Revista Literaria El Puñal Nº3

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ISSN 0718-705X

El Puテアal 3

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AUNQUE EL ZORRO SE VISTA DE REY


INDICE Editorial, por Rodrigo Suárez/Pág. 2 El último Padrón, de Aquiles Cuervo/Pág. 3 El Pulga Negra, de David Santos/Pág. 5 Celebración de Familia, de Mauro Rojas/Pág. 11 Quieren, de Andrés Matus/Pág.13 La Apuesta, de Santiago Urbano/Pág. 15 La revolución, de Gerardo Soto/Pág. 19 Ironía de los inmortales, de J. David Ochoa/Pág. 23 La verdad emana, de Elizabeth Cárdenas/Pág. 21 El silencio, de Sonia Leal/Pág. 22 Sín título, de Teresa Muñoz/Pág. 24 Pobreza, de Marcelo Elizondo/Pág. 25

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EDITORIAL

“Fuimos participantes de un estado de excepción, de emergencia donde el asombro engancha y captura, donde a plena vista la compañía de teatro da vida a aquellos armatostes de madera y fierro.”

Rodrigo Suárez

Alameda, la gente desborda las calles. Busca la mejor vista al abrigo de la sombra para ver el despertar de los gigantes. El hombre mecánico ruge mientras los músicos esperan que pase el calor. Dos semanas después, Parroquia San Cayetano en la comuna de San Joaquín. El evento es el lanzamiento de una antología de poemas escritos por miembros del Círculo de Escritores de La Legua. Tuvimos la oportunidad de conocer el trabajo que vienen realizando en materia de autoediciones apoyado en redes comunitarias. Estas dos instancias de expresión artística contrastan en cuanto a la magnitud de su emplazamiento y la cantidad de gente convocada. Sin embargo, creo que comparten una característica esencial que muchas veces se esconde en el recuento de los temas ciudadanos. El arte es una necesidad del ser humano. No se puede posponer.. La presencia de la muñeca y su tío mayor efectivamente transformó la calle en un espacio diferente. Las calles y veredas trastocan su uso rutinario, de tránsito utilitario. Se convirtieron en escenario y gradería móviles donde el espectador estuvo llamado a tomar un rol activo, creativo pues no bastaba con sentarse a mirar. Había que seguirlos, caminando, buscando rutas alternativas o tomando el metro y bajándose en estaciones cuidadosamente elegidas. Muchos de los asistentes engancharon con el juego. Fuimos participantes de un estado de excepción, de emergencia donde el asombro engancha y captura, donde a plena vista la compañía de teatro da vida a aquellos armatostes de madera y fierro. El lanzamiento del libro en La Legua muestra un carácter muy diferente. Es un día sin mucho calor. Algo gris. El sol se pone por sobre la Plaza Salvador Allende, donde los murales de la Brigada Ramona Parra subsisten. Merecen el respeto de los grafiteros. A la entrada de la iglesia, algunas personas esperan el comienzo del evento. En una mesa, una señora vende los libros publicados por los cuentistas y poetas de La Legua. Adentro, las mesas están puestas. Los precios del café, el queque y las empanadas están escritos sobre cartulinas pegadas en la pared. Llega el grupo de danza, mientras un cantor prueba los micrófonos con su guitarra. Hay un presentador y locutores radiales que prestan su apoyo con la amplificación y proyección de videos. Sorprende la organización y la constancia demostrada por este grupo de vecinos que, con pocos recursos, son capaces de gestionar autoediciones y lanzamientos; además de establecer redes culturales dentro de su comunidad, las que sumadas crean una sinergia que facilita la creación y difusión de las expresiones del arte (música, pintura y literatura, entre otras). Creo que los dos ejemplos descritos demuestran que la cultura es una actividad cotidiana, que no es una manifestación destinada a ser consumida en los museos y centros culturales. También nace en la calle, en los vecindarios, en los mismos ciudadanos que viven y circulan diariamente por las avenidas. RS

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EL ÚLTIMO PADRÓNAquiles Cuervo Estaba llegando ya a la peatonal San Martín. En Radio Mitre seguían pidiéndole a la gente que no dejara todo para última hora, y que salieran con tapabocas. María Eugenia se comió un carlito en el puestito de siempre y apuró un poco el paso. Eran las 5 y 30 de la tarde. Ya no recordaba cuántas veces había votado ni por cuáles candidatos. Esta vez votaría en blanco. A sus 85 años ya no tenés muchas ganas de pensar en quién votar o en quién no. Que poco te importa el futuro de los otros, de tu país, del mundo, cuando vos sabés que ya no verás nada más. Igual salió a votar. Quien sabe que la habrá movido. A lo mejor sólo quería salir a dar un paseo y encontrarse por el Bulevar Otoño con algún viejo amigo. El caso es que se comió su carlito y apuró el último mate y pensó en ella. Sí, en ella. Recordó sus primeros años como maestra de escuela en el interior, y sus pedidos de traslado frustrados a la Gran Capital. Nunca tuvo hijos y sus parejas fueron más fugaces que los políticos de turno (no llegaban nunca a los “cuatro años…”).

“Había una foto de un pastor con los brazos en alto. Quien sabe por qué se le pareció tanto a las fotos de los políticos. Y ahí estaba ella, queriendo votar. Qué sentido tenía todo esto, se preguntaba.” Se sintió cansada. Se sentó en un banquito desvencijado y buscó un nuevo aire. Buscó en su cartera un cuaderno de notas y encontró, ensimismada entre muchos papeles, una vieja caricatura de Inodoro Pereyra del negro Fontanarrosa...sobresalía una frase: “¡no caigamos en la clásica impaciencia argentina…!”. También había un recorte de una página de cines, donde se anunciaba el estreno de “Privilegio de mujer”. La fecha: 8 de mayo de 1945. Algo le decía que era una fecha histórica pero no podía recordarlo. Lo que sí tenía muy presente era su imagen en la acera poblada de la calle Santa Fe al 1120, esperando a un hombre que nunca llegaría y frente a ella el aviso recién instalando en neón, anunciando el estreno de “Privilegio de mujer”. Cuántas películas y cuántos teatros ya echados a la caneca. Sus salas más queridas, el cine América y el Capitol, donde vio filmes como “Invasión” y “El delator” eran ahora sedes de iglesias cristianas. Sentada en su banquita le dio un vistazo al diario. En la tapa las fotos de los candidatos a las parlamentarias y a 3


dos columnas un aviso publicitario en rojo: “Avivamiento de fe hoy en Rosario, directamente desde Brasil”. Había una foto de un pastor con los brazos en alto. Quién sabe por qué se le pareció tanto a las fotos de los políticos. Y ahí estaba ella, queriendo votar. Qué sentido tenía todo esto se preguntaba. Vio muy lejos el anhelado septiembre con las voces estrepitosas de los poetas del mundo, que poblaban Rosario de días y flores más amables. (¿Y cuál había sido la última película que había visto… No fue acaso, “Vientos de esperanza” en el Comedia…?). De regreso a casa le dio un paro cardíaco. Estaba frente al puesto electoral de la peatonal San Martín. En los diarios titularon “Espíritu ciudadano: Anciana muere en puesto de votación”. No dijeron que no alcanzó a votar, y que si lo hubiera hecho habría sido en blanco. María Eugenia hubiera preferido, estoy seguro, que saliera un epitafio a lo Inodoro Pereyra: “Una tan vieja, que en vez de Miss Primavera salió Mis Memorias”…

••• Aquiles Cuervo Pseudónimo de Alberto Bejarano, de nacionalidad Colombiana. Master en Filosofía y estética. Coordinador de los Talleres “Leer Borges Hoy”, del Teatro El Local y “Así habló Roberto Bolaño” en la Librería Arteletra, en Colombia.

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EL PULGA NEGRADavid Santos Arrieta El primer perro venía del lado norte. La cola cortada. El ojo izquierdo empequeñecido por las legañas. No llevaba collar, pero si pulgas, pocas, pero pulgas al fin y al cabo. Y picaban fuerte, sobre todo a eso del mediodía cuando al perro este le daba por estirarse en la plaza pública y dormir un rato. Su color negro azabache le caracterizaba, llevaba como siempre la barriga embarrada, y bien podría uno pensar que bajo ese barro tenía otro color, algunos lo pensaban y lo discutían, pero no, el perro era totalmente negro. La gente, en ese común acuerdo que representa el lenguaje, lo llamaba simplemente: el Pulga Negra. Este había aprendido a leer criándose en sus primeros años al lado de la puerta del primer año en la Escuela Municipal, alimentándose de las colaciones y sobras de los escolares, esperando siempre los recreos para perseguir pelotas y niños, como si fueran la misma cosa, y al tocar la campana para iniciar o continuar las clases, mirar desde la puerta de la sala a la joven profesora que impaciente se movía de un niño a otro enseñando “la eme con la a, ma, la eme con la e, me” y así sucesivamente. Ese día que caminada desde el lado norte del pueblo hacia la plaza pública, pensaba en por qué desde hace ya tres años no iba a la escuela, bien pensaba que de nada servía, los niños ya no le entretenían, las pelotas le cansaban; habían cambiado a la profesora por una más vieja, menos inquieta, que se quedaba sentada en su pupitre esperando que los alumnos uno a uno le llevasen su cuaderno con la copia terminada. Se había vuelto crítico. El Pulga Negra había aprendido casi todas las letras que enseñan en primer año y sentía poder leer lo necesario para la vida de un perro. En realidad, no sabía leer, creía saber, se jactaba de saber, sabía sí que la eme con la a es ma y que la eme con la e es me, pero más allá sólo entendía que esos símbolos que nosotros llamamos letras, palabras, frases escritas, dicen algo, y de ese algo, algo él entendía, perrunamente. Pero entre perros, como entre humanos, la sabiduría puede aparentarse. Es difícil explicar como un perro que come a veces acá, a veces allá, a veces no come, o a veces rompe las bolsas de basura para chupar un pañal o un toalla higiénica, pueda aprender a leer o qué tanto pueda aprender sobre el alfabeto o qué tanto podía desarrollar su conciencia fonológica, pero lo cierto es que algo sabía, tan cierto como ese mediodía donde el Pulga Negra con su guatita embarrada se acercaba a la plaza a estirar la pata y reposar un rato, mientras que desde el sur contrario, otro perro, anónimo, que cruzaba por vez primera el lugar, aceleraba el paso como quien quiere asegurar un asiento en el bus. 5


“...sabía sí que la eme con la a es ma y que la eme con la e es me, pero más allá sólo entendía que esos símbolos que nosotros llamamos letras, palabras, frases escritas, dicen algo, y de ese algo, algo él entendía, perrunamente. Pero entre perros, como entre humanos, la sabiduría puede aparentarse.”

••• Ilustración de Silvia González Silvia garabatea en Madrid y mantiene su corazón en el mar de Almeria, que le ayuda a mecer el boligrafo sobre el papel. Estudió diseño y grabado, y su sueño es ilustrar las historias más conmovedoras, horribles, cómicas y únicas que puedan existir.

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Ambos se encontraron de frente en el punto de motas de pasto donde el Pulga Negra solía relamer sus patas al mediodía, todos los días, desde que alguien le había dejado cachorro en las puertas de la Escuela Municipal, a dos cuadras de la plaza. —¿Qué haces acá? – se adelantó el Pulga Negra. —Nada… es decir, miro. —¿Por qué no llevas el pecho embarrado? ¿Acaso no sabes leer? —¿Saber qué? —Leer… las letras… el abecedario. —Oh no, eso es de hombres… yo me salvo lamiendo sobras por aquí, saboreando restos por acá… como tú, parece. —Sí, pero yo sé leer. —¿Y qué? Entonces fue que el Pulga Negro empezó con su perorata muy bien aprendida en la escuela, repetida por el Director cada lunes después de escuchar el huelasilo contra la opresión que tanta gracia le hacía a la joven profesora. La nostalgia de un pasado mejor e inexistente, convertida ahora en verborrea, arropaba al Pulga Negra que se lanzaba contra la ignorancia y la desazón, contra la falta de valores y la soberbia, como quien defiende su equipo de fútbol o su religión. Como quien defiende lo que no es de uno y por lo mismo le pertenece más. Es así como entre los perros, al igual que entre los humanos, la sabiduría puede aparentarse. —Por ejemplo, mira ese lienzo que cuelga entre esos árboles, ahí se anuncia claramente que se prohíbe a todos los perros entrar a la plaza sin el pecho embarrado; pero como ningún perro sabe leer excepto yo, todos van a sus anchas, libres como si el cartel no anunciara nada, y bueno, donde está entonces la cordura, ¿en el obedecer las normas, lo escrito o en ir por la vida campante mientras todos murmuran detrás de ti diciendo: ahí va el ignorante, ahí va el que no sabe leer, pobrecito, por eso lo perdonamos, porque no sabe leer, porque nunca se educó? Hay que ser alguien en la vida, y yo soy el perro que sabe leer y llega cada mediodía con el pecho lleno de barro a la plaza pública, orgulloso de los niños que repetían a coro la eme con la a, ma, la eme con la e, me; orgulloso de la joven profesora que impaciente enseñaba, y siempre, óyeme bien, siempre de soslayo me miraba como diciendo para ti también va esta lección. Y fue así, aprendí. El anónimo perro simplemente se acostó, no sin antes estirar su columna y saludar al sol. 7


—Y bueno, ¿qué quieres que haga? ¿Qué me embarre el pecho y vuelva? ¿Qué intente mi reposo con la barriga húmeda sólo para evitar el qué dirán? Y bueno, ¿Quiénes dirán que soy un ignorante? ¿Acaso los mismos que me negarán un pan y me correrán como quién corre la mala fortuna? En eso, personal municipal llega a instalar un pequeño andamio que les alcanza para retirar el lienzo que en realidad publicitaba el sacar el permiso de circulación en aquella comuna, y que durante años sólo fue corregida la fecha pegando encima la nueva. Nada que ver con perros vagos, que cada vez son más en el pueblo, ni con el barro en sus pechos, ni nada que el Pulga Negra proclamara, así era él, un embaucador que convencía a nadie salvo a sí mismo. Los personeros municipales sacaban el cartel para poner otro que anunciaba el inicio de la campaña de esterilización de mascotas por parte del Departamento de Salud del municipio. Ambos perros miraron la gráfica que acompañaba el texto, una fotografía en primer plano del gato y el perro del alcalde. Luego el texto anunciaba la fecha, horario y lugar de la esterilización masiva. —¿Ves? —dijo el Pulga Negra— Ahora incluyeron a los gatos.

“Quiero ver el mar, la montaña y la luna, todo de una vez. Y morir ignorante de letras pero sabio de vida.” —Qué más da. Otros pueblos me esperan. Otros solsticios de donde podré ver el sol salir mil veces antes de pasar a la conciencia mayor, se me agrandará en eso el surco de la memoria, cierto, pero lo rellenaré de conversaciones, de imágenes que se impregnan como cicatrices de por vida. Quizás me invité a morir alguna perra entre sus piernas. Ya me he salvado de varios atropellos, me he escapado de familias que intentan adormecer mis piernas que todavía no se cansan. Quisiera perder todo el barro que se me pega en invierno en calles donde escuché por primera vez historias y peroratas como la tuya. Y otras tan distintas a las tuyas, que son imposibles de nombrar ahora. Quiero ver el mar, la montaña y la luna, todo de una vez. Y morir ignorante de letras pero sabio de vida. El Pulga Negra le mostró sus dientes, paró su cola cercenada, sus patas daban los temblores que anticipaban el brinco. Se supo nublado desde adentro. Recordó la voz de la joven profesora diciendo niños, no peleen, pero el calor naciente de su pecho desprendía el barro, poco a poco, como quien escupe 8


lentamente desde arriba de un puente esperando que el escupo choque con el parabrisas de un auto, pese al sentido común, pese a las advertencias. El perro anónimo ladró primero y se lanzó al cuello de su oponente en una furia que hizo saltar hasta el sarro acumulado en sus colmillos. Los funcionarios municipales fumaban arriba del andamio. Los perros se cruzaron en una pelea en el pasto de la plaza pública, a dos cuadras de la escuela, en medio del pueblo que era todo el mundo del Pulga Negra. Los ladridos apuraban las miradas de quienes paseaban por ahí, apuraban sus voces que aferraban a los niños diciendo no te acerques, no te acerques. Los ladridos eran uno sólo. Una furia que alguien intentó definir como un viento de esos que arrancan techos. La pelea los llevó de una esquina a otra de la plaza, en una disputa que no entendían muy bien, pero consideraban necesaria. Los funcionarios municipales fumaban y reían, apostaban en sus interiores, ellos no hablaban, daban gritos como si las peleas y las carreras de animales fueran lo mismo. El Pulga Negra se retiró herido en sus dos orejas, todo el barro desprendido de su pecho marcaba un camino discontinuo e incoherente. Miró el rastro del barro y creyó leer algo en ello. Volvió tímido a la Escuela Municipal, pero en ella los niños ya no corrían tras una pelota. Miraban pantallas. De celulares, de notebook, pantallas al fin y al cabo. La profesora bebía café solitaria en su sala.

“Entonces, comenzó a buscar barro, miraba sin avanzar buscando barro, pero pese a la tierra, a lo nublado, a ser ya la hora del día donde la gente suele regar las calles, no había barro.” La escuela era resguardada por guardias de seguridad. Sangró y cojeó hasta que la sangre por si sola paró, y su caminar también, todo bajo la sombra de un algarrobo en una calle no pavimentada del pueblo. Miró la calle y la desconoció, desconoció las casas, sus colores, el ruido de alguna radio a todo volumen, incluso al cielo que se había nublado. Pensó en su enemigo, pensó en la necesidad del barro. En lo desconocido que puede parecer todo cuando el calor se nos sube a la cabeza y no queda más que avanzar, o huir. Pensó en la fragilidad del tiempo que nos parece tanto pero no es así. Cansado miraba su pecho negro azabache, hace mucho tiempo que no estaba tan agitado. Entonces, comenzó a buscar barro, miraba sin avanzar buscando barro, pero pese a la tierra, a lo nublado, a ser ya la hora del día donde la gente suele regar las calles, no había barro. 9


No podía volver. No podía levantarse. Una voz inquietante, una amalgama de gente; el director, la joven profesora, algún tierno y tímido niño, los funcionarios municipales, el pueblo, el alcalde, la señora que una vez a la semana le daba los restos de la cazuela, todos le decían ni pienses en volver a la plaza sin tu pecho embarrado. Y no pudo. Sus frágiles patas no se pararon, pese a la inquietante imagen de un perro anónimo, preparándose para un viaje, sin el pecho embarrado, estirando su cuerpo al mediodía en la plaza pública, a dos cuadras de la escuela, bajo el cartel que anunciaba lo prohibido y bajo la mirada de los funcionarios públicos que no hacía nada, salvo fumar y colgar lienzos anunciando la esterilización de los animales. FIN

••• David Santos Arrieta Nacido en Santiago en 1979, actualmente vive en Monte Patria, IV región. Es Psicopedagogo y escribe cuando tiene tiempo y ganas. Ha publicada Mirándome a los Ojos (2005), Mirando el tiempo con ojos de cristal (2006), proyecto FONDART de fotografía patrimonial, y el texto poético Ay, Sí (2006), con el que obtuvo la beca de creación literaria del Fondo del Libro. Además es creador de Lagartija Ediciones, editorial naciente.

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CELEBRACIÓN DE FAMILIAMauro Rojas De “Escritos de niños sin padres”, inédito. Es la celebración familiar La carne del año nuevo, la carne de estar en la mesa La mujer y mamá que cargó nuestras flacas infancias, descansa. El hermano mayor se emborracha otra vez, alegre como un payaso niño El hermano del medio aprende a llorar entre todos nosotros cuando se derrumba mi voz y la tuya La hermana mayor aprieta las frutas las rompe y toma su jugo con todo su cuerpo Así de hermoso vuelve a ser hermana Alguien trata trata de decir algo mágico para traer el silencio al pulmón, el silencio del atardecer. El padre camina por el hogar con los pies descalzos y el barro en los pies se hace más fresco. Se acaba la carne y ya no siento el temblor de la tierra sólo escucho una boca y mi madre que se lava sus pies cerca, en un lugar donde viven árboles. Un lugar verdadero en la piel. Estar aquí es estar en el milagro de ser una rama estar en el milagro de curarse, 11


Una vida más abierta eso soñamos, eso soñamos, familia. Como un sentido que no se dice que apenas se toca como se toca la sangre de la familia. ­ Como los pies en el barro, — así somos, hermano.

••• Mauro Rojas Poeta de Recoleta, nacido en 1984. Además de las letras, es músico. Se ha propuesto difundir el rock sudamericano on-line y en sus tocatas. Estudió Pedagogía en Castellano en Valparaíso.

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QUIERENAndrés Matus I read the news today, Oh boy! A day in the life, The Beatles

Se escucha un griterío. Quieren coserles los ojos, derretirles los párpados para asegurarse de que no los abran más. Han mirado más de lo que deben. Quieren que nadie se de cuenta encandilándonos con sus sonrisas blancas. Se escuchan aplausos. Se escuchan aplausos. Se escucha un griterío. Quieren amarrarles las piernas con sus lenguas hermosas. Hacerlos caer al piso para que se les rompa la frente. Han caminado más de lo permitido. Quieren que nadie se de cuenta ensordeciéndonos con sus palabras fuertes. Se escuchan aplausos. Se escuchan aplausos.

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Se escucha un griterío. Quieren implementar el sentarlos de espaldas al crepúsculo. Se han fijado mucho en cosas insignificantes. Quieren que nadie se de cuenta motivándonos con su mano empuñada y el índice recto, rígido, a hacer lo que debemos. Se escuchan aplausos. Se escuchan aplausos. Se escucha un griterío. Y pancartas y gritos. Reclaman por poder amar tranquilos. Se escuchan disparos. Se escucha un griterío. Se escuchan aplausos. Se escuchan aplausos.

••• Andrés Matus Pseudónimo de Andrew Spencer. Tiene 18 años y ha publicado de manera independiente Amorío Poemario. Es estudiante de Literatura Creativa en la universidad.

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LA APUESTAPor Santiago Urbano Puebla No volaba una mosca por el vecindario. Camila y Ramiro estaban sentados en el pasillo del edificio, esperando que algo pasara. Era una noche tibia, de un verano cualquiera. A los 13 años la televisión a la hora de las noticias no revestía mayor entretención, y mejor panorama no podrían inventar si todos sus amigos se encontraban de vacaciones fuera de la ciudad. Pasear por el barrio no era el panorama más entretenido aquella noche. La escasa luz del edificio no llegaba hasta el rincón estratégico desde el que ambos miraban pasar, en completo anonimato, al resto de los vecinos. –¡Te apuesto a que el próximo auto que pasa es azul! –dijo Ramiro de repente. Camila lo quedó mirando mientras salía del aburrimiento que la mantenía en trance. –Ya –respondió ella–. Te apuesto a que es rojo. –Ya poh –asintió él– ¿Y qué apostamos? –Camila pensó por un momento. –Un loly de los cabezones –dijo. Ramiro buscó en sus bolsillos unas monedas, luego las contó. –Ok, ¡que sea un loly entonces! Volvieron pues la vista hacia la calle, esperando por el siguiente auto que por allí debía de pasar. –¡Mira! –exclama Ramiro después de tres minutos de silencio–. Allá va el Juan. ¿Lo llamamos? –No –replica Camila–. ¡Es muy nerd! Nos va a tener dando la lata con sus historias de manga hasta quizás qué hora. –Si poh –responde él–. Tenís razón... ¡Fomes sus historias de manga en verdad! –Si poh, super fomes –remata Camila. Vuelven la mirada hacia la calle y prosiguen su vigilancia. Después de cinco minutos de espera Camila comienza a jugar con sus labios. Pasa su lengua sobre ellos, los humedece y luego los hace sonar. Ramiro queda intrigado con el jueguito. –¿Qué haces? –le pregunta. –Nada –responde ella–. Estoy probando mi nuevo labial con sabor chocolate. –¿Sabor chocolate? ¿Y desde cuándo te pones esas cosas en la boca, agrandá? –Desde que mi mami me lo regaló el otro día –le responde Camila. –Naaa, puras leseras no más. –Oye, si es rico –le responde Camila–. ¿Querís probar? Un dejo de picardía rondaba en las palabras de Camila, picardía que Ramiro captó al cabo de unos 10 segundos. Se puso rojo como tomate y hasta un poco molesto por la propuesta de Camila. Volvió la vista hacia la calle sin dar una respuesta, esperando por el auto que debía de pasar en cualquier momento. En los caminos del amor Camila ya tenía cierta experiencia: hace tres meses había pololeado por dos semanas con un compañero de curso, pero luego se aburrió. Ramiro por su parte aún no experimentaba sensaciones parecidas.

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–¡Ahí viene un auto! –exclamó Camila después de unos minutos. Ambos se pararon del peldaño de la escalera que ocupaban como asientos y aguardaron por el vehículo. Era gris. Se miraron y luego se volvieron a sentar. De pronto Ramiro comenzó a reír. –¿Y qué te causa tanta gracia, pajarón? –pregunta Camila. –¡Jaja! –replica Ramiro– ¡Es que más lo que esperamos y ninguno de los dos ganó la apuesta poh! ¡jajaja! Camila se quedó mirándolo tratando de entender su inesperada reacción, luego comenzó a reír también. Cuando terminaron con la risa siguieron mirando la nada desde las escaleras del edificio. –¿Y ahora qué? –pregunta Camila– ¡Yo quiero el loly pop! –Hagamos otra apuesta entonces. –Responde Ramiro. –¿Sobre qué? –dice Camila. –¡No se poh! –exclama Ramiro– ¡Pensemos! Camila gustaba de ganar las apuestas, y a su favor jugaba el hecho de que Ramiro era conocido como ‘corto de genio’, entonces pensó en algo que él no sería capaz de hacer. –Ok, tengo una apuesta –dijo Camila–, pero esta es por un chupete helado. Ramiro volvió a buscar las monedas en su bolsillo y a contar. –Está bien, pero que sean de agua porque no tengo más. –Ya poh –respondió ella–. ¡Te apuesto a que no eres capaz de probar mi labial chocolate! Ramiro al escuchar la propuesta se echó para atrás y se puso rojo tomate una vez más. –¿De qué hablas? ¿Un beso? –exclamó él. –Si poh, ¿no que eres tan machito? –dijo Camila con tono picarón. Ramiro puso cara de confusión. Ella era su amiga y no despertaba en él intenciones de otro tipo. Para Camila esto no era más que un juego que esperaba ganar. La idea de que Ramiro completara la apuesta no estaba entre sus posibilidades. –No me torees Camila, por una apuesta soy capi –respondió Ramiro. –Ya poh, aquí te estoy esperando –respondió con aire juguetón y gran seguridad, mientras estiraba sus labios y cerraba sus ojos. Ramiro un tanto ofuscado por el desafío impuesto, no lo pensó mucho y tan rápido como pudo se acercó a Camila, le sacó un beso en un segundo y se retiró a su puesto. Camila en tanto, tan pronto se retiró Ramiro abrió sus ojos poniendo cara de sorpresa. Realmente no esperaba que su amigo fuera capaz de cumplir la apuesta. –¡Tonto! –exclamo Camila mientras enrojecía–. ¡No tenías que darme el beso! –¿Cómo? –replicó Ramiro, enrojeciendo una vez más–. ¿Entonces pa’ qué hiciste la apuesta? –¡Porque se suponía que yo tenía que ganar! Con tamaña respuesta a Ramiro no le quedó otra que ponerse a reír, mientras

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Camila lo miraba enrabiada. Un auto rojo pasó enfrente de ellos sin que ninguno se diera cuenta. –Igual gusto a poco tu labial chocolate –dijo Ramiro con tono burlesco. Ahora la sartén la tenía por el mango para molestar a Camila a su voluntad. –¡De pavo no más poh! –respondió picada Camila–. Nadie puede saborear el chocolate en un segundo. Eso le dio a Ramiro una idea. Acababa de experimentar lo pudorosa que era Camila con los besos, no se atrevería ella a dar el siguiente paso. –Oye, te voy a dar la opción de ganar la apuesta –propuso Ramiro. –Nada de cochinadas oye –respondió ella–. ¡No te pongai patudo! –No, no, no, nada de eso –exclamó Ramiro–. ¡Pero esta apuesta es por un chocolito! Camila lo quedó mirando mientras pensaba. Ya el bochorno del beso quedaba atrás. El tono lúdico que estaba tomando el juego le estaba pareciendo entretenido. ¿Qué podía ser peor que un beso robado? –Ya –respondió finalmente Camila–, que sea por un chocolito entonces. –Ya –exclamó Ramiro–, te apuesto a que no eres capaz de darme un beso de chocolate por diez segundos. Camila lo pensó un momento. La escasa afluencia de pasantes a esas horas, sumado a la poca luz del pasillo del edificio, estaban siendo cómplices de esta travesura. –¡Erís bien cochino tú! –exclama Camila–, pero ni pienses que será con lengua. –¡No seai chancha, Camila! –replica Ramiro– ¿Cómo se te ocurre esa tontera? –¿Si querís un beso mío, por qué no me lo pides y ya? –¡Hey! No te pasís rollos, si no quiero un beso tuyo, sólo quiero un chocolito! –responde Ramiro un tanto ofendido–. No me vengas con cuestiones raras Camila, sé que no tienes las agallas para ganar esta apuesta… se te hace –dijo mientras gesticulaba con las manos. Aquella actitud fue una bofetada al orgullo de Camila, y nadie insultaba sus agallas y quedaba impune. Así pues tomó por sorpresa a Ramiro, le sujetó la cabeza con ambas manos y le plantó un beso. Ramiro comenzó a aletear, siquiera había tomado un poco de aire antes de esto. Por su parte Camila comenzó a contar mentalmente mientras refregaba con fuerza sus labios contra los de Ramiro. Poco a poco él dejó de armar alharaca y comenzó a saborear el delicioso chocolate de los labios de Camila. Un auto azul pasó por delante de ellos. Instintivamente la lengua de Camila alcanzó a rozar sutilmente la de Ramiro, instante preciso en que ella se alejó mientras él quedó en trance con la boca estirada. –¡Quince! –exclamó Camila. Ramiro despertó. Se sonrojó. Luego se ordenó el pelo. Miró para todos lados por si alguien los había visto mientras saboreaba sus labios. –E… eran diez no más… –dijo Ramiro aún enrojecido. Camila se sonrojó al escuchar esto y no dijo nada.

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–Rico en verdad el labial. –dijo Ramiro después de un minuto, un tanto nervioso aún por la incómoda situación. –Si poh, yo te dije –responde Camila, como tratando de bajarle el perfil al asunto. –Si poh, me dijiste. Ramiro tomó aire mientras seguía saboreando el chocolate que quedaba en su boca. Aún confundido y un tanto abochornado, se puso de pie mientras se limpiaba con la manga lo que quedaba del labial. –¿A dónde vas? –preguntó Camila. Ramiro volvió a tomar aire y finalmente exclamó: –A pedirle plata a mi mamá pa’ los chocolitos.

••• Santiago Urbano Puebla Pseudónimo de Cristian Venegas, vive en Maipú. De profesión Contador General, es además contador de cuentos en sus ratos libres.

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LA REVOLUCIÓNGerardo Soto Araya En Santiago centro hay un hombre muerto. Yace tirado casi al llegar a Huérfanos con Ahumada, con las piernas recogidas, como imitando a un minusválido pidiendo una limosna. El cuerpo boca abajo, las palmas de las manos de cara al cielo, en una postura bastante forzada incluso para un cadáver. Él venía muriendo hacía mucho tiempo atrás. Se vino desde una ciudad muy lejana del sur del país, especialmente para morir en dicho lugar, como un acto de protesta ante la muchedumbre, por su falta de interés colectivo e individual, por su pérdida de la capacidad de asombro pero, por sobre todo, por su falta de humanidad. Se vino en bus hasta Santiago, luego tomó el metro y descendió en estación Cal y Canto. Caminó agónico por la calle Puente, alcanzó el paseo Ahumada y avanzó arrastrando sus pasos hasta el sector neurálgico, en el que ahora se encuentra. Anduvo lentamente entre la gente, la que a su vez lo hacía a la velocidad asesina de un vehículo de fórmula uno o de un ebrio a las cuatro de la mañana conduciendo por la costanera, pero nadie presagió su acto subversivo que se engendraba en sus entrañas; si alguien hubiese podido adivinar sus intenciones probablemente lo habría detenido, o quizás no, quizás simplemente lo

“En Santiago centro hay un hombre muerto. Lleva meses en aquel lugar, sin que nadie note que no le queda ni una gota de vida en sus venas.” habría ignorado, dejándole llegar hasta el final con su revolución belicosa. Como aquello no sucedió, cualquier suposición acerca de este punto no deja de ser simplemente eso, una suposición. Con sus últimas energías alcanzó por fin Huérfanos con Ahumada. Ahí, entre el trafago de gente, se dio cuenta que finalmente había llegado a su objetivo. Dejó, por ende, que su alma sigilosa abandonase la cavidad inerte de su cuerpo y se desvaneció de un golpe hasta caer en el suelo, ya sin vida, en la posición que aún ahora se le puede encontrar. La gente a su alrededor no lo vio desplomarse, continuó el paso agitado que le imponían sus distintas ocupaciones. Un mendigo que estaba de pie un par de metros más allá pidiendo limosna sí se dio cuenta, pero pensando que se trataba de competencia le arrojó un escupitajo para ver si así se cambiaba de ese sector que él, desde muy temprano, había ganado para sí. En Santiago centro hay un hombre muerto. Lleva meses en aquel lugar, sin 19


que nadie note que no le queda ni una gota de vida en sus venas. La gente pasa por su lado haciéndole el quite para no pisarlo, no obstante lo anterior, no todos lo consiguen. Nadie se asombra de ver un hombre boca abajo, arrojado inmóvil contra el pavimento caliente. “Es que ya todo se me hace tan habitual” me dijo una vez mi abuelo de ochenta y tantos años, momento en el que ya lo había visto y vivido prácticamente todo, una vez que le pregunté por qué se mantenía inmóvil en su silla favorita durante horas sin hacer nada nuevo. Pero a mí me parece que eso no está bien, no puede ser que nadie se dé cuenta que aún en este especifico momento ese hombre muerto sigue ahí sin que nadie lo note. Por eso es yo que lo sé, a veces voy a verlo, me paro junto a él entre la muchedumbre insensible, la que tiende a chocarme cuando me quedo inmóvil en ese lugar obstaculizando su paso. Desde mi ubicación lo observo largamente y siento una enorme pena al verlo ahí sin vida. Sé que su revolución ha fracasado, porque él no contó con que ya no hay nada que impacte a nuestros duros sedimentos, es por eso que de vez en vez suelo arrojarle una moneda, para ver si así comienza a moverse robóticamente tal como lo hacen las estatuas humanas de una calle más abajo, posiblemente así me oiga y yo le pueda comunicar que ha fallado, se largue de una buena vez del lugar y muera en cualquier otro más adecuado, donde no entorpezca el libre tránsito de nosotros, que estamos vivos. FIN ••• Gerardo Andrés Soto Araya De profesión abogado, se considera un lector compulsivo. Lee bastante, y va comiendo hojas día a día en la micro, mientras espera, cuando camina sorteando obstáculos en la calle, cabeza gacha, metido en su libro. Ganó una mención honrosa en Santiago en 100 palabras 2006, con Inquietud Nocturna. En el 2009 publica su cuento El Angelito en una antología de Cuento y Poesía, de Mago Editores.

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La verdad emanaElizabeth Cárdenas Y así fuimos hechos... dejamos que la lengua se ate, se anude, se atore en la garganta mientras el corazón se hincha y los pulmones laten El canto gutural de los primates nos deja afónicos y la noche sopla sobre los cuerpos dormidos -o menos que esoAsí, así fuimos hechos los vivos desean morir y los muertos muertos están. Débiles nos ocultamos bajo el mantel, pero sólo mendrugos caen de la mesa Estamos hambrientos de caricias y el abrazo el abrazo esquivo ese que se queda en la memoria y que jamás se da. La verdad emana lenta nos deshace y nos da la libertad.

•••Elizabeth Cárdenas Escritora, poeta e instructora de yoga. Editora del blog de la Revista El Puñal, y forma parte de un colectivo femenino con Amanda Espejo de La Mancha y Elisa Alcántar. Ha publicado sus trabajos en La Mancha, El Ancla, El Ermitaño y en la web.

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El silencioSonia Leal Hay un pálpito que me despierta de mi sueño. Va a un solo ritmo con el mío. Sospecho quién puede ser. Aún en este nido siento que sé demasiado. Sé que el mundo está cambiando, que las personas están aprendiendo a adaptarse a los nuevos tiempos, que el cielo es azul y que todos los días sale el sol. Sé que existe algo llamado música, que llena mis oídos y me muevo por inercia a su ritmo. Lo experimento cada vez que ella se mueve. Somos uno. Todos los días descubro algo nuevo, pero no saben que ya traigo otras experiencias, si lo supieran, me estarían analizando y esperando con mayor ansiedad. Eso implicaría que también yo me pondría ansioso... Mi conocimiento debe esperar. Mucho me gustaría escribir lo que sé, pero mi nido es demasiado húmedo y mi creación no resistiría este ambiente. Debo aguardar mi momento. Cuando pienso en lo exquisito que será sentir sus brazos, ver su sonrisa, me impaciento. Quisiera saber de mi padre, que hace meses ya no escucho. Será lo primero que preguntaré cuando salga de aquí. Me siento extraño hoy, como si mi espacio no pudiese contenerme. Se mueve, estoy de cabeza. Seguro que será parto normal, no veo irregularidades en el proceso. Pasan los minutos y quisiera tranquilizarla para que me permita escuchar el entorno, pero ella está sintiendo los dolores. Me duele y me angustio… Unas manos tiran de mi cuerpo, estoy pasando por la luz. Lo primero que veo es un hermoso ser alado flotando en el aire. Coloca su índice en mi boca pidiendo mi silencio. ¿Cómo negárselo? De pronto olvido todo, ni siquiera puedo hablar. Alguien da un golpe en mis nalgas. Me duele tal frialdad, es la primera persona que conozco y comienzo a llorar… He nacido.

••• Sonia Leal. Es traductora y trabaja como secretaria. Vive en La Florida, cerca de las montañas y practica yoga. Incursiona en lo literario en el 2008, cuando comienza a participar del taller on-line de Revista El Puñal.

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IRONÍA de los INMORTALESJuan David Ochoa Al filo de la contundente expiración, al filo del final de tanta euforia y furia y sedimentos de misterio Perdiéndose en un hombre evaporado, se entrega el testamento del sudor sobre el extenso y corto tiempo de la sangre. Antes del último suspiro La pasión y la genealogía de los lutos No merecieron la memoria, Pero la ausencia de la voz y de la sombra Devuelven de la lapida la fiebre de su fuerza, Y en el letárgico y helado tiempo de los vivos Un desaparecido es un solemne dios Exento del hastío y del espacio. Por esta ley de la ironía son eternos los muertos

••• Juan David Ochoa Poeta y Cinéfilo colombiano, nacido el 30 de agosto de 1987 en la ciudad de Cali, Colombia. Hizo estudios de filosofía, ha participado en diversos concursos nacionales e internacionales de poesía. Parte de su obra ha sido reconocida y publicada en diversas revistas sudamericanas..

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SIN TÍTULOTeresa Muñoz “La patria no está en manos de los malos, sino en el corazón de los buenos” Rómulo Gallegos, Reinaldo Solar De codos en la baranda me distrae el bicentenario, hay necesidad de apoyarse en las palabras para no sufrir el silencio obstinado de la calle el potencial de vanidad está al tope y nuestra vista perdió el color el tricolor Un poeta en el metro me susurra raíces sudan Sudamérica parece que estoy en el sueño de una tarde dominical poseía, no, poesía es lo que queda después de doscientos años de predecir la desgracia de repetir adiós a la ligera y de la ligereza del amor al vecino Miro al cerro y veo a la Inmaculada ella también ve a través de ojos extraños cierta dulzura sube a los míos y bajo la mirada porque una luna muerta nos cuida porque no hay cómo distinguir los corazones

••• Teresa Muñoz Poeta de Puente Alto, licenciada en Lengua Francesa. Ha participado en los talleres La Torre Lúdica de MagoEditores y de Revista El Puñal. Escribe hace años y a pesar de su pudor, su trabajo se ha publicado en revistas y antologías.

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POBREZAMarcelo Elizondo Abro el libro en la página interior busco pobreza con sus pesados sinónimos: indigencia penuria escasez necesidad inopia, miseria estrechez carencia desnudez; hambre. Y recuerdo las imágenes, el eco de sus nombres los cartones que fluyen en la calle, la basura, el viejo automóvil empolvado.

••• Marcelo Elizondo Es un poeta joven chileno, escurridizo, del cual no tenemos muchos datos. Lo que sí sabemos es que ha publicado su trabajo en la web y que ha participado en encuentros de poesía como Descentralización.

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El Puñal 3 AÑO 2010

DIAGRAMACIÓN Elizabeth Cárdenas

ILUSTRACIONES

Silvia González (España)

EDICION DE TEXTOS

Elizabeth Cárdenas, Rodrigo Suárez

PRODUCTOR DE EDICIÓN Pablo Delgado

CONTACTO

www.elpunal.blogspot.com revista.elpunal@gmail.com

EL PUÑAL es una revista de creación literaria independiente, libre, en constante desarrollo. Nos interesa crear lazos de amistad y aprendizaje, basados en el amor por las letras. Los invitamos a escribirnos e intercambiar enlaces y textos.


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El Puñal 3 ESCRIBEN EN ESTE NÚMERO

Aquiles Cuervo, Santiago Urbano, Andrés Matus, Mauro Rojas, David Santos, Marcelo Elizondo, Gerardo Soto, Juan David Ochoa, Sonia Leal, Teresa Muñoz, Rodrigo Suárez, Elizabeth Cárdenas.


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