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abía una vez una escalera que subía a una buhardilla. La buhardilla tenía una puerta preciosa, de esas antiguas con una sola hoja de cuarterones ribeteados con clavos de cabeza gruesa en forma de pirámide. La escalera estaba intrigada sobre lo que aquella preciosa puerta encerraba tras de sí, pues imaginaba que tan magnífico cierre escondería maravillas a la altura de su belleza. Un día se armó de valor y habló a la puerta. —Puerta ¿Por qué no te abres y me dejas ver tras de ti? 7
— ¿Qué crees que hay tras de mí, escalera?—preguntó a su vez la puerta— dímelo si quieres que te deje verlo. —Imagino una estancia con un ventanal redondo —empezó a relatar la escalera— a cuyo pie hay una cama junto a un estante lleno de cosas mágicas, imagino un hueco de puerta a su izquierda, que da a una habitación jamás pisada que esconde el secreto de la vida, imagino un baúl enorme tapado por una tela de colores llena de polvo y que en su interior están los juguetes de miles de niños vividos en tiempos pasados…, La puerta, después de escuchar atentamente a la escalera, le dijo. —Sí, escalera, hay eso y mucho más. Pero no puedo dejar que lo veas por que el 8
señor del tiempo —el amo y señor de todo lo que guardo— viene de vez en cuando a visitar ésta habitación, y es celoso de su intimidad. La escalera quedó triste y fascinada, sabía que tenía razón. Pero comprendió que debería conformarse con seguir soñando la estancia porque el señor del tiempo debía de ser muy poderoso y tener un genio de mil demonios. Y así fue como esa puerta regaló los sueños a la escalera, sabiendo que jamás debería abrirse para ella y mostrarle lo que en realidad guardaba: una vacía habitación.
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abía una vez un álamo que vivía a orillas de un río. En las largas tardes de verano el álamo hacía por dar conversación al río. Sin embargo, el continuo fluir de éste impedía una conversación coherente. Lo mismo pasaba en primavera y en otoño. Al llegar el invierno sucedía que el río se congelaba y entonces en su quietud, se dirigía al álamo con el deseo de contarle sus peripecias del año transcurrido. Pero entonces el álamo no estaba, pues en invierno el árbol hibernaba. 10
Ocurría que cada uno desconocía los motivos de las no respuestas del otro, porque claro, el río nunca había sido árbol y no sabía que hibernaban en invierno. De igual forma el árbol nunca había sido río e ignoraba que su espíritu era viajero lo cual le impedía poder hablar con él al estar siempre en movimiento. Así que cada uno sacó sus conclusiones por separado. El árbol reflexionó que seguramente el río pensaba que él era aburrido ya que nunca había viajado y siempre permanecía en el mismo lugar. Sí, seguro que esa era la razón. Por su parte el río, pensaba que el árbol lo ignoraba. Y decidió que el árbol era un ser engreído y orgulloso por tal cuestión. 11
Ambos se convirtieron en enemigos y en esa enemistad, el río socavaba el lecho donde el árbol enraizaba con la intención de desplomarlo. Por su parte el árbol hacía crecer sus raíces en un estrechamiento del cauce, con el propósito de taponarlo y que el río embalsara y dejara de ser río. Un día, el maestro búho se mudó al álamo y se apercibió de la situación que estaba destruyendo a ambos seres, que obligados por el destino a vivir juntos se destruían mutuamente por una enemistad cada vez más enconada. En su sabiduría, el búho rogó solución a los duendes del bosque. Y ellos, que le debían un favor al búho accedieron. Los duendes hicieron al álamo de hoja perenne, de forma que en el invierno el árbol no tenía necesidad de dormir y así pudo hablar con el río mientras estaba congelado. Ambos, encontraron la comunicación que necesitaban y se dieron cuenta que nada tenían que ver las ideas 12
que cada uno se había formado del otro. Comprendieron que sólo la falta de oportunidad había hecho que prejuzgaran la situación hacia derroteros equivocados y destructivos. Y así se convirtieron en grandes amigos.
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ace mucho, mucho tiempo ni siquiera el tiempo existía. El mundo no era como ahora lo conocemos. Era distinto. Solo “las hadas intemporales” poblaban el espacio. Ellas tenían alas y volaban de aquí para allá, siempre flotando, durmiendo en las estelas de los cometas, comiendo polvo de estrellas, y visitando miles de puestas de soles distintos. Un día un hada llamada Hirquiriona encontró una flor. Estaba adherida a un cometa pequeño, el hada quedó impresionada ante la flor y quiso cogerla 14
pero al pronto de arrancarla, un enano salió disparado de su escondite. — !Suelta la flor! —el enano estaba muy enfadado—¡Es mía! El hada jamás había visto un enano, pero no se asustó. Las hadas son muy poderosas y no tiene miedo a nada. Pero como tampoco quería causarle daño, le dijo: —Dime duendecillo ¿Cuál es el secreto de la vida de una flor? —La tierra —contestó el enano—, la tierra alimenta a la flor y la sujeta. El hada corrió la voz, y miles de hadas recorrieron el universo buscando trozos de tierra desprendidos del volar de los cometas, e iban juntándolos todos como si fuera plastilina y así se formó el mundo, de juntar tierra. Y conforme iban juntando tierra, iban plantando flores y más contentas se ponían. Las flores formaron bosques y —de esa forma— se formó el mundo tal y como 15
ahora lo conocemos, y es por esta razón por la que, si queréis encontrar un hada, debéis ir al bosque, pues ellas viven allí, cuidando de sus flores.
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abía una vez un niño. Un niño soñador, de los que parece siempre estar en Babia. Él era feliz en su mundo creado para sí mismo, donde hadas, elfos y brujas andaban a sus anchas. Un día vio llorar a su padre y eso lo descompuso, ya que la tristeza no cabía en él. Se sintió, a su vez, muy triste, y esa noche cuando su padre terminó el cuento que todas, todas las noches le acompañaba a dormir le preguntó. 17
—Papá ¿Por qué lloran los papás? —Mario, la vida no es como la sientes de niño, la vida es correr para no llegar y en la carrera, dejarte la propia vida. La explicación dio que pensar a Mario que a partir de ese día empezó a fijarse en la vida de sus padres. Observó que se levantaban temprano, iban a trabajar, le llevaban al colegio, hacían los trabajos de casa, lo llevaban al médico cuando enfermaba, a natación,…y muy, muy de vez en cuando, veía a sus padres reír juntos y abrazarse…y comprendió lo que quería decir su padre. Estaban tan atareados que no podían hacer las cosas que a ellos les gustaban. Mario —preocupado— se lo contó a Atergo —el duende—, que a su vez se lo
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contó a Nebrisa —la diosa de los sueños— que consultó con Recartes. Recartes era el brujo que todo lo sabía, porque era el más viejo y el que tenía la barba más larga. Y eso, es importante en el mundo que gobierna a los niños: la barba. Recartes pensó y pensó, hasta que dio una solución que haría que su padre no volviera a llorar. Nadie sabe lo que ocurrió, pero al día siguiente todos los relojes del mundo desaparecieron. Al principio fue un caos pues nadie sabía cuando empezaba el trabajo, ni cuando terminaba, ni a qué hora era la comida, ni cuando levantarse, o cuando terminaba un lunes y empezaba el martes. Pero poco a poco la vida empezó a regirse sin tiempo, se comía cuando se tenía hambre y se trabajaba cuando se tenía algo 19
que hacer. No había prisa ya que el tiempo no existía. Y así el padre de Mario nunca volvió a llorar.
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abía una vez una ostra que hacía una perla. Día tras día, la ostra volteaba un grano de arena recubriéndolo de nácar sin parar un solo instante. Pensaba —cuando tenga esta perla seré la ostra más guapa del arenal— y así, todo su tiempo lo empleaba en afanarse en esa única tarea. Un mañana un pulpo vino a darle conversación. —Ostra ¿Por qué no vienes al arrecife?, veremos juntos la marea baja. —No, —dijo la ostra— tengo que hacer mi perla, eso es lo más importante. 21
Y el pulpo se fue. Otro día vino el caballito de mar. —Te apuesto a que no eres capaz de ganarme de aquí hasta la anémona y volver. Pero la ostra tampoco quiso echar carreras, y el caballito también se marchó. Y así pasaron cientos de animales sin que la ostra quisiera nada con ninguno. A ella no le hacía falta nadie para ser feliz. Sabía lo que quería. Su perla. Llegó el momento en que terminó. Había hecho una perla realmente bonita. Era negra e iridiscente con un ámbar perfecto. Se puso tan contenta que se sintió feliz por un instante. Pero ese momento pasó, y el día siguiente, y el siguiente. La ostra se pasaba el tiempo mirando la perla. Ocurrió que en una noche de luna llena, apareció un pescador con un cuchillo. Abrió la ostra, matándola, y se llevó la perla. Y ese fue el legado de la ostra, la perla. 22
Ella hab铆a hecho la perla y para ello sacrific贸 las vistas junto al pulpo de la marea baja, las carreras con el caballito de mar, y tantas y tantas experiencias no vividas. Y esa es la raz贸n del enorme valor de la
perla.
Fin 23
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rase una vez una niña llamada Maakandé que vivía en un campamento, en una tienda de campaña hecha de pieles de animales con su padre. Una mañana Maakandé se levantó y se extrañó al ver que su padre, que solía madrugar más que ella, aún estaba en la cama. Se acercó y vió que tenía un color muy pálido. —Padre —preguntó en voz baja— ¿Qué te ocurre? —Maakandé, estoy muy enfermo y no puedo levantarme —contestó el padre apenas con un hilo de voz. 25
—Dime padre ¿cómo puedo ayudarte? dime qué es lo que tengo que hacer y lo haré— dijo con voz decidida la niña. —Debes ir en busca de la flor mágica Maakandé, eso es lo único que puede salvarme. — ¿Y donde crece la flor mágica, padre? —En las montañas de la luna, deberás subir hasta la cima de la mayor, allí encontrarás una enorme puerta, tras ella nace la flor mágica. Tardarás un día y una noche en llegar, pero no será suficiente con encontrarla. — ¿Por qué padre? —La flor mágica está custodiada por el Brujo Pir-Ujo que te hará una pregunta muy difícil, si la contestas te dará la flor, debes ir preparada. Maakandé se preparó a conciencia, cogió su mochila de piel de castor y 26
metió agua y fruta, así como un poco de carne seca. Era de madrugada cuando salió a caminar, y estuvo andando toda esa mañana y la correspondiente noche. Cuando se cansaba, paraba y tomaba algo de alimento y agua, y así, cuando empezaba a amanecer, llegó a la cima de las montañas de la luna. Una enorme puerta franqueaba el paso, Maakandé la golpeó tres veces — ¡toc, toc, toc!—, la puerta se abrió haciendo mucho ruido — ¡Ñiaccccc! Abierta la puerta, Maakandé entró, y tan pronto como lo hizo una voz de ultratumba le habló. — ¿Quién eres tú niña? —habló la voz. —Soy Maakandé y vengo a por la flor mágica —dijo la niña sin temblar aunque estaba muy asustada. — ¡Ja, Ja, Ja! —Rió lentamente la voz— Si quieres la flor mágica deberás 27
contestar a una pregunta ¿estás preparada? Maakandé tragó saliva, y apenas con un hilillo de voz contestó. —Sssí. La voz resonó tremenda cuando preguntó. —Dime niña ¿Cuántas estrellas hay en el cielo? Maakandé se sumió en sus pensamientos, su cabeza viajó por sus recuerdos hasta ver en su imaginación un antiguo fuego de campamento, donde su abuela, una mujer tan vieja como la tierra, les contaba historias 28
fantásticas. Una sonrisa se instaló en su cara, y sin atisbo de temor contestó con firmeza —Tantas como granos de arena en el fondo del mar. Así consiguió Maakandé la flor mágica, y de esa forma sanó a su padre.
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icen, cuentan, que hubo una vez en que la luna y el sol ocupaban el mismo cielo. Sí, como ahora. Pero en ese tiempo lo hacían a la vez, sol y luna, vivían juntos. Por ello solo había días, pues el sol brillaba todo el tiempo, y las jornadas eran eternas. La luna pasaba desapercibida y sólo una vez cada 8 años, cuando se interponía entre el sol y la tierra, su sombra mandaba en la tierra oscureciendo el sol, y entonces las gentes descansaban.
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Dicen, cuentan, que ocurrió que el sol se enamoró de una campesina que nació un año de fuertes lluvias e inundaciones. El sol, a partir del instante de su nacimiento, brillaba sólo para ella acompañándola en todo momento. Dicen, cuentan, que esa niña creció y se hizo mujer, y jamás le faltó el sol. De forma que aunque lloviera, siempre había un claro por donde los rayos se colaban y la acariciaban, siempre…, menos una vez cada 8 años. Dicen, cuentan, que su piel empezó a avejentarse de forma prematura, que sus ojos perdieron visión encandilados
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permanentemente y que su pelo se volvió frágil y quebradizo. Dicen, cuentan, que una noche de sombras de luna, la mujer habló con ella y le contó su amor por el sol, que siempre la acompañaba y que nunca la dejaba sola, y que aunque comprendía que su vida se acabaría antes de tiempo por ese motivo, prefería vivir amada. Dicen, cuentan, que la luna se lo dijo al sol Y dicen, Cuentan, que desde ese día, el sol se esconde para dejar descansar a su amada. Dicen, Cuentan, que la primera noche, al ver el efecto de la luna sola en el cielo, la campesina se enamoró de ella. 32
Y dicen que desde entonces la campesina solo vive las noches, para estar junto a su amada. Y cuentan que el sol no hace mรกs que dar vueltas a la tierra. Buscรกndola. Eso dicen. Eso cuentan.
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licia tenía cinco años, el pelo rubio y los ojos azules. Como todas las noches, llenaba con ahínco su vaso de agua de por la noche. Lo hacía en el lavabo subida a un taburete y de puntillas,de esa manera podía rozar lo suficiente el grifo como para abrirlo. Ahora dormía en el salón pues su cuarto estaba de reformas. En su primera noche en ese cuarto pasó algo extraño, alguien se había bebido su vaso de agua. Ella lo contó a sus padres, que le dijeron que sólo fué un sueño y no la creyeron. Pero ella sabía que no había bebido agua, casi 34
nunca lo hacía, y el vaso amaneció vacío. Eso no era un sueño. Se acostó de nuevo con el propósito de esperar despierta y descubrir quién se bebía su vaso de agua, pero a pesar de resistir todo lo que pudo finalmente la venció el sueño. Era noche cerrada y Alicia dormía cuando un leve ruido la despertó. Abrió los ojos pesadamente, todo estaba en silencio. Cerraba los ojos de nuevo cuando oyó un claro crujido, leve…, pero nítido. Venia del reloj. Un enorme reloj de pared que presidía la habitación. Alicia vió moverse la portezuela del enorme carillón —grande como una persona— que habia junto a la puerta 35
del salón. La puerta se abrió, y un enano feo y grotesco salió como flotando del reloj. Sin hacer ningun ruido, se dirigió hacia ella. Alicia cerró los ojos muy fuerte, pasó un rato... y los abrió. No habia nadie, ¡y el vaso de agua estaba vacío! ¡Habia sido él! No había sentido la presencia del duende —pues sin duda era un duende lo que ella había visto— mientras estaba a su lado bebiendose su vaso de agua. Vió la puerta del reloj entreabierta, se levantó y obedeciendo a un impulso, fué hacia ella y la cerró. Sabía que la llave de la puerta la guardaba su padre debajo del pináculo del reloj. La cogió y cerró con llave. Después se acostó y se hizo la dormida. Se oian los pájaros gritar intuyendo el alba, cuando apareció de nuevo en el salón. Con prisa, el enano se dirigió al reloj y cuando comprobó que estaba cerrado, no supo que hacer. Miraba el reloj con cara 36
extrañada, por delante, por detrás. No encontraba una explicación, ¿qué habia pasado?, ¿dónde se había ido la puerta? De repente amaneció, el enano se quedó mirando la luz que iluminaba su cuerpo, y con ella, fué convirtiéndose poco a poco en una sombra… una sombra que se confundía con las sombras de los muebles… hasta que desapareció por completo. Al día siguiente, su madre la llamó. Alicia se dirigió al salón de donde provenian las voces. —¡Alicia! —preguntó su madre— dime que hace este charco de agua debajo del sofá. Alicia sabía que ese charco de agua era el enano. Lo que quedaba de él, pero contestó. —Fuí yo mamá, se me derramó el vaso de agua de por la noche. Y su madre, la creyó. 37
El hada Tilina vió el fresno junto a la fuente de las burbujas, según sus indicaciones, detrás del fresno habría un hueco que a través de un pasaje subterráneo terminaría en la cueva de la bruja de los sueños. Buscaba el cofre de los sueños maravillosos donde, en su interior, la bruja guardaba el secreto de tener bonitos sueños todas las noches. Estaba oscureciendo y mientras se dirigía con los ojos fijos en el suelo tropezaba a cada momento con las raíces y hoyos que tamizaban el bosque. Aceleró el paso y al llegar al árbol posó su mano en el tronco, era un árbol enorme. Tenía sed, sabía por su madre —el hada primavera— que no debía de beber en la 38
fuente de las burbujas «te hincharias como un globo y empezarías a flotar, subirías por encima de las nubes y jamás volvería a saber de ti» —le había dicho—. Asi que sacó el pellejo que le servía de cantimplora e ignorando la fuente bebió un trago. Entró en el pasaje subterráneo apartó las telarañas que se acumulaban en el techo y caminó hasta ver la salida. Al final del pasaje, se abría un altozano donde estaba la cueva de la bruja, su madre le habia dicho que buscara la ventana posterior de la cueva, era sabido que un oso habia descerrajado la ventana, y desde entonces no cerraba bien. Por ella podría meterse dentro de la cueva. La ventana cedió, el hada Tilina se metió silenciosamente en la cueva, tres velas iluminaban su interior junto a una calavera sobre la mesa produciendo sombras que tililaban al baile de las llamas.
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« Has de descubrir el secreto del cofre, hija mía. Jamás nadie lo ha desvelado, es un lugar vetado a los adultos, sólo los niños pueden entrar. Debes confiar en ti para descubrirlo. ¡Pero escucha! Los que se han atrevido, cuentan que hay dos cofres iguales protegidos por un sortilegio. Uno de los cofres es el que buscas, el otro es el cofre de las pesadillas eternas…¡ No debes abrir ese! Deberás desvelar el sortilegio que te indicará cual es el cofre bueno. » Tilina, miraba los dos cofres encima de la mesa, eran iguales. Exactos. Sobre la mesa habia tres inscripciones. Las dos primeras estaban talladas sobre la tapa de cada uno de los dos cofres. La tercera estaba talla en la mesa.
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En éste cofre, duermen las pesadillas eternas.
En éste cofre no están los sueños bonitos. Una de las anteriores frases, dice la verdad. La otra miente. Tilina comprendió. Las tres frases desveñaban el sortilegio. Si se equivocaba jamás podria volver a dormir en paz. ¿Qué cofre deberia abrir, el de la primera, o el de la segunda frase?
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Tilina abrió el segundo, un sapo repugnante saltó y se le metió en la boca que tenia abierta por el susto, el sapo desapareció en su interior. Tilina entendió en ese instante, que jamás volveria a dormir sin despertarse asustada por las pesadillas. Habia errado.
Debía ser éste, pensó Tilina. Abrió el cofre, y un polvo dorado la rodeó iluminando la habitación. Lo había conseguido. Desde esa noche en adelante, dormiría con sueños maravillosos. 42
xiste una caverna en una tierra aún virgen y escondida donde se encuentran los secretos de las principales cosas, cuentan que uno de esos secretos fue vendido para conseguir un entierro digno a una buena persona, y así escapó de la cueva. Y hoy yo, voy a contároslo. En un principio fueron reunidos todos los animales que tenían una similar forma, solo pequeños detalles los hacían diferentes y ellos no estaban contentos. En una solemne sesión, cada animal fue diciendo cómo le gustaría ser, así el león 43
pidió una abundante melena con la que sentirse importante y bello, la hiena pidió manchas con la que esconderse en la selva y fuertes dientes para tronchar huesos. El buitre pidió alas, la serpiente que se le cayeran las piernas, los cocodrilos fauces capaz de tragar por entero a un hombre. Cada don concedido iba acompañado de una condición, que si se rompía arrastraba una maldición al que la quebrantara. Llegó el turno de las jirafas que pidieron —sin dudar— un cuello largo. El deseo les fue concedido con la consabida condición, no podrían mirar por 44
encima de las nubes para no observar a los ángeles y así, no desvelar sus secretos. Sin embargo, la curiosidad de las jirafas no resistió esa tentación y alzaron sus cabezas por encima de las nubes para ver a los ángeles, y descubrieron su secreto. La maldición no se hizo esperar, desde aquel momento fueron condenadas a no poder posar su cuello en el suelo, si lo hacen no podrían levantarlo. La jirafa que posara su cuello en el suelo, jamás podría levantarlo y moriría. De esa forma las jirafas —desde entonces—, posan su cuello en la copa de los árboles para dormir, pero tampoco pueden estar así mucho tiempo, la sangre no les sube a la cabeza y podrían no despertar nunca. De esa forma solo pueden dormir a pequeños intervalos, como máximo quince minutos. El insomnio hace que no recuerden el secreto de los ángeles que quedó velado por la maldición impuesta. 45
Así que ya sabéis, si alguna vez veis una jirafa durmiendo guardad silencio, pues duerme y quizás entre sueños, pueda soñar el secreto de los ángeles.
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