó más a Harrison. No era rencorosa, y con dos niños felices en el aula, le resultaba casi imposible no sonreír. Aunque unas horas atrás se hubiera mostrado tan maleducado. –¿Y qué hay en la bolsa? –le preguntó. –Una ofrenda de paz –respondió él con una mano apoyada contra la puerta mientras la observaba. Poppy se limitó a alzar las cejas, esperando que continuara. –Cena para todos. Ella alzó todavía más las cejas. PÁGINA 19 DE 211


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–¿Ha sido idea tuya o suya? –preguntó señalando a los niños con un dedo. Harrison suspiró y aquello la hizo sonreír. Supuso que no estaba acostumbrado a disculparse ni a que le cuestionaran. –Suya, pero me pareció bien, si con eso lo arreglo un poco. Poppy ya no quería seguir torturándole. –Estaba bromeando. Lo que cuenta es la intención. Y estoy hambrienta. Harrison alzó las bolsas de papel y torció el gesto. –Se me acaba de pasar una idea por la cabeza. Que podrías ser vegetariana… Ella sacudió la cabeza. –Me gustaría, pero no lo soy –Poppy le quitó las bolsas de las manos y las puso sobre uno de los pupitres a los que había dado la vuelta–. Me encanta que todavía utilicen bolsas de papel aquí. –El plástico es el diablo, según la señora Jones. Así que no se te ocurra sacar nunca el tema –Harrison se echó hacia atrás para permitir que Poppy inspeccionara el contenido–. Aunque la verdad es que tiene opiniones para todo, así que mejor no le preguntes nunca nada. Poppy se rio y sacó la tarta. –¡Vaya, esto sí que es una ofrenda de paz! PÁGINA 20 DE 211


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Sintió una mano en la pierna y se dio la vuelta. –La tarta ha sido idea mía –aseguró Katie–. Papá dijo que no, pero… –Mmm –Harrison se aclaró la garganta y puso una mano en el hombro de su hija–. ¿Qué te parece si ayudas a la señorita Carter mientras yo voy a encender la barbacoa? Poppy torció el gesto y dejó que Katie la tomara de la mano y la llevara hacia la pila de recortes en la que había estado trabajando antes. Tal vez Harrison Black fuera gruñón y demasiado directo, pero su hija le tenía tomada la medida. Poppy miró hacia atrás mientras él salía por la puerta con la bolsa bajo el brazo, dispuesto a preparar la cena. Tenía los hombros anchos, casi llenaba por completo el umbral de la puerta. Y estaba segura de que en ese momento se estaría preguntando por qué diablos había permitido que su hija le hubiera convencido para volver a ayudarla.

Harrison se dio cuenta de que no tenía nada planeado. No había servilletas, ni platos, y los únicos utensilios que podía utilizar eran un par de pinzas. Lo que le salvaba era que el kétchup podía servirse con la botella de plástico. Alzó la vista y vio a sus niños corriendo hacia él. Todavía PÁGINA 21 DE 211


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había luz, pero estaba oscureciendo por fin. Le encantaba aquella hora del día, cuando volvía del trabajo y pasaba un rato con los niños. Y estaba pensando que aquella noche tendrían que haberse limitado a seguir su rutina. Poppy apareció entonces detrás de sus hijos. –No pueden esperar –aseguró–. Les ruge el estómago como si no hubieran comido nunca. Harrison sonrió y luego trató de contenerse. ¿Qué tenía aquella mujer que le hacía sonreír como si fuera el hombre más feliz del mundo? Tenía una sonrisa tan contagiosa que resultaba imposible no devolvérsela. –Papá, ¿está ya lista la cena? –Alex le miraba como si estuviera hambriento. –Tenemos algunos problemas técnicos, pero si no os importa comer sin plato y limpiaros los dedos en la hierba… Poppy se acercó más y le pasó una rebanada de pan a cada niño. –A mí me suena bien –aseguró–. ¿Os pongo primero la salsa o la salchicha? –Las dos a la vez –replicó Katie. –De acuerdo. Harrison intentó no mirarla, pero era imposible. Incluso sus hijos actuaban como si la conocieran de toda la vida. PÁGINA 22 DE 211


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Sabía que tendría que alegrarse. Debería agradecer que hubiera una profesora capaz de animar a sus hijos de aquel modo. Pero había algo en ella que le preocupaba. Porque aquello no tenía vuelta atrás. Si Poppy se marchaba, entonces… era mejor no pensar en ello. Lo único que podía hacer era conocerla mejor y asegurarse de hacer todo lo que estuviera en su mano para convencerla de que se quedara. Se aclaró la garganta y le pasó la primera salchicha, que ella cubrió con franjas de kétchup. Si al menos pudiera dejar de mirar el modo en que sonreía, cómo se le iluminaban los ojos cuando hablaba o escuchaba a sus hijos, o la manera en que la coleta le caía por el hombro y le rozaba los senos… Porque ninguna de aquellas cosas iba a ayudarle. El hecho de que no hubiera estado cerca de una mujer guapa desde hacía siglos no le daba excusa para mirarla así. Además, había renunciado a las mujeres para siempre.

–Y dime, ¿qué necesito saber de Bellaroo? Harrison parpadeó y miró a Poppy, que tenía la cabeza ligeramente inclinada a un lado. –¿Qué quieres saber?

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Poppy envolvió la salchicha de Alex en pan antes de hacer su propio perrito caliente y sentarse con ellos en la hierba. Estaba algo amarillenta y necesitaba cuidados, pero a ella no le importaba sentarse allí. –¿Qué le ha pasado a este lugar? Quiero decir, muchas familias se han marchado de aquí. ¿Ocurre algo que yo no sepa? –le preguntó a Harrison. Harrison estaba masticando, y la nuez le subía y la bajaba. Tenía que dejar de mirarle tanto. No se estaba comportando como una mujer que se había mudado allí para huir de los hombres. –¿Me estás preguntando si el pueblo está maldito? ¿O si tuvo lugar algún crimen espantoso aquí y por eso todos los habitantes salieron huyendo? Harrison hablaba con tono serio, pero tenía un brillo juguetón en los ojos que la hizo mirarle burlona. –Bueno, la verdad es que estuve buscando información en Internet sobre este sitio pero no encontré nada interesante – bromeó a su vez–. Así que, si lo tenéis tan escondido, supongo que no se lo contaréis a los forasteros a la primera de cambio. Ahora fue Harrison quien se rio, y ella no pudo evitar sonreír. Le cambiaba la cara cuando estaba contento, parecía menos huraño y más abierto. Era guapo, eso no se podía negar, pero cuando sonreía era… impresionante. Aunque en aquel PÁGINA 24 DE 211


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momento odiara tener que reconocerlo de cualquier hombre. –¿Quieres saber la verdad? Poppy asintió y siguió la dirección de su mirada, que fue hacia los niños. Estaban sentados en la hierba mirando algo y hablando entre ellos. Harrison subió más las rodillas y fijó la vista a lo lejos. –Es duro atraer sangre nueva a los pueblos en la actualidad, y la mayoría de la gente joven que se va, no vuelve –miró hacia la hierba–. Yo me he quedado porque no quiero alejarme de la tierra que ha pertenecido a mi familia durante generaciones. Para mí es importante conocer la historia del lugar, recorrer el mismo camino que recorrió mi padre y antes de él mi abuelo. Este pueblo significa mucho para mí, y también para el resto de las familias que vive aquí. Poppy asintió. –La gente que he conocido hasta ahora parecía estar encantada con Bellaroo –le dijo–. Y creo firmemente que, si os esforzáis de verdad, este pueblo seguirá aquí cuando tú seas abuelo. Harrison se encogió de hombros. –Ojalá fuera tan positivo como tú –suspiró–. No tendría que haberte hablado como lo hice antes, porque si no te quedas aquí, entonces no habrá ninguna posibilidad de mantener la escuela abierta. Y eso significará el fin del pueblo. Punto. PÁGINA 25 DE 211


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Harrison exhaló un gran suspiro. –Ser la única profesora de un grupo de niños entre cinco y once años no es tarea para débiles, pero si te quedas, no habrá una sola persona en Bellaroo que no te quiera. Ahora fue Poppy la que suspiró. No necesitaba toda aquella presión, la sensación de que todo recaía sobre sus hombros. Antes de mudarse allí, se había responsabilizado de todo, había tratado de arreglar cosas que no podían arreglarse. Y ahora allí estaba otra vez, en una situación límite, cuando lo único que ella quería era llevar una vida tranquila y tratar de imaginar qué le depararía el futuro. –Lo siento, seguramente he hablado demasiado. Poppy sonrió ante la disculpa de Harrison. –No pasa nada. Te agradezco que seas sincero conmigo. Los niños llegaron corriendo y les interrumpieron. –¿Podemos volver y terminar el aula? –Claro. Poppy se levantó y le ofreció una mano a Harrison, agarrándole la palma entre los dedos. No tuvo que cargar con su peso, porque era más que capaz de ponerse de pie sin ayuda. Pero el contacto de su piel con la suya, el brillo de su mirada cuando sus ojos se cruzaron, le provocaron un escalofrío en la columna vertebral. PÁGINA 26 DE 211


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–¿Qué te parece si me reúno con vosotros en el aula cuando haya terminado de recoger esto? Poppy retiró la mano y apartó la vista; no le gustaba cómo la estaba mirando ni lo que ella estaba sintiendo. –Claro. Vamos, chicos –le puso a Alex la mano en el hombro y recorrió con ellos la escasa distancia que la separaba de su nueva aula. Su padre era huraño y encantador al mismo tiempo, y Poppy no quería pensar en ello. Estaba allí para enseñar y para encontrarse a sí misma. Para olvidar el pasado e iniciar una nueva vida. Sola. Lo que significaba que no debía pensar en el guapo ranchero que estaba a punto de reunirse con ella en su aula.

–Vaya. Poppy miró hacia abajo; tenía las estrellas de papel entre los dientes cuando se levantó de la silla y pegó las últimas en la pared. Ya había una fila que colgaba del techo, pero estaba decidida a cubrir algunas manchas viejas de la pared y completar el efecto que estaba intentando crear. –Tus hijos son como abejas trabajadoras –murmuró tratando de hablar sin perder ninguna estrella. PÁGINA 27 DE 211


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–Abejas trabajadoras que han empezado a agotarse – respondió él. Poppy miró en su dirección y vio que había tomado en brazos a Alex. El niño ni siquiera fingió ser demasiado mayor para que lo acunaran. Tenía la cabeza apoyada contra el pecho de su padre mientras la miraba. –Se está haciendo tarde. ¿Por qué no os vais a casa? –se tambaleó en la silla, pero recuperó el equilibrio. –¿Y si te llevamos a casa? Poppy sacudió la cabeza. –Estoy muy cerca. No pasa nada, gracias. Harrison no parecía convencido. –¿Qué más necesitas aquí? –Quiero que cuando los niños entren mañana en clase no puedan dejar de sonreír –le dijo–. Así que tengo que poner purpurina en medio de los corazones, y también hacer un borde con ella allí –señaló–, porque voy a escribir todos sus nombres en sus colores favoritos por la mañana. Poppy escuchó a Harrison suspirar. Y luego vio por el rabillo del ojo cómo dejaba a su hijo en el suelo y agarraba un rotulador de brillo dorado. –¿Es esto lo que utilizas para hacer el borde? –preguntó. Poppy se sacó de la boca las estrellas de papel que le PÁGINA 28 DE 211


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quedaban y se mordió el labio inferior para evitar sonreír. Asintió al ver a Harrison acercarse a la pared y empezar a ayudarla. –¿Así? ¿Grande, para que se vea bien? –Sí, justo así –contestó ella tratando de contener una carcajada. Por lo que sabía de él hasta el momento, tenía la sensación de que Harrison se marcharía de allí al instante si se reía de él por utilizar la purpurina, y le venía muy bien la ayuda. Aunque aquel vaquero tan viril no habría sido su primera opción para el departamento artístico. –Papá, no hemos comido tarta –dijo Katie, que sonaba algo adormilada. Poppy se había olvidado de la tarta. Se echó un poco hacia atrás para mirar la pared, satisfecha con los progresos que habían hecho. Los niños podrían seguir ayudando a decorar por la mañana, pero por el momento se veía bien. –¿Qué os parece si acabamos y nos recompensamos con un trozo? –preguntó. Harrison le pasó el rotulador mientras sus hijos asentían. –El problema es que no tenemos cuchillo. Ella le guiñó un ojo. –Pero yo tengo una navaja de bolsillo. Eso sirve, ¿no? PÁGINA 29 DE 211


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Harrison se la quedó mirando durante un largo instante. –Sí, sirve. Poppy la sacó y se la pasó, con cuidado de no rozarle la piel en esa ocasión. –Bien, vamos a servirnos un buen trozo. Creo que nos lo merecemos. Y con suerte, eso también la distraería. Porque tal vez hubiera terminado para siempre con los hombres pero, desde luego, no con el chocolate.

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Capítulo Tres –Gracias por traerme –Poppy cerró la puerta y se despidió con la mano de los niños, que estaban en el asiento de atrás. No esperaba escuchar que se abriera otra puerta y luego se cerrara. –Te acompañaré a la puerta. ¿Qué? Ningún hombre la había acompañado nunca a la puerta solo por ser caballeroso. –Gracias, pero no hace falta. No estamos en la ciudad, así que no creo que me atraquen –bromeó. Pero Harrison seguía muy serio. –No voy a traerte a casa y no acompañarte a la puerta. No me educaron así, y si quiero que mis hijos crezcan siendo educados, entonces tengo que asegurarme de darles un buen ejemplo. –Bueno, si lo pones así… –Poppy sonrió y sacudió la cabeza. –Sé que estoy chapado a la antigua, pero así son las cosas aquí. Pronto lo descubrirás. –No tiene nada de malo estar chapado a la antigua –aseguró ella–. Excepto, por supuesto, en lo relacionado con las cañerías. PÁGINA 31 DE 211


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Él frunció el ceño. –¿Tienes problemas de fontanería en tu casa? Poppy señaló con la mano hacia la puerta cuando llegaron a la entrada. –La ducha produce un minúsculo reguerillo de agua, y no dura mucho caliente. Pero por el alquiler que estoy pagando, no esperaba precisamente un palacio. –Veré lo que puedo hacer –aseguró él. –No tendría que haber dicho nada. Todo está muy bien, de verdad. Harrison dio unos pasos hacia atrás con el sombrero de vaquero bien plantado en la cabeza, los pies separados y una expresión adusta. –Le echaré un vistazo por mí mismo. Tal vez a finales de esta semana. –Bueno, como quieras –Poppy no quería molestarle, pero si podía hacer algo con la ducha le estaría infinitamente agradecida. –Quiero –afirmó él–. Tú cuida de mis hijos en la escuela y yo me aseguraré de que tu casa no se venga abajo. ¿Trato hecho? –Trato hecho –aquel hombre era algo especial–. Será mejor que te lleves a esos niños a casa. Gracias por vuestra ayuda esta noche. Me alegro de que volvierais. PÁGINA 32 DE 211


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–¿Para que pudiéramos empezar con el pie derecho esta vez? –preguntó Harrison sonriendo. –Sí, algo así. Y gracias por traerme. Harrison se tocó el ala del sombrero y esperó a que ella entrara antes de darse la vuelta. Poppy se apoyó en el quicio de la puerta y le vio subirse al coche y salir de allí despacio. Trató de no pensar en lo agradable que era. A principios de la tarde habría querido clavarle agujas a un muñeco con su imagen por el comentario que había hecho, pero lo cierto era que había disfrutado de su compañía. O tal vez se debiera únicamente a que sus hijos eran encantadores. Poppy cerró la puerta y echó el cerrojo. ¿A quién quería engañar? El hombre era guapo y encantador, o al menos lo había sido aquella noche, y le asustaba comprobar lo rápidamente que había pasado de odiar a todos los hombres a pensar en lo sexy que era aquel ranchero. Y no podía evitar preguntarse por qué los niños no habían mencionado a su madre y por qué Harrison no había hablado de su mujer, que seguramente les estaría esperando en casa. Poppy avanzó por el pasillo y abrió la nevera. Sacó la leche y echó un poco en un cazo para calentarla. No había microondas, así que tendría que ser chocolate a la antigua. El sonido de unos arañazos hizo que se detuviera y se le helara la sangre. PÁGINA 33 DE 211


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Agarró una sartén y avanzó despacio hacia la puerta de atrás. Estaba segura de que la había cerrado con cerrojo, pero… Dio un salto. Otra vez los arañazos. Retiró muy despacio la pantalla de la puerta y miró fuera, encendiendo la luz con la otra mano. Si había alguien allí, ¿a quién iba a llamar para pedir ayuda? Miau. Era un gato. Poppy dejó la sartén y abrió la puerta. –¿Tienes hambre? –le preguntó al animal. Dejó la puerta abierta y fue a buscar la leche. La sirvió en un platito. Dejó el platito en la parte interior de la puerta de atrás y esperó. No pasó mucho tiempo antes de que el gato negro aspirara el aire y decidiera que valía la pena entrar. Puso una pata blanca en el suelo de madera mirando a su alrededor y luego se acercó al platito. Poppy cerró la puerta y volvió a echar el cerrojo. El gato estaba delgadísimo, y no iba a darle la espalda si no tenía dónde ir. –¿Quieres dormir en mi cama? El gato la miró mientras lamía la leche y ella fue a revolver la suya, añadiéndole algo de chocolate. –Creo que tú y yo nos vamos a llevar bien –aseguró Poppy–. A menos que te líes con alguien más guapa y más joven que yo. Entonces mi vida habrá terminado, ¿de acuerdo? PÁGINA 34 DE 211


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El gato permaneció en silencio. Se suponía que los gatos negros daban mala suerte. Que Dios la ayudara si era cierto, porque ya había tenido suficiente últimamente. –Vamos, gatito –dijo sirviendo el chocolate caliente en una taza grande–. Vamos a la cama.

Harrison tomó el camino que llevaba a Black Station y miró por el espejo retrovisor. Katie y Alex iban dormidos atrás, ajenos a todo lo que sucedía a su alrededor, y a él no le importaba lo más mínimo. Lo único que quería era que fueran felices, porque si ellos eran felices, él también. Y habían pasado una tarde muy agradable. Trató de apartar de su mente a la nueva profesora. Era simpática, dulce y educada, por no mencionar que se trataba de la mujer más guapa que había visto en años, pero había algo en ella que le molestaba, algo que le hacía pensar que no se quedaría. O tal vez se debiera a que él pensaba que nadie se quedaría allí a menos que hubiera nacido y crecido en un pueblo. Desde luego, su mujer no lo había hecho. Y una parte de él creía que si una madre no podía siquiera quedarse a cuidar de sus hijos, entonces Poppy Carter no se quedaría por los hijos de PÁGINA 35 DE 211


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otros. Tal vez esperaba que fuera alguien mayor, alguien menos atractivo. No una mujer de menos de treinta años con una melena larga y lisa y ojos azules y risueños que parecían brillar cada vez que miraba a sus hijos. No una mujer guapa y moderna a la que imaginaba yendo de compras en su tiempo libre. Pero tal vez estuviera siendo injusto. Que le gustara llevar ropa buena no significaba que no fuera capaz de buscarse la vida allí. Tal vez estuviera huyendo de sus propios demonios. Harrison se detuvo frente a su casa y se bajó para abrir la puerta antes de volver al coche y llevar a los niños de uno en uno a sus dormitorios. Aunque tuvieran cinco y siete años, seguían siendo sus bebés. Los había criado él solo y estaba decidido a luchar por mantener la escuela abierta. Porque nunca permitiría que se sintieran abandonados, y eso significaba que el internado no era una opción que estuviera dispuesto a considerar, al menos hasta que llegaran al instituto. Su madre los había abandonado, y no quería que pensaran ni por un momento que él haría lo mismo. Eran sus hijos, sangre de su sangre, y haría cualquier cosa que estuviera en su mano para protegerlos. Si podía arreglar la casa de la profesora y hacerle la vida más fácil en Bellaroo Creek, entonces lo haría. En lugar de alejarla de él, iba a hacer todo lo que estuviera en su mano para convencerla de que se quedara. PÁGINA 36 DE 211


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Quería pensar que solo lo hacía por sus hijos. Pero tenía la sensación de que a una parte de él, una parte oscura y profunda, le gustaba Poppy. Mucho. Aunque no estuviera dispuesto a admitirlo. La anciana señora Jones tenía razón. La llegada de Poppy al pueblo era como un rayo de sol, y no eran sus hijos los únicos que la necesitaban. Estaba en juego el futuro del pueblo entero. Poppy Carter iba a mantener Bellaroo Creek vivo o iba a ser la gota que colmara el vaso para su muerte definitiva. Harrison quería creer que iba a ser su estrella, la profesora con la que todos habían soñado. Sacudió la cabeza, encendió la televisión y se tiró en el sofá. Puede que le hubiera leído demasiados cuentos a Katie. Porque estaba empezando a creer que tal vez Poppy fuera esa persona después de todo.

A Poppy no paraba de rugirle el estómago. Apenas había desayunado, estaba demasiado nerviosa, y ahora estaba sentada en la silla, tamborileando con los dedos sobre la superficie de madera del escritorio. Estaba sentada, mirando la pared que habían decorado la tarde anterior, sonriendo al pensar en el enorme y gruñón Harrison utilizando la purpurina para que pudieran terminar y PÁGINA 37 DE 211


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marcharse a casa. Había conocido a muy buenos padres siendo profesora, pero no había esperado que él se presentara voluntario para poner la purpurina. El sonido de la puerta de un coche al cerrarse la devolvió al presente. Su primer día como única profesora de la escuela de Bellaroo Creek había comenzado oficialmente. Se levantó y cruzó el aula, abriendo la puerta para recibir a su primer alumno. Una madre sonriente se dirigió a ella con tres niños que corrieron hacia Poppy. –¡Despacio! Poppy sonrió. Los niños se detuvieron delante de ella justo antes de alcanzar la puerta. –Hola, niños. Soy la señorita Carter, vuestra nueva profesora. Los tres pequeños la miraron y no dijeron ni una palabra, pero Poppy supo por su expresión que eran unos niños traviesos. –Hola. Poppy alzó una mano. –Debe de estar contenta de que empiecen las clases –dijo tocando el hombro de la madre antes de dar un paso atrás–. Sé lo agotadores que pueden llegar a ser tres niños. –Solo espero que no la vuelvan loca. Veinte niños al día PÁGINA 38 DE 211


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acabarían conmigo. Poppy sacudió la cabeza. –Lo hago porque me gusta, así que no se preocupe, unos cuantos niños revoltosos no me van a asustar –miró hacia la entrada y vio una camioneta familiar deteniéndose cerca–. Además, me han dicho que la señorita Leigh se ha ofrecido a ejercer de profesora auxiliar una vez por semana –Poppy agitó una mano–. Aquí están los Black. La otra mujer siguió la dirección de su mirada. –¿Ya ha conocido a la familia Black? Poppy no habría podido apartar la vista aunque quisiera. Vio a Harrison salir del coche y hablar con sus hijos antes de abrirles la puerta y ayudarles a bajar. –No he conocido todavía a la señora Black, pero los niños parecen encantadores –no podía apartar la mirada de Harrison cuando lo vio avanzar hacia ellas con las mochilas colgadas al hombro y un niño a cada lado. –No hay ninguna señora Black –le informó la otra mujer–. Harrison es el padre del año en Bellaroo. Su mujer le dejó con los niños cuando Alex era un bebé, así que es como una leyenda. Le llamamos míster Sexy y Soltero. Poppy tragó saliva. ¿Estaba soltero? Apartó la mirada y centró la atención en la madre con la que estaba hablando. PÁGINA 39 DE 211


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–No me ha dicho su nombre. –Pat. Y mis hijos son Scott, John y Sam –sonrió y dio unos cuantos pasos atrás–. Ha sido un placer conocerla. Nos veremos esta tarde, cuando venga a recogerlos. Poppy se despidió y se giró hacia el siguiente padre… que resultó ser Harrison. Katie la saludó con la mano y corrió hacia ella, pero Alex se quedó pegado a su padre. –Buenos días –lo saludó Poppy con alegría–. ¿Qué tal estás, Alex? El niño parecía algo tímido, pero sonrió. –Solo estuvo un trimestre en la escuela el año pasado, así que está un poco asustado. Poppy se arrodilló, aliviada de estar más cerca del niño que de su padre. –Cariño –dijo poniéndole un dedo en la barbilla para levantársela–. Voy a cuidar de ti todo el día, así que no tienes que preocuparte. Puedes incluso venir a sentarte conmigo si tienes miedo, ¿de acuerdo? Alex asintió. –¿Por qué no vas a jugar con los otros niños? –le preguntó Poppy. Alex abrazó la pierna de su padre antes de hacer lo que le había sugerido. PÁGINA 40 DE 211


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–Gracias –murmuró Harrison. –De nada. Es mi trabajo. Se quedaron allí de pie algo incómodos. Poppy no pudo evitar pensar que había criado a sus dos hijos él solo. No era frecuente escuchar que un padre estuviera en aquella posición. No era de extrañar que no tuviera prisa en volver a su casa la noche anterior. No había ninguna esposa esperándole. Otro coche se detuvo en la entrada y bajaron unos niños. –Será mejor que entre –dijo Poppy señalando el aula con la cabeza. Harrison se tocó el ala del sombrero con los dedos. –Y gracias por lo de anoche. Te agradezco de verdad la ayuda –añadió. Él se alejó unos pasos antes de darse la vuelta y mirarla directamente a los ojos. –Te arreglaré las cañerías después de la escuela, cuando venga a recoger a los niños. Poppy tragó saliva. Tal vez porque sabía que estaba disponible, que no era el marido de otra mujer. Porque si lo fuera, nunca se permitiría pensar en él como lo estaba haciendo en aquel momento. Jamás. Sabía lo que era ser la otra mujer, así que para ella estaba prohibido incluso pensar de un modo inapropiado en hombres casados. PÁGINA 41 DE 211


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Pero ahora… Harrison era el hombre más guapo que había visto en su vida, y el modo en que los vaqueros le marcaba el trasero al andar, el sombrero de vaquero, la camisa de cuadros enrollada en los antebrazos, le hacían pensar en cosas pecaminosas. –Usted debe de ser la señorita Carter. Poppy parpadeó y trató de olvidarse del hombre que se dirigía caminando hacia su vehículo. Era profesora, y tenía que conocer a más padres. Iba a volver a ver a Harrison después de la escuela, y lo tendría en su casa. En su baño. Así que no volvería a pensar en él hasta entonces.

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Capítulo Cuatro Poppy estaba sentada con Katie y con Alex, esperando a que su padre llegara. Solo se estaba retrasando unos minutos. Los demás niños se habían marchado puntuales y ahora ella estaba disfrutando del sol y de la compañía. –¡Ahí viene! –exclamó Alex, que corrió hacia la calle saludando a su padre. Harrison salió del coche y tomó a su hijo en brazos. –Lo siento mucho, Poppy –dijo pasándose una mano por el pelo, como si acabara de darse cuenta de que no llevaba el sombrero puesto–. He tenido un encontronazo con un toro enfadado, y… –¡Papá! –Katie se puso en jarras–. Es nuestra profesora, así que tienes que llamarla «señorita Carter». Él asintió dándole la razón, pero cuando miró a Poppy tenía los ojos brillantes por la risa. Ella también tuvo que morderse el labio para no reírse. –En cualquier caso, resumiendo, estaba decidido a salirse con la suya con las damas, pero yo no se lo iba a permitir –le dijo Harrison. Poppy se echó a reír entonces. No pudo evitarlo. Estaba PÁGINA 43 DE 211


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hablando con un auténtico vaquero, cuando nunca antes había estado cerca de un rancho. –¿Tienes idea de lo gracioso que suena eso? Él la miró perplejo. –Gracioso ahora, pero no lo es tanto cuando estás mirando a los ojos a una bestia enfurecida de casi mil kilos. Poppy empezó a caminar al lado de Katie mientras todos se dirigían a la camioneta. –Harrison, lo más cerca que he estado de la vida salvaje es cuando hubo una plaga de hormigas en mi antigua aula –le dijo– . Así que créeme cuando te digo que me resulta gracioso lo que me cuentas. Gracioso y emocionante, porque es algo diferente. Poppy habría jurado que un pensamiento oscuro le cruzó por el rostro, pero pasó tan rápido que no pudo estar segura. ¿Habría dicho algo que no debiera? –Aunque lo cierto es que anoche medio adopté un gato, así que tal vez me esté acostumbrando ya a la vida rural. Harrison abrió la puerta del copiloto de la camioneta, pero le hizo una señal a Katie para que se pusiera atrás. –¿Qué quieres decir con que has adoptado un gato? Aquí no tenemos refugios de animales. Poppy puso los ojos en blanco y lamentó estar tan cerca de él. Harrison le sacaba al menos una cabeza, y no pudo evitar PÁGINA 44 DE 211


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mirarle a los ojos. Eran oscuros pero dulces como el chocolate derretido. Hizo un esfuerzo por salir de su ensoñación. ¿Podría perdonar tan pronto a toda la población masculina tras haber declarado a todos los hombres idiotas inútiles a los que no quería volver a ver? La respuesta era «no». –Anoche escuché un ruido y fuera había un gato negro. Parecía que aquella fuera su casa y quisiera entrar. –Pero, ¿era un gato salvaje? –preguntó Harrison haciendo un gesto para que entrara en el coche–. Te llevaré… ya sabes, para arreglarte el baño. A Poppy se le encendieron las mejillas, pero confió en que no se le notara. ¿Qué tenía aquel hombre para sonrojarla así, sobre todo al mencionar que iba a ir a su casa? Tampoco ayudaba estar sentada a su lado en un espacio tan reducido, aunque sus hijos estuvieran en el asiento de atrás. –No creo que un gato salvaje hubiera dormido toda la noche en mi cama –le dijo mirándole la mano mientras metía la primera marcha. Tenía la piel morena, seguramente porque pasaba horas al sol cada día, y, el antebrazo, fuerte. Trató de mirar hacia delante–. En realidad, durmió en mi almohada. Los niños iban charlando detrás, pero Poppy solo escuchaba a su padre. El hombre del que al parecer no podía apartar los ojos por mucho que lo intentara. PÁGINA 45 DE 211


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–Eres una incauta, ¿lo sabías? –a Harrison se le formaron arruguitas en los ojos al sonreír–. Desde luego, no eres todavía una chica de campo. –Me gusta pensar que soy de corazón tierno –replicó ella. Harrison se encogió de hombros. –Para mí es lo mismo. Pero me extraña que un gato apareciera en tu casa de la nada. Debe de ser de alguien. –Le dije que podía quedarse, pero dejé una ventana abierta para que pudiera entrar y salir. –¿Y no consideras que sea tuyo? –preguntó Harrison con una mano al volante y la otra apoyada en la ventanilla. –Exacto. –¿Le has puesto nombre? –Lucky –respondió ella–. Porque no creo que los gatos negros den mala suerte, y porque tiene suerte de habernos encontrado a mí y a mi botella de leche. –Es tuyo –aseguró Harrison con una carcajada–. Cuando les pones nombre, te comprometes. Siempre es así. Poppy se rio con él porque tenía razón, y porque le gustaba la sensación de no estar triste por una vez. Había pasado muchos meses preguntándose qué diablos iba a hacer con su vida, cómo iba a reconstruir todo lo que había perdido, y eso no le había dejado mucho tiempo para reírse y PÁGINA 46 DE 211


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ser feliz. Pero Bellaroo Creek era su nuevo comienzo. Era su lugar para empezar de cero. Así que, si tenía ganas de reírse, no iba a los niños. Poppy se giró y se alejó de allí, y Harrison se sentó en el suelo del baño y la vio marcharse. Había a contenerse.

Harrison estaba tumbado de espaldas, medio metido dentro de un mueble, con la llave inglesa enganchada en el accesorio que estaba tratando de apretar. Se mordió la lengua para no soltar una palabrota y giró el cuerpo para tener una mejor visión de la fuga. –¿Harrison? Maldición. Estaba tan sumido en sus pensamientos que no esperaba que apareciera nadie, y ahora se había dado en la cabeza con la parte inferior del mueble. –¿Estás bien? ¿Te has hecho daño? Harrison gruñó y cambió de posición en el reducido espacio. Se tocó la cabeza. –No tengo sangre, así que sobreviviré. Se quedó mirando a Poppy, que se retorcía las manos como si no supiera muy bien qué decir. PÁGINA 47 DE 211


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–Mmm… me estaba preguntando si te gustaría quedarte a cenar. Llevas ya bastante tiempo trabajando aquí y los niños tienen hambre… –No voy a dejar que esto me supere. Lo sabes, ¿verdad? – aunque todavía no sabía por qué aquella maldita cañería le causaba problemas cada vez que abría algún grifo del baño. –No he querido decir que estuvieras tardando demasiado. Te estoy muy agradecida, pero… –No pasa nada –Harrison se encogió de hombros. Poppy estaba balbuceando como si estuviera nerviosa. Pero dudaba que así fuera, sobre todo después de cómo se había enfrentado a él el día anterior, replicándole cuando le dijo lo que pensaba–. Cuando haya ajustado estas tuberías, creo que sería estupendo cenar algo. Ella sonrió como si le hubiera hecho una pregunta muy difícil y él le hubiera dado milagrosamente una respuesta. –Bueno, pues ya está. Voy a decírselo a los niños. Poppy se giró y se alejó de allí, y Harrison se sentó en el suelo del baño y la vio marcharse. Había algo en ella, algo que le obsesionaba y en lo que no quería pensar. Algo que le había llevado a ofrecerse a arreglarle las cañerías y a aceptar su invitación a cenar. Y no quería averiguar qué era ese «algo». Era la profesora de sus hijos, una mujer nueva en la comunidad, pero nada más. PÁGINA 48 DE 211


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Porque no buscaba nada más que amistad en su vida. Sus hijos lo eran todo para él, y no tenía pensado tener ninguna relación en el futuro. Entonces, ¿por qué seguía sentado en el suelo para poder ver cómo se alejaba por el pasillo?

Poppy observó a los niños, que estaban tumbados bocabajo con las piernas cruzadas por los tobillos mientras veían la televisión. Ya les había dado patatas fritas y zumo de naranja, y ahora estaba preparando la cena mientras ellos veían dibujos animados y su padre trabajaba en el cuarto de baño. Aquella casa antigua no se parecía a nada a lo que ella estuviera acostumbrada, y tenía que utilizar toda su paciencia para trabajar en una cocina tan pequeña, pero en cierto modo le gustaba. Le gustaba cocinar para más de uno, haber tenido un maravilloso primer día de clase y sentir que por fin su vida había retomado el buen camino. –Huele muy bien. La voz grave y sexy que escuchó a su espalda hizo que detuviera la mano. Escucharle hablar la ponía casi tan nerviosa como mirarle, por mucho que quisiera fingir que ella solo era la profesora y él el padre de dos de sus alumnos. –No es nada del otro mundo, solo pasta –le dijo PÁGINA 49 DE 211


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disponiéndose otra vez a remover la salsa. Escuchó cómo Harrison entraba en la cocina, sintió su presencia en aquel espacio tan pequeño. –Pues huele de maravilla. Poppy vio cómo se acercaba y se colocaba a su lado. Miró la sartén y utilizó la cuchara de madera que ella había dejado para remover el contenido. –Ajo y beicon –dijo Poppy apartándose un poco. Necesitaba poner algo de distancia entre ellos. Cualquier cosa con tal de evitar que el corazón le latiera con tanta fuerza–. Frío un poco en aceite antes de añadir la salsa. Harrison asintió y volvió a dejar la cuchara donde la había encontrado. Se apoyó contra un armario y la miró cocinar. –¿Aquí hay algo que no funcione? –le preguntó. –No, creo que todo está bien. –No pareces muy segura. De lo que estaba segura era de que necesitaba que mirara hacia otro lado, que fuera a sentarse con sus hijos en lugar de clavar los ojos en ella mientras trataba de concentrarse. –No, todo funciona bien, supongo. Solo me resulta diferente –confesó. –¿Diferente a lo que estás acostumbrada? Poppy suspiró y se encogió de hombros. PÁGINA 50 DE 211


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–Tenía una cocina a la última y un apartamento moderno y no me hizo feliz, así que no voy a permitir que una cocina rústica me hunda –era la verdad, y ahora ya lo había dicho–. Encender el gas con una cerilla antes de ponerme a cocinar no va a importarme siempre que pueda hacer el trabajo que me gusta y despertarme todos los días con una sonrisa. Harrison seguía mirándola, pero su expresión había perdido la intensidad anterior. Ahora había una cierta dulzura en sus ojos, casi como si entendiera lo que ella estaba tratando de decir. –Sonreír por las mañanas tiene muchas ventajas –afirmó. Poppy apartó la vista, no porque estuviera avergonzada, sino porque no sabía qué decir. Cuando decidió mudarse a Bellaroo Creek, decidió dejar el pasado atrás. No quería que definiera su futuro y no quería que todo el mundo estuviera al tanto de sus asuntos. Pero sin duda resultaba difícil llegar a conocer a alguien sin pensar en cómo había sido su vida hasta hacía solo un mes. –¿Qué hay de cena? –Katie apareció en la cocina y se puso de puntillas para tratar de ver lo que se estaba cocinando. –Pasta con salsa carbonara –contestó Poppy echándola de la cocina de forma juguetona–. Quédate con Alex unos minutos más y estará lista. La niña sonrió y volvió a desaparecer. PÁGINA 51 DE 211


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–Tal vez a ti te parezca que no es nada del otro mundo –dijo Harrison señalando la salsa–, pero para ellos es divertido cenar en otro sitio que no sea en casa. Normalmente están metidos en el rancho conmigo. Poppy tragó saliva. Era ahora o nunca, y no podía evitarlo. –Entonces, ¿no hay ninguna señora Black? –preguntó sabiendo muy bien cuál iba a ser la respuesta. –No –respondió él con expresión gélida–. No hay ninguna señora Black, a menos que te refieras a mi madre. Ojalá su pregunta fuera tan inocente, pero los dos sabían que no era así. Lo que Poppy no sabía era por qué se lo había preguntado. Tal vez solo quisiera oírselo decir para creerse de verdad que no estaba casado, que realmente era como le había descrito aquella madre por la mañana: el soltero más sexy del pueblo. Salsa. Lo que Poppy necesitaba era centrarse en la salsa. –¿Puedo hacer algo? El tono dulce y grave de Harrison le provocó escalofríos, como si una brisa helada se hubiera levantado de pronto en un cálido día de verano. –Te lo agradeceré eternamente si pones esos platos en la mesa –dijo señalando la pila donde los había puesto–. Y sinceramente, no me importaría celebrar mi primer día de escuela con una copa de vino. PÁGINA 52 DE 211


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Ni tampoco le importaría tranquilizar los nervios un poco con la botella de vino blanco que había metido en la nevera. –¿Dónde están las copas? –preguntó llevando los platos a la mesa. Poppy gimió. –Creo que todavía no las he sacado de la caja –era de las pocas cosas que aún no había colocado en los armarios. Pero si no se equivocaba…–. Espera, prueba a ver en la caja que hay al fondo de la despensa –le pidió–. Yo no puedo desatender la salsa. Harrison cruzó la cocina con unos cuantos pasos largos, llamando la atención de Poppy. Como si necesitara más distracciones. –¿Esta caja? Ella asintió. –Sí, esa. Poppy apartó los ojos de él y se volvió a centrar en la comida. Apartó la salsa del fuego y le añadió la pasta. Se negaba a prestar a la cena que había preparado menos atención de la que se merecía. Aquel era uno de sus platos favoritos, y confiaba en que a la familia Black le gustara también.

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Harrison sirvió vino en las dos copas que había encontrado y las colocó sobre la mesa antes de ir a buscar a los niños para que cenaran. Todavía estaban hipnotizados por la televisión. –Vamos, la cena está lista. Katie tenía el gato adoptado en el regazo y lo acariciaba. El animal ronroneaba tan alto que podía oírlo desde la puerta. –Baja a ese saco de pulgas y ven a sentarte –ordenó tratando de no sonreír ante la horrorizada expresión de su hija–. O pensándolo mejor, tal vez deberías lavarte antes las manos. –No pasa nada, Lucky –le susurró Katie al gato con suavidad–. Tú no escuches nada de lo que diga, ¿de acuerdo? Harrison observó cómo dejaba al gato en el suelo como si fuera a romperse antes de incorporarse y pasar por delante de él. Parecía más una adolescente que una niña. –No es ningún saco de pulgas –susurró. –Solo estaba bromeando, cariño. Ahora ve a lavarte y siéntate a la mesa a cenar –Harrison le hizo un gesto a su hijo para que hiciera lo mismo y luego se reunió con Poppy en la cocina. –Ya está lista –le dijo ella con las mejillas sonrojadas por estar cerca del fuego. Harrison se acercó para coger el plato grande, y sus manos se rozaron.

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–Deja que yo lo lleve. Poppy clavó la mirada en la suya. Sus iris azules se deslizaron hacia la comida y luego otra vez hacia él, como si no supiera qué decir ni por qué estaban tan cerca. –Gracias –dijo finalmente dando un paso atrás mientras se apartaba el pelo de la cara y se lo colocaba detrás de las orejas. Harrison llevó el plato a la mesa y deseó no sentirse tan cómodo en casa de aquella mujer. Estaba acostumbrado a repetirse a sí mismo que no necesitaba tener una mujer en su vida, que estaba mejor solo. Pero Poppy le recordaba todos los motivos por los que su razonamiento fallaba. Lo que su mujer le había dicho, el daño que le había hecho, nunca se borraría. Pero eso no significaba que tuviera que sentirse culpable por pasar la velada en compañía de la nueva profesora del pueblo. Así que mientras protegiera a sus hijos de volver a sufrir, no tenía nada que temer. –A Katie le encantan los animales –dijo Poppy. Harrison se dio la vuelta. Poppy se acercó al borde de la mesa y agarró su copa de vino, dándole un pequeño sorbo. Él retiró la silla, pero esperó a que Poppy se sentara antes. Los niños entraron y se sentaron en sus sitios rápidamente. –No conozco a nadie a quien le gusten los animales más que a Katie –le dijo a Poppy sonriendo a su hija–. Yo bromeo con ella al respecto, pero se le dan muy bien desde que era pequeña. PÁGINA 55 DE 211


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Poppy agarró el plato de Alex y empezó a servirle la comida. –¿Te gusta ayudar a tu padre en el rancho, Katie? La niña asintió. –Sí, pero no me gusta cuando nacen los terneros y algunos bebés no tienen madre, igual que yo, aunque ellos tampoco tienen padre. Harrison se puso tenso. Aunque lo intentó, no pudo evitar sentir un destello de rabia al escuchar a su hijita pronunciar aquellas palabras. –Esa es una de las razones por las que tenemos algunos terneros de mascotas –dijo apartando de sí la ira y aspirando con fuerza el aire–. Porque Katie cuida muy bien de ellos. –Entonces, ¿les das de comer? –le preguntó Poppy a la niña. Si Poppy notó su amargura, lo disimuló muy bien. Cuando creía haber superado la ira contra la madre de sus hijos por haberlos abandonado, iba Katie y decía algo así. –Papá me deja darles el biberón y les ponemos nombres – dijo la niña sonriendo cuando Poppy le pasó un plato lleno de pasta. –Por eso tenemos un prado entero lleno de terneritos – explicó Harrison sonriéndole a su hija–. Como les digo a los niños, en cuanto les pones nombre es duro decirles adiós. –Porque les convierten en filetes –afirmó la pequeña. PÁGINA 56 DE 211


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Poppy miró a Harrison a los ojos. Estaba seguro de que ella no esperaba aquella respuesta. –Así es –Harrison enrolló la pasta en el tenedor y la probó–. Y esto está tan bueno como olía –dijo tras una pausa para saborearla. Poppy tenía todavía la vista clavada en él. –¿Por eso me dijiste que no le pusiera nombre al gato? –Exactamente. Ella sonrió y alzó la copa. –Quería hacer un brindis antes de empezar. Harrison se llevó la servilleta a los labios y la imitó. –Claro. –Por haber sobrevivido a mi primer día de clase y por los nuevos amigos. Él asintió. –Yo quiero brindar por haber ganado la batalla con ese toro hoy –le guiñó un ojo y al instante lo lamentó. ¿Por qué diablos lo había hecho? Porque le había salido natural y no había pensado en ello a pesar de que no recordaba cuándo fue la última vez que coqueteó con alguien. Poppy estaba mirando ahora su plato, centrada en la comida, y Harrison se sintió como un estúpido por haberla PÁGINA 57 DE 211


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avergonzado. Sobre todo después de que ella se mostrara tan amable invitándolos a cenar. –Bueno, ¿y qué te parece Bellaroo hasta el momento? –le preguntó buscando un tema neutral–. ¿Es como pensabas que sería? Poppy se rio y se tapó la boca con la mano. Harrison siguió comiendo y esperó a que contestara. Katie y Alex estaban discutiendo sobre el nombre que le pondrían al próximo ternero huérfano. –Supongo que no imaginaba lo tranquilo que sería esto – aseguró Poppy con sinceridad. –No viniste a visitar el pueblo antes de aceptar el trabajo, ¿verdad? –preguntó él. Ya sabía la respuesta, pero quería oírsela decir a ella. –Confié en mi instinto, que me decía que este era el lugar adecuado para mí –aseguró–. Y me dijeron que no había más aspirantes, así que no tuve que pasar ninguna prueba para conseguir el papel. A juzgar por el brillo de sus ojos, Harrison supo que estaba algo alterada, que hablar de su traslado a Bellaroo había tocado una fibra sensible aunque Poppy tratara de bromear al respecto. –En aquel momento me pareció una señal, porque necesitaba huir de… –no llegó a terminar la frase, como si estuviera decidiendo si contarle la verdad o no. PÁGINA 58 DE 211


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–No era mi intención cotillear –aseguró él, que sabía lo que era querer conservar un secreto, querer enterrar los recuerdos. –No lo estás haciendo –contestó Poppy llevándose los nudillos a los ojos para apartar el amago de lágrimas–. Son preguntas que me van a hacer y quiero contestarlas con sinceridad. ¿Sería una delincuente? ¿Le habría sucedido algo en el pasado que tendrían que haber sabido antes de ofrecerle el trabajo en la escuela? Harrison volvió a agarrar el tenedor y siguió comiendo para hacer algo, no porque tuviera hambre. Escuchar a Poppy le había quitado el apetito. –El año pasado fue un poco duro para mí –admitió ella jugueteando con la servilleta, pero mirándole con valentía mientras hablaba–. Yo… bueno, mi marido nos metió en muchos problemas y perdí todo lo que tanto me había costado conseguir. ¿Estaba casada? –¿Estás casada? –¿por qué diablos no lo había mencionado antes y por qué a él le importaba tanto? Poppy torció el gesto. –Desafortunadamente, sí. Vaya. Aquello no se lo esperaba.

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–Entonces, ¿tu marido no se reunirá aquí contigo? Poppy se rio, pero no con alegría. –Digamos que una de las razones por las que vine aquí fue para huir de él –sacudió la cabeza y miró a los niños–. Algún día te lo contaré bien. Tal vez tuvieran más cosas en común de las que pensaba, se dijo Harrison. –Podemos intercambiar historias horribles de matrimonios y divorcios –bromeó. A menos que ella hubiera dejado abandonado a su hombre, como hizo su mujer con él. –Créeme, la mía está entre las mejores. Harrison sonrió aliviado. –Sí, la mía también.

Poppy se quedó en la puerta de entrada y despidió a Harrison con la mano mientras salía con el coche. Había sido una velada agradable, y estaba contenta de haberles dicho que se quedaran, pero seguía pensando en la conversación de la cena. Se había repetido una y otra vez que hablar de su marido no servía para nada, que era mejor fingir que no existía. Pero una cosa era pensarlo y, otra, hacerlo. PÁGINA 60 DE 211


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Después de todo el daño que le había hecho Chris, las mentiras, el dolor… Poppy se estremeció y cerró la puerta tras ella, apoyándose en el quicio antes de deslizarse al suelo. El hombre con el que había prometido pasar el resto de su vida, la persona en la que más confiaba en el mundo, le había hecho tanto daño que todavía le costaba trabajo respirar. Las lágrimas le resbalaron lentamente por las mejillas. Poppy cerró los ojos y trató de apartar de sí los recuerdos, pero no funcionó. El escalofrío que se apoderaba de su cuerpo cada vez que pensaba en él se abrió camino, como siempre sucedía. Y estaba sola. Tras pensar que había encontrado a su alma gemela, tras confiar en él como nunca antes en nadie, estaba sola. Y arruinada. Había perdido el apartamento, a su marido y todo por lo que tan duramente había trabajado. Pero no iba a permitir que aquello definiera quién era, porque lo único que Chris no le había robado era el futuro. Y la persona que era bajo todo lo que había perdido. –Tengo salud. Soy profesora. Mi trabajo es importante – susurró Poppy con los ojos todavía cerrados mientras repetía las palabras que siempre la ayudaban a salir del dolor. Un maullido hizo que se le detuvieran las lágrimas. El gato PÁGINA 61 DE 211


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estaba sentado cerca de sus pies, mirándola como si tratara de averiguar qué diablos hacía en el suelo del pasillo. –Y soy madre –susurró poniéndose de pie e inclinándose para agarrar al gato. Aunque no fuera el bebé que tanto deseaba tener–. Un gato es mejor que nada –le dijo a su peludo amigo. Y a él podía contarle todo sin temor a las consecuencias.

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Capítulo Cinco Harrison maldijo cuando su perra salió corriendo y no obedeció su orden. Iba a gritarle, pero se contuvo. Su perra no tenía por qué pagar su mal humor. Vio en su expresión que estaba confundida. –Ven aquí –le ordenó renunciando a los silbidos. La perra le miró antes de obedecer esa vez. Harrison se acercó despacio, esperó a que la perra hiciera pasar las últimas cabezas de ganado y luego cerró la cerca. –Buena chica –dijo dándole una palmadita en la cabeza cuando se le acercó–. Lo has hecho muy bien. Harrison se sentó en la hierba y estiró las piernas. La perra se tumbó a su lado. Solo dejaba trabajar a Suzy sola con un rebaño pequeño. Y la perra solo cometía errores cuando los cometía él. Harrison sabía por qué estaba de aquel mal humor hoy, porque no podía sacarse de la cabeza a cierta profesora y porque su hija se iba a poner furiosa con él cuando volviera a casa. Nunca volvería a dejar que le ayudara con el ganado joven. Lo que había empezado como una actividad agradable que podían hacer juntos, algo que podría ayudar a Katie a lidiar con PÁGINA 63 DE 211


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la confusión de no tener a su madre, se había convertido en un medio para que la niña se dedicara a salvar un montón de terneros. Menudo vaquero estaba hecho. Cuando Katie se echó a llorar, le prometió que los huérfanos no serían enviados al matadero, aunque sabía que no podía quedárselos para siempre. Había solventado la mayor parte del problema al separar al ternero de las hembras antes de que hubiera problemas. Y por suerte para Katie, era lo suficientemente bueno como para convertirse en semental. Aunque un toro medio domesticado podría llegar a ser más fiero que uno salvaje a la hora de aparearse. Aparearse. ¿Por qué diablos había pensado en aquella palabra cuando estaba tratando de no preguntarse por qué Poppy vivía en medio de la nada sin su marido? ¿Le había dejado? ¿Había hecho él algo que la llevara a salir huyendo? Que le asparan si se quedaba al margen y permitía que ella pasara miedo ante el temor de que un granuja le siguiera la pista. Dejó escapar un gran suspiro y puso la palma de la mano en la cabeza de la perra, acariciándola con los dedos. Era su mejor manera de aliviar el estrés, porque confiaba en ella y porque era la única hembra de la que había recibido afecto desde que su mujer se marchó. PÁGINA 64 DE 211


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–Vamos, chica, es hora de comer –luego tenía que ir a recoger a los niños a la escuela, y debía entrar y salir lo más rápidamente posible. Poppy era una gran profesora, sus hijos la apreciaban, y qué diablos, él también. Pero estar cerca de ella no le hacía bien, le llevaba a pensar en cosas que había jurado no volver a pensar, y lo que necesitaba era distanciarse antes de cometer alguna estupidez, como invitarla a cenar. Tal vez necesitara ir a dar una vuelta en su helicóptero, ir a ver cómo estaban los campos más lejanos. Cualquier cosa con tal de volver a poner la cabeza en su sitio.

Poppy estaba sentada ante su escritorio, fingiendo no darse cuenta de que unas niñas estaban cuchicheando y pasándose notas. No quería arruinarles la diversión, al menos todavía, porque ya habían terminado la tarea que les había asignado. Y además, tampoco estaba preparada para dejar sus ensoñaciones por muy peligrosas que pudieran ser. Harrison Black. ¿Por qué no podía olvidar el contacto de sus dedos cuando se rozaron agarrando el plato? ¿O su mirada cuando hablaba de su hija, o la frialdad con la que afirmó que no había ninguna señora Black? PÁGINA 65 DE 211


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Menos de dos meses atrás, Poppy estaba pensado en su boda, preguntándose si vestir de blanco o de marfil, mirando revistas de novias. Ahora estaba virtualmente arruinada, tenía el corazón roto en mil pedazos y sin embargo tenía que esforzarse por no pensar en un vaquero guapísimo al que solo había visto en tres ocasiones. Sonrió para sus adentros. Y el primer encuentro no había ido precisamente bien. –¿De qué se ríe? Alzó la vista y vio que las niñas la estaban mirando. Ya no escribían notitas, tenían la vista clavada en ella. –No me estoy riendo. Solo sonrío al pensar en lo agradable que es estar aquí –respondió Poppy sonrojándose ligeramente, sobre todo porque Katie la miraba fijamente. Lo último que necesitaba era que la niña supiera que estaba fantaseando con su padre. –¿Esta escuela es diferente a la última en la que estuvo? – preguntó Marie, una niña mayor. –Sí, muy diferente –contestó Poppy poniéndose de pie para rodear el escritorio y apoyarse en él–. La última escuela en la que di clases se encontraba en medio de la ciudad y teníamos una enorme valla que rodeaba el recinto y un patio de juegos de hormigón. A los niños había que recogerlos dentro, y solo se los podían llevar sus padres o sus cuidadoras. PÁGINA 66 DE 211


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No podía ser más distinto a la relajada actitud de Bellaroo, donde todos los padres se conocían. –¿Es mejor esto? –preguntó otro niño. –No habría venido si no pensara que sería mejor, y ahora puedo deciros que es todavía mejor de lo que imaginé. Todos los niños de la clase la miraban ahora, y Poppy no pudo evitar sonreír. –Dejemos de hablar de mí. Es hora de que compartáis vuestros relatos. Empezaremos de mayor a menor, ¿de acuerdo? Poppy se sentó en la esquina del escritorio y le hizo una señal a Connor, su alumno de más edad, para que se acercara. No había mentido a los niños: aquello era mejor. De hecho, dejando a un lado la vieja casa, era casi perfecto. Sonó un teléfono y miró a su alrededor. No recordaba haber visto ningún teléfono en el aula, y ella no se había molestado en encender el móvil desde que llegó. De hecho, no había vuelto a utilizarlo desde que dejó la ciudad. Allí no había señal, y los rancheros utilizaban móviles con conexión a satélites cuando necesitaban comunicarse. –¿Sabe alguien dónde está ese teléfono? –preguntó. Unos cuantos niños señalaron a su izquierda. –¿En el armario? –no estaba muy convencida, pero efectivamente, había un teléfono de aspecto antiguo en la PÁGINA 67 DE 211


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pared. Poppy descolgó el auricular–. Hola, escuela de Bellaroo Creek –dijo vacilante. –Poppy, soy Harrison. ¿Harrison? –¿Va todo bien? –parecía algo agitado. A Poppy empezó a latirle el corazón a toda prisa. –No. He recibido malas noticias. Tengo que marcharme a Sídney en cuanto les dé a los muchachos instrucciones para el ganado. –¿A Sídney? No lo entiendo –Mi padre ha sufrido un ataque al corazón, Poppy. Tengo que ir al hospital. Estoy intentando buscar a alguien que cuide de los niños, pero ¿cabe alguna posibilidad de que puedas quedarte con ellos un poco más hoy? –Oh, Harrison, cuánto lo siento –las lágrimas le resbalaron por los ojos porque sabía lo que era recibir una llamada de teléfono así, llevar un día normal y de pronto descubrir que tu vida había dado un vuelco. A ella le pasó lo mismo cuando su padre murió, y el único consuelo que tenía era que no estaba allí después para ver cómo lo perdía todo. Harrison guardó silencio al otro lado de la línea, pero podía escucharle respirar con agitación, como si estuviera haciendo algo. Probablemente la maleta. PÁGINA 68 DE 211


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–¿Harrison? –Lo siento, es que… –Yo me ocuparé de ellos –afirmó sin vacilar–. No te preocupes por los niños, ve tranquilo. Si te parece bien que yo me encargue de ellos, lo haré. Harrison volvió a guardar silencio. Se hizo una larga pausa entre ellos antes de que él dijera: –No puedo pedirte algo así, Poppy. Eres su profesora, apenas nos conoces. –Tú no me lo has pedido, yo me he ofrecido. Y os conozco lo suficiente –mantuvo un tono de voz baja, consciente de que sus alumnos estaban escuchando la conversación–. Me has ayudado en dos ocasiones y adoro a tus hijos, así que vete tranquilo y no te preocupes por ellos. –¿Estás segura? –preguntó Harrison con voz grave y profunda. Tal vez estuviera triste, pero Poppy percibía su fuerza sin necesidad de verle. –Nunca te pediría un favor así, y no es esa la razón por la que he llamado. –Tú solo dime cómo ir a tu casa, déjame una llave en algún sitio y haz lo que tienes que hacer. –¿Quieres quedarte en mi casa? –le preguntó Harrison PÁGINA 69 DE 211


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claramente sorprendido. –Así es más fácil, los niños podrán seguir con su rutina habitual y tendrán sus cosas cerca. Casi podía oír como el cerebro de Harrison funcionaba mientras guardaba silencio. –Hay perros, pollos y… Poppy se rio. –Vengo de la ciudad, no de otro planeta –aseguró–. No tengo ningún problema con los animales, y estoy segura de que los niños podrán ayudarme. Tú dime dónde están las cosas. Mientras hablaba, Poppy se preguntó dónde se estaba metiendo, pero ¿qué otra opción tenía? Harrison era un padre soltero y sus hijos no necesitaban pasar por el estrés y la preocupación de estar en casa de otra persona cuando Poppy podía ocuparse de ellos en su propia casa. –Me pasaré por ahí cuando salga del pueblo, les diré adiós a los niños y te daré un mapa para llegar al rancho –dijo Harrison tras una larga pausa–. Lo organizaré todo para que los perros vayan a casa de los trabajadores y para que las tareas queden asignadas. Tengo una familia viviendo ahora mismo en la cabaña, y también hay algunos hombres trabajando a jornada completa, así que no tendrás que preocuparte de nada. Poppy se despidió y se tomó un momento para recuperarse. Consultó el reloj. Solo quedaban cuarenta y cinco minutos para PÁGINA 70 DE 211


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que terminara la jornada escolar, lo que significaba que tenía algo de tiempo para prepararse mentalmente antes de que los niños supieran que su abuelo estaba enfermo y su padre tenía que irse. No sabía cuánto tiempo estaría fuera, cuánto tiempo se suponía que debía quedarse ella en el rancho sin él, pero lo haría. Porque lo cierto era que echaba de menos formar parte de una familia, odiaba vivir sola en una casa cuando estaba acostumbrada a estar rodeada de gente todo el día. Y vivir en el rancho de Harrison sería en cierto modo como unas vacaciones, su primer contacto real con el mundo rural australiano. El hecho de haber aceptado no tenía nada que ver con su obsesión por Harrison. Ni con que desde el día que les preparó la cena solo pensara en lo misterioso que era, en lo distinto que era del hombre con el que había estado los últimos ocho meses de su vida. Y en lo fácilmente que podría renunciar a la promesa que había hecho de mantenerse alejada para siempre de los hombres. Aspiró con fuerza el aire y cerró la puerta del armario. Todos los niños de la clase la miraban fijamente, sin duda preguntándose con quién estaba hablando y qué estaba pasando. Pero no iba a decirles nada a Katie y a Alex hasta que llegara su padre, porque era él quien debía explicarles lo que estaba PÁGINA 71 DE 211


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pasando. –De acuerdo, vamos a leer los relatos en voz alta. ¿Quién empieza? –Poppy tomó asiento en el escritorio y sonrió aunque por dentro estaba aterrada. Porque acaba de ofrecerse a ayudar a Harrison y a sus maravillosos hijos, y estaba empezando a darse cuenta de lo que había hecho. Se iba a quedar en su casa, cuidando de sus hijos, formando parte de su familia. Poppy se llevó la mano al vientre y sintió lo liso que estaba. Si no hubiera sufrido aquel aborto, ahora estaría a punto de dar a luz a su propio hijo, de tener su propia familia. Y no había día en que no pensara en el niño que había perdido. Se decía constantemente que algún día sería madre, pero no estaba segura de encontrar a un hombre al que pudiera considerar un buen padre.

Harrison le dio un beso a su hija en la cabeza y un enorme abrazo a su hijo. –Solo estaré fuera unos días, ¿de acuerdo? Tengo que ir a Sídney, pasar un tiempo en el hospital y luego volveré directo a casa. Se sentía fatal por dejarlos, pero ¿qué opción tenía? Sus PÁGINA 72 DE 211


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padres significaban mucho para él y era hijo único. No podía dejar que su padre se muriera sin decirle cuánto le quería. Nunca antes se lo había dicho, y no podía soportar la idea de perder la oportunidad de decir lo que sentía. –Vamos a divertirnos mucho mientras papá esté fuera –le dijo Poppy a los niños mirándole a él a los ojos y sonriendo de forma tranquilizadora–. Vamos a acostarnos tarde, a comer cosas ricas y a ver mucha televisión. Harrison asintió, confiando en que su sonrisa pareciera sincera. –Volveré antes de que os deis cuenta de que me he ido. Solo estamos a cuatro horas en coche, así que si me necesitáis de verdad puedo volver a casa muy deprisa. Los niños parecían tristes, pero lo entendían. O al menos parecían entenderlo ahora que les había explicado por qué no podían ir con él y qué era exactamente un ataque al corazón. Harrison sabía que estaban asustados, pero los dejaba en buenas manos. No habría encontrado a nadie mejor para cuidar de sus hijos, aunque no conocía a Poppy desde hacía mucho tiempo. –Entonces, ¿estás segura? –preguntó por enésima vez desde que llegó al recinto de la escuela. –Absolutamente. Poppy tenía una sonrisa en la cara, y cuando se acercó a él PÁGINA 73 DE 211


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con los brazos abiertos, Harrison no reculó. No pudo. Porque en aquel momento estaba muy solo, y el dolor al pensar en su padre enganchado a varias máquinas en el hospital era tan intenso que estaba empezando a consumirle. Como si una mano le rodeara el cuello y le dejara sin fuerzas. –Ven aquí –le dijo estrechándole entre sus brazos–. Todo va a salir bien, Harrison. Él murmuró algo contra su cabeza, en su pelo de seda, pero ni siquiera sabía qué quería decir. Lo que sabía era que se sentía de maravilla entre los brazos de alguien tan suave y femenino. –Gracias –susurró con voz ronca y baja mientras contenía las lágrimas que ni siquiera sabía que tenía. –Yo he pasado por eso y sé lo que se siente. Pero tienes que pensar que todo va a salir bien –le dijo apretándole con fuerza antes de echarse un poco hacia atrás. Harrison se miró en sus ojos de agua cálida. A pesar del dolor y la confusión, en lo único que podía pensar cuando miraba a Poppy era en qué se sentiría al besar aquellos labios carnosos. Su sonrisa fue lo que le mantuvo a raya, con las manos en la espalda tras el abrazo. Miró a sus hijos y se dio cuenta de que estaban viendo lo que sucedía. Y si dudaba un segundo más, lo que había sido un abrazo entre amigos se convertiría en algo más. PÁGINA 74 DE 211


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La confusión que expresaba el rostro de Poppy le hizo saber que tal vez, solo tal vez, ella estuviera pensando lo mismo que él. –Mmm –Harrison se aclaró la garganta y se apartó con firmeza. Tenía que alejarse lo más posible de ella–. Será mejor que me ponga en camino. Portaos bien con la señorita Carter, ¿me oís? –Poppy –dijo ella–. Ahora soy algo más que vuestra profesora, así que fuera de clase podéis llamarme Poppy. Tal vez invitarla a quedarse en su casa, a ocuparse de sus hijos, a ser alguien importante en aquel momento de necesidad había sido lo más estúpido que había hecho en su vida. O lo más estúpido o lo más inteligente. No sería capaz de decantarse hasta que averiguara cómo resistirse a ella. Porque nunca podrían ser nada más que amigos. En aquel momento, aquello era lo único que tenía claro. –Os quiero –les dijo a los niños. Estaban siendo muy valientes. Permanecieron cada uno a un lado de Poppy mientras él rodeaba la camioneta para subirse. –Conduce con cuidado y llámanos cuando llegues –le pidió Poppy. –Qué curioso, eso fue lo que les dije a mis padres cuando se fueron. Se suponía que iban a hacer un relajante viaje por Australia, pero solo han llegado hasta Sídney. PÁGINA 75 DE 211


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Poppy no apartó los ojos de él, y Harrison pasó un largo instante sosteniéndole la mirada. Veía la compasión que sentía por él, como si le rodeara aún con sus brazos consolándole aunque ella siguiera en la acera y él estuviera en el camino. Se colocó detrás del volante y saludó por la ventanilla mientras arrancaba el motor. Cuando se marchó, alternó la vista entre la carretera que tenía delante y el espejo retrovisor. Hacía mucho tiempo que no veía a una mujer abrazar a sus hijos, aparte de su propia madre. Que los consolara, que hiciera las cosas que él llevaba haciendo tanto tiempo solo. Había tratado de fingir que sus hijos no necesitaban una madre, que les iba bien sin ella y que con él era suficiente. Entonces, ¿por qué al ver a Poppy con ellos, tan cariñosa y maternal, sentía como si se estuviera perdiendo más de lo que quería admitir? Harrison puso la radio a todo volumen y se centró en la carretera. Tenía un largo camino por delante, y pensar en su ex mujer o en Poppy no iba a hacerlo más fácil.

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Capítulo Seis Poppy miró a su alrededor en la cocina. Se sentía como un pez fuera del agua, no solo porque no conocía el sitio sino porque le resultaba raro husmear en las cosas de otra persona. Harrison le había dicho que se sintiera cómoda en su casa, pero no podía evitar sentirse extraña. Además, había supuesto que habría suficientes provisiones sin siquiera comprobarlo. –¿Qué os apetece cenar? –preguntó con una mano en la puerta de la nevera. Alex no apartó la vista de la televisión, pero Katie se puso de pie de un salto. –Debería haber cosas en la nevera –le dijo–. Papá cocina muy bien. Interesante. Poppy había dado por supuesto que no sabría cocinar solo porque era un hombre. Aquello le enseñaría a no ser sexista. Abrió la nevera y se quedó boquiabierta al ver lo bien surtida que estaba. Había verduras, fruta, cosas embotelladas… todo lo que se le pudiera ocurrir y más. –Así que tu padre solo estaba siendo educado cuando me PÁGINA 77 DE 211


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dijo la otra noche que la cena que preparé estaba buena –se sentía una idiota por haberle dicho qué estaba preparando y cómo, cuando estaba claro que Harrison sabía de cocina–. ¿Qué suele prepararos de cena? Katie se encogió de hombros y agarró la botella de zumo de naranja. –Cocina cosas picantes –aseguró subiéndose a un pequeño taburete que estaba allí sin duda para los niños, y agarró un vaso limpio del armarito–. Dice que su compañero de cuarto en la universidad era tailandés y le enseñó a cocinar, así que prepara comida tailandesa o se inventa algo. Poppy no pudo evitar sonreír. Así que míster sexy y soltero era además un cocinero gourmet. –Entonces, supongo que nada de verdura hervida, ¿no? –Puaj –Katie torció el gesto antes de volver a beber el zumo–. Oye, ¿quieres que te enseñe el huerto? Poppy alzó las cejas. –¿Tu padre tiene un huerto? ¿De dónde sacaba el tiempo para hacer tantas cosas? Katie dejó el vaso, tomó a Poppy de la mano y cruzó con ella la cocina. –En realidad, es de mi abuela. Viene a cuidarlo y nosotros ayudamos a papá a regarlo, pero comemos todas las verduras PÁGINA 78 DE 211


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porque ella tiene otro huerto en su casa –Katie señaló hacia la ventana–. Pero papá dice que el huerto es suyo porque él plantó todos los árboles. Poppy trató de no reírse pero no pudo evitarlo. Tenía la sensación de que se estaban riendo de ella. –Oye, ¿quieres ver mi habitación? Poppy dejó que Katie volviera a tomarla de la mano y tirara de ella. Los niños estaban llevando bien la situación, la trataban como si fuera un juguete nuevo, y mientras se lo pasaran bien no echarían tanto de menos a su padre. –¿Tienes tu propio dormitorio? –Sí –dijo Katie corriendo por delante de ella–. Y esta es la habitación de mi padre. Poppy volvió a experimentar una cierta incomodidad, como si estuviera haciendo algo que no debería, pero trató de no pensar en ello. –Cariño, ¿dónde está la habitación de invitados? La niña se dio la vuelta. –Ah, no tenemos. Bueno, sí tenemos, pero no tiene cama, así que puedes dormir en el cuarto de papá. Oh, cielos. Una cosa era estar en casa de Harrison, pero… ¿dormir en su cama? Se aclaró la garganta. Le ardían las mejillas. PÁGINA 79 DE 211


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–O podría dormir en tu cuarto. Katie se rio y desapareció tras una puerta. Poppy la siguió, pero se le cayó el alma a los pies al entrar en la habitación. –No me dejan dormir todavía en la litera de arriba, pero si quieres tú puedes hacerlo. Poppy suspiró. Así que tenía que escoger entre la cama de Harrison o una litera. –Está bien, cariño. Creo que la cama de tu padre servirá. Katie empezó a hablar otra vez, enseñándole sus juguetes y bailando por la habitación como si Poppy fuera su mejor amiga. Pero en lo único que Poppy podía pensar era en que iba a dormir en las sábanas de Harrison, en las que había utilizado la noche anterior, y que seguramente olerían a él. Sacudió la cabeza y trató de apartarle de su mente. ¿Dormiría desnudo? Si Katie no estuviera mirándola, se habría abofeteado la cara para dejar de pensar en él. –Creo que deberíamos volver con Alex –sugirió Poppy. Necesitaba alejarse lo más posible de los dormitorios. Por no mencionar que todavía tenía que pensar algo para la cena. Y dejar de pensar en el hombre en cuya casa iba a vivir los dos próximos días. –¿Te ha hablado papá de la familia de aborígenes que vive PÁGINA 80 DE 211


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en nuestra cabaña? –le preguntó Katie. Poppy frunció el ceño. –Mencionó que había una familia, pero no que fueran nativos australianos –no conocía su cultura de primera mano, pero le fascinaban sus tradiciones y su modo de vida. –Molan mucho –le dijo Katie–. Tal vez deberías ir a conocerlos. –¿Tienen hijos? –Sí, dos niños de mi edad. Pero no van a la escuela. Definitivamente, Poppy quería conocerlos. Que los padres hubieran decidido no enviar a sus hijos a la escuela no significaba que ella no pudiera ayudarles en lo que necesitaran. Una vez en el salón, vio que Alex no había movido un músculo, y seguía aparcado frente a la televisión. –¿Qué te parece si juegas un rato con Alex mientras yo preparo la cena? –le preguntó a Katie. Necesitaba un momento a solas para ordenar sus pensamientos. La pequeña entró corriendo en el salón dejando a Poppy sola. Menuda sobrecarga de información. Necesitaba unos minutos de tranquilidad para procesarlo todo.

Poppy se estaba empezando a darse cuenta de lo duro que PÁGINA 81 DE 211


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era ser madre. Tenía a los dos niños en la cama con ella, acurrucados, y estaba tan cansada que solo quería cerrar los ojos. Pero Alex todavía hipaba tras la llantina que había derramado sobre Poppy y sobre la almohada. Y ella preocupándose por dormir en la cama de Harrison. Apenas había tenido tiempo de empezar a saborear su aroma almizclado en las sábanas cuando apareció Katie gimoteando y necesitada de un abrazo. Luego escuchó a Alex gritar como si estuviera teniendo una pesadilla y corrió a su lado lo más rápidamente que pudo. El pobre niño echaba mucho de menos a su padre y estaba preocupadísimo por su abuelo. –¿Se va a morir? –susurró–. ¿Desaparecerá como mamá y no volverá nunca? Poppy le abrazó más fuerte, acunándolo para hacerle saber lo mucho que le importaba. Aunque estuviera agotada, podía quedarse toda la noche sentada consolándole si Alex lo necesitaba. Pero no se sentía cómoda hablándole de la muerte, ni tampoco de su madre, porque no conocía toda la historia. –Cariño, no quiero que pienses que nadie te va a dejar – aseguró con el tono más tranquilizador que pudo–. ¿Por qué no me cuentas mejor qué te gustaría hacer con tu abuelo cuando vuelva? Alex sollozó y le pasó una mano por el cuello, como si quisiera asegurarse de que no se iba a ir a ninguna parte.

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–Quiero hacer algo para él. Algo bonito. –¿Cómo un póster? –preguntó Poppy en voz baja para no despertar a Katie. –Sí. Algo bonito que pueda colgarse en la puerta. Y también una tarjeta. Poppy notó el cambio en la voz del niño, y supo que distraerle era seguramente lo mejor que podía hacer. Pero, ¿debía alimentar su esperanza de volver a ver a su abuelo? Harrison sonaba optimista cuando llamó por teléfono, pero ella sabía lo fácil que era estar esperanzado y luego venirse abajo cuando ocurría algo inesperado. –¿Poppy? Escuchar a Alex llamarla por su nombre la hizo sonreír. Al principio de la noche todavía la llamaba señorita Carter. Le abrazó con más fuerza para que supiera que le había oído. –Hueles bien. Ella le besó en la cabeza. –Y Poppy… –¿Sí? –Me gusta que me abraces. Supongo que así deben abrazar las madres. Ahora fue ella la que estuvo a punto de echarse a llorar. Aquello le había tocado la fibra sensible. PÁGINA 83 DE 211


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–Creo que ahora deberíamos intentar dormir –susurró mirando el reloj. Ya era medianoche–. ¿Por qué no cerramos los ojos? Alex asintió con la cabeza y apretó su cuerpecito contra el suyo. Con Katie pegada al otro lado, Poppy nunca había sentido tanto calor al tratar de dormir, pero tampoco se había sentido nunca tan querida. Se sentía importante. Los niños no fingían, no tenían motivos ocultos. Katie y Alex se habían sentido lo suficientemente cómodos como para meterse con ella en la cama, confiaban en que les iba a ayudar. Y por eso tenía tantas ganas de ser madre. Por eso sentía todavía el dolor de la pérdida del bebé que esperaba con tanta ilusión. Cuando llegó a la marca de las dieciséis semanas, pensó que todo estaba bien, que nada podría salir mal. Estaba deseando conocer el sexo del bebé, ir contando las semanas hasta saber si debía comprar ropa rosa o azul. Perder al bebé no entraba en sus planes. El médico le dijo que todo se debía al estrés, que su cuerpo le estaba diciendo que no podía alimentar a un bebé sano y enfrentarse a la vez con un divorcio y con la ruina económica. Tal vez fuera una bendición encubierta, aunque Poppy no pudiera verlo ahora, y menos después de todo lo que había pasado. Volvió a cerrar los ojos y se centró en la mano regordeta que PÁGINA 84 DE 211


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tenía en la mejilla, en la cálida respiración que sentía en el cuello. Aunque no fuera a ser madre a corto plazo, sí podía mejorar la vida de los niños que tenía cerca. Parpadeó para contener las lágrimas. Se negaba a dejarse arrastrar por la emotividad. Pero con aquellos dos niños en la cama, estaba empezando a darse cuenta de que no se trataba de tener un hijo biológico. Sería encantada la madre de Katie y Alex por la única razón de que podría quererles y ellos podían quererla a ella. Pero los niños ya tenían un padre, y Poppy no tenía ni idea de cuál era la situación con su madre. Y no tenía derecho a saberla. Ella era su profesora y una amiga de su padre. Fantasear con lo bonito que sería ser algo más para ellos no iba a hacerle ningún favor. Lo que necesitaba era dormir. Y olvidarse de la idea de ser madre, al menos durante un tiempo. Porque no podría serlo sin contar con un hombre en su vida, y no estaba preparada para ello. En aquel momento, se suponía que estaba en contra de toda la población masculina del mundo. Por muy bien que le cayera un tal Harrison Black. Porque también Chris le había caído bien. Le parecía un hombre al que podía confiarle su corazón. Y no había más que ver cómo había terminado. –Tengo salud. Soy profesora. Mi trabajo es importante – PÁGINA 85 DE 211


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susurró. Cerró los ojos y trató de centrarse en dormir, contando cada respiración. Si quería mantener el control, estar al mando de su propio destino, entonces tenía que ir enfrentándose a las situaciones según llegaran.

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Capítulo Siete Poppy estaba agotada. Tras apenas haber dormido durante dos noches por los niños y después pasarse todo el día dando clases, estaba a punto de caer rendida. Pero tenía dos niños hambrientos en la parte de atrás del coche que le estaban contando todas las cosas que querían enseñarle cuando volvieran al rancho. Cruzó el río casi seco en dirección a la casa. Era preciosa, grande y baja, con una parra que crecía en la fachada. Un hogar. Tenía aspecto de hogar, no de casa. –¡Es papá! A Poppy empezó a latirle el corazón más deprisa. Sin duda Harrison habría llamado para decir que iba a llegar pronto, ¿no? –¿Dónde? –Esa es su camioneta –le dijo Katie inclinándose hacia delante–. Está ahí. Señaló con el dedo y Poppy siguió la dirección de su gesto. Era Harrison. O, al menos, era su camioneta, lo que significaba que tendría que estar por ahí cerca. Oh, Dios. Había dejado la ropa y el maquillaje en su cuarto, lo que significaba que… Tragó saliva. No tenía sentido PÁGINA 87 DE 211


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preocuparse, los dos eran adultos. Si veía su ropa interior, no era lo peor del mundo. Aunque en aquel momento se lo pareciera. –¿Dónde creéis que puede estar? –preguntó tratando de contener la alarma en el tono de voz. Pero los niños ya no la escuchaban, estaban más interesados en pegar la nariz al cristal y buscarle. En cuanto Poppy detuvo el coche salieron disparados a toda prisa hacia la puerta de entrada. Poppy se tomó un instante para calmarse, para aspirar con fuerza el aire y prepararse antes de entrar. Porque tras las noches que había pasado con los niños y lo que sentía por ellos ahora, podía pensar en cosas con su padre que estaban prohibidas, cosas que no debía ni considerar aunque quisiera hacerlo. Harrison era sexy, estaba soltero… y no era para ella. O al menos eso era lo que estaba intentando fingir. Salió del coche, agarró el pastel de carne que había comprado en la pastelería y se dirigió con todo el valor que pudo hacia la puerta de la casa. Escuchó voces antes de entrar. Principalmente, el tono profundo y tranquilizador de Harrison. Sonrió, porque le dio la sensación de que estaba tratando de explicarles a los niños que su abuelo estaba bien y por qué había vuelto a casa antes de lo esperado. PÁGINA 88 DE 211


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–Hola –dijo entrando en la cocina. No quería quedarse en el umbral escuchándole sin que él supiera que estaba allí–. Espero que hayas vuelto antes porque hay buenas noticias… Harrison le dedicó lo que parecía una sonrisa aliviada. –Resulta que no sabía que tenía el colesterol peligrosamente alto y, si lo sabía, desde luego no se lo dijo a mi madre. El ataque al corazón fue provocado por el bloqueo en las arterias. –Pero, ¿se va a poner bien? –quiso saber ella. –Va a necesitar un periodo largo de reposo y recuperación, pero sí, se va a poner bien –Harrison sonrió a los niños–. Me dijo que volviera a casa con estos granujas, así que le hice caso. Los niños parecían tan aliviados como él. Quedaba más que claro que Harrison adoraba a su padre, así que el alivio debía de ser inmenso. –¿Va a tener que quedarse allí mucho tiempo? –Eso era lo que estaba a punto de decirles a los niños –dijo Harrison mirándolos otra vez–. Voy a volver a la ciudad, y esta vez me los llevaré conmigo. Cuando mi padre esté listo, lo traeré de nuevo a casa. Mi madre está un poco nerviosa y también tenemos que hablar con el médico de Parkes de camino. Poppy mantuvo la sonrisa en la boca e hizo un gran esfuerzo por no reaccionar. Era maravilloso que Harrison se llevara a los niños con él. No tenía derecho a estar triste por ello. PÁGINA 89 DE 211


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–Les estaba contando que al abuelo han tenido que ponerle unos tubos en el corazón… –Y es asqueroso –anunció Katie interrumpiendo a su padre y torciendo el gesto. –Tal vez sea asqueroso, pero ha salvado la vida de tu abuelo –dijo Harrison levantándola en brazos para sentarla en la encimera de la cocina al lado de su hermano. –¿Le metieron el tubo por el brazo? –preguntó Poppy. Harrison asintió, pero luego alzó las cejas como si acabara de darse cuenta de que sabía demasiado de complicaciones cardíacas. –¿Cómo lo sabes? Poppy se encogió de hombros, puso el pastel de carne en la encimera y llenó una jarra con agua por hacer algo. Tras el día tan largo que había tenido, lo que le apetecía era un café. Un café fuerte. –Mi padre sufrió un ataque al corazón, pero no lo superó. Tuvieron que hacerle un triple bypass y hubo complicaciones. Harrison esbozó una sonrisa tirante. –Lo siento. Sé que nosotros tenemos suerte de que mi padre lo haya superado. Ella sacudió la cabeza. –No te sientas mal por decirme que tu padre lo ha PÁGINA 90 DE 211


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conseguido, Harrison. Él puso las manos con fuerza sobre la encimera. Los niños se habían callado, escuchando lo que decían. Poppy tuvo la sensación de que Harrison estaba tratando de distraerles, de animarles. –¿Café para todos? –preguntó Harrison. –¡Papá, nosotros no bebemos café! –protestó Katie cuando él la agarró de la cintura y la dejó en el suelo. Hizo lo mismo con Alex, pero a él le sostuvo un rato más, dándole un fuerte abrazo. –De acuerdo. Entonces, café para Poppy y para mí y té para vosotros dos. Katie y Alex estaban ahora saltando y riéndose. –Bueno, ¿y qué os parece entonces un zumo de naranja? Poppy observó cómo les servía un vaso a cada uno antes de abrir una caja de galletas y dejarles coger algunas. –¿Por qué no os lleváis la merienda fuera y jugáis un rato? Nosotros salimos enseguida. Poppy se quedó en silencio mientras veía a los niños salir. Eran unos niños adorables y felices. Cuidar de ellos había sido agotador, pero en absoluto duro. –Sabes que tienes unos hijos increíbles, ¿verdad? Él se rio entre dientes. PÁGINA 91 DE 211


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–Sí, lo sé. Aunque es fácil pensar que todos los niños son así y olvidar lo buenos que son los míos. Ahora le tocó a Poppy el turno de reírse. –¿Me estás tomando el pelo? Yo no creo que todos los niños sean así, y tengo mucha experiencia en ese ámbito. Harrison la estaba mirando fijamente. Su lenguaje corporal era muy distinto al que había utilizado antes. Cuando estaban sus hijos se mostraba abierto y relajado, pero ahora que se habían ido, algo había cambiado. –No sé cómo agradecerte que hayas cuidado de ellos –dijo sirviendo el café y pasándole a ella una taza–. Para mí era muy importante estar en el hospital, y me alegro de que no hayan tenido que ver a su abuelo conectado a varias máquinas. Poppy sabía exactamente a qué se refería. –La primera noche estaban muy angustiados, preocupados por él y con ganas de estar contigo, pero lo superaron. Y son unos chicos magníficos, te lo prometo. Harrison le dio un sorbo a su café, pero seguía mirándola fijamente. –Hoy cuando venía conduciendo de vuelta a casa caí en la cuenta de que no te dije dónde estaban las cosas, ni en qué cama podías dormir –dijo. Poppy se sonrojó.

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–Yo… bueno, espero que no te importe, pero he dormido en la tuya –ya estaba, ya lo había dicho. Además, seguramente Harrison ya se habría dado cuenta. –Bien. No quería que durmieras en la litera, aunque siento no haber tenido tiempo de cambiarte las sábanas. Poppy tragó saliva. Y volvió a tragarla. Se alegraba de que no hubiera cambiado las sábanas. El aroma de su loción para después del afeitado estaba por todas partes, y no iba a fingir que no le gustaba. –No pasa nada, de verdad. Me alegro de haber podido ser de ayuda –aseguró tratando de sonar despreocupada cuando en realidad le latía el corazón a toda prisa. –Bueno, he dejado mis cosas en el pasillo de todas maneras, por si tenías algo íntimo en el dormitorio. A Poppy se le paró entonces el corazón. La vergüenza se le pasó más rápidamente de lo que había aparecido. ¿Cómo diablos se las había arreglado para conocer a un hombre tan bueno? Sin embargo, decidió cambiar de tema. –Entonces, ¿cuándo os vais? Espero que no te pongas a conducir cansado –lo último que necesitaba era preocuparse por él. –Mañana –respondió Harrison–. Nos iremos mañana para que los niños pillen al menos unos días sin clase. Poppy se encogió de hombros. PÁGINA 93 DE 211


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–No pasa nada. Pásate por la escuela si quieres llevarte algo para que lean –agarró con más fuerza la taza y miró hacia fuera. Sentía muchas cosas cuando estaba cerca de Harrison, pero nunca se sentía incómoda, que era precisamente como se encontraba en aquel momento. En aquel momento no sabía qué decirle, cómo mirarle. Porque había dormido en su cama, había cocinado en su cocina, había cuidado de sus hijos… y ahora estaba pensando en él. En cómo sería besarle, acariciarle, dejar que entre ellos las cosas llegaran más lejos. ¡Basta! Poppy se aclaró la garganta y se quedó allí de pie, viendo cómo jugaban los niños fuera. Estaba reconstruyendo su vida allí, sola, para demostrar que era capaz de empezar de nuevo. Los hombres no estaban en su visión a corto plazo. Ni aventuras de una noche ni relaciones, y desde luego, nada de Harrison Black. –¿Poppy? Estaba detrás de ella, podía sentirlo. Sabía que estaba demasiado cerca, más cerca de lo que debería estar teniendo en cuenta que eran solo amigos. –A veces creo que podría pasarme horas mirándolos – murmuró Harrison en voz baja–. Son lo mejor para equilibrarme cuando siento que todo lo demás es una basura. Poppy seguía mirando por la ventana, pero no supo qué PÁGINA 94 DE 211


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decir, cómo responder. Harrison tenía razón. El modo en que los niños podían hacerte sentir, el modo en que la hacían sentir a ella, era una de las razones por las que amaba su trabajo. Por las que amaba a los niños. Tenía el cuerpo rígido como el metal. La mano de Harrison se posó sobre su hombro suavemente, y la sintió tan cálida como si no hubiera tela entre ellos. Siguió mirando por la ventana aunque ya no podía ver nada, estaba ciega a todo excepto a su contacto. Poppy deseó no sentirse así, deseó tener más fuerza de voluntad respecto a los hombres, pero Harrison era la clase de hombre que desde siempre le habría gustado conocer. Un hombre que podría hacerla confiar otra vez, amar otra vez. Y por mucho que la mente le dijera que no pensara de aquel modo, el corazón estaba empezando a contarle una historia completamente diferente. –Gracias, Poppy –el contacto se transformó entonces en un ligero apretón. Ella cerró los ojos y trató de relajarse y de reunir el valor suficiente para girarse hacia él. Porque Harrison no se había movido, lo que la hacía pensar que estaba esperándola. –Los niños sufrieron mucho cuando su madre se fue, así que gracias por estar aquí cuando necesitaban a alguien. Poppy se giró lentamente sobre los talones, y al moverse PÁGINA 95 DE 211


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sintió que la mano de Harrison se deslizaba y le rozaba la cadera. Pero el resto de su cuerpo permanecía inmóvil como una estatua de piedra. Tenía la mirada fija y en sus ojos había una seriedad que la cautivaba y la aterrorizaba a partes iguales. –Debería irme –murmuró en voz tan baja que no supo si había llegado siquiera a hablar. Harrison no dijo nada, pero no se movió. Ahora era Poppy la que parecía una estatua de piedra cuando él alzó una mano y le acarició la barbilla. Entonces avanzó hacia él, invadiendo su espacio vital como si le hubiera pedido que lo hiciera. Poppy ignoró la voz de advertencia que escuchó en su cabeza y se negó a apartarse de algo ten magnético, algo que sabía instintivamente que le iba a gustar. La boca de Harrison se acercó a la suya con los labios entreabiertos. Ya no la miraba a los ojos, sino a la boca. Sentía sus dedos calientes contra la piel, provocándole escalofríos por todo el cuerpo. Harrison la besó con tanta ternura que tuvo que contener un gemido. Ella se quedó muy quieta, pegada al sitio, temiendo que si se movía un poco dejara de hacer lo que estaba haciendo y… Pero Harrison no se detuvo. Al contrario, alzó la otra mano y le puso los dedos en la nuca mientras la seducía todavía más con la boca. La lengua de Harrison, dulce y suave, se enredó con la PÁGINA 96 DE 211


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suya, y Poppy siguió sin moverse, perdida como estaba en la sensación de sus labios, en el beso más tierno que le habían dado nunca. Y entonces Harrison se retiró. Lo hizo tan lentamente que ella se inclinó hacia delante, ansiosa por volver a sentir su boca en la suya, por perderse otra vez en aquel momento. Pero él le puso las manos en los brazos, reteniéndola, como si fuera ella la que hubiera empezado. –No sé de dónde ha salido esto –dijo en un susurro. Ella tampoco. Lo que sí sabía era que le había gustado, aunque una voz le hubiera gritado con fuerza que no besara a Harrison. –¡Papá! La entusiasta voz de Katie hizo que Poppy diera un paso atrás; no quería que ninguno de sus hijos los pillaran besándose. Ya era bastante malo que hubiera dejado que sucediera. Harrison se aclaró la garganta. –Estoy aquí, cariño. Todavía seguían mirándose el uno al otro sin decirse nada. Poppy se debatía entre decir un millón de cosas o no decir nada en absoluto. –Creo que ha llegado el momento de que me vaya – murmuró. PÁGINA 97 DE 211


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Harrison esbozó una media sonrisa. –¿Seguro que no quieres quedarte a cenar? No iba a pasarse toda la velada con Harrison cuando lo que necesitaba era distanciarse de él. Trazar unos límites y respetarlos. Pensar en lo que acababa de ocurrir. –Harrison… –comenzó a decir sin saber cómo expresar lo que sentía. Sin saber realmente lo que sentía. –Papá, hemos visto un ratoncito –Katie entró de golpe en la cocina seguida de Alex. Harrison siguió mirando fijamente a Poppy un largo instante antes de centrarse en sus hijos. –¿Qué os parece si me enseñáis dónde estaba? –sugirió–. Así Poppy podrá recoger sus cosas. Una parte de ella agradecía que le dejara cierta intimidad, pero otra parte quería que le preguntara una vez más si deseaba quedarse.

–¿Seguro que no quieres quedarte a cenar? Poppy negó con la cabeza, pero Harrison tuvo la impresión de que se lo estaba pensando por el modo en que miró a los niños. –Tengo que irme, de verdad –le dijo colgándose al hombro PÁGINA 98 DE 211


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la bolsa de viaje–. No quiero conducir de noche, y Lucky me estará echando de menos. –Entonces deja que te acompañe –le pidió él. Quería hablar un momento a solas con ella antes de que se fuera, porque si no sacaban el tema del beso, las cosas entre ellos serían cada vez más incómodas. Harrison no sabía por qué había cruzado el límite si no tenía ningún interés en llegar a nada con ninguna mujer. Pero lo había hecho, y ahora tenía que enfrentarse a las consecuencias. –No hace falta, de verdad –Poppy le dedicó una sonrisa tirante–. Disfrutad del viaje a Sídney, chicos. Los niños se despidieron de ella y Harrison la siguió hasta la puerta de entrada, pasando delante de ella para abrirla. Poppy se quedó muy quieta, como si le diera miedo tocarle aunque fuera sin querer. Harrison se echó a un lado y ella se dirigió hacia el coche. –Poppy, respecto a lo de antes… –empezó a decir él. –No tienes que decir nada, Harrison –replicó ella sin dejarle terminar. Harrison se metió las manos en los bolsillos y observó cómo dejaba la bolsa en el asiento de atrás y hacía todo lo posible para evitar el contacto visual con él. –Ha sido un pronto, no hay nada de qué hablar –afirmó Poppy. PÁGINA 99 DE 211


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Si no había nada de qué hablar, ¿por qué estaba intentando huir tan deprisa? –Lo siento, Poppy –Harrison necesitaba disculparse, no quería arruinar por completo su amistad–. Estoy seguro de que eres tan reacia como yo a… tener una relación –hizo una pausa. No quería hundirse más de lo que ya estaba. Nada estaba saliendo como él pensaba–. Lo que quiero decir es que eres una mujer preciosa y maravillosa, pero no era mi intención que te llevaras una idea equivocada. Poppy parecía más avergonzada ahora que antes de que tratara de explicarse. Maldición. Estaba liando todavía más la situación. –Lo que intento decirte es que antes me he dejado llevar, pero nuestra amistad significa mucho para mí. Te estoy muy agradecido por lo que has hecho, por cuidar de mis hijos. No quiero estropearlo todo. Poppy parecía un animal asustado, dispuesto a salir corriendo. Le miraba como si acabara de decirle que iba a comerse a su gato. –No tienes por qué disculparte, Harrison –dijo finalmente rompiendo el silencio–. Ha pasado y ya, pero estoy completamente de acuerdo. Somos amigos, y lo último que quiero es que… bueno, es que suceda algo entre nosotros. Harrison se quedó de pie en la hierba y la vio subirse al PÁGINA 100 DE 211


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coche. –Gracias otra vez por tu ayuda. Ella asintió. –No hay de qué. Os veré cuando volváis. Harrison hundió más las manos en los bolsillos y la vio marcharse. La dulce, bella y cariñosa Poppy, a quien él había conseguido avergonzar después de lo mucho que le había ayudado. Y luego no había dicho más que tonterías al tratar de explicarle lo que había sucedido. Pero el problema no era lo que él había hecho, sino cómo había respondido Poppy. Cómo habían respondido los dos. Solo había querido tocarla y darle un beso corto, pero en cuanto sus labios se encontraron perdió el control, y si su hija no le hubiera llamado a gritos, rompiendo así el hechizo, no estaba seguro de cuándo se habría apartado. Poppy hacía que pensara cosas que no eran siquiera una posibilidad para él ni para sus hijos si quería protegerlos, y eso le asustaba. Vio cómo el coche desaparecía de su vista y volvió a entrar. Tenía que calentar el pastel de carne que Poppy había dejado ya cortado para la cena y luego hacer las maletas antes de que todos se acostaran. Dormirse pronto era exactamente lo que necesitaba antes de volver a Sídney. Quería levantarse temprano para que los niños pudieran meterse en el coche en PÁGINA 101 DE 211


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pijama y seguir durmiendo. Así podrían llegar a la ciudad a la hora de comer. También tenía que hacer unas llamadas para organizar a sus trabajadores, porque iba a estar fuera una semana. ¿No ver a Poppy en una semana? Apartó de sí aquel pensamiento y metió el pastel en el horno. Dos semanas atrás ni siquiera sabía su nombre, y ahora actuaba como si la conociera de toda la vida. Tal vez un tiempo separados era justo lo que necesitaba para volver a recuperar la perspectiva. Recolocar los límites. Reafirmarlos. Antes de que se olvidara de las razones por las que no podía volver a permitir nunca más que ninguna mujer se le acercara demasiado.

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Capítulo Ocho Poppy miró hacia el jardín y no supo por dónde empezar. Nunca había tenido siquiera un trozo de césped del que ocuparse, o al menos no desde que era una niña pequeña, y en aquel entonces lo único que tenía que hacer era fingir que lo segaba. De hecho, ahora que pensaba en ello, recordó que tenía una pequeña segadora de césped que echaba burbujas. Tener que segar de verdad no la atraía tanto, pero había que hacerlo y no tenía nada mejor que hacer. Poppy miró la vieja segadora y suspiró. La había conseguido sin pagar nada del padre de uno de sus alumnos y daba la impresión de que hacía años que no se utilizaba. Por su parte, parecía como si su césped llevara años sin cortar. –Vamos allá –murmuró entre dientes, empujando con todas sus fuerzas. Cinco minutos más tarde estaba cubierta de sudor y el césped parecía haber sufrido el ataque de un machete. Lo único positivo era que empujar la segadora había apartado a Harrison de su mente. Pero ahora estaba exhausta y pensando otra vez en él. Quería saber por qué la había besado, por qué la había mirado PÁGINA 103 DE 211


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así, por qué actuaba primero como si la deseara y un instante después le decía que no podía haber nada entre ellos. Poppy lo había entendido, tenía que hacerlo. Porque, sinceramente, a ella le pasaba lo mismo. Era como un péndulo que iba de una dirección a otra. Primero quería que Harrison la besara, quería creer que podría haber algo entre ellos. Y un instante después se sentía aterrorizada por la idea. Pensar en todo lo que podría salir mal, en el daño que podría hacerle, en lo que había ocurrido en el pasado… Pero en el fondo quería saber si sería capaz de acertar con un hombre. Y si ese hombre podría ser Harrison. El teléfono estaba sonando. Se hallaba tan sumida en sus pensamientos que no sea había dado cuenta. Poppy corrió hacia la puerta de atrás, entró y descolgó el auricular. –¿Hola? –no tenía contestador, y le enfadaba muchísimo perderse una llamada y no saber de quién se trataba. –Hola, soy yo. Poppy desenredó el cable del teléfono y saltó para sentarse en la encimera. Era su hermana. –No sabes las ganas que tenía de saber de ti –suspiró. –¿Ya te has aburrido de vivir en el quinto pino? –¿Y sabes cuánto echo de menos tus bromas? Hacía años que no vivían juntas, pero Poppy estaba PÁGINA 104 DE 211


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acostumbrada a hablar con su hermana constantemente. –Cuéntame los cotilleos. ¿Hay algún soltero guapo? Poppy se alegró de que su hermana no pudiera verla sonreír. –No te lo vas a creer, pero sí. Kelly gritó al otro lado de la línea. –¡Lo sabía! ¡Eres una fresca! Poppy se enrolló el cordón en un dedo. Se sentía otra vez como una adolescente charlando con su hermana a través de un teléfono antiguo. –No estoy interesada en tener una relación, Kelly, ya lo sabes. Le daba la sensación de que su hermana la habría abofeteado si hubiera estado allí. Sobre todo si hubiera visto al hombre del que estaban hablando. –¿Quién dice que necesitas una relación? Puedes limitarme a tener relaciones sexuales tórridas con él. Poppy sintió el rostro de pronto en llamas. Típico de su hermana decir algo así. –Es complicado –empezó a decir. –¿Por qué? –Soy la profesora de sus hijos y nos hemos hecho en cierto modo amigos. Y es un pueblo muy pequeño, ¿ya te lo había PÁGINA 105 DE 211


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dicho? –estaba tratando de pensar en todas las excusas posibles, porque ahora que se lo había contado, Kelly no iba a dejar el tema. –¿Cuándo vas a volver a verlo? Poppy suspiró. –Ha estado fuera, pero la señora Jones mencionó que esta mañana había estado en su tienda comprando provisiones. –Piensa una excusa y vete a verle. Sabes que te mereces ser feliz, ¿verdad? Así que sé feliz. No todos los hombres son unos malnacidos, Poppy. Y si este lo es, dale una patada y mándalo a volar. Sí, para su hermana era muy fácil decirlo. No era de las que se ponían vendas en los ojos. De hecho, seguramente se cansaba de los hombres antes de que tuvieran la oportunidad de hacerle daño. –Vive bastante lejos, y yo… –He dicho que te inventes una excusa para verle a él, no una excusa para darme a mí. ¿Qué podía decir a aquello? –Oye, me tengo que ir. Llámame mañana después de haber ido a verle –le dijo Kelly–. Hasta luego. Poppy colgó el teléfono y se quedó sentada en la encimera con las piernas colgando. Lucky saltó y miró también por la PÁGINA 106 DE 211


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ventana. –No te atrevas a reírte de cómo ha quedado el césped –le ordenó. Lo cierto era que a ella no le importaba cómo había quedado, porque su hermana le había dicho exactamente lo mismo que ella estaba pensando. Y si las dos tenían la misma sensación… ¿Qué excusa podría inventarse para presentarse en el rancho? ¿Y si aparecía sin más? ¿Qué más daba que no quisiera que hubiera nada entre ellos? Acababa de salir de una relación larga en la que había terminado con el corazón roto. Harrison le gustaba, pero tampoco era chica de una sola noche. Y él había dejado muy claro que no estaba interesado en algo permanente. Así que, al menos que cambiara de opinión al respecto, tendría que olvidarse de él. Pero primero quería darle una oportunidad.

Poppy estaba cometiendo el mayor error de su vida o corriendo el mayor riesgo. Dada la intensidad con la que caía la lluvia, estaba empezando a pensar que podría tratarse de una señal, pero tal vez estuviera inventando excusas una vez más. La lluvia había aparecido de pronto y ahora caía como si el cielo quisiera castigarlos. Sus limpiaparabrisas se movían a toda PÁGINA 107 DE 211


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velocidad. Era un plan estúpido. ¿Quién iba a visitar a alguien con aquel tiempo? Aunque no estaba tan mal cuando tomó la decisión de seguir el consejo de su hermana, así que al menos tenía aquel respaldo como excusa. Lo único que se le había ocurrido era algo real, porque no era capaz de mentir ni de inventarse una razón para ir de visita. Iba a ir a ver a la familia aborigen. Y si terminaba pasando un rato con Harrison, que así fuera. Katie le había dicho que había dos niños viviendo en el rancho, y ella era la profesora del pueblo. Y eso significaba que tenía la obligación de ofrecer sus servicios educativos a todos los niños de la zona. Miró a lo lejos y vio que alguien se dirigía hacia ella. Una vez en el camino de tierra, no esperaba encontrarse con ningún vehículo de frente. Aminoró la marcha, preocupada por la visibilidad. El coche no venía muy deprisa, pero le dio las largas. ¿Se trataba de Harrison? Así era. Su camioneta negra estaba casi a su lado, y Poppy redujo todavía más la velocidad. Ahora se sentía como una idiota, y seguramente terminaría soltándole una sarta de tonterías cuando lo tuviera cara a cara. Tenía una excusa pensada, pero no contaba con tener que explicarse antes de PÁGINA 108 DE 211


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llegar al rancho. Harrison se detuvo y bajó la ventanilla. Poppy hizo lo mismo. –Hola –lo saludó. –¿Qué estás haciendo aquí? –preguntó él. Tenía el pelo pegado a la cara. Poppy vio a los niños en el asiento de atrás, y se sintió avergonzada por haber trazado un plan encaminado únicamente a ver a su padre. A su guapísimo y mojado padre. –Sé que parece una locura con este tiempo, pero quería ir a ver a la familia que vive en tu rancho. Me han dicho que los niños estudian en casa y quería ver si puedo ayudarles de algún modo. Harrison no le preguntó nada, aunque ella sabía que tenía la cara roja. Supuso que no habría visto el cambio de color debido a la lluvia. –Hemos tenido una inundación, y como la tierra estaba tan seca, nuestro río se ha desbordado. Más hacia el interior debe de estar diluviando. Qué oportuna había sido. –Volveré en otro momento –dijo deseando no haber escuchado a su hermana. –¿Te puedo pedir un favor enorme? –¡Claro! –Poppy tenía que gritar ahora debido a la fuerza PÁGINA 109 DE 211


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con la que caía la lluvia. –Quiero llevar a los niños con mis padres para poder llevar al ganado a cotas más altas. Pero no tengo casi tiempo y el agua está subiendo. No tuvo que pedírselo dos veces. –¡Súbelos atrás! –le gritó–. Yo los llevaré ahora. –¿Segura? –Por supuesto. Al menos podría ser de utilidad. Podría dejar de pensar en que había decidido ir de visita a un rancho remoto con el tiempo así. Nunca pensó que el lecho del río que había en la finca pudiera desbordarse. Harrison saltó de la camioneta y sacó a Alex, lo puso en la parte de atrás del coche de Poppy y luego hizo lo mismo con Katie. –Hola, chicos –los saludó. Los niños sonrieron. Se mostraban un poco tímidos por no haberla vista en toda la semana. –Te debo otra. Y grande –dijo Harrison de pie en medio de la tormenta. –No pasa nada. Vamos, te estás empapando. Harrison le dio la dirección, algunas instrucciones y regresó al rancho. PÁGINA 110 DE 211


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Poppy aspiró con fuerza el aire antes de girar también el coche. –Entonces, ¿sabéis adónde vamos, chicos? –Sí –aseguró Katie–. Es muy fácil. Poppy sonrió a los niños a través del espejo retrovisor y comprobó que tenían puesto el cinturón de seguridad. Y ella pensando en seducir a su padre. Se le daba mucho mejor hacer algo con sus hijos.

Se detuvieron frente a una casa grande situada no muy lejos de donde Poppy vivía. Era un pueblo muy pequeño, así que todo estaba relativamente cerca. Pero estaban a las afueras, y aquella debía de ser la casa más bonita y mejor mantenida de Bellaroo Creek. –¿Esta es la casa de los abuelos? –preguntó. Katie asintió. –Sí. Poppy se detuvo en la entrada y aparcó lo más cerca que pudo de la casa para evitar que los niños se mojaran demasiado al salir. –De acuerdo, vamos –les dijo agarrando la bolsa de viaje que llevaba en el asiento del copiloto, y salió del coche. PÁGINA 111 DE 211


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La puerta de la casa se abrió antes de que llegaran siquiera al porche. Una mujer mayor y atractiva les estaba esperando. Tenía el pelo gris y recogido en un moño. –Entrad, deprisa –dijo sonriendo a los niños, que pasaron corriendo por delante de ella–. Y usted debe de ser la señorita Carter. Poppy le tendió la mano. –Para los niños, sí. Pero llámeme Poppy. –Me alegro de conocerte por fin, he oído hablar mucho de ti esta última semana. ¿Había oído hablar mucho de ella? –Espero que hayan sido cosas buenas –¿qué otra cosa podía decir en respuesta a aquello? –Por supuesto. Querida, te invitaría a pasar, pero me acaba de llamar mi hijo con una emergencia. Quería que yo fuera, pero… –la mujer suspiró. A Poppy se le cayó el alma a los pies. –¿Se encuentra bien Harrison? –sin duda su madre no estaría allí charlando con ella si hubiera sucedido algo grave, ¿verdad? –¿Se te da bien traer niños al mundo? –Bueno, no puedo decir que tenga ninguna experiencia, pero estuve al lado de mi mejor amiga cuando dio a luz a sus PÁGINA 112 DE 211


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dos hijos. –Gracias a Dios –la madre de Harrison le tocó el brazo–. ¿Te ha hablado Harrison alguna vez de la familia que vive en una de las cabañas para los trabajadores? Poppy se negó a sonrojarse, a pesar de que todo su plan para ver a Harrison giraba alrededor de la familia a la que se refería. –Sí, por eso me dirigía hoy al rancho. Para verlos –cada vez lo decía con más convicción. –Bueno, pues ella se ha puesto de parto unas semanas antes de tiempo y Harrison está muy preocupado, aunque yo sé que su marido la asistió en el parto de los otros dos en casa y no hubo ningún problema. –Entonces, ¿me está pidiendo que la ayude en el parto? – Poppy aspiró con fuerza el aire–. Bueno, yo… –hizo una pausa. ¿Qué diablos iba a decir? Aquella mujer estaba en medio de la nada durante una tormenta, lo que significaba que Poppy no tenía más opción que ser capaz. –Harrison me dijo que se encontraría conmigo cerca del río, pero estoy segura de que estará encantado de verte a ti en mi lugar. Te llevará en helicóptero. Aquello estaba ocurriendo de verdad. Tenía una razón legítima para verle, para pasar un rato con él, y estaba tan nerviosa que le temblaban las piernas. PÁGINA 113 DE 211


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–Supongo que esta es una manera tan buena como cualquier otra de formar parte de la comunidad, ¿verdad? –se las arregló para responder, tratando de no demostrar lo nerviosa que estaba. –Así me gusta. Ahora sube al coche y conduce con cuidado. Poppy estaba entumecida, pero sonreía cuando regresó al vehículo. Su único consuelo era que iba a volver a ver a Harrison.

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Capítulo Nueve Harrison inclinó el helicóptero, acercándolo más al coche de lo que pretendía, pero tenía que obligarla a detenerse. Las condiciones climatológicas no eran buenas, pero había estado en situaciones peores y en aquel momento su prioridad era asegurarse de no poner en peligro la vida de Poppy permitiendo que se acercara demasiado al río. Tenía la impresión de que se había ofrecido a ocupar el lugar de su madre acudiendo allí. O eso, o su madre había visto la situación como una oportunidad para hacer de celestina. Vio cómo Poppy detenía el coche pero no salió, y Harrison no sabía si veía cómo agitaba la mano o no. Aunque seguía lloviendo a cántaros, decidió aterrizar porque ya no soplaba el viento. Saltó del helicóptero cuando tocó tierra y corrió hacia Poppy. Ella salió del coche cuando lo vio. Llevaba el abrigo por encima de la cabeza, y Harrison le pasó la mano por la cintura mientras corrían. No tenía sentido intentar hablar hasta que estuvieran dentro del helicóptero. Abrió la puerta, la ayudó a entrar y luego rodeó el aparato para ocupar su lugar. Cerró la puerta y se giró hacia ella. PÁGINA 115 DE 211


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–Hay que ver en qué situaciones nos encontramos –bromeó, satisfecho de ver que tenía una sonrisa en la cara aunque estaba empapada. –Estoy intentando convencerme a mí misma de que esta situación es una película –le dijo–. Es el tipo de historia que les contaría a mis alumnos. Harrison se inclinó y la ayudó con el cinturón de seguridad. Luego le pasó unos auriculares. –Ponte esto. Tengo que conseguir que este pájaro suba mientras la situación sea segura, y podemos seguir hablando a través de este aparato. Se puso los suyos e ignoró todo lo demás mientras encendía botones y subía palancas. Enseguida estuvieron en el aire. Sabía que no podía permitir que nada le distrajera durante la maniobra. –Iremos hasta los establos –le dijo a Poppy cuando cruzaron el río–. Tengo la camioneta aparcada ahí –la miró de soslayo–. ¿Estás bien? Lo último que necesitaba era que Poppy entrara en pánico antes de que tocaran tierra. –Aterrizaremos en menos de un minuto –añadió. –Estoy bien –aseguró ella. Pero Harrison escuchó cómo le temblaba la voz a través de los auriculares. PÁGINA 116 DE 211


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–El río normalmente está seco en esta época del año, pero las fuertes lluvias del interior han hecho caer mucha agua hacia abajo. El terreno está muy seco ahora, y por eso hay inundaciones –estaba tratando de tranquilizarla. A él le encantaba estar en el aire, pero sabía que a mucha gente le daba miedo volar. Sobre todo en helicóptero–. En invierno las inundaciones pueden llegar a durar varias semanas, ¿te lo puedes creer? Poppy no dijo nada, pero Harrison confiaba en que escucharle le hubiera calmado sus miedos. –Allá vamos. ¿Lista para aterrizar? Harrison bajó lo más suavemente que pudo, aunque la lluvia que los azotaba y el viento que había vuelto a levantarse no lo hacía fácil. Uno de los trabajadores del rancho los estaba esperando. Corrió hacia ellos para ayudar. Harrison bajó en cuanto pudo y rodeó el helicóptero para ayudar a Poppy. Le tendió la mano y corrió con ella hacia la camioneta. –Dame un minuto, ¿de acuerdo? No esperó a que ella respondiera. Regresó a toda prisa al helicóptero y aseguró los rotores con unas cuerdas que le habían llevado. –¡Gracias, Chad! –gritó. El joven trabajador estaba calado hasta los huesos, como PÁGINA 117 DE 211


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todos, pero se aproximó corriendo a él. –Hola, jefe. Sally ha tenido al bebé. Llegó mientras estabas fuera, y Rocky llamó a través del móvil con conexión a satélite. Harrison le hizo una seña para que se uniera a él en los establos. –¿Ya ha nacido? –Sí, Rocky se fue directo a la cabaña, como tú le dijiste que hiciera, y llamó para decir que había sido el parto más rápido de sus hijos. –¿Y lo tienen todo bajo control? ¿No necesitan ayuda con…? –hizo una pausa y se pasó la mano por el pelo–. No sé, ¿con las cosas de mujeres? –Dijo que están todos bien. Dijo que te llamaría si necesitaban a tu madre –el joven se rio–. Aunque por lo que veo es tu amiguita la que ha venido a ayudar. Harrison le miró fijamente y alzó una ceja. –No es mi amiguita, Chad. Es la profesora de mis hijos. El joven se rio por toda respuesta y sacudió la cabeza. Estaba claro que Harrison había sido demasiado indulgente con él para que le tomara el pelo así. –Lo que tú digas, jefe. Harrison empezó a alejarse, pero se dio la vuelta otra vez. –¿Qué ha sido, niño o niña? PÁGINA 118 DE 211


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–¡Una niña! –exclamó Chad volviendo otra vez a los establos. –Eh, chicos, tomaros el resto del día libre. Calentaos y secaos antes de que os enfriéis. Y no olvidéis dar de comer a los perros. Harrison bajó la cabeza y corrió hacia el coche. Ahora que la niña había nacido sana y salva, no había razón para que Poppy estuviera allí. Pero no tenía intención de volver a subirse al helicóptero, y el río seguía estando demasiado alto como para cruzarlo aunque fuera en su camioneta. Lo que significaba que Poppy estaba atrapada allí con él aquella noche. La veía sentada allí dentro, mirándole. Entonces abrió la puerta y entró. –Tengo una buena noticia –aseguró sonriendo. Al menos, confiaba en que le pareciera buena noticia verse allí atrapada con él y no tener que ayudar a traer a un bebé al mundo.

Poppy solo podía pensar en lo imprudente que era por escuchar a su corazón en lugar de a su cabeza. O imprudente o estúpida, no lo tenía claro del todo. PÁGINA 119 DE 211


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El hecho era que, en lugar de estar guapa y serena, estaba empapada y congelada hasta los huesos. Y se veía atrapada en el rancho de Harrison hasta quién sabía cuándo, lo que significaba que tenía que superar la vergüenza de estar allí con aspecto de rata mojada. O al menos tendría que empezar a creerse la mentira que había contado, que iba en dirección al rancho para visitar a la familia. La familia cuyo hijo se suponía que debía ayudar a traer al mundo. Nada había salido aquel día como lo tenía planeado. –¿Y qué tal está tu padre? –le preguntó, incapaz de pensar en nada más que decir. –Bien. Muy bien –respondió Harrison. Guardaron silencio otra vez. Parecía que a él le faltaban también palabras. –Aparcaré justo delante de casa –le dijo Harrison–. Aunque teniendo en cuenta lo mojados que estamos, no creo que sirva de mucho. Poppy no se había atrevido a mirarse al espejo, ni siquiera cuando se quedó a solas en la camioneta, porque no había mucho que pudiera hacer. Excepto tal vez quitarse un poco de rímel corrido de los ojos. –De acuerdo, corre cuando estés preparada. Ten cuidado, PÁGINA 120 DE 211


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no resbales en los ladrillos. Si no se lo hubiera advertido, probablemente se habría caído. Poppy corrió rápidamente por los escalones hacia el refugio del porche con Harrison pisándole los talones. Su cuerpo chocó contra el suyo, presionándola durante un segundo antes de apartarse. –Lo siento –dijo abriendo la puerta–. No está cerrada. No creo que nadie se moleste en robarnos. Ella se rio, pero le salió un sonido nervioso. Necesitaba contenerse. Poppy se centró en entrar en la casa, esperando a que Harrison encendiera las luces antes de darse cuenta de que estaba haciendo un charco en el suelo. Gracias a Dios, llevaba un abrigo que le había mantenido la parte de arriba relativamente seca, pero tenía las piernas empapadas y, desde luego, no se iba a quitar la ropa interior. –Estoy empapando el suelo. –Lo mismo digo –Harrison se rio, pero al menos él tenía ropa impermeable–. Voy a darme una ducha y a cambiarme de ropa. ¿Te traigo algo? Ya sabes dónde está el baño principal si quieres agarrar una toalla también. Poppy sacudió la cabeza. –No, estoy bien. Voy a… –no tenía muy claro lo que iba a hacer–. Tú date una ducha y yo intentaré secarme. PÁGINA 121 DE 211


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Poppy observó cómo se quitaba la chaqueta, el suéter y los calcetines, se subía las perneras de los vaqueros, cruzaba la estancia y desaparecía. –Encenderé el fuego para calentar esto –dijo él. Con suerte calentaría lo suficiente como para que se secara rápidamente, porque quería quitarse la menor ropa posible. Se quedó de pie, escuchando cómo Harrison echaba troncos a la chimenea y cómo crepitaban las llamas. Luego escuchó sus pasos dirigiéndose al cuarto de baño. Ella se quitó los zapatos, las medias, el suéter y lo llevó todo al salón. El agua le caía todavía de los vaqueros, así que se los remangó. Al menos tenía el bolso, aunque solo había dentro pañuelos de papel, barra de labios y rímel. Y puede que algunas pastillas de menta si tenía suerte, pero seguramente no mucho más. Aunque pensándolo mejor, tal vez podría utilizar el baño. Podía arreglarse un poco, tratar de escurrir algo de agua de los vaqueros y asegurarse de no tener la camiseta indecentemente pegada. Aunque en caso de que así fuera, no tenía más opciones, ya que no tenía pensado que nadie la viera. Si su móvil hubiera funcionado allí, podría haber llamado a su hermana para charlar un rato, para que le diera ánimos. Pero la tecnología no era amiga de Bellaroo. Escuchó gemir a las tuberías, que luego guardaron silencio. Lo que significaba que Harrison había salido de la ducha. PÁGINA 122 DE 211


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También significaba que no le quedaba mucho tiempo antes de tener que verle… durante el resto de la noche.

Harrison podía escuchar a Poppy en el salón. Se puso la camisa y empezó a andar. La encontró delante del fuego, mirando algunas fotografías que había en la repisa de la chimenea. –¿Estás entrando en calor? –Sí –respondió ella girándose para mirarle. Era preciosa, eso no podía negarlo aunque estuviera tratando de no pensar en ella de aquel modo. Después de aquel beso… Apartó de sí aquel pensamiento. No importaba lo mucho que Poppy le gustara; no había ninguna posibilidad. Lo que significaba que tenía que tratarla como la amiga que era y nada más. –¿Esta es tu mujer? –preguntó ella. –Mi ex mujer –le espetó Harrison, lamentando haber respondido tan rápido y con un tono tan amargo. –Es muy guapa –aseguró Poppy sin apartar la vista de la foto–. Y es un detalle por tu parte que tengas una foto suya aquí después de… bueno, ya sabes. Estoy segura de que fue difícil. PÁGINA 123 DE 211


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–No fue culpa de los niños que se fuera, pero ella les trajo al mundo –se detuvo y miró a Poppy–. Nunca entendí por qué lo hizo, pero ahora, cuando pienso en ello, quiero creer que quiso darles una vida mejor. Tal vez lo hiciera por ellos, porque no podía ser la madre que pensaba que ellos se merecían. Poppy le miraba fijamente ahora a él, no a la foto. –Sé que no es asunto mío, pero no entiendo cómo puede una mujer dejar a sus hijos. Quiero decir, abandonar por completo a tu propia sangre me parece… –¿Frío? –terminó Harrison por ella–. ¿Cruel, impensable? Poppy tenía una expresión triste. –Exacto. Un instante antes, Harrison se sentía agotado pero feliz. Ahora estaba molesto por que hubieran terminado hablando de su pasado cuando por una vez había conseguido olvidarlo. –Cuando te dije el otro día que no estaba preparado para nada, que no podía llevar más lejos lo que había empezado contigo, me refería a esto –le dijo obligándola a mirarle a los ojos–. Porque no puedo permitir que nadie más vuelva a hacer daño a mis hijos, sea quien sea esa persona. Y eso significa que no puedo permitir que nadie entre en mi vida. Por eso soy tan sobreprotector. Poppy suspiró. Harrison no entendió del todo su expresión, pero se dio cuenta de que no estaba de acuerdo con él en algo. PÁGINA 124 DE 211


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–Yo también tengo problemas de confianza, créeme. Pero tal vez tengamos que olvidar el pasado para seguir adelante. No, estaba equivocada. –O tal vez tengamos que aferrarnos a él –dijo sintiendo cómo la rabia se apoderaba de él–. Y así evitar volver a cometer el mismo error.

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Capítulo Diez –Yo no soy tu ex mujer, Harrison, así que no tienes que hablarme como si lo fuera. Harrison la miró. Estaba tan enfadado que ella podía sentirlo. Apretaba con fuerza las mandíbulas. –No tienes ni idea de lo que estás diciendo –gruñó–. Estoy tratando de ser sincero contigo, no fingiendo que eres ella. Pero no parece que entiendas lo que sucedió. Ahora le tocó a Poppy el turno de mirarlo fijamente, de enfadarse con él, porque por supuesto que sí lo entendía, y ya iba siendo hora de que la escuchara. –Sé que te dejó, y sé que has criado a tus hijos tú solo. Si quieres contarme algo más, adelante –dijo negándose a alzar la voz. Harrison podía enfadarse todo lo que quisiera, podía gritar todo lo que quisiera, pero ella no iba a empezar un concurso de gritos con él. Ni tampoco iba a permitir que le hablara así. –Lo único que digo es que… –Mi mujer me dejó como si los votos de nuestro matrimonio no significaran nada –la interrumpió él bajando el tono–. No me importa que me dejara, pero sí que abandonara a nuestros PÁGINA 126 DE 211


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hijos. No me malinterpretes, en su momento me importó mucho, pero al ver el dolor de sus rostros, al ver la confusión en sus ojos cuando tuve que explicarles por qué no quería saber ya nada de ellos… No importa que yo haya hecho las paces con el hecho de haberlos criado solo, porque lo cierto es que nunca entenderán por qué lo hizo. Harrison sacudió la cabeza y se apartó de ella. Luego se dio la vuelta y volvió a su lado. –¿Cómo crees que se siente tu marido? ¿Tú también lo abandonaste? ¿Qué pensaría si supiera…? –Harrison guardó silencio. ¿Cómo se atrevía a darle la vuelta a la conversación así y tratar de convertirla a ella en la mala? Estaban hablando de él, no de ella. –¿Si supiera qué? –le preguntó, sabiendo perfectamente lo que iba a decir. –Si supiera que le has sido infiel, que nos hemos besado. Poppy se rio. Fue una carcajada extraña y maligna que nunca antes había oído salir de su boca. –¿Crees que yo he sido infiel? –si supiera siquiera la mitad de la historia… Harrison la miraba con dureza sin apartar la vista de ella, como si estuviera intentando prenderle fuego con la mirada. Poppy no entendía por qué estaba descargando tanta ira sobre PÁGINA 127 DE 211


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ella, por qué actuaba como si todo fuera culpa de ella. –Una infidelidad es encontrar a tu marido en la cama con otra mujer –aseguró negándose a echarse atrás ahora que había empezado. No estaba preparada para permitir que Harrison pensara que lo que le había pasado a ella era culpa suya–. Perdón, en mi cama –se corrigió–. Desnudo en mi cama con otra mujer, y solo lo descubrí porque decidí no quedarme hasta tarde corrigiendo exámenes y volver a casa. Así que, si quieres saber lo que es una infidelidad, ahí la tienes. La expresión del rostro de Harrison había cambiado. Había desaparecido la ira, la mirada salvaje de sus ojos. Pero él le había preguntado. La había acusado de ser una adúltera. ¿Solo porque no había recibido todavía los papeles del divorcio? –Mi matrimonio está roto, Harrison. Y como habrás entendido, fue decisión de mi marido arruinar las cosas entre nosotros, no mía. Poppy vio cómo él tragaba saliva, disfrutando casi de lo incómodo que parecía después del modo en que la había hablado. –Lo siento, Poppy. No tendría que haber dicho nada sin saber por lo que habías pasado –afirmó. Ella se encogió de hombros. –Tu mujer te hizo mucho daño, eso lo entiendo. Pero no significa que todas las demás mujeres del mundo seamos PÁGINA 128 DE 211


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culpables del fin de tu matrimonio. Harrison se quedó tan quieto que parecía una estatua de mármol. –Mi marido no solo me fue infiel, Harrison. Me dejó sin nada. –No entiendo. Poppy miró hacia la chimenea, haciendo un esfuerzo por no dejarse llevar por la emoción, negándose a sucumbir a las lágrimas que amenazaban con caer. Estaban tan cerca de la superficie que no sabía si tendría fuerzas para contenerlas. –He trabajado muy duro toda mi vida por tener un sitio agradable donde vivir, por permitirme algún que otro pequeño lujo, y cuando mi padre murió me dejó la mitad de todo lo que tengo. Mi hermana y yo recibimos cada una la mitad de su patrimonio, y no me gasté ni un céntimo porque sabía lo duro que había trabajado para conseguir lo que tenía. Harrison se limitó a mirarla fijamente, pero ahora tenía una mirada dulce y cariñosa, como si sintiera el dolor por el que ella estaba pasando y lamentara de verdad su estallido de ira. –Llevaba años con mi marido, lo conocía desde que íbamos juntos a la escuela, y nunca supe que fuera jugador –confesó, dispuesta a contarle todo–. Resultó que nos fue endeudando cada vez más sin que yo lo supiera. Y como lo teníamos todo a medias –Poppy se encogió de hombros y aspiró con fuerza el PÁGINA 129 DE 211


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aire–, se las arregló para perder nuestra casa, los coches, todo. Me vació la cuenta del banco sin que yo lo supiera, y todo porque confiaba demasiado en él. –Oh, Poppy, lo siento mucho. Ella alzó la barbilla con gesto valiente, se secó las lágrimas y mantuvo la cabeza alta. –Por eso estoy aquí, tratando de empezar otra vez de cero y de olvidar este último año. –No he debido ser tan duro contigo. Lo siento, yo… – Harrison parecía agobiado, como si no supiera qué decir o cómo consolarla. Poppy enderezó los hombros. –Así que ahora ya conoces todos mis sucios secretos –dijo–. Estoy prácticamente divorciada, estoy arruinada y conseguí estar casada durante años sin saber que mi marido me estaba apuñalando por la espalda, con mi dinero y con la mujer que vivía en la puerta de enfrente. –Supongo que tenemos más cosas en común de las que creíamos –dijo Harrison con tono ahora suave. –Sí –murmuró ella cruzándose de brazos. Pero era demasiado tarde. Harrison ya había visto cómo le temblaban las manos, y ya había dado un paso adelante para entrelazar los dedos con los suyos.

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–¿Sabes lo que me estoy preguntando? –dijo atrayéndola hacia sí tan lentamente que el cuerpo de Poppy obedeció sin su consentimiento. –¿Qué? –susurró ella mirándole las manos en lugar de a la cara. –¿Cómo es posible que algún hombre meta en su cama a otra mujer teniéndote a ti esperando en casa? Poppy no se lo creyó ni por un instante, pero sus palabras consiguieron hacerla sonreír. –No te creo, pero gracias –dijo alzando la vista para mirarlo y lamentando al instante haberlo hecho. Porque ahora estaba atrapada en la red de su mirada, hipnotizada y sin posibilidad de escape. –Si no me crees, ¿qué te parece si te lo demuestro? La voz de Harrison sonaba ahora tan baja y tan ronca que fue incapaz de resistirse. Apartó la mano de la suya y le buscó lentamente la cara, cubriéndole la mejilla con la palma y levantándole la barbilla. Poppy no se resistió porque no pudo evitarlo, no porque consintiera. Harrison inclinó la cabeza, clavó la mirada en su boca y ella hizo lo mismo. Porque sus labios se movían hacia los suyos y no iba a apartarse. La boca de Harrison estaba a escasos centímetros de la suya, sentía su respiración cálida sobre la piel, pero seguía vacilando, PÁGINA 131 DE 211


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como si estuviera esperando a que ella aceptara para tomar la decisión final. Qué diablos, sí. Aquellas palabras le atravesaron la mente al mismo tiempo que daba un paso hacia él. Fue solo un paso, pero bastó para que sus cuerpos se rozaran y sus labios se encontraran en un beso que la dejó sin aliento y la llevó a rodearle el cuello con los brazos. Poppy hundió los dedos en su pelo mientras él la sostenía por la cintura y deslizaba lentamente la lengua por la suya. ¿Y qué si había prometido mantenerse alejada de los hombres? Harrison Black había estado en su cabeza desde su primer día en el pueblo, y si no se libraba de aquella obsesión, seguramente no volvería a dormir bien nunca. Además, tal vez no necesitara una relación a largo plazo. Tal vez le bastara con una noche.

Tal vez se hubiera vuelto loco. Aquella era la única razón que explicaba que sus labios estuvieran en los de Poppy y no fuera capaz de apartarlos aunque quisiera hacerlo. Su boca resultaba suave y al mismo tiempo firme bajo la suya. Poppy apretó las caderas contra su vientre y Harrison no pudo mantener las manos alejadas de ella. Le acarició la cintura, las caderas, la curva del… PÁGINA 132 DE 211


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–Para –jadeó ella. Las manos de Harrison se detuvieron al mismo tiempo que sus labios. Le había dicho que parara y eso había hecho. Sin hacer preguntas. Pero… –¿Estás bien? –consiguió preguntar. Poppy asentía, como si estuviera tratando de convencerse a sí misma de que así era. –Es solo que… –dejó la frase en el aire y se llevó los dedos a la boca, como recordando lo que habían estado haciendo, tocándose donde sus labios acababan de estar–. No estoy segura de… quiero decir, no sé si estoy preparada para esto. –Poppy, no sé si alguno de nosotros está preparado para esto, al menos mentalmente –dijo acercándose otra vez, alzando despacio la mano para tocarle el brazo. Pero físicamente estaba convencido de que sí. –Entonces, ¿por qué estamos haciendo esto? –preguntó ella mirándole a los ojos. –¿Porque nos apetece? Harrison sonreía, no podía evitarlo. Porque era la verdad. ¿Deseaba en teoría volver a estar con una mujer? No. Pero el impulso que sentía hacia Poppy, la cantidad de tiempo que pasaba pensando en ella, le decían que no tenía realmente opción. Si se besaban, se besaban. Ya se enfrentaría más tarde a las consecuencias. PÁGINA 133 DE 211


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Poppy le sonreía ahora, y Harrison se echó a reír. Ella también. –¿Cómo hemos acabado aquí? –le preguntó apoyando la cabeza en su hombro. –No tengo ni idea –respondió él con sinceridad, y le dio un beso en el pelo. –¿Qué te parece si comemos algo? –murmuró Poppy. Harrison aspiró con fuerza el aire y luego lo soltó lentamente. –Claro, ¿por qué no? Comer no era precisamente lo que tenía en mente, pero ¿qué otra cosa iban a hacer? Por el momento no se había ido la luz, pero estaban allí atrapados y lo estarían al menos hasta por la mañana. Así que tenía que mantener la cabeza fría, olvidar lo que había pasado y volver a pensar en Poppy como en una amiga. Ella se zafó de sus brazos y se dirigió a la cocina. Harrison no podía apartar los ojos de su cuerpo. El suéter estaba colgado en el respaldo de la silla, mojado todavía por la lluvia de antes, así que iba vestida únicamente con los vaqueros y una camiseta ajustada. Todo se le ceñía al cuerpo, marcándole cada curva. Harrison gimió. Había llegado el momento de empezar a ser sincero consigo mismo. Y el primer paso era admitir que nunca había visto a Poppy solamente como amiga. PÁGINA 134 DE 211


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Al principio le había enfurecido porque necesitaba alguien con quien enfadarse y ella le había dado una respuesta contundente por ser tan maleducado. Desde entonces había estado luchando contra algo completamente distinto, y aquella noche, si de él hubiera dependido, se habría dejado llevar por aquellos deseos sin dudar. –¿Vienes? –le llamó Poppy. Harrison entró en la cocina tras ella. La comida era mejor que nada, y Poppy era muy buena cocinera.

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Capítulo Once Poppy estaba tratando de centrarse en la cena, pero no le resultaba fácil. Podía sentir cómo Harrison la miraba, como observaba cada uno de sus movimientos, y eso hacía que se sintiera nerviosa. Aquel hombre tan increíblemente guapo y sexy en cuya casa estaba atrapada y de cuyos brazos se había zafado antes cuando lo único que deseaba era seguir besándole, le resultaba tan tentador que la estaba matando. Y cuanto más pensaba en el modo en que le había apartado, más le deseaba. Aunque estuviera en contra de todo lo que había prometido no hacer. –¿Dónde has aprendido a cocinar así? –le preguntó. –Me encanta estar en la cocina, y durante un tiempo fui adicta al canal de cocina –era cierto, en ocasiones prefería quedarse en casa pegada a la televisión. Aunque pensándolo mejor, tendría que haber sido más inteligente y echarle un ojo a su marido–. Pero no te emociones demasiado, no es más que una tortilla francesa. Sé que tú puedes hacer cosas mucho mejores. –Pues huele de maravilla. Yo solo sé hacer cocina tailandesa, ¿recuerdas? Un repentino «bang» la llevó a dar un enorme respingo y PÁGINA 136 DE 211


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dejó caer la sartén sobre la encimera. –¡Maldición! A Poppy le ardía la mano allí donde la había quemado la sartén, pero no veía nada. Las luces se habían apagado, dejándolos bañados en la oscuridad más absoluta. –No pasa nada –la tranquilizó Harrison, Podía oírle pero no verle, y estaba tratando de no entrar en pánico. Estaba acostumbrada a que en su casa entrara la luz de las farolas, no a aquella oscuridad negra como la noche. –Espera unos instantes a que tus ojos se ajusten –le dijo él–. Hay una linterna en el cajón de arriba y otra al lado de la puerta de atrás. –¿Qué diablos ha pasado? –La tormenta ha provocado el apagón. A juzgar por el ruido, ha debido de estallar un fusible. Voy a salir a mirar, tú quédate sentada. Lo último que Poppy deseaba era quedarse sola, pero Harrison tenía razón. Sus ojos estaban empezando a ajustarse lo suficiente para acercarse al cajón y sacar la linterna. La encendió, aspiró con fuerza el aire y sostuvo la linterna en la mano. La quemadura del dedo era muy pequeña, pero le ardía y quería ponerla bajo el agua fría. Al menos así dejaría de pensar que estaba empezando a sentirse como en una película de terror. PÁGINA 137 DE 211


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Apartó la sartén del borde de la encimera y puso el dedo bajo el grifo, estremeciéndose cuando el agua fría le acarició la piel. –Definitivamente, estamos sin luz. Poppy se giró al escuchar la voz de Harrison. Atisbó su silueta y luego le vio con más claridad cuando se acercó. –¿Así que vamos a estar atrapados toda la noche en la oscuridad? –le preguntó. No sabía si se debía a la ausencia de luz o al hecho de estar atrapada con un hombre que la excitaba y la aterrorizaba a partes iguales, pero tenía la piel de gallina, y no solo por el agua fría. –Esto suele suceder con más frecuencia de la que te imaginas, así que estamos preparados –Harrison entró en la cocina como un hombre con una misión, pero se detuvo en seco cuando la vio con el dedo en el agua–. ¿Qué ha pasado? –Me quemé cuando se fue la luz –le dijo ella. Harrison dejó lo que llevaba en brazos y cerró el grifo. Mantuvo el dedo alzado hacia la luz y lo observó con sumo cuidado. –¿Te duele mucho? –le preguntó. –Lo he tenido bajo el agua todo este tiempo. No es nada –ya no sentía siquiera el dolor. Aunque probablemente se debía más a la cercanía del hombre que tenía frente a ella que a otra cosa. PÁGINA 138 DE 211


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–¿Poppy? El modo en que Harrison pronunció su nombre hizo que la sangre le corriera por las venas tan rápidamente como si acabara de correr una maratón. Lo había dicho como una pregunta, como si quisiera algo de ella, pero no tenía muy claro qué. Un sinfín de pensamientos le cruzaron por la mente. Pero Harrison no dijo nada más. Lo que hizo fue salvar la distancia que les separaba y le puso la mano en la nuca, besándola con tanta fuerza que Poppy apenas podía respirar. Pero no tenía intención de resistirse, no era capaz. Harrison le rodeó la cintura con el brazo sin dejar de besarla, subiéndola a la encimera y colocando el cuerpo entre sus piernas. Tenía el rostro húmedo y el pelo mojado por haber estado fuera bajo la lluvia, pero no le importaba. Poppy se dejó llevar. Le enredó las piernas en la cintura, lo sostuvo cerca y se le agarró a los hombros, deslizándole las manos por la espalda y explorándole los músculos, la curva de los omóplatos, los brazos… –¿Estás segura esta vez? –Harrison se retiró lo justo para murmurar contra sus labios. Volvió a besarla antes de que ella tuviera oportunidad de contestar. Poppy trató de asentir, pero no pudo. Estaba muy centrada en sentir su lengua en la suya, en el modo en que sus labios se PÁGINA 139 DE 211


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movían suavemente primero y con urgencia después. No era capaz de entender sus palabras. Porque eso implicaría poner distancia entre ellos, y no quería hacerlo. En absoluto. Lo que quería era que Harrison la besara hasta que perdiera el conocimiento. Un estruendo en el exterior hizo que saltara de la encimera a sus brazos, con las piernas firmemente entrelazada en su cintura. –¿Qué ha sido eso? La tormenta se había desatado, la lluvia caía ahora con tanta fuerza que le extrañaba que no se filtrara el agua por el tejado. –Solo ha sido un árbol –dijo Harrison cubriéndole el cuello de besos. Le pasó los brazos bajo el trasero y la sostuvo. Poppy sonrió y trató de volver a relajarse, riéndose cuando le mordisqueó el escote. –No importa lo que pase ahí fuera, Poppy –murmuró él entre besos–. Yo te protegeré. Ella cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás. El contacto de su boca en el cuello y en el pecho bastó para hacerla gemir. Pero sabía que le estaba diciendo la verdad. Harrison la protegería pasara lo que pasara. Había visto con sus propios ojos cuánto quería a sus hijos, había sido testigo de su fuerza y su determinación, y él le indicaba que estaba a salvo. Que haría todo lo que hiciera falta para protegerla en el sentido PÁGINA 140 DE 211


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más amplio. –Creo –susurró él contra su piel, inclinando suavemente la cabeza hacia delante para encontrarle otra vez los labios–, que deberíamos ir a un sitio más cómodo. Poppy le rodeó el cuello con los brazos. Aquello le parecía una gran idea.

Menos mal que quería mantenerse fuerte y resistirse a ella. Harrison llevó a Poppy al salón y la dejó con delicadeza en el enorme sofá de piel que había frente a la chimenea. La habitación estaba prácticamente a oscuras. El fuego rojo de la llamas proyectaba luces y sombras. –Todavía no puedo creer que esté atrapada aquí. Harrison sonrió y se sentó en la esquina del sofá mientras ella se acomodaba entre los cojines. –Si no te conociera, pensaría que lo tenías todo planeado. –Sí, llamé a Zeus para que me ayudara con el cielo y luego ordené a alguien que cortara la electricidad –aseguró con sarcasmo. Harrison se tumbó a su lado. Sus cuerpos apenas se rozaban. Observó cómo Poppy se mordía el labio inferior mientras le miraba a los ojos. PÁGINA 141 DE 211


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Qué sexy era. –Hola –susurró él extendiendo la mano para tocarle la cara. Le apartó unos cuantos mechones de cabello antes de deslizarle un dedo por la mandíbula. Ella se rio. Fue una carcajada suave e inesperada que le hizo reír a él también. –Hace algunos años, me prometí que no permitiría que ninguna otra mujer entrara en mi corazón ni en mi casa –le dijo. Era la verdad, pero nunca se lo había contado a nadie, nunca había compartido lo decidido que estaba a no volver a sufrir ni a perder toda la fe en otro ser humano. Además, tenía que proteger a sus hijos. –Eso me suena –respondió ella en voz baja–. Yo vine aquí porque pensé que solo habría paletos y viejos. Harrison le dio un puñetazo suave en el brazo. –¿A quién llamas paleto? Ella sacudió la cabeza y volvió a morderse el labio inferior mientras le miraba a los ojos. –A ti no –aseguró. Poppy apenas se movió, solo fue un leve alzamiento de caderas, pero bastó para que sus cuerpos se unieran más, para que la punta de su nariz tocara la suya, para que tuviera la boca tan cerca que no podía pensar en otra cosa más que en besarla. PÁGINA 142 DE 211


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Una y otra vez. Al diablo. ¿Por qué se estaba conteniendo si tenía a una mujer hermosa tumbada a su lado, diciéndole con cada gesto de su lenguaje corporal que le deseaba tanto como él a ella? Harrison le deslizó los dedos por el costado y el muslo al mismo tiempo que atraía sus labios a los suyos. Saboreó su boca, sus labios se encontraron, sus lenguas chocaron de un modo tan delicado que ella gimió. Y al hacerlo apretó más el cuerpo contra el suyo, agarrándole la camisa con una mano como si quisiera sostenerlo en su sitio, negándose a permitir que él llevara las riendas. Hacía mucho tiempo que no estaba con una mujer. Había tratado de fingir que estaba bien siendo soltero, que no necesitaba el consuelo de una mujer. Pero el cuerpo de Poppy le estaba contando al suyo una historia completamente distinta. La sintió cálida y suave contra él, sintió sus delicadas caricias. La boca de Poppy resultaba complaciente, pero el modo en que le agarraba le dejaba muy claro que sería una estupidez pensar que era él quien estaba al mando allí. Y no le importaba. Ni lo más mínimo. Pero tenía miedo. Miedo de permitir el acceso de una mujer a su casa, a su vida. Porque las únicas mujeres con las que había tenido relación desde que su mujer se marchó habían sido aventuras de una noche cuando iba a la ciudad. Y Poppy no era una aventura de una noche. PÁGINA 143 DE 211


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Ella le sostenía ahora el rostro entre las manos y se había movido, de manera que estaba sentada a horcajadas sobre él. Harrison no podía pensar en nada que no fuera aquella mujer. Poppy había dejado de mirarle, pero se inclinaba otra vez hacia él, con la larga melena cayéndole por un hombro. Le besó con sus labios carnosos en la mandíbula, en la comisura de la boca, antes de que él le sostuviera los brazos y le buscara los labios con los suyos. Poppy le besó una y otra vez y él la siguió, ajeno a todo excepto a la sensación de su cuerpo, al destello de sus ojos cuando se cruzaban con los suyos antes de cerrarse, como si estuviera tan sumida en el placer como él. Harrison no podía seguir soportándolo. Necesitaba tocar su piel, verla desnuda, y no pensaba esperar. Le subió la camiseta, sonriendo al ver que ella terminaba la operación, quitándosela por la cabeza y tirándola al suelo. Llevaba un sujetador negro, sencillo pero bonito, y quería que se lo quitara. –No –susurró ella cuando fue a desabrochárselo. Poppy sacudió la cabeza, así que Harrison se detuvo. No quería presionarla. –¿Por qué? –quiso saber–. No tienes que sentirte avergonzada, Poppy. Eres preciosa. Ella tenía una expresión traviesa en la cara, una sonrisa que PÁGINA 144 DE 211


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le hizo saber que se sentía más segura de sí misma de lo que él pensaba. La luz del fuego convertía su melena rubia en una nebulosa dorada, un efecto etéreo que le llevó a preguntarse si no estaría soñando al tener a la profesora de sus hijos sentada encima de él en sujetador. –Tú primero –susurró ella subiéndole la camiseta. La lengua fue detrás de los dedos. Harrison apenas podía mantenerse quieto. Aquello era una tortura. –Eres mala, ¿lo sabías? –contuvo el aliento mientras ella le mordisqueaba el ombligo. Harrison se quitó la camiseta y la tiró antes de agarrar a Poppy y colocarla debajo de él. –¡Eh! –protestó ella. –Eres muy mala –susurró él seduciéndola del mismo modo que le había seducido ella, aunque la sujetó de las muñecas para que no pudiera zafarse aunque quisiera–. Y eso me gusta.

Poppy no sabía de dónde estaba sacando aquella seguridad en sí misma, pero no iba a perder el tiempo cuestionándolo. Le había aterrorizado la idea de estar con otro hombre después de haber pasado tanto tiempo con su marido, pero no tendría que haberse preocupado. Porque Harrison era tan cariñoso, tan sexy PÁGINA 145 DE 211


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y tan intenso que ni siquiera tuvo tiempo de preocuparse de nada. –Quítatelos –le ordenó él desabrochándole el botón superior de los vaqueros y levantándose lo justo para que pudiera bajárselos, pero no lo suficiente como para que pudiera escapar. Poppy se bajó los pantalones hasta los tobillos y luego se los quitó, observando cómo él hacía lo mismo con los suyos. Finalmente, los dos se quedaron únicamente en ropa interior. Aquello estaba sucediendo de verdad. Contuvo el aliento cuando Harrison volvió a cernirse sobre ella, esa vez con delicadeza. Volvió a acariciarla con sumo cuidado, como si fuera de cristal y corriera peligro de romperse. –¿Estás segura de esto? –Harrison tenía un tono ronco, distinto al habitual. Poppy asintió. –Estoy segura –y lo estaba. Nerviosa, sí. Pero no había una sola parte de ella que no deseara a Harrison. Y no iba a permitir que los nervios impidieran que disfrutara. Estaban atrapados en su rancho en la oscuridad, y estaba en brazos de un hombre que la dejaba literalmente sin aliento cada vez que la tocaba o la besaba. No iba a recular ahora. Harrison la miraba a los ojos, esperándola. Como si no estuviera convencido. PÁGINA 146 DE 211


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Así que ella se lo demostró. Echó los brazos atrás y se desabrochó el sujetador. Se lo quitó y se quedó allí tumbada y desnuda. A Harrison le brillaron los ojos cuando le miró los senos. Poppy subió los brazos, le sostuvo la nuca y lo atrajo hacia sí hasta que su cálido pecho estuvo firmemente apretado contra sus senos. Entonces lo besó, tiernamente al principio y luego atrayendo con firmeza su boca hacia la suya. Si iba a romper la promesa que se había hecho a sí misma, se alegraba de que fuera con Harrison. –Gracias –susurró. –¿Por qué? –murmuró él retirándose un poco para mirarla. –Por hacerme sentir deseada otra vez. Harrison sonrió y le dio un tirón al elástico de sus braguitas, arrancándole un gritito. –Cariño, no podría desearte más ni aunque lo intentara.

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Capítulo Doce Poppy abrió los ojos y parpadeó hasta que desapareció la neblina. Se acurrucó bajo la manta. Estaba tan pegada a Harrison que podrían haber sido un solo ser. La luz del fuego era ahora anaranjada y, las llamas, débiles comparadas con la anterior brillantez. Pero la habitación seguía estando caldeada y no iba a levantarse a echar más leña ahora. Nunca antes había estado en una casa con una chimenea de verdad, y había algo muy tranquilizador en observar las llamas lamiendo la madera. Incluso el olor a leña quemada resultaba reconfortante. –Hola, preciosa –Harrison estiró un brazo; el otro seguía debajo de ella–. ¿Qué hora es? Poppy no tenía ni idea. Se limitó a sacudir la cabeza, luego se inclinó hacia él y le depositó un beso suave en los labios antes de girarse un poco para apretar el rostro contra su pecho. No quería levantarse fuera la hora que fuera. –Esto sí que es un buen despertar –dijo Harrison besándole el pelo. –Mmm –murmuró ella sin apartarse. –Y parece que también ha dejado de llover. PÁGINA 148 DE 211


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Se quedaron tumbados en silencio. La luz del amanecer empezó a filtrarse. –¿Seguiremos sin luz? Me ofrecería a hacer tostadas o tortitas, pero no puedo hacer mucho sin luz –el estómago le rugía, necesitaba comer algo pronto–. No puedo creer que al final no cenáramos, tenía la cena casi terminada. –Hay algo que necesito decirte, Poppy. Ella gimió. –Si tienes algún secreto oscuro que confesar, es demasiado tarde. Harrison la atrajo hacia sí. Presionó el cuerpo contra el suyo. –No es nada horrible, pero creo que te vas a enfadar conmigo. ¿De qué estaba hablando? –Harrison, si no estás casado y no has grabado un vídeo a escondidas de lo que hemos hecho, creo que podré soportarlo – siempre y cuando no fuera algo todavía más terrible. –Se trata de la luz –Harrison sonreía ahora. Y Poppy estaba empezando a sospechar. –¿Qué pasa con la luz? –preguntó. Él tenía una expresión culpable, como si le hubieran pillado con las manos en la masa. –Bueno, no mentí cuando dije que nos habíamos quedado PÁGINA 149 DE 211


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sin luz. Un fusible estalló. Los dos lo oímos. Poppy se apartó de él sosteniendo la manta contra el cuerpo y le miró fijamente. Harrison sonreía otra vez, así que supo que no se trataba de nada terrible. Pero aquella expresión… –¿Harrison? –La luz se va aquí con mucha frecuencia, sobre todo en invierno, así que tenemos un generador de respaldo. –A ver si lo entiendo… –dijo ella sacudiendo la cabeza. Harrison se rio y la interrumpió. –No voy a mentirte. Podría haber pulsado un interruptor para encender el generador y habríamos tenido luz en la casa al instante –admitió. –¡Harrison! Me dejaste adrede en la oscuridad y fingiste que estábamos atrapados aquí para poder… ¿Qué? ¿Seducirme? Harrison intentó acariciarle la cara, pero ella le apartó la mano con gesto juguetón. –Cariño, soy un hombre. Tenía una mujer hermosa en mi casa y una excusa para mantener las luces apagadas… –¡No puedo creer que me hayas hecho esto! –exclamó Poppy tratando con todas sus fuerzas de parecer enfadada sin conseguirlo. –Claro que puedes –aseguró él sujetándole las muñecas sobre el pecho. PÁGINA 150 DE 211


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–Harrison… –le advirtió Poppy. –¿Qué? –susurró él con tono seductor. Poppy cerró los ojos y dejó que la besara. Así que había mentido sobre las luces. ¿Y qué? No la había forzado ni nada parecido. Y le gustaba aquella versión relajada de Harrison. Le gustaba mucho.

Harrison cerró los ojos mientras el agua caía sobre él. Estaba caliente, casi ardiendo, y no quería salir. Tal vez debería pedirle a Poppy que se uniera a él… Dio un paso atrás y parpadeó para quitarse el agua de los ojos. Lo sucedido la noche anterior había sido algo fantástico, justo lo que necesitaba, pero estaba empezando a creer que había sido un error. Un error bueno, pero error al fin y al cabo. Pero si era un error, ¿por qué estaba pensando en llamarla para que se uniera a él en la ducha? Volvió a meter la cabeza bajo el agua y trató de aclarar sus pensamientos. Había sido solo una noche, una noche loca que no tenía por qué repetirse. A menos que él quisiera. –¡Harrison, ya estoy lista! Él contuvo el aliento todo lo que pudo antes de cerrar el grifo. Una parte de él deseaba que lo que había sucedido se PÁGINA 151 DE 211


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convirtiera en algo más que una aventura de una noche. Lo cierto era que Poppy era una chica estupenda, y si la hubiera conocido diez años atrás tal vez habría pensado que era su media naranja. Pero su mujer le había dejado, estaba divorciado y tenía dos niños que lo significaban todo para él. Por no mencionar la promesa que se había hecho a sí mismo de no volver a salir escaldado si estaba en su mano evitarlo. Poppy podría quedarse allí una semana, un mes o dos, y luego volver a su antigua vida. Nada la retenía allí excepto sus ganas de empezar de cero y de sentir que aportaba algo importante. –¿Harrison? Esa vez su voz sonaba más cerca, como si hubiera ido a buscarle. Harrison se secó y luego se anudó una toalla a la cintura. –Ah, lo siento –Poppy estaba en el umbral abierto con la mirada baja y las mejillas sonrojadas. Su timidez le impactó, le hizo olvidarse de todo pensamiento racional y pensar solo en ella. –¿Después de todo lo que hicimos anoche, ahora te muestras tímida? Ella se rio, pero seguía evitándole aunque treinta minutos antes habían estado desnudos bajo las sábanas. –No suelo hacer este tipo de cosas –le dijo cruzándose de PÁGINA 152 DE 211


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brazos y mirándole ahora directamente con valentía. –¿A qué tipo de cosas te refieres? –bromeó él sin poder evitarlo. –¿Sabes qué? ¿Qué te parece si te vistes y te veo en la cocina para desayunar? –dijo Poppy dándose la vuelta. Pero Harrison tardó menos de un segundo en agarrarla del brazo. Ella no se giró, pero se quedó muy quieta. –Tú –dijo apartándole el pelo del cuello para poder aspirar el aroma de su piel– me estás haciendo algo –Harrison apoyó la frente en su espalda–. Y no sé por qué ni cómo, pero siento que cada vez que trato de alejarme, me atraes hacia ti. –¿De verdad? –susurró Poppy. –De verdad –replicó él–. Es como un hechizo. Poppy se rio y se dio la vuelta en el sitio, pasándole los brazos por el cuello e inclinándose ligeramente hacia atrás. –Es curioso, porque yo siento que me estás haciendo justo lo mismo. Harrison cerró los ojos cuando ella le besó y lamentó no ser más fuerte. –¿Eres consciente de que tengo que alimentar a mis animales? –le preguntó poniendo algo de distancia entre ellos. –Desayunemos y luego me enseñas cómo puedo ayudar –se ofreció Poppy–. ¿De acuerdo? PÁGINA 153 DE 211


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–¿De verdad vas a salir a ayudarme? –¿Por qué no? No soy ninguna princesita de ciudad. Solo necesito que me digas lo que tengo que hacer. Harrison sacudió la cabeza. –Entonces, trato hecho –dijo. Poppy le sonrió antes de desaparecer, dejándole allí medio desnudo. Un déjà vu. Eso era lo que le parecía. Porque su mujer le había dicho lo mismo un día, cuando estaba deseando saber cómo era la vida en un rancho lejano. Y luego, de pronto, le culpó exactamente de lo mismo en la nota que le dejó antes de abandonarle a él y a sus hijos en medio de la noche para no regresar jamás. Aunque Poppy era distinta. Era una persona encantadora y cariñosa a la que no podía imaginar comportándose de aquel modo, y mucho menos abandonando a unos niños. Pero tampoco imaginó que su mujer pudiera hacerlo. Lo que significaba que no conocía a las mujeres tanto como le había gustado creer en el pasado. ¿Y si volvía a equivocarse? No valía la pena. Ni por él, ni por Katie ni por Alex. Necesitaba hablar con Poppy, estallar la burbuja despreocupada en la que habían estado viviendo desde que la recogió junto al río la noche anterior. No quería hacerle daño, pero tampoco quería resultar él dañado, y cuanto más se PÁGINA 154 DE 211


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comportara de aquel modo, más duro sería poner fin a la situación.

Poppy recogió la mesa y volvió a guardar el sirope de arce en la nevera. –¿Sabes qué? Merecías que se te hubiera estropeado todo lo que tienes en la nevera por haberme engañado anoche –le dijo. No es que no se lo hubiera pasado bien, pero no le gustaba que le hubiera mentido, ni tampoco haber caído con tanta facilidad. –Ese punto ya lo tenía resuelto –aseguró Harrison con una sonrisa–. Siempre y cuando no se abran, las neveras aguantan al menos doce horas sin electricidad. Lo tenía todo pensado. Se creía muy listo. Poppy trató de mirarle con rencor. –Bueno, ¿y qué pasa con los animales? ¿Sigues dispuesto a enseñarme? Harrison la miró de un modo extraño que ella no supo identificar. –¿Que si estoy dispuesto? –preguntó–. Creí que solo lo decías por educación. Poppy se rio. PÁGINA 155 DE 211


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–¿Tanto te sorprende que quiera aprender? Ahora formo parte de una comunidad rural, así que no puedo permitir que los niños a los que doy clase sepan más del trabajo de rancho que yo, ¿verdad? –De acuerdo entonces –Harrison se puso de pie y la miró de arriba abajo–. Pero tendrás que ponerte algo más apropiado. Si estaba tratando de intimidarla o de hacer que reculara, no pensaba hacerlo. Poppy se acercó más a él sin apartar los ojos de los suyos. –Ensillemos el caballo, vaquero –le dijo poniendo acento del Oeste. El rostro de Harrison no mostraba ninguna expresión, pero le brillaban los ojos y Poppy supo que estaba haciendo un esfuerzo por no sonreír. Se inclinó ligeramente y le rozó los labios con los suyos. –No sabes en qué te estás metiendo –susurró. –Ponme a prueba. Harrison se quedó donde estaba, frotándole suavemente los brazos arriba y abajo antes de apartarse. –No estoy siendo duro contigo adrede –le dijo–. Bueno, tal vez sí, pero es porque creo que no deberías tratar de cambiar quien eres. Ella alzó las cejas en gesto interrogante.

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–No estoy tratando de cambiar quien soy, Harrison. ¿De verdad piensas eso? Él se encogió de hombros. Se notaba que estaba incómodo. –Vine aquí porque quise. Porque quería empezar de nuevo, y si la gente de Bellaroo está dispuesta a darme eso, entonces yo también lo estoy para salir un poco de mi zona de comodidad y abrazar la vida de aquí. –Lo siento –Harrison miraba por la ventana y parecía estar a millones de kilómetros de allí, aunque solo se había limitado a disculparse. Poppy se quedó al lado de la mesa sin tener muy claro qué estaba pasando y deseó poder volver a como eran las cosas unos instantes atrás. Cuando se lo estaban pasando bien fingiendo que solo eran dos personas sin problemas ni un pasado que arruinara sus posibilidades de que sucediera algo bueno entre ellos. –Creía que ya habíamos tenido esta conversación –dijo ella en voz tan baja que casi le sorprendió que la escuchara–. Yo no soy ella, Harrison. –¿Crees que no lo sé? –la voz de Harrison también sonó más alta de lo normal, más dolida que nunca. Le había visto triste y estresado, cuando fue corriendo a visitar a su padre al hospital temiéndose lo peor. Pero esto era distinto. Ahora parecía torturado, como si estuviera luchando PÁGINA 157 DE 211


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contra sus demonios internos y no supiera cómo vencerlos. –Tú no eres como ella, Poppy. En absoluto. Pero tenerte aquí, estar con una mujer en mi casa después de tanto tiempo solo… Poppy cruzó la estancia, le tocó el codo y lo impulsó hacia delante. –Vamos a salir y a disfrutar. No significa nada más, solo me vas a enseñar todo esto, ¿de acuerdo? Harrison asintió, pero el dolor y la furia seguían allí, reflejados en su rostro y en sus ojos. –Sí, tienes razón. Poppy le rodeó la cintura con el brazo y le dio un pequeño apretón. Tal vez debería estar enfadada con él, debería haberle recriminado lo equivocado que estaba respecto a ella. Pero Harrison no estaba tratando de ofenderla ni de hacerle daño. Estaba intentado protegerse, y eso ella lo entendía perfectamente.

–¡Harrison, te has olvidado de los perros! ¿Por qué estaban llorando en la puerta para entrar? –Poppy se acercó al enorme perro y lo rodeó con sus brazos. El otro se mantuvo un poco alejado, pero ella le llamó para PÁGINA 158 DE 211


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que se acercara. –Mis perros tienen mucha suerte, Poppy. No se les encierra en jaulas, comen bien y se les trata bien. Y anoche durmieron en la cabaña de los trabajadores, así que solo están esperando aquí desde por la mañana. Ella sacudió la cabeza. –Tendrían que haber estado dentro, frente a la chimenea. Harrison se pasó una mano por el pelo antes de ponerse las botas y agarrar la chaqueta. –Los trabajadores del rancho ya me llaman blando, así que creo que voy a pasar de mimar a los perros. –¿Te consideran blando porque alimentas bien a tus perros y los tratas con el respeto que merecen? Esa vez Harrison se rio y le brillaron los ojos. –Me llaman blando porque tengo un sofá viejo en la puerta de atrás para los perros y porque he dejado que mi hija me convenciera para no enviar al matadero a unos terneritos de los que se había enamorado. Así que sí, por aquí eso se considera bastante patético. Poppy no estaba en absoluto de acuerdo, pero al menos habían cambiado de tema. –De acuerdo, ¿qué me pongo? –le preguntó dándoles una última palmadita a los perros. PÁGINA 159 DE 211


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–Cualquier cosa. A Poppy le gustaba tener buen aspecto, pero al contrario de lo que Harrison pensaba, no podía importarle menos ponerse unas botas y un suéter caliente aunque fuera cinco tallas más grande.

–Lista. Cuando quieras –dijo Poppy agarrando la chaqueta que tenía más cerca y subiéndose la cremallera–. Vamos. Harrison estaba empezando a ver un patrón en lo que a Poppy se refería, y eso no le gustaba. Ni lo más mínimo. Odiaba ser brusco con ella, actuar como si ella se mereciera los estúpidos comentarios que hacía. Lo que significaba que tenía que aprender a morderse la lengua, acostumbrarse a la expresión de dolor de su rostro cuando la ofendía o mantenerse lejos de ella. Apretó los puños. Lo último era lo que menos deseaba, pero sabía que era la opción más lógica. –¿Es por aquí? –preguntó Poppy, que iba por delante de él, poniendo la mano en el cerrojo de la puerta. –¡No! –exclamó Harrison corriendo para salvar la escasa distancia que los separaba–. No –repitió con más suavidad poniéndole la mano en la suya. Poppy estaba paralizada como una estatua. Él le apartó PÁGINA 160 DE 211


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delicadamente la mano de la puerta. –No era mi intención hacerte daño. –Estoy bien –murmuró ella. Harrison se fijó en la expresión tirante de su rostro, como si esa vez él hubiera ido demasiado lejos. Solo que en esa ocasión, su brusquedad tenía un motivo. –Tengo al toro en ese campo –explicó señalando hacia fuera. Poppy siguió la dirección de su mirada y él le puso la mano en el hombro tratando de tranquilizarla. –Las vallas están electrificadas, pero si hubieras cruzado esa puerta… –Harrison dejó escapar un suspiro–. Pero no, será mejor no pensar en ello. Poppy asintió lentamente con la cabeza. –Así que se puede decir que me has salvado, ¿no? Harrison sonrió y se dio cuenta de que a ella le parecía divertida la situación. –Sí, supongo que sí. –Tal vez debería dejarte a ti ir delante. Ya sabes, para que no termine pegándome un resbalón y me tengas que reanimar. Harrison apartó lentamente la mano y empezó a caminar otra vez. No quería pensar en la idea de reanimar a Poppy cuando en su cabeza todavía bailaban las imágenes de la noche PÁGINA 161 DE 211


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anterior, cuando la tenía entre sus brazos. –Vamos por aquí. Podemos ir a ver los terneros de Katie, avanzar hasta el río y ver lo alto que está. –Tal vez sea una pregunta tonta, pero ¿no deberías ir a ver cómo están los cientos de cabeza de ganado que tienes? –Sí, pero como el rancho es tan grande, dejamos que el ganado campe a sus anchas. Tienen hectáreas y hectáreas para rumiar, así que nos aseguramos de que estén bien pero los dejamos a su aire –Harrison miró a Poppy para asegurarse de que no la estaba aburriendo–. Los vigilamos en helicóptero. –Te encanta esto, ¿verdad? La pregunta de Poppy le hizo darse la vuelta. –¿Por qué dices eso? –Es cierto, ¿no? Lo veo en tu mirada y en el modo en que hablas de este lugar. Creo que ni siquiera eres consciente de cómo se te ilumina la cara cuando estás mirando la tierra. Harrison se puso de cuclillas y acarició la cabeza de uno de los perros. –Por eso soy tan protector –dijo consciente de que tenía que ser sincero en aquel momento, que necesitaba responder a algo más que simplemente a la pregunta que le había hecho–. Amo Bellaroo Creek más que a nada porque es la tierra en la que he crecido, y es la tierra en la que quiero que crezcan mis hijos. PÁGINA 162 DE 211


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Poppy tenía una expresión dulce, y la mirada brillante y clavada en la suya. –Lo entiendo, Harrison. No porque tenga un rancho o porque comprenda tu conexión con la tierra, sino porque sé lo que es perder tu hogar y a la gente que quieres sin que tú puedas hacer nada para evitarlo. Harrison trató de sonreír pero no lo consiguió. –Necesito que sepas que el Harrison que conociste aquel primer día en la escuela no soy yo. Pero la idea de tener que vender este lugar y mudarme para poder estar cerca de mis hijos y no tener que enviarles a un internado… –sacudió la cabeza–. Eso me tiene obsesionado. No pienso en otra cosa, creo que te marcharás y nos dejarás. Porque que alguien como tú se quede aquí me parece demasiado bueno para ser verdad. Quería tocarla, conectar con ella físicamente y demostrarle que le tenía cariño. Decirle que quería pensar que se quedaría, pero que le daba miedo esperanzarse con ello. –No voy a decepcionar a este pueblo, Harrison. No si puedo evitarlo. Él no dudaba de sus intenciones, pero su experiencia pasada le decía que no tenía buen ojo para juzgar a las mujeres. –Poppy, lo que sucedió anoche fue maravilloso –cerró los ojos durante un instante para aclararse la mente. Quería hablar con claridad. PÁGINA 163 DE 211


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–Cielos, Harrison, parece que quieres romper conmigo. Estaba tratando de aligerar la situación, pero él se dio cuenta de que estaba dolida, y odiaba ser la causa. Había intentado tener aquella conversación la última vez que se besaron, y ahora… ahora habían hecho mucho más que besarse. –Cuando conocí a mi ex mujer pensé que había conocido a la persona con la que quería pasar el resto de mi vida –le dijo con la mayor sinceridad que pudo–. Cuando nos mudamos aquí me dijo que lo haría por mí, que quería que le diéramos una oportunidad a nuestra vida aquí. Y cuando nació Katie y luego Alex, pensé que todo iba de maravilla. –¿Y qué pasó? –preguntó Poppy. Harrison se apoyó contra la valla de madera y miró hacia el cielo. –Yo sabía que ella se estaba esforzando, pero no podía hacer nada más por ella –recordó el día en que se levantó y descubrió que se había ido y se dio cuenta de que tendría que criar a sus hijos él solo–. Cuando se marchó, fue para siempre. Se llevó el coche, algunas cosas y dejó una nota en la mesa de la cocina. Eso fue todo. Durante un tiempo pensé que volvería, que era imposible que una madre dejara a sus hijos, pero nunca regresó. Y entonces me puse tan furioso respecto al modo en que se había marchado y por lo que le había hecho a mis hijos que no pude ver más allá.

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–Pero lo hiciste –aseguró Poppy–. Si estuvieras todavía tan lleno de ira, entonces no serías el padre que yo he visto con mis propios ojos. Harrison asintió. –Sí, eso es verdad, pero la rabia sigue ahí, en algún sitio – aspiró con fuerza el aire–. Ahora veo que tal vez no estuviera hecha para ser madre ni para vivir aquí, pero me sigue doliendo que mis hijos crezcan sin madre. Haría cualquier cosa por ellos, por protegerlos y mantener a la familia unida y feliz. Eso es lo más importante del mundo para mí. Poppy tenía ahora los ojos llenos de lágrimas. –Y esa es la razón por la que sacrificarías la tierra de tu familia para irte con ellos si cerraran la escuela. Por ellos dejarías lo que amas. –Sin dudarlo ni un instante.

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Capítulo Trece Harrison sintió como si le estuvieran rompiendo otra vez el corazón, sacando a relucir el pasado y reviviéndolo. –¿Sabes lo que es sostener a tu bebé en brazos, mirarle a los ojos y decirle que su madre se ha ido y no volverá nunca? Harrison se atragantó por la emoción. Estaba tan enfadado que podría haber bramado como un oso. –¿Sabes lo que es querer hacer todo lo posible por proteger y cuidar a ese bebé y no tener ni idea de por dónde empezar? – continuó-. Por no mencionar lo que es tener a una niña pequeña con el corazón roto llorando cada noche en tu cama. Harrison se quedó mirando a Poppy a los ojos y lamentó haberlo hecho, porque se dio cuenta de que sus palabras le estaban haciendo daño, como si la estuviera acusando de algo de lo que sin duda no era culpable. Pero ahora que había empezado, no podía parar. Se había guardado sus sentimientos durante años, y ahora que sacaba el tema, todo salía de nuevo a flote. Lo mal que lo había pasado al verse solo con dos niños, siendo padre soltero a tiempo completo. –Cuando eres padre, lo que quieres es darle todo a tu hijo. PÁGINA 166 DE 211


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Pero muchas noches solo podía acostar a Alex tarde tras darle vueltas alrededor de la casa durante horas, y luego me metía en la cama con Katie, que lloraba por su madre. En ese entonces estuve a punto de rendirme. Pensé que no podría darles lo que necesitaban, el amor que se merecían. Las lágrimas empezaron a resbalarle por las mejillas y Harrison no pudo hacer nada para retenerlas. Porque sus hijos no estaban allí, estaba hablando del pasado y no era capaz de seguir conteniéndose. –Tuve que serlo todo para esos niños, dos padres en uno, y eso me convirtió en un padre oso protector. Y por eso nunca he sido capaz de permitir que nadie se me acerque de nuevo, ni a mí ni a ellos. Harrison se secó los ojos, furioso consigo mismo por haberse derrumbado cuando normalmente se le daba tan bien guardar la compostura. –Lo significan todo para mí, Poppy, y yo soy lo único que tienen. Y mientras sean pequeños –Harrison hizo una pausa y miró hacia el campo. Los terneros que Katie tanto quería le hicieron sonreír–, me aseguraré de protegerles del único modo que sé. Poppy había empezado a alejarse. Harrison se frotó los ojos con el dorso de las manos, negándose a permitir que las emociones volvieran a apoderarse de él.

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–Lo siento, no sé a qué ha venido esto. Ella no se detuvo, así que Harrison tuvo que apretar el paso para ponerse a su altura. Le tocó el codo para que se detuviera. Al ver que no se giraba y mantenía la cabeza gacha, la rodeó y la obligó a detenerse. –Oye, lo siento. ¿Por qué diablos habría perdido el control así? Había actuado como si fuera culpa de Poppy en cierto modo, como si tuviera derecho a explotar por algo que había sucedido hacía más de cinco años. Poppy no se lo merecía, ella había estado allí apoyándole durante la última semana como nadie en su vida. –Poppy, de verdad, no sé por qué me ha ocurrido esto, yo… Maldición, estaba llorando. Cuando trató de tomarla del brazo, ella se limitó a sacudir la cabeza. Pero Harrison no se iba a rendir. ¿Por qué diablos lo tenía que haber estropeado todo y hacer daño a la persona que menos se lo merecía? –Poppy –Harrison le puso los dedos en la barbilla y se la alzó suavemente para obligarla a mirarle a los ojos. Los tenía bañados en lágrimas, unas lágrimas que le llegaron al alma porque eran culpa suya que estuviera llorando. –Tienes razón. No sé lo que es abrazar a un hijo –dijo con la PÁGINA 168 DE 211


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voz rota. –No quería decir eso, Poppy. Es que llevaba mucho tiempo sentado encima de toda esa basura del pasado, y de pronto me ha salido así. Poppy miraba ahora hacia lo lejos, pero volvió a clavar los ojos en los suyos antes de hablar. –Pero sí sé –le dijo abrazándose a sí misma–, lo que es desear con todas tus fuerzas tener un hijo y luego perderlo. Estar embarazada y emocionada y después descubrir que has perdido el niño que deseabas desesperadamente tener. Maldición. ¿Cómo había podido hablar como lo había hecho sin pensar que Poppy podría haber vivido una tragedia? –¿Perdiste un hijo? –Tuve dos abortos en los dos últimos años, pero teniendo en cuenta todo lo ocurrido, supongo que habrá gente que lo considere una bendición –se aclaró la garganta–. El último fue poco antes de mudarme aquí, seguramente debido al estrés, porque aparte de todo lo que pasé, estoy muy sana. Harrison frunció el ceño. –Mi mujer dijo que quería tener hijos, Poppy, pero el modo en que los dejó me dice que nunca los quiso como yo –estaba intentando arreglar la situación, pero tuvo la sensación de que había vuelto a meter la pata. –Porque tu mujer os dejara a ti y a los niños no significa que PÁGINA 169 DE 211


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todas las mujeres harían lo mismo, Harrison. Y menos yo. Él gruñó. –No quise decir eso. Sé que tú no harías algo así, Poppy, solo estaba sacando cosas que debí haber sacado muchos años atrás en lugar de guardármelas. –Lo que yo más deseo en el mundo es tener hijos, Harrison. Cuidar de ellos, quererlos, ser todo para ellos. Nunca, nunca, los abandonaría. –Lo sé, Poppy. Se que no lo harías. –Entiendo que quieras proteger a tus hijos, y sé que eres un gran padre, pero tienes que dejar de ver a todo el mundo como un peligro potencial. Poppy se secó las lágrimas. Iba siendo más fuerte a medida que hablaba, su voz sonaba más segura. –Ten cuidado, Harrison –siguió diciendo–, no aísles a tu familia tanto que llegues a sentirte completamente solo. Porque entonces ya será demasiado tarde. Harrison sabía que tenía razón. Se lo decía la mente y cada centímetro de su cuerpo. Pero no podía admitirlo. Sería como admitir que había estado equivocado todos aquellos años. –¿Y si tuvieras razón y yo no? –preguntó él, porque no podía no hacerlo. Poppy le tocó el brazo. PÁGINA 170 DE 211


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–Sé lo que es perder a alguien que quieres, y sé lo duro que es admitir que uno está equivocado. Pero tú tienes que sacar tus propias conclusiones sobre lo que es bueno para ti y para tu familia, Harrison. –Lo sé, pero a veces es más fácil alejar a la gente que arriesgarse a dejar que se acerquen demasiado –tragó saliva y miró a lo lejos, porque era más fácil que mirarla a los ojos. Más fácil que reconocer la verdad que encerraban sus palabras. –Lo de anoche fue maravilloso, Harrison, y te agradezco que me hayas enseñado esta parte del rancho por la mañana, pero creo que es hora de volver a casa. Maldición, había presionado demasiado y había hablado demasiado. Normalmente era culpable de todo lo contrario, y sin embargo no había sido capaz de contenerse. –No tienes por qué irte –le dijo. No estaba todavía preparado para decirle adiós–. No quiero que pienses que… –¿Qué? –preguntó Poppy sacudiendo la cabeza–. ¿Que tienes la misma opinión de mí que de tu ex solo porque soy una mujer? ¿Que crees que nadie entiende lo que es que alguien en quien confías te rompa el corazón? Harrison cerró los ojos y contuvo la ira que intentaba desesperadamente abrirse paso dentro de él. Pero aquella no era una pelea que tuviera que librar con Poppy. PÁGINA 171 DE 211


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No era ella la que le había hecho daño, la que le había abandonado, la que le había roto el corazón y le había dejado con dos niños pequeños. –No puedo evitar ser como soy, Poppy. ¿Crees que no he hecho todo lo posible por borrar la amargura que me invade desde que ella se marchó, por acabar con el dolor y la sobreprotección que siento hacia mis hijos? Harrison se pasó una mano por el pelo. Apenas era capaz de mantener la furia a raya. –No quiero ser esa persona, Poppy, pero no puedo hacer nada al respecto. Así soy y tengo que lidiar con ello. Ella era ahora la que estaba enfadada. Lo veía en el brillo de sus ojos y en cómo apretaba los puños. –No eres la única persona del mundo a la que le han hecho daño –le espetó–. ¿Crees que yo quería empezar de cero, ver cómo me arrebataban todo por lo que tanto había luchado? ¿Sabes lo que me costó venir aquí, a un sitio nuevo, sola, y volver a empezar con una sonrisa en la cara como si fuera la persona más feliz del mundo y no lo hubiera perdido todo? –Sé que has sufrido, Poppy –dijo Harrison en voz baja, haciendo lo posible por sonar todo lo empático que se sentía–. No digo que hayas sufrido menos que yo, solo digo que yo soy así. No puedo superar lo que me pasó, lo que les pasó a mis hijos. PÁGINA 172 DE 211


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–Inténtalo con más fuerza, Harrison –murmuró ella–. Con más fuerza. Poppy se giró entonces sobre los talones y enfiló hacia la casa. Harrison la dejó ir. ¿Qué podía decirle? Sobre todo cuando las únicas palabras que se le pasaban por la cabeza eran demasiado duras para admitirlas. «Poppy tiene razón». Contó a ojo el ganado y comprobó el estado de las vallas. Luego se dirigió a los establos para buscar el quad. Una vez subido a él, aceleró en dirección al río, comprobando las vallas y asegurándose de que la tormenta no había creado daños mayores. Disminuyó la velocidad al pasar cerca del agua para comprobar la altura. Le dio la vuelta al quad y se dirigió hacia la casa. No se podía cruzar en vehículo, lo que significaba que tendría que utilizar el helicóptero para llevarla sana y salva al coche. Tras la experiencia de la noche anterior, no estaba seguro de que Poppy estuviera de acuerdo con la idea. Apagó el motor y entró quitándose la chaqueta. Ahora solo tenía que pensar en qué iba a decirle a ella.

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Capítulo Catorce Poppy se quedó mirando la habitación de Katie. No había entrado, pero no podía apartarse del umbral. Era un dormitorio femenino, pero no cursi. Las paredes eran de un rosa tan pálido que parecía casi blanco, y las cortinas de lunarcitos le recordaban a su propia habitación de cuando era niña. Era el dormitorio que a ella le gustaría ofrecerle a su propia hija algún día, pero la idea de perder otro bebé todavía le dolía como un puñetazo. La piel se le puso de gallina, como le sucedía siempre que pensaba en ello. En la ropita blanca que había comprado en cuanto supo que estaba embarazada las dos veces… y allí había una niña pequeña con una habitación preciosa y sin madre. Algún día le sucedería a ella, porque el problema no era que no pudiera quedarse embarazada. Pero ahora le parecía un sueño lejano. Entendía que Harrison pensara así de las mujeres porque ella no podía imaginar que ninguna madre dejara abandonados a dos niños pequeños. Pero ella no se merecía escuchar todo aquello. Porque deseaba con todas sus fuerzas ser madre, porque no había PÁGINA 174 DE 211


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hecho otra cosa que estar allí para sus hijos y para él. No porque esperara nada a cambio, sino porque se preocupaba de corazón de todos sus alumnos y porque también sentía cariño por Harrison. Se le escapó una lágrima furtiva y se la secó rápidamente. No iba a llorar por un hombre. Se suponía que no debía siquiera estar con un hombre. Y, desde luego, no iba a sollozar por ese en concreto. –¿Poppy? Ella enderezó los hombros y se dio la vuelta, tratando de olvidar la habitación perfecta que había estado mirando. Harrison había vuelto, lo que significaba que había llegado el momento de marcharse. Y ella no quería quedarse allí ni un segundo más de lo necesario.

El helicóptero estaba planeando, y Poppy trató de no mirar hacia abajo. Solo tenían que cruzar el río, pero seguía aterrorizada tras la experiencia de la noche anterior. Aterrizaron con suavidad, aunque a ella le temblaban las manos. –¿Mejor que anoche? Poppy miró a Harrison y le dirigió una sonrisa trémula. No PÁGINA 175 DE 211


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quería ser desagradable, pero aquello resultaba incómodo y los dos lo sabían. Esperó a que él le hiciera una señal, no abrió la puerta hasta que él abrió la suya y mantuvo la cabeza baja, como le había enseñado Harrison la noche anterior. Él rodeó el aparato, agarró su bolso y la ayudó a bajar, pero Poppy mantuvo las distancias. No quería mirarle, ni tocarle. Nada. Porque entonces se lamentaría de lo que había ocurrido, de haberse abierto a él. Cuando estuvo asustada e insegura lo superó porque le pareció lo que debía hacer. Porque confiaba en el. ¿Pero ahora? Ahora no estaba tan segura. –Poppy… Ella sacudió la cabeza, más para sí misma que para él. –No, por favor. No. Como si no fuera ya bastante malo estar allí con él. Lo último que quería era una disculpa, ni hablar de nada. Lo único que deseaba era irse a casa. Subirse al coche y alejarse lo más posible de Harrison. Porque cuando discutieron la noche anterior tendría que haber sabido que las cosas habían llegado demasiado lejos. –Solo quería decir que lo siento. Harrison salvó tan deprisa el espacio que les separaba que ella no lo vio venir. Primero le pasó el bolso, y un instante después la estaba sujetando por los hombros y besándola con PÁGINA 176 DE 211


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tanta pasión que se quedó sin aliento. Las manos de Harrison la sostuvieron en su sitio. Su cuerpo era sólido como una roca. Quería apartarse pero le resultó imposible a pesar de saber que sería su último beso. Que no volvería a ponerse en aquella situación nunca más. Harrison apretó los labios contra los suyos una y otra vez con desesperación, como si fuera un condenado a muerte robando el último beso de su vida a la mujer a la que amaba. Poppy puso la mano entre ellos; tenía que parar antes de que fueran más lejos, antes de que se quedara sin fuerzas para decirle que no. –Adiós, Harrison –le dijo poniéndole la mano en el pecho para mantenerle alejado. Poppy se dio la vuelta y se dirigió al coche, negándose a mirarle de reojo. Sentía el pecho tirante, los ojos llenos de lágrimas y un nudo de emoción en el estómago. Buscó las llaves en el bolso, consciente de que Harrison debía de seguir mirándola, ya que no había escuchado el motor del helicóptero. Casi podía sentir sus ojos clavados en la espalda, viéndola partir. Harrison era un buen hombre, un ser humano fuerte y un padre asombroso. Y por eso le dolía tanto. Porque el último hombre con el que había estado le había hecho muchísimo daño, y al final no le había importado que ella se marchara. No PÁGINA 177 DE 211


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le importó robarle todo su dinero, ni que hubiera perdido a su bebé. Nada. Pero Harrison era justo lo contrario, y por eso no quería que ella se acercara. Aquel hombre amaba a sus hijos tanto que haría cualquier cosa para protegerlos. Estaba tan en guardia que nunca bajaba las defensas. Poppy se quedó mirando el coche y trató de mantener la mirada baja, pero no pudo. Harrison seguía donde le había dejado, con expresión indescifrable, la boca apretada. Sin apartar los ojos de ella. Giró la llave, rezando para que el motor arrancara, y luego se alejó lentamente hacia el camino de tierra que llevaba a su casa. A través del espejo retrovisor vio cómo Harrison se daba la vuelta y se dirigía al helicóptero. Las lágrimas le resbalaron ahora a Poppy por las mejillas y le cayeron al suéter. Subió el volumen de la radio y trató de acallar la voz interior que le decía que se diera la vuelta. Y también la voz que le decía que había sido una estúpida por haber intimado con él en un principio cuando sabía que no debía enamorarse de ningún hombre. Y menos de uno del que era tan fácil enamorarse como Harrison Black.

Harrison esperó a sus hijos al otro lado del río, en el punto PÁGINA 178 DE 211


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exacto en el que había visto marcharse a Poppy un poco antes. Un torbellino de polvo le hizo saber que su madre estaba cerca, y lo último que necesitaba era que le preguntara por qué estaba tan malhumorado. No se creería la excusa de que se debía al mal tiempo. El coche apareció entonces ante su vista, y Harrison forzó una sonrisa y saludó a los niños, consciente de que estarían con la cara pegada a la ventanilla buscándole antes de que él pudiera verlos. Su madre le dio las largas y Harrison trató de sonreír todavía más, trató de convencerse de que estaba bien, de que había tenido una mañana agradable, en lugar de sentirse como si hubiera peleado diez asaltos de boxeo. –¡Papá! –la puerta del coche se abrió en cuanto el vehículo se detuvo. Él se inclinó y abrió los brazos mientras Katie y Alex corrían hacia él. –¡Hola, chicos! –en cuestión de segundos lo colmaron de abrazos. Aquello era lo que necesitaba. Aquello era lo que trataba de proteger con tanto ahínco, por lo que estaba renunciando a todo lo demás. Para mantener a salvo a aquellas dos personitas. –Hola, cariño. Harrison se incorporó con un niño en cada brazo. –Hola, mamá –se rio–. Te daría un beso si pudiera. PÁGINA 179 DE 211


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Ella también le sonrió y sacudió la cabeza. –Le estaba justo diciendo a tu padre que probablemente no haya un padre en el mundo más querido que tú. A la mayoría de los niños les gusta estar cierto tiempo lejos de sus padres para divertirse un poco, pero estos dos quieren volver con su padre todo el tiempo. Harrison tragó saliva y se negó a pensar en aquella palabra: «padres». –Me gusta saberme querido. Su madre suspiró. –Cariño, eres muy querido. No creo que debas tener ninguna duda al respecto. Harrison deseó no haberlo dicho de aquel modo. –¿Qué tal está papá hoy? Ella sonrió. –Se ha pasado la mayor parte de la mañana diciéndome que tenía que venir a ayudarte. Harrison dejó a los niños en el suelo y les vio salir corriendo para inspeccionar el río. –¡No os acerquéis demasiado! –gritó. Cuando volvió a girarse hacia su madre, ella le estaba mirando fijamente con los labios apretados, como si estuviera pensándose si decirle algo o no. PÁGINA 180 DE 211


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–Suéltalo –le pidió Harrison. Ella suspiró. –Ya sabes que no me gusta meterme, Harrison, pero la joven que dejó anoche a los niños en mi casa me pareció… bueno, adorable. –Solo es la profesora de los niños –no quería hablar del tema con su madre. –Cariño, es algo más que la nueva profesora. Te lo veo en la cara, y también estaba escrita en la suya anoche. –No voy a hablar de Poppy contigo, mamá. –No tienes por qué hacerlo –ella le tocó la cara y le miró a los ojos, de modo que no tenía escapatoria–. Pero te he visto luchar todos estos años, Harrison. Estoy muy orgullosa del padre en que te has convertido, pero sé que también serías un marido maravilloso para alguien. Harrison aspiró con fuerza el aire para apartar de sí la rabia, negándose a que su madre le viera perder el control. –Ya he sido el marido de alguien, y mira cómo terminaron las cosas. Se giró para mirar a Katie y a Alex, vio cómo reían y jugaban juntos. –No estoy diciendo que necesites casarte, pero verte feliz, verte estar con alguien adorable que merezca tu compañía, eso PÁGINA 181 DE 211


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me haría a mí muy feliz. Harrison contuvo un gruñido. –Me ha quedado claro, mamá. –¿La llamas Poppy? Él alzó una ceja. –¿Por qué no? –era su nombre, ¿qué tenía de extraño? –Me preguntaba si el hecho de que se quedara aquí anoche es la razón por la que has dejado de llamarla «señorita Carter». –¿Cómo sabes…? Su madre se estaba riendo. Era demasiado astuta. –Voy a llevar a los niños a casa –le dijo inclinándose para besarla en la frente–. Gracias por cuidar de ellos. –Te veo pronto, cariño. –Decidle adiós a la abuela –les dijo a sus hijos. Los niños fueron corriendo a darle un abrazo de despedida mientras él los miraba. Había admitido que Poppy había pasado la noche con él, lo que significaba que su madre no cejaría hasta que supiera más sobre su relación. Era una lástima que se hubiera precipitado tanto, porque tal vez su madre tuviera razón. Tal vez ya hubiera pasado demasiado tiempo solo. –¿Está Poppy en casa? –Katie le miraba ahora como un PÁGINA 182 DE 211


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perro labrador emocionado. –No, cariño, se ha ido a la suya. –¿Se quedó en mi habitación? Harrison contuvo una carcajada. Ojalá fuera así de sencillo. –Vamos, subamos al helicóptero, ¿de acuerdo? Levantó primero a Alex y luego a Katie, cerró la puerta y luego subió por la suya. Sus hijos habían crecido rodeados de maquinaria pesada y helicópteros, pero todavía se entusiasmaban cada vez que subían por los aires. –Copilotos, preparados para el despegue –dijo a través del micrófono. Los niños ya se habían puesto los auriculares y el cinturón y le sonreían. Harrison los subió por el cielo hasta que estuvieron por encima del río. Pero no quería volver a casa todavía. Necesitaba un aliciente, una razón que le recordara por qué la tierra que trabajaba era tan importante para él. Por qué amaba su vida allí, por qué debía estar agradecido. –¿Qué os parecería un vuelo panorámico por el rancho? Las dos caras felices que miraban por la ventanilla le dieron la respuesta. Tal vez no hubiera una madre en sus vidas, pero sus hijos eran felices. Eran queridos y crecían en un entorno con el que la mayoría de los niños solo podían soñar. PÁGINA 183 DE 211


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Tal vez estuviera siendo demasiado duro consigo mismo. Tal vez se preocupara demasiado por lo que Katie y Alex no tenían en lugar de ver lo que sí tenían. Estar en el aire le sentaba bien. Era su adicción, y hacía mucho que no disfrutaba de un vuelo con sus hijos al lado.

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Capítulo Quince Poppy sujetó el sobre con fuerza y se sentó. Le temblaban las manos. No era capaz de abrirlo. –Eh, Lucky –dijo mirando cómo el gato saltaba encima de la mesa y se la quedaba mirando agitando la cola hacia delante y hacia atrás, como si él también estuviera nervioso–. ¿Tú qué opinas? No se lo esperaba. Ese era el problema. Lo que esperaba era un trayecto agradable a la tienda pensando en lo que necesitaba comprar para la semana. No que la señora Jones le dijera que tenía una carta para ella. Poppy suspiró y tiró el sobre antes de volver a recogerlo y abrirlo. Lo había hecho. Ahora solo tenía que leer la carta. El papel era duro y había varias páginas. La primera tenía el membrete de un bufete de abogados de Sídney, uno que ella no conocía, y no tenía ni idea de cómo se las había arreglado él para pagarlo. Poppy miró la página. Por supuesto, seguramente habría convencido a su pobre novia para que lo pagara sin que ella sospechara que terminaría arruinada. PÁGINA 185 DE 211


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Cerró los ojos, aspiró con fuerza el aire y luego los abrió muy despacio. Chris en la cama con su amiga, su cuenta bancaria a cero, su tarjeta de crédito sin saldo y su casa embargada. No quería pensar en nada de aquello, se negaba a dejarse llevar, pero los recuerdos seguían allí. Todavía estaban frescos y dolían cuando se permitía recordar, aún conseguían provocarle un escalofrío por todo el cuerpo. Poppy forzó una sonrisa. Tal vez aquello fuera lo que había estado esperando, la pieza final del puzle que le hacía falta para seguir adelante con su vida y dejar atrás aquellos recuerdos. Estaba divorciada. Repasó el documento una y otra vez leyendo las palabras, estudiando las firmas. ¡Estaba divorciada! Había solicitado una disolución rápida de su matrimonio y se la habían concedido. –¡Lo he conseguido, Lucky! –dio un salto, agarró al gato y bailó por la habitación con él–. ¡Por fin lo he conseguido! El gato estaba rígido y parecía alarmado, pero ella no lo bajó. Porque en aquel momento necesitaba un cuerpo caliente junto al suyo, necesitaba compartir el momento con alguien. Y si solo contaba con el gato, pues sería con el gato. –Vino, eso es lo que necesitamos –anunció dirigiéndose a la nevera–. Quiero vino, y lo quiero ahora. Aquella noche iba a celebrarlo. No iba a pensar en su ex PÁGINA 186 DE 211


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marido ni en Harrison. En lo único que tenía que pensar aquella noche era en sí misma y en lo que significaba empezar de verdad de cero, olvidar que había estado casada una vez y disfrutar simplemente de ser Poppy Carter. Descorchó la botella, se sirvió una copa y se dirigió al salón. Una noche de vino, helado y Sexo en Nueva York era justo lo que necesitaba. Porque después de tanto tiempo, por fin era libre. Y nunca se había sentido tan bien estando sola.

Poppy levantó la botella y se dio cuenta de que estaba vacía. Volvió a dejarse caer en el sofá y se quedó mirando la copa. También estaba vacía. Estaba empezando a pensar que tal vez no fuera tan maravilloso estar sola, y ver cómo el novio de Carrie la dejaba en el altar tampoco hacía que se sintiera precisamente bien. Lo único bueno era el gato que tenía acurrucado al lado. Llamaron con fuerza a la puerta y Lucky dio un salto todavía más grande que ella. ¿Quién diablos aporreaba la puerta de su casa a aquellas horas de la noche? Se puso de pie y se sujetó al respaldo del sofá para no perder el equilibrio. No estaba acostumbrada a beber tanto. Normalmente paraba en la segunda copa de lo que estuviera bebiendo. PÁGINA 187 DE 211


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Se dirigió a la cocina primero, agarró una sartén y luego se acercó a la puerta apoyándose en la pared. La persona volvió a llamar y a ella le latió el corazón con fuerza. ¿Quién escucharía sus gritos si necesitaba ayuda? Agarró la sartén con más fuerza y lamentó haber bebido tanto. –¿Quién es? –preguntó con voz algo temblorosa. –Harrison. Oh, cielos. Era la última persona a la que necesitaba ver, pero al menos sabía que no estaba allí para robar ni para asesinarla. –Un momento –Poppy se miró en el espejo del vestíbulo y estuvo a punto de echarse a llorar. Tenía el pelo hecho un desastre, el rímel corrido y llevaba puesto un suéter dado de sí y unos pantalones de chándal horrorosos. Se atusó un poco el pelo y se lo recogió en una coleta algo más respetable. –¿Poppy? Ella retiró el cerrojo y la puerta se abrió lentamente. –Hola. Harrison estaba a media luz bajo el farol que colgaba de la puerta. Tenía el pelo revuelto, como si se lo hubiera alborotado con los dedos, pero le brillaban los ojos. Los clavó en los suyos en cuanto Poppy le miró.

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–Venir aquí me pareció una idea realmente buena cuando salí de casa –dijo metiéndose las manos en los bolsillos–. Ahora estoy empezando a pensar que tal vez tendría que haber llamado antes. Poppy seguía con la mano en el marco de la puerta para mantener el equilibrio. –¿Están bien los niños? Él asintió. –Sí, están dormidos en la camioneta. –Harrison, tengo que decirte algo… –Yo también –la interrumpió él–. ¿Cabe alguna posibilidad de que pueda entrar primero? Poppy se agarró con más fuerza a la puerta. Estaba algo mareada, y se preguntó si sería capaz de permanecer de pie y escucharle. –Ah, claro. –Es solo que… Bueno he tenido algo de tiempo para pensar y me siento una basura por cómo te he hablado antes. Poppy se mordió el labio inferior y le miró fijamente. No estaba acostumbrada a que los hombres se disculparan con ella. –Tenías razón cuando dijiste que me daba miedo seguir adelante, que tengo que protegerme menos. –No pasa nada, Harrison. Sé que has pasado momentos PÁGINA 189 DE 211


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duros, y eres un gran padre. –Pero es justo eso, Poppy. Él dio un paso adelante y acercó el cuerpo al suyo. Le tocó la mejilla con tanta ternura, con tan inesperada suavidad que ella no supo dónde mirar ni qué decir. Ni qué esperaba Harrison de ella, si es que esperaba algo. –No quiero ser únicamente padre. Quiero recordar lo que es ser un hombre además. Un escalofrío recorrió el cuerpo de Poppy, subiéndole por la espalda y aposentándose en el vientre. ¿Estaba hablando de ella, de la noche anterior, o se le había subido el vino a la cabeza? –Harrison… Él le puso los dedos en los labios y las palabras murieron en su boca. –Déjame terminar –susurró. Poppy asintió. No fue capaz de hacer nada más, sobre todo teniéndolo tan cerca. –Te deseo, Poppy. Estoy muy asustado y he conducido hasta aquí en la oscuridad porque necesitaba decírtelo –dijo en voz tan baja que ella tuvo que alzar el rostro para oírlo–. No quiero pensar en el pasado ni fingir que sé algo más de ti que lo que me has mostrado. Simplemente, te quiero.

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Harrison empezó a agitarse delante de ella como si estuviera bailando, y Poppy tuvo que agarrarse al marco de la puerta con más fuerza. –¿Estás bien? Ella negó con la cabeza. –No. –No tendría que haber venido. Yo solo… diablos, no sé qué me ha pasado, Poppy, pero no puedo dejar de pensar en ti y necesitaba decirte lo que me está pasando por la cabeza. –Harrison. Él alzó una ceja en gesto interrogante. –No es que yo no sienta lo mismo, pero… –¿Eso que querías decirme es importante? Lo siento, Poppy, he empezado a hablar y no podía parar. ¿Hay alguien aquí contigo? –miró a su alrededor, como si esperara encontrar a un visitante. –En realidad quería decirte dos cosas –murmuró ella–. Y no, no hay nadie aquí aparte de Lucky y yo. Harrison estaba esperando, mirándola en silencio. –Estoy oficialmente divorciada –anunció sintiendo cómo se le caldeaba el cuerpo al pronunciar aquellas palabras–. Los papeles llegaron cuando estaba en tu casa. Los he recogido antes. PÁGINA 191 DE 211


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–Eso es bueno, ¿verdad? –preguntó Harrison con expresión cautelosa. –Sí, es maravilloso. –¿Y cuál es la segunda cosa? Ella se rio, incapaz de contenerse. –Creo que estoy borracha.

Harrison fue a ver cómo estaban los niños antes de volver y tomar a Poppy de la mano. –Siguen dormidos. Poppy entrelazó los dedos con los suyos, pero él se apartó para pasarle un brazo por la cintura y estabilizarla. Estaba un poco tambaleante. –¿Quieres meterlos dentro? –le preguntó Poppy. –No –Harrison la llevó hacia el dormitorio–. Voy a meterte a ti en la cama y luego voy a subirme a la camioneta y enfilar directamente al rancho. Si el nivel del agua no se hubiera recuperado tan rápidamente no habría podido ir a visitarla, y no quería poner una excusa para quedarse. Además, no se fiaba de sí mismo cuando estaba cerca de Poppy y no quería aprovecharse de una mujer embriagada. PÁGINA 192 DE 211


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Le sostuvo la mano cuando Poppy se sentó en la cama y se inclinó para besarla en la frente. Sus labios se quedaron sobre su piel más tiempo del que había pretendido. Pero lo cierto era que olía tan bien, sabía tan bien que no le resultaba natural apartarse de ella, por mucho que hubiera luchado contra ello con anterioridad. –¿Hablabas en serio antes? –murmuró Poppy. Harrison se puso de cuclillas en el suelo frente a ella y le tomó ambas manos. –Absolutamente en serio, Poppy. Y si por la mañana no recuerdas lo que te he dicho, te lo volveré a repetir. Ella se había sonrojado. –Creo que hoy he sido un poco dura contigo –confesó–. Estaba muy enfada con mi ex, y cuando abrí los papeles del divorcio me pregunté si a lo mejor estaba enfadada contigo porque no quería estarlo con él. Así no tendría que pensar en el pasado –suspiró–. Ya lo sé, esto no tiene ningún sentido, ¿verdad? Harrison se inclinó hacia delante, apoyándose en las piernas de Poppy para mantener el equilibrio, y la besó suavemente, rozándole apenas los labios con los suyos. –Creo que los dos tenemos que olvidar el pasado. ¿Por qué aferrarse a algo que podría arruinar nuestro futuro? Nunca se le había dado bien hablar, y menos de sus PÁGINA 193 DE 211


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sentimientos, pero Poppy había cambiado eso en él. –¿Significa eso que tú y yo tenemos un futuro? –preguntó ella en un susurro apenas audible. –Mañana –dijo Harrison besándola una última vez antes de incorporarse–. Nuestro futuro empieza mañana. Poppy sonrió, se volvió a tumbar, se tapó con las sábanas y cerró los ojos en cuanto apoyó la cabeza en la almohada. –Cerraré la puerta al salir –le dijo inclinándose una vez más para acariciarle la cara antes de marcharse. Harrison hizo un esfuerzo por salir de allí. Se recordó a sí mismo que sus hijos estaban en el coche. Porque le habría resultado demasiado fácil tumbarse al lado de Poppy y abrazarla, dormir a su lado toda la noche. Pero no podía hacerlo. Porque si lo que acababa de decirle era cierto, su futuro no empezaba hasta el día siguiente. Así que tendría que esperar hasta entonces.

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Capítulo Dieciséis Poppy sonrió cuando los niños se rieron de ella. Estaba leyendo en voz alta, con los más pequeños a sus pies y los mayores sentados en el suelo. Llamaron a la puerta y cuando alzó la vista, el libro se le cayó del regazo. La puerta no estaba cerrada, así que pudo ver perfectamente quién esperaba allí fuera. Harrison. Se había estado preguntando cuándo volvería a verlo, y se había llevado una decepción al ver que dejaba a Katie y a Alex con mucha prisa por la mañana sin que ella tuviera tiempo de decirle nada. De disculparse por haber estado bebida cuando fue a visitarla, de preguntarle si hablaba en serio cuando… –¡Papá! –Katie pegó un salto y corrió hacia su padre, se abrazó a sus piernas y después volvió a su sitio en el suelo. Poppy se puso de pie y sostuvo el libro con fuerza con una mano mientras se pasaba la otra por el pelo. –Hola. Harrison estaba en su clase, o casi, como si esperara que lo invitara a pasar. –Siento interrumpir, chicos, pero necesito hablar con la PÁGINA 195 DE 211


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señorita Carter. Ella tuvo que morderse el labio para no sonreír. Cuando se refería a ella de aquel modo oficial… Dejó el libro sobre el escritorio y se acercó a Harrison. –Será solo un momento –añadió él. Ella no tenía ni la menor idea de por qué estaba allí, pero no iba a pedirle que volviera más tarde. Necesitaba escuchar lo que tenía que decirle. La sonrisa que le dedicó Harrison fue tan auténtica, tan llena de felicidad, que le iluminó toda la cara. Poppy sonrió también tratando de aparentar indiferencia sin conseguirlo. Las mariposas que le revoloteaban en el estómago se lo impedían. Harrison sacó la mano que tenía en la espalda y le ofreció un ramo de flores. Flores silvestres púrpuras y rosas. –Te habría traído rosas, pero hay un largo camino de ida y vuelta a Sídney. Ella se rio. No pudo hacer otra cosa. –No las habrás robado de algún jardín para mí, ¿verdad? – Poppy las tomó y las olió, sosteniendo el modesto ramo como si fueran las flores más hermosas que le hubieran regalado jamás. Y en cierto modo lo eran. –Las he sacado de mi propio jardín –le informó Harrison en PÁGINA 196 DE 211


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un susurro. Poppy sabía que los niños estaban escuchando con suma atención, así que mantener el tono de voz bajo no iba a servir para nada. Aun así, le parecía más íntimo hablarse así. –Gracias –dijo–. Nada como las flores para que una chica se sienta especial. Harrison entró en su espacio vital y le tocó el codo con los dedos en una caricia que parecía más íntima que ninguna de las que le hubiera hecho antes. Parecía que un imán los atrajera, negándose a dejar que se separaran hasta que se dijeran lo que tenían que decirse. –¿Recuerdas lo que te dije anoche? –le preguntó él. Poppy asintió. –Tenía la sensación de que había sido un sueño, pero… –No –Harrison sacudió la cabeza–. No fue un sueño, Poppy. Todo lo que te dije lo dije de verdad, y tengo que admitir que nunca había sentido tanta urgencia por decir algo como para dejar a mis hijos en el coche y conducir en la oscuridad porque no podía esperar al día siguiente. Poppy contuvo el aliento. No quería creer las palabras que estaba oyendo. Había resultado tan herida por un hombre tan solo unos meses atrás que creyó que le resultaría imposible volver a confiar en otro ser humano. Pero Harrison… En aquel momento sabía que podría PÁGINA 197 DE 211


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confiarle la vida entera. Porque Harrison era un protector, un hombre que estaría dispuesto a arriesgar su vida para salvar la de aquellos que amaba. Haría cualquier cosa por que sus hijos fueran felices aunque eso supusiera sacrificios para él. –¿Qué significa eso? –preguntó. No quería creer lo que Harrison estaba insinuando hasta que lo dijera claramente. –Lo que significa –dijo él acercándose un poco más y tomándole la cara entre las manos–, es que quiero empezar un nuevo capítulo en mi vida. Quiero volver a confiar y quiero volver a amar. Poppy tragó saliva y le miró a los ojos, esperando las palabras. –Y Poppy… –susurró Harrison. Ella asintió, incapaz apenas de respirar. –Quiero que esa persona seas tú. Poppy dejó escapar lentamente el aire que había estado conteniendo, asustada pero al mismo tiempo feliz. –¿Crees que estamos preparados? –le preguntó. –Lo único que podemos hacer es intentarlo –contestó él acariciándole las mejillas–. No quiero mirar atrás y lamentar no haber aprovechado esta oportunidad contigo, y saber que la única razón fue el miedo. PÁGINA 198 DE 211


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–De acuerdo –murmuró Poppy asintiendo–. De acuerdo. –¿Sí? –preguntó él también en un susurro. –Sí –contestó ella apoyándose en él cuando Harrison se inclinó y le cubrió la boca con la suya en un beso tierno y breve. Poppy dejó que la abrazara, que le pasara un brazo por la cintura y la atrajera hacia sí. Un murmullo de risas la llevó a romper el beso, pero no fue capaz de salir del círculo de los brazos de Harrison. –Creo que tenemos público –le dijo presionando la frente contra la suya un instante antes de girarse hacia sus alumnos. –El espectáculo ha terminado, chicos –dijo Harrison lanzándole un beso a su hija y alzándole el pulgar a Alex–. Volveré a buscar a la señorita Carter después de clase. Poppy le vio salir, se rio cuando se giró para guiñarle un ojo y luego volvió a tomar el libro que estaba leyendo y se sentó otra vez en la silla. –¿Por dónde íbamos? –murmuró. Consiguió que volvieran a centrar la atención en el cuento, pero ella estaba distraída. Porque cuando empezó a leer y trató de concentrarse en cada palabra, en lo único que podía pensar era en Harrison. El hombre que le había cambiado la vida, el futuro y que le provocaba mariposas en el estómago.

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Harrison estaba en la salida de la escuela, apoyado en la camioneta, protegiéndose los ojos del sol con una mano. Miró el reloj. Eran las tres en punto, lo que significaba que le quedaban solo unos minutos para saber lo que pensaba Poppy de verdad de lo que le había dicho. Nunca en su vida había estado más asustado. Abrirse a alguien, ponerlo todo en juego cuando había pasado tanto tiempo protegiéndolos y creando un mundo seguro para Katie y Alex, era aterrador. Pero no podía ponerles un escudo a sus hijos el resto de sus vidas. Hablar con su madre y pensar en todo lo que Poppy había dicho hacía que se lo cuestionara todo. Solo porque una mujer, una sola mujer cruel y sin corazón les hubiera dejado, no significaba que tuviera derecho a castigar a todos los que le rodeaban. Y menos a alguien como Poppy. Bajó la vista cuando la risa y los gritos de los niños inundaron el aire. Poppy iba detrás de ellos, como una mamá pato guiando a sus bebés, y Harrison se quedó completamente quieto, sin apartar los ojos de ella. El pelo suelto le caía por la espalda y tenía los delicados brazos cruzados. Estaban llegando los padres, algunos andando y otros en coche, pero Harrison no se movió. Quería ver a la mujer que le había cambiado por completo la vida, la mujer que le había hecho cambiar cómo quería que fuera su futuro. PÁGINA 200 DE 211


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Y si él podía hacer algo al respecto, sería también la mujer que salvaría al pueblo. No iba a dejar que se fuera sin luchar por ella, y quería que se quedara. Para siempre. Harrison se quedó allí, dándole tiempo para que se despidiera de todos los niños. Los suyos llegaron corriendo y saltaron a la parte de atrás de la camioneta. –Solo será un minuto –les dijo. Estaba tan distraído que ni siquiera les prestó la atención a la que estaban acostumbrados. –Papá, lo de antes ha sido un poco vergonzoso –le dijo Katie asomándose por la ventanilla. –¿Por qué? –preguntó Harrison tratando de no reírse–. ¿Es que tus amigos no han visto nunca a dos adultos besándose? Katie se rio. –Ya, pero has besado a la profesora. Harrison miró a Katie y a Alex. Los dos le sonreían. Dudaba mucho que estuvieran avergonzados, pero sabía que querrían saber qué estaba pasando. Ya apenas preguntaban por su madre, pero sabía que llegaría el día en que querrían saber más sobre la mujer que les había traído al mundo. Aunque en aquel momento solo era alguien que enviaba dinero y una tarjeta por su cumpleaños. Harrison le devolvía el dinero, pero les leía las tarjetas antes de guardarlas en una caja por si algún día querían volver a leerlas. PÁGINA 201 DE 211


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–Harrison. Poppy pronunció su nombre como una afirmación, no como una pregunta. Pero la timidez de sus ojos le indicaba que estaba tan nerviosa como él. –Espero no haberte avergonzado antes –dijo incorporándose y alzando las manos–. Según Katie, ha sido todo muy embarazoso. Poppy le tomó de las manos y sonrió. Se puso de puntillas y le rozó la mejilla con un beso. –Un poco embarazoso –reconoció en voz baja–. Pero en el buen sentido. Harrison le puso las manos en la cintura y la miró a los ojos. Necesitaba saber qué sentía de verdad, si había hecho el ridículo con la única mujer con la que se había abierto. –No vas a dejar nuestra escuela, ¿verdad? –tal vez tendría que haber pensado en aquello antes de soltar su declaración. Poppy se rio. –No me has asustado, Harrison –le dijo–. No voy a salir corriendo con el rabo entre las piernas solo porque hayas sido sincero conmigo. –¿No? –Harrison avanzó hacia ella, sosteniéndole las manos contra el pecho. –En todo caso, me has convencido todavía más para PÁGINA 202 DE 211


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quedarme. Él alzó una ceja. –¿Ah, sí? –Sí –susurró ella poniéndose de puntillas y besándole una vez más, sonriendo contra su boca. –Entonces, ¿vas a salvar el pueblo y a mí? –le preguntó. –Sí, creo que voy a hacer exactamente eso. Harrison la tomó de la cintura y la levantó del suelo. –¿Cómo diablos hemos encontrado a una profesora como tú? Ella se rio y echó la cabeza hacia atrás. –Sigue halagándome así y no me marcharé nunca. Eso esperaba él. –¿Y qué me dirías si te pidiera que te casaras conmigo? Poppy se rio como una niña. –Te diría que solo llevo veinticuatro horas divorciada y que estás yendo demasiado rápido. –Mmm –Harrison le besó el cuello–. ¿Y venir a vivir conmigo? –No –respondió ella apartándole–. Pero sí saldré contigo. –¡Chicos, nos vamos de picnic! –exclamó Harrison. La dejó otra vez en el suelo y le abrió la puerta para que entrara–. Creo PÁGINA 203 DE 211


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que vamos a comprar una de esas tartas de cereza en la panadería. –¿Ah, sí? –preguntó Poppy. –Sí –afirmó Harrison con una sonrisa–. Porque si quieres que te corteje, vamos a tener nuestra primera cita ahora mismo.

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Epílogo Poppy se estiró en la hamaca y trató sin éxito de contener un bostezo. El sol estaba empezando a ponerse, pero todavía se estaba mejor a la sombra de un árbol. –Hola, preciosa. Alzó la vista al escuchar la voz de Harrison. Se apartó el pelo y lo buscó con la mirada. Avanzaba hacia ella con los niños corriendo a su lado, tratando de seguir sus pasos. –¿Qué hacéis? –preguntó Poppy sentándose y tratando de salir de la hamaca con la mayor gracia posible sin tropezar. Los niños se reían y se miraban. Poppy entornó los ojos y trató de parecer severa, consciente de que estaban tramando algo. –¿Por qué me da la sensación de que os traéis algo entre manos? Harrison se inclinó y les susurró algo a los niños, que ahora se reían a carcajadas. –¿Qué está pasando, Harrison? Él empezó a andar de nuevo, tendiéndole la mano y sonriendo.

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–Hay algo que queremos preguntarte. Si solo querían preguntarle algo, ¿por qué actuaban todos de forma tan extraña? –De acuerdo. –Poppy Carter –comenzó Harrison asintiendo a los niños, que se colocaron a su lado mirando hacia arriba, como si esperaran escuchar algo emocionante y no pudieran esperar–. Eres lo mejor que nos ha pasado nunca, y queremos decirte cuánto nos gusta que formes parte de nuestras vidas. A Poppy se le llenaron los ojos de lágrimas, pero trató de contenerse. No quería estropear el momento. Porque tal vez fuera especial para ellos, pero no podía describir lo mucho que significaban los tres para ella. Lo mucho que le habían cambiado la vida. Vio cómo Harrison le daba un codazo suave a Katie. Poppy giró la cara y sonrió a la niña. –Me encanta que estés aquí porque ahora es como si tuviera mamá –dijo abrazándose a la pierna de su padre, aunque era a Poppy a quien sonreía. –Y a mí me encanta que estés aquí porque sabes hacer pasteles muy ricos y me das muchos abrazos –susurró Alex. Harrison se aclaró la garganta y ella le miró, sacudiendo la cabeza. Sabía que no les había dicho lo que tenían que decir porque él no era así, lo que lo hacía todo todavía más especial. PÁGINA 206 DE 211


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–A mí también me encanta que estés aquí, Poppy –le dijo–. No hay nada que no me guste de tenerte en mi vida. En nuestras vidas. Entonces ella lloró, no pudo evitar que le resbalaran las lágrimas por las mejillas. –Son lágrimas de felicidad –murmuró secándoselas. No quería que los niños pensaran que estaba triste–. Es que… Bueno, todavía no me puedo creer que esté aquí. Con todos vosotros. Harrison le apretó las manos. Poppy se dio cuenta de que tenía también lágrimas en los ojos, y aquello no era algo que estuviera acostumbrada a ver. Su rudo ranchero no era precisamente del tipo emocional, así que la conmovió todavía más. –Hay algo que queremos preguntarte, Poppy. Ella ladeó la cabeza y miró a Harrison, y luego a Katie y a Alex. –No quiero precipitar las cosas entre nosotros, pero sé que eres la mujer más cariñosa, increíble y maravillosa que he conocido en mi vida –le dijo. –Y nosotros creemos que eres la mejor mamá que podríamos haber encontrado –aseguró Katie. A Poppy se le empezó a acelerar el corazón. Apenas podía respirar. Sentía una opresión en el pecho. No se le ocurriría a PÁGINA 207 DE 211


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Harrison… –Así que me gustaría pedir tu mano en matrimonio –le dijo sin pestañear y sin apartar la mirada de la suya. Katie daba saltos emocionada y le dio un codazo a su hermano. –Ah, sí –dijo Alex–. Y queríamos preguntarte si quieres ser nuestra madre. Poppy no pudo contenerse. Estaba tan feliz que pensó que iba a estallar. –Sí –afirmó abrazando a Harrison y besándole antes de echar la cabeza hacia atrás y mirar al cielo. Tal vez después de todo hubiera allí arriba alguien que cuidaba de ella–. Sí, quiero ser tu esposa –le dijo a Harrison antes de abrir los brazos para Katie y Alex–. Y quiero ser vuestra mamá también. Prometo quereros para siempre y nunca dejaros. Era una gran promesa, pero sabía que sería capaz de cumplirla. Harrison volvió a aclararse la garganta y ella le miró. Sostenía algo mientras esperaba a que ella volviera a incorporarse. Poppy tenía a un niño de cada mano, pero sus ojos eran para Harrison. Oh, Dios mío, Tenía sobre la palma de la mano abierta el anillo más bonito del mundo, que brillaba bajo la luz del sol. Un PÁGINA 208 DE 211


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solitario engarzado en una intrincada banda. –Era de mi abuela, y mi madre lo ha conservado durante años –le explicó–. Me lo ha dado con sus bendiciones para que te lo entregue. –¿Estás seguro? –preguntó Poppy, dejando que se lo deslizara en el dedo. –Queremos que formes parte de nuestra familia, Poppy. Para siempre. Y sí, estoy absolutamente seguro. –Yo también estoy segura. Harrison la estrechó entre sus brazos, sosteniéndola con cuidado como si fuera el objeto más preciado del mundo. –Te queremos, Poppy, conseguiremos que esto salga bien. –Lo sé –susurró ella contra su piel. –Has salvado nuestra escuela y has salvado mi vida –afirmó él–. Y siempre te estaré agradecido por ello. –Tal vez algún día tengáis que buscar otra profesora – susurró–. Porque creo que este rancho necesita una familia numerosa, ¿sabes? Harrison se rio y subió en brazos a Katie y a Alex para que estuvieran a la altura de su mirada. –Creo que eso estaría bien –dijo dando un paso para que pudieran darse un abrazo de grupo. Poppy cerró los ojos y abrazó a su pequeña familia. Su PÁGINA 209 DE 211


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corazón sabía que había hecho lo correcto al ir a Bellaroo, al conocer a Harrison… En todo. Aquel era ahora su hogar y no podía ser más feliz. –Me he cruzado con Sally y con Rocky cuando venía –le dijo Harrison–. Les he pedido que se reúnan con nosotros para celebrarlo. Poppy alzó una ceja. Los niños tenían otra vez una expresión traviesa. –Dime qué está pasando –insistió. –Papá dijo que íbamos a celebrar una pequeña fiesta –se rio Katie. Poppy miró a Harrison, que se limitó a encogerse de hombros. –¿Tan seguro estabas de que te diría que sí? –bromeó. Harrison dejó a los niños en el suelo y agarró a Poppy, la levantó del suelo y le dio un besó rápido antes de entrar con ella en casa con los niños corriendo a su lado. –Tenemos champán y algunos dulces de la panadería – confesó–. Nada del otro mundo, pero pensé que te gustaría ver a Sally y que esa niña te diera otro abrazo. Poppy no podía discutir aquello. Al ver a su nueva amiga avanzando hacia la puerta, se rio hasta que Harrison la dejó en el suelo. Antes le preocupaba PÁGINA 210 DE 211


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estar sola en Bellaroo Creek, pero ahora sabía que no había razón. –Hola, pequeña –le hizo una monería a la pequeña Arinya y luego abrazó a Sally–. Me alegro de veros. La otra mujer sonrió y la abrazó a su vez. –¿Estamos de celebración? –Así es –Poppy se rio y le mostró la mano izquierda con el anillo. Tomó en brazos a Arinya para hacerle unos mimos y estuvo a punto de chocarse contra Harrison. Poppy le miró a los ojos y sintió el calor que le recorrió todo el cuerpo. La próxima celebración sería con un recién nacido suyo, estarían empezando el viaje de la paternidad con un nuevo bebé. Pero por el momento solo quería pasar cada minuto con la familia que ya tenía.

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